Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 8. La verdad os hará libres

Albuquerque, Nuevo México. Julio de 2022

A través del espejo retrovisor central del coche, Azrael podía ver como esos imbéciles se organizaban alrededor del furgón, entre risotadas y algunas cervezas. Suspiró poniendo los ojos en blanco. Malditos idiotas. El ángel sabía que tendría que intervenir en algún momento, no podía depender de que esa panda de estúpidos hiciera algo a derechas. Habían dejado escapar al humano y a su familia en dos ocasiones. Por el Cielo, ¿y aquello era una organización criminal? ¿Cómo iban a atraparlo si hasta ahora no habían hecho más que fallar?

Los humanos eran ciertamente desesperantes, patéticos. No entendía por qué Padre estaba tan orgulloso de tan absurda Creación. Cierto era que servían como panda de borregos adoctrinados para seguir alimentando su poder, pero poca cosa más.

Abrió la puerta del coche y se bajó de él derrochando su habitual y grácil elegancia en cada gesto. Una vez fuera del vehículo, desabotonó los gemelos de su camisa blanca y dobló ambas mangas para mayor comodidad. Con calma y con la luz de la luna en aquella madrugada iluminando sus pasos, llegó hasta el maletero y se apoyó en él, observando a esa decadente especie perder el tiempo.

—No están aquí.

El grupo detuvo las conversaciones y se giraron prácticamente a la vez hacia él. Sonrió divertido al advertir el terror en los ojos de algunos y el desconcierto en otros. Alzó el mentón con soberbia ante el que parecía el líder, el rubio alto. La ex pareja de la mascota de Samael, según sus propias investigaciones.

—¿Y tú quién coño eres?

Su sonrisa se ensanchó.

—El que puede ayudaros a encontrar al chico que buscáis. Kailan Miller, ¿no? —El silencio se hizo en su plenitud. En el parking deshabitado frente al vacío motel en el que esos hombres se habían hospedado, tan solo se escuchaban los árboles de la zona meciéndose por la brisa nocturna—. Ya no están aquí, en Albuquerque.

El rubio, el tal Archie, dio un paso hacia él de manera vacilante y frunciendo el ceño.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Digamos que tan solo lo sé.

Porque revelar que había podido apreciar el tufo infernal de su hermano disipado en el ambiente de la ciudad, habría hecho que sus ridículos cerebros estallasen. El efluvio no se sentía reciente, si no residual. Una mezcla ahumada de azufre que le irritaba la garganta, pero al ser tan leve en aquel instante, tan solo se husmeaba ligeramente. Lo que indicaba que podría hacer horas que estaban lejos de allí.

—¿Y a qué se debe la ayuda? ¿Por qué debemos fiarnos de ti? —preguntó. Unos cuantos rebuznos en señal afirmativa por parte de sus hombres secundaron sus acusativas preguntas.

Azrael exhaló pesadamente.

¿Es que los humanos no podían aceptar la ayuda y ya? Oh, torpes y estúpidos hasta el final. Igual de molestosamente preguntones que esa inepta policía.

—No es ayuda, es un intercambio de favores —aclaró—. Yo tan solo quiero que el hombre que va con él sufra lo indecible, es alguien horrible y merece ser castigado. El chico es todo vuestro.

Archie y los suyos se miraron entre ellos, algo recelosos de semejante oferta. Azrael confiaba en que fueran lo suficiente estúpidos como para entrar en su juego y obedecer como marionetas, de dirigir la obra ya se encargaría él.

—Mientras no te metas en nuestros asuntos, por nosotros perfecto. —Azrael hizo un gesto de desdén con la mano ante esa frase, dejando en claro que bien poco le importaba lo que le sucediera al chico—. Podemos ser socios.

—Sí, ya —masculló mirándolo de arriba abajo.

No se le daba muy bien eso de trabajar en equipo, pero debía de hacer una pequeña excepción. Era por un bien superior. Que mataran al chico frente a los ojos de su hermano, sería eliminar de un plumazo la profecía y hacer que este sufriera el resto de su eternidad. Con algo de suerte iría hasta él rogándole de rodillas que lo asesinara como favor. Era un plan perfecto, dos pájaros de un disparo.

—¿Y cómo vas a ayudarnos a encontrarlos? Tú mismo has dicho que ya no están aquí, ¿dónde buscamos entonces? ¿Es que sabes dónde están ahora?

—Por supuesto —mintió.

Tan solo era cuestión de subir al Cielo y observar, en menos de un minuto ya los tendría. Solo que ese no era el plan en su totalidad.

—Aunque vayamos hasta él, será Kailan quien venga a nosotros.

—¿Y cómo conseguirás algo así? —preguntó uno de los hombres, acercándose hasta llegar a la altura de su líder.

Azrael se levantó de su apoyo en el coche y, con una sola mano, abrió el maletero. Un maniatado y amordazado Brendan se revolvió aterrado, mirando con ojos desorbitados a la panda de lunáticos que conocía de sobra y que estaban frente a él, asustado por lo que pudiera sucederle en manos de ese extraño que lo había secuestrado.

—Porque tengo el reclamo perfecto —sentenció el ángel con una triunfante, ladina y desquiciada sonrisa.



Al bajarse del coche patrulla que la policía de Albuquerque les había prestado a Williams y a ella aquella mañana, tras recogerles en el aeropuerto, Kingsley tuvo que colocarse el teléfono móvil entre el hombro y la oreja mientras se guardaba la reglamentaria en el cinturón.

—¿Habéis hablado ya con el dueño?

—Estamos en ello, acabamos de llegar —respondió a Anderson al otro lado de la línea. Miró a su compañero y cabeceó en dirección a El Viva México—. Williams, adelántate y ve haciendo preguntas, a ver qué averiguas.

Este asintió y se encaminó hacia el edificio del restaurante, que resplandecía bajo los rayos de sol a las once de la mañana. El hecho de que estuviera pintado de blanco obligaba a Kingsley a entrecerrar los ojos cuando miraba en esa dirección.

—Entonces, ¿puede mostrar que Miller y su acompañante estuvieron allí anoche?

—Por lo que nos han enseñado nuestros compañeros de Albuquerque en las cintas que el dueño de seguridad les llevó, eso parece. Le extraña que nadie diera aviso y, sinceramente, a mí también después de toda la retahíla de noticias que han salido al respecto. Al menos alguien en ese local debería haberlo reconocido.

Y era cierto, le extrañaba demasiado.

Cuando a las seis de la mañana le sonó el teléfono y contestó todavía algo adormilada, la voz de Anderson diciéndole que debían coger un vuelo en dirección a Albuquerque terminó por despertarla. Tan solo unas horas antes se había enterado de que ese era el lugar al que Kailan Miller se dirigía, pero no esperaba que fueran a detenerlo tan pronto. Tremenda decepción se llevó cuando «El Nuevo» le informó de que no era así, si no que habían hallado una pista, y supo entonces que de algo gordo debía tratarse si requería de su presencia allí.

En parte, sí lo era.

Al parecer, el dueño del restaurante informó a la policía entre las doce y la una de la madrugada de que el boxeador desaparecido había estado cenando en su local horas antes, tranquilamente y sin que nadie se alarmara. Y para más inri, lo tenía grabado gracias a las cámaras de seguridad de su local.

Pero, ¿era suficiente como para que se desplazaran hasta allí? ¿Por qué no podían haberles enviado dichas imágenes?

—No se ofenda, Anderson, pero debe de haber algo más para que Williams y yo estemos en Albuquerque a las once de la mañana.

Escuchó la risa de su jefe a través del auricular.

—Cuando digo que eres la mejor de nuestro equipo, lo digo por algo —recalcó. Kingsley no hizo caso del halago, aunque lo agradeció internamente—. Quiero que puedas interrogar a los testigos, ver las cintas y también otra cosa.

