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Capítulo 6. Juguete roto

Brownsville, Brooklyn, Nueva York. Julio de 2022

Para Regina aquello no estaba siendo tarea sencilla. Su vida tampoco lo había sido nunca, pero esta situación le dolía en concreto más que otra cualquiera. O al menos eso pensaba ella mientras terminaba de lavar los platos con la mirada perdida tras la ventana de la cocina, viendo cómo la hermana de Sully, Amy, se llevaba a Valerie a la piscina. No tendrían que preocuparse de ir más tarde a por ella, pues el propio chico se encargaría de traerla a casa.

Suspiró, observando como sus manos callosas y ásperas se hundían bajo el jabón de nuevo. El contraste de esa dureza con la suavidad de la espuma le hizo ser consciente de todo lo frágil cuanto sus manos habían sostenido.

A su primera hija, Valentina.

La cabecita de su segundo hijo Miguel cuando dejaba un beso en su frente cada noche.

Las regordetas mejillas de un recién nacido Raúl al esconderlo contra su pecho, mientras Valentina agarraba a Miguel de la mano, y los cuatro huían en la madrugada que abandonó en Sonora al cabrón maltratador de su marido.

El rostro de su hermana cuando la recibió en Ciudad Juárez, viviendo junto a ella.

El pastel de cumpleaños de Valentina a sus quince.

Las llaves de la moto de segunda mano de Miguel a sus dieciséis.

El cuerpo ya frío de Raúl cuando amaneció muerto en su puerta a sus diecisiete.

Regina cerró los ojos con fuerza.

Para su desgracia, no sería esa la única vez que enterraría a un hijo.

Al abrirlos, dieron a parar a una foto de los tres en un estante de la cocina, junto al especiero. Le gustaba que en su casa hubiera fotos de toda la familia en casi todas partes, pero ahora le parecía una tortura de su yo del pasado. Aunque la decisión de colocar esa imagen ahí fue de Valentina, a pesar de sus reticencias. Para recordar, solía decir.

Era algo típico en ellos, recordar para no morir, pero en ese momento, ella solo quería recordar a Raúl y Valentina. Cuanto menos recordara de Miguel, mejor. Sus decisiones personales le habían llevado a tener que enterrarlo en vida, no quería a ese hombre a su lado, no después de saber la vida que había decidido.

Pues eso le quedaba de sus hijos a día de hoy, sus decisiones.

La decisión de Valentina de tener a Kailan al enterarse de su embarazo a pesar de saber quién era el padre, la decisión de Raúl de humillar y provocar al mencionado, la decisión de Miguel a quedarse en Ciudad Juárez prefiriendo abandonar a su familia antes que a sus negocios cuando su madre y su hermana quisieron irse de allí.

Exhaló profundamente, secando sus manos con un trapo.

Cuando su hija Valentina murió en aquella cama de hospital, mientras sostenía su mano, se prometió a sí misma que cuidaría a sus nietos hasta que sus fuerzas fallasen. E incluso así, se las apañaría para seguir protegiéndolos. Les daría a ellos todo cuanto sus hijos no habían podido tener: la garantía de una vida segura y tranquila.

La llegada y amenaza de Abraham trastocó aquellos planes.

Pero en aquel instante, con la pequeña esperanza de que su nieto regresara al fin a casa, pudiendo abrazarlo de nuevo... iluminaba una pequeña parte de su ser que se había apagado con tantísimas pérdidas dolorosas a lo largo de su vida.

Ya no estaba dispuesta a perder nada más.

Giró la cabeza hacia la puerta de la cocina cuando su yerno golpeó con los nudillos y asomó la cabeza. Sonrió al verle, pero ese gesto se esfumó cuando contempló la tensión en su mandíbula.

Conocía a Henry Clark desde hacía casi quince años, cuando su hija y él se conocieron casi a los treinta. De todas las decisiones que había tomado Valentina en su vida, casarse con ese hombre maravilloso había sido de las mejores. Ver el amor brillando en sus ojos cada vez que veía una foto de su mujer, cómo le leía un cuento cada noche a su nieta o cómo había criado a Kailan desde que este tenía nueve años. Ser testigo de aquello era todo un alivio para su corazón.

Por eso, ver su expresión preocupada, sabía que no era augurio de buenas noticias. Lo confirmó cuando este se puso las manos en las caderas y suspiró antes de hablar.

—La policía está en la puerta. Quieren hablar con nosotros.

Regina Herrera tragó saliva, sus músculos se tensaron.

—¿Sobre qué?

Henry le miró con dolor por tener que ser él quien lo dijera.

—Sobre Kailan.



Alegar que no tenían ni idea de dónde estaba el chico o de qué había pasado fue lo que hicieron durante al menos una hora ante las insistentes preguntas de los agentes. No sabían de quién podían fiarse y de quién no. Regina conocía los contactos que ese maldito hombre podía tener, así que no se podía arriesgar. Tal y cómo Sully les había dicho, aquello era lo mejor.

Uno de los hombres asintió con cierta impaciencia y telefoneó a alguien, apartándose a un lado del salón para poder hablar, mientras que el otro siguió sentado en la silla junto a ellos.

—Me temo que no son conscientes de lo que Kailan Miller ha hecho, señores —insistió poniéndose en pie y dando un vistazo a su compañero, que ya regresaba de nuevo junto a ellos.

—No importa, alguien se lo va a explicar mucho mejor que nosotros —añadió este, dejando su teléfono sobre la mesa.

Henry y Regina se miraron por unos segundos con cierto temor, para después clavar la vista en el teléfono.

—Buenos días, señores. Mi nombre es Ashley Kingsley, agente del FBI —dijo una voz de mujer a través del teléfono—. Asumo que mis compañeros de la policía neoyorquina me han puesto en altavoz y pueden escucharme.

—Así es, agente Kingsley —respondió el dueño del teléfono—. Estamos con el señor Henry Clark y la señora Regina Herrera.

Un silencio vino precedido de un suspiro.

—Verán, señor Clark y señora Herrera, Kailan está metido en un buen lío. En uno muy peligroso —empezó a decir—. Sé que ustedes no me conocen de nada y no me deben nada, pero no les pido que hagan esto por mí, sino por él. Porque a quién sí conozco, demasiado bien por desgracia, es a Abraham Miller y a sus hombres, ¿ustedes los conocen?

Regina se tensó ante la mención de ese nombre y Henry chasqueó la lengua, apartando la mirada como si estuviera viendo a ese mismo tipo en lugar del teléfono.

—Me tomaré ese silencio como un «sí» —dijo tras unos segundos—. Así que por eso estoy aquí, al otro lado del teléfono, para ofrecerles mi ayuda. A ustedes y a Kailan. Pero para eso, necesito que me ayuden a mí primero.

—¿Cómo sabemos que es usted de fiar? —preguntó Henry, intentando que la tensión en su mandíbula no marcase la misma agresividad en su voz.

—¿Me está preguntando si estoy comprada por Abraham Miller?

—Eso lo ha dicho usted, no yo.

—Es usted listo, señor Clark. Lo suficiente como para saber que, de ser yo parte de Miller y su séquito, ambos, incluida su hija Valerie, ya estarían muertos.

Henry no pudo evitar convertir su mano derecha sobre su rodilla en un puño. Por el contrario, Regina rio escuetamente.

—Dónde estaba usted cuando ese cabrón se llevó a mi nieto, ¿eh? ¿Dónde estaban entonces? ¿Y ahora vienen dándoselas de héroes? ¿De salvadores?

—Sé la historia de su nieto, señora Herrera, y lamento lo sucedido. Pero para eso estoy aquí, para ayudarle.

—Lamentarlo no va a devolvérmelo, señora.

