2. Tu mejor movimiento
WOORI
—Tienes que estar bromeando.
—¡Ay, por favor! ¿Entonces qué quieres hacer?
Yoon Bo-mi, que caminaba conmigo enganchada del brazo, luciendo como una hippie con sentido de la moda, no dejaba de hacer muecas ante mis quejas desde que habíamos dejado las oficinas del banco varias calles atrás.
—No puedo quedármelo. —Insistí.
—¿Y por qué no?
—No me pertenece. El dinero no aparece mágicamente a nombre de personas al azar.
—El sujeto de allá lo dijo, no encuentran nada irregular. Es tuyo.
—Debe haber sido un error, alguien debió equivocarse.
—Quizá, pero no es tu problema. Deja el drama de una vez y céntrate en lo positivo; no perderás la academia.
La verdad es que no importaba cuánto lo deseara, no podía pensar con claridad. Aún no entendía cómo de pronto había más dinero en mi cuenta bancaria y justo el que necesitaba para pagar mis rentas retrasadas. Esto culminaba las últimas dos semanas que habían resultado desastrosas; desde la notificación de desalojo de mi arrendador, hasta mi decepcionante ánimo por la lenta resignación de no volver a coincidir nunca más con Kim Seokjin. O quizá, puede que solo haya sido la premisa del calor prometedor para el verano que se avecinaba y que nos tenía a la mayoría de los transeúntes con ropas ligeras, sudor en las frentes y un humor dispuesto a reventar ante cualquier provocación. Sin duda sería una temporada sofocante.
—Siento que la cabeza va a explotarme.
—Sólo estás molesta porque por primera vez, no pudiste tener el control de la situación.
—Cállate. — Resoplé hacia ella y descrucé nuestros brazos para adelantármele. Ella tenía razón, pero yo no iba a admitirlo, y eso me molestaba todavía más.
No estaba bromeando. Necesitaba un momento de paz, gritarle a alguien, una bebida fría y puede que una siesta. Ya que nos hallábamos tan cerca de la academia, al menos una de mis cuatro necesidades momentáneas se encontraba a la vuelta de la esquina, literalmente. La fachada de la cafetería recién inaugurada fue como un acogimiento de brazos abiertos para una de esas extrañas ocasiones en las que sientes que una energía estuviese a punto de abducirte y te obligara a cambiar la rutina, por muy mínimo que sea el detalle.
—¡Oye! —exclamó Yoon Bo-mi acelerando sus pasos. Cuando me alcanzó, palmeó mi hombro. — Anda ya, no te pongas de ese carácter. Mejor entremos.
—Espera. —Tomándonos a ambas desprevenidas sujeté su muñeca, no supe muy bien por qué; buscando algo de apoyo, supongo.
—¿Qué sucede?
—No...no lo sé. —Y era cierto. Por eso me quedé ahí, aferrada a mi mejor amiga, observando el rótulo elegante y sobrio de letras anaranjadas.
—Se nos hará tarde.
Parpadeé, asentí, y me dejé guiar. Apenas pusimos un pie adentro de la cafetería, percibí la vibra pomposa que contrastaba con la frescura del decorado. Uno podría acostumbrarse fácilmente a la comodidad y así querer permanecer, pero no estaba muy segura de que en esas sillas acolchonadas pudiera tener las más comunes y profundas conversaciones.
Bo-mi, cuyo teléfono acababa de sonar, me dejó sola en la fila para atender su llamada en la mesa más alejada del ruido. Cuando fue mi turno de ordenar me apresuré a pagar con la reserva de efectivo que llevaba conmigo, al dar la media vuelta, casi fui golpeada por el cuerpo de una mujer que parecía tener demasiada prisa por llegar a su reunión. Aunque de inmediato no pude verle el rostro, resalté el hecho de que usaba ropa para imponer, un perfume asquerosamente dulce y tacones brillantes, casi tan brillantes como su brazalete dorado.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Ya estoy aquí! —Gimió aquella desconocida con la voz más gangosa de todos los tiempos, ondeando su mano hacia quien esperaba por ella.
