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Capítulo 15. Mi ángel de la guarda

Atlanta, Georgia. Julio de 2022.

Cuando el cuerpo de un casi inconsciente Kailan cayó contra el suelo del sótano, Azrael ni siquiera sintió pena por el chico, sobre todo sabiendo lo que a este iba a sucederle. Sobre todo, habiéndolo empujado él bruscamente contra el pavimento. A Azrael bien poco le importaba su bienestar, lo necesitaba muerto y lo necesitaba cuanto antes. A más tiempo siguiera vivo, más posibilidades había de que se cumpliera la profecía.

Que lo matara el hombre que en parte le dio la vida le pareció hasta poético, como un ciclo que se cierra, como si un humano muriera el día de su cumpleaños. Era el plan perfecto. Kailan moría, la profecía no se cumplía, Lucifer iba a por él tras perder la cabeza y él podría matarlo en defensa propia. A Eligos no pudo matarlo una vez hizo su trabajo o desataría una guerra mucho antes de lo esperado, así que se guardó las ganas para más tarde. Pronto tendría una nueva oportunidad.

Kailan se removió en el suelo intentando erguirse, levantando la cabeza para observar a su progenitor con auténtico miedo en los ojos. Apretó los dientes y se frotó la nuca, ahí dónde Eligos le había atizado momentos atrás cumpliendo su parte del trato. La luz blanca y parpadeante del sótano le taladraba justo detrás de los ojos y el olor a humedad y madera antigua, que desprendían las vigas del techo y las paredes de cemento desconchado por el que se dejaba entrever el ladrillo rojo, le estaba contrayendo el estómago, por lo que tuvo que hacer su mayor esfuerzo para no vomitar. No fue fácil, el mareo por el golpe no estaba siendo algo sencillo de tolerar y toda la habitación le daba vueltas mirara donde mirara. Apoyó las manos en el suelo para recuperar el equilibrio, pero tan solo le sirvió para sentir el tacto áspero y polvoriento del mismo. Quiso recordar algo desde el golpe hasta entonces, pero le fue imposible, todo era negro en su mente, no había nada que le pudiera ayudar a ubicarse. Lo único que sabía era que estaba en un sótano antiguo y de aspecto abandonado, con algunos atriles, mesas amontonadas frente a viejos cuadros de los que no lograba ver sus dibujos y bancos largos de madera.

—Cómo le he prometido antes... aquí lo tiene —dijo el ángel con una orgullosa sonrisa, señalando al humano a sus pies—. Espero que sepa cuidar muy bien de su hijo para que no se vuelva a escapar de casa.

Ese comentario plagado de ironía hizo que Abraham sonriera triunfante, frotando sus manos. Enterarse por boca de ese extraño desconocido que le estaba ayudando de que su hijo le había vendido a la poli, no fue agradable. Una parte de él ya lo esperaba, era esa la razón por la que intentaba matarlo, al fin y al cabo. Le iba a hacer pagar caro haberle intentado tender una trampa con sus engaños para que le detuvieran y después se reuniría con sus socios, todos los problemas estarían resueltos en cuestión de un par de horas. Miró a dos de sus hombres, los pocos fieles que ya le quedaban tras perder gran parte de su fortuna tapando los agujeros que ese maldito crío inútil y fracasado le había provocado, y movió la cabeza en dirección a él.

—Que no te quepa duda —sentenció antes de escupir en el suelo ante su hijo, observándole con el mayor de los desprecios—. Te garantizo que vas a morir como murió el perro de tu tío Raúl. Será cosa de familia.

Kailan intentó con todas sus fuerzas no temblar ni de miedo ni de rabia, pero se quedó en ello en cuanto uno de los dos hombres le asestó una patada en la mandíbula que lo tumbó contra el suelo, seguidas de otro par en las costillas.

Azrael sonrió felizmente ante el grito de dolor y suspiró aliviado. Se dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras de madera vieja dando por terminado su trabajo, aquella vez definitivamente. El Cielo estaría a salvo gracias a él.

Pero sus pies se detuvieron cuando Kailan habló.

—Nunca podrás superar a Samael —gruñó retorcido desde el suelo. Escupió la sangre que teñía sus dientes y lo asesinó con la mirada—. Él siempre será mejor que tú.

El Ángel de la Muerte tensó la mandíbula, observándolo por encima de su hombro, y retomó el paso queriendo ignorar lo que había oído. Se marchó encolerizado y apretando los dientes, sin apenas oír como Kailan era arrastrado por el pelo hasta una esquina del amplio sótano en la que lo sentaron y ataron a una silla, donde sus gritos y gruñidos de dolor tras cada golpe comenzaron a hacer eco por el mismo.



Lucifer

Los gritos de la agente Kingsley para que me detuviera no me hicieron dejar de correr. En cuanto todo encajó, salí disparado hacia las calles, me darían cobertura suficiente para que ninguno de esos policías me descubriera. No lo hice únicamente por eso, si no porque no fui capaz de controlar el estado de mis ojos y no quería confirmarle toda su teoría a Kingsley. En aquel instante, todos los humanos me daban igual.

Todos, excepto Kailan.

Mi mente solo era capaz de pensar en él. De proyectar imágenes de su sonrisa, de la felicidad en el verdor de sus ojos, de cada recuerdo que había creado desde que subió a la parte trasera del coche.

Un grito de furia estalló de mi garganta en cuanto estuve completamente apartado en los callejones entre un vecindario de casas. Me di cuenta que no estaba solo al girarme y ver a Aim y Dantalion a tan solo unos metros de mí. Agacharon la mirada en cuanto la mía ardió escarlata. Apenas era capaz de ver mi entorno con claridad, el calor abrasaba mi cuerpo y cegaba mi vista, tan solo podía sentir un delgado mechón de mi pelo a un lado de mi rostro, meciéndose al compás de mi jadeante respiración debido a la ira liberada. Aquellas sensaciones eran lo más cercano a estar mareado y querer vomitar que sentiría a lo largo de mi inmortal existencia. Escuché una nube de pájaros marchar aterrada de un árbol cercano, así como un seguido de aullidos por todo el vecindario.

—Debe calmarse, Majestad. —Aim dio un vistazo a nuestro alrededor y hacia las nubes grises sobre nuestras cabezas, que empezaban a rugir augurando una tormenta—. O quienes habitan este Plano podrían lamentarlo.

—Ha sido culpa mía, debí hurgar en la mente de ese bastardo de Eligos y...

Levanté la vista hacia Dantalion.

—¿Qué?

Mi voz deformada y demoniaca hizo que se mantuvieran rectos como estatuas. Intenté tranquilizarme, odiaba cuando mis fieles y hermanos me temían.

—No es momento de buscar culpables, Dantalion, nadie pensó en que un hermano fuera a hacernos algo así —dijo Aim negando con la cabeza.

El mencionado me miró de arriba abajo.

—Por su reacción... creíamos que ya lo sabía. De lo que hemos venido a advertirle, me refiero.

Mi ceño se frunció y di un par de pasos hacia ellos. Era incapaz de procesar lo que me estaban diciendo. ¿Qué tenía que ver Azrael con la presencia de ellos aquí?

—¿A qué os referís?

Mi mente se llenó de un seguido de imágenes. Nuestros hermanos entrenando y ataviados con sus armaduras igual que iban Aim y Dantalion. Eligos sentado en mi trono. Eligos y Azrael en mi estancia en el Infierno, con una sonrisa triunfante. Mi cuerpo tembló por completo y abrí los ojos de golpe cuando el calor del Infierno calcinó el centró de mi pecho, haciéndome dar un paso atrás.

La serpiente en mi antebrazo se removió.

Y entonces lo comprendí.

