Guardia baja
Por la noche, cerré la puerta con seguro y me mantuve en la cama matando el tiempo en mi computador. No quería cruzarme con ninguno de los dos. Especialmente con ella, pues mi padre debe estar trabajando. Me tomé unas pastillas para el dolor y esparcí la pomada en la herida que me causó mi padre hace dos noches. No importa cuántas veces dé la queja de su maltrato, nadie me hace caso. Tal parece que la versión de un “adolescente rebelde”, contra un agente de la policía es poca cosa en estos tiempos. Deberé esperar a que me termine moliendo a golpes, antes de que alguien me escuche y haga algo al respecto. Sus compañeros se burlan de mí cuando me ven llegar. Las pruebas las tiran a la basura, lo ven como un padre ejemplar que solo reprende y educa bien a su hijo.
Traté de mantenerme despierto, pero mis párpados se sentían cada vez más pesados. La última vez que esa mujer visitó mi habitación fue hace dos semanas. En las noches no puedo dormir bien, teniendo la tendencia de que en cualquier momento se puede aparecer. El cansancio es lo que me termina venciendo muchas veces. Hoy he bajado la guardia de nuevo, ya cuando desperté, esa mujer había atado mis dos manos a las piernas de la cama. Pensé que con haber sacado la cabecera sería suficiente para evitar que volviera a amarrarme, pero me equivoqué.
Mi padre no cree en mí cuando le digo que ella me hace estas cosas. La impotencia es desesperante, pues por más que trato de evitar que me toque o me haga esas cosas, ella siempre se sale con la suya.
—¡Maldita seas, Gloria! ¿Qué demonios quieres ahora?
—No te desquites conmigo por lo que te hizo tu padre.
—¿Crees que puedes engañarme con esa carita de mosquita muerta? Sé perfectamente que fuiste tú quien le dio la queja. ¡Ahora mismo me da igual eso, solo suéltame de una vez! ¡Déjame en paz!
—¿Por qué debes tratarme tan mal? Si no fueras tan rebelde conmigo, podríamos tener una buena e envidiable relación de madre e hijo.
—¡Yo no quiero tener nada contigo, bruja!
—Hoy es la última noche que estaremos solos — se acomodó por mi costado y traté de elevar mi cuerpo —. ¿Es eso lo que te tiene de mal humor?
—¡No me toques!
—Eres muy escandaloso — acercó la cinta que había traído en sus manos y la abrió.
—¡Ya basta! ¡Ayuda! — movía mi cuerpo y tiraba de mis brazos con la esperanza de poder soltarme, incluso mis patadas no la alcanzaban como quería.
Logró taparme la boca, excediéndose con la cantidad de cinta. Me puso tantas que por más que lamía no podía quitármelas. Se me hacía difícil solo respirar por la nariz, pues estaba muy agitado por la fuerza que había hecho minutos antes.
Había cerrado la puerta pensando que eso evitaría que volviera a entrar, pero por lo visto, le ha sacado una copia a la llave. Ni siquiera mi padre tenía la llave de mi habitación y ella lo ha hecho solo para torturarme.
—Si fueras un chico bueno no tendría que llegar a estos extremos, Athan — levantó mi camisa blanca hasta mi pecho y se quedó observando mi abdomen—. Tú y tu padre son tan distintos. Serías perfecto si no fuera por tu actitud. Hasta podríamos pasarla bien juntos, sin necesidad de amarrarte — acarició desde mi torso hasta la altura de mi pene y lo agarró entre sus asquerosas y despreciables manos —. Tan energético, grande, fuerte y lindo. Tu piel es suave, tan parecida a la de una mujer. Mira nada más esos ojos tan hechizantes. Esa mirada me estremece como no tienes idea. Es una dicha haber sido la primera en tenerte, Athan. Haré que nunca te olvides de mí.
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