Abuso
Durante clases, lo único que venía a mi mente era lo de anoche. Mi cabeza estaba saturada con cada suceso y detalle. Es como si pudiera oír su fastidiosa voz cerca de mi oído. Quiero borrar esa sonrisa de su rostro. Quiero escuchar sus súplicas y su llanto. Verla arrodillada ante mí. Solo puedo seguir queriendo y anhelando que la vida me permita pasarle factura por todo lo que me ha hecho.
Caminé a paso lento por el pasillo del colegio. Quedarme sentado en el pupitre atraería a esas víboras. Incluso dentro del salón y en presencia de la maestra me han dado varias golpizas y ninguna de ellas interviene.
En busca de evadir a todo el mundo, subí hasta el último piso y me senté en las escaleras. Escuchaba el bullicio de esa gentuza haciendo eco en mi cabeza. Quisiera desaparecer de este lugar, de este planeta, poder reencontrarme con mi mamá y abrazarla así sea una última vez.
—Aquí estás, Athan... — vi a Estefanía subir las escaleras y suspiré molesto.
—¿Tú otra vez? ¿Acaso hablé en otro idioma cuando dije que no quería hacer amistades y mucho menos con una abominación como tú?
—No sé qué te hizo mi mamá, ni siquiera sé por qué me odias tanto si ni nos conocemos.
—¿Te has visto en un espejo?
—Todo el tiempo… — suspiró, llevando sus manos a la espalda—. Yo no quería quedarme a vivir con mi mamá, pero la guerra por quién se quedaría con mi custodia la ganó ella, y aquí estoy, estudiando en un colegio donde todos me tratan mal y a punto de vivir con dos personas desconocidas y con una madre que siempre ha estado ausente en mi vida. ¿Crees que es fácil? La última vez que la vi fue cuando tenía diez años y luego de la nada me dicen que deberé vivir con ella.
—¿Por qué me dices todo esto? Déjame adivinar, ¿quieres que te tenga lástima? No me interesa tu vida en lo más mínimo, ni nada que tenga que ver con la perra de tu madre.
—No quiero que me tengas lástima, solo me gustaría llevar la fiesta en paz contigo.
—Si quieres llevar la fiesta en paz, es mejor que no digas una sola palabra más y no te cruces en mi camino. ¿Podrías hacer eso por mí? Gracias — me levanté del escalón y pasé por su lado, en busca de perderme y no seguir viendo su patético rostro.
Definitivamente es su hija, son idénticas en muchos aspectos, especialmente en esa única forma de dar lástima.
Durante la tarde, tuve el privilegio de no cruzarme con esos idiotas abusadores. Ahora que tienen un saco de boxeo nuevo, tal vez me dejen en paz. Regresé a casa solo, esa mujer vino caminando detrás de mí, por fortuna, manteniendo la distancia. Subí a mi habitación a asearme, para después ir en busca de comida en la cocina, pues desde esta mañana me faltaba el apetito, pero ya mi estómago está gritando de hambre.
La casa había estado en completo silencio, hasta que escuché unos fuertes ruidos arriba, que provenían del cuarto de invitados. Subí en puntillas las escaleras, es extraño que mi padre no se haya despertado por los gritos que a medida que subía, más fuerte se oían. El llanto era de Estefanía y la voz mayor era de esa bruja. Me asomé por la ranura de la puerta y vi como la mano de Gloria estaba agarrando el cabello de Estefanía, con tanta fuerza que pensé que se quedaría con su cabello en la mano.
—¡Quiero volver con mi papá! — sollozó.
—Repitelo, vamos a ver si te atreves.
—No quiero estar más aquí. No me gusta este lugar.
Con la otra mano le pellizcó la nariz y se la torció, por lo que tuve que intervenir a tiempo.
—Vaya don que tienes de madre, bruja. Tú y mi padre son el uno para el otro; igual de abusivos y despreciables.
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