No sé quién eres
Si arrojo sus partes dentro de una bolsa plástica, las probabilidades de que se cree un charco de sangre son muy altas y dejaría en evidencia el contenido. En la búsqueda mental, recordando algunos sucesos similares que vi en internet, se me ocurrió la idea de hervir en una olla su carne y sus órganos, y separar los huesos para desaparecerlos luego. Las manchas podré deshacerme de ellas con peróxido, pero es mucho trabajo, pues los rastros están en las escaleras también.
Estefanía regresó a la cocina, tapándose la mitad de la cara y sollozando. Mantenía sus ojos cerrados, mientras su cuerpo se notaba tembloroso.
—Ayúdame — le pedí—. Si fueras tú quien estuviera en esta situación, te estaría ayudando. ¿Por qué me estás dejando solo? ¿No me prometiste que me ayudarías? La finalidad de esto es nuestra felicidad, recuperar nuestra libertad y sobre todo, poder vivir en paz. Ya no hay marcha atrás, ya se ha ido a un mejor lugar.
Se acercó, todavía con sus ojos cerrados y tapándose.
—Hay peróxido en el armario de arriba que queda en el pasillo. Eso eliminará las manchas de sangre del suelo. ¿Podrías ayudarme con eso? Solo debes restregarlo, antes de que continúe secándose y sea más difícil — le puse el paño de la cocina en el hombro—. Puedes usar tu misma camisa para taparte la nariz, te ayudará a no tener más náuseas.
En completo silencio abandonó la cocina y decidí continuar cortando. Esta carne podría arrojarla a los perros de la calle. Los huesos deberé enterrarlos en algún lugar apartado.
No podemos quedarnos aquí cuando esa mujer llegue. Aunque deseo con todas mis fuerzas hacerle pagar, no puedo arriesgarme a que Estefanía abra la boca. Además de que anhelo hacerle sufrir poco a poco y tengo un plan que podría servir. Los planes que tenía con mi papá no eran estos, aun así no me quejo del resultado.
Lavé cada parte de la cocina, principalmente el picador que tanta sangre tenía. Pasé el trapeador en el suelo de la cocina, con químicos aromatizantes que pudieran disfrazar el olor metálico de la sangre. Después de lavar y guardar sus huesos enrollados en papel dentro de una bolsa blanca, decidí guardar la carne y sus órganos en trozos ya cocidos dentro de varios recipientes. No podrán reconocer jamás a simple vista que esa carne pertenecía a mi padre. Quien lo viera podría pensar que es carne de algún animal común y corriente. Quedé exhausto luego de haber terminado.
Debía monitorear a Estefanía, pues llevaba tiempo sin verla. Subí las escaleras y me di cuenta de que no había sangre en ellas. Fui a la habitación de mi padre y ahí la vi, mirando hacia la pared y restregando el paño en el suelo. Quedaba muy poco para que terminara, por esa razón esperé en silencio y observándola desde la puerta. Fue varias veces a enjuagar el paño dentro del baño. Su expresión de asco era muy singular y llamativa. No puedo entenderla, por más que trato. Mi padre también abusó de ella, ¿por qué pareciera que soy el único que tenía deudas pendientes con él?
Mientras ella bajaba con el equipo a la cocina, decidí acomodar la sábana donde pareciera que habían dos personas acostadas. Busqué el perfume de Estefanía y lo regué en la almohada.
—Necesito un favor tuyo.
—¿Qué quieres?
—Ya deja de llorar. Esto ha sido por nuestro bien. Ya no tendremos que vivir con miedo o encerrados. Al contrario, ahora seremos libres. ¿No te das cuenta? — puse mis manos en sus dos hombros y sacudió la cabeza.
—¿Libres? ¿Tú estás consciente de lo que acabas de hacer?
—Acabamos, querrás decir.
—Yo no hice esto, fuiste tú.
—Parece ser que a ti no te disgustó lo que te hizo. ¿Acaso querías que él volviera a violarte? ¿Será que te gustó? —su mano aterrizó en mi mejilla y la miré sorprendido.
—No sé quién eres, pero tú no eres Athan.
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