Ella se mantuvo en silencio, solo asintió con la cabeza. Espero se quede aquí quietecita y no haga una necedad de las suyas. 

Fui en busca de la soga que recordaba haber visto en el armario de las herramientas de mi padre. Con el cuchillo de la cocina la corté por la mitad y las junté para traerlas conmigo. El cuchillo lo guardé en mi pantalón y subí lentamente las escaleras en dirección al cuarto de mi padre. Ella se encontraba sentada en el borde de la cama en ropa interior. Me repugna el simple hecho de verla. 

—Me has hecho esperar demasiado. Espero valga la pena la espera. 

—Valdrá más de lo que crees — me abalancé sobre ella, pero lo tomó como un juego. 

—No sabía que te gustaban este tipo de cosas, Athan — sonrió. 

—Todo el tiempo me las haces a mí, era de esperarse que despertaras mi curiosidad. ¿Acaso tus intenciones no eran enseñarme? Soy un buen alumno, siempre y cuando me dejen experimentar por mi cuenta.

—Siempre quise verte así; convertido en todo un hombre. 

—En todo un hombre, ¿eh? — colocó sus manos por arriba de su cabeza y las juntó, permitiendo que pudiera amarrarlas. 

Le hice tantos nudos como quise. Luego llevé sus brazos por debajo de su cabeza. Me acomodé entre sus piernas solo para hacerle creer que realmente haríamos algo, pero ella las flexionó y las abrió de par en par. No quiero ponerle cintas en la boca, quiero oír sus gritos de agonía y de dolor. 

—¿Qué tienes pensado hacer ahora? 

—¿Realmente quieres saber? — agarré por ambos extremos la soga restante y la enrollé entre mis manos, poniéndola horizontalmente en su cuello. 

—Me encanta que te vuelvas tan agresivo. Por primera vez puedo verte como un hombre y no como un niño cobarde. 

Era la oportunidad perfecta, pero no sé qué me pasó, mi mente se convirtió en mi peor enemigo. Es como si pudiera ver el rostro y el cuerpo de Estefanía debajo del mío, en esa posición tan deshonesta e incitante. Sabía perfectamente que no era ella, pero tampoco podía sacarla de mi cabeza y de mi campo de visión. Estaba duro; tan caliente que sentía palpitaciones. Jamás me había ocurrido algo así de fuerte antes. ¿Por qué he vuelto a pensar en mi hermana? ¿Por qué estoy imaginándola de esta manera? ¿Es que acaso me he vuelto loco? 

La puerta se abrió y tras ver a Estefanía, retomé la postura. ¿Qué demonios hace ella aquí? 

—¿Qué haces aquí? ¿Qué fue lo que te dije? 

—Hay un oficial abajo— desvió la mirada al suelo. 

—¿Abajo dónde? 

—Está en la sala. 

Esta niña es una tonta. ¿Cómo pudo dejarlo pasar? 

—Debe ser un compañero de tu padre. Suéltame, yo misma iré a atenderlo. 

No la quería soltar, pero dado el caso de que hay que lidiar con ese oficial, es mejor que lo haga ella. 

Después de soltarla, ella bajó a atenderlo y Estefanía y yo nos quedamos escuchando la conversación desde arriba. 

—Buenas noches, Sra. Hamilton. 

—¿Qué desea? — le respondió de mala manera.  

—¿Se encuentra su esposo?

—No, no se encuentra. 

—Hemos tratado de comunicarnos con él, pero no responde su teléfono y no se ha presentado al cuartel, ni mucho menos se ha excusado. 

—No sé dónde esté, ni me importa. Sospecho que debe estar pasándola muy bien con su amante en este momento,  así que espero que le vaya bien mientras pueda.  

—¿A qué se refiere? 

—Dios quiera que ustedes lo encuentren primero, porque tiene mucho que responderme. 

—Si usted piensa que esto es lo que ocurrió, puede hacer reporte de persona desaparecida y... 

—Él no está desaparecido. Él sabe muy bien a dónde fue a parar y con quién. A mí realmente no me importa ya dónde esté. Qué le vaya estupendo. Si eso era todo, puede irse. Estaba en medio de algo importante y me ha interrumpido. 

Ella misma ha cavado su propia tumba y ni lo sabe. Tal vez no haya sido tan malo que ella hablara con él.