S2: Un adiós
Quise levantarme, pero el sujeto amarró mi pierna con otras esposas de la pata de la mesa.
—¡Estefanía, despierta!
—Me temo que no va a responder. Ahora mismo debe estar en un profundo y largo viaje — arrojó su cuerpo al suelo nuevamente y ella no reaccionó.
—¡Estefanía! — volví a llamarle un sinnúmero de veces, pero no reaccionaba.
—Una hija drogadicta y un hijastro prófugo de la justicia y con problemas mentales. Qué combinación tan desagradable.
—Ella no es ninguna drogadicta. Fuiste tú quien le inyectó algo, maldita perra.
—Estaré haciéndole un gran favor a todos, desapareciéndolos por completo de este planeta. Nadie va a extrañar a dos lacras como ustedes. Los adolescentes de hoy en día hacen unas cosas increíbles para llamar la atención. Tu padre no te supo enderezar a tiempo, mientras que esta malagradecida ha copiado tu mal comportamiento y ha decidido tomar el mismo camino que tú. Los niños desobedientes como tú y como ella, solo merecen un buen escarmiento y severo castigo para que aprendan la lección. Debo darte el mérito por haber matado a su padre. Ese era otra lacra más. Trataste de incriminarme, pero para tu mala suerte, no van a probarme nada, porque yo no lo hice y tú bien lo sabes. Quién diría que ibas a ser capaz de matar a alguien. Me impresiona el cambio que has dado. Te has convertido en un verdadero hombre, pero de nada vale mientras cometas tantos errores. Sabía que daría con ustedes, porque sé muy bien que ambos debían estar juntos, vagando por alguna parte y buscando refugio como dos perros sarnosos de la calle.
—Lamento interrumpir tu interesante plática, pero negocios son negocios. Mi trabajo ha terminado aquí, así que estoy esperando mi acordada recompensa.
—Existe un trabajo más que quiero que hagas para mí. Duplicare el pago.
—Usted pida por esa boca.
—Llévate a esa gorda y déjame a solas con mi hijastro.
—¿A dónde la llevo?
—Me da lo mismo lo que quieras hacer con ella allá arriba. Solo quiero privacidad.
—¡No se la llevarán a ninguna parte! — grité.
Ella me miró, levantando la ceja.
—¡No te atrevas a ponerle un dedo encima o no respondo, cretino! — sentencie.
—Uy, ¿qué ha sido esa reacción? ¿Así que por esta gorda si eres capaz de mostrar tanto divino interés? No sabía que tus gustos podían llegar a tanto. Por esa niña es que me has sacado el cuerpo y ahora me estás mirando con tanto desprecio. No puedo mentirte, es divertido verte tan alterado y a la misma vez tener el control absoluto de ti — miró al hombre—. Mis órdenes han cambiado con respecto a esta muchachita— levantó la camisa de Estefanía, dejando al descubierto su pecho—. Toma esto como un premio por tu buen trabajo
—No me gustan las mujeres gordas y feas, pero si hay tanto dinero de por medio, puedo hacer una excepción.
—Cuando acabes con esa cerda la desapareces. Quien únicamente me interesa lo tengo enfrente.
—¡A ella no le hagas nada, maldita perra! Se atreven a hacerle algo y juro por lo más sagrado que los aniquilaré — sentía que me faltaba el aire por la opresión del pecho.
Solo podía recordar lo que mi padre le hizo y no estaba dispuesto a permitir que vuelva a pasar por eso. Debía hacer algo a tiempo, pero no podía soltarme.
Fui testigo de cómo ese maldito la arrastró para bajarla por las escaleras. La ira, la rabia, la impotencia y la frustración estaban en todo su apogeo dentro de mí. Quería hacer algo, quería ayudarla, quería soltarme, pero no encontraba una oportunidad.
—Eres un chico tan atractivo, tan caliente y atrevido. Es un desperdicio tener que deshacerme de ti. ¿Recuerdas lo que me hiciste? — se levantó la blusa, dejándome ver la cicatriz del corte que le hice la otra noche—. Te haré que experimentes el mismo dolor que me hiciste vivir esa noche— se acercó, hasta quedar a la altura de mi rostro—. Por último, te sacaré esos hermosos ojos azules que tanto me excitan, pero que ahora me miran con tanto desprecio— trató de acariciar mi mejilla, pero moví la cara—. Te quería, Athan. Desde que te conocí no podía ver a nadie más que no fueras tú. Ni siquiera tu padre me hacía sentir las mismas cosas que tú me has hecho sentir. Te quería para mí, pero ahora solo quiero destruirte. Si no vas a ser para mí, no vas a poder ser de nadie.
