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1. Segundo Encuentro

<< ¡Muy buenos días a todos los que nos escuchan en esta mañana del lunes! Es trece de junio y tenemos una temperatura de veintiséis grados en toda el área metropolitana. Sugerimos eviten las avenidas principales, ya que los trabajos de pavimentación aquí en Seúl continuarán hasta nuev >>

Sacando la mano por debajo de la sábana hacia la mesita de noche y arrasando con todo lo que había a mi paso, conseguí silenciar el endemoniado despertador luego de tres manotazos; y aunque quise volver al sueño placido por cinco minutos más, los golpes ansiosos de la persona al otro lado de la puerta me hicieron saltar.

—¿Qué? ¿Qué pasa? ¡¿Está temblando?! —Con el cabello enmarañado pegado a mi rostro con saliva aún fresca, pataleé fuera de entre las sábanas de una cama que llevaba cerca de tres semanas sin haber sido hecha y di el paso tratando de salvar mi vida, pero tropecé con un enorme bulto de ropa y me fui de bruces contra la alfombra.

—¿Te has caído de nuevo? Es la tercera vez esta semana.

Me tomó doce segundos darme cuenta de que el edificio no se movía y que la dueña de la sombra de los pies fuera de mi habitación se estaba riendo en voz baja.

—¿Qué?— Todavía adormilada me llevé la mano a la cabeza esperando a que todo dejara de dar vueltas.

—¡Arriba, holgazana! ¡Son las ocho! ¡El desayuno está casi listo; no olvides dejar lo del alquiler antes de irte! —Gritó al tiempo que se alejaba.

Tal como una niña lo haría, gruñí haciendo una rabieta en el suelo, aunque ella no pudiera escucharme, o verme. Lo peor llegó cuando golpeé mi rostro contra el lateral del colchón y mi nariz protestó de dolor; utilicé todos mis dedos para inspeccionar la zona, y no fue sino hasta que me cercioré de que no hubiese sangre, que llegué a dos conclusiones: Número uno; definitivamente mataría a la loca que provocó todo esto. Número dos; lo haría después de hacerme un chequeo con el doctor.

Sí, ¿emergencias? Buenos días, creo que me he desviado la nariz.

—¡Go WooRi! —Llamó de nuevo son su estrepitosa voz.

—¡Ya desperté!

A los pocos minutos, y bastante preocupada por una lesión permanente, me encontraba dispuesta a empezar y mejorar mi día con una rehabilitante ducha caliente, pero lo cierto es que lo complicado ni siquiera estaba por comenzar; pues al salir de la habitación me encontré cara a cara con la sobreviviente experta en resacas en días laborales, o como me gustaba llamarla, la mujer del cuarto de enfrente. De estatura apenas baja del promedio, caderas anchas, cabello castaño y naturaleza osada, Bo-mi, mi mejor amiga, se despabiló en cuanto vio las toallas que colgaban de mi brazo. El sonido de un silbato imaginario sonó en mi cabeza y en un pestañeo las dos estábamos corriendo hasta el baño empujándonos la una a la otra por el estrecho pasillo tratando de ganar el primer turno, pero como de costumbre, al igual que todas y cada una de las mañanas desde hacía un buen rato ya, me venció.

—Suerte para la otra. —Rio burlonamente antes de darme con la puerta en la nariz.

Ouch.

— ¡Yoon Bo-mi!

— ¡¿Qué quieres?! — gritó desde el interior del baño.

—¡Abre! —Le supliqué sin dejar de mover el pomo asegurado. — ¡Voy tarde!

—Ese no es mi problema. Si sigues molestándome juro que voy a terminarme el agua caliente.

—Púdrete. —Pateé la puerta blanca antes de dar media vuelta y dirigirme a la cocina.

—¡Escuché eso! —Acto seguido se oyó el agua caer.

Mari-Na, mi otra amiga, compañera de apartamento y causante de caídas mañaneras, se rio sin dejar de preparar el desayuno. —Nadie que no las conociera diría que son amigas.

—La próxima vez voy a ganarle.

Ella sacudió la cabeza y algunas hebras de su corto cabello rojo borgoña quedaron pegadas en su mejilla, sonrió levemente mientras colocaba en la barra un plato frente a mí. Me apresuré a tomar mis alimentos, y cuando Bo-mi finalmente apareció en la estancia, yo entré corriendo a ducharme.