Kingsley calló por unos segundos.

La abuela del chico rascó su barbilla, indecisa, bajo la atenta mirada de los dos agentes de policía que se mantenían en la distancia aguardando en silencio. Ella y su yerno tan solo podían compartir miradas y alguna que otra ligera expresión, nada de palabras que pudieran significar algo. No bajo esa vigilancia.

—Tiene razón —dijo la voz al teléfono finalmente—. Lamentarlo no, pero yo sí puedo conseguirlo. Y a diferencia de su padre biológico, yo puedo hacerlo con vida. De lo contrario, ya pueden preparar una tumba al lado de la de su madre.

Henry palmeó la mesa.

—¡Cómo se atreve! Se supone que es usted un agente de la ley —masculló entre dientes.

—La realidad es dura, señor Clark, y esa es a la que se atañe su hijastro si ustedes no me ayudan a encontrarlo —replicó ella con firmeza—. Kailan ha asesinado a uno de los hombres de Miller y ha hecho desaparecer el cuerpo después de que estos torturaran y asesinaran a su mejor amigo, en busca de información con la que encontrarle. No sé hasta qué punto no debería haberles dado estos datos, pero quiero que comprendan la gravedad del asunto al que se están enfrentando. Aunque creo que, en el fondo, ya lo saben.

La frialdad con la que el silencio inundó el salón causó en Regina un escalofrío. Fue incapaz de imaginar a su nieto matando a alguien, pero en su interior conocía el carácter del chico, se parecía tanto a sus hijos que, en parte, odiaba que así fuera. A Raúl lo llevó a la tumba su temperamento, no quería que Kailan fuera el siguiente en la lista de Abraham.

Si es que Miguel no lo había sido ya.

—Sabemos que ha salido de Las Vegas y que sigue con vida. No sabemos dónde podría encontrarse ya y eso significa que cualquiera podría dar con él a partir de este momento, pero yo soy la única que puede devolvérselo con vida si lo encuentro antes que Abraham Miller. —Regina entrelazó sus dedos sobre la mesa al escuchar las palabras de la agente de FBI—. Haré todo lo que esté en mi mano para encontrarlo y que vuelva a Nueva York sano y salvo, pero necesito saber qué planes tiene y hacia dónde se dirige. Sé lo que es perder a un hijo, señora Herrera, no tiene por qué perder a nadie más. Se lo prometo, de madre a madre.

La mujer mordió sus labios y agachó la cabeza. Para cuando miró a Henry, este ya le estaba devolviendo la mirada. Y en la de ambos había el mismo brillo, el de quien sopesa la idea que le están poniendo sobre la mesa. Cerró sus ojos cuando una lágrima rodó por su mejilla derecha, una parte de ella sintió estar traicionando a su nieto.

—Nos dijo que, sí lograba salir de allí, nos llamaría entre las cuatro y las cuatro y media de la tarde de hoy para decirnos hacia donde se dirigía —sentenció en un suspiro.

Henry dejó escapar todo el aire que estaba conteniendo y escondió su cara en ambas manos, que se convirtieron en puños donde apoyó su frente. Sabía que esto era lo mejor, que esto daba garantías al que siempre fue como su hijo para salir con vida de esta, pero no podía evitar sentir el mundo cayendo sobre sus hombros.

—De acuerdo, como para eso quedan al menos un par de horas, mis compañeros se quedarán ahí para poder escuchar todo y me avisarán en cuanto lo sepan. Cualquier información que reciban será bienvenida. Muchas gracias por su colaboración.

—Me lo ha prometido, agente Kingsley —dijo Regina con la vista clavada en el teléfono cuando el policía a su izquierda se disponía a colgar.

—Nunca he incumplido una promesa, señora Herrera, no voy a empezar ahora. 



Albuquerque, Nuevo México. Julio de 2022

Lucifer

Cerca de las ocho de la tarde, cuando los últimos rayos de sol teñían el azul del cielo con sus naranjas y rosados apagándose poco a poco, llegamos a Albuquerque. Conduje por las calles en busca de algún lugar en el que Kailan pudiera cenar, hasta que encontré algo que pensé que podría agradarle. Detuve el coche en el aparcamiento frente al restaurante, quedándome en silencio, observando como el chico dormía acurrucado contra la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho como si se abrazara a sí mismo. Me sobrecogió ver cómo, de nuevo, un par de lágrimas recorrían sus mejillas en un reguero ya casi seco.

¿Es que siempre lloraba mientras dormía? ¿Acaso no podía dormir sin que los malos sueños perturbaran su descanso?

Anhelaba saber qué era aquello que tanto le dolía, pero anhelaba mucho más ayudarle a deshacerse de ello. Si de mí dependiera, no existiría para él ni una sola preocupación más sobre la Creación.

Aunque fuera yo el culpable de todas ellas en su vida.

Suspiré con pesadez al escuchar a Lilith recriminarme. Extendí mi mano lentamente hacia su brazo, intentando ignorar con todas mis fuerzas cómo su piel reaccionó a mi contacto con un escalofrío. Sus labios se curvaron brevemente en una pequeña sonrisa. Contuve el aliento al saber que mi cercanía le agradaba incluso en sueños.

No estaba acostumbrado a ello, tampoco creía merecerlo.

—Kailan —susurré, meciéndole con suavidad—. Ya hemos llegado.

Se removió y abrió los ojos con lentitud, aparté mi mano rápidamente, como si ese gesto se hubiera vuelto algo indecoroso.

Yo, preocupándome de ser indecoroso. Por el Infierno, ¿qué me pasaba?

—¿Ya hemos llegado? —preguntó con un ojo medio cerrado, frotándolo con su mano vendada, medio somnoliento. Se limpió las lágrimas con presteza, agachando la vista, y después se recompuso como si nada. Ocultó un bostezo y miró a todas partes. Sonrió cuando vio el restaurante—. ¿En serio?

Reí algo avergonzado.

—¿Es ofensivo?

Se carcajeó con fuerza.

—¿Qué si es ofensivo que me lleves a cenar a un restaurante mexicano solo porque te he dicho que lo soy? —inquirió enarcando una ceja mientras señalaba las letras de El Viva México pintadas sobre la fachada blanquecina del restaurante—. Solo un poquito.

Te lo dije.

Volvió a reír de nuevo y negó con la cabeza.

—No, qué va. Sinceramente, Sami, es la mejor decisión que has tomado en tu vida —afirmó con una amplia sonrisa, volviendo a ser el Kailan que había conocido—. Me muero de hambre y no imaginas la de tiempo que hace que no pruebo comida mexicana casera. Seguro que no está igual de buena que la de mi abuela, pero pienso comerme media carta.

—Estoy seguro de ello —respondí, empezando a bajarme del coche.

Si había sido el culpable de todas y cada una de sus desgracias, a partir de ahora intentaría encargarme de ser el motivo de todas y cada una de sus pequeñas alegrías. Sería mi patética forma de intentar compensarlo, al menos hasta que tuviera que alejarme de él para siempre.



Entramos en el restaurante ganándonos la mayoría de las miradas presentes, el lugar no estaba al completo, pero si había las suficientes personas como para que nos prestaran atención.

Sabía que podíamos resultar un dúo... atípico.

Un chico peli teñido, con ropa deportiva y una mano vendada, al lado de un tipo trajeado enteramente de negro.

Pareces su guardaespaldas.

Puse los ojos en blanco.

Kailan se subió la cremallera de su sudadera gris ligeramente incómodo, temeroso quizá de que alguien pudiera reconocerle, pero incluso así fue amable con la camarera que nos atendió y nos acompañó hasta una de las mesas pegadas a las ventanas a un lado de la sala, dejando un par de cartas en ella. El olor de la comida casera flotando por la estancia era agradable, me dejaba una sensación reconfortante que hasta ahora nunca había sentido.

