34. Hasta Que El Sol Se Congele
WOORI
3:46 p.m
A las tres de la tarde con cuarenta y seis minutos, un desolado Kim Taehyung subió a la camilla para recostarse a mi lado; me acurrucó en sus brazos mientras acariciaba mi espalda, y con labios temblorosos depositó suaves besos en la parte superior de mi cabeza.
Es una pena, pensé, porque fácilmente podría haberme quedado así el resto de mi vida, lo cual resultó ser estúpidamente irónico.
Miedo es lo que había en su respiración, miedo era lo que había detrás del palpitar de su corazón.
Todos teníamos miedo.
Pero mi temor iba más allá de sólo cerrar los ojos y no volver a abrirlos jamás. Cuando la abuela murió, el choque de realidad fue de lo más intenso que he sentido alguna vez. Fue la primera vez que comprendí cuan efímera era la vida de los seres humanos, y la importancia que tenía el ser honesto con uno mismo en cuerpo y alma.
Recuerdo que mamá no pudo con la tristeza, se encerró en su habitación a llorar día y noche por tres semanas. Papá estuvo a su lado cada segundo. Yo llevé mi luto de otra manera; me perdí por dos días enteros en la librería. Cogí una maleta con lo indispensable, y fingí tener diez años de nuevo, eso significaba que podría dormir en la casa de la abuela por el fin de semana. Llegué apenas amaneció, y no me marche de ahí hasta que la noche del día siguiente cayó. Dormí en su cama, limpié su cocina, empaqueté su recuerdo.
Pero había algo que me carcomía: ¿qué sería de ella? Sí, la habíamos puesto en una urna en un nicho junto al del abuelo, pero no era ahí donde su espíritu yacía. ¿Qué había de su esencia? ¿A dónde se había ido todo eso? De ahí mi angustia. No podía dejar de preguntarme qué es lo que pasa cuando uno se muere. ¿Qué pasa con nuestra alma, con nuestros pensamientos al dejar esta vida?
A las tres de la tarde con cincuenta minutos, pregunté:
—¿Crees en el cielo? — mi voz fue apenas audible. Él asintió.
—Creo que todo lo que hemos hecho, lo que recordamos y sentimos, se tiene que ir a algún lado.
—¿Y cómo crees que sea?
Me echó un vistazo. —¿El cielo?
—Sip.
—No sé. Espero que sea un lugar donde no exista otra preocupación más que la de no olvidar los buenos momentos. Un lugar donde, aunque estés solo, te sepas amado y recordado.
—¿Crees que tu mamá y mi abuela estén ahí?
Sonrió ampliamente. —Estoy seguro.
—Genial, necesitaba alguien que me recibiera. — reí suavemente asintiendo y tomando su mano.
—Oh, no creo que le agrades a mamá, porque tú sabes..., le quitaste la castidad a su hijo y eso.
Fingí semblantear la situación.
—Le di nietos.
—Eso es un buen punto.— apretó mi mano y besó mi sien. —Te va a amar.
—Ya lo sé. Todo el mundo me ama.
—Y quien no lo hace es porque no te conoce.
—Soy una mujer afortunada.
—Grítalo si quieres, es verdad. Piénsalo, lograste que me casara contigo.
—Oh, muchacho, ¿ya vas a empezar?
—No quieras contradecirme, mujer. —Se incorporó un poco, sentándose junto a mí en la camilla, metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó un sobre rojo. —Tengo algo para ti. Es una carta que escribí hace un tiempo para ti, y creí que nunca te la daría.
—Y ahora que me voy a morir tienes cargo de conciencia y decidiste que es mejor dármela ahora. —bromeé.
—Algo así. Es un incentivo.
Fruncí el ceño. —No entiendo.
—Te la entregaré cuando salgas de la operación y tengas al bebé en tus brazos. Así que, si quieres leer esta carta, tendrás que sobrevivir.
—¿Es tan importante lo que escribiste ahí?
—La verdad no lo sé. Lo que sí sé es que haré cualquier cosa y usaré toda excusa posible para mantenerte a mí lado. —nuevamente lágrimas se aglomeraron en sus ojos.
—Yo también tengo una para ti— le entregué las hojas dobladas que había sacado de debajo de la almohada.
—No voy a leerla.— La recibió, pero la guardó junto a la otra.
—¿Por qué no?
—Porque todo va a salir bien y entonces podrás decirme de frente todo lo que escribiste en esta carta.
—Taehyung....—empecé a negar con la cabeza.