Abrí el grifo, poniendo la mano debajo del agua esperando que alcanzara la temperatura que deseaba, pero no lo hizo.

—¡Bo-mi! — lloriqueé en torno a mi desnudez. Me froté varias veces la cara con las manos, dándome tiempo de encontrar el valor necesario para colocarme debajo del chorro congelado. Y mientras mi tortura no veía fin, pensaba en cómo un día de esos iba a asesinar a alguien en ese apartamento. Casi podía verlo venir.

Para pasado el mediodía, mi primera venta estaba siendo una chica con uniforme escolar que se veía realmente emocionada por adquirir el libro que tenía en las manos. Ella intentaba explicarme cuán maravillosa era la historia que acababa de obtener; sin embargo, mis pensamientos estaban en otro lado. De camino al trabajo había recibido un mensaje de Mari-Na preguntándome si seguía teniendo problemas con juntar el dinero que me correspondía del alquiler. Le respondí que lo resolvería pronto, pero ¿cómo demonios iba a pagar los tres meses atrasados cuando apenas conseguía lo justo? Las clases en la academia de baile, junto con ésta, la librería de la abuela, eran mi único sustento; con el poco dinero que tenía en el banco apenas podría pagar lo equivalente a dos mensualidades. No quería tener que pedir un préstamo a mis padres, y definitivamente mi orgullo no soportaría ser salvada por Bo-mi y Mari-Na de nuevo. Estaba en problemas.

Salí de mis pensamientos al sentir como la chica me arrebataba de la mano el ticket.

—¡Gracias! —Chilló, y salió dando saltitos como si acabara de ganar la lotería.

—Por nada. —Sonreí, aunque nostálgica, a pesar de ella ya no se encontraba ahí—. Ten un buen día.

La nariz había dejado de dolerme para esas alturas, pero mi ansiedad no disminuía. Durante mi época de estudiante la abuela solía darme chocolate para tranquilizarme cuando me encontraba nerviosa por los exámenes; con el tiempo se volvió una costumbre que rayó en adicción, al grado de traer siempre conmigo un par de barras por cualquier emergencia. De alguna forma fue mejor el dulce que el cigarro, pero igualmente dañino y la razón número uno por la cual mi carrera de bailarina profesional no prosperó. Pero mentiría si dijera que sufrí al ver ese sueño truncado. Yo todo lo que quería era bailar, y lo conseguí.

Con eso en la mente, por debajo del mostrador intenté maniobrar para sacar de mi bolso una barra de chocolate a medio comer, tuve que agacharme para poder encontrarla y darle un mordisco, fue entonces que la campanilla de la puerta se volvió a escuchar. Me incorporé tan de repente que me golpeé la parte trasera de la cabeza con el extremo de la madera; intentando no aullar de dolor, froté la palma de mi mano contra mi cabello mientras terminaba de lamer los restos de chocolate derretido en mis dedos. Alcé la vista sólo para encontrarme con un hombre joven que, al mirarme, tenía cara de haberse topado con un fantasma. Fue algo espeluznante, a decir verdad. Su rostro estaba completamente pálido y su pecho se agitaba como si hubiese tenido que correr todo un maratón para poder llegar hasta aquí.

Durante un largo minuto -quizá dos- nos quedamos así, sin hacer ningún movimiento, sin apartar miradas; sólo aceptando el hecho de haber coincidido ese día, en ese lugar, a esa hora y en ese momento.

Tras ese cuerpo alto, delgado y desgarbado, fui capaz de percatarme que en sus ojos hubo un atisbo de reconocimiento que me inquietó. Pero en vez de tomarme mi tiempo en caso de tener que huir, rodeé el mostrador arrastrando la mano por el cristal. Nada ni nadie podrían haber evitado que mi curiosidad fuese yendo en aumento, porque a cada paso mío, él retrocedió dos.

No supe qué más hacer salvo sonreírle sin parecer psicópata, y al darme cuenta de que podría ser él quien saliera corriendo, supe que tendría que tomar la iniciativa.

