Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7. Demonios internos

Las Vegas, Nevada. Diciembre de 2021

Si pensaba que ya estaba todo fuera, Kailan estaba muy equivocado.

Cuando su estómago se contrajo una última vez, obligándole a vomitar contra la taza del váter hasta vaciarse por completo, supo que, con algo de suerte, ya habría terminado. Contuvo una arcada ante el sabor agrio de la bilis en su paladar y se limpió un hilo de saliva que colgaba de sus labios con el dorso de la mano.

Todo su cuerpo, arrodillado y apoyado en el inodoro, temblaba de pies a cabeza con un frío horrible. Paradójicamente, una fina capa de sudor caliente recubría cada parte de su piel. No alcanzó a escuchar el suspiro de Elijah a un metro de él, pues estaba demasiado concentrado en no vomitar hasta el último de sus órganos mientras las lágrimas recorrían sus mejillas debido al esfuerzo.

—No te preocupes, de momento... va cómo esperábamos —dijo su amigo mientras lo miraba, sosteniendo el teléfono contra su oreja.

—Vale, bueno... está bien. Me pasaré más tarde y os llevaré algo de comida para la semana. Recuerda que debe beber mucha agua o podría deshidratarse —respondió la voz de Brendan al otro lado de la línea.

Elijah asintió sin dejar de mirar al chico tembloroso en el suelo del baño, que sostenía su cabeza sobre el váter.

—Sí, lo sé. Estaré pendiente. Muchas gracias por todo, tío.

—No hay de qué. Recuerda llamarme si necesitas cualquier cosa —añadió. El silencio se hizo unos instantes—. Supongo que... Feliz Navidad.

El chico río con amargura.

—Sí... Feliz Navidad a ti también.

Tras una breve despedida, Elijah dejó el teléfono sobre la mesa del salón y tomó una de las mantas del sofá. Se acercó a su amigo y le pasó la manta por los hombros, arropándolo con ella, agachándose a su lado.

Kailan suspiró aliviado ante el reconfortante calor que le envolvió, penetrando hasta sus huesos. La calidez lo calmó en cierta forma, el frío azotaba con fuerza el exterior nevado de West Las Vegas en ese invernal día de Navidad y ni la sudadera, el chándal y los calcetines gruesos parecía aliviarlo en su cuerpo. Se sentó en el suelo, apoyando su espalda en la pared tras él y la cabeza en la que tenía justo a su lado. El frescor de las baldosas calmó también su calor.

Su cuerpo era un amasijo de contradicciones, y su mente también.

—He manchado la alfombrilla del baño al vomitar, lo siento —murmuró con la voz llorosa.

Elijah se encogió de hombros con una sonrisa.

—Bueno, nunca nos gustó demasiado, así que ahora tenemos una excusa para cambiarla.

De los dos escapó una risita absurda ante ese comentario, pero fue cuestión de segundos que Kailan agachara la cabeza y empezara a llorar en silencio. Pocas veces se lo permitía, así que Elijah dejo que ese momento sucediera y no lo reprimiera. Sabía cuánto le costaba.

—Quiero volver a casa, con mi familia —susurró—. Los echo de menos.

Esa súplica en forma de lloriqueo apagado le destrozó el corazón. Así que hizo aquello cuanto mejor sabía: se acercó a él y lo abrazó en consuelo.

Quería que supiera que estaba ahí, que siempre lo estaría, que podría contar con él. Si necesitaba su ayuda, allí estaría Elijah para tenderle una mano. Eso es lo que hizo Kailan con él en su día.

Recordaba perfectamente aquel día en la lavandería hacía ya un año, con los rayos de sol de esa cálida tarde entrando por la ventana. Cuando colgó el papel en el corcho de la puerta anunciando que buscaba compañero de piso, mientras su ropa daba vueltas en la secadora, no esperaba que fuera a pasar lo que estaba por suceder.

Un hombre blanco, medio calvo y bien entrado en los sesenta, empezó a despotricar con comentarios racistas hacia Elijah. El mensaje de su gorra, «make america great again», era bastante esclarecedor. Se quejaba de tener que meter su ropa en una lavadora donde, probablemente, un «negrata» también la hubiera metido. Y antes de que Elijah pudiera partirle mandíbula, la risa de Kailan fue lo que se escuchó.

Fue él quien salió en su defensa, desde un rincón apartado de la sala. No el resto de clientes, no, Kailan. El único que dijo algo, que plantó cara a ese imbécil mononeuronal al que consiguió echar del lugar bajo amenaza de llamar a la policía.

Así se presentaron, así se conocieron. Y, cuando Kailan vio el anuncio, se le iluminaron los ojos.

Un par de cervezas en un bar fue el inicio de una amistad que Elijah no esperó tener tras su solitaria vida, de casa de acogida en casa de acogida hasta que fue lo suficiente mayor como para buscarse la vida. Tiempo después entendió por qué Kailan, a pesar de la fama, quería vivir en una humilde casita apartada y con un desconocido, así como por qué estaba aquella tarde en la lavandería: porque todo era fachada, no existía una buena relación con su padre y su equipo, ni tanto dinero en su cuenta como los medios y la prensa rosa creían. Al contrario, solo tenía migajas en comparación a las ganancias de Abraham y el resto. Muchas, cientos de migajas, sí, pero eso no quitaba su origen humilde que, instintivamente, solía mantener. A petición de Kailan, Elijah fue contratado como su ayudante personal, asegurándole así un buen sueldo y futuros ahorros. Dos cosas que Elijah nunca había tenido. En cuestión de tiempo y entre los dos, compraron la casa donde vivían de alquiler.

La vida parecía prometer ser menos angustiante, pero en aquel instante, con Kailan llorando en una mezcla de pena y dolor sobre su hombro, se dio cuenta de que de lo único que se arrepentía, era de no haber pedido mejor un par de refrescos en lugar de las cervezas.

Estuvieron así un buen rato en aquel baño de la planta inferior, hasta que Elijah supo que, con todos los dolores que Kailan debía estar soportando en aquellos momentos, esa postura no podía ser la mejor. Le ayudó a levantarse con cuidado, con su brazo izquierdo pasando sobre sus hombros.

Envueltos en la manta, Elijah cargó con Kailan caminando despacio del baño al salón. Era una distancia de apenas dos metros, pero tardaron casi tres minutos en cruzarla. Ayudó a Kailan a tumbarse en uno los dos colchones que tenían tirados en el salón, entre los sofás. Más bien parecía que el chico se había desplomado sobre ellos, haciéndose una bola en la manta y acurrucándose en los cojines.