Por pura conmoción fue que la seguí con la vista, y lo que encontré no podría haberlo imaginado ni en mis últimos días de desvelo: Kim SeokJin, antes apodado cosa número dos, el hombre en quien no había dejado de pensar últimamente, se encontraba al otro lado del establecimiento rodeado de otros cuatro hombres más; riendo, vestido de pantalón y camisa, la luz enmarcando lo perfilado de su mandíbula y viéndose capaz de cambiar al mundo con un movimiento de cabeza.
En un segundo me convertí en un pesado saco de nada. Quiero decir, las piernas no me temblaron ni mi corazón dio un vuelco, sólo sentí el estrujón de la emoción torcer mis entrañas. No lograba entender; ¿qué probabilidad existía de que, luego de creer que no volvería a verlo, viniera a encontrarlo exactamente en el punto céntrico entre el banco y mi academia? Decidí tomar esa casualidad como coincidencia y no como destino, si le hubiese dado ese crédito, habría significado una derrota personal sentir envidia por la mujer de antes que directo y sin escalas fue a sentarse al lado de Jin quien, luego de darle un trago a su café, le acarició el brazo con bastante familiaridad para después susurrarle algo.
—¡Orden de WooRi!
Mi nombre en la voz del empleado se escuchó por todo el lugar, pero no esperaba que Seokjin reaccionara a él como lo hizo. Se enderezó rápidamente, casi podía jurar que su comportamiento fue como si hubiese estado esperado de antemano a que de entre todas las WooRis del mundo, fuese yo quien apareciera ahí, pues al alzar la cabeza, me localizó de inmediato. Lo vi levantarse de su mesa, la cual compartía con otros tipos vestidos de traje y la señorita de las sonrisas coquetas.
Al acercarse, se aseguró de llevar bien puesto el saco y se aclaró la garganta antes de hablar. —WooRi.
—Hola. — traté de sonar como si no me faltara la respiración.
—No lo creo. El lugar más improbable del planeta para encontrarnos y aquí estamos.
—Yo... — Me había quedado sin palabras. Él, de pie frente a mí, con su potente seguridad, trastocó todo lo yo que sabía sobre autocontrol. Dudo que existiera una mujer en la faz de la tierra que supiera cómo sobrellevar la entereza de este hombre.
Eché un vistazo a sus acompañantes y me percaté de que cierta mujer en especial me miraba con prepotencia. De inmediato pensé: Eres demasiado hermosa como para tener esa expresión en tu rostro.
—¿Sí?
Regresé mi atención a él. —Perdona, ha sido un día muy extraño.
—¿Qué tanto? —Sonrió de lado.
—Al parecer, de la nada apareció en mi cuenta de ahorros el dinero suficiente para liquidar mis deudas. Es como si hubiera aparecido un ángel guardián para ayudarme a no perder lo único que tengo.
—Son grandes noticias, ¿no te lo parece?
—Podría decirse.
—Y...¿tienes alguna idea de quién fue el héroe misterioso? — cruzó los brazos frente a su pecho. El movimiento hizo que sus músculos se marcaran a través de la ropa. Tragué saliva al imaginarme la sensación de sus brazos alrededor de mi cuerpo. — ¿WooRi?
—Eh...no. — Agaché la cabeza de inmediato para que no fuese tan evidente mi sonrojo al ser atrapada mirándolo. —En el banco no supieron darme razón.
—Me alegro de que todo se resolviera. Ha sido maravilloso verte otra vez, WooRi, pensé que pasaría más tiempo antes de encontrarnos. Parece que después de todo...
— ¿Qué? — lo incité a continuar.
Sacudió ligeramente la cabeza. —Nada.
Desde la otra mesa uno de sus colaboradores gritó: —¡Jin, tenemos que irnos!
—Creo que debes irte.
Él sobó su sien, fue casi cómico como su rostro se volvió una mueca de total desagrado. — Hagamos algo: la próxima vez que nos veamos intercambiamos números, ¿tenemos un trato?
—Por supuesto. —No entendí su punto, si me lo preguntan.
Dio un paso más cerca de mí.
—Eres un libro abierto, WooRi, uno muy interesante. — tomó mi mano y me jaló sutilmente hacia él, besando nuevamente la comisura derecha de mi boca.