—¿Puedo ayudarle en algo? —El extraño ni siquiera parpadeó, mucho menos respondió, se limitó a mirarme. Fue algo increíblemente fascinante el no poder contenerme ante la atrayente sensación de acercármele. — ¿Está buscando algún título en especial? Siéntase en libertad de explorar los libreros, quizás alguno pueda interesarle. Si tiene alguna duda estoy aquí para ayudar. Mi nombre es WooRi.

Y si fue posible, su rostro se puso aún más blanco.

Sus delgados labios se movieron temblorosos intentando balbucear alguna palabra. Su aspecto había pasado a ser casi cómico. No pude evitarlo y me reí de su estampa, disculpándome con la mirada casi de inmediato. Miré a mis costados buscando alguna cosa que lo hiciera tener esa reacción, cuando le volví a prestar atención, su cabeza estaba inclinada hacia la derecha y tenía el ceño ligeramente fruncido con una mueca bastante graciosa. Lo imité. Así que finalmente dio un paso hacia mí, y esta vez fui yo quien retrocedió hasta chocar con el mostrador, pero me mantuve a la expectativa de lo que estaba por decir. Ante mi acción, se detuvo. Rápidamente recorrió mi cuerpo con la vista, pero en ningún momento lo sentí obsceno. Era casi como si, de alguna forma, le sorprendiera verme ahí parada. No dentro de la librería, sino realmente de pie frente a él. De hecho, llegué a pensar que estiraría la mano y me tocaría el brazo para asegurarse que era yo real. Es probable que lo hubiese hecho a no ser por la interrupción de un segundo desconocido que entró a la librería igualmente agitado buscando algo o alguien.

Los ojos del hombre dieron en nuestra dirección, él no detuvo su andar hasta plantarse al lado de la persona que parecía conocer.

— ¿Dónde demonios estabas? — dijo enojado el tipo número dos, ignorándome completamente.

El primer chico, quien seguía siendo muy consciente de mi presencia, me dio un pequeño gesto de disculpa, evadió la pregunta y caminó hacia los libreros del fondo.

— ¿Te parece que tengo ganas de perseguirte, Taehyung? — continuó gritándole el otro sujeto. De la nada tomó uno de los libros al azar y lo lanzó a la cara de su amigo, atinándole justo en la nuca.

— ¡Oye! —literalmente corrí y me interpuse entre ambos intentado proteger al chico. — ¿Qué crees que estás haciendo?

Número dos frunció el ceño, más extrañado por mi repentina aparición que por mi labor de defensora. Todo su torso se inclinó hacia atrás para mirarme mejor, pues nuestra diferencia de altura era bastante aparatosa a comparación de número uno, y aunque ambos se asemejaban en tamaño, los centímetros extra hacían una gran diferencia.

—¿Tú eres?

Parpadeé dramáticamente sin poder evitarlo. —¿Disculpa?

—Bonita, esto no es asunto tuyo.

Odié cada palabra que salió de su boca, más todavía la expresión prepotente de su rostro. Bajo su escrutinio a mi cuerpo entero me sentí expuesta e inferior y eso tampoco me gustó. Y la forma en que lo dijo ¡Dios!

—No me hables de esa forma, no soy estúpida. Estás en mi librería, saqueando mis libreros y violentando a mis clientes.

—¿Cliente? ¿Él? — Las esquinas de sus labios se estiraron hacia arriba y su gesto cambió a uno más divertido, más relajado, incluso lo hizo verse atractivo. —A estas alturas es más un fugitivo de la ley.

—Oh, cierra la boca. —Ordenó con voz fastidiada la persona a mis espaldas.

¿Quiénes son estos tipos? Me pregunté. Tengo que sacarlos de aquí.

—Voy a llamar a la policía.

—¿La policía?

Estuve cerca de caer en la trampa de la consideración cuando volteé a ver a cosa uno, o Taehyung, como sea que se llamaba y me miró con ojos preocupados, como los de un niño atemorizado.

—Lo siento, sí. Si no se van de aquí los llamaré ahora mismo, así que largo.

Ambos hombres intercambiaron divertidas miradas que para mí no pasaron desapercibidas. Estos desgraciados se estaban burlando de mí, no iba a permitirlo.

—¿O si no, qué? —El hombre más alto era más corpulento también, pero de una manera no grotesca, aunque eso no evitó que al momento de acercárseme me pusiera ansiosa.