Ashley frunció el ceño. Efectivamente, había algo más.

—¿Acaso saben dónde se encuentra Miller? ¿Sigue aquí?

El suspiro de Anderson fue el inicio de su respuesta.

—Por desgracia no, y de eso se trata. ¿A qué no adivinas qué coche han encontrado abandonado cerca de la Interestatal 40 esta madrugada nuestros compañeros de Albuquerque?

Kingsley se pinzó el puente de la nariz mientras se apoyaba en el lateral del coche patrulla.

—El Chevrolet robado en Kingman.

No hizo falta que Anderson confirmara nada. Kingsley entrecerró los ojos con una ligera sospecha sobrevolando su cabeza.

—¿Significa eso que se marcharon anoche?

—Eso parece. Habrá que estar atentos por si alguien denuncia la desaparición o el robo de su coche ahora que han cambiado de transporte.

¿Cómo era eso posible? La policía de Nueva York estuvo ante la llamada entre Kailan y su familia. Albuquerque era el primer destino fijado, la policía de la ciudad estaba advertida e incluso se contempló un posible operativo para detenerlo en cuanto se registrara en un motel, entrara en un restaurante o comprara unas míseras chocolatinas en un supermercado. ¿Cómo diantres se les había escapado de esa forma y ante sus narices? ¿Cómo podía Kailan Miller haber cenado tan ricamente en un restaurante mexicano sin que absolutamente nada sucediera y nadie diera aviso?

Resopló con frustración e incredulidad. Kailan no podía saber nada de que la policía era conocedora de sus futuros pasos, hubo testigos ante la llamada y, por lo que sabe, ni su abuela ni su padrastro le informaron.

Su nervioso deambular se detuvo en seco.

—¿Qué hay de lo sucedido en Brooklyn? El tiroteo frente al apartamento de los Clark-Herrera.

—He recibido un informe del departamento de Nueva York al respecto. Lo envié a tu correo.

Kingsley frunció el ceño.

—No me ha llegado nada... déjelo, no importa, mi correo electrónico es el único caos que mantengo en mi vida —terminó por suspirar, rascando su frente.

—Probaré de nuevo a tu cuenta personal para que puedas echarle un vistazo. ¿Crees que hay algún tipo de relación?

La mujer arqueó las cejas como si su jefe pudiera verla a través del teléfono.

—¿Qué si creo que es coincidencia que unos tipos aparezcan repentinamente en su apartamento en Nueva York, se líen a tiros con los hombres de Abraham y que horas después, Kailan no se quede en el destino que tenía marcado? Llámeme conspiranoica.

Cada vez le parecía más plausible que, hasta entonces, Kailan Miller hubiera estado recibiendo ayuda externa desde Nueva York. Y lo maravilloso de aquello, es que surgían muchos más hilos de los que tirar. Si hubiera leído el informe ya podría estar haciéndose una idea y armando todo su puzle mental.

Pero era una puerta abierta, e iba a pasar por ella costara lo que costara.

—Por lo que he leído, según el testimonio de los agentes, eran un par de chicos de complexión alta y delgada, pelirrojos. Posiblemente familia —explicó Anderson, como si le estuviera citando textualmente parte de los datos del informe, incluso escuchó el ruido de las hojas de papel al rebuscar en ellas—. Parecían acompañar a la hermana de Miller hasta su casa.

Kingsley frunció los labios, satisfecha.

—Un par de chicos pudiendo con los hombres de Miller... No son dos chicos cualesquiera.

—Mucho menos teniendo en cuenta que iban armados.

Eso era cierto, lo que significaba que estaban ahí por una razón.

—Los están protegiendo. A la familia de Kailan —sentenció la mujer como si viera la escena ante sus ojos.

Sí, era completamente posible. ¿Quién no se protegería de un hombre como Abraham Miller después de lo que ese chico acababa de hacer? Parecía que Kailan seguía teniendo contactos en su ciudad natal, y unos muy buenos.

—Así que probablemente Miller recibió un chivatazo de que íbamos a por él en Albuquerque y se largó. Chico listo. No va a ser tarea sencilla encontrarlo —teorizó Anderson como si él también estuviera organizando todas las piezas en su cabeza—. Está bien, dile a Williams que se encargue de hablar con Nueva York, que investigue quienes son estos chicos y que nos hagan llegar la información que tengan.

Las cejas de la mujer se unieron con cierta indignación.

—¿Y por qué no me encargo yo? Ya tengo contacto con Nueva York, sería cuestión de minutos.

—Porque quiero que te encargues de lo del restaurante. Investiga, haz preguntas, toca las narices todo cuanto sabes. Revisa el coche junto a la policía local. Necesito a los mejores en las trincheras y no haciendo papeleo de oficina, y desde que llegué cuento con pocos. —Kingsley se sorprendió ligeramente ante esa confesión—. Delega en los demás, Kingsley, no quiero que cargues con todo el peso del caso. No necesito superhéroes, sino buenos agentes.

Tragó saliva ante esas palabras, sabía a lo que se estaba refiriendo. Le costaba trabajo dejar en manos de los demás lo que sentía que ella podía hacer, se había vuelto un habitual desde que la apartaron bruscamente del caso de Joshua. A día de hoy podía continuar saboreando la impotencia, la frustración de no poder hacer nada. Y por ello, en cuanto volvió al trabajo, se fue por completo al otro extremo. Pero en aquel instante no podía tener ojos en todas partes y contar con su compañero le vendría bien. Sobre todo, en algo de tal magnitud como estaba siendo este caso. Kailan era escurridizo y los hombres de Miller un peligro andante. No se trataba de demostrar que podía hacerlo, si no de encontrar al chico con vida antes que ellos. Anderson tenía razón.

—De acuerdo, señor Anderson.

El hombre se despidió con un par de palabras de aliento, a las que la mujer estaba desacostumbrada en un superior, y colgó. Sin pensarlo demasiado, Kingsley se adentró en el restaurante.  



El apetecible olor de la comida casera acarició su nariz, el estómago le rugió ligeramente. Tan solo había en él un café del aeropuerto, si es que se le podía llamar «café» a esa agua negra que había tomado para desayunar. Ojeó el local por encima, un par de camareros cuchicheaban apoyados en una mesa mientras otra era interrogada por Williams, que anotaba concienzudamente en su libreta. Se giró hacia Kingsley en cuanto el resto repararon en su presencia.

—Hola, Ash. Te presento a la señorita Lorena, que ayer atendió a Kailan Miller y su acompañante, sirviéndoles la cena.

—Le he dicho que yo no atendí a ese chico ayer —interrumpió la muchacha al instante en el que Williams terminó su frase. Se llevó las manos a la cara y resopló frustrada—. No sé de qué me está hablando, ayer hice mi turno como siempre y le juro que no vi a ese chico ni al hombre en todo el servicio.

—No es eso lo que dicen las imágenes —puntualizó su compañero, arqueando las cejas hacia Kingsley. Esta le hizo una mueca para que se acercara.

Ambos se apartaron hasta una esquina alejada del local para poder hablar con algo más de privacidad.

—¿Y bien?

Williams suspiró.

—Aquí nadie ha visto nada, pero en las grabaciones salen. Las hemos visto —añadió. Señaló la puerta al lado de la barra y la cocina, con una placa de «Prohibido el paso. Solo personal autorizado»—. Ve a comprobarlas de nuevo y con más tranquilidad en cuanto puedas.

Kingsley asintió, se cruzó de brazos y observó a los camareros, que ahora hablaban entre ellos.

—¿Y entonces qué? ¿Están mintiendo los tres?

El chico se encogió de hombros y se rasco la sien con el extremo del bolígrafo.

—Eso, o Miller les ha pagado muy bien para que cierren el pico.

—¿Y al resto de clientes también?

Williams torció el gesto, contemplando incluso esa posibilidad.

