S3. Regalo
No quería hacerla sentir mal de esa manera. No se trata de confiar o no. Sé perfectamente que si le cuento sobre esto, va a enojarse mucho. Probablemente deje de hablarme y no quiera estar a mi lado, por lo que quiero evitarlo. No estoy orgulloso de lo que estoy haciendo, al contrario, me siento asqueado. Fue el primer día y esa mujer me pidió muchas cosas sucias. Solo por el dinero acepté a realizar todo lo que me pidió. ¿Quién diría que esta sería mi nueva forma de mendigar dinero?
Durante el día estuve descansando, ya que en la noche debía presentarme a ese lugar de nuevo. La Sra. Dimitri hoy lucía de mal humor y se estaba desquitando con la mayoría de nosotros. Tiene un carácter bastante irritante.
La noche parecía fluir demasiado bien; hasta que volví a ver a Savannah. Emmanuel me dio un golpe en el hombro y se burló.
—Ya tienes una cliente exclusiva. Por lo visto triunfaste en eso de los golpes.
—Cállate, estúpido. No sabes lo desagradable que fue.
—Yo la pasé fenomenal, pero cuando me soltaron el dinero. Eso hizo que valiera la pena el esfuerzo— rio.
Me dirigí a la habitación con Savannah, ella no tardó en quitarme la máscara.
—¿Qué se le ofrece en la noche de hoy, Sra. Savannah?
—Dejemos a un lado el formalismo, cariño — entrelazó sus manos alrededor de mi cuello—. No he dejado de pensar en ti durante todo el día. Eres tan bello. Luces como un chico tranquilo, pero puedes llegar a ser muy rudo. Eres más de lo que buscaba, por lo que me interesa ofrecerte algo.
—¿Ofrecerme algo?
—Sí. Soy una mujer muy egoísta y celosa. No me gusta que toquen a quien le he puesto el ojo. Este lugar no es para un joven como tú. Tus compañeros son muy corrientes, pero en ti veo algo especial. ¿Qué te parece si en vez de seguir trabajando aquí, trabajas exclusivamente para mí?
—¿Cómo sería eso?
—Solo deberías cumplir con todo lo que te ordene. Te pagaré mucho más de lo que te paga la Sra. Dimitri aquí.
—¿Más?
—Sí. Ella siempre se queda con un porcentaje, en cambio conmigo, recibirás todo el dinero sin reducciones.
—Me interesa.
—Pero para eso necesitaré que te mudes a mi apartamento.
—¿Mudarme?
—Sí. Quiero asegurarme de que cumplas con mis requisitos. No te quiero cerca de ninguna otra mujer. Solamente podrás ser mío.
—Discúlpeme. No puedo aceptar eso, Sra. Savannah.
—¿Por qué? Te veías muy interesado hace unos instantes. ¿No me digas que estás saliendo con alguien?
Estefanía se cruzó por mi cabeza y asentí.
—Sí. Tengo novia.
Se quedó en silencio unos instantes y luego sonrió.
—Está bien. Acepto que tengas novia. Entonces el único requisito que te pondré es que nuestros encuentros sean en mi apartamento. No quiero que vuelvas a este lugar. Ya tengo suficiente con tener que compartirte con otra. Qué conste; si estoy dando mi brazo a torcer es porque sé que vale la pena.
—Si acepta eso, entonces no tengo problema en aceptar su oferta.
—Solo por curiosidad, ¿ella sabe sobre este trabajo?
—No. Y tampoco quiero que lo sepa. Así que le pido discreción.
Tan pronto salí del local, caminé con Emmanuel por la acera.
—¿Me acompañas al centro comercial?
—¿A esta hora?
—Sí. Quiero regalarle algo a Estefanía.
—Con lo molesta que está, ¿crees que acepte algo que venga de ti?
—Ya veremos.
Usamos nuestras gorras hacia al frente y las mascarillas para pasar desapercibidos. Entramos a una tienda de mujeres de talla grande y nos estaban mirando extraño. Es normal, pues somos dos hombres. No sé qué talla es, pero vi muchas cosas que estoy seguro de que en ella quedarían muy bien. Vi un traje azul cielo que llamó mi atención de inmediato. Emmanuel miró el precio y abrió sus ojos de sorpresa.
—No sabía que la ropa de mujer sería tan costosa.
—Me lo llevaré.
—¿Estás seguro?
—Nunca le he regalado nada. Sorprenderla no estaría de más.
Compré el traje y unos tacones que la misma empleada me aconsejó porque, según ella, combinaban con el vestido. Regresamos a la casa, pero ellas no estaban. Me fue muy extraño porque, por lo regular, ellas siempre están encerradas en la casa a esta hora.
—¿Dónde se habrán metido estas mujeres? — preguntó Emmanuel.
—Supongo que esta vez nos tocará esperar por ellas.
Los dos nos bañamos y nos comimos la comida que nos dejaron preparada. Muy pronto saldremos de esta miserable vida.
Ellas llegaron horas después, los dos estábamos casi muertos del sueño en el sofá. Las dos se veían sorprendidas al vernos ahí.
—La casa nos estaba asfixiando, así que decidimos dar una vuelta. ¿Qué hacen despiertos a esta hora? Los hacíamos durmiendo.
Emmanuel es muy fácil de convencer cuando se trata de Stacy. Dicen que el ladrón juzga por su condición; y creo que ahora lo entiendo. Estaba dudando de la respuesta que nos dieron, pero decidí no preguntarle más porque conozco a Estefanía, y sé que con lo molesta que está, no me dirá nada.
Entramos a la habitación y ella se quitó el bolso que traía puesto. Aproveché que estaba de espalda y busqué el regalo para entregárselo. Ella me miró sorprendida por unos momentos y luego fijó su mirada en el traje.
—¿Y esto? No debiste malgastar el dinero en esto. Más que nadie conoces lo mucho que cuesta conseguirlo.
—No quiero quejas, solo acéptalo.
—Gracias. Es muy hermoso.
—¿Por qué no te lo pones? Quisiera saber si te queda.
Se dirigió al baño y luego de varios minutos regresó a la habitación. Mis ojos recorrieron en una fracción de segundo su cuerpo en ese traje azul que, por su tono de piel claro le quedaba deslumbrante. El traje encajaba perfectamente en sus curvas. Sus manos sujetaron el borde del traje para bajarlo porque se le subía por sus anchos muslos. Los tacones la hacían estar a mi misma altura.
—¿Te gusta cómo se ve? — desvió la mirada, y mi corazón latió desmesuradamente.
El regalo se supone que haya sido para ella, pero el más sorprendido y complacido soy yo.
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