Si, ¿emergencias? Necesitamos chocolate de este lado.

—Se los advierto, no quieren problemas conmigo.

—Pero nos estamos divirtiendo. —Él se aseguró de que estuviese viéndolo a los ojos cuando dijo eso, pero lo que más nerviosa me puso fue el tono de su voz.

—Hablo enserio. ¡Fuera!

Cosa número dos abrió la boca para decir algo más pero su amigo se le adelantó.

—Ya déjala. Es mejor que nos vayamos. — Lo arrastró de la chaqueta hacia la salida mientras se frotaba la nariz con la manga de su cazadora.

Cuando finalmente se fueron, resoplé exhausta. De verdad, saqué todo el aire contenido, incluso me dieron ganas de vomitar. Inmediatamente corrí al ventanal frontal para asegurarme que se habían marchado pues no me sentía segura de haberlos perdido de vista.

No sé cuánto tiempo estuve vigilando la puerta a expensas de los clientes casuales, pero luego de varias horas, después de haber saqueado el arsenal de chocolate para emergencias que tenía en la bodega y mientras organizaba la sección de misterio, bajo mis pies encontré una carpeta delgada de color negro que en la parte inferior derecha tenía una etiqueta blanca donde un nombre escrito relucía:

Kim Taehyung

No sabría describir la sensación que me invadió más allá del repentino escalofrío. Deseé poder deshacerme de ella, botarla a la basura, pero había algo poderoso en al aire al saberla en mi poder. Me preguntaba cuál era su historia, con qué fin fue hecha, si su contenido era la razón por la cual esos dos extraños aparecieron de la nada, y si cabía la posibilidad de que volvieran por ella.

Vaya. Debería sentirme avergonzada. A los veintitrés años no tendría que emocionarme como colegiala viendo un drama de ídolos. Quizá Bo-mi tenía razón y la monotonía había tornado mi vida aburrida, lo cual justificaría el latido desbocado en mi pecho que no había desaparecido desde que ellos se fueron. Y no es que hubiese una falta preocupante de emoción en mi vida, sólo no era extraordinaria, pero tampoco podía quejarme; tenía a mis padres juntos y dos locas compulsivas por mejores amigas, aunque si lo pensaba a profundidad, tal vez esa sensación de vacío se debía lo mucho que la abuela me hacía falta.

—Te extraño mucho. —Suspiré, apretando la carpeta cerca de mí.

¿A quién me dirigí? No lo sé. Puede ser que le hablara a la fotografía que estaba cerca de la caja registradora, tal vez a su libro favorito o al establecimiento en general. Lo cierto era, que todo me recordaba a ella. Si aquel mostrador hablara, contaría la historia de la primera vez que vendí un libro teniendo únicamente cinco años, o la ocasión en la que llegué del colegio totalmente empapada porque a un par de imbéciles les pareció divertido pasar con su auto por un charco cerca de mí. Recuerdo que la abuela no podía dejar de reír ese día. Años antes, fue aquí donde me enamoré de un pequeño niño de mejillas rosadas y cabello brillante. Un amor fugaz. Obviamente no era amor, pero fue la primera vez que un niño me sonreía; a esa edad estaba acostumbrada a que los críos me hicieran muecas o tiraran de mis coletas.

La librería siempre fue mi sitio seguro. Puede que debido a eso mis padres no trataran de impedir que me hiciera cargo de ella cuando la abuela murió.

—Creo que es hora de ir a casa.

Comencé a ordenar el mostrador con tanta pereza que cualquiera que me haya visto habría asumido que me encontraba enferma. Dentro de mi lentitud le lanzaba miradas cada tanto a la carpeta que parecía mofarse de mí con su simple existencia. Hacía rato que había oscurecido, y si el contenido era tan importante, uno de los dos hombres, o ambos, habría tratado de recuperarla. Dada la hora, eso reducía la posibilidad a uno de cien.

Resignada, terminé por apagar las luces y cerré la puerta. Dejé mi bolso y suéter en el suelo para poder bajar la cortinilla metálica, mientras lo hacía tarareaba All by Myself, imaginando que este momento de mi vida podría parecer un drama, y yo sería el personaje secundario que nadie recuerda.