En las dos últimas semanas, desde que Kailan había empezado con el proceso de desintoxicación, habían decidido hacer vida en la planta baja. Kailan se veía incapaz de subir las escaleras sin marearse y vomitar, así que Brendan y Elijah bajaron los colchones de sus respectivos cuartos y los instalaron en el salón.

En aquel momento, las luces de colores del arbolito de navidad iluminaban grácilmente la sala, aportándole ese toque acogedor y navideño que volvía la situación menos deprimente. Del exterior apenas entraba luz, pues el cielo estaba encapotado debido a la nevada que estaba asolando ese día de Navidad en Las Vegas. Para ambos parecía ajeno y distante lo que ocurriera en el exterior, en esa burbuja alumbrada por las luces navideñas y el brillo del televisor, dónde ya salían los créditos finales de El Grinch.

—¿Qué toca ahora? —murmuró Kailan, recolocando su cabeza en la almohada.

Elijah sonrió.

—¿Siendo Navidad y sin que todavía la hubiéramos puesto? —preguntó con ironía.

Una risita acompañada de una tos salió de entre los apretados labios de Kailan.

—¿Solo en casa?

—La duda ofende, hermano —sentencio el chico—. Mueve tu culo mexicano y hazme un hueco.

Ahora sí, Elijah consiguió de él una carcajada. Se removió ligeramente y Elijah saltó sobre su colchón, haciéndole reír de nuevo. Los dos se arroparon con más mantas y cojines, en ese rincón fortificado entre colchones y sofás, y Elijah rebuscó la película en la plataforma hasta dar con ella.

El inicio de la misma inundó el salón con su luz.

—No te he dado... las gracias por todo, Eli —susurró, Kailan a su lado.

Elijah sonrió, mirándole fijamente.

—Ni falta que hace —dijo—. Solo prométeme que vas a poder, tú eres más fuerte que esto.

Kailan asintió como pudo.

—Te lo juro, mano.

—Y prométeme también que el año que viene tiraremos esa mierda de árbol enano a la basura y compraremos algo decente.

Una nueva risa se hizo presente y para Elijah fue algo reconfortante escucharlo otra vez.

—Te lo juro también —aseguró el chico—. Te juro que en las navidades del año que viene vamos a tener el árbol más grande que haya en el mercado. Y con las mejores luces. Esto va a tener más luces que el pinche Strip de Las Vegas de noche.

Fue Elijah entonces quien rompió a reír. Fijaron esa promesa con un choque de puños y siguieron viendo la película.

Kailan mejoraría, ambos lo sabían. Mejoraría, conseguirían llegar a Nueva York después de su último combate, comprarían un apartamento a la familia de Kailan y otro para ellos, y las navidades del 2022 tendrían el mejor árbol de navidad del planeta.

Lo harían, y lo harían juntos.

Era una promesa.



Albuquerque, Nuevo México. Julio de 2022

Kailan

—Sully, calma, espera... repítelo otra vez.

Mi mano, que se aferraba con fuerza al teléfono de la cabina, temblaba. En el último minuto, y mientras miraba fijamente a Samael, había estado intentando procesar lo que había oído. A pesar del ambiente veraniego que recorría las calles, para mí parecía que el aire se había vuelto gélido en la desierta carretera frente al restaurante por la que apenas pasaban un par de coches de vez en cuando. Sam dio algunos pasos hacia mí con la preocupación grabada a fuego en su cara.

—La policía, y ahora puede que tu padre también, saben que estáis en Albuquerque. ¡Tenéis que largaros de allí ya, joder!

Con la mirada perdida, intentaba procesar todo lo que estaba escuchando, pero mi mente iba a mil por hora. No podía atinar qué coño decir en ese instante, así que Sully habló por mí.

—¿Sabéis ya el siguiente destino? —preguntó apresurado.

—Sí... sí —balbuceé—. Íbamos a ir a Roswell mañana al mediodía, después de quedar con...

—Bien, de acuerdo, id ya y no esperéis más —me interrumpió—. Me encargaré de enviar a mi contacto allí mañana para que os reunáis con él. Lo principal ahora es que salgáis de esa puta ciudad.

Me pasé la mano por el pelo, resoplando y con los ojos cerrados. No me podía creer cómo era posible que todo estuviera saliendo tan mal y tan rápido. Aunque si hablábamos de mi padre, esto era de esperar. Lo que no me explicaba era cómo pinche mierda sabía la policía dónde estaba y qué querían de mí.

Pero, de nuevo, Sully se me adelantó.

—Y ni se te ocurra utilizar el dinero en la cuenta de tu padrastro, el que ingresaste, porque quizá estén investigando los movimientos bancarios y desde dónde se hacen. Por supuesto que se preguntarán de dónde coño ha salido ese dinero, pero eso no es prioridad ahora mismo —añadió a toda prisa. Cuando Sully se ponía nervioso hablaba de todo y muy rápido, suerte tenía de estar acostumbrado. A veces creía que yo era el único que podía entenderle—. Te enviaré algo de dinero a través de mi contacto, él te llevará un móvil con mi número. Tampoco puedo hacer mucho ruido con la puta policía respirándome en la nuca. Haber intervenido en el tiroteo tampoco nos pondrá las cosas sencillas para ocultarnos.

—No, lo sé, Sully, tranquilo.

Exhalé con fuerza y me froté un ojo con la mano libre. Era una maldita locura todo lo que me había explicado y no me hacía ni pizca de gracia que mi familia se viera envuelta en líos de mafias y tiroteos, pero no había otra alternativa.

Joder, necesitaba hablar con ellos, decirles que todo estaba bien, sobre todo a Valerie. No quería que nada le asustara, que no se preocupara. Pero sabía que, si ponerme en contacto antes era difícil, después de aquello era imposible.

—Ya has hecho mucho más de lo que merezco —añadí, cerrando los ojos.

—No digas gilipolleces, ¿vale? Eres mi hermano y haré lo que haga falta, pero saber que tenemos a la poli rondando va a hacernos todo mucho más complicado.

Mordí mis labios, separándome de la cabina, y miré al cielo como si ahí fuera a encontrar todas las puñeteras respuestas.

—¿Qué vergas quieren, wey? ¿Por qué no van a por mi puto padre y me dejan en paz?

Sabía parte de la respuesta: porque ese cabrón era casi intocable.

Me gustaba aferrarme al «casi» después de lo que había hecho yo solito sobre ese ring. Pobre Noah, ¿seguirá inconsciente?