Hogareña era la palabra.

Los colores tierra de suelo y paredes volvían el lugar de una calidez acogedora. Me gustó ver a Kailan sonriendo al observar los banderines de colores de aquello que él había llamado «papel picado», colgando de un lado a otro, cercanos a los televisores encendidos que había en cada extremo, reportando las noticias del día.

Nos sentamos el uno frente al otro y Kailan tardó menos de un segundo en hacerse con la carta y empezar a analizarla concienzudamente. Mi sonrisa se ensanchó y negué con la cabeza.

—¿Qué vas a pedir? —preguntó.

—Creo que voy a dejar que me orientes. Lo dejo a tu criterio.

Muy agudo, vuelves a ser el mentiroso más rápido del Infierno.

Contuve una sonrisa y Kailan asintió sin mirarme, concentrado en qué pedir. La camarera se aproximó libreta en mano y con una gran sonrisa en sus labios.

¿Saben ya qué van a ordenar?

El chico frente a mí sonrió sin poder evitarlo al escuchar su idioma natal en alguien más, como si creyera que eso no volvería a suceder.

Los tacos de carne asada, con extra de frijoles para mí, por favor. Y cuatro burritos de pollo, los de él con extra de habanero.

La camarera rio y alzó las cejas, mirándome con sorpresa mientras Kailan mordía sus labios para evitar largarse a reír. Le miré con una ladina sonrisa.

Sí, adelante, me gusta el picante así que no hay problema —respondí encogiéndome de hombros.

La cara del chico fue un cuadro al recordarle en su idioma que podía entenderle, reí al ver como fingía entereza ante la humillación y se aguantaba la risa al ser descubierto con sus intenciones.

¿Y de bebidas? ¿Unos margaritas? También tenemos sodas, jugo, michelada, cerveza...

—¿Tequila? —bromeé en dirección al chico, que parecía dispuesto a seguir con el tópico que yo había empezado al traerlo aquí.

No me pasó inadvertido como se removió, rascando su nuca y remangando las mangas de su sudadera, negando con la cabeza.

—Para mí agua está bien —comentó sin devolverme la mirada.

Entonces lo entendí.

Su adicción, aquello de lo que parecía avergonzarse al borde del cañón, no era únicamente a las drogas.

—Para mí también —respondí, entregándole ambas cartas a la mujer, dedicándole una sonrisa de agradecimiento antes de que se marchara con nuestra comanda.

Kailan resopló una vez la chica se había ido.

—No es necesario que no pidas alcohol por mí, puedes beber si te apetece.

Negué con la cabeza.

—No me apetece.

Y era cierto, porque la mayoría de las cosas que podía beber con alcohol en el Plano Terrenal, o apenas me afectaban más allá de un ligero cosquilleo o me sabían a agua dulce. Pero para ser honestos, no me hacía especial ilusión beber alcohol con un ex adicto frente a mí. Y mucho menos si este era Kailan. Hay torturas más leves que esa en el Infierno de dónde vengo.

Ni siquiera yo me atrevería a tanto.

Carraspeó y se sacó del bolsillo del pantalón el mapa que habíamos estado consultando hasta ahora, y que había conseguido doblar a su manera. Lo abrió sobre la mesa, agradeciendo que fuera más pequeño de lo normal.

—Deberíamos trazar la ruta que vamos a tomar desde aquí, para saber hacia dónde dirigirnos mañana después de reunirnos con el contacto de Sully —explicó, alisando el mapa con sus manos.

—¿No podríamos ir hoy?

Kailan torció los labios e hizo un gesto despreocupado con la mano.

—Tranquilo, tenemos tiempo de sobra para estar en la ciudad.

Asentí, ojeando el plano y sus carreteras.

—Habrá que evitar cualquier ruta que pueda ser común —sugerí entonces.

Frunció el ceño, mirándome sin entenderme.

—¿A qué te refieres?

—A que, aunque será alargar algo más el camino, deberíamos desviarnos de vez en cuando de la ruta establecida para que sea más difícil que puedan dar con nosotros —argumenté, observando las posibles ciudades como destino.

Y porque quieres pasar todo el tiempo posible junto a él.

No me sentía orgulloso, por eso no respondí y tan solo apreté los dientes, avergonzado.

Le pondrías en riesgo, Lucifer.

«Maldita sea, tienes razón. Soy un egoísta deleznable».

Mi egoísta favorito.

—O... bueno, quizá no —terminé por mascullar, rascando mi frente cuando dejé el codo sobre el respaldo de la silla a mi lado.

—No, espera, tiene sentido —dijo asintiendo. Se aclaró la garganta y pude ver cómo el rubor empezaba a salpicar sus mejillas a pesar de lo mucho que él pretendía disimularlo—. Además, tan solo serían unos kilómetros y no pasaría nada. Es cuestión de ser discretos e ir cambiando de coche y...

Espera, ¿estaba él tratando de alargar el recorrido igual que yo?

Sin duda alguna, no sabía mentir.

—Sí, me parece bien —concluí.

El chico pareció suspirar de alivio, pero enseguida su rostro cambió.

—Pero sin desviarnos demasiado, quiero... llegar con mi familia cuanto antes —añadió, clavando la mirada en el mapa. Parecía que se había regañado a sí mismo mentalmente.

«¿Tendrá el también un incordio de voz en la cabeza?».

¡Eh! Te odio.

Señalé la carretera en el mapa.

—Podríamos tomar la veinticinco y bajar hasta El Paso, y desde allí...

Kailan negó con firmeza sin dejarme acabar la frase, irguiéndose en el asiento.

—No, no pienso acercarme a la frontera y mucho menos a la que da con Ciudad Juárez.

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza ante la mención de dicha ciudad. Las imágenes atizaron con violencia mi mente de tal forma que hasta Lilith se mareó. ¿Sería capaz de contarle algún día lo que había sucedido allí hacía ya más de veinticuatro años? No, ni hablar. Si su familia no lo había hecho, yo no era nadie entonces para hacer tal cosa.

Dejamos algo de espacio para que la mujer nos dejara el par de botellas de agua con sus respectivos vasos y volvió a recolocar el mapa cuando se marchó.

—Pero si tu padre tiene contactos en Sonora y en Ciudad Juárez, aunque quisieras cruzar la frontera dado el caso, podrías hacerlo desde cualquier otro lugar. Como por Tijuana o Tucson.

Kailan suspiró y pasó una mano por su pelo, con cuidado de no despeinarse demasiado, apoyando su codo en la mesa.

—Ya, pero allí no tengo familia que pueda ayudarme.

Le miré entrecerrando los ojos con ligera sorpresa.

—¿Tienes familia allí?

Los dos chicos del bar técnicamente son sus tíos, y hasta ahora no había dicho nada de ellos.

«Cierto, buena observación».

¿Qué harías sin mí?

«Tener silencio en mi cabeza, para variar».

Ignoré sus quejas. ¿Seguirían ellos allí? ¿Por qué no ser marcharon junto a su familia? Parecían muy unidos la última vez que los vi, lo suficiente como para defender a su hermana mayor y humillar a ese bastardo frente a todo el mundo, a sabiendas del peligro.

Boqueó por unos segundos, queriendo iniciar una frase que no lograba decidirse a articular.