—Céline Dion. No soy fan, pero esa es buena.

Al borde del paro cardiaco me di la vuelta hacia la voz masculina que juraba haber escuchado. —Pero... ¿qué?

Cosa número dos se encontraba ahí, recargado en la puerta de un lujoso auto viéndose imperturbable, luciendo una sonrisa de lado, y con las manos metidas en los bolsillos de su costoso abrigo de doble capa.

¿Un abrigo? ¿A mediados de Junio? Si eso no es presunción, entonces no sé qué es.

—Buenas noches.

Ante el saludo tan cordial, regresé la atención hacia su rostro, fue entonces pude notar mejor sus rasgos: Era cerca de treinta y dos centímetros más alto que yo y hermoso en un sentido puramente varonil, a mi gusto, uno de los hombres más apuestos que había visto en la vida y por su aspecto, no parecía tener muchas ganas de estar aquí. Cabello obscuro moderadamente largo al frente y fino por debajo de las orejas. Piel clara como porcelana, hombros anchos y labios carnosos que eran enmarcados por una mandíbula fuerte.

¿Esto en verdad estaba pasando? ¡Vaya! Alguien pellízqueme. Al parecer, después de todo, sí podría ser considerada para el papel protagónico. Aunque era posible que –sobre todo por su pulcro aspecto- , el género hubiese cambiado a cine de crimen.

Bien. Tú puedes, WooRi, tomaste cuatro meses de Tae Kwon Do. No importa lo atractivo que sea, debes mantenerte alerta.

—¿Se te ofrece algo? —Puse todo mi esfuerzo en aparentar indiferencia, pero en mi cabeza no paraba de gritar: ¿Tememos por nuestra seguridad? Entonces ¿por qué estás tan emocionada?

Por segunda vez en el día, ese hombre tuvo el descaro de escanearme de pies a cabeza como si estuviese calculando mi valor. Bajo esas pestañas hubo un breve momento en que sus ojos se detuvieron a la altura de mis pechos, pero a juzgar por su expresión impávida, no parecía muy impresionado.

En lugar de responder mi pregunta, hizo otra. —¿Cómo te llamas?

—¿Por qué quieres saber? — demandé cautelosa y algo recelosa.

—Intento ser amable, no lo malinterpretes.

—¿Y sólo por eso debo responder? Por lo que yo sé, tu amigo y tú podrían ser criminales. Los locatarios de esta calle me conocen bien, y si intentas cualquier cosa gritaré y ellos llamarán a la policía.

—¿Cuál es tu fijación con la policía? Relájate. No soy un secuestrador.

Honestamente tampoco lo creía. — ¿Qué tal un acosador?

Abriendo los botones de su abrigo para dejar ver la ropa que llevaba puesta, preguntó: —¿Luzco como uno?

—No lo sé. Podrías serlo, los acosadores de los libros también tienen tu aspecto.

—En tal caso, no serías el tipo de chica que me gustaría acosar.

—¿Y por qué no? Quiero decir, ¿cómo estás tan seguro?

—Si lo fueras, sabría tu nombre completo, información personal y número de cuenta bancaria. ¿Tengo un punto? —Sonrió victorioso.

—Yo no voy a discutir eso contigo. Me resulta extraño que te aparezcas de la nada por aquí de nuevo. —Tartamudeando y no pudiendo soportar seguir viendo su arrogante y bonito rostro, me volví a la cortinilla para terminar de ponerle el candado de seguridad.

—Escucha; al parecer tengo al amigo más estúpido en la historia, él extravió unos documentos importantes y creemos que están aquí. Tu librería es nuestra última opción, y si no la recuperamos pronto, nos meteremos en una buena cantidad de problemas.

Por inercia giré la cabeza en dirección a mi bolso, él siguió mi mirada, y por nuestro intercambio de expresiones, asumió lo que era verdad: la carpeta estaba ahí dentro e iba a llevarla conmigo.

—¡Espera! —Advertí en voz alta cuando comenzó a avanzar, lo cual hizo darme cuenta de que este tipo sería capaz de robarme el bolso si no era más rápida e inteligente que él, así que lo tomé con cuidado asegurándolo detrás de mi espalda.

—Tú la tienes. —Acusó.