—Te has cargado a alguien, Kailan. Las reglas del juego han cambiado y ahora ha dejado de ser la huida limpia que queríamos. Te lo dije.

—Maldito Spencer, tocándome los cojones incluso después de muerto.

El suspiro de Sully llegó a mí a través del auricular, en mi cabeza podía verlo pasear de un lado a otro, nervioso. Siempre hacía eso cuando hablaba por teléfono. Si era un teléfono fijo, deambulaba todo cuanto el cable le permitía.

—Haré lo que esté en mi mano, de momento Henry y tu abuela no hablarán más con la poli.

Y eso era lo que menos entendía de todo, ¿qué se les había pasado por la cabeza para cantarle a la poli lo poco que sabían? Habían escuchado mi llamada con mi abuela, menos mal que había dicho poco.

—¿Por qué lo hicieron?

Necesitaba encontrar las respuestas que despejaran mi mente.

—No estoy seguro. Tu abuela está aterrada y... Joder, supongo que quiere que llegues vivo, tampoco podemos culparla. —Mordí el interior de mi mejilla, escuchando con atención. No, desde luego, ya había perdido bastante y entendía que estuviera acojonada por perderme a mí también—. Habló con una tal Kingsley, del FBI.

Abrí los ojos de par en par. Creí que el corazón se me había parado.

—¿FBI? Mierda, mierda...

—¿Y qué te esperabas? ¿A los putos Boy Scouts?

—No, a los Cazafantasmas —gruñí.

Podía ser un imbécil a veces, pero era mi imbécil y lo quería mucho. El único capaz, aparte de Eli, de darme una hostia de realidad (y física también) y ponerme en mi sitio.

—Has removido mucha mierda destrozando a tu padre y matando a uno de sus hombres, K —añadió, intentando hacerme comprender la gravedad de lo que estaba sucediendo en mi vida—. Y esa tal Kingsley parece muy interesada en dar contigo. Yo me andaría con ojo.

Suspiré profundamente, relajando mis hombros. Miré a Sam de vuelta y este continuaba mirándome. Juraría que no se había movido de su posición y ni siquiera había pestañeado. A veces parecía de cera.

—Está bien, tío. Gracias por todo. Mañana te llamaré desde otra cabina en Roswell.

—No hay de qué, ya lo sabes. Cuídate mucho.

Sonreí y miré a Sam.

—Sí, tranquilo, tengo a... mi propio guardaespaldas.

Samael frunció el ceño y me miró con cara de malas pulgas, fingiendo estar enfadado, haciéndome reír ligeramente. Sully se unió a mis risas.

—Eres un pirado, tío. Te quiero.

—Y yo a ti, hermano, y yo a ti.

Colgué el teléfono en la cabina y me volví hacia Sam, que no dejaba de mirarme fijamente con preocupación.

—Hay que irse, ¿no? La policía ya lo sabe todo.

Alcé las cejas. Joder, qué buen oído tenía.

Cuando fui consciente de toda la información que mi dañado cerebro había recibido, temblé de pies a cabeza ante la idea de que los hombres de mi padre ya estuvieran aquí. De que Archie ya estuviera aquí. Involuntariamente, di un aterrado vistazo a todo cuanto nos rodeaba. Nada en esta ciudad era ya un lugar seguro.

—Hay que irse. —Cogí aire y le miré—. Y hay que hacerlo ya. 



Lucifer

Kailan se había pasado en silencio todo el camino en coche hasta Roswell. En un nuevo coche, mejor dicho, pues el otro lo habíamos abandonado a las afueras de la ciudad para intentar ocultarnos después de las recientes noticias. El chico al que me había acostumbrado a tener por compañía había desaparecido sin dejar rastro. Su expresión se había vuelto sombría, triste.

Me aniquilaba no poder hacer nada para que dejara de sentirse así. No se lo merecía, era un gran chico que había sufrido más de lo que cualquier humano que he conocido podía aguantar. Y, aun así, siempre tenía una sonrisa para cualquiera.

Para ser honestos, eso tampoco me parecía correcto. Que no se permitiera sentir ciertas emociones, dejar que salieran para no cargar con ellas, debía ser asfixiante cuanto menos.

¿A quién me recuerda?

Apreté la mandíbula y me concentré en la carretera. Nos quedaban unos pocos kilómetros para llegar a Roswell después de tres horas al volante, pues yo me había ofrecido a conducir. No veía que Kailan pudiera concentrarse en ello, estaba demasiado disperso. Su cuerpo estaba sentado a mi lado, pero sabía que su cabeza no estaba conmigo. Probablemente estaría en Nueva York, con su familia.

No puedes ignorarme eternamente.

«Pruébame».

En algún momento tendremos que hablar de lo que te está pasando, Lucifer.

No respondí.

Algo en ti está cambiando, está volviendo. Puedo sentirlo, y no solo lo siento, sino que lo he visto. Has sido capaz de enviar a uno de los nuestros al Cielo por este chico. Te estás jugando tu propia integridad por protegerlo. Nunca habías hecho algo así por ningún humano.

«Lilith».

Tu preocupación, el dolor que sientes, la culpabilidad con la que te haces responsable de sus desgracias, la alegría que te embarga solo con verlo por mucho que intentas reprimirlo... Es la primera vez que piensas en alguien que no seas tú mismo. Y eso no es algo malo, siento cómo crees que es algo que te hace débil, cómo no quieres reconocerlo.

«Basta» gruñí, tensando la mandíbula.

Llevas casi dos días con él y ya pareces otro. Alguien que me gusta que seas, que hacía milenios que no veía... desde antes de tu caída.

«¡LILITH, BASTA!».

Mi grito mental fue acompañado de un leve pisotón al freno que hizo que Kailan me mirara sorprendido.

—¿Estás bien? —preguntó, analizándome de arriba abajo.

Intenté calmar mi mente aunque fuera por unos instantes.

—Sí... sí, disculpa —balbuceé—. Creí haber visto algo en la carretera.

Kailan asintió no demasiado convencido, pero bastó para que no se preocupara más, él tampoco parecía tener la mente para indagar demasiado. La calma invadió de nuevo el ambiente del coche, pero no mi interior.

Me sentía frenético, cabreado, iracundo por todas las estupideces que estaba diciendo Lilith. El hecho de que me recordara cuánto me había dejado llevar por ello, hacía que el poder del Infierno hirviera en mi pecho. Yo no podía permitirme todas esas cosas y ella lo sabía. Todo lo que estaba sintiendo era una tortura, no era lo correcto, no debía ser así.

Porque él era humano y yo un monstruo.