No, eso no tenía demasiado sentido. Anoche Kingsley se pasó hasta las tantas revisando los extractos bancarios de las cuentas de Miller, razón por la que se fue tarde a la cama y le había costado despertarse con el timbre del teléfono. A pesar de su fama, el chico no estaba bañado en oro precisamente. Sí, tenía lo suficiente como para vivir mejor que cualquiera, pero una parte la mandaba a una cuenta en Nueva York tal y como Williams confirmó el día anterior. Era difícil que, de manera repentina, Miller se hubiera vuelto un experto en sobornos. No le garantizaba nada, alguno de los trabajadores o clientes podría irse de la lengua en cualquier momento.

—No sé, Ash, esto tiene peor pinta cada vez. Intento ver a Kailan como un inocente en todo este asunto, pero a cada cosa que pasa lo parece menos.

En parte no podía culparlo, tenía algo de razón. Lo que significaba que, si Abraham Miller también terminaba uniendo los mismos puntos, le iría de perlas para culpar a su hijo de todo y que él y los suyos salieran airosos.

—Está bien, déjalo por hoy, yo me encargo. Ponte con lo del tiroteo de Nueva York, Anderson quiere que consigas toda la información que puedas mientras yo continúo aquí.

Williams asintió, dando un golpecito con la libreta en la palma de su mano.

—¡Oído, jefa! —exclamó mientras se marchaba sonriente.

Kingsley puso los ojos en blanco, era incorregible. Dejó a su aire a los camareros, sabía que necesitaban un descanso por el momento en lugar de seguir apretando las tuercas, quizá más tarde. Se dirigió a la sala de grabaciones y comprobó que el dueño del local seguía mirando las mismas imágenes una y otra vez, parecía encandilado por ellas.

—Hola de nuevo, señor Hernández.

El hombre dio un brinco en su silla, asustado. Se relajó visiblemente en cuanto comprobó que era tan solo ella. Kingsley frunció el ceño.

—¿Esperaba a alguien más?

—No, no —respondió, agachando la mirada con una media sonrisa—. Es solo que... no me quito de la cabeza lo ocurrido, ¿sabe? Mis camareros son buenos chicos y, si me dicen que no han visto nada, les creo. Nunca han mentido, no me dan problemas, llevan años trabajando conmigo y jamás hemos tenido un altercado.

—Por ello no entiende nada, ¿me equivoco?

El hombre negó con la cabeza. Se puso en pie y dejó que Kingsley tomara asiento para que pudiera apreciar con mejor detalle las imágenes mientras se las mostraba.

Efectivamente, Kailan Miller y el desconocido, «Adán», estaban sentados en una de las mesas del restaurante. Kingsley frunció el ceño cuando comprobó que Lorena era quien les había atendido y les traía la comida. Todo parecía normal.

—¿Puede adelantarlo un poco?

El señor Hernández asintió y lo puso en cámara rápida. Kailan y el tipo charlaban, miraban un mapa (Kingsley supuso que para elegir el siguiente destino) después comían y, tras unos momentos, los dos se ponían a mirar la tele igual que todo el restaurante.

—Pare un momento.

Y así lo hizo. Pidió al hombre también que aumentara la imagen en una dirección en concreto. Gracias al televisor en el lado contrario, Kingsley pudo comprobar lo que en este se mostraba y lo que todos parecían ver con tanta sorpresa.

En el programa se emitía la noticia de la desaparición de Kailan.

Abrió los ojos ligeramente. Así que la gente sí que sabía quién estaba ahí con ellos, razón por la que segundos después todas las miradas se clavaban en dicho boxeador desaparecido. Las imágenes seguían su curso y Kailan se levantaba con brusquedad, largándose del local. El desconocido le seguía hasta desaparecer en el ángulo ciego de la cámara.

Y sucedía algo curioso: la imagen parecía alterada, como si el archivo se dañara durante unos segundos. Las cejas de Kingsley se juntaron de nuevo.

—¿Eso de ahí es un corte? ¿Sabe si el archivo podría estar dañado?

El señor Hernández se encogió de hombros.

—A veces pasa, las cámaras tienen ya un tiempo y de vez en cuando las imágenes se cortan o se superponen. No es la primera vez, al terminar el turno suelo revisarlas por si acaso y ayer me encontré con eso. Lo del fallo suele pasar, tengo que llamar al técnico.

—De acuerdo —dijo Kingsley, asintiendo con lentitud.

Qué casualidad, ¿no? Justo en el exacto momento en el que ambos desaparecen, la cámara se corta y los camareros dicen no recordar nada.

¿Qué sentido tenía eso?

Kingsley rascó la frente y siguió viendo las imágenes para comprobar si volvían al restaurante en algún momento. Le dio un escalofrío al caer en la cuenta del cambio en las personas del local. ¿Alguien más había reparado en ello? Miró de soslayo y con disimulo al señor Hernández, que parecía extrañamente intranquilo.

—¿Le importa dejarme un momento a solas? Quiero comprobarlas detenidamente, le informaré en cuanto acabe.

—Sin problema, estaré en la sala —respondió el dueño con amabilidad. Le explicó el funcionamiento del programa de cámaras y segundos después la dejó sola en su despacho.

Kingsley se aproximó a la pantalla y volvió a reproducirlo todo a cámara rápida, en busca de algo que se le hubiera podido escapar, pero siempre era lo mismo. Miraban el mapa, hablaban, comían y, tras la emisión de la noticia, se largaban con segundos de diferencia. Una y otra vez lo mismo. Y la gente del local tras su marcha... habían pasado de estar tranquilos a que, en el salto de la imagen, se quedaran inmóviles. Con la espalda recta, como estatuas, con la mirada perdida.

Clientes y camareros detenidos en mitad de la sala como si el mundo se hubiera quedado en pausa. A Kingsley se le hizo un nudo en el estómago ante tal anormal imagen.

Unos segundos más y volvían a la nada. Detuvo las imágenes cuando se sorprendió todavía más. Lorena, la camarera que les había atendido, iba de un lado para otro hasta que, desconcertada, se detenía a la altura de la mesa ya vacía, tomaba los billetes y miraba en todas direcciones sin entender nada.

¿Qué narices?

Kingsley se reclinó en el asiento, apoyando su espalda. Si Lorena no entendía nada, ella mucho menos. Ahora comprendía por qué decía que no les había visto, porque era totalmente lo que parecía, que Kailan y el desconocido nunca habían estado ahí de cara a todos los presentes.

Lorena decía la verdad, Kingsley llevaba demasiados años en ese oficio como para saber cuándo alguien mentía y cuando no. Y la camarera no lo hacía, pero nadie iba a creer su testimonio, no con las imágenes que respaldaban justo lo contrario. Si apretaban y la cosa se ponía seria, podrían incluso detenerla por obstrucción a la justicia, igual que al resto de camareros.

Kingsley se masajeó las sienes. Algo se le estaba escapando. No había indicio de sobornos, pero estaba claro que, por unos segundos, todos en el restaurante reconocieron a Kailan. Segundos después y tras el salto de la cámara, se volvía completamente lo contrario.

¿Habrían entrado ellos para manipular las imágenes? Para ello deberían haber sabido primero que existían dichas cámaras de seguridad. No, no lo parecía. A pesar del rato que estuvieron, todo ocurría con rapidez momentos antes del cambio.

Ashley abrió los ojos de par en par. Quizá ese era el problema, la rapidez. Así que probó justo lo contrario: reprodujo el final de las imágenes a cámara lenta.

Kailan se levantaba, se iba y momentos después, el desconocido le imitaba. Kingsley contuvo el aliento, echándose hacia atrás de forma repentina.