Luego de que me soltara, lo seguí con la vista hasta que regresó a la mesa para tomar su saco.
—¡Orden de WooRi!
¡Cierto! ¡Las bebidas!
Me di la vuelta hacia el mostrador. El chico tenía ambas bebidas en las manos, una ceja alzada y una expresión de querer asesinar a alguien.
—Lo lamento.
—Sí, lo que sea. —respondió entre dientes después de entregarme mi orden.
Yendo hacia la mesa donde Bo-mi se encontraba sentada todavía atendiendo su llamada, sin poder evitarlo lo busqué con la mirada por todo el lugar. Lo encontré abriéndoles la puerta a sus colegas, les sonreía de forma casual, pero parecía que él también estaba tratando de no perderme de vista, pues cuando nuestros ojos chocaron justo antes de que él saliera del establecimiento, guiñó su ojo hacia mí y yo me sonrojé, otra vez.
—Muy bien, señorita... —dijo Bo-mi dejando el teléfono sobre la mesa cuando me senté frente a ella. —Atesora cada momento a mi lado, porque cuando me vuelva famosa no esperes que tenga tiempo para ti.
—¿De qué rayos hablas?
— ¿Recuerdas la exposición de hace unos meses que tú y Mari-na me ayudaron a montar? Resulta que entre la gente que asistió al evento, había un productor de cine.
—¿Y?
—Me llamaron de su oficina, quieren que haga el arte gráfico de su nueva película.
—¿Es una broma?
—¿Crees que jugaría con algo así? —Ante mi silencio, ella continuó: —Bueno, siempre hay una posibilidad, pero no es el caso esta vez. ¡Amiga, voy a trabajar en cine!
Habría sido imposible contener la emoción de Bo-mi en ese momento. Al igual que ella, mi corazón se hinchó de felicidad pura. por quien había sido mi mejor amiga desde niñas. Saber que los sueños de quien había sido mi mejor amiga desde la infancia comenzaban a hacerse realidad, me llenó de eufórica paz. Y puede que también de algo de envidia.
Las siguientes tres noches, su nuevo empleo fue nuestro único tema de conversación. No imaginábamos como sería cuando ella se presentara al set de filmación y la cantidad de autógrafos que podría conseguir. Sin embargo, al cuarto día le fue notificado la fecha y lugar donde debía presentarse para conocer únicamente al equipo creativo con el que colaboraría; fue así como nuestras ilusiones de fanáticas se vieron hechas pedazos.
Semana y media después, me encontraba de noche sola en el estudio alistándome para la clase individual de Tango que alguien, inusualmente, había reservado. Habían sido días tranquilos sin ninguna relevancia, sobre todo en la librería, donde no volvió a haber rastro alguno de Seokjin y su amigo.
El timbre del intercomunicador se escuchó justo cuando terminé de hacerme el nudo del cabello. —¡Un momento!
Me apresuré a abrir la puerta, y cuando lo hice, juro que casi me fui de espaldas.
—Hola.
—¿Qué haces aquí?
Kim Seokjin miró en todas direcciones excepto al frente. Parecía algo incómodo y apenado frotando su palma contra la nuca.
—Por favor, no creas que soy un psicópata acosador.
Arqueé una ceja. — Esta sería la segunda vez que niegas ser uno.
—Si me permites pasar, puedo explicarte.
Miré en ambas direcciones de la calle, al cielo, y luego a él. —Sólo porque parece que está por llover.
—Gracias.
Luego de cerrar la puerta me crucé de brazos. —Tienes cinco minutos.
—Bien. Da la casualidad de que...—se lamió los labios tratando de acomodar las palabras. Apretó los ojos, parecía listo para arrojarse a una pileta helada. —Puede o no ser que mi amigo te buscara en internet luego de que tu nombre saliera a conversación. Un número telefónico apareció junto con otra útil información, él llamó, me dijo que tenía que estar aquí a las ocho y...
Arqueé una ceja. —Aunque parece que estoy entendiendo, no dejo de pensar en que debería preocuparme.
—¡No! En absoluto. Tampoco sé muy bien qué era lo que pretendía al venir hasta aquí. Así que...me iré ahora mismo. De verdad, lamento si te incomodé.
