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S3. Información

Me quité la bata, la mascarilla y los guantes, arrojándolo en el zafacón. Me enjuague la cara para que no se diera cuenta de mi sudor y luego salí, cerrando la puerta detrás de mí. 

—¿Qué sucede?

—Últimamente te la pasas encerrado, y ni siquiera te veo por días.

—¿Soy yo quien se la pasa encerrado, o eres tú que te la pasas en la calle?

—Siempre con tus indirectas. ¿Por qué te molesta tanto?

—No me molesta en lo más mínimo, al contrario, me alegra muchísimo saber que has progresado tanto y que te va tan bien con la fama.

—Pues no lo parece. Cualquiera diría que estás celoso.

—¿Celoso? Dejé de sentir celos hace tiempo, desde que tuve que resignarme a que más hombres te vean casi desnuda…

—¿Te das cuenta? Eso es un reclamo.

—No, no es un reclamo, es una realidad. Ahora sí me permites, quiero terminar de estudiar.

—¿Y debes encerrarte en ese lugar para estudiar? Antes lo hacías en el estudio.

—Yo estudio donde me dé la gana.

—Malcriado. Fíjate que vine porque quería invitarte a la presentación que tendré el sábado, pero por lo visto, ni siquiera eso te importa.

—Más adelante me dices dónde es e iré. ¿Contenta?

—¿De verdad irás? — sus ojos se iluminaron.

—El sábado tengo práctica, pero es en la mañana, así que si tú presentación es en la noche, entonces podré presentarme.

—Me parece bien— desapareció en solo un instante y suspiré.

Las cosas han cambiado tanto, que parecemos hermanos en vez de novios. Ni siquiera sé si algo somos o aún queda algo de lo que fuimos. Todo ha cambiado tan drásticamente que, a veces pienso que las cosas se jodieron por completo y no hay nada que se pueda hacer.

Durante la semana, estuve asistiendo a las prácticas grupales en el centro en compañía de Ayleen y Marcos, dos compañeros.

—¿Trajiste el libro, Athan? — me cuestionó Ayleen, y asentí con la cabeza.

—Sí. Lo tengo en la mochila. Por cierto, quería preguntarte, ¿conoces alguna farmacia de la comunidad que venda algún relajante muscular, sin receta médica?

—Todas las farmacias venden algunos relajantes musculares sin receta, pero solo despachan ciertas cantidades por persona.

—Lo sé, pero ¿cuánta es la cantidad exacta que despachan por persona?

—Todo depende del medicamento que sea. Muchos de ellos, o mejor dicho, la mayoría, crean dependencia y las personas adictas a estas sustancias suelen alimentar su vicio de esa manera, por eso mantienen un control. ¿Por qué estás tan interesado en eso?

—Mi madre las necesita.

—Si quieres puedo acompañarte a investigar.

—Me gustaría, pero tendrá que ser cuando salgamos.

Como último, deberé considerar los relajantes para perros. Creo que saldría más económico y fácil de adquirir.

Mi supervisor estuvo dándome por la cabeza prácticamente en todo el maldito día. Se le nota por encima que le ha echado el ojo a Ayleen, pues a ella siempre le permite participar. Todas las preguntas que ella haga, él se las contesta sin problemas. Ayleen es muy sobresaliente también, es muy inteligente, comprometida con su carrera, pues nunca ha faltado. En sus ojos se nota la pasión y entusiasmo por aprender cosas nuevas. Hemos sido buenos compañeros desde que comenzamos a estudiar. Trabajamos juntos en varios proyectos de investigación y hacemos un excelente equipo. La admiro mucho, incluso la he llegado a ver en varias ocasiones como una rival. Aunque en eso tiene bastante la culpa mi supervisor.

—¿Nos vamos en mi auto? Sé que no es un auto del año como el tuyo, pero me lleva y me trae bien — sonrió.

—Está bien. No hay problema — accedí.

Subimos en su auto y lo puso en marcha.

—Oye, ¿por qué siempre tienes esa mascarilla puesta? ¿No te da calor estar todo el día con ella?

—Es una mala costumbre que no he podido quitarme.

—¿Sabes? Estaba por preguntarte esto, pero no sé cómo hacerlo. Digo, es algo muy personal, pero es que jamás habías hablado sobre ello.

—¿De qué hablamos?

—Es sobre tu mamá. Dijiste que ella necesita un relajante muscular. ¿No es más fácil y se ahorra mucho más si va a su médico y le pide una receta? No quiero sonar atrevida o metiche, pero ella no debe automedicarse así porque sí.

—¿Sueles cambiarte de ropa interior en el auto?

—¿Qué?

Atrapé en mis manos la ropa interior que estaba debajo del asiento y la miró avergonzada.

—No es lo que crees. Esa ropa estaba en mi mochila, es para cambiarme después de ir al gimnasio — me la arrebató de las manos y la tiró al asiento trasero.

Su rostro estaba más rojo que un tomate y sonreí internamente. Eso le pasa por atrevida.

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