Capítulo 9. Confesiones en un bar a las dos de la mañana
Desde las lindes del Reino, si te asomabas por el abismo, podías observar todo cuanto en la Creación acontecía. Muchos ángeles lo hacían a veces por mero entretenimiento, pero no era el caso de Miguel en ese instante.
En cuanto la profecía fue revelada milenios atrás, la sospecha se instaló tras su oído como una voz susurrante que le decía que no le quitara ojo a Azrael. Cierto es que también observaba el comportamiento de su otro hermano Lucifer, pero incluso así, después de ver como el Diablo era capaz de proteger a un humano, le escamaba mucho menos que la forma de actuar del primero.
Lucifer era Lucifer, no iba a sorprenderle que su hermano hiciera lo que le viniera en gana, que quebrantara las normas, que sembrara el caos. No le atraparía desprevenido, desde luego. Pero Azrael era otra cosa, siempre había sido pragmático, él pasaba a la acción. Su trabajo era quizá de los más duros en el Reino y puede que tuviera que ver con aquella personalidad, pero desde la profecía se había vuelto también beligerante, hostil. Parecía siempre dispuesto a saltar en el cuello de cualquiera de un momento a otro. Siempre sospechó a qué se debía, pero en ese entonces y tras ver lo que con sus propias manos (y alas) acababa de hacer, empezó a confirmar sus propias creencias mientras tragaba saliva.
Sin duda, aquello iba a traer problemas.
Un grito ahogado de sorpresa a sus espaldas hizo que se girara de golpe en esa dirección.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí, Remi?
La joven atuso su melena castaña y clavó su vista en el final de sus alas, como si en ellas viera la sangre que manchaba las de Azrael.
—Demasiado como para inventarme alguna mentira.
Miguel suspiró pesaroso, posando la vista de nuevo en la macabra escena, apreciando la desolación de Lucifer, abatido en ese tétrico lugar rodeado de muerte. Puede que fuera esta una de las pocas veces en las que sintió empatía por él, incluso se sorprendió a sí mismo pensando en ello.
—Esto traerá problemas y graves consecuencias. Y lo serán para todos.
Remiel se acercó hasta su altura, analizando con mayor detalle y horror la escena que se desarrollaba a miles de kilómetros de distancia. Frunció el ceño, ladeando la cabeza.
—¿Por qué para todos?
Su hermano le miró a los ojos con cierto temor. Remiel supo que se trataba de algo serio cuando Miguel se asustaba ante un hecho, porque Miguel nunca se asustaba.
—Que un ángel... haga algo así. Que comience a dejar de hacer su trabajo correctamente, podría afectar al funcionamiento de la Creación y de nuestro Reino. Incluso en el Reino de nuestro hermano.
—¿Azrael ha dejado de hacer su trabajo? —murmuró ella con asombro, como si hablar de un hecho así fuera inconcebible.
Miguel asintió.
—El flujo de almas se ha detenido.
Esa noticia cayó con fuerza en Remiel, que no esperaba que algo así pudiera suceder. Porque nunca antes había sucedido.
—No sé si en el Infierno habrá pasado lo mismo, pero si no hacemos algo, podría ser peligroso. Para nosotros... y para toda la Creación.
Los ojos de ambos volvieron al Plano Terrenal con cierta cautela y fragilidad.
—Así que... la profecía podría cumplirse.
—Es lo que Azrael intenta impedir.
Remiel puso los ojos en blanco.
—Como si necesitara una excusa para enfrentarse a Samael, lleva milenios deseándolo. Le tiene demasiada envidia.
Su hermano se volvió hacia ella enarcando las cejas, sorprendido.
—Será mejor que él no te oiga decir eso.
Ella hizo un gesto de desdén con la mano, arreglándose la manga de la larga túnica con la otra, como si no pudiera importarle menos la opinión de su hermano Azrael. Ciertamente, así era.
—No lo entiendo, ni siquiera debería hacer falta que impidiéramos que Samael se enamore. Eso no puede suceder, los ángeles tienen prohibido enamorarse.
Las cejas de Miguel se arquearon todavía más si era posible.
—Samael ya no es un ángel, Remi —concluyó—. Y desde luego, no se caracteriza por alguien que respete las normas.
Remiel guardó silencio, su hermano tenía razón. Mucha, demasiada quizá. Suspiró preocupada, temiendo que esto pudiera írsele a Azrael de las manos, si es que no había ocurrido eso ya.
—Iré a advertir a Padre de lo que está sucediendo.
Ella resopló en una risita.
—Como si no lo supiera —añadió, viendo como su hermano echaba a caminar—. Y te adelanto su respuesta si quieres: no hará nada.
Era cierto, Miguel sabía perfectamente de qué se trataba el libre albedrío que Él les otorgó a todos.
Pero no podía quedarse ahí plantado, mirando sin hacer nada.
Al menos debía intentarlo.
Roswell, Nuevo México. Julio de 2022
Kailan
Todo se revivía en mi cabeza una y otra vez, en un bucle destinado a torturarme durante las últimas horas. Para mi suerte, y ni siquiera sabía cómo lo había logrado, las manos habían dejado de temblarme. Eran las dos menos cuarto de la madrugada y yo seguía sentado frente a la barra de aquel bar, uno de los pocos que seguía abierto en la ciudad. ¿Cuál era la alternativa? ¿A dónde podía ir?
¿Dónde no iba a encontrarme el Diablo?
Escondí la cara entre mis manos, frotando mis ojos. No estaba seguro de cómo debía sentirme. A veces un idiota por no haber sospechado mucho más de sus rarezas y otras, me decía a mí mismo que nadie en su sano juicio llegaría a sospechar de alguien que es el puñetero Lucifer.
Que toda esa mierda existía.
Que todo aquello en lo que no creía era real.
Que toda mi vida al completo era una puñetera mentira, que yo era el hijo de una puta y un sicario y que, encima, eso lo había propiciado el hombre que estaba empezando a gustarme, quien era el puñetero Diablo.
Una vez pensé que mi vida era parte de una película de Tarantino, ya no solo lo confirmaba si no que sospechaba que el tipo iba puesto de anfetas mientras escribía el guion.
Apreté los dientes. Había mentido, las manos sí que me temblaban a veces. No de miedo, pero sí de rabia.
Era absurdo, no tenía sentido. Me gustaba pensar que tenía que tratarse de una puñetera broma, pero las alas de ese psicópata asesino eran muy reales.
Los ojos rojos de Samael, también.
Samael...
Reí sin ganas, hundido. Ni siquiera tenía fuerzas para llorarle a Brendan, todo había quedado opacado por ese horrible e irreal momento acompañado de dolorosas verdades. Debería tener miedo, debería estar aterrado, pero no lograba sentir nada más allá del fracaso que siempre me rodeaba, acompañados por el enfado y la decepción. Parecía que nada estaba destinado a salirme bien, parecía que todo el mundo a mi alrededor siempre se aprovecharía de mí en mis momentos más vulnerables. Empezaba a importarme más bien poco lo que ya pudiera sucederme, tenía la sensación de que estaba en una carrera en la que todos galopaban el caballo ganador y yo iba montado en un burro que solo sabía andar hacia atrás. Cerré los ojos, sintiéndome completamente imbécil.
Que me encontrara mi padre si quería, por mí todo el planeta podía irse a tomar por culo.
Desganado, y evitando mirar el contenido del vaso todavía lleno frente a mí, contemplé el pequeño bar desde mi asiento frente la barra de madera destartalada. Por su decoración me recordaba un poco al Sullivans pero como si no lo hubieran cuidado desde que lo abrieron, quizá era esa la razón por la que me había quedado aquí y no en otro bar, la sensación hogareña me reconfortaba y me ayudaba a no sentirme tan gilipollas. En lugar de banderines del día de San Patricio, colgaban lucecitas de colores que alumbraban escasamente el local junto con un neón entre las botellas que parecía gritar la palabra: «cheers!» pero con la letra «c» fundida, por lo que más bien sonaba al relinchar de un caballo moribundo. La barra estaba prácticamente vacía, tan solo ocupaba un asiento más un hombre bastante mayor en el otro extremo, que miraba con profunda pena la copa que tenían delante como única compañía.
«Te entiendo, hermano» pensé sarcástico.
En las mesas entre bancos a mi espalda y pegadas a la pared, había un grupo de moteros que parloteaban mientras disfrutaban de sus jarras de cerveza, más grandes que sus propios cerebros. En sus chalecos se leía «Servants of Hell» al más puro estilo Sons of Anarchy.
Alcé las cejas, negando con la cabeza. Un nombre muy oportuno.
Para mí suerte nadie me había reconocido, lo menos que me apetecía entonces era lidiar con nada más.
El olor a alcohol debería asquearme, pero tras unas horas aquí ya me había acostumbrado y lo había vuelto soportable. Tampoco me quedaba otra, reviviría viejos tiempos al irme de aquí cuando me echaran y no antes.
—Tienes que consumir para estar aquí, encanto.
La voz de la dueña, que había dejado de pasar el trapo para detenerse a mi altura, con el que probablemente limpiaría el váter, me hizo levantar la cabeza en su dirección.
—Es verdad, disculpa, te estoy haciendo perder dinero con toda la gente que hay esperando. —Señalé el bar prácticamente vacío a mis espaldas. Una tos procedente del otro tipo en la barra, que temía que muriera de tuberculosis sobre ella, se sumó al silencio momentáneo—. Además... estoy en ello, me gusta saborear el buen alcohol.