Lo único que podía permitirme hacer era disfrutar de su compañía, protegerlo, cumplir mi parte del favor y nada más. Todo lo que había sentido desde que le conocía había sido nuevo y embriagador, pero no podía ser. Las debilidades y los sentimientos humanos no eran para el Diablo, yo estaba muy por encima de eso y rebajarme a esos niveles me hacía descender un peldaño.

Era imposible.

Entonces por qué las sientes.

Sus constantes cuestionamientos me llevaron al límite.

«Tú no eres precisamente una experta en el amor como para darme consejos, Lilith» repliqué con hartazgo.

Supe cuantísimo la había fastidiado nada más terminar la frase. Un silencio estremecedor se hizo en mi mente por primera vez en eones de existencia. Cerré los ojos unos segundos y exhalé en profundidad.

¿Cómo podía haber dicho semejante barbarie sabiendo cuánto había sufrido Lilith por ello?

Al final resultará que Azrael tiene razón, eres la personificación del mal.

Agaché ligeramente la cabeza.

No volví a escucharla en todo el camino.



Roswell, Nuevo México. Julio de 2022

Decidí que nos hospedaríamos en un motel al pie de la carretera, el Days Inn, cuando ya eran cerca de la una de la madrugada al llegar a la ciudad. Para entonces la luna ya refulgía con total descaro en el cielo, iluminando nuestros pasos hacia la habitación del tranquilo lugar. Las calles estaban en silencio, Kailan estaba en silencio, Lilith estaba en silencio.

Nunca me había rodeado de tanta quietud. Nunca me había sentido tan solo.

Le había hablado de unas maneras horribles a la que era mi única y mejor amiga. La mujer que nos ayudó a todos al caer, la que me ayudó a alzarme de nuevo. De no ser por ella, no sé qué habría sido de mí. Y todo, porque no quería enfrentarme a la verdad tacita que me había restregado por la cara. La evidencia de algo que intentaba reprimir burdamente.

Cuando entramos en la habitación y, tras dejar sus cosas sobre el mueble frente a ambas camas, Kailan se dio una ducha y salió del baño en completo silencio. Sentado en la cama de la izquierda, clavé la vista en otra parte cuando me di cuenta de que lo hizo en ropa interior y con una camiseta limpia de manga corta, amplia y gris, una toalla sobre su hombro y el pelo goteando. Cerré los ojos.

No era momento de pensar en algo así.

No sé si notó mi nerviosismo, pero para evitar incomodarle, me metí en el baño también, solo que a toda prisa. La seguridad me inundó una vez hube cerrado la puerta a mi espalda. Suspiré. Un baño me vendría bien a mí también, no sería como sumergirme en el agua fresca del río en el Infierno, pero algo era algo.

Con Lilith siempre parloteando en mi mente, me sentía más fuerte para enfrentarme a las sensaciones que Kailan me provocaba, pero ahora estaba completamente solo. Sabía que no había cruzado el portal al Infierno, el anillo no había quemado en ningún momento, así que debía estar en lo cierto. La sentía en mi mente, como una presencia que deambula en silencio.

La notaba, pero no la escuchaba.

Porque no me dirigía la palabra.

Negué con la cabeza y me desnudé, dejando cada prenda con cuidado sobre el baño. No tenía más ropa, cosa que debería solucionar en algún momento si no quería levantar sospechas. O parecer poco higiénico. Lo que fuera con tal de no quedar más como un extraño.

El agua caliente cayó por mi cara en una sensación agradable que se llevaba consigo las tensiones mentales, sin embargo, no las preocupaciones. Lilith tenía la manía de haberse convertido en mi maldita conciencia, en taladrarme los oídos con la verdad que yo no quería ver y mucho menos escuchar, pero las dudas no dejaban de asaltarme.

¿Cómo era posible que yo sintiera algo así? Era el Diablo, un ser sobrenatural por encima de lo mundano, no podía obedecer a cuestiones tan bajas y vulnerables. Esto no era propio, no era común. ¿Estaba, acaso, perdiendo mi ser? ¿A más estaba con Kailan, más perdía de mí? Me asustó esa idea, y no solo esa idea, si no su respuesta.

Si quería recuperar mi esencia, debería alejarme de él.

No sé qué era lo que me asustaba más.

Apoyé mi frente contra las baldosas de la ducha, sintiendo como el agua caía por mi espalda, justo entre el invisible nacimiento de mis destrozadas alas.

Esa congoja me sobrecogió por completo cuando me di cuenta. No me asustaba únicamente dejar de ser quién era o alejarme de él, sino el hecho de estar dudando entre ambas opciones. El Lucifer de antes de Kailan no habría titubeado en su respuesta. Lilith tenía razón, algo estaba pasando.

Salí de la ducha cuando el vapor empañó el espejo, secándome el pelo y anudándome la toalla en la cadera. Pasé la mano por la superficie, observándome en el reflejo que este me devolvía. Provoqué el escarlata de mis ojos a voluntad, observando esa imagen ante mí.

No podía haber dudas, porque tampoco había opciones. Esa evidencia en el espejo era mi respuesta, mi única realidad.

«Sí, Lilith. Azrael siempre tuvo razón» afirmé mentalmente, y con la voz rota, la más triste de mis verdades.

Agaché la cabeza cuando la agonía abrasó mi garganta. La sentí removerse inquieta, como si pretendiera disculparse por sus palabras cuando no debería ser ella quien lo hiciera. Los dos mantuvimos el silencio unos segundos, abrumados por las emociones del otro.

«Lil, yo...».

No me dejó terminar.

Lo sé.

«No quería decir algo así».

También lo sé, Luci. Ni yo debería haberme puesto así.

«No, es eso. Es que...».

Contemplé mi reflejo. Ella estaba ahí, en el espejo, detrás de mí. El labio inferior me tembló al igual que hizo todo mi cuerpo. Intenté contener esa fragilidad apretando los puños, escondiéndome tras una entereza que no sentía. Cuando no pude más, me rendí sobrepasado. Cogí aire de forma innecesaria y suspiré dos palabras que cambiarían todo de mí para la eternidad. Las dos únicas palabras que nadie, nunca, esperó escuchar del Diablo.

«Tengo miedo».

De mis ojos carmesíes brotó una lágrima, que descendió por mi mejilla, recorriendo un camino inexplorado para ella.

La tercera de toda mi existencia.