¿Qué coño era eso? Rebobinó las imágenes y las pausó. Lo que se veía en la pantalla parecía propio de un error, de un archivo dañado. La imagen estaba dividida a fragmentos diagonales, unos debían de ser correctos, los otros productos de un fallo. Una neblina gris flotaba en el ambiente, los clientes miraban hacia la puerta, sus rostros eran borrosos y apenas podía verlos con claridad, por mucho que aumentara. Debido al aumento de la imagen, provocaba el error de que los ojos de las personas en la sala parecían negros, tampoco podía apreciarlo con calidad. Pero sí podía ver cómo estaban rígidos, estáticos, detenidos en mitad de la sala sin moverse y con una rectitud impropia de un ser humano. Cuando las imágenes retomaban su curso, la neblina desaparecía entre saltos de imagen, las personas en el local se quedaban inexpresivas y, segundos después, todo volvía a su ajetreo habitual como si nada hubiera sucedido.

Por primera vez desde hacía casi un año, a Kingsley le recorría un escalofrío de pies a cabeza. Era un fallo de la cámara, estaba claro, pero daba un aspecto tan terrorífico que parecía real. Suspiró, nada de eso era útil, tan solo el hecho de saber que Kailan había estado allí.

Algo era algo.

Se levantó de la silla y salió hacia la sala, agradeciendo al dueño que le hubiera dejado comprobar las grabaciones y caminó hacia la salida con todo lo que había visto dando vueltas en su cabeza.

Era un fallo y nada más.

Miró al señor Hernández sobre su hombro, contemplando como este observaba la sala de las cámaras con cierto pavor, como si le diera miedo volver a entrar ahí.

«Como si hubiera visto lo mismo que yo» pensó.

Sus pies se detuvieron. Y retomaron sus pasos atrás.

—¿Le importaría enviarme las imágenes a mi correo personal? Me gustaría examinarlas con más detenimiento.

El hombre parpadeó confuso, pero terminó asintiendo.

—Sí, sí, claro —musitó, aceptando la tarjeta que la mujer le extendía.

Kingsley reanudó su camino hacia el exterior.

Solo era un fallo, pero no estaba de más tener las imágenes para poder analizarlas con tranquilidad en algún que otro momento.

¿Qué podría pasar?



Roswell, Nuevo México. Julio de 2022

Lucifer

Kailan se paseaba de un lado para otro frente a mis ojos.

Para su mayor seguridad, y resguardarnos también de la repentina lluvia, nos habíamos mantenido todo el día encerrados en la habitación y, a medida que pasaba el tiempo, se iba poniendo más y más nervioso. Quedaba menos de una hora para las seis de la tarde y Kailan se encontraba frenético. Maldecía en español todo cuanto se le ocurría, a veces sus ojos se aguaban en lágrimas, pero pronto se recuperaba y apretaba los dientes o mordía sus labios con rabia, sentándose a los pies de su cama con la cabeza agachada, sujeta entre sus manos que se aferraban a las hebras de su pelo.

Parecía pasar por todos y cada uno de los estados de ánimo existentes, sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo.

Observé la comida que había pedido a recepción al mediodía con la intención de que probara bocado, pero era imposible. A penas se había alimentado de algo. Llevaba todo el día pensando en posibilidades para salvar a su entrenador, preguntándose cómo habían podido encontrarnos.

Yo también lo hacía.

De entre todos los lugares que habitaban el Plano Terrenal, justo nos habían encontrado en Roswell, después de marcharnos de Albuquerque gracias a la ayuda de su amigo irlandés. Horas atrás había incluso sospechado de él, pero hasta la propia Lilith aseguró que eso no tenía sentido.

¿Para qué hacer que nos desplazáramos de una ciudad a otra? Podría habernos dejado en Albuquerque y quizá habría sido cuestión de tiempo que nos encontraran.

Tenía razón, siempre la tenía.

Así que yo hice mis propias suposiciones. Suposiciones acerca de un Ángel de la Muerte con tendencia a la psicopatía.

¿De verdad crees que Azrael...?

«De esa sabandija me creo cualquier cosa. Más aún desde que me amenazó».

Lilith guardó silencio por unos momentos.

Pero, ¿cómo? ¿Por qué? ¿Y qué gana él?

«Que Kailan muera, que yo sufra y vuelva al Infierno y que él no se manche las manos».

Ah, pues sí, lo gana todo.

Tensé la mandíbula y mis dedos se cernieron sobre los apoyabrazos de la butaca en la que estaba sentado.

No podemos permitir que esa rata con alas se salga con la suya.

Ya, aquello lo tenía claro. Lo que no sabía era cómo. Si todo era una estratagema de Azrael, pues así lo parecía, había demasiados puntos que podían acabar en fatalidad. Si no íbamos, los hombres de Abraham matarían a Brendan. Si Kailan no iba solo, matarían a Brendan. Si le dejaba ir solo, matarían a Brendan y a Kailan.

Cerré los ojos tras un suspiro profundo que no me calmó en absoluto.

En todos los escenarios posibles que habíamos repasado en voz alta, alguien moría.

Siempre.

No voy a pecar de santo, me importaba más bien poco si era Brendan el que lo hacía, pero sabía que a Kailan no. Y, además, tampoco quería permitir que Abraham y los suyos acabaran con otra vida más, como la de Elijah.

Él sería el último de la larga lista.

¿Crees que Abraham también esté?

No me lo había planteado.

«No lo creo, no lo recuerdo caracterizarse por su valentía. Aunque, de ser así, me aseguraré de hacerle pagar en vida un adelanto de lo que a su alma le aguarda. Al menos en honor a la familia Herrera, les debo al menos eso después de todo».

Lilith asintió silenciosa como si relamiera sus labios ante la idea, más que de acuerdo conmigo, incluso se permitió fantasear con torturarlo personalmente. Dejaría que también disfrutara llegado el momento. Contuve la sonrisa y la negritud de mis ojos antes de que Kailan pudiera verlo, pero estaba demasiado absorto en sus propias cavilaciones mentales. Me sobresaltó cuando se puso en pie de forma repentina, mirando el reloj de pared en la habitación.

—Se acabó, iré solo —sentenció sin mirarme—. Lo he decidido.

De haber tenido corazón, este se habría detenido justo en ese instante.

—¿De qué estás hablando? —gruñí clavando en él mis pupilas—. Morirás si lo haces.

—Y Brendan también, Samael. No pasará si puedo evitarlo.

—¡Pero no a tu costa! —exclamé poniéndome en pie.

Kailan mordió sus labios, agachando su cabeza.

—No es tu decisión. Y tampoco tiene que suceder, quizá cumplen su palabra.

—Oh sí, hasta ahora han parecido muy honrados —mascullé sarcástico.

No me podía creer lo que estaba escuchando, ¿de verdad era capaz de cometer semejante disparate? ¿Es que no había pensado en las consecuencias? Sentía que el aire empezaba a faltarme, a pesar de saber que eso no era posible.

—Me están buscando a mí, Sam. Todo se acabará si me entrego. Dejarán a Brendan y a mi familia en paz. Esta pesadilla habrá llegado a su fin, ha sido una locura tan siquiera intentarlo —añadió mientras se colocaba su sudadera y se dirigía a la puerta. Sabía que todo su mundo parecía estar cayendo sobre sus hombros y por ello tenía esa actitud tan derrotista—. No te pido que lo entiendas, tan solo que lo respetes.

Le detuve por el brazo quizá con demasiada brusquedad, ganándome que Kailan me asesinara con esos ojos verdes que, sí hubiera querido, si fuera consciente del poder que tenía sobre mí con ellos, me tendría doblegado a su voluntad.

—Elijah habrá muerto para nada si te rindes ahora, Kailan.

—¡Y es precisamente por él por quién lo hago! ¡Porque no quiero que haya más muertes! ¡No quiero cargar con nada más! —exclamó en un estallido. Apretó los dientes y apartó la mirada para evitar más lágrimas—. Esto es algo que voy a hacer solo, así que... nuestro favor... te pido que lo cambies.