—Mi... abuela es de Sonora. Huyó de allí con mi madre y mis tíos, siendo estos apenas unos niños, cuando se hartó de que su marido le diera una paliza diaria —comenzó a decir, como si me hablara de algo prohibido, jugueteando con el extremo izquierdo arrugado del mapa. La tensión invadió mi cuerpo ante esa confesión—. Dejó atrás a parte de sus hermanas y se reunió con la única que vivía alejada, en Ciudad Juárez, quedándose junto a ella. Mucho tiempo después, cuando... mi madre se quedó embarazada de mi con tan solo veinte años, tal y cómo le había pasado a mi abuela, el capullo de mi padre las... obligó a huir de nuevo. Y esta vez decidieron poner mucha tierra de por medio. Kilómetros de ella.

—A Nueva York.

Asintió, mirándome por primera vez. Tuve que reunir las pocas fuerzas que no sucumbían del todo ante sus ojos para no perderme en ellos.

Carraspeé.

—¿Huyeron para que tu padre no se enterara de su embarazo?

—Exacto.

—¿Y no fueron tus tíos con ellas aun conociendo el peligro?

Negó, mordiendo sus labios y agachando la mirada hasta el nombre de la ciudad escrito en el mapa.

—Mi tío Raúl, el pequeño, murió allí. Bueno... no murió, mi padre lo asesinó. O eso creemos todos, aunque no hay pruebas ni confesión, claro está.

Mi mano sobre la mesa se convirtió en un puño con lentitud, de manera inconsciente. Kailan no era capaz de levantar la vista del mapa, como si viera la escena en él, aunque nunca pudo ser testigo.

Pero del motivo yo sí lo fui. Y Lilith también.

No me podía creer que fuera cierto, necesitaba confirmarlo.

—¿Sabes el por qué?

Tuve que controlar mi voz para que no sonara como un gruñido.

Kailan suspiró, asintiendo.

—Mi abuela no suele hablar de ello, de hecho, nunca me lo contó... Pero mi tío sí —explicó—. Ella ya no tiene contacto con él y yo... bueno, eso es otra historia, el caso es que me lo explicó. Dice que se pelearon en un bar porque mi madre había dejado a mi padre y la vio hablando con otro chico, que eso puso a mi padre celoso y que Raúl se metió por medio para que la dejara en paz.

Contuve mi sorpresa y el aliento a la misma vez.

No lo sabía. Kailan no sabía a lo que su madre se dedicaba realmente en aquel bar para poder sacar a su familia adelante. Ni su tío ni su abuela querían decirle la verdad, y tenía sentido. Porque eso solo significaría una cosa.

Que él conociera que había sido el fruto de una relación entre una prostituta y su cliente.

Y conseguida por mi culpa.

No me era físicamente posible vomitar, pero sentía que estaba a punto de hacerlo. Me mantuve estático y seguí escuchando con atención. De haber tenido corazón, este estaría latiendo a toda velocidad.

—Mi tío aseguraba que Raúl tenía mucho temperamento, pero siempre fue un buen chico. Y que me parezco a él, es algo en lo que mi abuela y él coinciden. Lo único quizá.

Asentí y sonreí para mis adentros. Era cierto, incluso físicamente tenían parecidos similares.

—Y mi padre se lo tomó como una humillación ante los suyos que le haría perder el respeto, así que, en su apariencia de mierda, no se lo podía permitir. —Tragó saliva y apretó los dientes—. A los pocos días el cadáver de mi tío apareció frente la puerta de mi abuela. El hijo de puta le había metido un tiro en la nuca, después de darle una paliza.

Lilith tuvo que ayudarme a mantener mis ojos de su color antes de que refulgieran como rubíes en llamas. Asentí con una lentitud tensa, concentrando todas mis fuerzas en no lanzarme en busca de ese malnacido para hacerle pagar al fin por todo lo que hizo en vida.

—Expandió el rumor de que había sido un soplón, un sapo. Que estaba colaborando con la DEA para joderlo a él, como si eso lo justificara. —Chasqueó la lengua y exhaló con fuerza, cruzándose de brazos—. Por eso mi abuela decidió que debían largarse, con ese rumor a sus espaldas... tuvo miedo de que Miguel o mi madre fueran los siguientes, y mucho más de que ese cabrón se enterara de que estaba embarazada.

—¿Eso no significaba en parte confirmar las sospechas?

—Es lo que pensó mi tío, por eso se quedó. Un chivato no se quedaría para luchar si venían a por él. Por eso y por... bueno, sus propios asuntos.

Me miró fijamente y lo comprendí.

—Ahora entiendo por qué no cruzó la frontera.

Río agachando la mirada cuando supo que le había entendido. Si pasaba la frontera, corría el riesgo de acabar en una cárcel estadounidense.

—Antes la cruzaba, y mucho. Cruzaba el puente un par de veces a la semana, con coches muy bien cargados —añadió arqueando las cejas—. Pero con el tiempo... ascendió.

Asentí.

—Así que nada de fronteras para nosotros.

—Eso es, no quiero causarle más problemas.

Fruncí el ceño ante el «más» pero Kailan no pudo verme, pues había centrado de nuevo su vista en el mapa. Seguí el camino de su mirada y observé las diferentes ciudades.

—¿Con qué opciones nos deja eso?

Kailan paseó sus ojos por el mapa, acariciando al mismo con el dedo índice en busca de algo. Entonces esbozó media sonrisa cuando su mano se detuvo y alzó la cabeza hacia mí.

—¿Crees en los alienígenas?

Leí lo que señalaba su dedo en el mapa.

Roswell.

Sonreí.

No me estaba permitido responder a eso. 



La comida llegó a la mesa tan solo unos minutos después de esa conversación. Me resultó divertido ver cómo el chico devoraba el plato con cierta lentitud, parecía que hacía milenios que no saboreaba algo así.

—Mierda, qué bueno está.

Ojalá yo también pudiera decir lo mismo, para mí era parecido a comerme una servilleta de papel con un ligero toque picante.

Mastiqué la comida y tragué. Escuché el puaj de Lilith retumbando en mi cabeza. Estaba insípido e insulso. Si la tuviera, me vendería mi propia alma a mí mismo solo por saborear algo procedente del Infierno. Aun así, tuve que comerlo, no podía seguir sin comer nada delante de él o empezaría a extrañarse.

—Te aseguro que podría tener un orgasmo solo comiendo de esto —añadió señalando su último burrito mordisqueado.

Fruncí el ceño.

En ese instante quería que dejara de comer esa mierda.

—¿He de ponerme celoso de un burrito?

Kailan casi se atraganta, tosió enrojeciendo más a cada segundo. No porque se asfixiara, si no por vergüenza.

¿Cómo puedes estar celoso de un burrito?

Contuve la risa.

«No iba en serio».

No al menos demasiado.

—Perdona, es que... con las dietas estrictas antes de los combates y el deporte... apenas he podido comer cosas así en mucho tiempo —aclaró antes de volver a dar un mordisco—. Supongo que ahora ya podré comer más variado.

—¿Piensas dejar el boxeo de forma definitiva?

Se encogió de hombros.

—Dudo que pueda volver a subirme a un ring de manera competitiva después de lo que he hecho. Y en los últimos dos años casi he perdido más combates de los que he ganado y ninguno ha sido por mi propia voluntad, pero nadie patrocina a un perdedor —explicó con la boca llena, limpiándose la comisura de los labios al mancharse con el último bocado. Esa ingenuidad a veces me hacía sonreír—. Tampoco sé si es lo que quiero seguir haciendo, llevo peleando desde hace años y... bueno, no es un deporte en el que puedas durar para siempre. En algún punto tienes que retirarte por tu propia salud. No quiero llegar a tener el cerebro hecho puré a los treinta.

—¿Más?

Entrecerró los ojos y me miró con la ironía desprendiendo de ellos.

—Muy gracioso, ¿lo dices por tu propia experiencia?