La mirada consternada de Lilith me analizó. No me creía capaz de haber confesado en mi mente algo así ni de que me estuviera sucediendo aquello. No lo creía ella y no lo creía yo. Limpié la lágrima lentamente con mi dedo índice y observé su húmedo y brillante recorrido en mi piel, como un camino nuevo y terrorífico por descubrir. No estaba seguro de si auguraba algo bueno o malo, solo supe que me era necesario materializar mi dolor, mi pavor.

A no ser el mismo, a perderle a él, a todo lo que iba a conllevar aquello que me estaba ocurriendo.

Al principio da miedo.

Su voz susurrante me hizo devolver los ojos al espejo. Me miraba sabiendo que, lo que decía, lo decía por experiencia propia.

Pero cuando te lo permites... el amor es de las mejores y más peligrosas experiencias de la Creación. No dejes que el miedo te impida vivirlo.

«Prométeme que tú tampoco lo harás».

No se atrevió a responder, demasiado que sanar todavía. Por ello no la presioné.

La sentí junto a mí, rodeando mi cintura con sus brazos, estrechándome entre ellos y apoyando su cabeza en mi hombro. Acaricié su mano con la mía, dejándola justo ahí, ambas sobre mi abdomen.

«Te agradezco todo lo que has hecho por mí, Lilith» aseguré.

Su sonrisa provocó la mía.

Y yo a ti, mi Lucero del Alba.



Abandoné el baño sin saber muy bien por qué lo había hecho cuando mi ropa todavía se encontraba dentro, pero estaba tan abstraído que ni siquiera me di cuenta.

Sentado sobre su cama, con las piernas cruzadas y mirando a la nada, Kailan casi se atragantó con su propia saliva cuando me vio aparecer de repente, prácticamente desnudo y tan solo con una toalla alrededor de mi cadera. Contuve una risita. A pesar de que ninguno estaba de ánimos para hacer comentarios, no parecíamos poder evitar fijarnos en el otro de manera inconsciente.

Esa idea me hizo sonreír para mis adentros.

Se aclaró la garganta y apartó la vista cuando sus mejillas empezaron a teñirse de un rojo como la grana, resaltando sobre su piel morena. Estaba adorable. Quise recomponer mi compostura, pero todo intento se desintegró en cuanto el chico abrió la boca.

—Te he... Te he comprado algo de ropa, en el Walmart de Page, me refiero —tartamudeó—. Quiero decir, cuando entré a por comida también me compré un par de camisetas, ya que no hemos tenido tiempo para poder hacer un equipaje decente, y te quise comprar a ti también para que tuvieras ropa limpia para dormir. En Kingman dormiste vestido y... que no quiero decir que ahora tengas que dormir desnudo, o sí. No lo sé, no sé cómo duermes, no me he... fijado en eso. —Se estampó una mano en la cara, cubriéndose avergonzado—. Déjalo, no sé hablar, soy imbécil.

Enmudecí mientras él se levantaba y de su bolsa sacaba un par de prendas.

—Quería que... durmieras cómodo, solo eso —musitó entregándomelas sin mirarme.

A pesar de que era bastante divertido verlo hablar y hacerse un lío, su gesto me hinchó el pecho de esos sentimientos hogareños que solo él era capaz de proporcionarme. Calidez, cuidado, cariño. Eso era él. Como si con cada gesto diera un abrazo a esa alma de la que yo carecía.

Observé las prendas entre mis manos. Un par de camisetas sencillas de manga corta, de algodón y negras, de tacto cómodo y suave. Pero lo que me cautivó fue que, al haberlas llevado en su bolsa de deporte, olían a él. Intenté controlar el temblor de mi cuerpo, pero estaba demasiado noqueado por todas sus acciones. Comprendí entonces que Kailan intentaba conmigo lo mismo que yo con él.

Cuidarme.

Nunca antes un humano había hecho algo así por mí. Todos me repelían, me observaban con terror, me utilizaban para sus favores sin importar cual fuera el pago. Ninguno me ofreció ni un mísero saludo.

Cerré los ojos, estaba siendo un hipócrita.

Pero aun así, Kailan había destrozado todos los límites y barreras. Empecé a creer que alguien así no podía ser humano, que quizá me estaba ocultando algo igual que yo a él, pero sabía que lo habría notado. Y a juzgar por su pasado, sabía también que no era alguien celestial ni de origen divino. No era perfecto a ojos de los demás, y a mí eso poco me importaba, yo tampoco lo era. Tan solo me importaba que yo conocía lo que había en el corazón del chico que me había comprado un par de camisetas para dormir.

En el chico que había pensado en mí.

—¿No te...? ¿No te gustan?

Alcé la vista hacia él, sorprendido por su pregunta. Fui consciente en aquel instante de que me había quedado en silencio por unos momentos, contemplando ambas prendas como si del mayor de mis tesoros se trataran. Por ello no entendí la pregunta.

—Sí, sí. Claro que sí, Kailan —respondí con el ceño fruncido. Sonreí sin poder evitarlo más—. Es todo un detalle por tu parte.

—No me he atrevido a comprarte algo para vestir porque tienes un estilo peculiar –matizó, rascándose la nuca, como si tuviera que darme explicaciones.

Reí, consiguiendo su sonrisa.

—Así está perfecto. Mañana podríamos echar un vistazo a algunas tiendas si quieres.

Asintió satisfecho, y aunque en sus ojos brillaba algo de alegría, la sombra bajo ellos me demostraba todo cuanto en sus hombros pesaba tras la llamada de su amigo. Volvió a la cama mientras yo me adentraba de nuevo en el baño para poder vestirme sin incomodarle. Su aroma se desprendía de la camiseta como si fuera la esencia que yo siempre hubiera necesitado para vivir. Cerré los ojos unos segundos para dejar que me invadiera por completo, a pesar de sentirme como un pervertido, pero quizá esta sería la única forma que tendría jamás para sentirme unido a él. Cuando salí, ya en camiseta y ropa interior como él, la habitación se encontraba a oscuras y me estiré en la cama junto a la suya a la vez que él se metía bajo las sábanas. Ambas camas eran grandes, separadas por una mesilla de noche. Maldije al estúpido decorador.

—Buenas noches, Samael —musitó, dándome la espalda.

Le miré, contemplando su silueta, iluminada por las luces exteriores y nocturnas del hotel que entraban por la ventana.

—Buenas noches, Kailan.

Suspiré cuando la habitación se quedó en silencio.

Habían sido demasiadas emociones en cuestión de un par de días y sabía que asimilar todo lo que me estaba sucediendo iba a llevar tiempo. Seguía sin estar seguro de si esto era correcto, si era normal. En otros tiempos, milenios atrás mucho antes de mi caída, incluso lo habría consultado con mi Padre. Sabía que me habría dado alguna de sus crípticas respuestas que nada hubieran solventado, pero hasta ese punto llegaba mi desespero. En pensar en mi familia como una búsqueda de respuestas a lo que me estaba sucediendo.