Fruncí el ceño, exaltado. Todo mi cuerpo temblaba, sabía que él también podía notarlo a través de mi agarre.

—¿De qué...? ¿De qué hablas?

Chasqueó la lengua y de sus labios escapó una risa seca.

—Ve tú a Nueva York. Dile a mi familia lo que ha pasado, no quiero que se enteren por las putas noticias. Quiero que seas tú.

¿Me...? ¿Me estaba pidiendo que fuera yo quien comunicara su muerte a su familia?

¿Era Kailan realmente alguno de mis demonios pagado por Azrael para que me torturara de formas que jamás pensé posibles? Me alejé un paso sin dejar de mirarle, soltándole.

—No puedes hacerme esto.

Esa frase escapó de mí a voluntad propia. Temí que hubiera sido Lilith la que había hablado en mi lugar, pero no fue así. Lo había dicho yo.

—Kailan mírame —siseé en una súplica, consiguiendo lo que había pedido—. No puedes hacerme esto. Déjame ir contigo, por favor.

¿Cuántas veces había rogado ya por él desde mi creación?

Estaba inmóvil, consumiéndome con su mirada puesta en la mía como si no tuviera fuerzas para apartarla.

—¿Por qué? —susurró entre dientes, acortando la distancia que nos separaba, dejando nuestros rostros a escasos centímetros—. ¿Por qué me haces esto tú a mí? ¿Por qué no quieres que vaya solo?

Me ahogué en el silencio, como si con su pregunta me acabara de empujar hacia el fondo del mar. Boqueé en busca de un aire que no necesitaba, queriendo que salieran unas palabras que no se atrevían a existir. Me harté de tonterías. Por el Infierno, era el Diablo, ¿cómo demonios podía temerle a un puñado de sentimientos?

Alcé la cabeza y le miré fijamente a los ojos.

—Porque me importas, Kailan.

Juraría que se detuvo el mundo tras esa confesión, que se paró el tiempo, que se hizo el silencio desde el Cielo hasta el Infierno.

Lilith contuvo el aliento.

Y Kailan se petrificó. Por unos segundos pensé que, en lugar de mirar mis ojos, había visto los de Medusa. Apenas se movía. Así que, ya que había desvelado una de mis más profundas vergüenzas y temores, me lancé completamente de cabeza al río.

No sé ni cómo lo hice, pero uní lentamente su frente a la mía, cerrando los ojos, guardando en un rincón secreto de mi mente la melodía que me proporcionaba cada latido acelerado de su corazón al estar cerca de mí. La calidez que irradiaba su piel morena, el perfume único que desprendía, como el alimento de mi existencia. No se había inventado aroma divino que se le asemejara una milésima. No existiría jamás nada igual al frágil ser humano que tenía justo delante de mí.

Nunca me lo mereceré, pero si de algo se le acusó siempre al Diablo, es de ser egoísta.

No iba a dejar de serlo ahora.

—Me importas más de lo que me gustaría admitir —susurré, acariciando su nariz con la mía, casi sobre sus labios. Podía sentirlos, saber que estaban hechos únicamente para que yo los probara. Si mi existencia tuvo alguna vez un propósito, ahora sabía de cuál se trataba—. Me importas más de lo que alguna vez me importé a mí mismo.

Joder.

Reprimí una pequeña sonrisa. En palabras del Diablo, aquello no era poca cosa.

Pero nada de eso tuvo sentido, hasta que Kailan al fin pareció volver a la vida y posó su mano izquierda en mi mejilla como respuesta. Intenté mantener la compostura, pero no fue tarea fácil. Sentía como sus dedos temblaban sobre mí, cómo sus yemas delinearon con delicadeza mi mandíbula. Parecía no creerse que mi presencia fuera real y que necesitaba comprobarlo por sí mismo.

Sonrió.

Y yo creí desfallecer en ese instante. ¿Significaba eso lo que yo pensaba?

Me miró a los ojos, quizá todavía asimilando lo que acababa de ocurrir. No le culpaba, yo estaba igual. Asintió, rompiendo nuestra unión al apartarse de mí manteniendo su sonrisa, de repente se volvió incapaz de sostenerme la mirada. Tenía las mejillas enrojecidas de tal forma que me hubiera encantado repartir cientos de besos por ellas.

—Está bien, iremos juntos.

Exhalé con el mayor alivio de toda mi existencia. Rio ante mi gesto y tomó la mochila con las cosas que Sully le había enviado, en la que había añadido algunas de sus pertenencias por si en algún momento debíamos huir abandonando nuestras cosas, para que al menos pudiera tener lo necesario. Se llevó las manos al rostro unos momentos.

—Vale, déjame unos minutos y en cuanto esté listo nos marchamos —aseguró de camino al baño, carraspeando avergonzado.

Asentí en respuesta, aguantándome una sonrisa y me senté a los pies de su cama. Fue entonces cuando caí en lo que había sucedido.

¡Madre mía! ¿Qué acaba de pasar? Por el camello de Paymon, Lucifer, ¿por qué demonios no le has besado? ¡He estado a punto de salir para juntar vuestras cabezas de una vez! Para que luego digan que el Diablo tiene una inteligencia descomunal. ¡A mí ahora mismo me pareces idiota!

Tapé mi cara con ambas manos tal y cómo Kailan acababa de hacer. ¿Era esta la primera vez en mi existencia que sentía vergüenza? Tuve que soportar más insultos e indignación por parte de Lilith durante lo que a mí me pareció una eternidad.

«No era el momento adecuado, Lilith».

A mí me ha parecido EL momento.

«No con todo lo que está sucediendo».

Pude verla cruzándose de brazos, refunfuñando.

Bueno, vale, lo que tú digas.

Sonreí como un estúpido, incrédulo todavía de lo que acababa de ocurrir. Una parte de mí me asfixió con la culpabilidad de nuevo, pero otra parte no pudo evitar disfrutar de la maraña de gratas emociones que me recorrían entero, hasta entonces desconocidas para mí. Era una sensación increíble que me apartaba de aquella creencia de que todo era un error. Sabía que los errores podían sentirse bien, pero no podía ser cierto que una sensación tan maravillosa fuera a causarme tantos problemas.

La culpabilidad estaba a punto de ganarle a la satisfacción si seguía por ahí.

Pincé el puente de mi nariz, sintiéndome un completo enredo. Por una vez no quería creer en las palabras de Azrael, por muy ciertas que pudieran ser.

Creo que te mereces disfrutarlo, aunque sea un poquito.

Sonreí vagamente.

«No sé si eso es del todo cierto».

Por una vez, ¿qué más da?

«Eres toda una mala influencia».

Aprendí del mejor.

Negué con la cabeza, sonriente.

Oye, no quiero ser pájaro de mal agüero, pero... ¿Kailan no está tardando demasiado?

Me quedé de piedra, con sus palabras rebotando por cada rincón de mí mente. Agudicé el oído, dándome cuenta de esa misma realidad.

Al otro lado de la pared no se escuchaba nada.

Me puse en pie de un salto y aporreé la puerta.

—¿Kailan?

Necesitaba asegurarme.

—¡Kailan!

Nada, ni un ruido. Ni si quiera el latido de su corazón. El más profundo terror me taladró el centro de mi pecho y, aun a riesgo de ser descubierto, hice estallar el pomo de la puerta en mi mano derecha, abriéndola de un seco empujón.

El cuarto de baño estaba vacío.

Y la ventana abierta.

Apoyada en el lavabo, la imagen de Brendan estaba dada la vuelta, aprovechando su cara trasera ya no tan vacía. Para cuando la tomé, mis manos ya estaban temblando.