Escuché el llanto de Estefanía y los dos miramos hacia la puerta. Sabía que algo malo debía estarle haciendo ese desgraciado para que estuviera gritando y llorando de esa manera. Su desespero era evidente en esos gritos, lo que me generó mucha inquietud.
La misma desesperación y miedo fue lo que me llevó a actuar de inmediato y, aprovechando su descuido, llevé mis manos esposadas a su cuello presionándolas fuertemente y atrayéndolo hacia mí. Escuchaba su ahogo y sentía sus uñas enterrándose en mi piel en el intento de soltarse, pero no por eso iba a soltarla. No planeaba matarla, solo neutralizarla a mi manera. Cuando su debilidad no le permitió luchar más y dejó de tirar patadas, recosté su cuerpo a mis pies. Su hebilla del cabello fue lo que me ayudó a quitarme las esposas de los pies. La de las manos no tenía tiempo de soltarlas, además de lo difícil que se me hacía. Agarré su pierna para ponerle las esposas a ella y no tuviera oportunidad de escapar cuando reaccionara. Los gritos de Estefanía ya no se oían, por esa misma razón tuve que apurarme para llegar a tiempo a dónde quiera que estuviera. Agarré un palo de escoba en el camino y lo traje conmigo. Las habitaciones fueron los primeros lugares a los que me arrimé. Fui cuarto por cuarto, hasta llegar al que era el mío; y ahí fue donde los encontré. Ese hombre estaba sobre ella, lo único que veía era su espalda. No se había dado cuenta de mi presencia, solo sé que no le di tiempo a reaccionar, solamente le reventé el palo en la cabeza y en todos los lugares que pude alcanzarlo. Lo golpeé una y otra vez con toda la rabia que me carcomía por dentro. Me detuve en el momento que ya no quedaba casi nada del palo. Dejé caer lo que quedaba y me aproximé hacia Estefanía, liberándola del peso de ese animal. En las sábanas había rastros de sangre; demasiada sangre, pero no podía descifrar si era de ella o del hombre.
—Oye, Estefanía… ¿Me escuchas?
Su cuerpo temblaba sin parar y solo podía oír sus suaves quejidos y balbuceos, como si estuviera bajo mucho dolor. Su rostro estaba todo ensangrentado y su camisa.
—Todo está bien. ¿Dónde te duele?
—No… me mires… — murmuró, aún con sus ojos cerrados, presionando a su vez el abdomen.
—¿Qué te hizo ese maldito? — le quité la mano del abdomen y levanté su camisa, encontrándome con una herida parecida a la de un puñal que aparentaba ser bastante profunda.
No podía estar seguro de cuán grave era, porque la sangre brotaba de ella ligeramente. Lo que estaba seguro es que esa herida no la tenía antes.
—Joder, esto se ve muy mal. Tenemos que presionar muy fuerte la herida para detener un poco el sangrado — presioné la sábana en la herida y oí su quejido.
Estaba asustado al verla tan mal. Sus labios estaban muy pálidos y sus quejidos me tenían descontrolado. Mis manos estaban temblando y un nudo se formó en mi garganta.
—Te vas a poner bien, te lo prometo.
Estaba dispuesto a llevarla al hospital, así terminara siendo atrapado por la policía. Es la única manera de que puedan ayudarla a tiempo. No creo contar con algún equipo para atenderla aquí mismo..
—Te llevaré al hospital. Te juro que te pondrás bien, pelota.
—Contra… — murmuró, casi inaudible.
—No hables, no te esfuerces. Mantente callada o seguirás perdiendo mucha sangre.
—Viento… y marea… — dejó sus ojos entreabiertos y sonrió brevemente ladeado.
—Te dije que no hables, necia — traté de ayudarle a levantar así fuera la cabeza, pero por las esposas me era bien difícil.
—Te a… — sus ojos volvieron a cerrarse y dejó caer su cabeza sobre la almohada.
—¿Estefanía? — no me atrevía a tocarle la cara por temor a lastimarle las heridas—. Oye, despierta. ¿Pelota? ¿Me escuchas? Abre los ojos.
Te prometo que esta vez lucharemos juntos y nos mantendremos para siempre unidos, pelotita.
¿Contra viento y marea?
Contra viento y marea.
—Pelota, despierta, ¿sí? Sé que he sido muy malo contigo, tal vez ni merezco pedirte esto, pero no me dejes solo, te lo suplico — apreté su mano, viendo cómo mi vista se había tornado borrosa y mis lágrimas calientes recorrían apresuradamente mi mejilla—. Eres lo único que tengo.
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