Hizo una pequeña reverencia y estiró la mano hacia la palanca de la puerta.
—Espera. —Solté de la nada, luego suspiré al darme cuenta de lo que estaba por hacer. —Ya estás aquí, ¿no es así? Me pagaron para que te diera una clase. Quizá podemos intentarlo.
El alivio cruzó por su rostro al momento de tomar su mano y encaminarlo al salón. Seokjin soltó un silbido de asombro y no pude evitar sentirme orgullosa del lugar. Piso de duela, espejos en todas partes, barras para estirar y afiches de los más grandes bailarines de todo el mundo. En una esquina tenía cubículos para que los estudiantes guardaran sus cosas, al lado había una banquita para que descansaran y junto, un dispensador de agua. El estudio de danza era uno de mis más grandes logros.
—Esto es genial. — caminó hasta el centro del salón con las manos en los bolsillos, examinó cada detalle. Me sentía feliz sabiendo que a él le gustaba mi espacio.
— Así que... ¿tango, señor Kim?
—No me llames señor, siento que estás hablando con mi padre.
—El saco y la corbata creo que no son cómodos para esto.
Sin protestar se quitó las prendas y las arrojó al suelo. —Listo, soy todo tuyo. Debo advertirte que soy pésimo bailarín. Soy perfecto en todo lo demás, quiero decir, mira esta cara, pero el baile y yo jamás no hemos llevado bien.
—Será quizá porque nunca tuviste una maestra como yo. —Ganando algo de confianza guiñé el ojo. —Bien, te explicaré lo básico.
— ¿Es de cerezo? —Susurró cerca de mi cuello. —Me gusta tu perfume.
Me petrifiqué ahí mismo, aunque me vi obligada a seguir respirando.
Ignorándolo, continué hablando. —En el tango, la serie básica que hace el hombre, la mujer la ejecuta con la pierna contraria. Así evitan chocar.
Realicé la secuencia paso por paso tratando de ser lo más explícita posible. De vez en cuando lo atrapé robándome miradas y no poniendo atención a la lección. Fue sencillo una vez que encontró la confianza necesaria como para intentarlo. Cuarenta minutos después, él tenía una serie de pasos aprendidos que mejorarían con algo más de práctica.
—Una cena mañana.
—Ahora da un paso para atrás. —le instruí y él me tomó de la cintura.
—No te vas a arrepentir. — Prometió, mientras tomaba mi mano y me daba dos vueltas haciéndome quedar pegada su cuerpo.
Se inclinó conmigo hacia un lado, quedé a centímetros del piso. Luego me levantó y nuestros rostros estuvieron demasiado cerca para besarnos o intercambiar nuestras almas.
—Creí que no sabías bailar. — no supe exactamente en qué momento mi voz se volvió jadeante, pero al notarlo, tuve que separarme de él.
—Aún no has aceptado mi propuesta.
Apreté lo ojos y respiré profundamente para darme valor. Hasta ahí llegaba mi autocontrol. Él me convertía en masilla.
—No has mencionado la hora.
—Es una cena, tú eres la dama. Tú dime la hora.
—Salgo a las cinco y media de la librería.
—Pasaré por ti a las ocho. — Me estrechó a su pecho.
—De acuerdo. —Jadeé y él sonrió satisfecho.
—Me estoy divirtiendo, pero debo irme ya. La niñera cobra horas extras.
¡¿Disculpa?!—¿Niñera?
—Sí.
—¿Qué edad tiene tu hijo?
Sus ojos casi salieron de sus orbitas cuando me miró horrorizado. —¡No tengo hijos!
—Pero dijiste...
—Eres fascinante, WooRi. ¿De verdad creíste que...? A quien engañamos, ¡claro que lo creíste! — Soltó una carcajada.— Lo siento, mi culpa. Me refería a Taehyung, mi mejor amigo. Lo dejé en un bar cercano para poder venir aquí, pero si no paso pronto por él tendré que pagar el resto de su cuenta. Gracias por la clase.
Se encaminó hacia la puerta.
— ¿Quieres que te dé mi número? —No fue un grito, pero estoy segura que la pregunta salió con un tono de voz bastante más alto de lo normal.