Alcé el vaso de whisky que debía destilar en su bañera hacia ella y Natalie, que era como una especie de Betty Boop desfasada y adicta al crack, arqueó una ceja y gruñó algo en señal de aprobación. Bastó para que no dijera nada más y siguiera restregando ese trapo de dudosa procedencia y olor por otro lugar.
Dejé el vaso en su sitio sin beber de él. En las casi dos horas que llevaba aquí, y desde que lo había pedido sin saber muy por qué, no lo había probado.
No podía hacerlo.
Una parte de mí necesitaba lanzarse de cabeza en él y acabarse todos y cada uno de los que mi maltrecho hígado pudiera aguantar. La otra, la sensata y racional que empezaba a perder la cordura después de todo lo que había visto, me decía que era una auténtica gilipollez. Beberme ese vaso no iba a solucionar nada, al contrario, tan solo me crearía más problemas.
Mi padre no cesaría en su persecución, mis seres queridos no dejarían de morir, la gente a mi alrededor no pararía de mentirme.
Y Samael no dejaría de ser el Diablo.
Me pellizqué el puente de la nariz, apoyando el codo en la barra, y volví a mi pensamiento inicial: cómo podía haber sido tan imbécil.
La puerta del bar se abrió como si fuera un portal hacia otra dimensión espacio-temporal que me alejaba de lo que hubiera ahí fuera, haciendo de este mi espacio seguro como antaño solía serlo. No me importó lo suficiente como para levantar la cabeza en primer lugar a diferencia del resto de la escasa clientela, tan solo lo hice cuando los moteros silbaron hacia el recién llegado.
«La» corregí mentalmente cuando miré.
Una mujer espectacular, que tan solo aparentaba unos pocos años más que yo, estaba justo en la puerta retorciendo sus dedos con algo de nerviosismo al no despegar sus ojos de mí.
Sus ojos de iris rojizo, envueltos en un maquillaje negro.
Tragué saliva y fruncí el ceño mientras se acercaba a mí con un par de pasos elegantes y una conciliadora sonrisa, enmarcada por una alborotada y larga melena pelirroja. Le llegaba casi hasta las caderas, cubriéndola como un velo de novia en llamas. Tensé la mandíbula, clavando la vista de nuevo en mi copa.
—Aquí estás.
Su voz sonó suave y rasgada, parecía que cada palabra vibraba como una caricia en el centro de mi pecho.
—Soy...
—La pelirroja de Las Vegas, y también la del almacén.
No se lo esperó, quizá pensó que no iba a reconocerla después de todo. Tras salir del almacén me habían encajado tantísimas cosas, que a cada una de ellas me sentía más y más estúpido por no haberme dado cuenta antes.
—Iba a decir «Lilith».
Me tensé en mi asiento, mirándola repentinamente. Ese nombre había saltado de mi archivador de recuerdos estudiantiles, tras haberlo detectado saliendo de la boca de algunos de mis profesores o libros de la escuela.
—La primera mujer, la de verdad —susurré, incrédulo de mí mismo. Jamás pensé en decir algo así en voz alta.
Ella abrió sus escalofriantes ojos con sorpresa.
—¿Cómo lo has...?
—Colegio religioso —completé yo, volviendo la vista a mi vaso una vez más, apoyando ambos codos en la barra sin temor a quedarme pegado en su suciedad—. Los libros y la iglesia no hablan muy bien de ti.
Se carcajeó con ironía, pero su risa se esfumó en cuanto me vio remover el vaso de manera distraída con un suave movimiento de muñeca.
—¿Has...? ¿Has bebido?
Apreté los dientes y me encogí de hombros, todavía sin mirarla.
—¿Acaso te importo?
—No estaría aquí si no lo hicieras.
No pensaba mostrar lo sincera que me había sonado su respuesta. Punto para la primera mujer.
—O bien es una manipulación más por parte del Diablo.
Y el marcador se acababa de igualar.
Lilith, de quién todavía me costaba asimilar la realidad de su existencia, agachó la cabeza.
Cerré los ojos, sosteniendo mi cara con el puño derecho, del que me había librado del vendaje hacía unas horas. Yo no era tan cabrón, lo que sea que hubiera pasado quizá tenía que ver más con Samael que con ella, así que no se lo podía hacer pagar. Pero estaba dolido, me sentía humillado. Y si bien Lilith quizá no tenía la culpa, sí que era cómplice.
—No, no he bebido —terminé por decir—. No me he atrevido.
Contuve la sorpresa de escucharla suspirar con alivio, porque lo único que aquello podía significar era preocupación, y era imposible que así fuera después de lo que me habían hecho.
—¿Puedo sentarme?
Miré el asiento vacío a mi lado.
—A menos que vengas a matarme, porque no llevo ningún crucifijo encima con el que defenderme, adelante. Dicen de este que es un país libre.
Tras una risa divertida, se sentó de un grácil saltito y cruzó una pierna sobre la otra, quedando estas al descubierto por la obertura de su largo vestido negro de tul y tirantes. No iba a negar que era preciosa a la vez que elegante, me gustaba esa mezcla entre lo majestuoso de sus movimientos mezclados con lo sarcástica que parecía.
Lástima que mis pensamientos fueran propiedad de un capullo mentiroso. Resoplé con amargura, el engaño me pesaba demasiado sobre los hombros.
—No podrías matarme con un crucifijo, pero me ha gustado. Eres gracioso.
Reí secamente.
—Ojalá poder decir lo mismo, pero a diferencia de ti, yo no juego con la ventaja de conocerte.
Ella se irguió en el asiento y me tendió la mano.
—Eso puede solucionarse —concluyó—. Soy Lilith.
—Ya, eso ya me lo has dicho.
—Quería hacerlo formal, como hacéis los humanos.
«Los humanos».
Me masajeé las sienes, era todo tan surrealista y a la vez ridículo.
—Perdón, igual no ayudo —añadió a toda prisa, retirando la mano.
—No, desde luego que no. —Me mordí el interior de la mejilla y la miré con una fiereza que no pude ocultar—. ¿Qué quieres, Lilith? Mejor dicho, ¿qué queréis? ¿Continuar mintiéndome o manipulándome? ¿O ahora que ya os habéis reído lo suficiente de mí vais a matarme para reclamar mi alma en algún rito satánico o alguna mierda así?
Se mordió los labios para reprimir una risita y de pronto me miró con algo que yo no esperaba: asombro. Sus ojos eran inquietantes, te atrapaban de una forma peculiar. Analicé con más detenimiento el maquillaje que los rodeaba, fijándome en particular en los dos regueros negros que descendían hasta la mitad de sus mejillas, uno más largo que otro. Toda ella era un ejemplar curioso.
Y, para mi desgracia, eso me recordó a alguien.
Movió los dedos en el aire cuando levantó la mano en dirección a la dueña con una sonrisa encantadora.
—¿Me pones lo mismo que él está tomando? Con hielo, por favor.
El gruñido de Betty Boop sonó como algo afirmativo. Plantó el vaso frente a Lilith, colocó los hielos y le sirvió un whisky como el mío, que deslizó en su dirección.
—Gracias, reina. Adoro ese pañuelo a lo pin up. ¡Te favorece los rasgos! —dijo, señalándole la cara con su dedo índice.
Era la primera vez que veía a la dueña sonreír desde que había plantado mi culo en aquel asiento. ¿Y cómo era posible que nadie hubiera notado el color de los ojos de Lilith? ¿Me había vuelto loco y solo los veía yo? Alcé las cejas ante ese carácter divertido que no esperaba para nada. Desde luego, Samael y ella parecían polos opuestos. Dio un trago y me miró como si buscara rastros de vida inteligente en mi cabeza.
Alerta de spoiler: en aquel instante no iba a encontrarlos.
—¿Cómo es posible? —murmuró. Por unos momentos me sentí una rata de laboratorio ante sus pupilas.
—¿El qué?
—Que no me temas.
La respuesta me dejó con un pasmo de narices, ¿qué coño se suponía que tenía que responder a eso? Me di cuenta entonces de que no solo me sorprendía su pregunta, si no que tenía razón. No le temía, no me aterraba. Ni su presencia, ni su aspecto, ni sus ojos rojos. Si bien el chalado de las alas sí que me había acojonado, ni Samael ni ella me habían provocado miedo con sus actos, con su aspecto... o con quienes eran realmente.
Y, sinceramente, yo tampoco entendía por qué. O no quería entenderlo. Cerré los ojos en un suspiro.
Lilith había dado en el clavo.
—Es... extraño —murmuré mirando mi propia copa. ¿Me importaba el surrealismo de estar charlando con la primera mujer de la Tierra? En absoluto—. Ni siquiera siento que me asuste. Eso es lo que más me sorprende. No sé si todavía no lo he asimilado o es que me importa tan poco que podrías decirme que realmente Samael es el Charro Negro y tú la Llorona, y me quedaría igual.
Ladeó la cabeza como si fuera un cachorro de caniche de tal forma que me hizo sonreír, frunció los labios y sopesó mis palabras.
—Para ser honesta...
—Cosa que hasta ahora no habéis sido.
Alzó la copa mientras yo sacaba un cigarro de la cajetilla en mi bolsillo.
—Esa me la merecía —afirmó antes de volver a mirarme, sobre todo a la cruz que colgaba de mi cuello—. A mí también me sorprende que no estés rezando en alguna iglesia.
Prendí el cigarro y guardé el encendedor en mi bolsillo. Di una calada y, sosteniendo el cigarrillo entre mis dedos, le miré más seguro de lo que había estado nunca.
