Las siguientes semanas solo me dieron la razón. Ella era la nueva diversión en el colegio. Podía ver cómo día tras día la golpeaban entre un grupo de chicas, le arrojaban sus cosas desde el quinto piso, le desaparecían sus libros y la encerraban en los salones desocupados. No tenía paz ni un segundo. Si no eran las chicas quienes la molestaban, era el grupo de chicos. Dando las quejas o buscando apoyo del director no es la solución a los problemas.

He pasado desapercibido ante la gentuza porque han encontrado a su nuevo saco de boxeo. Al menos me he librado de esos imbéciles. Se aprovechan del débil y lo humillan para sentirse poderosos, pero no son más que excrementos.

La he escuchado hablando con su madre y rogándole que le permita regresar con su padre, pero lo único que recibe son su dosis diaria de escarmiento. También la he escuchado sollozar en las noches, pero me juré no intervenir con ella y hasta ahora lo he cumplido. He dejado que todo caiga por su propio peso.

Su apariencia ha ido empeorando con su hinchazón y moretones. Cada vez son más visibles, pero nadie parece importarle. Es como si estuviera reviviendo todo lo que pasé.

Si yo pasé por lo mismo y aprendí a base de golpes que no tendría una solución a mis problemas, a no ser que la encuentre por mis propios medios, ¿por qué debería ayudarle o tenerle lástima? La dosis compartida es más liviana.

Hoy es el día libre de mi padre y asumí que había salido con esa bruja, porque la casa de alguna manera estaba en completo silencio. No estoy acostumbrado al silencio, pues en este infierno siempre hay gritos, llanto y golpes. No he visto a Estefanía desde que llegamos del colegio.

Me asomé por la ventana y me di cuenta de que el auto de mi padre estaba estacionado en la acera, mientras que el de Gloria no estaba por ninguna parte. ¿Se habrán ido en su auto? Eso es inusual.

Escuché la puerta del cuarto de Estefanía y salí de mi habitación pensando que era ella quién había salido, pero con quién me topé fue con mi papá. Si no tiene el uniforme puesto, ¿por qué demonios carga con la porra en la casa?

—¿Qué estabas haciendo en la habitación de Estefanía a estas horas? — lo enfrenté.

En su expresión noté que algo no andaba bien. Mayormente no pierde el tiempo en atacarme, siempre explota cuando menos lo espero.

—¿Desde cuándo debo darle explicaciones a un mocoso como tú? Estas son horas de estar entregado en los brazos de Morfeo, no para inmiscuirte en lo que te no te importa. Lárgate a tu habitación. 

Definitivamente su comportamiento era inusual, por eso pasé por encima de todo lo que dijo y entré sin tocar a la habitación de Estefanía. La vi en una esquina de la habitación, con la cabeza recostada en las rodillas y temblando como un cachorrito con frío. En donde estaba sentada pude notar una pequeña mancha rojiza, por eso comencé a atar los cabos. Me arrodillé frente a ella y le removí el cabello hacia atrás para ver su rostro. No vi ningún moretón o herida nueva, aunque pude notar que su cuello estaba un poco rojo. Entonces, ¿de dónde es la sangre? ¿La habrá golpeado en las piernas o en algún otro lugar no visible?

—¿Qué mierda le hiciste? —lo confronté.

—Tu hermana es igual de desobediente que tú. Cualquiera diría que nacieron de la misma madre.

—Deja de llorar y de temblar, y dime, ¿qué te hizo este imbécil? ¿Acaso te golpeó con la porra? — lo miré a él enfurecido, intentando descifrar su reacción—. Eres un puto cobarde. ¿Cómo te atreves a golpearla con eso? ¿Acaso quieres matarla? ¿Qué mierda te ha hecho?

—No me golpeó… — sollozó ella.

—Deja de defenderlo, cobarde. ¿Me crees idiota? Mira, estás sangrando. ¿De dónde estás sangrando, Estefanía? ¿Acaso lo estoy imaginando o qué?