—Sí, pero no voy a hacer nada con ella.

—Entrégamela. —Ya se escuchaba bastante exigente, pero su mano extendida e impaciente me robó treinta gramos de seguridad.

—Alto. Primero debes disculparte por lo que has hecho.

—No tengo idea a qué refieres. Estás causándome dolor de cabeza, y honestamente tengo mejores cosas que hacer que estar jugando a las adivinanzas contigo. Así que dame los documentos y ambos podremos olvidar todo esto.

—¡Eso! De eso estoy hablando —chillé. —: tu actitud.

—¿Qué? Ay, por favor. Tienes que estar bromeando.

—¿Parece que me estoy divirtiendo? —Me crucé de brazos arqueando las cejas.

—Grandioso. —Murmuró entre dientes llevándose la mano a la cabeza gacha y pateando con la punta del zapato una piedra invisible—Estás molesta por el libro que arrojé, lo entiendo, pero no es como si hubiese venido a hacer destrozos en tu librería.

—Eso no suena a una disculpa

—Mira, tú, cualquiera que sea tu nombre— Ya completamente exasperado, con su gesto duro caminó directo hacia mí hasta quedar cara a cara. —; siento el mal rato que te hicimos pasar. Ahora, por favor, devuélveme lo que es mío. Me iré y nunca tendrás que volver a verme en tu vida.

Bien. Ahora sí que él tenía un punto —Oh, claro. —, y puede ser que yo sonara más contrariada de lo que pensaba.

—¿Decepcionada? —Inclinó su rostro más cerca buscando un ademán por parte mía.

Algo. —Por supuesto que no.

—Como tú digas.

Satisfecho con su hacer decidió darme algo de espacio personal para excavar dentro del bolso sin fondo. Sinceramente, ¿qué ganaba con hacer tiempo? No conseguiría nada más de ese hombre; y aunque así fuera, realmente, ¿qué estaba dispuesta a recibir, o entregar?

—Bien, terminemos con esto. Aquí tienes. — De mala gana le estregué lo que había venido a buscar; molesta conmigo misma y molesta con él y su amigo por haberme hecho desear más días inesperados como éste.

—Gracias por no deshacerte de ella.

Asentí, con el corazón desbocado y la respiración entrecortada. —Entonces hasta nuca, y buenas noches.

No podría haberlo visto a los ojos ni aunque hubiese querido. Todo esto había resultado bastante irreal por alguna extraña razón, no era la primera vez que alguien regresaba por un objeto perdido, pero era diferente. Haciendo a un lado mi anhelo de variedad, la situación me había sobrepasado. Y aunque escapar nunca había sido una de mis opciones en la vida hasta el momento, no me importó dar la vuelta y comenzar a caminar en dirección contraria a la que debería. Realmente necesitaba dejar ese día y a ese hombre atrás.

—¡Oye!

Tanto mis pies como mis latidos desaceleraron el paso, pero sin detenerse para comprobar si era él quien había gritado a mis espaldas.

—¡Chica de la librería!

—Sigue caminando. Sigue caminando. — supliqué entre exhalaciones cuando lo hizo de nuevo.

La tercera vez que llamó, mis piernas traicioneras solo se paralizaron a mitad de la acera inmovilizando todo menos mi capacidad de esbozar una sonrisa. ¿Qué estás haciendo? Dijo mi voz interior. Lentamente giré por dónde había venido. Él seguía ahí, recto e impasible justo dónde lo había dejado.

—¿A dónde vas? —dijo gentil, imitando mi sonrisa.

De pronto me encontré dando pasos de bebé de regreso al momento que había tratado de evitar, ávida de cinco minutos más de aventura, aunque haya parecido una contradicción.

— Es tarde. ¿A dónde más?

Él también avanzó hasta encontrarnos a mitad de camino, justo frente a la lavandería, a un lado del teléfono público.

—¿Qué tal por un trago?

—¿En lunes? ¿Con lo justo para el autobús?

—Permíteme llevarte.

—¿A dónde?

—Iba a sugerir un bar cercano, pero te miro y creo que es mejor idea llevarte a casa. —No tengo idea de cuál habrá sido mi expresión, pero debió ser una que causara impresión porque él soltó una risa grave y agregó: —Me refiero a tu casa.