—El mayor temor de mi vida era perder a mi madre, y eso ya lo viví. ¿Te crees que me va a asustar que exista el Infierno? Lo he vivido en la Tierra, Lilith, estoy más que preparado.
Mi confesión hizo que se irguiera desconcertada, volviendo a repasarme con sus ojos como si no se creyera que a quien tenía delante era una persona real. Le tendí el cigarro sin saber muy por qué lo hacía y lo aceptó sin dudar, de una manera tan natural que hasta me hizo sentir cómodo con su compañía como si se tratara de una vieja amiga. Me sentía como si fuéramos John Travolta y Uma Thurman en Pulp Fiction antes de la mítica escena del baile, y con suerte sin jeringuillas de adrenalina de por medio.
O eso esperaba yo.
Me pellizqué el puente de la nariz. Mierda, ahora comprendía porque Samael no había estado entendiendo ni una sola referencia. La idiotez cada vez pesaba más en mi espalda, encorvándome en el asiento. Para colmo, su recuerdo fue sentir un yunque sobre mi estómago. Era doloroso saber que todo había sido una burda mentira, pero más doloroso todavía que yo intentara alejarlo de mi mente y él siempre volviera.
Tenía que ser sincero y racional, estaba empezando a gustarme el Diablo. Lucifer, Satanás, lo que narices sea. Solo un idiota como yo podía haber caído en esa trampa. Pero lo que me retorcía las tripas no era únicamente eso.
—En los últimos años he conocido el mal de muchas formas... y en ninguna de ellas he visto a Samael.
Eso era, aquello que no conseguía ordenar en mi mente había logrado verbalizarlo en palabras. Suspiré abatido mientras ella me devolvía el cigarro.
—Porque él no es...
—¿Segura? —murmuré, con el cigarrillo colgando de nuevo de mis labios. Giré la cabeza hacia ella. Lilith dejó la copa en la barra y apartó la mirada—. ¿O es una manipulación más? Es lo que se supone que hace, ¿no?
La mujer a mi lado calló y se mantuvo en silencio durante los siguientes segundos, incapaz de abrir la boca para despejar mi mente hacia un lugar menos oscuro que en el que llevaba metido las últimas horas. Desconfiando, dudando de todo cuanto habíamos vivido.
—Pero a ti no te ha manipulado —murmuró tras dar un largo trago a su copa. Se quedó como si nada, parecía que estaba bebiendo zumo de piña—. Al contrario de lo que hace siempre, él y el resto de demonios, contigo parece que quiere hacerte un favor de verdad. Te... lo prometió, nunca antes había hecho algo así. Es extraño reconocerlo en voz alta, pero... la ayuda que te prestaba era genuina, no fruto de la maldad.
Levanté el vaso con la mano libre y contemplé el contenido frente a mi como si en él fuera a encontrar todas las respuestas. Tiempo atrás las habría buscado ahí, ahora sabía que aquello no iba a servirme de mucho, más allá de tirar meses de esfuerzo a la basura después de tanto sufrimiento.
—¿Y cómo llamas tú a obviar el pequeñísimo detalle de que el pago por los favores es tu propia alma?
He dado muchos golpes en mi vida y sé qué cara pone alguien al recibir uno. Lilith estaba poniendo esa misma cara y, a diferencia de mis contrincantes, ella no me lo devolvió.
—Samael me mintió, Lilith. Acepté un pacto en el que no sabía lo que me estaba jugando, pudo habérmelo dicho y no lo hizo. Él partió con esa ventaja y eso no es justo. ¿Sinceramente? Me vale un carajo mi alma, he hecho muchas cosas malas en esta vida como para saber dónde acabaré en cuanto la palme, así que se la regalo si la quiere.
Golpeé el cigarrillo un par de veces con mi dedo sobre el cenicero entre ambos y me lo llevé de nuevo a los labios. El silencio se hizo en la primera mujer, a quien se lo cedí para que pudiera fumar.
—Es curioso —comentó, mirándome analítica mientras fumaba de nuevo.
—¿El qué?
—Que, a pesar de que sabes que se llama Lucifer, tú le sigues llamando Samael.
Cejijunto, la observé sin saber qué pretendía.
—¿Sabes que hace milenios que nadie le llama así a menos que sea para hacerle daño? Desde su caída, no se lo permite a nadie. Solo a ti.
«Desde su caída».
Torcí el gesto, intentando no dejarme llevar por las claras intenciones que empezaba a ver y me encogí de hombros. Ella volvió a mirarme con la interrogación grabada en esos ojos vivos y despiertos.
—¿Por qué me miras así?
Su ladeada sonrisa me hizo temer la respuesta.
—Desde que te conozco, intento averiguar qué es lo que vuelve loco a Lucifer de ti.
Su confesión me puso la carne de gallina. Carraspeé cuando se me secó la garganta y rasqué mi cabeza al sentir los nervios concentrarse en mi estómago. Para cuando me quise dar cuenta, la sangre ya estaba calentando mis mejillas. Ella sonrió muy pagada de sí misma.
—Ahora lo sé.
Se acercó a mí con lentitud y el codo apoyado en la barra, con el cigarro en alto en una pose que le hacía derrochar pura elegancia. Me sentí ridículamente pequeñito ante ese magnetismo y poder que desprendía, mirándome fijamente.
—Solo el Diablo puede enamorarse de sí mismo —musitó, señalándome de arriba abajo con el cigarro.
Tartamudeé algo que no llegó a entenderse bien, y es que a duras penas lograba hacer que mi cerebro funcionara ante semejantes palabras. Alcé las manos como si me librara de esa sentencia y negué con la cabeza.
—«Enamorar» es una palabra muy fuerte —aseguré avergonzado—. Tampoco creo que sea verdad.
Lilith se encogió de hombros.
—Es la realidad, solo que os negáis a verla.
—Además, muchas gracias por compararme con el Diablo —me apresuré a decir, intentando cambiar de tema.
Su delgada ceja izquierda se arqueó mientras dejaba caer la ceniza igual que yo había hecho con anterioridad.
—Él no es malo, Kailan, pero en el fondo tú eso ya lo sabes.
Alcé el mentón de forma vacilante.
—Quizá todo es parte de la misma manipulación.
—Si eso te consuela. —Sonrió con la mirada rebosando superioridad—. ¿Y sabes lo mejor?
Me incliné ligeramente hacia atrás con desconfianza.
—¿Qué?
—Que tú tampoco has negado lo contrario.
Me carcajeé sin ganas, pero enrojeciendo más y más cada segundo. Sentía la sangre concentrada en mis orejas, cuello y mejillas. Mi cara estaba a punto de ir a juego con mi pelo.
—Ni lo he afirmado.
—Si eso te consuela —repitió sonriente.
Entrecerré los ojos, mirándola con menos enfado del que pretendía mostrar. Lo peor era que en el fondo me caía bien. Suspiró y me devolvió cigarro, como si me indicara que yo debía terminarlo.
—¿No se supone que eres deportista? —preguntó mirando el cigarrillo, como inciso a toda esta marea asfixiante de sensaciones que me sobrepasaban.
Su preocupación empezaba a sonarme franca.
—No puedes quitarle todas las adicciones a la vez a un ex adicto.
Ella asintió, mirando su copa. De manera repentina, el brillo en sus iris se apagó como una luz fundida, volviéndose fríos al contemplar el alcohol de su vaso. Tragó saliva y me miró mientras yo daba una calada.
—No sé qué llevó a Lucifer a no decirte la verdad sobre quién era, Kailan —confesó tras esa pausa que ambos necesitábamos—. A pesar de vivir la mayor parte del tiempo en su cabeza yo...
—¿Perdón? —interrumpí, acercándome a ella con los ojos como platos—. ¿Has estado todo este tiempo en su cabeza? ¿Incluso cuando yo creía que estábamos los dos solos?
Lilith torció el morro y se encogió en su postura, mostrándome la palma de sus manos de manera inocente.
—¿Lo siento?
Negué con la cabeza, frotando mis ojos. Lo que me faltaba por oír.
Ya que más daba.
—El caso es que eso solo se lo puedes preguntar a él, Kailan. Tú quieres respuestas, y él te debe una explicación.
—Lo que menos me apetece ahora mismo es verle la cara —mascullé sin mirarle, con los brazos entrelazados y apoyado en la barra.
—Concédele al menos eso.
Su ruego me caló más de lo que esperaba.
—¿Te ha enviado él?
Negó en respuesta.
—He sido yo la que le ha obligado a quedarse en la habitación del hotel para que no saliera tras de ti. A estas alturas ya debe haber arrasado con medio cuarto por los nervios.
Puse todas mis fuerzas en reprimir una sonrisa. No le venía mal un poco de sufrimiento después de todo.
—Ya, o quizá está durmiendo a pierna suelta —mascullé con sorna, apagando la colilla en el cenicero.
Su cabeza volvió a ladearse con incomprensión y un rizo pelirrojo le cayó por la frente.
—Los ángeles no duermen —aclaró, dejándome perplejo. La verdad es que una parte de mí se moría de ganas de hacer cientos de preguntas respecto al tema—. Entran en una especie de trance reparador que no siempre necesitan, puede que tan solo si están heridos o sus mentes colapsadas.
Levanté las cejas.
—¿En qué se diferencia de lo que hacemos los humanos? —Me resultó increíble formular esa frase—. Hasta ahora me parece lo mismo.
Sonrió con algo de tristeza y no pude impedir que la preocupación me inundara.