Instintivamente, llevé mi vista al cielo que se entreveía por la ventana. No podía apreciar la luna desde donde estaba, pero sí cómo brillaban algunas estrellas entre las escasas nubes. Juraría que estuve así por largos minutos.

Le das demasiadas vueltas, Luci.

Pase mi mano izquierda tras mi nuca, acomodándome sobre la almohada.

«Debe de haber alguna explicación».

Escuché su risita de superioridad.

Y ya sabes cuál es.

Sí, solo que el miedo y el peligro de reconocerlo, era mayor. Negué con la cabeza.

«Hay demasiadas cosas en contra».

No las sabrás si no lo intentas. Déjate llevar y a ver qué sucede.

«Ya las sé: un ángel desquiciado y ser el Rey del Infierno no parecen compatibles con mis sentimientos».

¿Y quién ha dicho que fuera a ser sencillo?

«Me estás dando la razón».

Pude ver cómo arqueaba una ceja.

Que no vaya a ser sencillo no significa que no pueda ser posible.

No me vi capaz de responder ante semejante golpe verbal. Lilith era excelente en todos sus aspectos, entendía por qué Paymon estaba perdidamente enamorado de ella.

No pude pensar en nada más.

—¿Sam?

Giré mi cabeza hacia esa vocecita llorosa en mitad de la oscuridad, alarmado. Creía que ya estaría dormido.

—¿Qué ocurre? —susurré mirándole a los ojos, iluminados por la luna, comprobando la rojez en ellos que Kailan siempre se empeñaba en ocultar.

—Sé que te va a parecer raro y... puedes decir que no si te incomoda, pero... —Me miró como si yo fuera su última esperanza—. ¿Puedo dormir contigo, por favor?

Parpadeé, helado en mi posición.

¡Reacciona, idiota! ¡Dile que sí!

—Sí —respondí acto seguido de forma seca y abrupta. Carraspeé—. Quiero decir: sí, claro que sí.

Me hice a un lado en la amplia cama cuando el salió de la suya y abrí las sábanas para que pudiera entrar. Yo me había tumbado encima de ellas así que decidí imitarle para que estuviera más cómodo. Se acurrucó en la almohada con la mirada perdida, con lágrimas acumuladas al borde de sus ojos. De esas que el chico odiaba derramar.

—Kailan, ¿estás bien? —murmuré.

Él tragó saliva.

—Tengo miedo por mi familia, no quiero que mi padre les haga nada —confesó en susurro. La primera vez desde que lo conocía que hablaba sin que tuviera que presionarle a que se desahogara. Me sorprendió que el miedo fuera por su familia y no por él, tras todas las amenazas con las que cargaba—. A veces pienso que es mejor entregarme si eso me garantiza que les dejará en paz.

Me tensé por completo.

—Eh, no vuelvas a decir algo así, ¿vale? —dije con cierto enfado—. Nada va a pasarles, ni a ellos ni a ti. Llegarás a Nueva York y podrás tener la vida con la que sueñas.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

Sus ojos verdes, reluciendo en mitad de la noche, me observaron incrédulo. Le miré fijamente, intentando transmitirle la seguridad de mis palabras.

—Porque te lo prometo, Kailan.

No sabía la fuerza que tendrían mis palabras hasta que las dije.

Él no lo notó, pero yo sí.

El Diablo nunca antes había hecho una promesa.

Los favores implicaban algo a cambio, intereses de por medio, ambas partes ganaban algo. Con las promesas no. Supe entonces que algo diferente había sucedido, que no comprendería hasta mucho más tarde.

—Gracias —dijo en voz baja, apoyando su brazo en mi abdomen. Sentí su cálido aliento en mi mejilla.

¿Cómo podía avergonzarse al verme salir de la ducha tan solo con una toalla, pero después hacer algo así con total tranquilidad? Le envidiaba en demasía, yo estaba luchando porque no notara lo mucho que mis manos temblaban y la rigidez de mi cuerpo.

Todo se terminó en cuanto su aroma exótico y único opacó por completo mis fosas nasales. Provenía de mi camiseta, de su pelo, de su piel. El calor de su brazo sobre mi torso era quizá la sensación más reconfortante que había sentido en eones de existencia. Viviría el resto de mi eternidad así y no lo sentiría como un tiempo desperdiciado en absoluto. Le miré unos minutos después, comprobando que al fin el sueño le había vencido.

Entonces me permití sonreír.

Algo que te hace sentir de esa forma, no puede ser malo.

Cerré los ojos, rindiéndome contra la corriente.

Quizá Lilith tenía razón.



Kailan

Me senté en el capó del coche a la espera del contacto de Sully. Entrecerré un ojo al levantar la cabeza hacia el cielo encapotado, dejando que los débiles rayos de sol que se colaban entre las nubes me dieran en la cara. El calor me hizo suspirar tranquilo ante el inusual frío que se había levantado en mitad de Nuevo México, pero fue suficiente para reconfortarme y sentirme mejor, a diferencia de cómo me encontraba ayer. Di un vistazo al parking anexo al curioso edificio.

El museo del OVNI.

Ese era el punto de encuentro que Sully me había dicho al llamarle hacía media hora, añadiendo que su contacto llegaría sobre las once. Hora que ya era, y de momento no había aparecido nadie. Sami se acercó hasta el coche, con su ropa de siempre puesta a falta de ropa nueva por ahora y su pelo recogido (no, en serio, ¿cómo era posible que no oliera a basura?) tras haber ido a echar un vistazo a la carretera principal.

—¿Te ha dicho en qué tipo de vehículo vendría? —preguntó mientras sacaba un cigarrillo de la pitillera en el interior de su chaleco.

Me encogí de hombros.

—Tan solo me ha dicho que lo reconoceríamos fácilmente.

Sam enarcó una ceja mientras se encendía el cigarro. Era increíble lo guapo que era hasta haciendo un gesto sencillo. Lo tendió en mi dirección después de darle una calada, ofreciéndomelo. No sé por qué narices dudé, como si después de haber amanecido medio abrazado a él pudiera tener algún tipo de reparo. Todavía me moría de vergüenza al pensar en lo de anoche, pidiéndole dormir con él como si fuera un niño asustado.

Y en parte lo era, estaba asustado. De manera instintiva salió en mi la necesidad de buscar en él la calma que yo no tenía. Lo sorprendente es que dio resultado, desahogarme una vez más me ayudó a tranquilizarme.