Sonreí mientras limpiaba mis manos con un papel. No sé cómo lo había hecho, pero había logrado terminarme la comida, pensé que tardaría media hora más en lograr acabarme aquello.

—¿A ti que te gustaría hacer? —pregunté con curiosidad genuina.

Sus labios se curvaron con la mirada perdida en el vaso de agua en su mano derecha, quizá viendo en ella aquello que parecía tener más que pensado.

—Me gustaría... montar mi propio gimnasio en Nueva York, ¿sabes? —dijo mirándome. Me rendí ante el fulgor de sus ojos, brillantes de ilusión por esa idea—. Un lugar en el que enseñar a los chicos del barrio a... canalizar su energía en el deporte, su... rabia. —Arqueó una ceja cuando puso en manifiesto ese sentimiento—. Sé de lo que hablo, el boxeo me salvó de muchas cosas. La disciplina ayuda y es un deporte que te obliga a mantener el cuerpo sano y la mente despejada.

—Es muy... honorable —musité.

Sonrió.

—¿Honorable?

Asentí convencido.

—No sé si eso encaja demasiado conmigo.

—Sí lo hace, para mí sí.

El silencio se hizo cuando nuestras miradas se unieron de nuevo, con esa idea flotando entre nosotros.

No me equivocaba con él, estaba seguro, había más pureza de la que jamás había visto en alguien a pesar de toda la podredumbre que le rodeaba. Así como de la oscuridad en la que se había visto obligado a sumergirse para sobrevivir.

Todo se rompió en un instante, en el momento en el que apartó la mirada para clavarla a mis espaldas. Su rostro se descompuso y me giré de golpe.

No era quién había, si no lo que estaba viendo.

Su propia imagen en el televisor.

En las noticias.

—Así es, como lo oyen, el boxeador Kailan Miller ha desaparecido de Las Vegas en esta madrugada tras el combate. La policía investiga el asesinato en el que el deportista podría estar involucrado tras encontrar un cadáver en su casa...

La voz de la reportera llegó a mí como un sonido difuso, porque yo solo podía ver la imagen de la ficha policial de Kailan.

Parecía un Kailan desconocido para mí. Un chico ojeroso que sostenía un cartelito con unos números, posando para las fotos policiales que se mostraban en pantalla, de frente y de perfil, con una sonrisa altiva y que denostaba superioridad absoluta. Como si ese Kailan supiera perfectamente que no iba a estar detenido mucho tiempo.

Me volví bruscamente hacia él, que empezaba a hundirse en el asiento, con la mirada abierta de par en par y puesta en la pantalla. Agachó la cabeza y se cubrió con la mano derecha y cierto disimulo, con el codo en la mesa.

Porque todo el maldito local había clavado la vista en él.

Oh, mierda.

Sí... mierda.

¿Cuándo demonios había sido detenido? ¿En qué momento se hicieron esas fotos?

Su mano libre empezó a convertirse en un puño, arrugando una servilleta en el proceso. La voz de ambos televisores pareció llamar de nuevo a todos los presentes en la sala cuando un par de periodistas más, si es que se les podía llamar así en ese programa de burdos cotilleos y basura, debatían animadamente sobre el chico sentado en mi mesa.

—Bueno, Miller siempre ha estado rodeado de problemas y mala vida. ¡Era cuestión de tiempo que algo así pasara!

Apenas podía oír al idiota que hablaba, porque en el recuadro a su lado, se emitían diversas imágenes que me partieron en dos.

Kailan con el pecho estampado contra un coche de alta gama, siendo esposado por la policía tras ser detenido por conducir borracho, mientras reía a carcajadas. Kailan esnifando cocaína sobre una pequeña mesa en un reservado VIP de una discoteca de lujo, imágenes claramente grabadas en la distancia y sin que este se diera cuenta. Kailan de la mano de un tipo que no era su ex. Con otro saliendo de un hotel. Con otro de un club nocturno. Con otro de un casino.

¿Pero qué...?

Miré al chico, arqueando las cejas.

Este ni siquiera podía mirarme, se había tapado media cara con una mano, pero aun así no dejaba de observar el escándalo que salía en pantalla.

—¡No me extrañaría que se le relacionara con algo como eso!

Volví mi vista al televisor justo en el momento en el que las imágenes del Kailan desconocido le mostraban a él, con gafas de sol saliendo de otro club incapaz de andar en línea recta, claramente borracho y bajo la influencia de las drogas, escoltado por su equipo. Entrecerré los ojos cuando, entre los miembros que le protegían, estaban Elijah y Archie.

Un periodista le hacía preguntas demasiado intrusivas, demasiado personales y, de un segundo a otro, el Kailan de la pantalla le agredía, tumbándolo de un solo puñetazo, gritando e insultando. Su equipo y la jauría de periodistas se lanzaban a separarlos mientras este era arrastrado lejos de allí.

—Es un producto fallido de estrellita que se apagará poco a poco hasta que nadie le recuerde, todo un juguete roto —decía otro, escondiendo una sonrisa, señalando las evidentes imágenes.

Parece... que no es tan puro como creías.

No, debía tener sus razones. Debía haberlas. El de la pantalla no era el chico que yo había conocido, el que estaba delante de mí con esperanzas y sueños prometedores.

Fui incapaz de seguir mirando, si lo hacía corría el riesgo de querer arrancarles la cabeza a esos patéticos buitres carroñeros. Sin embargo, solo tenía ojos para Kailan, hundido y avergonzado en su silla.

Parecía que se hubiera hecho muy pequeñito ante mí. Su mirada anegada en lágrimas no se despegaba del plato vacío ante él y sus dientes rogaban algo de clemencia al apretarlos de esa forma.

Rio de forma breve y cínica, negando con la cabeza.

—Todos hablan del juguete roto, pero nadie se pregunta quién lo rompió. Los titulares no serían tan llamativos entonces —gruñó en voz baja y para sí mismo.

—¿Y quién lo hizo?

Ese susurro tembloroso salió de mí sin que tan siquiera lo pensara lo suficiente. Por la forma en la que me miró alarmado, supe que me había inmiscuido demasiado, que me había acercado tanto el fuego que ahora sus llamas me habían abrasado irremediablemente.

Y, aun así, decidí jugármelo todo a una sola carta.

—Lloras en sueños, ¿lo sabías?

Parecía entonces mucho más expuesto que tras haber visto todas esas fatídicas imágenes, como si acabara de desnudarle el alma ante las personas del local a pesar de saber que solo él me había oído.

Tensó la mandíbula y torció el gesto. La servilleta que tenía hecha una bola en su mano clamó por piedad cuando la estrujó con todas sus fuerzas antes de soltarla de malas formas contra el plato.

Sentí compasión por un pedazo de papel.

Su rostro se había tornado serio, inexpugnable una vez más.

—Tú me has traído, tú pagas —masculló poniéndose en pie, arrastrando la silla con fuerza—. Vámonos antes de que alguno de estos pendejos me delate.

Salió a toda prisa del local, huyendo de allí como si todos los problemas fueran a quedarse y no a seguirle.

Dejé dinero más que suficiente sobre la mesa y me dirigí a la salida. Detuve mis pasos en el umbral de la puerta y me volví hacia el resto de clientes.

Ya sabes lo que hay que hacer.

Sí, marcharnos sin más era arriesgarnos demasiado.

La negritud de mis ojos se extendió en su totalidad y antes de que algún grito se escuchara, todos los ojos presentes en el restaurante se volvieron negros. Los clientes y trabajadores dejaron de comer, de hablar, de pensar por sí mismos.

Quietos como estatuas, mirándome como si yo fuera su único Dios.

No pude evitar sonreír unos instantes, alzando el mentón.

Susurré la mezcla de palabras exactas en latín y lilim, y entonces pude sentirlo. El aura pesada, grisácea e irrespirable. Esa niebla que serpenteaba entre todos los presentes.

«Nada ha sucedido, vuestras vidas siguen siendo igual de patéticamente humanas como hasta ahora. Nadie. Conoce. A Kailan Miller».

Me di la vuelta y me marché. El aura se esfumó en cuestión de segundos y mis ojos volvieron a la normalidad.

Podrías haberte aprovechado para irnos sin pagar.

No podía utilizar aquello siempre que me viniera en gana, así que supongo que el pago servía como una forma para no sentirme tan mal al acabar de manipular las mentes de al menos veinte personas en un solo segundo.

Tampoco me importaba demasiado el dinero, tenía todo cuanto quería tener.

Todo, salvo aquello que ahora se había convertido en mi máxima preocupación.

Por lo que salí tras ella.



Kailan

Lo único que rompía la oscuridad del aparcamiento, aparte de las escasas farolas encendidas ahora que la noche había caído sobre nosotros, era la punta encendida del cigarrillo que colgaba de mis labios. Exhalé en profundidad tras dar una calada con las manos en los bolsillos, sintiendo como el humo escapaba de mis pulmones. Ojalá pudiera escapar yo también, huir tan lejos que ni siquiera yo supiera donde me encontraba. A un sitio perdido y remoto, donde me dejaran en paz de una puta vez sin recordarme el desastre que era cada cinco minutos.

Alcé la vista al cielo.

Joder, no tenía ni idea de si ahí arriba realmente había alguien, pero se lo debía estar pasando en grande a mi costa.

Agache la cabeza cuando Samael llegó a la altura del coche, en silencio, como siempre.

—¿Por qué siempre huyes?

Reí con amargura, sosteniendo el cigarrillo entre mis dedos, dando otra calada mientras le miraba fijamente. Su mirada pareció oscurecerse más si eso era posible.

—¿Por qué coño te metes donde no te llaman?

—Solo quiero ayudarte —gruñó.

Torcí el gesto, negando con la cabeza, apoyando un pie en el guardabarros trasero.

—¿Y tú quién vergas eres, exactamente? ¿Por qué te debo explicaciones? —siseé de pronto, acercándome a él—. ¿Me lo puedes aclarar?

Demostrándome que ni siquiera le intimidaba un mínimo, Samael rompió la distancia con tensa lentitud y me encaró de frente, con su perfecta y angelical cara a pocos centímetros de la mía, ganándome en altura.

—Soy el que te ha salvado la vida hasta ahora —siseó sin dejar de mirarme—. El que te salvó de que tu ex te despedazara, el que te ayudó a deshacerte del cadáver del tipo al que mataste a puñetazos y el que te está intentando llevar a casa, sano y salvo. Eso soy.

Si me hubieran tirado un cubo de agua helada sobre mi cabeza, habría sentido lo mismo que con las palabras que acababa de dedicarme.

Por mucho que me fastidiara, tenía razón. Pero no por ello tenía que demostrarlo.

—Pues no lo hagas —escupí entre dientes—. Déjame aquí y vete. Nada te lo impide.

Me di media vuelta y volví a llevarme el cigarro a los labios. Me tensé cuando escuché a Samael reír escuetamente, tuve que girarme a comprobar si era cierto lo que estaba escuchando.

—¿Por qué haces eso?

—¿El qué? —gruñí.

—Huir, intentar alejarte tú o alejarme a mí. Lo que sea con tal de quedarte solo.

Me carcajeé sarcástico, frotando mi rostro con mi mano libre. Empecé a deambular de un lado a otro, nervioso.

—Eso es lo que hago, ya lo has visto. Soy un puto desastre del que burlarse y al que tenerle pena.

Negó con la cabeza, con total tranquilidad.

—No me lo trago, debe haber algo más.

Reí de nuevo y le miré, encogiéndome de hombros. Ojalá tuviera razón en eso también, ojalá no fuera porque era un puto fracaso.

Las voces de Archie y de mi padre me acosaron de nuevo hasta prácticamente dejarme sordo. Por mucho que me jodiera, tenían razón. Siempre la tuvieron. Las imágenes de la tele así lo habían demostrado. Por mucho que huyera y me reformara, yo siempre sería mi pasado.

—Soy una decepción, Samael. Un yonki y alcohólico de mierda que cada día se iba con el primero que le diera un poco de cariño cuando...

Mi voz se rompió y mordí mis labios, cerrando los ojos con fuerza al sentir cómo se llenaban de lágrimas. Lancé el cigarro a un lado con rabia.

Odiaba con todas mis fuerzas llorar ante alguien. Lo peor fue que aquello, era la confirmación para Samael de que quizá sí que había algo más, por mucho que me lo quisiera negar a mí mismo.

—¿Es lo que tú eres o lo que dicen de ti?

Alcé la vista hasta él a la vez que dos lágrimas recorrían libremente mis mejillas.

Su pregunta me dejó perplejo. Nunca me había planteado que existiera esa diferencia. Para mí, no la había.

—Es... es lo que soy.

—No es lo que yo veo.

Por unos instantes apartó la mirada, como si discutiera consigo mismo internamente algo que yo no lograba descifrar en su expresión. Suspiró pesadamente.

—No quiero que... me cuentes tu vida porque sientas que debes hacerlo, Kailan. Solo quiero que lo hagas porque confías en mí —añadió finalmente, dándose por vencido—. Solo quiero ayudarte, aunque sea escuchando. Respetaré lo que decidas.

Le miré con cierto asombro inesperado. No estaba acostumbrado a que alguien, aparte de Elijah, quisiera escucharme de forma sincera. Que quisiera cargar con mis penas también.

No era justo, mis mierdas eran para mí. Mis demonios internos eran míos, él no tenía por qué pelear con ellos también. Imaginaba que Samael tendría sus propios demonios como para aguantar los de los demás. Aun así, mi cuerpo reaccionó por si solo en busca de una liberación mental que no sabía cuánto necesitaba. No supe lo destruido que estaba, hasta que me apoyé en el maletero del coche y empecé a hablar.

—Mi madre murió de cáncer de páncreas cuando tenía dieciséis años —musité con la mirada perdida. Pude notar como Samael se acercaba cauteloso y se apoyaba a mi lado—. Mi padre apareció de manera repentina tiempo antes de que eso sucediera. Ella nunca lo supo, y lo prefiero así. Él sabía que ella estaba muriendo, así que aprovechó la ocasión. Amenazó a mi abuela, le dijo que iba a llevarme con él y que ni Henry ni ella podrían impedirlo, a menos que quisieran comprobar las consecuencias. Un día, al salir de clase, me asaltó. Yo ni siquiera sabía quién era. Unos tipos me metieron dentro de un coche caro y él estaba ahí con su asquerosa sonrisa, diciendo los grandes planes que tenía para mí. Le dije que me dejara en paz, que no había aparecido nunca y ya no era necesario que lo hiciera. Comprendí que no me estaba dando opción cuando su cara cambió. Me amenazó a mí también y me dejó en casa. Cuando llegué al hospital, mi madre ya había muerto.

Me tragué el nudo en la garganta cuando sentí cómo me estaba estrangulando. Samael me escuchaba atentamente, observándome con el mismo dolor en sus ojos que me mostró en el que cañón y que, pese a la oscuridad, podía ver perfectamente.

—Yo tenía que haber estado ahí, y no pude estar por su culpa. No me pude despedir. —Mi voz se apagó al final de la frase y tuve que tomar aire un par de veces antes de continuar—. Supe que nos había amenazado a todos y tomé la decisión de marcharme con él para protegerles, a pesar de la negativa de mi padrastro y mi abuela, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Dejar que los mataran? No quería que esa mierda salpicara a mi hermanita. Ni hablar.

