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Crujiente

—Me harté de tus constantes ataques. Quise evitarte el sufrimiento, pensando que tal vez ibas a cambiar algún día tus actitudes y malos tratos conmigo, porque llegué a pensar que la sangre sería más fuerte que tu odio y desprecio hacia mí, pero me he equivocado por completo. ¿Y sabes qué? Ahora no pienso oponerme a nada de lo que te hagan. Es más, creo que hasta disfrutaré viéndote pasar aunque sea por la mitad del sufrimiento que nos has causado a todos con tus hirientes palabras y con tus malas acciones. 

—Me has dejado anonadado y maravillado con tu forma de pensar, pequeña.

Estefanía se puso nerviosa al verme entrar a la cocina. 

—¿Te he despertado? 

—Te fuiste sin avisar y estaba preocupado, pero habiendo escuchado esta interesantísima conversación, ha hecho de mi mañana una maravilla. Supongo que ya podemos lidiar con esta rata, pues ella misma se ha echado la soga al cuello, por lo tanto, no hay que esperar más. Vigila a esa serpiente unos segundos, no dejes que se arrastre lejos, por favor — fui en busca de la cinta en el armario y el equipo para inmovilizarla. 

Levanté su cuerpo con la ayuda de Estefanía y amarré sus manos a la espalda. Por último, le tapé la boca con varias cintas, asegurándome de que no pudiera quitárselas. Su mejilla estaba quemada, su nariz e incluso parte de los labios también. 

Aún no puedo creer de lo que fue capaz Estefanía. Se ha vuelto una caja de sorpresa. Me alegra mucho saber que por fin despertó y se dio cuenta de la clase de madre que le tocó. Era hora de rebelarnos y no dejarnos pisotear más. Ya fue suficiente de los abusos. 

Agarré el cuchillo de la cocina y lo guardé en mi bolsillo trasero; luego con ayuda de Estefanía, subimos a Gloria a su habitación y le amarramos doblemente las manos en el respaldo de la cama. Aún no reaccionaba como quería, por lo que le dio tiempo a Estefanía a buscar el espejo. Sus ojos siguieron su reflejo y pude notar cómo se cristalizaron. 

—¿Dónde ha quedado tu belleza? ¿Será que aún queda algo bello en ti? — le cuestionó Estefanía. 

—A todos les enmarcas sus defectos, pero ¿serás capaz de enmarcar los tuyos ahora? Mírate, eres una vieja bruja tratando de aparentar lo que no eres y jamás serás. Jamás podrías compararte ni con Estefanía, ni con nadie. ¿Sabes por qué? Porque tu fealdad y pudrición no tiene comparación. Estás podrida tanto por dentro como por fuera. Andas por la vida desesperada buscando atención, algo que no recibes de nadie porque a todos nos das asco. Especialmente a mí, que tantas veces me contaminantes con tu suciedad. Tenías a alguien que buscaba protegerte, pero tú misma la pusiste en tu contra también, demostrando el asco de ser humano que eres. Estas manos han hecho muchas atrocidades y recibirán su castigo muy pronto. Ahora bien, iremos enmarcando tus defectos, uno a uno. ¿Estamos? — agarré su cabello entre mis manos y tiré de el—. Usas extensiones para que no noten tu calvicie— tiré de su cabello tan fuerte, hasta quedarme con un mechón bastante grande de su pelo y escuché sus fuertes quejidos—. Debes aceptar que ya estás bastante vieja para pretender lucir como una chica de quince. Acepta tu realidad — le arrojé el cabello a la cara y no dejaba de mover su cuerpo bajo el desespero.

No podía soltarse, solo tarde o temprano resignarse a sufrir, que esto es nada comparado a lo que le espera.

—Hablemos de tu “abdomen plano y figura perfecta”. Le has dicho gorda y cero atractiva a Estefanía, pero me parece que algo en ti no me cuadra muy bien. Usar fajas para aparentar y que no noten tus kilos de más es un engaño. Ahora bien, ya que tienes las agallas para hablar de la gordura de alguien más, comencemos con la tuya— le enseñé el cuchillo de la cocina y abrió sus ojos de par en par—. ¿Asustada? 

—Athan, ¿qué vas a hacer con eso? 

—Le llamo “moderador de grasa”, pero otras personas le conocen como “despellejar a una ternera”— dije sarcásticamente, levantando su blusa—. Mira nada más lo que tenemos aquí — enterré el filo del cuchillo en forma horizontal, donde pudiera extraer tan solo un pedazo de su abdomen, pero que no fuera tan profundo como para que se desangrara rápidamente. 

Solo fue un pequeño corte, pero rápido. Recuerdo haber dejado afilado el cuchillo cuando fui a cocinar, por lo que no fue tan difícil filetearla. La sábana se llenó de su sangre y con ella misma presioné la herida. Su desesperantes quejidos y movimientos me tenía extasiado y satisfecho. Hubiera dado todo por oír sus gritos a todo pulmón, pero no quiero arriesgarme a que la escuchen los vecinos. Me conformo con verla revolcándose del dolor y con lágrimas en sus ojos. Estefanía estaba viendo todo el procedimiento y esta vez no mostró asco, ni siquiera se fue a vomitar como el otro día. Le mostré el pedazo ensangrentado a Gloria y lo sacudí en mis manos. 

—Te daré a probar de tu propio veneno. No tardo — me levanté de la cama y Estefanía también lo hizo.  

—¿A dónde vas? 

—Presiona su herida. Ya vengo. 

Bajé a la cocina y dejé calentar el aceite, esperando que estuviera en la temperatura adecuada. Necesito hacerlo rápido, pero a su vez que la cocción sea lo suficientemente perfecta, como para que el pedazo pueda masticarlo y no tener que pasar tanto trabajo para hacérselo tragar.  

A pesar de lo desagradable que fue despellejarla, su carne preparada luce muy apetecible. Está limpia, pues yo mismo me encargué de hacerlo. El olor que inundó toda la casa era delicioso, por eso la curiosidad no tardó en aparecer. Probé de ese manjar que yacía servido en el plato y cerré los ojos por ese gusto y textura tan similar a la carne de cerdo. ¿Así que este es el exquisito sabor del triunfo y la venganza? Satisfacción y perfección en su máxima expresión. Las personas no se equivocaron; es un fruto prohibido, pero que vale la pena saborear. Crujiente por fuera, pero blanda por dentro. 

—¿Qué estás haciendo, Athan? 

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