—Oh, no. No es necesario.

—Velo como una forma de agradecerte. —Se precipitó a decir.

—Hablo enserio, será mejor que no.

—Soy inofensivo, lo juro. —Retrocedió y alejó sus manos de mi tanto como pudo. Eso lo hizo lucir tierno.

—La cosa es que yo no subo a autos de desconocidos.

En lugar de reírse en mi cara, me sonrió, mirándome como si acabara de descubrir el fuego y estiró su mano hacia mí ofreciéndome un nuevo comienzo. — Kim Seokjin.

Mi atención se desvió hacia la enorme palma, después de unos segundos de vacilación decidí ir por ello y con inseguridad estreché nuestras manos. —Go WooRi.

Sonrió. —Bien, Go WooRi, no nos despidamos todavía. Permíteme llevarte.

El sobrio matiz que utilizó para degustar mi nombre fue quizá lo que me impulsó a dar ese brinco de confianza y acceder a compartir con él un viaje de veinte minutos envueltos en un pesado silencio que perpetuó mágicamente durante todo el trayecto. Sin incomodidades ni miedos, sólo la nueva y mágica resolución.

Kim SeokJin desabrochó nuestros cinturones de seguridad habiendo ya aparcado frente a la entrada de mi edificio. Nuestras miradas se encontraron bajo la luz del alumbrado público y la sombra del retrovisor. Afuera se escuchaba el aleatorio ir y venir de los automóviles, vimos una ambulancia también, y a una señora paseando a su perro. Inclusive en ese momento, ninguno de los dos dijo nada. No supe descifrar lo que pasaba por su cabeza, pero el incremento de dopamina en mi sistema estaba por hacerme una muy mala jugada si no conseguía bajar de ese auto, poco importaba lo mucho que estaba intentando permanecer a su lado todo el tiempo que me fuese posible.

—Creo que debo irme.

—Espera—atrapó mi mano por encima de mi pierna y la sostuvo, fue firme pero de una manera cohibida. —, sólo un poco más.

Alcé la vista de vuelta a sus imponentes, hermosos y cálidos ojos. ¿Cómo decirle que no a esos ojos?

—De acuerdo.

—Dime algo, lo que sea.

—Me gusta bailar.

—¿De verdad?

—Tengo una carrera en danza clásica, gracias a ello puedo enseñar en mi propia academia. Es pequeña igual que mi librería, pero es todo lo que me define como persona. — Mordí mi labio mientras jugaba con el anillo en mi dedo— Y podría perderla si no pago la renta del espacio.

—¿Tienes problemas?

Negué efusivamente al darme cuenta de que había abierto la boca de más. —Lo siento, no sé por qué estoy diciéndote esto. Estoy muy nerviosa. Olvida que lo mencioné. Ya lo resolveré.

—Estoy impresionado.

—No lo estés, no es la gran cosa.

—Para mí sí. Trabajo en una agencia de publicidad, nada tan remotamente emocionante como bailar.

Abandonó mi mano únicamente para retirar un mechón de cabello colocándolo detrás de mi oreja y deteniéndose un poco en la curva del cuello. Sentí un escalofrío con la punta de sus dedos acariciando mi piel. Mi acción provocó que la comisura derecha de su boca se elevara.

—Gracias por traerme.

—El placer ha sido mío. De todas formas, cabe la posibilidad de que nunca nos volvamos a ver.

— ¿Tú crees? —No voy a mentir, sentí algo de tristeza al escuchar aquello.

—Espero que no. —dijo, con su dedo índice haciendo un golpeteo sobre la punta de su nariz. Sonreí, y él sonrió por mi sonrisa.

Mi teléfono empezó a vibrar sobre mi pierna, el nombre de Kim Bum apareció brutalmente en la pantalla iluminada, y la canción Gangnam Style sonó a todo volumen. Me quedé mirando el aparato por lo que fueron tres segundos con los ojos bien abiertos, y después, entre torpeza y vergüenza, logré apagarlo. Kim Seokjin rió divertido a mi lado, no podía mirarlo. Quería meter la cabeza en mi bolso.

—Ya...ya me tengo que ir. — Me precipité a salir del automóvil.