Negué con la cabeza, pinzando el puente de mi nariz. Alcé mi vista a la luna creciente que asomaba entre las nubes.

—Cuando estuvimos en California y me enteré de los planes que tenía para mí...

—¿Los de que estudiaras lo que él quería y que te casaras con quien él eligiera?

Asentí.

—Me escapé —confesé para su sorpresa. Sam me miró enarcando una ceja—. Esta no es la primera vez que me escapo, lo siento, no me has desvirgado en esto.

Rio y yo también. El timbre de su bonita y melódica risa ayudó a aligerar el angustiante ambiente.

—Una lástima.

—Desde luego —aseguré sonriente, metiendo mis manos en los bolsillos—. Estuve por Tucson, Ciudad Juárez y Phoenix hasta los veintidós.

Sus ojos se abrieron con asombro y miró al frente, asintiendo.

—Ahora entiendo lo de la frontera.

—Las peleas callejeras se pagaban muy bien —añadí, como si me diera vergüenza estar confesando todo a un extraño. Porque era literalmente lo que estaba pasando—. Y eso es lo que hice, utilizar lo que sabía para poder ganarme la vida ahora que estaba solo. Cuando empecé a destacar en Tucson me ofrecieron una pelea en Ciudad Juárez y una vez allí... ¿adivinas quién me ayudó?

Samael me miró. Podía ver cómo en su cabeza empezaba a completar el puzle del que hasta ahora había tenido muy poquitas piezas. Las que yo había querido darle, pero entonces ya no tenía sentido ocultar mucho más.

—Tu tío.

Asentí, suspirando.

—Lo malo de destacar, es que tu nombre se hace conocido, y cuando eso pasa... es mucho más fácil que te encuentren.

Sus pupilas se clavaron en mi persona de nuevo. Samael tenía una forma de mirarme que me hacía sentir único, como si solo existiéramos los dos en la Tierra. Tosí con mal disimulo y me concentré en su sorpresa.

—Tu padre lo hizo.

—Me encontró en Phoenix —completé yo, incapaz de mirarle cuando los recuerdos me metieron un puñetazo en el estómago—. Y esa vez no iba a dejarme escapar tan fácilmente.

Cerré los ojos con fuerza cuando todo se revivió en mi cabeza. Lo que hice aquella noche. El motivo de mis pesadillas, de mi caída al más profundo de los pozos.

La razón por la que lloraba mientras dormía.

Froté mis ojos con ambas manos en un intento por despejarme y me crucé de brazos. Fui un instinto absurdo de auto protegerme, saber que existía la posibilidad de que ese tema saliera a la luz me retorcía las tripas. No quería hablar de ello, y mucho menos pensar.

—¿Qué ocurrió allí?

Se estaba volviendo igual de preguntón que yo.

—No tenses tanto la cuerda, Sami.

Ambos reímos y él asintió, mostrando sus palmas en señal de rendición.

—En aquella época mi padre no tenía tanto poder como ahora y yo era más inocente y estúpido.

—¿Más?

—No te parto esa pinche cara perfecta porque todavía me duele el puño.

Samael se carcajeó y yo sonreí de nuevo.

—Así que por eso te encontró.

Asentí de nuevo, apoyando mis manos en el maletero en mi baja espalda.

—Y dobló la vigilancia. Le había costado seis años encontrarme, lo que es un logro, porque la primera vez ya tardó dieciséis en dar con mi familia y conmigo. Así que esta vez no podría deshacerme de él.

—¿Cómo pudiste salir vivo de ese ring en Las Vegas entonces?

Sonreí ladino, aleteando las pestañas en un gesto muy teatrero.

—Porque las cámaras me adoran, Sami. —Su risa no se hizo esperar—. Y ni siquiera él es tan estúpido como para intentar algo con tanta gente delante. Cuando las cámaras dejaron de grabar... cogí mis cosas y corrí a lo Forrest Gump por los callejones de Las Vegas. —Me miró frunciendo el ceño y resoplé indignado. Juré por Tom Hanks que un día le obligaría a ver medio catálogo de Netflix—. Y un idiota casi me atropella.

Su sonrisilla hizo que mi corazón latiera como un loco contra mi pecho, como si él mismo quisiera salir y plantarle un beso. Mordí mis labios cuando sentí mis estúpidas mejillas enrojecerse.

—Suerte tuviste de que así fuera.

—Desde luego, doy gracias a Dios cada día —solté con sarcasmo.

Puso los ojos en blanco y pude escuchar como disimulaba un gruñido, que casi se le escapó, aclarándose la garganta.

—No tienes una gran relación con el altísimo, ¿eh?

—Y que lo digas.

Reí negando con la cabeza.

—Ya somos dos.

De reojo, pude ver como mis palabras provocaron que su comisura derecha se alzara con cierta picardía, en una forma que empezaba a convertirse en mi favorita.

No, yo tampoco podía creer en un Dios que había permitido todas y cada una de mis desgracias. Que había provocado o dejado que sucedieran. A la mierda con eso. No creía en Dios, pero había sido capaz de conocer al Diablo en persona.

Mi mandíbula se tensó ante el recuerdo de Archie.

Y Samael no lo pasó por alto, para mi desgracia.

—Si mi padre pudo ser... bueno conmigo, si esa oportunidad existió, eso se terminó cuando me encontró en Phoenix —aseguré sin devolverle la mirada—. Me obligó a formar parte de todo su... turbio y corrupto sindicato del crimen. Me amenazó, si no lo hacía, si volvía a escapar... bueno, no hace falta que te diga quién iba a pagar las consecuencias. Yo solo era un peón más y en medio de toda esa vorágine de mierda, me aferré al único que, en un principio, me dio algo de cariño.

El hombre a mi lado arqueó las cejas.

—He visto muchas cosas a lo largo de mi... vida —masculló—. Y que te persigan gritando e insultándote por un callejón oscuro de madrugada, no es cariño. Y mucho menos amor.

Cerré los ojos y suspiré, alejándome del coche un paso con ambas manos en mi cadera.

—Al principio sí lo fue.

Una risita sarcástica fue su respuesta. Negó con la cabeza y cruzó sus brazos sobre su pecho.

—Oh, al principio, sí, claro. Déjame adivinar —dijo, rascando su barbilla—. Hizo que le vieras como su salvador, como el héroe que estaba ahí para cuidarte y salvarte de ese mundo de mierda del que estabas rodeado, y terminó por meterte en uno peor. ¿Me equivoco?

Apreté los dientes cuando las putas lágrimas volvieron a mis ojos. Me las limpié antes de que se les ocurriera salir y carraspeé.

—Mierda, ¿estabas ahí para verlo en plan El Show de Truman o qué? —ironicé, intentando quitarle hierro al asunto.

Samael ni siquiera pestañeó, mirándome fijamente. Lo sentía, esperaba ver cómo me rompía, pero no lo iba a permitir. Para mi sorpresa, en sus ojos no había placer ante la idea de ver mi autodestrucción. Todo lo contrario. Me hizo sentir extraño ante esa sensación de preocupación que solo había percibido de Eli. Conocida, cercana.

Familiar era la palabra exacta.

—Nadie me obligó a meterme toda la mierda que me he metido, Samael —susurré entre dientes.

—Por supuesto. —Frunció los labios y se encogió de hombros—. El problema no es lo que hicieras, si no para qué.

Para no estar, para no pensar. Ni en él, ni en Phoenix.

Cerré los ojos.

Si no estaba cuerdo, las discusiones cansaban menos. Si no pensaba porque apenas me aguantaba derecho, sus gritos dejaban de escucharse. Si ni estaba ni pensaba, no respondía. Y si no respondía, no había golpes.

El infierno dolía menos si el demonio no estaba en él.

—Solía decir que me quería, ¿sabes? Siempre en privado, por supuesto —murmuré, incapaz de mirarle. Me sentía un imbécil por haberme tragado todas esas mentiras—. Los «te quiero» se acabaron en cuanto me dejó el primer ojo morado. Yo tenía veintidós y él treinta y cinco. Tuvimos que retrasar el combate unas semanas para que yo no subiera al ring con la cara partida, ¿y sabes lo que le dijo mi padre?

Samael no se movía, estaba rígido, apoyado en el maletero del coche, mirándome como si no pudiera creer lo que oía.

—«La próxima que le des, asegúrate de que sea cuando no haya un combate cerca».

El hombre ante mí, agachó ligeramente la cabeza. Aunque no podía ver sus ojos, si pude apreciar la tensión en su mandíbula.

—Te utilizó para llegar hasta tu padre.

No era una pregunta, sino una afirmación.

—Cuando me quise dar cuenta, ya estaba más que atrapado entre ambos. Huir se volvió casi imposible —añadí en confirmación—. Todo fue bonito de cara a mí, aliviaba la tortura, pero a su vez servía para controlarme. Saber dónde estaba, qué hacía y con quién. Era información directa para mi padre. Nuestra relación se volvió intermitente. Si él me engañaba, yo se lo devolvía, y eso acababa peor. Me alejó de mis amigos, de cualquier posible contacto con mi familia... hasta que solo me quedase él, quería que fuera mi única opción.

—¿Qué hay de Elijah?

Sonreí ante el recuerdo de mi mejor amigo. Y de cómo este plantaba siempre la cara por mí.

—Él fue la piedra en su zapato, su grano en el culo particular.

Mi expresión se fue apagando ante su presencia en mi mente, ante el hecho de saber que no volvería a verle. De saber que había muerto por ese hijo de puta.

—Por eso se... ensañó tanto con él. Se la estaba guardando, le tenía ganas. De no ser por Eli, Archie habría tenido un control total sobre mí. Él fue una luz de esperanza en todo ese pozo de mierda en el que me había metido, él me ayudó a contactar de nuevo con mi familia, a enviarles dinero, pero aun así... —Parpadeé un par de veces para disipar las nuevas lágrimas y me tragué un sollozo—. Cuando escapar de mis cadenas y de mi mente no fue posible, las drogas y la bebida me ofrecieron otra alternativa.

—Escapar de la realidad.

Asentí.

—Es mucho más sencillo. Y si tienes dinero y acceso a ellas, todavía más. —Me aclaré la garganta, avergonzado. Aunque no sabía muy por qué, al fin y al cabo, la tele ya había hablado por mí—. Con la primera y única sobredosis de la que salí por un milagro, Brendan y Eli decidieron por mí que todo eso debía terminar. Si sigo en pie y con vida, en gran parte es gracias a ellos.

Suspiré agotado y con el bochorno de mis lágrimas torturándome. Me froté los ojos con cansancio y, tras apoyarme en el coche de nuevo, le miré fijamente.

—No debería haberme puesto así, perdóname.

Sam me miró cejijunto, con una mezcla entre pena y confusión.

—Haces mucho eso, ¿sabes?

—¿El qué?

—Pedir perdón por hablar de ti —murmuró mirándome fijamente—. Hablar de lo que sientes y mostrar tus sentimientos a los demás nunca debería acabar contigo pidiendo perdón, Kailan.

En ese instante fui consciente de por qué lo había hecho, porque con Archie siempre lo hacía. Si le contaba cómo me sentía, si me veía contener las lágrimas, siempre terminaba por disculparme. Era la primera vez que a alguien, aparte de Eli, no le molestaba verme mal. De hecho, Samael me había prácticamente obligado a desahogarme. Con Archie, eso siempre terminaba con gritos o una discusión en la que me acusaba de ser un exagerado y un dramático.

Con Samael había sido tan fácil y natural como la salida del sol cada mañana.

Fruncí el ceño. ¿Cómo podía decir que no lo consideraban bueno cuando yo ya había convivido con la verdadera personificación del mal y no se parecía a él en absoluto?

Negué y, sin saber muy bien en qué puñetero momento mi destrozado cerebro había dado la orden, apoyé mi cabeza sobre su hombro. Quizá buscando en él un pequeño descanso mental, ni que fuera por unos momentos. Se quedó recto como un palo ante un movimiento que ni yo mismo esperaba, pero ya lo había hecho y retirarme ahora me haría quedar como un rarito, así que simplemente exhale en profundidad y disfruté de su compañía. Contuve una sonrisa cuando, segundos después, él hizo exactamente lo mismo.

Estuvimos en silencio por unos largos segundos. Y disfruté cada uno de ellos.

—Siempre que... me he mostrado vulnerable, se han aprovechado de mí, Samael —terminé por confesar—. Han aprovechado que he bajado la guardia para mentirme o manipularme, y eso ha terminado por hacerme mucho daño. Por eso odio que me vean así.

Me miró fijamente, asimilando mis palabras. Los músculos de su cuello y su hombro se tensaron ligeramente cuando, por primera vez desde que le conocía, apartó la mirada. Supuse que toda esa ametralladora de información agotaba a cualquiera. Ya había hecho bastante por mí.

—Deberíamos buscar un hotel en el que pasar la noche —dijo finalmente.

Levanté la cabeza y me separé del coche, desperezándome.

—Sí, pero antes llamaré a Sully. Le prometí que lo haría —respondí, señalando la cabina en la esquina de la otra acera, empezando a andar—. ¡Oye! Ya que estamos en Albuquerque, podríamos ir a ver la casa de Heisenberg.

Tras mis pasos, Sam me miró ladeando la cabeza como si fuera un perro, pero con el ceño fruncido.

—¿El físico teórico? —preguntó con las manos en los bolsillos.

Me giré para taladrarle esa cabeza suya con los ojos, caminando de espaldas.

—¿Qué? ¡No! El traficante de metanfetamina, Samael.

Su cara era un puñetero cuadro a cada vez más confuso, intentando comprenderme.

—Kailan, huimos de una mafia y se supone que ya estás limpio, ¿por qué querrías ir a la casa de un traficante de metanfetamina?

«Venga ya, ¿me está tomando el pelo?» pensé, pero a juzgar por su gesto, empecé a sospechar que su cerebro había entrado en modo pantalla azul.

—Es de una serie, Sami —aclaré cuando llegó a mi altura y cruzamos la carretera. Le miré con insistencia una vez estuvimos en la otra acera—. ¿Breaking Bad? ¿Los Pollos Hermanos? ¿«Yo soy el peligro, Skyler»?

Silencio. Me miró y parpadeó una sola y única vez.

Definitivamente, se le había reiniciando el Windows.

—¿En qué cueva has estado metido los últimos años?

Su comisura se elevó de esa forma altiva que me empezaba a gustar ver, porque significaba que la situación le divertía.

—Si tú supieras...

—En una sin acceso a televisión e internet seguro.

—Y que lo digas.

Puse los ojos en blanco y me aproximé a la cabina, dejándole ahí con esa sonrisilla divertida que me encantaría ver más a menudo. Rebusqué en mis bolsillos un par de monedas y las metí en la ranura, marqué los números y esperé a que diera tono, con el auricular en la oreja

—Hola, Sully yo...

—¿Kailan? ¿Kailan eres tú?

—Sí, Sully, ¿qué...?

Su voz preocupada me dejó sin aliento. Me giré hacia a Samael bruscamente.

—¡Salid de Albuquerque! ¡AHORA!

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