Aquellas imágenes no eran mías, eran de Lilith.

En cuestión de segundos sentí su energía recorriendo mi cuerpo de pies a cabeza y la bruma negra manó de cada centímetro de mi piel hasta dibujar la silueta de mi deslumbrante mejor amiga.

Nos sonrió altiva, alzando el mentón, de nuevo con su melena libre y su vestido negro.

—¿Me has echado de menos?

Mis hombros se aflojaron y retuve con todas mis fuerzas las lágrimas al verla de nuevo, sana y con vida. No pude evitar abrazarla atrayéndola contra mí. Posó sus manos en mis mejillas con dulzura y contempló mis ojos con preocupación.

—¿Dónde está Kailan?

Mi silencio y dolor fueron su respuesta, sabía que podía sentirlo. Tragó saliva, agachando ligeramente la cabeza antes de mirar a nuestros hermanos.

—No hemos llegado a tiempo.

Apreté los puños.

—Azrael se lo ha llevado —contesté abatido.

—Y no solo él.

Miré a los tres, encajando en mi mente cada pieza, cada retazo, cada frase que habían dicho en los últimos segundos y que mi mente aturullada no había logrado entender.

«Eligos» resonó en cada rincón de mi ser.

Mi cuerpo vibraba irradiando rabia como si mi piel desprendiera calor, dudaba que mis ojos pudieran volver a mi color habitual en algún instante. El peso de toda la Creación aplastaba mis hombros y mi pecho sin piedad, robándome la vida como nunca creí posible. De hecho, así había ocurrido, me la habían robado. Azrael y uno de mis fieles al que yo había llegado a llamar «hermano», habían confabulado contra mí para alejarme de aquello que había dado sentido a mi existencia.

—Sé que estás enfadado, pero nos encargaremos de él más tarde.

Lilith volvió su rostro hacia nuestros hermanos y asintió, tomando el control de la situación, pues yo temía desatar una guerra tan solo con abrir la boca una vez más.

—Volved a casa y aseguraos de que esa rata no escapa.

Dantalion asintió firmemente, mirándome a los ojos con seguridad.

—Se lo prometemos, Majestad.

—Gracias por todo, hermanos —logré decir de manera calmada entre toda la ira que se desataba en mi interior.

Tras un gesto servicial por parte de cada uno y con la firme promesa en sus miradas de que cumplirían hasta el final, desaparecieron ante nosotros en un abrir y cerrar de ojos. Fue un instante después cuando Lilith puso su atención en mí de nuevo.

—Se lo ha llevado, ese malnacido se lo ha llevado. —Mi voz se rompió al final de la frase y cerré los ojos, abrumado por toda la agonía y el desespero que me estaban pudriendo por dentro—. Le prometí que le protegería, que nada iba a ocurrirle.

Sus manos afianzaron su apoyo en mis mejillas.

—¡Céntrate, Lucifer! —rogó, queriendo calmarme—. Solo tú podrías encontrar su esencia entre un millón, pero debes calmarte primero. Cierra los ojos y concéntrate. Es lo único que necesitas, esto es lo mismo que Roswell.

Le miré estupefacto, siendo consciente de que todas y cada una de las sensaciones angustiantes estaban opacando mis sentidos, volviéndolo una tarea imposible.

Una vez más, y como siempre, Lilith tenía razón.

Obedecí sus palabras sin demorarme en ello, concentrándome únicamente en Kailan. En él, en su aroma, en su esencia bondadosa e inigualable tal y como hice en Roswell. Lo sentí casi al instante en mitad de la densa oscuridad, como un hilo anaranjado y difuso que tiraba del centro de mi pecho hacia él. Kailan era una guía luminosa en mitad de toda mi pena y pesar, como mi propio faro personal en un océano de oscura amargura.

No me hizo falta decirle a Lilith que lo había encontrado, salir corriendo en dirección a él fue su respuesta.



La luz de un rayo, que se coló por los coloreados ventanales, iluminó nuestras escalofriantes sonrisas en la entrada de la iglesia.

—Azrael tiene sentido del humor, qué sorpresa.

—Desde luego.

Mi gruñido hizo titilar las llamas de los cirios, que alumbraban débilmente las estatuas e imágenes de la Virgen María y el inocente de su hijo, sacrificado por los pecados humanos, entre los brazos de su madre emulando La Pietà de Miguel Ángel. Caminé con lentitud entre los bancos y la penumbra, negando la cabeza ante la tristeza que rezumaba el vacío ambiente. Los colores grises, las lágrimas recorriendo las mejillas de María, el sufrimiento de cada santo representado en los tonos apagados de las vidrieras. El chasquido de mi lengua hizo eco por el lugar, sorprendiendo al cura al final del pasillo junto al atril.

Siempre me decepcionaba lo que habían hecho con lo que se suponía que era el lado bueno de la historia. Todo dolor y pena, no había una pizca de felicidad y diversión. ¿Y aquel era el camino correcto? ¿El contrario a mí? No me parecía esperanzador, normal que los humanos se corrompieran fácilmente si la alternativa a mí eran la angustia y los pesares.

La esencia de Kailan invadía la atmósfera de forma difusa pero intensa, como si estuviera en todas partes y en ninguna a la vez. Sabía que estaba allí, solo Azrael podía haber tenido una idea así. Lo malo era que se entremezclaba con el repulsivo olor del antiguo lugar, volviéndolo una tarea algo más complicada. Sonreí hacia el cura, que se aferraba patéticamente a la cruz de oro colgada en su cuello. La mayoría de ornamentos de la catedral estaban recubiertos y bañados en oro, desde partes de las imágenes y estatuas, hasta las ropas del hombrecillo con sotana ante mis ojos. Reí con sarcasmo.

—«Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el Cielo» Lucas 18: 22-23 —cité con sorna, dando un vistazo a toda la riqueza que nos rodeaba de suelo a techo.

Lilith rio divertida y el cura dio un paso atrás. Sabía quiénes éramos, por supuesto que lo sabía.

—Hola, padre. —Tembló de pies a cabeza y apretó los dientes, intentando mantener la firmeza—. ¿Dónde está? El chico que ha traído mi hermano Azrael.

Crux Sacra Sit Mihi Lux...

Me aguanté la risa, a diferencia de Lilith, y me relamí los labios dando un paso más hacia él, quien no dudó en retroceder de nuevo ante la carcajada espeluznante de la primera mujer.

—Vamos, padre, sé que está aquí. Como también sé que mi hermano se ha revelado ante usted para que confíe en él, ¿cierto? Puedo verlo en sus ojos, sentirlo en su esencia, como pretende evocar una luz desde su interior de la que siempre ha carecido. Hay almas que ni los seres divinos pueden salvar.

Non Draco Sit Mihi Dux...

La rabia comenzó a inundar mi cuerpo ante la poca colaboración que estaba obteniendo, volviendo el aire denso y pesado en una corriente fría que sacudió ligeramente las telas que vestían a las imágenes a nuestro alrededor, así como las flores bajo las mismas.

—Estoy tratando de ser pacífico.

—¡Vade... Vade Retro Satana!

Lilith resopló con hartazgo, jugueteando distraída con uno de sus largos rizos.

—Me aburro —dijo, alargando la «u» como una niña pequeña que se había cansado de juegos. Podía entenderla—. El latín no va a ayudarle.

—Y el ángel que ha venido tampoco —sentencié, dando otro paso en su dirección, subiendo al altar.

La espalda baja del cura topó contra la gran mesa de bronce bruñido.

—No pienso... ayudar al Maligno.

Una ladeada sonrisa curvó mis labios. Estaba harto de juegos y reproches, la vida del amor de la mía estaba en juego, no iba a perder un solo segundo más.

—Un ángel ha secuestrado a un joven inocente para que su propio padre lo asesine bajo el techo de una iglesia... ¿Y yo soy el Maligno, padre?

Mis palabras hicieron eco por la inmensidad de la catedral. Este lloriqueó aterrado, aferrándose a la mesa tras su espalda, incapaz de apartar su vista de la mía. Toda llama encendida en cada vela se apagó con una leve ventisca que sacudió el lugar, dejándonos en la más absoluta penumbra. Las grandes puertas de robusta madera que componían la entrada se cerraron de sendos portazos cuando esta las atravesó y el ruido reverberó hasta nosotros. Pude percibir como su piel se erizaba y el terror le devoraba las entrañas.

—Las apariencias engañan. —Se removió ante mi susurro sobre su rostro y pellizqué despectivamente sus ropas con mi índice—. Yo mismo he conocido demonios que llevaban sotana y alzacuellos, que obraban horrores en nombre de un Dios que no había mencionado tales órdenes. —Le miré fijamente sin pestañear, tensando la mandíbula—. Demonios que miran y tocan de formas inmundas a los seres más vulnerables y frágiles de este Plano... ¿Y yo soy el Maligno, padre?

El rezo escapaba entre murmullos lastimeros de sus delgados y arrugados labios. El asco y la repugnancia de olfatear en él todo pecado y horror cuanto había cometido desató el más puro fuego del Infierno en mi interior, ardiendo en deseo de castigarle como se merecía. Mis ojos se tornaron negros en su plenitud y Lilith rio encantada, materializándose en la grande y preciosa boa de ojos escarlatas que adoraba encarnar. Reptó por mi cuerpo hasta rodear mis hombros y se acercó al cura, como si lo olfateara, casi parecía estar sonriendo. Las lágrimas rodaron por las mejillas del ser repugnante ante nosotros y miró de soslayo la escultura de la crucifixión hecha de piedra robusta que colgaba tras él, presidiendo el santo lugar sobre un manto de flores blancas. La observé, con la sensación de que él habría estado más que de acuerdo con aquello.

—Él no va a protegerte, de hecho le repugnas. ¿Te ha prometido mi hermano la entrada asegurada al Reino de los Cielos y le crees simplemente porque es un ángel? —siseé, consiguiendo que volviera a mirarnos—. Los ángeles mienten, padre. Pueden ser mezquinos, malvados, horribles y soberbios, tanto o más que nuestro propio Padre. En el fondo usted ya lo sabe y le conviene fingir lo contrario para limpiar su conciencia, pero... ¿sabe por qué lo sé yo?

Lilith serpenteó por sus hombros, acariciando su cuello y lamiendo su mejilla con su lengua bífida, el cura lloró sin consuelo. Pegué mi boca a su oído con una ladina sonrisa.

—Porque hasta el Diablo fue un ángel en su día.

Estuve cerca, muy cerca, de hacer pedazos a la basura infecta que tenía ante mis ojos.

Un desconsolado grito de dolor fue lo que me detuvo, helando mi cuerpo.

Lilith, que en una milésima de segundo había vuelto a su forma humana, con sus manos apoyadas en los hombros del cura y sentada sobre la mesa, giró la cabeza en dirección al grito a la vez que yo. Nos miramos a los ojos y saltó al suelo. Mi anilló quemó cuando reclamé a mis hermanos en una orden firme y mental. Una desquiciada sonrisa se adueñó de mis labios cuando contemplé al cura y sentí sus presencias a mis espaldas. El suelo tembló generando grietas en la piedra y mármol de las paredes, y el cielo tormentoso rugió fuera de la iglesia, dejando caer un rayo sobre el campanario que sacudió el lugar con el retumbar de sus campanas. Entonces pude sentirlo, una alegría ajena a mí, genuina, pura. Miré hacia la puerta, hacia la esencia que entonces me guio en una clara dirección.

Kailan sabía que estaba aquí.

Mi sonrisa se ensanchó y el cura se orinó encima.

—En el Infierno hay un rincón diseñado para la escoria como tú —dije entre dientes, haciéndome a un lado, dejando ver a mis fieles a mis espaldas en mitad del pasillo.

Habían adoptado la terrorífica forma de una manada de lobos monstruosos, que rugían y gruñían en nuestra dirección. Figuras dantescas de silueta lobuna, negras y grises, de ojos rasgados, blancos y rojizos, con dientes grandes y afilados como níveos puñales por los que resbalaban espumarajos e hilos de saliva, lanzando al aire mordiscos y dentelladas. Con una mirada pude identificar a Asmodeo, Valak, Dantalion y Belcebú en ese orden. A este último le encantaba unirse a todas las fiestas, era como un adolescente descarado. Estaba convencido de que Kailan se llevaría muy bien con él.

Miré de nuevo al cura dedicándole una sonrisa altiva.

—Mis hermanos se encargarán de enseñártelo.

Los lobos echaron a correr por el pasillo de la iglesia y yo me alejé tranquilamente hacia la puerta junto a Lilith, que sonreía encantada, escuchando a nuestras espaldas el chasquido de la sangre empapando el lugar junto con los gruñidos de nuestros hermanos en sus formas animales haciendo eco por la majestuosa catedral, como las risas de unas hienas que se divierten al destripar al monstruo que era su presa. Los alaridos de dolor y el llanto agónico acompañaron esa armoniosa melodía los pocos segundos que duró vivo. Me giré para contemplar como Valak desgarraba la carne y devoraba sus entrañas estando el ser todavía con vida, mientras el resto arrancaba sus extremidades. Belcebú y Dantalion tironeaban de una misma pierna como perros jugueteando con una cuerda, destrozando el altar al batallar por ella. Asmodeo arrancó su cabeza, dejando un reguero de sangre allá por donde se deslizaba la columna vertebral como un colgajo de carne y huesos, con el rostro del cura ya cadáver contraído en una expresión aterradora, con la boca abierta y los ojos en blanco.

—¡Chicos, portaos bien! —les riñó Lilith divertida.

Reí.

Incluso con lo que acababan de hacer, no eran más monstruos que la presa entre sus fauces.

Observé una última vez la imagen de la crucifixión de piedra, apreciando las gotas de sangre caliente que caían por el rostro de Jesús y goteaban desde su barbilla hasta el manto de flores blancas a sus pies.

Le sonreí y guiñé un ojo antes de cruzar la puerta. 



Bastó un segundo para que, tras bajar las viejas escaleras de madera hacia el sótano, reventara la puerta de una sola patada. Esta cayó a mis pies levantando el polvo del suelo y di un par de pasos hacia el interior con Lilith a mi espalda. La ira hervía en mi interior, ascendiendo por mi pecho hasta mi garganta, estrangulándome. No quise controlar el color de mis ojos, ni siquiera lo intenté. Fue imposible al ver a Kailan en una esquina del sótano, con las muñecas atadas a los reposabrazos de la silla, y la cabeza agachada con el mentón clavado en su pecho. La imagen de su entrenador muerto en aquel almacén de Roswell invadió mi mente como el peor de los venenos. Todo mi cuerpo tembló por completo, no hubo una sola parte de mi ser que no lo hiciera. Uno de los hombres se apartó de él y vino a por mí, dispuesto a proteger a su amo de nuestra presencia. No le dio tiempo a reaccionar, lo agarré por el cuello y lo lancé lejos, estampando su espalda contra los bancos de madera apilados en un rincón. El «crack» de su columna vertebral hizo que el otro tipo diera un paso atrás, aterrado. Lilith se lanzó a por él, rompiéndole el cuello en un ligero y grácil movimiento que pareció no costarle fuerza alguna. Cuando Abraham hizo amago de huir por las escaleras, lo inmovilizó con sus ojos absortos en la total oscuridad, haciéndole caer de rodillas. Corrí hacia Kailan sin dudar un solo segundo, agachándome ante él.

—Kailan... Kailan, por favor, por favor —susurré levantando su cabeza con ambas manos en sus mejillas.

Tenía la cara destrozada, fue imposible ahogar el sollozo que me obstruyó la garganta. La sangre caía de sus cejas, pómulos, nariz y labios, de estos colgaba un fino hilo de saliva sanguinolenta que limpié con mis temblorosos pulgares. La piel bajo sus ojos y gran parte de su rostro estaba amoratada, teñida de sangre, de colores violáceos y amarillentos. Su ojo izquierdo estaba completamente hinchado y apenas podía abrirlo. Me di cuenta de que las lágrimas surcaban mis mejillas sin posibilidad de detenerlas. Rasgué de un tirón las cuerdas que laceraban sus muñecas para poder moverle y un quejido escapó de sus labios.

—Kailan, por favor, quédate conmigo... mírame, por favor mi vida, mírame —susurré, apartando de su frente el pelo empapado en sangre y sudor.

Su ojo sano se abrió lenta y débilmente, e hizo lo que menos me esperaba.

Sonrió.

—Mi ángel de la guarda...

Mordí mis labios, tragándome el llanto que amenazaba con destrozarme, y uní mi frente a la suya, acariciando con sumo cuidado su mejilla.

—Mi pequeño demonio —susurré con una sonrisa bañada en lágrimas—. ¡Lilith, ayúdame, por favor!

Una brisa repentina me indicó que estaba a mi lado, acudiendo rauda a mi ruego. No me sorprendió verla rota y con la cara desencajada, pero sí lo hizo ver como una nueva lágrima alargaba su maquillaje negro, dejándome estupefacto. Entre los dos levantamos con extremo cuidado al chico, podía escuchar el crujir de sus rotas costillas provocando un nuevo Infierno en mi interior.

—Quédate con él —gruñí, viendo cómo se pasaba el brazo del chico por los hombros mientras me giraba hacia Abraham.

Anduve hacia él temblando de rabia, con los ojos ardiendo en rojo sangre, viendo como este se arrastraba con las piernas intentando alejarse de mí, manchándose su caro y opulento traje de polvo y sangre.

Mis comisuras se curvaron de manera lunática.

—¿Me recuerdas?

Tiritó de pavor con la mirada perdida en mí y, unos instantes después, sus ojos se ensancharon. Tartamudeó un grito que murió en sus labios temblorosos. Lo tomé por el cuello de su camisa y me agaché.

—Voy a hacer lo que debí haber hecho tiempo atrás —rugí sobre su rostro.

Le sacudí un puñetazo que le giró la cabeza. Fue tan placentero reventarle la cara que, a ese, le acompañaron muchos más. Todos y cada uno con la fuerza justa para no matarlo, pero si desfigurarlo. Para que sintiera el dolor resquebrajando su piel y su alma.

—Sam...

La voz de Kailan llegó lejana a mí, tanto, que ni siquiera sé cómo logré identificarla como suya. No quise ni pude escuchar. Puñetazo tras puñetazo, golpe tras golpe, descargué mi rabia y mi dolor en su rostro, haciéndole pagar todo lo que le había hecho a lo mejor que conocí en mi existencia.

—¡Samael!

Seguí golpeando su asquerosa cara sin descanso, sin detenerme, necesitaba enseñarle las consecuencias de cada uno de sus actos en vida como un preludio de lo que le esperaba en la muerte. No habría descanso eterno para él, lo impediría personalmente.

—¡LUCIFER!

Lo solté de golpe y me giré hacia Kailan, asombrado. El grito había sido claro y ensordecedor. Se sostenía de pie junto a Lilith, que le observaba perpleja.

—No me... no me llames así —susurré con dolor, incrédulo—. Tú no.

El suspiro agotado que acompañó la lagrima en su mejilla me derrumbó.

—Pues entonces no lo hagas... no lo seas, sé el Samael que yo conozco —murmuró. La voz sonaba tan débil que dolía escucharle, hablaba como si cada palabra fueran su último hálito de vida—. No seas el monstruo que quieren de ti.

El perro infame se removió alargando un brazo hacia su hijo.

—Kailan...

Acerqué su rostro al mío por la camisa empapada y estrangulada en mi puño, su cabeza se sacudió caída hacia un lado por la brusquedad del movimiento.

—Como tus cuerdas vocales vuelvan a vibrar pronunciando su nombre, te las arrancaré con mis propios dientes —gruñí sobre su repulsiva cara—. Tienes suerte de que tu hijo sea lo mejor de ti, porque gracias a él estás vivo. Nunca valdrás ni una ínfima parte de lo que vale él.

Solté con un gruñido de rabia al hijo de puta entre mis manos y me puse en pie, exhalando con fuerza.

—Saca a Kailan de aquí.

Lilith frunció el ceño casi a la vez que el chico.

—¿Qué vas a hacer? —replicó este.

—No voy a matarle. —Le miré fijamente, con dolor ante su estado, y apreté los dientes—. Te lo prometo, Kailan.

Sus hombros se relajaron ante mis palabras, sabía lo que significaban mis promesas.

—Solo será un segundo.

—Está bien. —Lilith asintió, guiando a Kailan hacia las escaleras—. Vamos, con cuidado.

Cuando me supe solo, me giré lentamente hacia el amasijo de sangre y heridas en el que se había convertido Abraham Miller, que se arrastraba lejos de mí. Me acerqué hasta agacharme frente a él, mirándole a los ojos.

—No voy a matarte —susurré.

Abraham se alejó, gritando de puro terror.

Y yo sonreí como jamás en eones de existencia había sonreído. Mis ojos pasaron paulatinamente del rojo al negro en su plenitud, adentrándome en su mente repulsiva.

—Voy a hacer algo mucho mejor.



Salí de la catedral a paso lento y calmado, sacando un cigarrillo de mi pitillera y colgándomelo de los labios. Tomé el teléfono de Kailan de mi bolsillo, que él mismo me había entregado en comisaría después de su llamada con su padre como si quisiera poner distancia entre ambos, y busqué el número que había guardado el día anterior. Llamé mientras encendía el cigarro. La fina lluvia comenzó a gotear sobre mi cabeza.

Kingsley contestó al primer tono.

—¿Diga?

—Catedral de Cristo Rey, en el camino de Peachtree —dije, exhalando el humo al apartar el cigarrillo con la mano ensangrentada—. Abraham Miller está atado a una silla en el sótano. O lo que queda de él.

—¿Dónde está Kailan?

Por el tono alterado de su voz supe que me reconoció enseguida. A su alrededor se escuchó un ajetreo de personas que armaban revuelo.

—Por eso no se preocupe, yo me encargo de él. Usted encárguese de cumplir su parte del trato a menos que quiera acabar como el padre de Kailan.

Una risa sarcástica fue su respuesta.

—¿Me estás amenazando?

—Le estoy informando de lo que puede pasar.

—Mucho cuidado con lo que dices. No me importa quién seas ni dónde te escondas, puedo rebuscar lo necesario hasta dar contigo.

Reí llevándome el cigarro de nuevo a los labios, me resultó divertido escucharla utilizar una frase que yo había pronunciado durante eones con anterioridad.

—No hará falta —aseguré con una calma total y absoluta—. Yo la encontraré primero.

Colgué la llamada y me guardé el teléfono. Estaba demasiado agotado mentalmente y no me preocupaba nada más que Kailan, quien estaba estirado en los asientos traseros de un coche nuevo conducido por Lilith y con nuestras cosas recuperadas de la camioneta, que no sé de dónde había sacado ni cómo las había recuperado, pero en aquel instante no pudo importarme menos. 



Desde el retrovisor central del deportivo podía ver como Lilith acariciaba el pelo de Kailan, quien tenía la cabeza apoyada en su hombro. Quería haber sido yo quien estuviera en su lugar, pero a su vez necesitaba tener el control de la situación. Necesitaba ser yo quien condujera hasta el hospital más cercano como si fuera incapaz de dejar esa tarea en manos de Lilith o cualquier otro. No porque no me fiara, si no porque le había fallado al amor de mi vida y la culpabilidad me estaba destrozando. Se encontraba en ese estado por mis errores. Si hubiera vigilado bien, si hubiera estado junto a él, Kailan no habría sufrido nada más por mi culpa. Pude sentir la mirada asesina de Lilith apuñalándome la nuca, comprobé de nuevo por el retrovisor que estaba en lo cierto. Resoplé con amargura, frotándome los ojos con una mano y apoyando el codo en la ventana. Nadie iba a poder hacerme sentir lo contrario por el peso de mis actos.

—Debe de haber un hospital cerca, estoy seguro —farfullé tamborileando los dedos con inquietud contra el volante.

Podía sentir la pesadumbre y las débiles esencias que merodeaban siempre los hospitales.

—Nos vendrá genial para cuando nos mates a esta velocidad.

Fui consciente de las palabras de Lilith a la vez que dejaba de acelerar, viendo la aguja del velocímetro descender a cada segundo.

—Quizá en las siguientes calles, pero ha de estar por aquí —añadí, ignorando el comentario.

—No.

La voz trémula de Kailan me hizo girar el cuello en su dirección. Lilith palmeó mi espalda para que volviera la vista al frente en busca de no tener un accidente.

—¿De qué estás hablando?

—Nada de hospitales. —Una tos hizo que se llevara la mano a las costillas, el dolor contrajo su rostro—. Será más seguro desaparecer por ahora.

—Has perdido la puñetera cabeza, ¿verdad? Dime que es así para que pueda entenderlo.

Negó, mirándome a través del espejo.

—Creo que nunca he estado tan cuerdo.

Frené en seco, importándome más bien poco los pitidos de otros vehículos que me adelantaron por el carril contiguo, y me giré en el asiento para poder encararle.

—Voy a llevarte al hospital, necesitas un médico.

Lilith me miró, sopesando alguna idea.

—¿Sabes si en tus alas...?

—¡No!

De nuevo, la voz de Kailan sonó clara. Se incorporó en el asiento, con ayuda de la mujer.

—No pienso volver a ver el dolor que eso te provoca.

—Kailan, ahora mismo mi propio dolor me importa una mierda. Dudo poder sentir más después de esto —siseé mirándole de arriba abajo.

Cerró el ojo sano con cansancio y volvió a negar.

—No es mi primera paliza, Sam. ¿Qué chingados te crees que me hacen en un ring?

Reí con sarcasmo, apoyando de nuevo el codo en la ventana al sentarme correctamente. Debía estar volviéndome loco.

—No me puedo creer que estemos discutiendo esto. ¡En un ring puedes devolver los golpes, Kailan! Esto es diferente, tienes contusiones y hematomas, al menos dos costillas rotas e incluso podrías tener alguna hemorragia interna. No me preguntes como lo sé, no soportarías escuchar lo que oigo yo en tu cuerpo.

El silencio invadió el interior del vehículo. Me sentía frenético, incapaz de controlar mis palabras más allá de todo lo racional que pudiera ser.

—Solo necesito una ducha, una buena cama y descansar. Y si es junto a ti, mejor.

Chasqueé la lengua, poniendo los ojos en blanco.

—El chantaje emocional no va a servirte esta vez.

—Seguro que un poquito sí.

No pude evitar reír, cosa que se contagió a Lilith. Podía concederle al menos una parte de lo que me pedía. Asentí, arrancando el coche de nuevo.

—De acuerdo, ¿una buena cama? Te conseguiré la mejor.



Entré al Four Seasons de Atlanta a paso decidido hasta plantarme frente a la recepción. Tenía prisa y ninguna paciencia, así que no me detuve un solo segundo ante las miradas de algunos huéspedes y trabajadores. Suerte tuve de hacer caso a Lilith y limpiarme la sangre de las manos antes de entrar. Una de las trabajadoras tras el mostrador me sonrió por compromiso tras colgar el teléfono y se dirigió hacia mí, observando mi desaliñado aspecto como si dudara en fiarse de mí en base a mi belleza o desconfiar debido al polvo que manchaba mi ropa.

—Buenas tardes, caballero. ¿En qué podemos...?

—Quiero una habitación con las mejores camas que tenga —interrumpí, ojeando furtivamente al resto de trabajadores tras el mostrador—. Para tres personas, una noche.

Parpadeó con la boca ligeramente abierta y tecleó en el ordenador a su izquierda.

—Todas nuestras habitaciones son buenas y están perfectamente acondicionadas...

—He dicho la mejor que tenga.

—Oh, claro, disponemos de la suite de lujo y la... la suite presidencial.

—Esa última.

Volvió a pulsar cada tecla con impertinencia, echándome fugaces vistazos como si yo no pudiera verla cuando podía incluso olfatear su arrogancia y soberbia.

—Está disponible, lo único que tiene obligación de un mínimo de dos noches y... tiene un coste de 5.500 dólares la noche, caballero. Puedo buscarle algo más... económico, si lo desea.

Alcé una ceja sin tan siquiera pestañear ante su nuevo y repelente escrutinio de arriba abajo.

—Me la quedo una semana.

—Pero si... ha dicho que...

Saqué mi billetera del bolsillo y extendí la American Express Centurion que deslicé por el mostrador con una ladeada sonrisa.

—Me la quedo una semana.

Casi se le salen sus tristes ojos de las cuencas. Tragó saliva y aceptó la tarjeta, tomándola con su temblorosa mano, agachando la cabeza y guardando silencio. Probablemente no había visto una de esas en su vida. Me fascinó el repentino cambio de trato, volviéndose la mujer más amable y servicial que claramente no era a menos que le extendieras un cheque ante sus narices. Algunos humanos eran sencillamente patéticos.

—De acuerdo, señor... Caín. —La mujer carraspeó ante el nombre y yo me aguanté la risa. Me entregó la llave de la habitación, una tarjeta plateada, y volvió a mostrarme una encantadora sonrisa—. Aquí tiene, ¿desean alguna cosa más para su estancia?

—La carta del restaurante, quiero que la comida la sirvan en la habitación. Carne, pescado, frutas, verduras... Lo mejor que haya en el mercado, pagaré lo que haga falta. Y que ni se les ocurra usar una gota de alcohol. —Me acerqué al mostrador y di un par de golpecitos con el dedo índice, mirándola fijamente—. Y unas diez cajas de Oreo. No valen cualquiera, han de ser de chocolate blanco, esto último es de vital importancia. ¿Me ha entendido?

La mujer parpadeó perpleja, frunció el ceño con la boca abierta de nuevo como si aquello le ayudara a procesar la información.

—Ah... sí, creo que sí. Es decir, claro, por supuesto. Lo que desee.

Asentí dando algunos pasos hacia atrás.

—Y un médico, el mejor de la ciudad, que venga en una hora. Le pagaré el doble.

Vi cómo se lanzaba a por el teléfono mientras yo salía del alto edificio. Resoplé con sarcasmo, metiéndome en el coche de nuevo, arrancándolo.

—¿Y bien? —preguntó Lilith, con Kailan a su lado observándome con mirada expectante.

Reí secamente, arqueando una ceja y dirigiéndome hacia el parking subterráneo.

Poderoso caballero es Don Dinero.



—Sam, creo que te has pasado.

Kailan contempló la habitación totalmente estupefacto desde la puerta y colgado de mi hombro. Habíamos subido por el ascensor desde el parking para evitar que alguien le viera en ese estado. Le ayudé a entrar con extrema cautela, a lo que no dudó en llamarme exagerado y decir en repetidas ocasiones que estaba bien. Le miré mal ante el quejido que se tragó después de unos cuantos pasos hacia el gran salón de la suite. Sostuve con cuidado su cuerpo mientras tomaba asiento en el inmenso sofá crema, frente al descomunal televisor de pantalla plana, a juego con las tonalidades de paredes, suelos y cortinas. La estancia era verdaderamente enorme, como si de un apartamento entero se tratase. Disponía de dos habitaciones independientes de camas blandas y gigantescas con baño privado y de lujo, así como de un salón comedor con una cocina pequeña pero funcional.

Ayudé a Lilith a entrar nuestras cosas mientras el chico seguía observando el lugar con la boca ligeramente abierta.

—Voy a prepararte un baño, en menos de una hora estará aquí el médico.

Sus cejas se arquearon débilmente.

—Dije que nada de médicos.

—Dijiste que nada de hospitales, no mencionaste nada acerca de que los médicos vinieran a ti. —Resopló con rabia ante mi sonrisa triunfante—. Ahora vuelvo.

—Sam, no hace...

Ni siquiera me detuve a escuchar. Entré al cuarto de baño en tan solo un pestañeo, moviéndome de un lado para otro, abriendo el grifo de agua caliente a una temperatura agradable para que se llenara la bañera, tomando los jabones de cortesía y olisqueándolos por encima para ver cuál era mejor. Todos me olían igual así que tuve que llamar a Lilith para que ella eligiera, bajo el grito de Kailan de que todo aquello era innecesario. Nadie le hizo caso, por supuesto. Vertí parte del gel seleccionado y después preparé las toallas y el albornoz. Volví para ayudar a Kailan a levantarse mientras dejaba a Lilith sola husmeando por la habitación con una sonrisa divertida. Honestamente, me daba algo de miedo dejar a ese demonio travieso a sus anchas, pero no me quedaba otra.

—Vamos, te ayudaré —dije en voz baja después de cerrar la puerta, acercándome para poder ayudarle a quitarse la ropa despacio.

Sus caras y gestos de dolor en tan sencillos movimientos me estaban destruyendo lentamente. Tuve que apartar la mirada cuando vi su torso amoratado, violentando el precioso tono de su piel morena que tanto adoraba. Cuanto me arrepentía de haber dejado a ese gusano infecto con vida.

—No hace falta que mires, Sam, sé que estoy lamentable.

Le observé molesto, tomando su rostro entre mis manos. Dejé un beso sobre su ojo malherido con dulzura y extremo cuidado.

—Eres lo más bonito que he presenciado en todos los milenios de mi existencia, Kailan, nada podrá cambiar esa realidad —susurré, viendo como su ojo sano se aguaba. Deposité otro beso sobre su frente—. Después de mí, por supuesto.

Su risita divertida calentó mi pecho, aliviando el tenso ambiente. El suave aroma del gel elegido por Lilith y ese sonido lo volvieron todo mucho más agradable, más fácil.

Le ayudé a meterse en la bañera y suspiró cuando el agua caliente relajó su cuerpo, noté lo mismo en su esencia y energía. Parecía más tranquilo, calmado. Me senté en el suelo junto a él, remangando el suéter hasta mis codos y jugueteando suavemente con el agua espumosa que le rodeaba. Ponía mi mano derecha en forma de cuenco con mis dedos y vertía el agua sobre su espalda, viendo como las gotas se deslizaban por el tatuaje de la deidad azteca. Kailan mantuvo uno de sus brazos sobre sus rodillas, mientras que con el otro se abrazaba a sí mismo. Me di cuenta de que su mano temblaba, de que no me miraba. La tranquilidad que flotaba en él como un perfume sanador se fue tornando oscura cual nube tormentosa, envolviéndolo en cuestión de segundos.

—Eh... —Le atraje hacia mí para abrazarlo, sin importarme en absoluto que me empapara la ropa—. Tranquilo... ya está... se acabó. Por fin se terminó.

—He... He pasado tanto miedo —confesó sobre mi hombro en un sollozo ahogado, aferrándose a mí. Le abracé con fuerza, desmoronándome a la vez que él—. Pensé que ya estaba, que ese cabrón se había salido con la suya, que iría a por mi familia. Y que Azrael te destrozaría. Joder, pensé que no volvería a verte jamás, ni a ti ni a mi familia.

Supe en ese instante que, si hasta ahora todo lo vivido no había sido suficiente para confirmarme que Kailan era el ser humano más maravilloso y especial que había existido en este Plano, aquello me lo confirmaba. En el momento más peligroso, donde su vida había pendido de un hilo, él no había temido por su integridad, si no por la de que aquellos a los que quería. Me aclaré la garganta y le miré como quien contempla una obra maestra. No fui capaz de decir nada. Kailan frunció el ceño.

—Ni se te ocurra decir que esto ha sido culpa tuya —murmuró. Cerré los ojos unos instantes, agachando ligeramente la cabeza. Suspiré con pesar y jugué con la espuma que se había formado a su alrededor—. Empiezo a conocerte lo suficiente como para saber cuándo...

—Tienes razón —le interrumpí, sorprendiéndole—. Esto no ha sido mi culpa, no únicamente. No te voy a engañar, sí me siento culpable. No paro de pensar que, de no haber estado más pendiente, nada de esto habría pasado. Te dije que nada te pasaría mientras estuviera a tu lado, y te fallé. Pero sé quién tiene la mayor parte de culpa.

—Azrael.

Asentí.

Por primera vez contemplaba esa realidad. Podía ver todo a mi alrededor como si me hubiera deshecho de la venda que cubría mis ojos, cegándome. ¿Cómo iba a tener yo la culpa de todo cuánto ocurría si era mi hermano quién cometía tales actos? Había fallado y ese era un lado de la verdad, pero las consecuencias no surgían de la nada, primero debía haber una acción. Empezaba a hartarme de que los actos de los demás me ahogaran con una culpa que no me pertenecía, ya tenía bastante con la mía propia.

—No sé qué quiere ni qué está ocurriendo como para que sea capaz de aliarse con uno de mis demonios, pero voy a encargarme de ello —aseguré con firmeza.

—¿Uno de tus demonios te ha traicionado?

Volví a asentir con lentitud.

—El causante de que yo viniera a este Plano hace ya unos cuantos días. El que ha tenido retenida a Lilith y por ello no teníamos noticias suyas.

Kailan suspiró, frotándose el rostro con cuidado para deshacerse de la sangre seca que lo bañaba.

—No entiendo qué está ocurriendo, ¿acaso se está volviendo todo el mundo loco?

—Siempre hay una razón detrás. —Me arrodillé para apoyar mis antebrazos en la bañera—. Y te aseguro que pienso enterarme de cuál es.

Supe por su mirada traviesa que mi postura, actitud y palabras le habían gustado de ciertas formas en las que no estaba en condiciones de pensar. Reí divertido, negando con la cabeza.

—¿Por qué no te unes a mí? —sugirió, acercando su rostro al mío.

—Jamás pensé que te diría esto, Kailan, pero no pienso tener sexo contigo —aseguré, señalando los hematomas de su torso—. No en ese estado.

—Tan solo hablaba de un baño, cochino.

—Empiezo a conocerte lo suficiente —contraataqué altivo y sonriente, poniéndome en pie, ganándome una mala mirada. Dejé un beso en su pelo—. Te prometo los mejores baños de espuma cuando estés mejor.

—A ver cuando empiezas a cumplir tus promesas —refunfuñó como un crío enfadado, haciendo que me carcajeara.

—Estoy en ello, créeme. —Me alejé y comencé a vaciar la bañera—. Y ahora aclárate para poder secarte.

Resopló, poniéndose en pie con cuidado mientras me alejaba a por el albornoz.

—A sus órdenes, mi Rey.

Detuve mis pasos de golpe y le miré por encima de mi hombro. La sonrisa tiró de mi comisura izquierda.

—Cuidado, Kailan.

Incluso en las partes que no estaban moradas, pude ver el sonrojo en sus mejillas y su cuello. Volvió la vista al frente y se metió bajo el grifo abierto de la ducha. Negué con la cabeza, divertido.

—Buen chico, mi pequeño demonio.



El médico se marchó insistiendo en que Kailan debería visitar un hospital puesto que, aunque descartaba una posible hemorragia interna, carecía del instrumental necesario en una habitación de hotel como para poder asegurarlo. Vendó su torso y cosió sus heridas en la ceja izquierda y el labio inferior tras desinfectarlas. Le recetó medicamentos y hielo o compresas frías que trajo de la recepción, prometí comprar más a pesar de que había dejado algunas pastillas para que pudiera tomarlas después. Por supuesto, me aseguré debidamente de que el médico jamás recordara esa visita y me cercioré de crearle un recuerdo distinto. Después de conocer a una humana como Kingsley, no podía jugármela a dejar ningún cabo suelto.

La boca de Kailan se abrió de par en par cuando la negrura abandonó la esclerótica de mis ojos y el médico volvió en sí antes de que le cerrara la puerta en las narices.

—¿Has hecho eso alguna otra vez mientras yo no sabía nada?

Torcí el gesto en una mueca de inocencia y exhaló con fuerza, dejando caer la cabeza contra el mullido cojín que le mantenía ligeramente inclinado. Siguió murmurando malhumorado que no había sido necesario y que estaba bien, aunque externamente no lo pareciera. Arqueé una ceja y le acerqué la carta del restaurante del hotel para que eligiera algo de cenar. Lilith se descalzó dejando las botas tiradas por la alfombra y se sentó sobre el colchón con las piernas cruzadas y su segunda caja de galletas en el regazo.

—Tienes tu propia habitación en esta misma suite —mascullé cruzándome de brazos.

Se encogió de hombros.

—Pero vuestro drama es mucho más entretenido —comentó mientras masticaba. Se inclinó cerca de Kailan para poder ojear la carta por encima—. Yo también quiero.

—Ya tienes tus galletas.

—No puede alimentarse únicamente de Oreos, Sam.

—Poder puedo —aclaró ella, dando un manotazo altivo a su descontrolada melena para hacerla a un lado—. Pero quiero más cosas.

—Como no. —Me senté, o más bien me dejé caer, en el butacón de la esquina junto al ventanal, apoyando mi mentón en mi mano—. Has estado en el Infierno como por dos días, ¿no has comido nada?

Me asesinó con sus perturbadores y únicos ojos rojizos.

—Oh, disculpa, no pregunté al demonio traidor si el secuestro incluía menú. Y ni siquiera sabía que habían pasado dos días.

—¿Cómo es posible que no lo supieras?

Las preguntas de Kailan no se hicieron esperar, lo que me tranquilizaba, pues significaba que no se encontraba tan horriblemente mal como creía. Se inclinó para incorporarse algo más y me levanté para ayudarle, pero con una sola mano me indicó que podía solo.

Para variar, él siempre podía solo. Suspiré con pesadez.

—Ni en el Cielo ni en el Infierno pasa el tiempo, en este último es como vivir en una noche eterna —expliqué. Su boca se abrió ligeramente con asombro—. El tiempo es un invento humano para que podáis tener el control de las cosas, si no, enloqueceríais. Sabemos que pasan horas, días, meses o milenios porque vosotros lleváis la cuenta, pero a ningún ser celestial o infernal le importa cuánto haya pasado, simplemente existimos.

Kailan asintió despacio y yo metí las manos en los bolsillos de mi pantalón de traje negro habitual, pues había aprovechado para cambiarme por mi ropa de siempre, recogiendo nuevamente mi pelo. Miró a Lilith con una mezcolanza de confusión y preocupación, apretándose la bolsita de hielo contra la mejilla y el ojo. Se tragó un quejido que me hizo tensar la mandíbula.

—Samael me ha contado por encima lo que ha pasado, pero quiero saber la historia completa.

—Yo también —aseguré a la mujer—. Dantalion y Aim solo me dieron pinceladas, igual que tú. Necesito saber todo lo que ha ocurrido.

Lilith suspiró, agachando la cabeza para observar sus galletas como si en ellas fuera a encontrar las respuestas pertinentes. Miró a Kailan y después a mí.

—Existe una profecía sobre ti, Lucifer. Eligos mencionó algo de un cuaderno celestial donde se escriben por sí solas.

Me erguí en mi postura cuando un escalofrío me sacudió por completo. Que Lilith mencionara el Cuaderno de Profecías fue algo que, sin duda, nunca hubiera esperado. Me froté el mentón, girándome despacio hacia el ventanal.

—Qué dice.

—«Cuando el Diablo camine entre los mortales, el mundo temblará. Pero cuando encuentre en él a su verdadero y único amor, será el Cielo el que lo haga».

El silencio se hizo segundos después.

Mis pupilas se perdieron por la ventisca que sacudía la ciudad de Atlanta, entre las luces cálidas que salían por la ventana de cada edificio, como pequeñas luciérnagas que volaban entre la nieve. Apenas había tráfico en las carreteras, ni siquiera se veían transeúntes por las calles.

Fue como si un seguido de cables conectaran simultáneamente, iluminando la respuesta a todas mis preguntas. Para sorpresa de Kailan y Lilith, reí negando con la cabeza.

—Así que por eso quería Azrael que volviera al Infierno —murmuré para mí mismo, aun sabiendo que me estaban escuchando—. Si yo volvía, él creía que todo se quedaría como estaba, pero como no fue así, pensó que eliminar a la otra parte de la profecía provocaría el mismo efecto.

—Yo también lo pensé.

Asentí despacio ante las palabras de Lilith.

—Eligos quería guerra, es por y para lo que vive, y ve el futuro, así que probablemente lo sabía. Tiene sentido que Azrael se haya aliado con él. Por ello me manipuló para que saliera del Infierno. Si yo encontraba a mi verdadero y único amor, el Cielo temblaría y él tendría su ansiada guerra, pero si Azrael conseguía matar a Kailan, también, pues yo no iba a quedarme quieto. Ese traidor mentiroso salía ganando en ambas direcciones, igual que Azrael.

—Dios los cría y ellos se juntan —comentó Lilith con una sonrisa altiva, apoyándose en su codo tras tumbarse en la cama—. No te noto preocupado al respecto, Lucifer, y no sé lo que eso significa.

Miré a ambos y sonreí ladino.

—Las profecías no han de tomarse al pie de la letra, Lilith. Pueden interpretarse de muchas maneras —dije. Exhalé un suspiro y chasqueé la lengua, volviendo la vista a la ventana—. Oh, Azrael, cuando creía que no podías ser más estúpido... pero siempre logras sorprenderme. Te queda tanto por aprender de tu propio Reino...

Me carcajeé divertido irremediablemente. No podía creer que todo aquello estaba sucediendo porque Azrael era un completo imbécil incapaz de ver la verdad en sus propias narices. Si fuera tan inteligente como cree, se habría dado cuenta de lo más obvio en cuanto actuó.

—En fin, mañana me encargaré de esa rata del demonio —añadí sin más, en referencia a Eligos.

Lilith y Kailan se miraron entre sí sin entender demasiado, aunque no me gustó una pizca ver que el chico se había quedado más callado de lo normal. No era lo habitual que enmudeciera repentinamente. Me senté a orillas de la cama junto a él.

—Pide la cena, ¿de acuerdo? Debes tomar la medicación y descansar —ordené, tomando su mano—. Todo saldrá bien.

Una pequeña sonrisa fue parte de su respuesta.

—No vuelvas a decir esa frase nunca más.

Reí, alzando las manos en señal de rendición.

—Está bien —le concedí, poniéndome en pie de nuevo—. Y que Lilith pida algo también. Todos debemos coger fuerzas después de lo que ha pasado.

«Y de lo que está por venir».

Contemplé la ciudad de nuevo con una victoriosa sonrisa. Tan solo tenía que dejar que todo siguiera su curso.

Pero antes debía encargarme de algo. 



La luna refulgía con fuerza en mitad del cielo estrellado cuando se detuvo la ventisca, iluminando parte de la habitación. Estirado en la cama, contemplé como Kailan dormía tranquilo. Sus constantes no habían variado en ningún momento y se mantenía estable, nada parecía ir a peor. Había caído rendido antes de que anocheciera, poco después de asegurarme que se alimentara adecuadamente y tomara sus medicinas. Nada de la comida basura que habíamos estado teniendo hasta ahora. Incluso él agradeció la variedad.

Sentía a Lilith dormitar en mi mente y me apenó tener que despertarla. Su figura se materializó donde segundos antes yo me encontraba tumbado al lado de Kailan, se acurrucó junto a él todavía somnolienta, y le miré con la vista plenamente negra.

¿Qué ocurre?

«Tengo que ocuparme de algo y necesito que cuides de él. Vigila que siga estable y nada le moleste».

Su ceño se frunció, mirándome con los ojos entrecerrados debido al sueño mientras me abotonaba el chaleco.

¿Y si se despierta que le digo?

Me dirigí al escritorio, arranqué un trozo de papel de la libreta y escribí lo que tenía en mente. Doblé el papelito y lo guardé en el bolsillo interior de mi chaleco, devolviéndole la mirada.

«Dile que he ido a comprar más de sus medicinas» respondí mientras iba hacia el armario y lo abría sin hacer ruido. Saqué una manta y la extendí sobre ambos, arropándolos con cuidado.

—No tardaré —susurré, dejando un beso en la frente de Kailan.

Cuando iba a hacer lo mismo con Lilith, me aplastó su fina y elegante mano en la cara para apartarme, refunfuñando y recolocando su cara sobre el hombro de Kailan para seguir durmiendo, haciéndome un gesto para que me fuera. Mordí mis labios para evitar reírme. En asuntos del sueño, la primera mujer era la ganadora.

Salí de la habitación sigiloso, con la oscuridad devorando mis ojos todavía mientras caminaba por el oscuro y pacífico pasillo.

«Baal... voy a necesitar tu ayuda de nuevo».

Tardé menos de un segundo en recibir su respuesta.

No voy a fallarle, mi señor.

Sonreí conciliador.

«Nunca me has fallado, hermano».



Al escuchar la puerta del copiloto cerrarse repentinamente y verme sentado en el asiento, Kingsley ahogó un grito debido al susto. Su pecho subía y bajaba acelerado y podía escuchar el repicar de su frenético corazón contra sus costillas. Miró la iglesia a nuestra izquierda, siendo acordonada por sus compañeros a bastantes metros de nosotros, y después posó sus analíticos ojos en mí. No parpadeó, tan solo me examinó concienzudamente con esas pupilas que parecían poder ver a través de mí.

—Qué haces aquí.

Di un vistazo hacia el exterior de la catedral y después al furgón policial junto a la ambulancia, donde supuse que estaba siendo atendido el padre de Kailan.

—No hace falta que me dé las gracias por hacerle el trabajo, como le dije hace unas horas: tan solo quiero que cumpla con su parte del trato. —Apoyé mi antebrazo en la puerta—. Ese cabrón intentará librarse, ¿verdad?

Kingsley suspiró, volviendo la vista al frente por unos instantes.

—Desde luego.

—¿Se lo impedirá?

—Desde luego —repitió. Sus ojos volvieron a clavarse en mí—. Aunque tampoco hará falta, me han llegado noticias de nuestro... infiltrado. Sus socios van a darle la espalda, a venderlo como carnaza para salvarse sus propios traseros. Él todavía no lo sabe.

Alcé las cejas. Aquello sí que no me lo esperaba en absoluto, le habían hecho una buena jugada maestra. Su hijo lo despluma y encima sus socios lo venden al mejor postor, aunque todo lo que le sucediera siempre me parecería poco.

—Kailan no tiene por qué preocuparse —añadió—. Que me llame en cuanto pueda, pondré en marcha todo el papeleo justo después de colgar.

Asentí con lentitud, agradecido.

—Por el cura, que casualmente tenía un juicio próximo por abusos a algunos menores del vecindario que acudían a catequesis, no debo molestarme ni en preguntar, ¿cierto?

—El Plano Terrenal es un lugar mejor sin él.

Se le arquearon las cejas ante mis palabras.

—No eres juez, jurado y verdugo.

—De hecho, soy los tres a la vez.

Los labios de Kingsley adoptaron esa mueca que parecía una breve y fugaz sonrisa a punto de nacer. Miré a la impasible mujer envuelta en esa aura de eterna tristeza oculta tras capas y capas de defensa y entereza. En aquella guerra de desgaste, no solo Kailan había sufrido las consecuencias de esa basura humana. Podía verlo en la mirada apagada de la mujer, en los leves surcos de sutiles arrugas bajo sus ojos como si arrastrara con ella una pesada carga que más que lastre, era una condena totalmente injusta e inmerecida. Un cansancio infinito que apesadumbraba su alma, la cual tan solo anhelaba un único consuelo.

Del bolsillo interior de mi chaleco saqué el pedazo de papel doblado y se lo entregué. Kingsley me miró a través de su ceño fruncido sin comprender.

—¿Qué son estos números?

Le devolví la mirada.

—Coordenadas —sentencié, consiguiendo todavía más su atención—. La ubicación exacta donde podrás encontrar enterrado el cuerpo de tu hijo.

El silencio invadió el interior del vehículo policial. A la agente Ashley Kingsley se le desencajó el rostro. Su labio inferior tembló y me observó con atención.

—¿Qué eres?

Reí brevemente con amargura y sarcasmo, posando mis ojos en los suyos una vez más.

—Un ángel de la guarda.

Ninguno de los dos creyó mis palabras.

Abrí la puerta y me detuve antes de bajar del coche. Recordé el rostro de su hijo a través de los ojos de Baal desde las lindes del Cielo minutos atrás. Como el chico observaba el gran lago del Reino, con una mirada tranquila y una sonrisa apacible, sintiendo la cálida luz en su rostro. Giré la cabeza hacia su madre.

—Tu hijo está en un buen lugar, en paz.

Asintió despacio, con los ojos cerrados y las lágrimas recorriendo sus mejillas. Mordí mis labios y me bajé del coche.

—Muchísimas gracias... Lucifer.

Nos miramos fijamente unos segundos. Asentí antes de desaparecer como un borrón ante sus ojos.

Lo último que vi, fue cómo se llevó el papel al pecho y rompió a llorar en silencio.

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