Ruegos
—Ya ella te respondió. Ahora lárgate a tu habitación.
—No me voy a ir de aquí. No la dejaré sola contigo.
—¿Ahora te harás el hermano preocupado? No pensé que detrás de ese chamaco insolente y altanero, se escondía una pequeña gallinita. Mira como tiemblas. ¿Se te caerán los calzones ahora o después?
—¿Qué demonios te ha hecho ella a ti? ¿Para eso permitiste que viniera a este infierno también? ¿La trajiste para hacerle lo mismo que me haces? — miré a Estefanía por su escandaloso sollozo—. ¿No dirás una sola palabra? ¿No vas a decirme qué te hizo este tipo?
—Si no te vas inmediatamente para tu cuarto, te haré conocer el infierno que tanto mencionas. ¡Muévete!
—¿Por qué me parece que estás asustado? Algo muy malo tuviste que haberle hecho para que tengas tanto miedo de que ella abra la boca.
—¡No me colmes más la paciencia, chamaco! Es la última vez que te ordeno irte a tu cuarto.
—¿Te tocó? — le pregunté a ella.
Ella negó rápidamente con la cabeza, pero en sus ojos solo podía ver el mismo miedo que me ha mantenido soportando esta situación.
—¿De dónde es esa sangre? ¡Contesta! — la presioné—. Maldita sea, ¿cómo pretendes que te ayude si no hablas?
Sentí un fuerte dolor en el costado. En realidad, el golpe no lo vi venir por estar concentrado en ella, buscando la manera de que me hablara. El dolor era tan insoportable que no podía dejar de presionar esa área. Sentía que hasta el aire me faltaba. En mi agonía, solo pude ver a ese imbécil levantando la porra dispuesto a volverme a pegar, pero no tenía fuerzas o energías para evitarlo. Estefanía se aferró a mi hombro, poniendo su otra mano en medio.
—No diré una sola palabra, pero déjalo ya, por favor — le rogó.
—No le ruegues a ese cerdo — musité, casi sin aire.
—Váyase, por favor — le insistió ella.
Mi padre desapareció de la habitación, aunque pude oír que cerró la puerta por fuera.
—Ven, acuéstate en mi cama — me ayudó a levantarme con dificultad y me acosté en su cama, presionando aún esa zona que tanto dolía.
No lo soporto. No quiero verlo más. ¿Por qué Dios no escucha nuestros ruegos? ¿Por qué no se lo lleva de una maldita vez? ¿Por qué se empeña en torturarnos cada día más con ese demonio? ¿Qué hicimos para merecer esta miserable vida? ¿Acaso es esto verdaderamente lo que nos merecemos?
—Lo siento tanto — estalló en llanto, desmoronándose justo al lado mío—. Yo no quería que esto te pasara.
—¿Por qué mierda estás pensando en lo que me pasó a mí y no en lo que te hizo? Yo… te lo dije. ¿Por qué? ¿Por qué no me haces caso? ¿Por qué no confías en mí? ¿Por qué no me dices lo que ese infeliz te hizo? Yo… solo quiero ayudarte.
—No quiero que vuelvan a golpearte por mi culpa. Necesitas ir al hospital para que te atiendan. Te dio muy fuerte.
—Quién debería ir al hospital es otra. Tú estás sangrando.
—¿Cómo un padre es capaz de hacerle algo tan horrible a su hijo?
—No cambies el maldito tema. ¿Qué te hizo? ¿Te golpeó con la porra también?
Desvió la mirada, descansando su mano en sus piernas y acomodando su pijama entre ellas. Eso solo confirmó algo que no quería siquiera imaginar.
—Estefanía, ¿acaso mi padre abusó de ti?
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