—Aguarda— rápidamente se bajó del auto, pasó trotando por el frente y me abrió la puerta. —. Te acompaño a la entrada. —estiró su mano para que la tomara y me apoyara en él para poder salir.

—Gracias. — Me sonrojé al sentir sus dedos entrelazándose con los míos. Caminamos unos cuantos pasos hasta llegar a la puerta principal del edificio.

—Parece que eso es todo. —metió las manos a los bolsillos. — Gracias por no destruir los documentos. Luego de lo que hicimos...

—Exageré. En realidad, pasa todo el tiempo, no te imaginas cuántas veces a la semana tengo que lidiar con rufianes molestando.

Él apenas y prestó atención a lo que había dicho, estaba concentrado echando un vistazo hacia la edificación a mis espaldas, luego volvió a mirarme con cierto gesto extraño.

— ¿Qué pasa? —pregunté intrigada.

—Desde uno de los balcones hay un sujeto que me mira como si quisiera matarme.

Giré y vi al hombre en cuestión que no nos quitaba los ojos de encima. —Es el novio de una de mis compañeras a apartamento. — Por alguna extraña razón, tenía la necesidad de explicárselo. — Vivo con mis dos mejores amigas. Él es como mi hermano.

— ¿Acaso tienes novio, señorita WooRi?

Fue demasiado directo. Me atraganté con mi propia saliva y carraspeé antes de contestar. —No.

— ¿Sería incómodo si pregunto por qué? —Asentí y él se encogió de hombros. — Al menos sé que tengo el camino libre.

¿Qué? —¿Qué?

Puso una mano en mi hombro e inclinó la cabeza, por un instante creí que me besaría y eso hizo que una chispa de emoción brotara de mí. Pero en su lugar besó la comisura de mis labios. — Te veré pronto.

Esperé a que volviera a su camioneta antes de yo entrar al edificio. Al abrir la puerta del departamento, me encontré con tres pares de ojos esperando una respuesta acerca de lo ocurrido.

—Hola, chicos. —pasé de largo intentado escabullirme

—¿A dónde crees que vas? ¿quién era ese? ¿Por qué se besaban? ¿Desde cuándo lo conoces?

Kim Bum lanzó las preguntas de forma impaciente, así que me detuve e hice el mayor esfuerzo en dar respuestas concisas.

—Se llama Kim Seokjin, lo conocí esta mañana en la librería y no nos besamos. —casi, pero no.

— ¿Esta mañana? — alzó los brazos con desesperación— ¿Te has vuelto loca? No sabes nada de él y te subiste a su auto. Tú no haces esas cosas. ¿Qué pasa si resulta un violador o un asesino?

—Cálmate.

—Es sólo que...

—Lo sé. — pasé mis dedos por su cabello, no sin antes quitar las arrugas de su frente debido a su ceño fruncido. —Estoy bien.

Bo-mi, que estaba sonriendo como la sociópata del año, me guiñó el ojo cuando me senté a su lado de la mesa. —Bienvenida.

—Ay, cierra la boca. —Hice un puchero que de inmediato de transformó en una mueca vergonzosa de alegría.

Después de cenar y evadir casi victoriosamente todas las preguntas de mis tres mejores amigos, me encerré en la seguridad y privacidad de mi habitación. Mientras limpiaba mi rostro me percaté que lucía totalmente como una adolescente enamoradiza, extasiada de que el chico más guapo de la escuela se le haya acercado para pedirle un bolígrafo. La ropa que había utilizado durante el día colgaba del cesto de ropa sucia, que al igual que la carpeta olvidada, me tentaba; fui hasta allí tomándola con delicadeza, y sin pensarlo, hundí mi nariz en ella. Desprendía olores entre tabaco, colonia, chocolate y mi perfume. Era una mezcla casi perfecta de Kim Seokjin y Go WooRi.

Aquí estoy de nuevo. Tuve problemas en mi cuenta anterior y wattpad no hizo nada al respecto, así que ahora me toca volver a empezar. No sé cuánto tiempo me lleve recuperar a mis lectorxs, pero éste siempre había sido un espacio seguro para mí y mis obras. Si estás leyendo esto, gracias infinitas por encontrarme. Continuaré con el corazón haciendo lo que amo; porque escribir es gran parte de lo que soy.

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