«Por el hecho de que tú también empiezas a importarme más de lo que nunca llegué a imaginar, tengo que dejarte fuera de esto, Samael. No me lo perdonaría nunca si algo te sucediera por mi culpa, ya has hecho bastante por mí. Más de lo que pocas personas hicieron jamás, y por ello te estaré eternamente agradecido. Ojalá los dos nos equivoquemos y de verdad existan el cielo o el infierno, quizá eso nos garantice otra oportunidad.

Gracias por todo, mi Sami rarito, que nunca nadie te haga creer que no eres bueno.

Kailan».

Ni el ser sobrenatural más fuerte de la Creación habría podido contener mi furia en ese instante. 



Kailan

La puerta metálica provocó un fuerte ruido cuando la abrí de un solo golpe, azotándola contra la pared destartalada. Crucé el oscuro pasillo, siguiendo la tenue luz que provenía del almacén.

No iba a hacerme el fuerte, estaba acojonado. Sabía lo que me esperaba y no iba a ser agradable, pero no podía permitir que nadie más pagara por mis problemas. Podía con aquello solo, debía hacerlo yo solo. Ya me había jodido bastante tener que despedirme de Samael de esa forma, dudo que algún día consiguiera perdonarme.

Supuse que para entonces yo ya estaría muerto.

Cuando llegué al amplio y viejo almacén mi alma escapó de mi cuerpo. El pobre Brendan estaba tal cual la foto, atado a una silla y con la cara hecha un auténtico desastre. La sangre le caía a regueros por toda la cara desde las cejas, la nariz y la boca, empapando su barba y su cuello. Tenía un ojo hinchado que apenas podía abrir, consiguió verme gracias al otro. Negó con la cabeza cuando me vio.

—Vete... vete de aquí —susurró.

Sus palabras llegaron a mí en voz baja, acompañadas de un irritante goteo proveniente de una humedad en el techo. El sitio daba asco. Entendía por qué el hijo de perra de Archie lo había elegido, iba a juego con él.

—No, y una mierda —gruñí acercándome a él. Un par de gotas de lluvia descendieron por mi pelo empapado, dejando un reguero por mi nariz—. Tú te vienes conmigo.

—Alto ahí, chaval.

Me congelé en mi sitio. Cuánto odiaba esa voz. Levanté la vista, viendo aparecer por la puerta contraria a la que yo había salido a la mayor hiena que había conocido jamás, acompañada de un par de sus buitres secuaces. Le aguanté la mirada con entereza, no pensaba permitir que me viera flaquear. Alzó las cejas fingiendo sorpresa por mi valentía y se carcajeó.

—El chico al fin tiene pelotas de mayor.

Sonreí, intentando esconder mi miedo.

—Tú lo sabrás mejor que nadie, ¿no?

Apretó los dientes y cerró los puños, no se molestó en mirar a sus imbéciles amigos. Sabía cuánto se odiaba a sí mismo y cómo odiaba mucho más que los suyos supieran su orientación sexual, creía que era menos hombre por ello, pero no era mi puto problema. Yo no tenía por qué pagar por sus taras mentales, estaba harto de ello. No había nada que me cabreara más que un homófobo de sí mismo.

—Has venido muy gallito sabiendo lo que va a pasarte —dijo, sacando su arma de su pistolera y encañonando la cabeza de Brendan.

Contuve el aliento y, dando un paso atrás, levanté las manos en su dirección con intención de calmarlo.

—Archie, por favor... ya estoy aquí, me estoy entregando. Déjalo en paz, él no tiene nada que ver en esto.

Su ceño se frunció divertido.

—¿Seguro? Yo creo que este cabrón sabía todo lo que estabas tramando, igual que Elijah. Espero poder disfrutar con este una pequeña parte de lo que disfruté matando a ese gilipollas.

Mordí mis labios y le miré, conteniendo mi rabia todo cuanto podía.

—No, qué va. Brendan no sabía nada —insistí con sinceridad. Era la verdad después de todo—. Fue idea mía, por favor, déjalo marchar. Ya estoy aquí, me tenéis justo donde querías. He venido a entregarme.

Mi corazón se sobrecogió al escuchar un gran estruendo a mis espaldas. Archie y los suyos se miraron entre sí, asustados por unos instantes, sin comprender nada. Un seguido de pasos calmados recorrieron el pasillo hasta que alguien apareció por el mismo lugar por el que yo había entrado.

Abrí los ojos de par en par y mis manos temblaron.

—No, qué va. No vas a entregarte a estos imbéciles.

La voz de Samael estaba cargada de odio, al igual que su mirada negra, que aniquilaba con saña a Archie con el mayor asco que había visto en mi vida.

¿Cómo mierdas había conseguido llegar tan rápido?

Estaba ahí, de pie, como un muro inexpugnable. Como si no tuviera ni un ápice de miedo y viniera dispuesto a arrancarles la cabeza a todos.

Archie se carcajeó en respuesta.

—Te dije que vinieras solo —señaló, quitándole el seguro a su arma, negando con decepción.

—¡No! ¡He venido solo, te lo juro! —grité. Me giré hacia Sam, aterrado y temblando—. ¡Lárgate de aquí, por favor!

—No vas a entregarte —rogó entre dientes, observándome con dolor—. No voy a permitir algo así.

—Tiene razón —secundó Brendan como pudo. Tosió a un lado la sangre que llegaba a su boca y tragó saliva—. Vete con él, todavía tienes una oportunidad. No importa, Kailan, gracias por intentar salvarme.

—No voy a dejarte morir aquí —gruñí con lágrimas en los ojos.

—Pero yo sí.

Pasó antes de que me diera cuenta. Ni siquiera tuve tiempo para reaccionar.

Con una sonrisa, Archie encañonó de nuevo a Brendan y le disparó en la sien de un segundo a otro. La sangre salpicó la pared a unos metros. La cabeza de Brendan quedó colgando hacia un lado, hasta que la barbilla se le clavó en el pecho, moviéndose como un muñeco roto.

Inerte, sin vida.

El disparo hizo eco por todo el almacén.

Y lo siguiente que se escuchó, fui yo.

—¡BRENDAN!

Ese rugido desgarró mi garganta, me rompió por completo. Me rompió la voz, me rompió el alma. Sentí los brazos de Sam rodearme desde mi espalda, reteniéndome. No sabía en qué momento había llegado hasta mi ni en qué momento yo había intentado acercarme a Brendan, pero ahora Samael me lo impedía.

No escuchaba nada, solo mis gritos y mi llanto destrozado, repitiendo el nombre de mi entrenador, negándome a que lo que estaban viendo mis ojos fuera real.

—¡NO! ¡No! ¡Hijo de puta! ¿¡Por qué lo has hecho!? ¿¡Por qué me haces esto!? ¡Yo ya estaba aquí! ¡He venido a entregarme!

Solo escuchaba mi voz gritando eso, una y otra vez, mientras decenas de lágrimas rodaban por mis mejillas. Samael me abrazó por la espalda, intentando calmarme, pero yo apenas alcanzaba a escucharlo. Mi mundo no paraba de caerse a pedazos. Se venía abajo como una puta casa en ruinas y, por más que hacía para frenarlo, nunca lo conseguía. Y esos pedazos terminaban por matar a alguien.

Primero a Eli, después a Brendan.

Las dos únicas personas que fueron mi familia en estos dos últimos años de infierno.

—Vamos no te tortures —masculló Archie negando con la cabeza, sonriendo—. Mira, para que te sientas mejor te diré que iba a matarlo de todas formas, tan solo esperaba a que estuvieras delante para verlo.

Apreté los dientes, sintiendo como las lágrimas se perdían por mi barbilla y empapaban mi cuello.

—Voy a matarte —susurré, absorbido por mi propia locura y rabia—. Voy a matarte tan despacio... tan lento... que ni siquiera se ha inventado una medida temporal para describirlo.

—No, tú no —siseó Samael a mis espaldas. Nunca había escuchado ese tono de voz en él. Estaba tenso, recto. Por primera vez, sus ojos me asustaron—. Pero yo sí.

Me soltó con cuidado, como si fuera a romperme entre sus brazos, y dio un paso adelante ocultándome a medias con su cuerpo. Por encima de su hombro, sus ojos se posaron en mí con cierto temor brillando en ellos.

—Pero antes quiero pedirte perdón por lo que vas a ver... y por lo que soy. Debería habértelo dicho antes.

Le miré sin comprender, temblando.

—De qué coño estás hablando.

Agachó la cabeza y después miró a Archie, este sonrió.

—Yo también tengo refuerzos, ¿sabes?

En cuanto dijo aquello, la puerta por la que ellos habían entrado volvió a abrirse, dejando pasar a un hombre alto, con el pelo largo y rubio. Entrecerré los ojos, su cara y su belleza se me hacían conocidas. Caminó lentamente y con las manos en los bolsillos de su pantalón de traje, sonriéndonos. Pero, sobre todo, a Samael.

Le miré de golpe.

Toda la entereza de Samael se había esfumado y, en su lugar, había la sorpresa y el horror grabado en su rostro. Temblando de rabia, dio un paso atrás sin dejar de mirar al desconocido, quedando a mi altura.

—Hola, hermanito —dijo este, plantándose al lado de Archie.

Me quedé de piedra. ¿Qué...? ¿Qué cojones?

Sam no podía hablar, parecía que su cerebro había cortocircuitado. No era para menos, el mío también estaba en proceso de estallar entre toda esta mierda.

—¿«Hermanito»? —murmuré en su dirección, con la voz ahogada.

No me miró, no conseguí hacerle reaccionar. Pero por la cara que se le había quedado, no hizo falta que me lo confirmara.

Archie se carcajeó.

—Como ves, mi nuevo socio tiene buenos contactos —dijo sonriente, cruzado de brazos y alzando el mentón con superioridad.

No entendía nada de lo que estaba pasando, ni siquiera había asimilado que acababan de asesinar delante de mí a la otra persona más importante que tuve en Las Vegas y de repente ocurría aquello. ¿Ese tío era hermano de Samael? Mi labio inferior tembló ante una posibilidad que se acababa de abrir paso en mi mente: ¿me habían encontrado por culpa de Samael?

No me dio tiempo a reaccionar, a hacer que mi cabeza funcionara correctamente. Porque el desconocido rio.

—Ya, sí, bueno... A propósito de lo de socios —murmuró rascándose la barbilla.

Su mirada se volvió escalofriante y sonrió en dirección a Samael de nuevo, como si el espectáculo solo fuera para él.

Abrí los ojos de par en par. Y lo hice... porque de la espalda de ese tío siniestro, salieron dos enormes alas blancas, emplumadas y monstruosas.

—Yo trabajo solo —sentenció.

Y, de un segundo a otro, atravesó con los extremos de ambas el torso de Archie, levantándolo en el aire.

Caí de rodillas al suelo, temblando.

Aterrado.

Horrorizado.

Sin despegar la vista de esas alas.

Me era imposible hacerlo. Esas dos cosas pegadas a su espalda parecían una alucinación. Debía haberme vuelto loco, o quizá estaba muerto. Deseé estarlo para no tener que procesar que todo lo que acababa de ver y vivir era real.

No. No. No. No podía serlo. Tenía que haber alguna explicación.

Destripó a Archie al sacarlas de su cuerpo. El chasquido que produjo ese movimiento brusco me revolvió el estómago y me hizo contener el vómito que subió por mi garganta, fue como rasgar las entrañas de un animal con un cuchillo de sierra. El cadáver de Archie cayó muerto contra el suelo como un saco de carne, con un reguero de sangre resbalando por las comisuras de su boca y los ojos abiertos en una expresión grotesca. Los míos no se movían del cuerpo de Archie, una lágrima rodó por mi mejilla al ver que sus pulmones subieron y bajaron un par de veces más, como un espasmo de su cuerpo que todavía sentía dolor.

Las luces fluorescentes del techo, que titilaban sobre el monstruo alado, le daban un aspecto terrorífico. La sangre de Archie caía de las plumas de ese ser, provocando un goteo contra el pavimento. Me arrastré horrorizado hacia atrás por el suelo con ambas piernas con la vista clavada en él, pero este tan solo miraba a Samael con una escalofriante y amplia sonrisa.

—¿Es que no nos vas a presentar, Lucifer?



Lucifer

Sabía que él debía estar detrás de todo esto, pero me negaba a creer que lo que acababan de presenciar mis ojos fuera real, Azrael no podía haber perdido tanto el juicio.

Sí, sí que lo ha hecho. Se ha vuelto completamente loco.

Su sonrisa así me lo confirmaba. Ver algo tan majestuoso como las alas de un ángel, utilizadas para arrancarle la vida a un humano, mancharlas con su sangre, vanagloriarte con orgullo de ello... Ni siquiera yo había hecho algo así.

—Oh, espera un momento antes de que respondas —añadió, levantando su dedo índice.

Se acercó a otro de los hombres de Archie, que observaba todo con horror sin poder moverse debido al miedo, y rompió su cuello en tan solo un par de movimientos, apartando el cuerpo inerte de su camino de un empujón hacia un lado. Acto seguido estampó su mano abierta en la cara del otro y la cerró sobre su cabeza, haciéndola estallar. Azrael se sacudió la mano para limpiarse los pequeños amasijos de sesos y sangre que habían quedado pegados. Al mismo tiempo, sacudió sus alas ensangrentadas.

—Ahora sí, podemos hablar —afirmó sonriente, posando su vista en Kailan.

El chico tiritaba de pies a cabeza desde el suelo, llorando en silencio y con los ojos desorbitados. Di un paso para interponerme entre ambos, aterrorizado y rabioso por culpa de ese maldito enfermo. Sentí gritos en mi mente, la rabia de cientos y miles de demonios bullendo en el centro de mi pecho, dispuestos a atravesar el umbral con tan solo una orden mía para acabar con la vida de ese hijo de perra... que acababa de cometer semejante atrocidad.

¿Y él era el Ángel y yo el Diablo?

—Encantado de conocerte, Kailan Milller. Mi nombre es Azrael y soy el Ángel de la Muerte. —Se puso la mano ensangrentada sobre su abdomen, manchando la blanca camisa, y se inclinó hacia delante a modo de saludo—. El hermano de Lucifer.

—¡Cállate! —bramé iracundo, dando otro paso hacia él.

Todo esto... había montado todo esto para desenmascararme ante Kailan. Para que él se alejara de mí, para hacerme sufrir con ello. Había segado vidas humanas a las que todavía no debía llevarse a nuestros reinos, solo para salirse con la suya. Era demencial.

Aun temblando, Kailan se puso en pie con lentitud, alternando su mirada de él a mí.

—¿Luci...? ¿Lucifer? —murmuró aterrado. Sus ojos verdes me contemplaron como si Azrael estuviera loco—. ¿De qué está hablando, Samael? ¿Quién es...? ¿Qué es...?

Levanté las manos en su dirección, rogándole por algo de calma. Me di cuenta de que ya no era tan solo él quien temblaba, yo también lo hacía.

—Yo... debí contártelo. Sé que debí hacerlo...

—¿Cómo? ¿Todavía no te lo había dicho? —comentó Azrael fingiendo sorpresa—. ¿Cómo es posible que todavía no le hayas dicho que eres el Rey del Infierno? ¡Es el Diablo en persona, chico! ¡El mismísimo Lucifer! ¿Qué es eso de Samael? ¡Odias que te llamen así, Lucifer!

—¡CÁLLATE!

Kailan dio un paso atrás ante mi estallido de rabia y me di cuenta inmediatamente. Lo vi en sus ojos, como la visión de Lilith. El miedo, el horror. Solo que acompañado de algo mucho peor.