—Te daré el mío, ¿qué te parece?
Aún sin responder, literalmente corrí hacia mi casillero de donde saqué el aparato de mi bolso y en tres pasos volví a estar frente a él. Mordí impacientemente mi labio inferior viéndolo crear su contacto. Cuando terminó, me tendió de vuelta el teléfono.
—Envíame un mensaje cuando llegues a casa esta noche, así podré guardar el tuyo y llamarte.
Lo acompañé hasta la salida, después arreglé mis cosas y salí para encontrarme con Kim Bum que, como todos los jueves, pasaba por mí y me llevaba a casa.
—Deja de mirarme así. — giré hacia la ventana y me entretuve ajustando la correa de mi mochila.
Mi amigo me estaba mirando como si intentara ver dentro de mi cabeza y eso no me gustaba en absoluto. Desde que había subido a su auto, él estuvo mirándome por el rabillo del ojo. Kim Bum había sido hasta ese momento, el único hombre aparte de mi padre que podía descifrar mis expresiones. Nunca fui buena ocultándole las cosas, simplemente no podía mentirle. No a él. Eso me había traído malos ratos en el pasado.
— ¿Lo has visto? — preguntó de pronto. Me di cuenta de que habíamos pasado y dejado atrás la calle de mi edificio.
— ¿A quién?
Esto no era bueno. Tenía años que no hacía el interrogatorio. La última vez fue en la universidad, cuando se dio cuenta que las cosas entre mi último novio y yo, iban enserio. Supuestamente.
—Al tipo ese. — respondió sin más. Mordí mi labio mientras pensaba que iba decirle. al ver que yo no respondía, ejerció presión. — Quiero la verdad, señorita.
Refunfuñé. —Sí, sí lo he visto. De hecho, vino hace un rato. Me invitó a salir, creo que tengo una cita. — Rápidamente encendí la radio. — ¡Amo esa canción!
Mentira. No tenía ni idea de cómo se llamaba, ni quién la cantaba. Lo único que quería, era evitar sus preguntas. Él estiró la mano al comando y la música desapareció.
—¿Entonces? —. Frenó cuando el semáforo se puso en rojo—. ¿vas a decirme?
— ¿Por qué debería?
—Porque sí.
Estúpido Kim Bum y estúpidos sean sus argumentos. Nos miramos a los ojos, esperando ver quién se daba primero por vencido. Si a lo largo de los años de amistad hubiésemos establecido un marcador, las cosas serían algo como:
Kim Bum— 12309 / WooRi— 0
— ¿Qué quieres que te diga? Acepté su invitación, eso es todo. Hace mucho que no me intereso en alguien. Tiene años desde la última vez que un hombre me miró con algo más que agrado. Quiero..., no sé, quiero volver a sentirme bonita, y deseada, y sexy. ¿Qué de malo tiene eso?
Me miró con detenimiento, analizando cada una de mis palabras. Al final, sus ojos brillaban con afecto.
—Nada en absoluto. Es sólo que tengo esa necesidad de protegerte. — alargó su mano para revolver mi cabello, lo aparté. — Te amo, WooRi, lo sabes. Quiero decir, eres como mi hermana. Me preocupo. Quiero lo mejor para ti. —Le proporcioné un golpe en el hombro. Se quejó y yo reí.
—Eres tan empalagoso. —Rodeé lo ojos. — Respecto a Jin, podemos decir que no lo conozco, es prácticamente un desconocido para mí. Pero hay algo en él, la manera en que me mira. No sé realmente cómo explicarlo, sólo sé que quiero estar con él. Si no es juntos, aunque sea para pasar el rato.
—Tú no eres mujer para pasar el rato.
—Me refiero a que, si no pasa nada, está bien. Pero si algo funciona, quiero que dure. Quiero volver a sentirme especial.
—Y lo mereces. —Acarició mi mano con ternura— Mereces ser amada por un hombre. Pero por favor, ten cuidado. A veces es bueno bajar la velocidad.
Asentí ligeramente y me desparramé en el asiento.
No dijo nada más. En lugar de eso, volvió a encender la radio y puso de nuevo el auto en marcha. Permanecimos en silencio mientras retomaba el camino a casa.
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