S3. Caja de Pandora
—De acuerdo, pero primero me gustaría bañarme y prepararme adecuadamente para ti — se aproximó a mis labios, pero estando a solo centímetros de ellos, se levantó dejándome con las ganas.
En otras circunstancias la hubiese obligado a quedarse, pero a la misma vez me siento intrigado en contemplarla haciendo de las suyas.
Aprovechando que ella se encerró en su cuarto, procedí a darme un buen baño y liberar la tensión. Tan pronto terminé, decidí esperarla sentado en el borde de la cama, pensando que vendría en cualquier momento, pero ese no parecía ser el caso. Ha pasado mucho tiempo y aún no ha venido.
La verdad es que me he vuelto muy impaciente últimamente. No me gusta que me hagan esperar. Especialmente luego de haberme encendido de esa forma.
Me detuve frente a la puerta de su habitación, escuchando que había una canción de rock encendida, aunque en un volumen bajo. Toqué esperando que me abriera, pero no recibí respuesta de su parte. Si me tomé el atrevimiento de entrar es porque creo que hemos arreglado nuestras diferencias, por lo que no considero que deba cohibirme.
Hace años no entraba a su habitación y estaba patas arriba. No obstante, lo más que llamó la atención fue un olor podrido que había en el aire. Las paredes, las cortinas, la ropa de cama, todo; absolutamente todo era negro. Unas cadenas oscuras y rojas colgaban de la puerta de su baño donde asumí que debía estar ella.
La verdad es que el olor era tan insoportable, que tenía planeado irme y esperarla en mi habitación. Es solo que ella salió del baño en ese preciso momento y se sobresaltó al verme ahí parado.
En una fracción de segundo recorrí brevemente la lencería bastante provocativa que llevaba puesta. Llevaba un corsé rojo y negro, con un escote que le hacía resaltar sus pechos. La tanga hacía juego con el corsé, resaltando su voluptuosa cintura y caderas. Los tirantes conectaban con las medias, haciendo que sus piernas se vieran más largas. Se veía más alta debido a esos tacones negros. Lucía como toda una diva. Su cabello ondulado caía a mitad de su espalda.
—Eres muy impaciente, Athan. Se supone que debías esperar por mí. Has arruinado la sorpresa.
—Has tardado demasiado, pero la espera valió la pena.
En sus labios se dibujó una sonrisa.
—Me gusta como te ves.
—¿Solo te gusta?
—Me fascina. Te ves muy hermosa.
—Siéntate en lo que termino.
—Te esperaré en mi habitación.
—El ambiente aquí es perfecto. Además, aquí es donde tengo la radio.
—Este desorden, especialmente el desagradable olor que hay, no permitirá que me concentre en ti. Deberías limpiar más a menudo esta habitación y botar la basura de ese zafacón. Está a tope.
—Bueno. Entonces espérame en tu habitación.
Me dirigí a la puerta, pero una mancha en la alfombra llamó mi atención. La mancha era en forma de línea y comenzaba desde la puerta hasta culminar en el armario. Era un color oscuro, llegué a pensar que podría tratarse de la pintura negra, pero a la misma vez lo encontré muy sospechoso.
—¿Hay algo que quieras decirme? — preguntó de repente.
—¿Qué es esa mancha en la alfombra? La alfombra de esta casa estaba impecable cuando la compré.
—No te preocupes por cosas irrelevantes. La limpiaré mañana. Espérame en tu habitación. Ya mismo termino — su actitud la consideré muy extraña, principalmente porque permaneció observándome, sin siquiera continuar con lo que iba a hacer.
Algo por dentro me impidió irme, no sin antes quitarme esa curiosidad que tenía y que se alimentaba de su comportamiento. Fui en dirección al armario y cuando estaba a punto de abrirlo, escuché su escandalosa risa.
—No has cambiado nada, Athan. No dejas de ser el mismo curioso de siempre. Adelante. Ábrelo y mata esa curiosidad que te está carcomiendo por dentro.
Dicen que a veces no se está preparado para algunas cosas, y que destapar la caja de Pandora no siempre deja nada bueno. Eso pude confirmarlo en ese instante que abrí el armario y dos cadáveres me cayeron casi encima. Me aparté contra la pared, percatándome al instante de que a ambos les faltaba el rostro. Debían llevar más de dos días ahí dentro, lo supe por lo descompuestos que estaban y los gusanos que yacían comiéndose su carne. Todo se destapó, como si hubiese estado clausurado por bastante tiempo.
—¿De qué se trata esto? Estefanía, ¿qué has estado haciendo?
—¿Quién eres tú para reclamarme? Deja de hacerte el más inocente, mi amor. ¿Crees que soy estúpida? ¿Piensas que desconozco sobre los experimentos que haces en el sótano? Ay, tontito — esbozó una sonrisa, llevando sus dos manos a la cintura—. Tenemos dos espectadores inoportunos con nosotros. Bueno, cuatro por el que está debajo de la cama y el de la ducha. ¿Esto te anima lo suficiente para coger o te hacen falta más?
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