La decepción, el engaño, la traición.

—¿Eres...? ¿De verdad eres...? —balbuceó y tensó la mandíbula con enfado—. ¿Eres el Diablo, Samael?

No pude contestar ante esa voz trémula que me hacía tal pregunta, tan solo agachar la mirada. Incluso temblando, se llevó las manos al rostro y terminó pasándolas por su pelo hasta dejarlas tras su nuca. No dejó de mirarme de arriba abajo en ningún momento. Pude verlo en sus ojos, cómo las piezas del puzle empezaban a encajar en su cabeza.

—Todas esas cosas extrañas que decías... tu relación con tu familia... que no quisieras decirme tu edad...

—Que te hiciera un favor a cambio de tu alma —añadió Azrael con una sonrisa.

Kailan giró la cabeza bruscamente hacia él.

—¿Qué?

—Oh, ¿eso tampoco lo sabes? Es el Diablo, es lo que hace, conceder favores a cambio del alma de las personas.

La mirada de Kailan perforó cada parte de mi ser. Sentí romperme en pedazos cuando una lágrima más descendió por su mejilla al observarme como si fuera el mayor horror de su vida.

—Ibas a... ibas a... ¿A qué? ¿A matarme?

Negué con la cabeza, frenético, dando otro paso hacia él. Pero él retrocedió como si le repeliera, como si le asustara.

—No es... no funciona así... yo no...

—Tranquilo, tiene experiencia, a tu padre también le concedió un favor. ¡Al final todo queda en familia!

Parpadeó un par de veces, haciendo que un par de lágrimas más cayeran en el proceso.

—De qué estás... de qué estás hablando.

Su voz sonaba ausente, como un murmullo cansado, como si dijera esas palabras con último hálito de vida. Azrael sonrió con maldad, cruzado de brazos en esa postura imponente con sus alas todavía extendidas.

—Azrael, cállate —gruñí.

—¿Por qué? Tiene derecho a saber que hace más de veinticuatro años le hiciste un favor a Abraham, haciendo que consiguiera el poder que tanto ansiaba... para poder contratar los servicios de la prostituta de su madre.

Di un paso atrás cuando me sentí como si me hubiera clavado una lanza en el abdomen para después retorcerla con brutalidad.

Déjame salir, quiero salir, quiero arrancarle la maldita cabellera.

Kailan no se movía, estaba hierático. Parecía hecho de hielo mientras contemplaba como toda su vida se desmoronaba ante sus ojos. Era mi culpa, no debí acercarme a él, no debí concederle ningún favor. Debí haberme alejado cuando todavía era posible, todo esto estaba ocurriendo por mi puñetera culpa.

Cerré los ojos cuando sentí su verdosa mirada clavarse en mi como un puñal.

Nunca debí salir del maldito Infierno.

—Aprovechó tu vulnerabilidad y te mintió en su beneficio, como el monstruo que es —añadió con una sonrisa.

Fue ahí cuando todo estalló. Ya le había perdido, podía verlo en sus ojos, observándome como un completo desconocido que le había traicionado. Así que ni siquiera lo pensé demasiado cuando, en un rugido animal, me abalancé contra ese ángel lunático. Mis ojos estallaron en rojo sangre y la espalda de Azrael se estampó contra el suelo, agrietando el pavimento tras él al intentar contenerme, haciendo que sus alas crugieran.

Por un momento, mientras peleábamos con semejante brutalidad, contemplé la idea de dejar que todos mis fieles y hermanos ascendieran del Infierno y nos alzáramos de una vez por todas. ¿Azrael quería guerra? Por mi toda la Creación podía destruirse en este instante, me importaría bien poco. Me enfurecía más y más ver cómo sonreía.

¡No, Lucifer! ¡Para! ¡Le estás dando la razón! ¡Le estás ayudando a que Kailan te tema!

Alcé la vista hasta el chico, que me observaba como si viera una pesadilla ante él, retrocediendo de espaldas ya muy lejos de nosotros. Presenciando al monstruo que yo era, siendo testigo de mi agresividad, de la rojez de mis iris. De mi piel brotó la niebla negra de Lilith, arrastrándome lejos de Azrael cuando este intentó golpearme de vuelta ante mi distracción. Al hacerse su figura corpórea, la boca de Kailan estuvo a punto de tocar el suelo.

Lilith miró a Azrael.

—No vuelvas a acercarte al chico... y mucho menos a mi Rey —rugió enardecida.

El ruido de los pasos apresurados de Kailan huyendo de allí, seguido de la puerta al abrirse, fue más que suficiente para traerme de vuelta a la realidad.

—¡KAILAN, NO!

¿Qué había hecho? ¿Cómo podía haber permitido que sucediera algo así? Si se marchaba solo, y había más hombres de Abraham por ahí, podrían encontrarlo fácilmente. Lilith tuvo que sentir mi desespero incluso estando fuera de mí, porque se giró de repente y me detuvo cuando vio mi intención de salir tras él.

—¡No! ¡Yo me encargo! —gritó, echando a correr hacia la puerta—. ¡Tú acaba con esto de una vez por todas!

El terror me impidió seguirla. Sabía por qué lo había hecho, por qué se arriesgaba en mi lugar. Porque Kailan me temía a mí, no a ella. Quizá había una oportunidad si era Lilith la que hablaba con él y no yo. Tuve que resignarme mientras el dolor me consumía.

La risa de Azrael, seguido de unas cuantas palmadas lentas a modo de aplauso, llegaron tras de mi una vez se hubo puesto en pie.

—Y fin del espectáculo —musitó, ganándose tan solo mi mirada envenenada. Yo estaba más que dispuesto a arrancarle a la cabeza aun si con eso le declaraba la guerra a todo el Reino de los Cielos—. ¿Qué creías que ocurriría, Samael? ¿De verdad esperabas que se quedara a tu lado después de ver lo que eres?

Apreté los puños.

—Tú no tienes ni idea —gruñí entre dientes, con la mirada puesta en el pasillo por el que ambos se acababan de perder. Saber que ya no le tenía a mí lado y que ahora me odiaba enfrió cada parte de mi ser—. Es... es especial, diferente. Es el único humano que ha sido capaz de ver algo bueno en mí.

Azrael se carcajeó con fuerza.

—¡Porque no sabía quién eras, Samael! Porque no le habías dicho la verdad —respondió con obviedad, tratándome por imbécil—. ¿Qué ha pasado cuando se ha enterado de que le has estado mintiendo? ¿Qué ha pasado cuando se ha dado cuenta de que el Diablo se estaba encaprichando de él? Que ha huido aterrado, tal y cómo mereces. No te engañes, Lucifer, es demasiado patético ver cómo te crees tus propias mentiras.

Agaché la cabeza, desolado. Me sentía vacío ahora que él se había marchado de mi lado, recordando una y otra vez cómo me había mirado, cómo había huido. Esa pena se asentó en mi interior, desgarrándome por dentro.

Azrael tenía razón, yo era un monstruo y esto era lo que estaba destinado a pasar desde el principio.

—Ahora sí, mi trabajo ha terminado. Me alegra que no haya tenido que matarlo también a él, menos trabajo —dijo como si nada, escondiendo sus alas ensangrentadas de nuevo mientras se encaminaba hacia la puerta con parsimonia—. Espero que hayas aprendido la lección, Lucifer. Los seres como tú... no están destinados a recibir ni un ápice de cariño, no lo merecen. Coge a esa zorra pelirroja, deja de hacer el ridículo y escóndete en el Infierno de una maldita vez como la alimaña que eres. Haznos ese favor a todos... pero sobre todo a ti mismo.

Azrael dejó una estela de gélido silencio en cuanto desapareció del almacén.

Yo caí de rodillas al suelo, abatido y rodeado de cadáveres.

Cerré los ojos.

Cómo había podido ser tan estúpido. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro