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Capítulo 2. Cuando el pasado se vuelve presente

A las cinco y media de la mañana sonó la alarma y, con su tercer y estruendoso timbre, Ahsley Kingsley despertó sobresaltada. Se incorporó en la cama de inmediato en un acto reflejo de su cuerpo al que ya estaba más que acostumbrada. A más recta quedase su espalda al incorporarse, más sentía Kingsley que se alejaba de la pesadilla que la había atrapado con sus garras en la almohada. Apagó el despertador en su mesilla de un golpe seco y apartó el frío sudor que bajaba por su cuello con el dorso de la mano. Sus gestos fueron rápidos, cortantes, guiados por la memoria muscular, por la constante repetición de despertar siempre de la misma forma. Sus ojos se toparon con la foto de Joshua en el marco sobre la estantería, junto a los libros apilados. Ojos despiertos, felices y curiosos, que la observaban llenos de la esperanza y la vida que cabe en un chico de dieciséis años, mientras la abrazaba a ella en la imagen. Joshua podía sonreír con los ojos, Kingsley así lo creía. Su vecina se lo repetía cada vez que se cruzaba al chico por los pasillos: «¡Hay que ver lo que sonríe este niño con una mirada!».

La mirada sonriente de Joshua se apagó con tres disparos en un aparcamiento hace ya casi un año, el día de su cumpleaños.

Uno en el pecho, otro en el estómago y el último en la frente.

Con el primero Joshua ya estaba muerto, eso es con lo que Kingsley se consolaba cada noche. Creía que impactó directo en su corazón, así que todo acabó ahí al hacerlo trizas. De no haber sido así, Joshua habría muerto desangrándose como un cerdo y revolviéndose en un dolor agonizante con una bala perforándole el estómago. Hasta el tercer disparo, una ejecución casi por piedad.

Al menos eso pensaba, porque nunca encontraron su cuerpo, tan solo su sucia camiseta rota e impregnada de sangre. Lo que sabía, lo sabía por declaraciones de testigos. Testigos que, tras la visita adecuada, cambiaron repentinamente su versión de los hechos.

Ashleytragó saliva y carraspeó. Con el primero ya estaba muerto, no sufrió,simplemente sus ojos se apagaron. Estaba y ya no. Era un consuelo horrible,pero una madre se aferraba a lo que podía. Eliminó la sequedad de su boca al beber del vaso de aguajunto al despertador, intentando frenar el temblor de su mano derecha. Apretólos dientes y se levantó de la cama, encaminándose directa al armario, dejandoatrás las pesadillas y la mirada brillante de su hijo, que desde hacía un añodejó de brillar para siempre.



El sol ya empezaba a asomarse tras los bajos edificios cuando se vistió con ropa deportiva y salió de casa. Este alumbraba las calles con sus suaves luces naranjas, que se reflejaban en el rocío de la mañana. Ashley pisó uno de los charcos con sus ágiles zancadas y la imagen del cielo en él se desdibujó, perdiendo por momentos sus tonos morados y azules. El frescor en el viento terminó por despertarla del todo e inundó sus pulmones de ese aroma húmedo que desprendían los escasos árboles de la zona. Corrió durante al menos media hora a un ritmo medio, agradable, lo suficiente como para sentir el pulso latiendo con fuerza en sus sienes. El sudor ya no era frío, ahora calentaba su cuerpo y su piel mientras que sus músculos ardían a cada movimiento, llenándose de sangre. Correr desconectaba su mente, solía hacerlo todas las mañanas y algunas noches después del trabajo si tenía tiempo. Le ayudaba a evadirse, casi prefería pasar más tiempo trotando por Las Vegas que en casa. A sus cuarenta y cuatro años, correr hacía que se mantuviera en forma, así que eran todo ventajas. No pensaba en los casos, se sentía sana y no se acordaba de su hijo muerto en un tiroteo.

O eso se decía a sí misma.

Porque sabía que nadie salvo ella se encargaría de detener a los culpables del asesinato y por eso la apartaron del caso. Estaba demasiado involucrada, le decían. ¿Cómo no iba a estarlo si de su hijo solo quedó una camiseta y un charco enorme de su propia sangre sobre el asfalto? ¿Qué gilipollez era esa?

Aceleró el pasó, pero ni aun así su mente se calló.

Era sencillo, si Brown la hacía a un lado no haría preguntas a quién no debía, no seguiría tirando del hilo que destaparía el montón de mierda (que apestaría a medio cuerpo) y su hijo pasaría a ser un muerto más en una cuenta numérica que nunca importó y que ascendía sin que nadie le pusiera freno. Ponerle freno significaba despertar al león dormido, y el león ya había pagado lo suficiente para que le dejaran echar la siesta en paz. Así que Joshua, que de haber sido blanco se habría convertido en un mártir asesinado y desaparecido en una guerra por la que todo el estado de Nevada se habría movilizado para terminar, pasó a ser un «joven delincuente que a saber qué estaba haciendo a esas horas por ahí y que a lo mejor seguía vivo, porque no había cuerpo».

Eso era su hijo asesinado, un daño colateral.

Algo que silenciar para unos.

Con suerte un negro menos para otros.

Ashley subió las escaleras hasta su casa con los puños apretados y la boca seca. Bebió directamente del grifo y calmó su respiración, queriendo así relajar los latidos de su corazón. Inhaló y exhaló repetidas veces y observó el reloj de la cocina: las seis de la mañana, puntual como siempre. Deshaciéndose de la ropa sucia, se encaminó hacia la ducha en un intento por limpiar su mente y poniendo los ojos en blanco, dejando a un lado su teléfono móvil del que ya había leído el mensaje de su compañero en la pantalla.

«Caso nuevo. Es en West Las Vegas, te envío ubicación. Vas a alucinar cuando sepas quién está involucrado. Te invito a desayunar si lo adivinas».

Y Kingsley nunca se negaba a la posibilidad de sacarle unos dólares del bolsillo a su compañero.


Para cuando Ashley se bajó del coche colocándose su placa en el cinturón junto a la Glock 23 reglamentaria, el sol ya asomaba con menos timidez entre las casas. El tranquilo barrio había dejado de serlo en cuanto los coches de policía aparecieron seguidos por el equipo forense, por lo que Williams ya se estaba encargando de alejar a los curiosos que no tenían nada mejor que hacer a las siete de la mañana.

—Vamos, damas y caballeros, por favor. —A sus palabras añadió un gesto teatral como si estuviera ahuyentando a unos perros de allí—. Dejadnos hacer nuestro trabajo.

—¿Tú trabajas?

Su compañero se giró hacia ella arqueando una ceja y mostrando una sonrisa burlona.

Usher Williams era de los recién llegados, a pesar de que de eso hiciera ya un par de años, pero su inexperiencia nunca fue un problema. De hecho, aprendía rápido.

No demasiado alto, en plena forma, pelo negro, nariz pequeña y respingona sumada a una sonrisa carismática con dos inocentes hoyuelos que le abrían todas las puertas. Resuelto y vivaz, a sus veintiocho años, Usher ya había demostrado a medio FBI que valía más que cualquier otro para su puesto, su capacidad para querer siempre llegar más lejos le había llevado a ello. Por eso se mantuvo como su compañero, en palabras de Alden Anderson (al que todos habían apodado como «El Nuevo» porque sustituía desde hacía un mes a John Brown): «para que aprenda de la mejor». Pensó que con la llegada de Anderson las cosas cambiarían, pero no fue así. De hecho, mantuvo a todo el mundo en su sitio. Kingsley no se quejó, hacían buen equipo y su compañía no le desagradaba, a veces era un pelín desquiciante, pero después de dos años al lado de Williams ya estaba más que acostumbrada como para tener que aprender de nuevo a soportar a otro.

—Gracias por dejarme sin autoridad ante estos fisgones —replicó el chico acercándose al coche patrulla, tomando el café del interior del mismo y ofreciéndoselo, para después sorber del suyo—. La siempre recta, puntual y perfecta Kingsley. ¿Cómo lo haces para adivinar los casos? Me estoy dejando medio sueldo en desayunos.

—Eres un ludópata empedernido.

—Desde luego. —Williams alzó el vaso de cartón a modo de brindis—. Todavía nos quedaban veinte minutos para empezar el turno ¿es que tú no duermes, jefa?

—No soy tu jefa, Usher. Y se llama disciplina y compromiso —murmuró la mujer mientras pasaban por debajo del cordón policial que un agente local les ayudaba a levantar tras mostrar sus placas del FBI. Según la escasa información que le había proporcionado su compañero en una llamada antes de llegar, el asunto parecía involucrar a más estados porque el presunto asesino podría estar ya a kilómetros de Nevada según un testimonio, por lo que la policía local se había hecho a un lado a regañadientes.

El mencionado se encogió de hombros, chasqueando la lengua.

—Suenas como mis exnovias.

—Por algo todas pasan a ser «ex».

Williams se carcajeó fingiendo ofensa y Kingsley hizo una mueca. En el diccionario del chico, eso significaba que la mujer estaba sonriendo y ese pasaba a ser su gran logro del mes.

—¿Cómo sabías que tendría que ver con Miller? —preguntó mientras entraban en la casa, observándola con detenimiento.

—Gana una pelea que muy poca gente espera que gane, sale en las noticias, desaparece sin dejar rastro y al día siguiente Las Vegas amanece con un cadáver en su casa —sentenció Kingsley mirando a su alrededor. Dio un sorbo del vaso y posó sus ojos en Usher, solo que este no la estaba mirando—. Dos más dos suelen ser cuatro.

El rostro del chico se contrajo ligeramente al recibir el aroma que invadía la casa, impregnándose en todas partes. Kingsley suspiró. El olor que desprende un cadáver no se olvida y Williams no se acostumbraba tan fácilmente. La fetidez lo convertía todo en irrespirable, el aire se volvía agrio por la putrefacción de la carne humana que empezaba a descomponerse, así como de los fluidos corporales que solían rodear al cuerpo. Al respirarlo, se pegaba al paladar y te secaba la boca. Kingsley preferiría inhalar monóxido de carbono directamente de un tubo de escape, que percibirlo de nuevo en su lengua, su pelo o su ropa. Porque por más que trató de quitarlo en su día, no lo logró.

Hasta que se dio cuenta de que no era su uniforme o su cabello, era ella.

Ese olor se quedó en cada parte de su alma. Era común en su trabajo, sí, pero se convirtió en algo personal cuando lo olió en la única prenda que quedaba de su ser más querido.

Esquivando a sus compañeros forenses y policías, Usher dejó el café en la mesa donde se habían amontonado las pruebas en respectivas bolsas, se aproximó al cadáver colocándose un par de guantes y destapó su rostro.

—Siento ser yo el que te lo diga, jefa, pero creo que esta vez dos y dos van a sumar cinco.

Kingsley abrió ligeramente los ojos con sorpresa analizando al chico afroamericano que yacía muerto en el suelo. Los cerró de golpe cuando un destello en forma de imagen con el rostro muerto de su hijo opacó su mente, volvió a abrirlos un solo segundo después.

—Ese no es Kailan Miller. 



«Elijah Smith».

En un bucle sin intención de detenerse, ese nombre se repetía en la mente de Kingsley mientras leía los datos recabados en el ordenador portátil que la forense le había dejado, para después dedicarse a fotografiar al cadáver y explicarles las evidentes causas de muerte. Había sido intencionado, eso estaba claro.

—¿Por el propio Kailan?

La voz de Usher hizo que Kingsley levantara la cabeza de la pantalla sobre la mesa.

—No lo creo, hay fotos de ambos en algún que otro estante de la casa —alegó mientras se enfundaba un par de guantes y observaba las pruebas.

—Eso podría no significar nada. Una pelea que se les fuera de las manos y se acabó. Miller tiene fama de beber de más y de...

La forense, Jules Jones, J.J. para ambos presentes, negó con la cabeza mientras iba inspeccionando las fotos en la cámara.

—Miller lleva más de medio año limpio —interrumpió.

—Podría haber recaído, ese chico es una bala perdida.

Kingsley inspeccionaba las posibles pruebas: huellas de zapatos tomadas del suelo que coincidían con zapatillas de boxeo encontradas en el armario del chico, huellas dactilares sobre el cuerpo también propiedad de Kailan según los recientes informes, pero no aparecían en zonas que pudieran herir al cadáver, y decenas de otras huellas que no correspondían a nada más en la casa. En el arma, en el suelo...

—Ganas una pelea que puede asegurarte más combates, limpias tu mala imagen de los últimos tiempos... ¿Y lo que haces es venir y matar al chico con el que vives y con el que, al parecer, tienes muy buena relación? —Kingsley negaba con la cabeza mientras señalaba una de las fotos donde ambos chicos parecían celebrar un cumpleaños, colocada en un estante sobre la televisión, después dio un vistazo a las falanges cercenadas sobre la alfombra, colocadas de una forma demasiado estratégica como para ser una mera coincidencia—. ¿Y además lo torturas como mensaje? ¿Hacia quién?

Williams se encogió de hombros para después rascar su frente y seguir revisando pruebas.

—La gente hace cosas muy raras, por eso estamos en este trabajo. Podría haber sido incluso pasional, Miller estaba con uno diferente cada día. Quizá se enrolló con su compañero de piso, este se cabreó por alguna infidelidad y Miller...

Williams se deslizó el pulgar por el cuello y Jules negó de nuevo, cegando a todos los presentes con el flash.

—Se rumoreaba que estaba con uno de su equipo.

—¡Ahí está! Celos, infidelidad...

—Dicen que Kailan era el «secreto» del otro, que lleva con él desde que su padre lo trajo de Nueva York, cuando su familia creyó que lo mejor para el chico era estar con su padre al morir su madre a sus dieciséis. Personalmente, no me lo creo ¡Tan solo lleva dos años en Las Vegas! No puede llevar con él desde entonces, no cuadran las fechas.

Kingsley frunció el ceño y miró a J.J. a la vez que esta se ponía en pie, dejaba la cámara en su funda sobre la mesa y tomaba su ordenador portátil.

—¿Cómo sabes todas esas cosas?

La muchacha sonrió con cierta timidez bañando su joven y pálido rostro, colocándose largos mechones de pelo rubio tras las orejas y se encogió ligeramente en su ya escuálida figura.

—Me gusta leer la sección de cotilleos de las revistas.

Kingsley suspiró, nada de eso tenía sentido para ella. Miller no parecía tener un móvil claro para ser el culpable, no le descartaba como sospechoso, pero en su fuero interno sentía que algo se les estaba escapando.

Arqueó las cejas cuando se topó con ello en el interior de una de las bolsas de evidencias.

—¿Una billetera?

El asombro de Williams era igual que el suyo, olvidarte tus pertenencias en la escena del crimen no te dejaba un gran futuro como asesino. Kingsley abrió la billetera y sacó las diferentes tarjetas de esta, inspeccionándolas. Sus dedos se detuvieron cuando el aire dejó de fluir por su sistema respiratorio.

—Spencer White —murmuró Usher, leyendo en voz alta el nombre que ella no se atrevió a decir—. Ese... ese tío trabaja para el padre de Miller.

El silencio se hizo en el salón, pero no se prolongó demasiado. Kingsley se recompuso como si nada acabara de suceder y dejó las pruebas a un lado, como parte importante de la investigación.

—¿Abraham Miller?

Williams asintió en dirección a J.J. sin dejar de mirar a su compañera.

—Eh, Ash, ¿estás bien? —La respuesta que obtuvo fue un seco asentimiento de cabeza—. Podemos pedir que nos cambien de caso... seguro que algún colega nos hace el favor. Quizá es demasiado reciente.

«Por mucho tiempo que pase, nunca dejará de ser reciente» pensó Kingsley.

—No.

Williams suspiró y asintió, algo cabizbajo, pero Kingsley no fue capaz de percibirlo.

Que los hombres del cuerpo de seguridad de Abraham Miller tuvieran algo que ver en el asesinato de un joven inocente revolvía demasiado el pasado como para que esto pasara inadvertido para ella. Le hacía ser consciente otra vez de que nadie luchará por el pobre Elijah, será un daño colateral más.

«Solo que quizá él sí tendrá la suerte de tener una tumba con su nombre».

Sin darse cuenta de que había cerrado los ojos con fuerza, Kingsley los abrió de golpe y tensó la mandíbula.

—Tengo más registros, hay huellas que coinciden en la base de datos —murmuró J.J. ensimismada en la pantalla. Williams se acercó hasta ella y levantó la mirada.

Kingsley ni se inmutó ante la mueca que hizo.

—¿Y bien?

El chico tragó saliva, asintiendo.

—Más hombres de Miller. Otros dos, en el mango del cuchillo y el cuerpo del chico, compatibles con las heridas que causaron su muerte. También se ha encontrado sangre que no pertenece a Elijah y hay huellas digitales de un tercero del que no aparecen registros, puede que esté limpio... ¿un hombre de Abraham Miller limpio?

—No después de esto —agregó J.J. observando la escena del lugar, arqueando las cejas—. Quizá no iba con ellos, quizá iba con Kailan, si es que es inocente. No entiendo lo de la sangre, ¿será un error? ¿Salió herido alguien más?

Kingsley asintió, suspirando.

—Cualquier hipótesis es válida por el momento, por ahora nos ceñiremos a...

—Agente Kingsley.

Sin dudarlo un segundo, los tres se volvieron hacia el policía en la puerta, uno de los miembros del cuerpo local que miraba a todas partes con cierto nerviosismo como si llevara droga en el maletero de su coche patrulla. Tragó saliva, se limpió el sudor de la calva y volvió a recolocarse la gorra una vez más.

—Ha... ha llegado el testigo que dice haber visto lo ocurrido. O al menos parte.

Ahsley, Usher y J.J. se miraron por unos momentos hasta que la primera asintió una vez más, atusándose la americana.

—Entonces... por ahora nos ceñiremos a interrogar al testigo.



Cuando dio la mano al hombre ante ambos, Kingsley se sobrecogió ligeramente por el tacto helado de su piel. El testigo, de sonrisa afable y atípicos ojos grises, saludó con amabilidad a Williams también, estrechando su mano con ligera fuerza y seguridad. Kingsley analizó al tipo, tenía cierta costumbre a ello porque creía que los testigos eran de las partes más importantes de los casos, a veces incluso el propio problema. Ya lo había vivido antes.

Alto, fuerte, de pelo largo y dorado, elegantemente vestido con una blanca camisa y unos pantalones de traje negros. Todo en él parecía impecable, pero si algo aprendió en su oficio, es que las apariencias engañan. No estaba segura de dónde encasillar el hombre deslumbrante que había ante sus pupilas.

Williams sacó su libreta del bolsillo de la chaqueta y tomó notas.

—¿Su nombre, por favor?

—Mordad Jackson.

Kingsley alzó las cejas.

—Un nombre curioso cuanto menos.

«Y falso» añadió para sus adentros.

El señor Jackson sonrió complacido, colocando una mano sobre su pecho en un gesto avergonzado.

—Mi madre era de origen persa y una fanática religiosa, no imagina la de veces que he tenido que dar explicaciones al respecto.

Williams rio cautivado por la simpatía que el hombre desprendía, pero Kingsley llevaba demasiados años en esto como para no notar cuando algo o alguien rezumaba demasiada perfección chirriante.

—Cuéntenos, señor Jackson, ¿qué vio exactamente?

El rostro del mencionado se ensombreció, visiblemente afectado por los hechos que estaba a punto de narrar.

—Verá, la situación no fue muy agradable y estaba todo muy oscuro. Vi al boxeador, al chico de los carteles en la avenida. Salía de la casa después de que se hubieran escuchado unos gritos horribles.

—¿Se refiere a Kailan Miller?

—Exacto, sí, pero no iba solo.

—¿Le acompañaba alguien más?

Mordad Jackson asintió, alzando la vista al cielo, como si tratara de recordar. Kingsley se cruzó de brazos.

—Un hombre alto.

—¿Cómo usted?

El tipo miró fijamente a la agente Kingsley y sonrió. La mujer pasó por alto como apretó los dientes en esa sonrisa estirada.

—Sí... como yo. Puede que yo sea algo más alto. —Ella asintió lentamente y el hombre continuó su relato—. Tenía el pelo oscuro y recogido. Vestía completamente de negro... llevaba una serpiente tatuada en el brazo derecho.

—¿Dónde estaba usted cuándo lo vio?

La pregunta de Kingsley hizo que Williams dejara de tomar notas y levantara la cabeza con curiosidad. El señor Jackson señaló la otra acera, a lo lejos.

—¿Así que estaba cerca de aquellas casas?

—Efectivamente.

—Antes ha dicho que todo estaba muy oscuro, ¿y aun así pudo ver que el hombre llevaba una serpiente tatuada desde esa distancia y en mitad de la madrugada?

Esta vez no dejó pasar cómo se le marcó la vena en la frente y cruzó los brazos tras su espalda, cuadrándose en su posición.

—Siempre he tenido muy buena vista.

—Le felicito entonces. —Kingsley le mantuvo la mirada en un gesto inexpresivo—. ¿Qué hacía usted a esas horas de la madrugada en la calle?

El hombre le miró con cierto dolor.

—Disculpe, yo... tan solo pretendo ayudar. Ser un buen ciudadano —dijo mientras ponía una mano en el hombro de Williams, alternando su mirada en los dos agentes ante él. Cuando la mujer iba a destacar que no había respondido a su pregunta, el señor Jackson continúo hablando—. Quiero ayudar todo cuanto pueda para que atrapen a esos asesinos que han acabado con la vida de un joven inocente. Usted sabe lo que es eso, ¿no?

A Kingsley se le heló la sangre cuando el hombre sostuvo su mirada tras esa insinuación. Por unos instantes, sintió que el tiempo se detenía y el aire se volvía gélido.

—¿Disculpe?

La pregunta escapó de entre sus dientes. Mordad Jackson sonrió calmado.

—Como policía, me refiero. Habrá visto muchos casos así —aclaró. Sirvió para calmar el ambiente, pero no para que la semilla de la sospecha no germinara en el subconsciente de la mujer—. Por eso quiero ayudarles en sus labores con toda la información que pueda.

Williams tartamudeó algo que no se llegó entender y Kingsley frunció el ceño, mirando a su compañero que parecía abrumado por el hombre frente a sus ojos.

—Sí, por supuesto, señor Jackson. —Asintió repetidas veces, convencido con su discurso barato, y no tardó un solo segundo en agachar la cabeza y tomar notas de nuevo—. ¿Qué más vio?

Los ojos de Kingsley pasaron de su compañero al hombre y viceversa. ¿Qué coño estaba pasando?

—Se estaban llevando algo envuelto en una manta, creo que... creo que era un cuerpo. O al menos tenía el tamaño de un hombre adulto. Lo metieron en el maletero y se marcharon a toda prisa.

—¿Pudo ver la matrícula? —dijo Williams sin levantar la vista.

—Era 6PYV308, de California. El vehículo era un Ford Mustang negro.

—Suerte que estaba oscuro, de ser de día nos hubiera dicho hasta la cilindrada —bromeó Kingsley con una amplia sonrisa. A Williams casi se le salieron los ojos de las cuencas cuando miró a su compañera como si hubiera perdido el juicio.

Porque Kingsley nunca bromeaba. Y mucho menos sonreía.

La mandíbula del señor Jackson se delineó al marcarse en un gesto de ira contenida, pero después rio junto a ella como si nada.

Ashley asintió de nuevo y Williams agradeció al hombre su colaboración mientras una gota de sudor le caía por la sien, pidiendo que dejara sus datos para poder llamarle en caso de necesitarle como testigo en un juicio y que estuviera disponible en los próximos días. Cuando Kingsley le dio la mano por última vez, la mirada firme, profunda y grisácea de Mordad Jackson le caló hasta el alma, causándole un escalofrío.

Si sus palabras eran ciertas, daba sentido a la sangre inexplicable que no era de Elijah encontrada en la escena del crimen, así como la versión de que las huellas carentes de registro eran de un hombre que acompañaba a Kailan. A su vez, esto corroboraba que Kailan Miller había abandonado el nido y salido del cálido refugio bajo las alas de su padre.

¿Por qué huiría con un total desconocido en mitad de la noche? ¿Era tan cálido el nido cómo les habían vendido a los medios? Solo alguien muy desesperado por salir de allí se habría agarrado a un clavo ardiendo de esa forma. ¿Y él desconocido? ¿Quién era y por qué le ayudaba? ¿Lo conocía Kailan de antes? Sea como fuere, si de verdad se habían llevado un cuerpo de la escena del crimen, significaba que el boxeador estaba más que involucrado en esto, y probablemente de mierda hasta el cuello. Y él lo sabe, si no, no habría huido.

—Así que los hombres de Miller torturan y matan a Elijah...

—Y Kailan los sorprende, al menos a uno de ellos, y se lo carga en venganza. Acojonado por lo que ha hecho, se lleva el cuerpo y se larga, probablemente para enterrarlo por ahí —completó Williams—. ¿Y el desconocido por qué le ayuda?

Kingsley miró el tranquilo vecindario y después contempló el interior de la casa, o al menos lo que alcanzaba ver desde fuera. Se cruzó de brazos y cogió aire.

—Eso es lo de menos, Usher. Las preguntas correctas son otras.

—¿Cuáles?

Las pupilas de Kingsley se clavaron en él.

—¿Por qué torturaron los hombres de Abraham a Elijah? ¿Qué sabía este que ellos necesitaban saber?

Williams se encogió de hombros, cruzándose de brazos.

—Kailan se esfumó después del combate, ni siquiera se quedó a la entrevista —murmuró con la mirada perdida, rascando su mentón libre de barba—. ¿Intentaban averiguar los planes de Kailan? ¿Por qué?

La mente de Kingsley iba a una velocidad demasiado elevada como para que su cerebro no le fuera a recompensar más tarde con una jaqueca. Masajeó sus sienes y supo que, la pieza que les faltaba, era de una gravedad superior a todos ellos.

Abraham Miller era un hombre de negocios en el mundo del boxeo, la mayoría de ellos probablemente ilícitos según sus propias investigaciones, nada completamente demostrable para su mala suerte, nada que algo de dinero en los bolsillos adecuados no pudiera solucionar. No era la primera vez que su nombre o los de sus trabajadores se relacionaban con un caso y siempre salían indemnes. Por eso nunca conseguían mirar en su misma dirección. Pero esto no era un tiroteo, no era un soborno, no era un daño colateral. Los hombres de Miller habían torturado y asesinado a un inocente relacionado directamente con su propio hijo, que había huido sin mirar atrás cargando con el cuerpo probablemente de uno de los suyos, y todo eso tenía que significar algo.

Algo que solo Kailan podía saber.

Entonces Kingsley cayó. Lo comprendió.

Kailan era la pieza definitiva del rompecabezas que se inició hace ya casi un año.

Y tenía que encontrarlo antes de que Abraham y sus hombres lo hicieran. Para la policía la información es una moneda de cambio, y si habían torturado a su amigo para obtenerla ¿qué no harían con él ahora que había eliminado a uno de los suyos?

—El chico, hay que ir a por él. —Las palabras de Kingsley salían sin freno de entre sus labios, pues la maquinaria había empezado a funcionar—. J.J. ha dicho que antes vivía en Nueva York, ¿no? Averigua si su familia sigue allí y, de ser así, que la policía neoyorquina se ponga en contacto con ellos y nos avisen.

—¿Para qué?

Los pies de Kingsley se detuvieron en seco y se giró hacia su compañero.

—¿Tú te quedarías aquí si hubieras despertado al león?

Las cejas de Williams se unieron casi hasta formar una sola.

—¿De qué hablas?

—Haz lo que te digo —gruñó—. Es lo primero que cualquiera haría en su situación: ponerse en contacto con los suyos e intentar volver a casa. Mientras tanto, buscaré imágenes del vehículo, cámaras de seguridad de hoteles, de tiendas, lo que sea. Algo que nos acerque también al desconocido. Pediré que se emita una orden de búsqueda y captura de Kailan, que se sepa en todo el país que ha desaparecido y nos avisen en cuanto lo vean, tenemos que encontrarle nosotros primero.

«Porque, si mi instinto no me falla, ese chico corre un grave peligro» pensó inmediatamente después.

Kailan Miller había agitado el avispero y ahora pretendía regresar a casa.

Y lo hará en un ataúd si Ashley Kingsley no se da prisa. 


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