—Ellos no sueñan, Kailan. No pueden, no me preguntes el por qué, pero no lo hacen —explicó, jugueteando con el vaso, haciendo que el tintineo de los hielos acompañara su voz. No me había dado cuenta de que no había vuelto a beber de él—. Lo extraño, es que Lucifer sí. Supongo que porque él ya no es un ángel.
«Desde su caída» se repitió en mi mente una vez más. Sentí como mi garganta se apretaba al tragar saliva, como si un nudo me estrangulara.
—Pero su mente no se llena de imágenes agradables que le permitan descansar, si no de cosas horribles. —Su mirada me heló el alma—. De su caída desde el Cielo tras su destierro, del odio que la Creación le tiene... que sus hermanos le tienen. Es un tormento que pocas veces se ha atrevido a confesarme. A veces creo que es el único que puede soñar porque también fue el único en cruzar el umbral. No sé si es un castigo, pero cuando le oigo gritar y sufrir en esos instantes... sí sé que se trata de una tortura. He oído las suficientes en el Infierno como para saber que es así.
Las palabras de Lilith se anclaron como ansiedad en mi pecho. Había vivido en cientos de ocasiones lo mismo que ella había narrado tras lo ocurrido en Phoenix. Pesadillas, malos sueños tan reales de los que parece que nunca vas a despertar. Sentí como una parte de mí, esa que yo percibía unida a Samael, se intensificaba. Como un aliado que, tras apoyarme en mi enfado hacia él, repentinamente se ponía en mi contra. En cierta forma, para él debía de ser desconcertante ser el único en su mundo que vivía cosas así. Nadie podía ofrecerle un consuelo.
Salvo yo.
«Lloras en sueños, ¿lo sabías?».
Su voz sonó en mi oído como si le tuviera justo a mi lado, con sus ojos negros analizando hasta el último rincón de mi cerebro. Si me esforzaba un poco, podía incluso olerle en el aire, entre el humo del tabaco y el olor abrasivo del alcohol. Y tanto ahora como en aquel momento en el que pronunció esas cinco palabras, su preocupación me sonaba sincera.
Agaché la cabeza unos segundos y, tras aclararme la garganta, miré a Lilith intentando disimular lo afectado que me había dejado el saber de los malos sueños que acosaban al Diablo.
Cosa que nunca pensé que pudiera ocurrir. ¿No era él acaso el creador del mal?
Aunque, para ser sinceros, yo nunca lo había visto así. Ni siquiera cuando los profesores intentaban lavarme la cabeza con sus discursos baratos acerca de culpabilizar al Diablo de todo mal. Me parecía una excusa para no responsabilizarnos de los males que provocamos en nosotros y en los demás, pero... ¿No era él el que torturaba a los que llegaban al Infierno? ¿Entonces quién iba a torturarlo a él?
—¿Una tortura impuesta por quién?
La pregunta salió de mi boca sin una orden previa de mi cerebro, que para estas alturas de la madrugada ya funcionaba a pedales. Supongo que en busca de una respuesta a esos pensamientos que habían empezado a rondar mi cabeza, y en parte me acojonaba una posible contestación que me fuera incapaz de digerir.
Lilith pareció dudar, jugando de nuevo con la copa, removiendo los hielos en sentido horario como si, de manera profética, ese ritual fuera a revelarle la verdad. Soltó el aire que contenía y me miró con un brillo inusual en sus iris de un sentimiento que hasta entonces no había visto relucir en ella: pena.
—Por él mismo.
Agaché la cabeza. Tenía sentido.
Que yo supiera, y después de que ella no insinuara nada al respecto, no debía existir fuerza mayor y supuestamente malvada que le pudiera hacer daño. Samael era la cúspide de su propia pirámide alimenticia, así que nadie podía herirlo.
Excepto él mismo.
No parecía darse cuenta de que quizá esa era la fuente, origen y razón de todos sus problemas. En mi mente se acumulaban las imágenes de Samael acusándose a sí mismo de no ser bueno. Cerré los ojos y exhalé con fuerza. La cabeza empezaba a dolerme horrores.
—Que conste que yo no he dicho nada, o después me regañará.
Lilith me hizo reír, aliviando la tensión en el ambiente y en mis sienes. La miré de arriba abajo y se sorprendió por ello. Decidí que, si realmente me parecía en algo al Diablo, empezaría a usar sus mismas armas.
—Está bien, volveré contigo al hotel y hablaré con él. —La mujer sonrió contenta ante mi respuesta y dio unas pequeñas y adorables palmaditas de felicidad—. Pero con una condición.
—Adelante, estoy preparada —dijo, irguiéndose orgullosa en su postura.
Mis comisuras se estiraron en una ladeada y soberbia sonrisa.
—Háblame de ti, quiero conocerte.
Lilith se quedó perpleja, congelada. Parpadeó muy lentamente un total de dos veces en los siguientes segundos. Temí haberla reiniciado a ella también, no sabía cómo funcionaba esto de las mentalidades sobrenaturales.
—¿Co-conocerme? ¿A mí?
Asentí extrañado. ¿Por qué era tan raro?
—Pero, ¿por qué?
—Porque tú ya sabes mucho de mí sin que yo te lo haya contado a ti directamente, y no es justo. Además, con todos los kilómetros que todavía nos quedan por recorrer juntos...
Sus ojos rojos casi se saltan de sus cuencas como dos canicas.
—Espera, ¿quieres seguir haciendo el viaje con nosotros?
Resoplé.
—Pienso hacerle llevarme a Nueva York aunque decida no dirigirle la palabra en todo el camino, esta putada me la voy a cobrar —afirmé. Lilith me miró como si entonces yo le agradara mucho más que antes—. Así que ya puedes empezar a largar por esa boca, porque tengo cientos de preguntas, ¿no se dice de ti que te apropias de los recién nacidos?
Su carcajada hizo que medio grupo de moteros se girara para verla. Hasta en un ataque de risa era perfecta, en su lugar yo parecería una foca atragantándose.
—Sí, claro. No tuve suficiente con tener mis propios demonios como para encargarme de los que tienen los demás.
No pude evitar reírme. Apoyé el codo en la barra y la barbilla sobre mi mano.
—He oído cientos de versiones diferentes. Ahora que te tengo delante, quiero saber la de verdad —sentencié, mirándola a los ojos. Lilith volvió a observarme algo consternada, pero con el inicio de una sonrisa naciendo en sus labios—. Quiero conocerte a ti.
Lilith
A mí.
El humano quería conocerme a mí.
Si antes me caía bien, entonces me cayó incluso mejor. Debía conseguir enredar a Lucifer para que no lo dejara escapar jamás. ¡Era fascinante! Un humano así no se encuentra cada día.
Nunca antes alguien, mortal o inmortal, me había preguntado mi historia. Mi versión de los hechos. También es cierto que todos los demonios con los que convivo ya la saben, pero aun así, aparte de Paymon o Lucifer, Kailan era el primero que mostraba un mínimo de interés por mí.
Me golpeé la barbilla con un dedo, pensativa. ¿Qué podía contar? Para una vez que Luci no me aplastaba mentalmente con su egocentrismo, iba a aprovecharlo. Me decanté por lo más obvio, las mejores historias tenían un buen principio, y la mía era una de ellas.
—No recuerdo mucho de mi origen, hace demasiados milenios de aquello, pero... recuerdo como el de arriba dijo que nos creó al imbécil de mi ex marido y a mí del mismo barro —dije, removiendo mi copa sin intención de beberla mientras señalaba al techo.
Kailan inclinó la cabeza, escrutándome con esos ojos verdes entrecerrados por la confusión. Vaya, Lucifer tenía razón, sí que eran bonitos.
—¿Ex marido?
Sonreí.
—Adán.
Su cara no tuvo precio cuando cayó en esa idea que todavía no parecía haber contemplado, y mi sonrisa se ensanchó. Me sentía cómoda ante ese interés genuino por mí, y aquella sensación me envalentonó a seguir hablando.
—Era un completo idiota. Prepotente, egoísta, aburrido... en cuanto descubrió el sexo, era lo único que quería de mí —expliqué. Kailan escuchaba atentamente, sin disimular en absoluto lo mucho que le sorprendía todo lo que estaba diciendo—. Y nunca quería experimentar, solo estar él encima. Así que me cansé. Estábamos hechos del mismo barro, ¿por qué demonios era yo la que tenía que obedecer?
—¿Y qué hiciste? —preguntó con honesto interés.
—Me largué del Jardín —afirmé con una orgullosa sonrisa, ganándome todavía más su atención con aquello—. Una lástima, sí, porque aquel lugar era precioso. La comida, el agua... todo era fascinante, pero muy aburrido, y yo no pensaba cambiar mi felicidad por comodidad. Y mucho menos por un hombre como Adán.
—¿Es por eso que dicen que el barro con el que Dios te hizo estaba mal?
Reí antes de alzar mi copa en su dirección, brindando por esa burda mentira con la que le habían comido la cabeza a media humanidad.
—Esa fue la excusa que pusieron después. —Suspiré, dejando el vaso sobre la barra, tamborileando mis dedos sobre la madera mugrienta. Juraría que se me quedaron pegados unos segundos—. Ah, los humanos... justificando siempre al Todopoderoso, pues él es perfecto y es mejor echar la culpa a otros antes de reconocer que puede cometer errores. Porque eso no lo convertiría en divino ni perfecto, y se quedarían sin excusas para poder seguir mirando por encima del hombro, señalando y marginando en nombre de ese mismo Dios a aquellos que no piensan como ellos, ya que eso los convertiría, simple y llanamente, en malas personas.
Kailan alzó las cejas, parpadeó y dejó la mirada perdida en las estanterías plagadas de botellas tras la barra.
—Joder, acabas de desmontar la religión entera —farfulló.
Durante unos segundos creí que su cerebro fuera a estallar al procesar tanta información. Me encogí de hombros, tirando de uno de mis rizos mientras frotaba mis uñas sobre mi hombro desnudo en un gesto despreocupado.
—La realidad duele —afirmé en un fingido puchero que le hizo sonreír, animándome a continuar—. El caso es que me marché, y fui a parar al mar Rojo, no estoy muy segura de por qué, ¿y sabes quién vino a buscarme? El que entonces era todavía Samael.
Su ceño se frunció dudoso y confundido, como si repasara mentalmente todo cuanto sabía acerca de nuestra historia. Aunque, muy probablemente, no era todo lo que sabía, si no todo lo que querían que supiera.
Eran cosas diferentes.
—Pensaba que todo el rollo ese de Adán, Eva y la manzana vino después de la rebelión.
Me tensé ante la mención de esa parte de la historia e hice un gesto de desdén con la mano, intentando quitarle mentalmente importancia al asunto.
—Fue más o menos a la vez —confesé. Me aclaré la garganta para intentar aliviar la rigidez y el asco en mi voz—. Supongo que por eso Dios tardó en darse cuenta de lo que su hijo favorito estaba tramando. Y, en parte, por eso vino a por mí. Lucifer estuvo ahí cuando su padre nos creó a Adán y a mí y... bueno, ya le has visto, es imposible quitarle el ojo de encima.
Kailan se carcajeó avergonzado, escondiendo su cara sobre el brazo apoyado en la barra.
—Resulta que no solo yo me estaba fijando en él, así que...
—Os acostasteis —concluyó, girándose a mirarme con picardía.
Me encogí de hombros con una sonrisa divertida, sin poder ocultar una irreverente carcajada.
—Tranquilo, ya es todo tuyo.
—Yo también tengo un pasado, Lilith.
—Oh, y tanto, lo vi en la pantalla de aquel restaurante.
Puso los ojos en blanco y ahogó sobre su brazo un quejido lastimero. A veces se me olvidaba la de cosas que debían estar encajando dentro de esa cabecita. Sonreí y le observé, echándome la melena a un lado cuando varios rizos cayeron frente a mis ojos.
—A diferencia de ti, yo no dejo pasar las oportunidades cuando se me presentan —señalé, mirándole de arriba abajo con una risita. Enrojeció de tal forma que creía que su cabeza iba a estallar—. Yo de ti no esperaría mucho más, no tienes ni idea de lo que te estás...
—¡Vale! Lo entiendo, lo entiendo —exclamó interrumpiéndome, tapándose los oídos teatralmente.
Oh, era taaaan divertido avergonzarle.
Suspiré, melancólica por aquellos tiempos. La verdad es que ser amantes durante tantos milenios había conseguido que nos volviéramos inseparables. Lucifer era mi único y verdadero amigo, quien hizo de mi la gran mujer que me sentía. Me enseñó a luchar, a defenderme, pidió que hermanos y fieles me entrenaran en la magia y hechicería, me instruyó en todo cuanto sabía. Él, y el resto de demonios. Quién era hoy, era gracias a él.
Ese pensamiento me hizo sonreír con la mirada perdida.
—Él se estaba liberando de sus propias cadenas, y me estaba enseñando a hacer lo propio con las mías. Cuando nadie quiso hacer algo así, él no dudó. Vio potencial en mí como el alma libre que siempre he sido... que siempre hemos sido, aunque no tengamos una —maticé con una pequeña sonrisa algo triste—. Me ayudó con mis propios deseos y a cambio, yo le apoyé en su rebelión.
—Así que te pidió algo a cambio —cuestionó altivo, levantando una ceja, ofreciéndome otro cigarrillo.
Sonreí, sabía lo que pretendía. Era un chico listo, pero nunca sé es más listo que un demonio.
—¿Y qué si es así? —murmuré, prendiéndolo con su encendedor cuando me lo tendió—. Yo acepté libremente, sabía las consecuencias y me mereció la pena.
—Pero después te castigaron, ¿cierto? Siempre hay un castigo en la Biblia, para lo que sea.
Mi piel se erizó cuando un escalofrío recorrió mi columna, haciendo que me recolocara en mi postura. Kailan debió notar el cambio de humor y expresión en mi rostro, por lo que se disculpó. Sonreí, negando con la cabeza. No era él quien debía pedirme perdón, después de todo.
—Otros ángeles bajaron a por mí, pero me negué a volver, querían que regresara al estúpido Edén e hiciera caso a mi entonces marido. —Chasqueé la lengua—. No había ninguna razón para que yo le obedeciera a él y fuera la mujer que querían de mí. Así que el Cielo me castigó, sí. «¡Cien de tus hijos morirán cada día!» bramó el misericordioso desde las nubes—expliqué con ironía, mirándole a través del humo que desprendía mi cigarrillo. Reí escuetamente—. Es curioso, ¿no? Cien, no setenta ni treinta y tres, cien. Me parece un pelín excesivo.
Pude ver cómo tragaba saliva por el sube y baja de su garganta, dejándome en claro que aquella parte de la historia no la sabía. Supongo que a los humanos interesados en seguir perpetuándome a mí como la víbora malvada, no les favorecía esta parte de la versión.
Panda de hipócritas.
—Así que es cierto, eres madre.
—Lo fui —corregí secamente, con la mirada clavada en el fondo de mi vaso. Esa parte de mi estaba enterrada en el pasado y temía demasiado todo lo que podía doler volver a abrir aquella puerta. Me acomodé la melena, dispuesta a continuar con mi relato, queriendo demostrar lo poco que me afectaba aquel tema—. Lucifer no fue el único, una vez fuera del Edén... quise aprovechar.
Una suave risa por su parte rompió la tensión en la comodidad que se había instalado entre ambos, y lo agradecí profundamente. Sentí que mi vida volvía a fluir de nuevo.
—Los ángeles y querubines que se unieron a su causa eran más buenos en el sexo de lo que uno creería —señalé con orgullo, haciéndole reír una vez más—. Y los seres celestiales tienen prohibido mantener relaciones. Así que supongo que ahí empezó todo.
—Os corrompisteis unos a otros, ¿no?
—Algo así —afirmé. Una boba sonrisa curvó mis labios al recordar—. Y de ellos nacieron mis hijos, los lilim... ya no queda ninguno.
Su mirada me sobrecogió, pero lo hizo mucho más cuando se inclinó hacia delante y tomó mi mano libre, acariciándola con dulzura. Hasta aquel instante no supe lo mucho que yo estaba temblando.
—Me castigó a mí con sus muertes, con lo que más me dolería —musité. Sentí mis ojos aguarse milenios después de aquello—. Ellos no tenían la culpa, y aún así... Recuerdo escuchar mi castigo como una sentencia que caía hacia mí de entre las nubes, y tan solo ser capaz de derramar dos únicas lágrimas por ellos.
Kailan me observó consternado, la pesadumbre flotaba entre nosotros y los recuerdos me consumían, igual que lo hacía el cigarro en mi mano, convirtiéndose en cenizas que apagué en un seco movimiento contra el cenicero. La agonía no iba a ahogarme de nuevo, nunca podrían conmigo.
—Pero estoy bien —musité irguiéndome de nuevo—. Lo he superado.
El chico soltó mi mano y me miró, asintiendo.
—Ya.
Me recompuse, tomando aire a pesar de que no me hiciera falta, tan solo como un gesto que me otorgaba tranquilidad mental y me limpiaba de toda emoción negativa.
—Por eso no culpo a Lucifer ni me arrepiento de lo que hice —sentencié con repentina firmeza, sorprendiéndole—. ¿Cuál fue mi delito? ¿Querer ser una mujer libre?
El silencio fue mi respuesta.
—No, ni hablar, no tendrán mi arrepentimiento, no cuando los verdaderos monstruos son ellos —añadí, segura de mi misma—. Es muy típico de su Padre: nos crea y cuando decidimos por nosotros mismos quiénes queremos ser, nos castiga y destierra. Pero te aseguro que volvería a aceptar ese y mil favores más, si en todos y cada uno de ellos obtengo la libertad que deseaba.
Me sorprendió ver cierto destello de orgullo en los ojos del chico, parecía que... le gustaban mis palabras, como si concordara con ellas. Fue extraño y gratificante a la vez.
—Así que, como tú no fuiste lo que esperaba...
—Culpa suya por responsabilizarme de las expectativas que había puesto en mí, por otra parte —señalé interrumpiéndole, levantando el índice de mi copa en su dirección.
—Dios decidió crear a Eva.
Resoplé con amargura y un pinchazo de dolor me dio de lleno justo en el pecho. Hice una mueca, moviendo el pie derecho con cierto nerviosismo. Los cordones de mi bota se agitaron al compás. Para Kailan no pasó inadvertido mi desagrado.
—Oh, sí. La perfecta y sumisa Eva, directa de la costilla de Adán para que quedara claro en qué nivel estaba cada uno —mascullé con ironía—. No tan perfecta, después de todo.
No pude evitarlo y di un largo trago a mi copa, insulso como hasta ahora, pero con un ligero sabor a desconsuelo ante el recuerdo de aquella... traidora. Cerré los ojos, alejando esos recuerdos que habían estado enterrados por mucho tiempo, con la intención de que volvieran a estarlo.
—Fue el proyecto de mujer que quería para la humanidad, ¿no? Al menos al principio.
—Desde luego. —Negué con la cabeza, cargada de ironía—. Calladita, sumisa y... no tan obediente. Ese es el problema del altísimo y todos los que le siguen, que nunca conseguirán de nosotras lo que parecían desear. Incluso volviendo a hacer una nueva mujer... esta termina por no obedecer y sucumbe a lo que le apetecía. Podré odiar a Eva, Kailan, pero hay una única cosa que le perdono: que haya sido parte del legado para que nunca, ninguna, sea callada y obediente toda su vida. Que me llamen demonio si con ello se consuelan, pero pienso atender a los ruegos de cada humana que me necesite. Mayor, joven o niña. Ya sea la que vuelve a casa sola en mitad de la noche estrechando las llaves con temor en su puño, la que aguanta al baboso de su jefe porque se juega su puesto o la pequeña que es mirada de más por algún familiar inmundo. A todas las que pueda, pienso protegerlas.
Su sonrisa, satisfecha como la mía, se ensanchó. Alcé el mentón de manera altiva.
—Gracias por dejarme conocerte, Lilith. Es todo un placer escucharte hablar.
Esas palabras me atraparon desprevenida, impropias de un humano que se dirigía hacia mí. Sacudí la cabeza, quitándole importancia.
—Un trato era un trato.
—No solo era por eso, después de todo, los amigos se conocen y ayudan en los malos momentos.
—Espera, ¿qué?
Parpadeé un par de veces y me incliné hacia él para analizarle con detenimiento. ¿De verdad acababa de escuchar lo que acababa de decir?
—¿Has dicho «amigos»? —murmuré bajo su extrañada mirada.
—Ah... sí...
Desde el principio de los tiempos los humanos me habían llamado de todo: demonio, ramera, criatura del mal... pero entonces me di cuenta de que nadie más, aparte de Lucifer, nunca, me había llamado amiga.
—¿Sabes cuántas personas han venido a por mí cuando me perdía en algún bar? —preguntó enarcando una ceja y con una sonrisilla altiva—. Brendan y Eli, Lilith. Y ahora también tú. Eso es lo que hacen los amigos, ayudarte cuando lo necesitas.
Completamente eufórica, me lancé a abrazarlo acompañada de un gritito quizá demasiado elevado para un oído humano, pues todos en el bar se giraron hacia nosotros. Pero me importó una mierda. ¡Tenía un nuevo amigo! ¡Y uno humano! Entre risas, Kailan me recordó que sus costillas también lo eran y me separé, asustada de haberlo roto.
Justo lo que hubiera necesitado contarle a Lucifer, desde luego.
—Eh, pelirroja, ¿no quieres abrazarme a mí también? —exclamó uno de los tipos orondos de las mesas, rompiendo a reír en risotadas mientras alzaba la jarra de su cerveza.
Arqueé una ceja y le miré fijamente. En cuanto se dio cuenta del color de mis ojos, se atragantó con una carcajada y guardó silencio. Sus compañeros le miraron asustados de su cambio repentino.
—Sí, calladito estás más guapo, Bobby —siseé, volviéndome hacia Kailan con una amable sonrisa.
Me miró impactado.
—¿Qué le has hecho?
—¡Nada! Tan solo le he mirado, a veces con solo eso basta.
—¿Y cómo has sabido su nombre?
Me acerqué a él lentamente, como si fuera a revelarle el mayor de mis secretos.
—He poseído su mente y rebuscado en ella.
Kailan se echó hacia atrás en una mezcla de asombro y algo de terror, mirando hacia todas partes como si alguien nos hubiera escuchado.
—¡Es broma, idiota! Lo pone en su chaleco —bromeé, señalando el nombre bordado en la parte delantera de la prenda del hombre que, mientras sus amigos continuaban la charla, me miraba aterrado.
El chico resopló, tapándose media cara con una mano y la otra en su pecho.
—No vuelvas a hacerme eso —me advirtió mientras yo rompía a reír—. Será mejor que volvamos ya.
Asentí y froté mi frente cuando un suave mareo me atizó. Oculté mi sorpresa. ¿Me había afectado por primera vez lo poco que había bebido? Era imposible, ni siquiera había podido saborearlo e incluso el alcohol del Infierno tardaba más en hacerme efecto. Observé la copa y después a Kailan. Un ligero dolor me recorrió al ser consciente de que, con un solo vaso de esto, el chico podía haberse arruinado la vida de nuevo.
Suspiré afligida, sintiéndome culpable. Ahora entendía cómo se sentía Lucifer.
Alcé el vaso y le miré de vuelta, volviendo a sonreír.
—Por Brendan.
Su mirada brilló ante el recuerdo de su entrenador, asesinado en manos de ese bastardo alado. Tragó saliva y carraspeó, como si le hubiera empezado a faltar el aire. Tomó una bocanada y suspiró, levantando su vaso lleno también.
—Por Brendan —sentenció, chocando nuestras copas.
Ambos las miramos, y ambos volvimos a dejarlas sobre la barra, con una ladeada y orgullosa sonrisa.
Era lo que más sentía mientras me ponía en pie: orgullo. Resultaba fascinante ver la voluntad de Kailan al mantenerse firme en su progreso, me hizo más feliz de lo que esperaba. El chico dejó sendos billetes en la barra a la vez que se colgaba su mochila sobre el hombro, dinero más que suficiente por dos copas, y se despedía de la simpática y amable dueña que con él parecía no serlo tanto.
Cerré un ojo cuando un pinchazo me taladró la cabeza.
—¿Crees que Samael haya arrasado ya con la otra mitad también? —preguntó cuando nos encaminábamos hacia la salida.
—Oh, por supuesto —respondí masajeándome una sien.
Kailan se detuvo a unos metros de la puerta y me volví para mirarle.
—Lilith, ¿estás bien?
Me encogí de hombros y fruncí el ceño ante tan estúpida pregunta.
—Claro, ¿por qué lo...?
Desplomarme contra el suelo cuando todo se volvió negro, completó la respuesta por mí.
Lucifer
Si hubiera continuado dando vueltas por la habitación de aquella forma, habría terminado haciendo un agujero al suelo. Eran las dos y media de la madrugada y todavía no había noticias de Lilith, mucho menos de Kailan. Contemplaba sus cosas como si fueran lo último que me quedaba de él, y sería así si Lilith no se daba prisa.
Cuando decidí que le daría un máximo de cinco minutos más antes de lanzarme a las calles de Roswell en su búsqueda, aporrearon la puerta.
Por unos instantes creí que los hombres de Abraham, o incluso Azrael, habían decidido terminar con todo, pero la voz asustada de Kailan me sobresaltó de forma inesperada. No podía asimilar que hubiera vuelto y, en un par de zancadas, me acerqué hacia la puerta y la abrí sin dudar. Entró apresurado y cargando con Lilith desvanecida en sus brazos. Cerré de golpe, completamente impactado.
—¿Qué...? ¿Qué demonios ha pasado?
—Se ha desmayado —respondió alarmado mientras la dejaba en la cama. Jadeó cansado al incorporarse y me aproximé a toda prisa hacia ella con el terror inundándome—. Estábamos hablando y... parecía que empezaba a marearse, cuando de pronto se desmayó.
No, aquello no podía ser cierto. Nunca le había sucedido algo así. Me agaché hacia Lilith, sentándome a orillas de la cama, y aparté el pelo que caía por su rostro para apreciarlo mejor en busca de algo que me diera una explicación. No me di cuenta del temblor de mis dedos hasta que aparté delicadamente un mechón de su frente con ellos.
—¿Le ha pasado antes?
Le miré y sé que, por cómo debí hacerlo, notó la preocupación supurando de cada parte de mi ser.
—Jamás.
—Perfecto, me dejas muy tranquilo —musitó, pasándose una mano por el pelo mientras exhalaba con pesar, dándose media vuelta.
Un suave quejido escapó de entre los labios de Lilith, provocando que los dos nos giráramos hacia ella. Sus ojos se abrieron lentamente con actitud cansada, parecía que aquello le costaba el esfuerzo de mil vidas. Sonreí a medias al verla consciente y acaricié su mejilla con sumo cuidado y el dorso de mis dedos.
—Hola, Lil —murmuré—. ¿Cómo te encuentras?
Farfulló algo ininteligible mientras se frotaba un ojo y suspiró.
—Cansada.
Imaginaba que así era. Tomé su mano con cuidado, mirándole fijamente. Empezaba a sospechar lo que podría estar pasando.
—Creo que has estado demasiado tiempo expuesta al Plano Terrenal —teoricé, ganándome la atención de ambos.
Kailan negó con la cabeza mientras su rostro se contraía en una mueca de confusión.
—¿En el Plano qué?
Intenté con todas mis fuerzas no sonreír.
—Así es como nosotros llamamos a la Tierra. Es uno de los Tres Planos, junto con el Celestial y el Infernal.
Ya no servía de mucho ocultar nada, y en cierta parte, por muy egoísta que sonara, sentía mis hombros relajarse ante la idea de no tener que volver a engañarle.
Él levantó las manos, exasperado y resoplando.
—Sí, ya, cierto. Asuntos celestiales, infernales o lo que sea —masculló, pinzándose el puente de su nariz y caminando de un lado para otro. Tras unos segundos, miró a Lilith con preocupación—. ¿Y cómo podemos ayudarla? ¿Hay algo que se pueda hacer?
Fue la propia Lilith quien respondió desde la cama, con media cara en la almohada.
—Necesito descansar.
—¿Crees que puedas adentrarte? —sugerí, volviéndome hacia ella, que negó con la cabeza—. Lo suponía.
Estaba tan agotada que apenas tenía fuerzas para mantenerse despierta, mucho menos podría utilizar cualquier poder. Lo malo, era que no podía adentrarse en mí y absorber parte del mío o del Infierno para reponerse mientras descansaba. Lo peor, es que quizá si seguía aquí, el asunto iría a más.
—No... no lo entiendo. Se supone que ella es... como tú.
Agaché ligeramente la cabeza ante esas palabras porque no pude detectar el tono concreto con el que las estaba expresando. ¿Era miedo? ¿Asco? Sacudí la cabeza, alejando todo aquello de mí.
—No del todo —respondí mirando a Kailan—. Antes de ser un demonio, Lilith fue humana. Su castigo la condenó a vivir...
—Una existencia a medias —completó ella con una amarga sonrisa.
Mordí mis labios con pesar ante ese hecho. Por mucho que doliera, era la verdad. Y lo que estaba sucediendo, nuestra demostración.
Nunca lo suficiente humana, nunca lo suficiente demonio.
Ella no nació con sus dones como mis fieles y hermanos, los aprendió con esfuerzo y trabajo, así como tampoco poseía una humanidad que le hiciera pasar inadvertida entre los demás.
Kailan detuvo su frenético deambular de manera repentina, y en parte me alegré, porque estaba comenzando a ponerme más nervioso a mí también. Se giró hacia nosotros con los ojos iluminados.
—Si has estado toda tu... existencia, viviendo como un demonio, quizá ahora deberías probar lo contrario. —Le miré entrecerrando los ojos, sin comprender demasiado su punto—. Vivir como una humana.
Lilith y yo nos miramos a la vez.
—Para sanar como una humana —añadí.
—¡Exacto!
Sí, tenía sentido. Al fin y al cabo, todo lo que teníamos entre manos al respecto eran teorías, nada era seguro, por lo que no nos quedaba otra que probar. Si Lilith descansaba lo suficiente, quizá obtenía algo de fuerza con la que poder adentrarse y recuperarse del todo.
Era una posibilidad.
—De acuerdo, ¿y qué hacéis para reponeros?
Distanciarme de él en una misma frase me dolió más de lo que esperaba. Era como poner en palabras la distancia de los dos mundos que nos separaban.
Se frotó la barbilla y se encogió de hombros.
—Cuando yo me pongo enfermo intento no salir demasiado de la cama, descanso y duermo para reponerme. —Una sonrisa le invadió con la mirada perdida—. Mi abuela solía hacerme buena comida, caldos y sopas calientes. Siempre dice que curan el cuerpo y templan el alma.
Lilith sonrió cansada.
—Yo no tengo de eso —musitó.
Una sonrisa compungida tiró entonces de los labios de Kailan, mirando a la primera mujer con un brillo especial que no esperaba encontrar.
—Yo no lo creo así.
Esa respuesta, esa luz de cariño fraternal que relucía en su mirada hacia Lilith, en sus palabras y su preocupación para con ella... ¿Qué otro humano le había tratado así? Ninguno. Si pensaba que no había caído lo suficiente ante sus pies, aquello me demostró justo lo contrario.
—Debes dormir, descansar lo que necesites y mañana desayunarás lo que yo te diga, ¿ha quedado claro? —advirtió señalándola.
Lilith hizo un débil saludo militar a modo de broma y yo alcé las cejas. En eones de existencia, la primera mujer casi nunca me había hecho caso, es más, era ella quien me ordenaba cosas. Pero llega un humano, dice algo y obedece sin rechistar, quedándose dormida en cuestión de segundos.
Miré a Kailan y esté suspiró con ambas manos en sus caderas, por lo que me puse en pie para arropar con cuidado a Lilith. El aire en la habitación se volvió denso e incómodo en cuanto nuestras miradas se encontraron al atraparle observándome. Había una única verdad: teníamos una cama ocupada y solo quedaba otra libre. Agaché la cabeza.
—Yo me quedaré junto a ella —murmuré, sentándome de nuevo en el lado libre que había dejado Lilith al darnos la espalda.
—Tranquilo, no importa que te quedes la otra cama. Para mí hoy promete ser una de esas noches de insomnio.
Le observé con preocupación ante aquello y él rio con malicia, sentándose a orillas del otro colchón, quedando ambos frente a frente.
Quién diría que el Diablo iba a temblar por tener a un humano delante de él.
Pero no era un humano cualquiera, era Kailan.
—Que un tarado con alas destripe con ellas a tu ex novio delante de ti, no es algo que puedas olvidar fácilmente —comentó entre dientes—. No es que vaya a defender a Archie ni mucho menos, habría matado a ese cabrón yo mismo y con mis propias manos, pero tampoco ha sido agradable ver algo así.
Se estiró en la cama con ambas manos tras la nuca y cruzando una pierna sobre la otra en actitud vacilante. Froté mis ojos y exhalé con pesar.
—Creo que deberíamos hablar de lo que... ha pasado.
Para mi sorpresa, se carcajeó.
—¿Qué? ¡No, no qué va! Está todo hablado. Dios existe, los ángeles y el Diablo también y este último me ha estado mintiendo y manipulando en mi cara ¿ves? Ya está hablado, buenas noches.
Apagó la luz de la lamparita y se dio media vuelta hacia la ventana. Resoplé.
—Kailan, deja de huir —gruñí con molestia ante su actitud.
Se incorporó en la cama como un resorte hasta quedar sentado, encendiendo la luz de nuevo.
—¡Ni te atrevas a darme lecciones! No me vas a ver la cara de estúpido. Déjate de consejos porque no me creo una pinche mierda de lo que vayas a decirme. Si estoy aquí es porque se lo he prometido a Lilith así que ándate a la verga con tus excusas. Tú serás el Diablo, pero ahora mismo yo soy un mexicano que anda muy enojado, wey, ya valió madres lo que quieras explicar.
Tuve que echarme ligeramente hacia atrás porque incluso a mí me había costado entender semejante verborrea enfadada. Levanté las cejas, asombrado. No solo estaba mezclando ambos idiomas si no que había terminado hablando en español, y algo me decía que eso no debía ser una buena señal.
—¿Quieres hablar? ¡Vamos a hablar, cabrón! —exclamó finalmente, acomodándose sentado en la cama sobre sus piernas cruzadas y remangándose la sudadera—. Pero, ¿cómo te llamo? ¿Samael, Lucifer o mentiroso de mierda?
De acuerdo, aquello no iba a ser tarea sencilla.
—Samael está bien —murmuré algo abatido.
Tan solo quería explicarme, o intentarlo. Y si después decidía alejarse de mí, lo entendería, aunque eso no significara soportarlo.
—A mí me parece que te queda mejor lo último.
Exhalé profundamente, cerrando los ojos por unos segundos.
—¿Puedo hablar?
—Adelante, por favor —dijo, acompañando sus palabras con un gesto de su mano—. Quiero saber si lo que ese loco de las alas dijo es cierto. Si de verdad es tu hermano, si de verdad me has mentido a la cara todo este tiempo, si de verdad le... le hiciste un favor a mi padre... para que ahora sea quién es.
Fue imposible no agachar la cabeza y ocultar mi rosto entre ambas manos por unos momentos. Ya la había fastidiado en demasía y era conocedor de cuánto estaba en juego si no relataba la verdad. Así que, por primera vez y sin contemplaciones, le miré a los ojos y le conté todo aquello cuanto había vivido.
Desde lo sucedido en Ciudad Juárez con sus padres, pasando por cómo había concedido un favor a Abraham hasta cómo aquello había provocado la muerte de su tío Raúl. Sus ojos se aguaron ante la idea de saber cuál era el verdadero trabajo de su madre y cuanto le dolía que así fuera. Le hablé de mi sistema de favores, de para qué servía, de por qué lo hacía. Si debía temerme, merecía saber por qué tenía que hacerlo. Fue aquella la única vez que no me guardé nada para mí mismo y hablé con sinceridad.
Podía oler el enfado estropeando su esencia, que se negaba a comprender por qué yo no me había presentado como el Diablo cuando me propuso el favor. Pero lo que más me sorprendía, era que no solo ese sentimiento le acompañaba, sino también la decepción. Se puso en pie, pasándose una mano por el pelo, refunfuñando cosas que no lograba entender.
—¿Por qué me mentiste? ¿Por qué me lo ocultaste? —siseó en voz baja, como si de repente se diera cuenta de que Lilith estaba dormida.
Aunque dudaba que despertara por nuestras voces, siempre había tenido un sueño muy profundo.
—Ni siquiera yo lo sabía, no lo recordaba. Fue Azrael quien me lo recordó para torturarme.
Kailan siguió dando vueltas por el mismo lugar que horas antes yo rondaba.
—Te conté cosas de mi vida que las únicas personas que lo sabían ahora están muertas. Lo hice porque me dijiste que confiara en ti y me estabas mintiendo a la cara. Pensé «bueno, con todo lo que está haciendo por mí, desde luego parece alguien de fiar». Ahora veo que me equivocaba.
Una risita amarga escapó de mí.
—Se supone que es lo que hago, ¿no? Mentir y manipular, eso es lo mío —gruñí poniéndome en pie, acercándome a él, quien me miraba confuso—. Soy el Diablo, Kailan, que no se te olvide.
Su sonrisa inesperada rompió todos mis esquemas y pretensiones.
—A la verga con eso, Samael —replicó entre dientes, clavándome el índice en el pecho—. No lo hiciste por quién eres, sino porque querías. Respóndeme a una sola cosa: ¿Sueles decirles a tus víctimas quién eres cuando les ofreces un favor?
La palabra «víctimas» fue un dardo envenenado que me recordó la clase de ser horrible que era. Casi parecía que en lugar de Kailan, aquello lo hubiera dicho Azrael.
Mordí mis labios y le devolví la mirada, por mucho que me costara hacerlo.
—Sí.
—Y entonces por qué a mí no me lo dijiste.
Le di la espalda con ambas manos en las caderas, negando ante su insistente pregunta. No podía, simplemente no podía haberlo hecho. Habría salido corriendo, habría huido de mí y yo quería ayudarle de verdad. Se lo merecía. No podía cargar con más peso a sus espaldas, lo que yo sentía era mi responsabilidad, no suya.
—¡Por qué coño no dijiste la verdad! —insistió al no obtener respuesta.
—¡Porque me aterraba que huyeras de mí por miedo! ¡Porque no quería que desaparecieras de mi vida! —bramé, girándome hacia él.
—¿Y mentirme para que me quedara a tu lado era un plan mejor?
Suspiré pesadamente, sin saber qué demonios debía decir. Todos los miedos y enredos mentales que me asaltaron la noche anterior estaban volviendo a mí con más fuerza que nunca y Lilith no estaba ahí para ayudarme a detenerlos o comprenderlos. La inseguridad, el pavor. Me estaba consumiendo en mi propia amargura por no reconocer la única verdad que existía en mi interior.
—Yo... no pensé que... que esto fuera a llegar tan lejos. No pensé qué...
—¡No pensaste qué, Samael!
—¡No pensé enamorarme de ti, Kailan!
El silencio tras aquello fue sepulcral, demoledor. Los ojos del chico se abrieron ligeramente más de lo normal y yo sentí que mi mente colapsaba en ese preciso instante. Lo que acababa de decir no podía ser real. Paralelamente, lo era hasta extremos dañinos y nocivos para mi ser. No estaba seguro de en qué momento empecé a temblar, igual que no estaba seguro de cuando sucedió.
Simplemente sabía que así era, que cuando le vi desde la azotea del Bellagio, algo cambió dentro de mí para toda la eternidad. Que yo nunca volvería a ser el Lucifer de antes después de mirarle a los ojos, que yo no podría volver a mi banal existencia en el Infierno tras haberle conocido. Estaba harto de luchar contra mí mismo, porque no servía de nada.
Sí, quizá que el Diablo se enamorara de un humano no era lo natural e iba contra todas las normas, pero tampoco lo era que un ángel segara vidas de aquella forma y Azrael no parecía torturarse con ello.
Además, ¿desde cuándo respetaba yo las normas?
—No quise mentirte, pero sé que hacerlo fue una decisión egoísta —murmuré desolado, tras exponer mis vergüenzas y temores—. Quería pasar todo el tiempo posible a tu lado, protegerte y llevarte de vuelta con tu familia sin que nada malo te ocurriera. Y no paro de conseguir justo lo contrario. Todo lo que has vivido... es culpa mía.
Kailan parecía incapaz de volver a respirar con normalidad. Parpadeó repetidas veces y negó con la cabeza, levantando las manos como si eso le ayudara a procesar lo que estaba escuchando.
—Espera, ¿qué? —masculló frunciendo el entrecejo—. ¿De verdad crees que todo lo que me ha pasado a lo largo de mi vida es culpa tuya?
—Le hice un favor a tu padre, Kailan —le recordé—. Ahí empezó todo.
—Pero no tomaste sus decisiones por él.
Su respuesta me dejó perplejo, tanto, que incluso di un pequeño paso atrás como si me hubiera golpeado en la cara.
—Si no lo hubiera hecho...
—Yo no habría nacido —me interrumpió.
Esa realidad me aplastó sin piedad alguna. Me hizo ser consciente del horror que esa idea supondría. Una existencia sin Kailan no habría tenido sentido.
—Pero tampoco habrías sufrido todo lo que has vivido —dije, intentando mostrarle algo de cordura.
Me miró como si no estuviera creyendo que dichas palabras habían salido de mi boca.
—¿Y por qué crees eso, exactamente? —murmuró confuso—. Espera un momento, Samael... ¿de verdad crees que te estoy culpando por toda la mierda que he tragado en mi vida?
Un nuevo silencio cayó sobre mí con todo el peso de la Creación.
—Te culpo por mentirme. Por lo que me has hecho directamente a mí —sentenció con lentitud, dando un paso hasta quedar frente a mí de nuevo, mirándome a los ojos sin temor alguno—. ¿Acaso tu decidiste ser un cabrón con mi madre en lugar de aprovechar bien el poder que se te había dado? ¿Acaso tú mataste a mi tío? ¿Amenazaste a mi familia? ¿Me llevaste contigo a la fuerza y me obligaste a pelear para ti? ¿Hiciste tú todo eso?
Tartamudeé sin expresión alguna en mi rostro, parpadeando perdido. Por primera vez en mi vida, sentía que me estaba mareando. Y por primera vez en mi vida, no tenía respuesta alguna para dar.
—¿Por qué iba a culparte a ti de un mal que no has hecho?
«Porque es lo que hace toda la Creación».
No fui capaz de verbalizarlo. Era mi voz, no la de Lilith por razones obvias, quien había dicho aquello en mi mente. Tuve que reunir las escasas fuerzas que ya me quedaban para poder darle la respuesta que esperaba.
—Porque soy... el origen de todo mal, Kailan.
Me miró de pies a cabeza, enarcando una ceja.
—¿Es lo que tú eres o lo que dicen de ti? —señaló mirándome altivo.
Fue el mayor golpe de toda mi existencia, un punto de no retorno que hizo que los cimientos de mis creencias se tambalearan. ¿Era...? ¿Era lo que yo creía? Jamás me había hecho esa pregunta y jamás me habían devuelto mis palabras con tanta astucia. En su día, cuando se las dije a él, Lilith me regañó por dar lecciones, pero no quise hacerle demasiado caso.
Entonces comprendí que se refería a aquello mismo.
Si antes me sentía inseguro, después de aquella pregunta mi vida se puso del revés.
—Mira, he convivido con el mal, lo he visto y sufrido en mis carnes. Incluso lo he infringido yo mismo —murmuró, ganándose mi atención. Vi como tensaba la mandíbula cuando su mirada se aguó—. Y... te aseguro, que lo que yo he visto de ti hasta ahora no se parece una mierda a eso que conozco. El problema es que me has mentido, Samael, y ya no sé qué hay de verdad en todo lo que he visto.
Le miré fijamente y derrotado ante aquella confesión. Fue un impulso lo que hice a continuación, pero nunca había estado tan seguro de algo en mi interior, así que tomé sus manos entre las mías. Ese gesto le atrapó por sorpresa y temí que se alejara asqueado, pero se quedó muy quieto y, cuando sus mejillas empezaron a tonarse rojizas como la grana mientras apartaba la mirada, sentí el alivio navegar por todo mi ser.
—Siento muchísimo haberte mentido, Kailan —sentencié con firmeza, mirándole a los ojos. Sus manos temblaron entre las mías y las acaricié con dulzura—. Sé que no puedo volver atrás para arreglar las cosas, sé que no puedo rogarte que creas en lo mucho que me arrepiento de no haber hecho todo bien desde el principio... por ello, aunque estás en todo tu derecho de no disculparme... te pido perdón.
No estuve muy seguro de saber si el Cielo y el Infierno se estremecieron, pero juraría que así lo sentí en mi interior.
Una fugaz y avergonzada sonrisa cruzó sus labios unos instantes.
—¿Por qué me da la sensación de que esta es la primera vez que lo dices?
Reí escuetamente sin poder evitarlo.
—Eso somos tú y yo —respondí—. El que siempre pide perdón y el que nunca antes lo había pedido. Demasiado diferentes.
Me miró de arriba abajo con una pícara sonrisa.
—No tanto como crees.
Sus palabras me hicieron reír una vez más, pero me sorprendió que fuera él quien entonces tomara mis manos y me mirara algo compungido.
—Necesito... tiempo, Samael —admitió con dolor, como si le apenara esa idea, como si me pidiera demasiado—. Para asimilar todo lo que ha sucedido, para ordenar mis ideas, para... sentirme mejor. Mierda, hasta hace como tres noches estaba peleando mi último combate y ahora... el Diablo acaba de decirme que está enamorado de mí.
Agaché ligeramente la cabeza para ocultar una sonrisa, aunque no lo logré demasiado. Asentí.
—No es necesario que me correspondas, Kailan. Aceptaré lo que desees, yo solo quiero lo mejor para ti, aunque eso sea que nunca estés junto a mí.
Balbuceó con vergüenza y se pasó una de las manos por su pelo en un gesto del más puro nerviosismo.
—A ver, no es... no se trata de eso tampoco... yo solo... quiero... necesito...
Contuve una carcajada porque quizá empeoraba las cosas.
—Tiempo —completé, obteniendo una agradecida mirada por su parte cuando suspiró aliviado.
Sonreí con el pecho henchido de una sensación inimaginable en mi existencia: felicidad. Levanté su mentón con el dorso de mi índice y apoyando el pulgar para que me mirara a los ojos.
—Llevo milenios esperándote sin saber por qué, Kailan Miller —susurré casi sobre sus labios—. No voy a dejar de hacerlo ahora que lo sé.
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