Después de un pesado suspiro, acepté su oferta y me lo llevé a los labios.

«Probablemente esto es lo más parecido a besarle que podré conseguir». Cerré momentáneamente los ojos ante ese pensamiento enfermizo. Ni Joe Goldberg se atrevió a tanto.

Bueno, un poco sí, pobre Guinevere.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó, apoyándose en el coche a mi lado, por suerte totalmente ajeno a mis gilipolleces mentales.

Me enderecé en mi postura y fruncí los labios, fingiendo entereza.

—Bien, sí —respondí, clavando la mirada en el muñeco hinchable de la otra acera, un alien que bailoteaba por el aire que lo mantenía.

No estoy muy seguro de qué dignidad intentaba proteger después de todo lo que ese hombre a mí lado ya sabía y había visto de mí. Después de que hubiera dormido en la misma cama que él. El Kailan del pasado me abofetearía si supiera que, lo único que he hecho sobre un colchón con semejante escultura, era llorar en silencio sobre su hombro y dormir.

Dios santo, era patético.

Así que, como si Samael respondiera a esa misma idea principal, su maldita y perfecta ceja se alzó de nuevo de forma inquisitiva. Suspiré, desinflándome y relajando mis hombros.

—Algo mejor —confesé, dejándolo más tranquilo. Y era cierto, me sentía más aliviado—. Después de consultar con la almohada todo lo que Sully me contó, y de hablar antes de nuevo con él, dejándome en claro que todos están bien, he llegado a la conclusión de que me quedo más tranquilo al saber que ahora la policía también estará atenta a mi familia. Protegiéndolos indirectamente, aunque sea a costa de detenerme a mí.

—¿Crees que podrían lograrlo?

—No será peor que si me encuentra mi padre —argumenté. Sonreí ladino y le miré, arqueando las cejas repetidas veces—. Pero primero tendrán que atraparme.

Su sonrisa y mirada tras fumar convirtió mis piernas en gelatina. Menos mal que estaba sentado o me habría dejado los dientes contra el pavimento.

—Pequeño demonio...

Ese murmullo hizo que mi corazón tamborileara dentro de mi pecho, haciéndome sentir como un estúpido adolescente virginal con ese maldito cosquilleo que se instalaba en mi vientre ante ese cariñoso apodo. Tosí para recomponerme ligeramente y aparté la mirada, reí y señalé al alien.

—Di la verdad, ¿a que vienes de su planeta, E.T.? Confiesa.

Rio y negó con la cabeza, como si me diera por un caso perdido.

—¿Y se supone que, de los dos, tú eres el normal? —contraatacó.

Abrí la boca con ofensa y me llevé la mano al pecho, totalmente ultrajado. Para cuando iba a soltar toda una retahíla de insultos en español que ofenderían a todo su árbol genealógico, una furgoneta naranja y algo destartalada irrumpió en el parking a trompicones. Sonó la bocina, de la que salió una melodía peculiar y aparcó delante de nosotros con un seco volantazo. El grotesco dibujo de un pollo enorme, con delantal y gorro de cocinero, ocupaba la mitad del lateral del coche y acompañaba un letrero gigante que parecía gritarme «¡Chicken&Joy!» en letras amarillas con contorno rojo.

—¿Qué coño? —dije aguantándome la risa.

La cara de Samael era un cuadro, habría vendido mi alma por una cámara de fotos. Le miré divertido.

—No es Los Pollos Hermanos, pero es un pollo de Albuquerque y me vale —añadí, ganándome una mala mirada por su parte.

Del asiento del conductor se bajó un chico afroamericano con su pelo recogido en trencitas, una camiseta amplia también naranja y con el logo del restaurante, y unos vaqueros exageradamente grandes que apenas dejaban ver sus Jordan rojas.

Era como ver a Miles Morales pero si en un universo alternativo este trabajara en un Kentucky Fried Chicken.

—Oh, tíos, mierda. Qué movida. ¡Había un atasco de la hostia! Y ayer lo pensé, ¿sabes, blanquito? —dijo, señalando a Samael. La mandíbula de este iba a estallar—. Me dije «T.J. tienes que salir pronto de casa o te vas a comer a todos los capullos que les dio el carné de conducir su abuelita antes de palmarla». Y aun así no lo he hecho, no mola tío. No quería fallarle en la entrega a Sully. T.J. nunca falla una entrega, nunca. Mucho menos para el pelirrojo. Y quién diga lo contrario es un mentiroso, soy el repartidor más rápido de Albuquerque, hermano.

Joder, ¿había parado a respirar en algún momento? Sonreí ampliamente, lo conocía desde hacía un segundo y ya me encantaba ese tío.

—Llegas tarde —gruñó Sam a mi lado, cuadrado en su posición y con las manos en los bolsillos. El cigarro había muerto aplastado bajo su pie a mitad del discurso de T.J., es decir hacía ya media hora.

El chico ante nosotros le miró mal.

—He venido desde Albuquerque hasta aquí, conduciendo tres horas, como favor —replicó señalándole—. Podría haberme rajado y dejaros aquí colgados, pero T.J. no hace eso. No soy un rajado, no mola tío. Así que lo menos que puedes hacer es no echarme la bronca por llegar cinco minutos tarde como si fueras la rolliza sudorosa de mi jefa.

Me giré hacia Samael frunciendo el ceño.

—Sí, no mola, tío.

Este puso los ojos en blanco y suspiro profundamente. Me aguanté la risa todo lo que pude.

—Eso es, mi hermano lo ha pillado —dijo, dándome la mano para que se la chocara cosa que, por supuestísimo, hice sin dudar—. Tienes que relajar tu blanco culo estresado y fluir más por la vida.

—Es justo lo que yo le digo —afirmé asintiendo mientras T.J. abría la puerta corredera en el lateral de la furgoneta, decapitando la imagen del pollo.

Quería, no, necesitaba esa furgoneta.

Samael casi se rompe el cuello cuando se volvió hacia mí con la mandíbula tensa. Me lo estaba pasando en grande.

Sacó del interior de la furgo una mochila y me la entregó. Pesaba bastante y me podía hacer una idea de lo que había dentro. Pero en su diarrea verbal, T.J. me lo confirmó.

—Dos de los grandes, un móvil viejo, pero más difícil de rastrear y solo con el número de nuestro colega pelirrojo. También hay algunos carnés falsos, aunque solo para mi hermano. Lo siento, blanquito.

—Ya tengo los míos —gruñó Samael en respuesta.