Sin nada más que decirme, me abrazó. Pude sentir todo su amor. Escondió su cabeza en mi cuello mientras que con sus manos acariciaba mi cabello.
—No te atrevas a dejarme, Woori. Te necesito. — hipó entre mi cabeza y mi hombro.
Tomé su rostro en mis manos obligándolo a mirarme, sus ojos estaban rojos e implorantes.
—Ni sé si me creerás, pero yo te necesito más de lo que tú puedes llegar a necesitarme.
—Te amo. — me dijo.
Sonreí sólo para nosotros. —Cuando me miras a los ojos y me dices que me amas, todo parece estar bien.
—Te amo— repitió, esparciendo besos por todo mi rostro—. Te amo. Te amo.
Pasé mi mano a través de su cabello, tratando de grabarme en los dedos la sacudida de su cuerpo con mi toque.
—¿Y seguirás amándome?
Sonrió con tristeza. —Hasta que el sol se congele.
Cerré los ojos y comencé a llorar, de nuevo. Odiaba llorar, detestaba la sensación de humedad correr por las mejillas y las gotas manchar tu ropa. Él volvió a besarme, yo lo besé tan lento, pero al mismo tiempo firme y decidido. Quería impregnarme de sus besos para recordarlos en mi cabeza. Me dio uno de sus abrazos, uno en el que se estaba despidiendo, otro en el que me pedía que no me fuera y uno más donde mantenía la esperanza.
Por el rabillo del ojo alcancé a mirar el reloj. Era hora, el momento había llegado.
A las cuatro de la tarde con nueve minutos le murmuré al oído:
—Adiós.
Tragó saliva, mirándome. —Nunca digas adiós, porque decir adiós significa ir lejos para no volver. Esto es un hasta luego.
Negué con la cabeza.
—Siempre fuiste tú, Taehyung. Mi corazón, mi vida, siempre fuiste tú. —Lo besé por última vez. —Te amo.
—WooRi...
—Adiós.
4:10. Es hora del gran final.
Lo siguiente sucedió demasiado rápido para gusto de todos. Los médicos entraron acompañados de un camillero que me llevaría al quirófano. Antes de marcharme a mi destino mis padres me abrazaron. Todo el trayecto Tae sostuvo mi mano, pero evitando darme un vistazo intencional. No le reclamé en absoluto, al contrario, se lo agradecí; al menos uno de los dos tendría la fuerza suficiente. El camillero se detuvo al pie del ascensor. Mientras esperábamos que éste abriera sus puertas, divisé a Mari-na y Bo-mi tomadas de la mano con los ojos llorosos; les dediqué una gran sonrisa, ellas me devolvieron una igual. El enfermero ayudó a empujarme dentro. A Taehyung se le permitió acompañarnos, pero le dejaron claro que una vez llegados a piso, ese sería el final de su trayecto. Ya que me habían ingresado al quirófano y me tuvieron en la plancha de metal, todavía pude alcanzarlo a ver a través de la ventanilla redonda.
Mi chico rebelde...
Una mujer revisó mis signos vitales y mi presión arterial, me preguntó algunas cosas sin importancia y a continuación me pusieron la máscara de oxígeno.
—Cuenta hasta diez, bonita. Vas quedarte dormida.
Tengo miedo de dormir y nunca despertar. El gas empezó a salir por la manguera.
Giré la cabeza hacia la izquierda donde todavía podía ver a Taehyung desde el otro lado.
Diez.
Diez, ¿qué? ¿Qué había dicho la enfermera?
— Cuenta hasta diez. —repitió.
¿Diez segundos? Bien, podía hacerlo, podía contar hasta el diez. Eso significaba verlo durante otros diez segundos más. Taehyung, sólo tenemos diez segundos. Lo miraría por diez segundos más.
Tenía tantas ganas de hacerlo que simplemente seguí mirándolo. Hasta el final.
Uno.
No estoy lista.
Dos.
Tengo miedo.
Tres.
¿Qué va a ser de ellos?
Cuatro.
Quiero gritar.
Cinco.
Me siento débil.
Seis.
Tuviste una vida maravillosa, Go WooRi.
Siete.
SeokJin...
Ocho.
Bo-mi, te voy a extrañar.
Nueve.
JiNa, no odies a mami por esto.
Diez.
Se nos acabó el tiempo, Tae. Gracias por ser mi persona.
Mis ojos se cerraron por completo.
KIM TAEHYUNG
5:35 p.m. Ese puto reloj.
—Está en el quirófano, el médico les avisará sobre su estado.
—¡El maldito tiempo sigue pasando! ¡¿Por qué todos continúan diciendo lo mismo?! — Golpeé la pared, desesperado. La enfermera en la recepción se sacudió del susto. Cuando regresé la mirada hacia la familia, Mari-na estaba hecha un río de lágrimas, su esposo Bum corrió a abrazarla justo al mismo tiempo que Bo-mi se acercó cuidadosamente a mí.
—Todo va a estar bien.—susurró ella tocando mi hombro. Mi corazón se hizo trizas.
Me aparté como si ella llevara un arma entre las manos, caminando hacia atrás. Todos me miraban. ¿Cómo podían estar tan seguros de que WooRi estaría bien? Ellos no escucharon lo que yo escuché, ellos no la vieron cerrar los ojos como si se hubiera dado por vencida, ¡Ella está luchando por su vida!
Montones de imágenes rondaron mi cabeza: la primera vez que la vi, la primera sonrisa que me dio, sus risas, sus enojos, sus tristezas. Su rostro cuando le pedí matrimonio, las forma en que sus ojos brillaron cuando me dijo que me amaba; la forma en la que ella me abraza cuando pasaba sus brazos alrededor de mi cintura mientras yo le doy la espalda.
Por favor...No.
WooRi no se iría. No podía.
No puedes hacernos esto. No puedes dejarme, no te atrevas a dejarme.
Cerré los ojos. Y lloré. No permití que los pensamientos me hicieran más daño. Me obligué a creer que ella estaría bien.
—Necesito verla. —clamé. —Quiero abrazar a mi hija. Tengo que llamarla, no quiero que esté preocupada.
—Taehyung —Yoon Bo-mi me quitó el teléfono de las manos. —Acabo de hablar con EonJin, JiNa está bien.
—¿Cómo lo sabes? ¿Ella te lo dijo?
—Para ya. Tu hija está bien, ella ni siquiera sabe lo que está sucediendo. Tu hermana acaba de dejarla en casa de la mamá de Mari-na. JiNa va a pasarse la tarde jugando con Dongsun, si la llamas, vas a provocar que sólo se inquiete.
Mis labios temblaron. —Mi bebé no sabe sobre su mamá. Si esto se va a la mierda...si WooRi...¿cómo se lo voy a explicar?
—No vas a tener que explicarle nada, ¿me entiendes? Para mañana esto habrá sido un trago amargo y estaremos burlándonos de lo absurdos que somos.
—Taehyung —Me llama la mamá de WooRi al tiempo que se levanta de la silla.
Uno de tantos doctores salé por la puerta del quirófano, seguido de una enfermera y otros dos hombres. Ellos ceden el paso hacia adentro a cuatro personas uniformadas. El sujeto camina lentamente hacia nosotros mientras se quita su cubre bocas. No pregunta quién es familiar de WooRi, sólo se queda parado en medio de nosotros y dedica unos segundos a mirarnos. A todos. Observa detalladamente a este grupo de personas que está aquí por una sola alma, aquella que nos une. Somos como el sistema solar que se mueve alrededor de un sol que nos irradia vida. WooRi es nuestro sol.
—No pudimos salvarlos, hicimos lo humanamente posible. —dice.
Todo se detiene.
Somos los planetas, y la rotación se detiene tan de repente que chocamos unos contra otros.
¿Qué pasa cuando el sol que llena de calor se apaga? ¿Qué pasa con los planetas?, ¿También mueren?
"No pudimos salvarlos."
Sal-var-los.
A ninguno de los dos.
Decir que me acaban de arrancar el corazón a quemarropa es poco a comparación de lo que estoy sintiendo. Pego la espalda a la pared y me dejo caer al piso mientras lloro de desesperación sin hacer un solo y miserable sonido.
Ella se ha ido.
Ambos.
...Ambos.
Grito tan duro que no me detengo hasta que estoy seguro que tengo los pulmones vacíos y la garganta desgarrada a carne viva.
Mi WooRi.
Siento brazos tratando de darme consuelo, o soporte, no me interesa. Los alejo de mí como si quemaran. No quiero que nadie me toque. Que mejor alguien me despierte de esta pesadilla, por favor; se los suplico.
Como si mis ruegos fueran escuchados, una figura cansada y preocupada aparece por el pasillo viendo la devastadora escena. Mi único consuelo. Mi enemigo, mi mejor amigo.
Me ubica entre toda la gente presente en la sala de espera, rápidamente se acerca a mí. Se toma un instante para observar como todos lloran, entonces su mirada se cruza con la mía y no puedo hacer otra cosa más que abrazarlo.
Lo sabe. La piel de sus brazos registra la noticia.
Lloro en su hombro y me siento tan débil. Me estoy muriendo en vida.
—Mi hija... —me ahogo en mi llanto. —Hyung, mi bebé...
La historia se repite. Tiene que ser una puta broma.
La vida, siendo aliada del destino, toma las casualidades y las convierte en tus enemigas, en tus pesadillas; en esos recuerdos que te atormentarán hasta el final de tus días.
—Iremos por ella, te la traeré.
Jin me ha leído la mente, de otra forma no me habría dicho eso.
—No. —hipo—Tengo que verla primero. Necesito verla. — ruego cuando me separo de Seokjin.
—Señor — carraspea el doctor—, ella murió.
Escucharlo repetir esa frase hace que mi sangre hierva y mi alma se despedace. Me mira como si me fuera imposible comprender el significado de sus palabras.
—Ya lo sé —espeto—, lo he escuchado la primera vez. Tengo que ver a mi esposa. Su cuerpo, lo que sea. Antes de que le hagan nada, tengo que verla.
Después de lo que pudo haber sido una hora, un enfermero me dirige a un pequeño y frío cuarto. El cuerpo inerte de WooRi está sobre una larga plancha de acero, está vestida con una bata azul, y su cuerpo está cubierto por una sábana blanca.
Sus facciones están relajadas, casi en paz.
Pareciera que estuviese durmiendo. Sus pequeños ojos cerrados, sus carnosos labios ahora secos y partidos. Sus mejillas aún conservan un poco de rubor, apenas una pincelada. Es como si estuviera durmiendo.
Pero no está soñando.
No respira.
Está muerta.
Mi mandíbula tiembla al igual que mi cuerpo. Con pasos lentos e indecisos me coloco a su lado. Su cuerpo ya no irradia ese calor, y mi corazón vuelve a doler. Con dedos temerosos acaricio su mano, las yemas de mis dedos registran el último toque.
—Nunca fuiste de dar sorpresas, pero me habría encantado verte salir de ese quirófano...viva, por supuesto.
Uno de los pasantes más jóvenes viene a dejarme el acta de defunción antes de retirarse. No puedo mirarlo, si lo hago terminaré descargando todo mi odio contra él. Espero a que se vaya. Este vómito verbal en forma de catarsis es solo para ella.
—Te quiero.— le susurro a la nada.— Te amo con todo lo que soy, todo lo que he sido y todo lo que espero ser.
Miro a mi alrededor asegurándome de que nos encontramos solos. Tomando un par de respiraciones profundas, me preparo para lo que vendrá. Una vida sin ella.
Rozo suavemente su frío rostro, dejo una lágrima correr por mi mejilla.
—Te amo con mi pasado y te amo por mi futuro. Te amo por la hija que me diste, por los hijos que hubiésemos tenido, por las noches a tu lado, y por los días que estuvimos juntos. Te amo por todas y cada una de mis sonrisas, y más aún, te amo por todas y cada una de las tuyas. —Me derrumbo. — No...no puedo, no puedo imaginar que nunca más regresarás a casa. ¿Qué va a pasar con nosotros ahora? Estaremos rotos, amor. ¿Cómo vivir una vida si ti? ¿Cómo le hago? —Jadeo. — ¿Cómo puede morir alguien tan llena de vida como tú?
Aprieto los ojos con el alma atenazada por el sufrimiento. Recargo mi frente en su hombro apenas descubierto, y con toda la fuerza que me queda, deposito un beso en su cuello sin pulso.
—Te amo. Sabes eso, ¿verdad? Lo sabías, ¿cierto? — Alzo la cabeza pegando mis labios a su oído. —WooRi...te amaré todos los días de mi vida.
Y sé que lo haré.
Porque el amor verdadero nunca muere. Cura y lastima, lucha y vence, perdura o fracasa. Pero nunca muere.
Sólo sigue y sigue.
Para siempre. Hasta que el sol se congele.
Existe algo trágicamente esperanzador y agónico en este capítulo en particular; al menos yo lo siento así. No importa cuantas veces lo lea, sigue rompiéndome el corazón.
A ti, que has llegado hasta aquí, leído y vivido estos personajes junto a mí...Gracias. Enserio, muchas gracias.
Pronto el epílogo.
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