¿Desde cuándo tenía Sam carnés falsos?

El chico se encogió de hombros, aceptando su respuesta.

—T.J. ha hecho el pack completo por encargo del Tío Sully, sí señor.

—Gracias por haberte desplazado hasta aquí, tío. De verdad —dije, colgándome la mochila al hombro, chocándole de nuevo la mano a T.J, palmeando su espalda.

De no haber sido demasiado peligroso le habría suplicado a Samael que nos lo lleváramos para el viaje. A Elijah le habría encantado la idea.

—Los amigos están para eso, hermano. Los amigos que no aceptan encargos en los momentos difíciles... no mola, tío. Eso no son amigos —dijo alzando las manos, como si se librara de eso—. T.J. está siempre para los suyos. Ahora me abro, me quedan otras tres horas por delante y llegaré directo al curro. Por eso me he traído conmigo la «polloneta».

No pude contener la carcajada que me hizo echar la cabeza hacia atrás, bastante había aguantado.

—Tío, te adoro.

T.J. sonrió asintiendo mientras caminaba hacia la puerta del conductor.

—Y yo a ti, mi hermano de otra madre. —Levantó dos dedos en señal de paz mientras arrancaba la furgoneta una vez dentro—. ¡Qué tengáis un buen viaje! ¡Visitad el museo de los OVNIS, este pueblo alienígena es una pasada! ¡Y que el blanquito coma algo de fibra!

Samael se pellizcó el puente de la nariz. Empecé a dudar de su integridad mental, pero cuando se me escapó la risa, lo hice de mi integridad física. La furgoneta se abrió paso de nuevo en el parking dando un par de culetazos hasta salir a la carretera y enfilar el camino de vuelta, desapareciendo de nuestro campo de visión.

—¿Y cómo dices que conoció a tu amigo el irlandés?

—No tengo ni idea y me da miedo preguntar.

Silencio. Rompí a reír con ganas de nuevo.

—¡Me ha caído genial! Menudo personaje.

Samael resopló con hartazgo, sacando las llaves del coche.

—Sí, sois igual de idiotas —dijo abriendo la puerta del conductor mientras yo me acercaba a la mía.

Me dejé caer en el asiento y ambos cerramos a la vez. Le miré fijamente, fingiendo estar muy ofendido.

—Eh, no mola tío.



Lucifer

En parte Kailan tenía razón, el tal T.J. había sido todo un personaje, bastante irritante, pero había cumplido con su parte del trato. En consecuencia, hacía que yo confiara ligeramente más en su amigo irlandés. Por el momento parecía de palabra. Y lo mejor era que la estruendosa irrupción del muchacho extravagante había mejorado el humor de Kailan considerablemente.

No había mal que por bien no viniera, supuse mientras subíamos las escaleras del motel de camino a la habitación.

—¿Te parece bien que antes de ir de compras desayunemos algo? Necesito al menos media docena de tortitas con extra de sirope de arce —aseguró divertido mientras me miraba y sacaba la llave de la habitación del bolsillo de su pantalón.

Me carcajeé.

—Oh, sí, después de ver lo de ayer me lo creo.

—Muy gracioso —masculló entrecerrando los ojos. De un momento a otro, su mirada cambió a una mucho más tierna y agradecida, que me recorrió de arriba abajo—. Oye, Sam... gracias por todo lo que estás haciendo por mí.

Detuve mis pasos a tan solo unos metros de nuestra puerta. Sonreí cuando me giré hacia él y me encogí de hombros.

—Cualquiera en mi lugar haría lo mismo —respondí, restándole importancia a la situación.

No, qué va.

Y como si secundara a Lilith, Kailan la imitó.

—No, qué va, tío. En absoluto —sentenció. Jugueteó con la llave en su mano y me miró—. Eres, probablemente, de las mejores personas que he conocido.

Me quedé estático, sin saber muy bien qué debía decir.

Yo, alguien bueno.

El culpable de todas sus desgracias por hacerle un favor al cabrón de su padre, la encarnación de todo mal, el Diablo en persona.

Oh, sí, alguien muy bueno.

Agaché la mirada, intentando ocultar la culpabilidad que me estrangulaba la garganta. Asentí, fingiendo estar agradecido por sus palabras. No podía estarlo de manera honesta porque yo no las creía, así que al menos decidí mostrar una pizca de sinceridad.

—Tenemos opiniones diferentes.

Kailan sonrió una vez más.

—Ya, pues me da igual, es lo que yo creo —afirmó con vehemencia, alzando el mentón de una manera altiva que no le pegaba demasiado y que me hizo sonreír a mí también—. Lo que yo diga importa mucho más.

—Ah, bueno. Disculpe entonces, majestad —repliqué siguiéndole el juego mientras él abría la puerta y reía.

Las risas se detuvieron de un segundo a otro. Un estremecedor silencio se hizo por su parte y, cuando me di cuenta de por qué, todo mi cuerpo se heló.

Kailan lanzó la mochila en el sillón a su izquierda y avanzó un par de pasos hacia la cama más alejada. Me miró, temblando de pies a cabeza, y después clavó de nuevo su vista en el sobre marrón apoyado en la almohada.

Ninguno de los dos supo cómo reaccionar hasta que el chico caminó vacilante hasta él, como si se estuviera aproximando a un artefacto explosivo del que no podía fiarse. Cerré la puerta a mis espaldas y seguí sus pasos con sumo cuidado. Una parte de mí también creía que todo podía desvanecerse en cuestión de segundos. Intenté analizar el ambiente, por si captaba algún efluvio o esencia extraña, pero apenas se notaba alguna diferencia.

Lo que significaba que ese sobre llevaba ahí desde minutos después de nuestra partida, horas atrás.

Kailan tragó saliva y contempló el sobre entre sus manos. No dudó demasiado en abrirlo, aunque lo hizo con movimientos temblorosos, lentos y torpes. Contuvo el aliento y su respiración se cortó. Ni siquiera parpadeaba, sentí como el auténtico terror manchaba su aroma único con su oscura esencia.

Me mostró la imagen que acababa de ver, el contenido del sobre.

Un hombre sentado en una silla, maniatado y brutalmente golpeado.

—Es... es Brendan —tartamudeó—. Tienen a Brendan.

Mis pupilas se clavaron en las letras debajo de la foto, Lilith tuvo que utilizar todas sus fuerzas para que mis ojos no estallaran en llamas.

«Almacenes abandonados tras el Roswell Mall. Seis de la tarde. Entrégate o tu querido entrenador la palmará. Atentamente: Archie».

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro