Capítulo 14. Mi refugio, mi fortaleza
Jackson, Misisipi. Julio de 2022
—Entonces estábamos en lo cierto.
Con un café en la mano y su maleta de cabina en la otra, Kingsley se llevó el hombro a la oreja para sostener el teléfono mientras se dirigía a los asientos de espera frente a la puerta de embarque. Todavía quedaba al menos media hora para que abrieran las puertas.
—Eso parece —contestó tomando asiento, pudiendo sostener su teléfono correctamente. Dio un vistazo al avión que le llevaría a Atlanta—. Estaba claro que la huida de Miller escondía algo más, él sabía perfectamente que debía huir si le hacía perder a su padre un dinero que no era completamente suyo. Mucho más sabiendo de dónde proviene este.
Desde la confesión de Kailan había estado dándole vueltas al asunto en el taxi de camino al aeropuerto. Las piezas, grandes y pequeñas, comenzaban a encajar entre ellas dejando una imagen muy clara que daba sentido a todo lo que estaba sucediendo.
Abraham Miller recibía dinero negro del narcotráfico mexicano que con buen gusto él se encargaba de limpiar para llevarse una tajada. Era entonces donde entraban en juego los combates amañados. Sí siempre sabía el resultado, la apuesta era segura. Daba igual la cantidad, él siempre salía ganando. Kingsley imaginó que tener a su hijo amenazado ayudaba a gran parte del plan, pues uno de los dos bandos ya tenía la decisión más que tomada. Tan solo hacía falta comprar al adversario. Y como había dicho Kailan, o aceptaban o su carrera aterrizaba sin tan siquiera haber despegado. Todos habían agachado la cabeza y, poco a poco, Abraham Miller se fue haciendo con el monopolio del boxeo, transformándolo en un juego sucio y preconcebido. Un espectáculo indigno a ojos de quienes respetaran el deporte, pero como apenas nadie lo sabía, seguía atrayendo todas las miradas en una ciudad como Las Vegas. El destino perfecto para aquello, si alguien le preguntaba a Kingsley.
Harto de juegos y amenazas, Kailan Miller decidió romper sus cadenas y acabar con aquello de una vez por todas. Solo le hizo falta una cosa: pelear de verdad y ganar.
Ganar para que Abraham Miller perdiera una ingente cantidad de dinero negro que no era suyo, así como también sus propios beneficios. A la vez que perdía dinero, perdía socios y perdía aliados. No quería a Kailan de vuelta para que la maquinaria volviera a girar, quería silenciarlo para siempre, porque el chico tenía mucho que callar. Aquello era lo que verdaderamente su padre temía. El dinero no es lo único que daba poder, la información también tiene un valor incalculable.
—Maldita sea, entiendo incluso que quiera matarle —replicó Anderson al otro lado de la línea tras un silbido impresionado, ganándose nuevamente la atención de Kingsley—. Ese chico tiene un par de pelotas.
—Es lo que ha demostrado hasta ahora, desde luego.
—Tiene sentido que Abraham se esté tomando tantas molestias en encontrarle. —Kingsley le escuchó suspirar con pesadez—. Efectivamente, esto es mucho más grande que nosotros. Le pasaré toda la información a la DEA, quizá podamos ayudarnos mutuamente en nuestras investigaciones. A este juego ya no podemos jugar solos.
Kingsley dio un sorbo a su café y contempló la terminal, asintiendo para sí misma.
—Me parece bien, toda ayuda que sea de fiar será poca —señaló, recordándose mentalmente el listado que aparecía en el ordenador portátil junto a todas las transacciones y cuentas implicadas—. Hay demasiados nombres conocidos en la información que nos reveló Sullivan, señor Anderson. No solo agentes del FBI si no también de la policía de Nevada. Lo cual me aclara el por qué nos dejaron trabajar a regañadientes en casa de Miller cuando apareció el cadáver de Elijah Smith.
Cruzó una pierna sobre la otra, escuchando como su jefe exhalaba profundamente.
—Tendremos que andarnos con mucho ojo. Dudo que, si esto sale a luz, le guste demasiado a los superiores y a la gente de las calles. Que quienes te protegen sean corruptos no nos deja en buen lugar. Por no hablar de que la Operación Alfa terminaría de un plumazo.
—Y probablemente con ella la vida de Kailan.
A pesar del gentío que iba y venía, el silencio se hizo entre ambos.
—El chico nunca ha dejado de ser nuestra prioridad —añadió—. Ahora más que nunca le necesitamos. Su padre va de camino a Atlanta en busca de recursos que le ayuden a continuar la caza y pagar a quienes debe su dinero. Ya hemos comenzado a preparar el operativo. ¿Sabes cuándo vendrán?
—Probablemente mañana al mediodía ya estén allí, creo que hoy se han dado por más que advertidos.
Ante el ruido afirmativo de Anderson, en su cabeza Kingsley pudo verlo asintiendo.
—De acuerdo... ¿Qué hay de su acompañante?
La mujer tomó aire al recordar su presencia, rostro y figura. Ese tipo no tenía nada de normal, aquella mirada negra te atravesaba el alma como si estuviera dispuesto a robártela. En su mente, Kingsley tenía cada vez más claro que estaba adentrándose en un mundo diferente. Ya no se tildaba de loca o exagerada a sí misma, ni creía estar viendo alucinaciones. Lo confirmó en la comisaría de Jackson, donde no dudó un solo segundo en buscar el nombre de Samael en su portátil. No en la base de datos en busca de un reconocimiento, si no en internet, en el maldito Google.
Si el mundo se estaba volviendo loco, ella no debía comportarse como la más cuerda. Solo entonces le encontraría el sentido.
Y vaya si lo encontró.
Un seguido de imágenes bíblicas aparecieron en su búsqueda. Sus ojos se perdieron en todas y cada una de las páginas. Samael, el Diablo, El portador de luz, Lucifer, el Lucero del Alba o de la Aurora, Satanás. Había cientos de nombres, a cada cual más descabellado que el anterior. Quiso aparcar esa espeluznante idea en un rincón de su mente, pero todo lo recorrido en ese camino no hacía más que evidenciar una verdad que supondría reconocer que había perdido el juicio.
Nombres bíblicos, la extraña y siniestra grabación de Albuquerque con aquella niebla gris y el comportamiento extraño de aquellos clientes con ojos negros, la pluma y unos asesinatos de lo más espeluznantes... ¿Los repentinos cambios de tiempo tendrían algo que ver?
Por más que quiso, no pudo negar la evidencia. Pero, ¿qué iba a decir? ¿Qué el compañero de Kailan era el Diablo? Si ya la habían tomado por tarada con la muerte de su hijo, aquello sería la guinda del pastel.
—¿Kingsley?
Llevaba al menos un minuto en silencio. Carraspeó y exhaló con pesadez.
—Por el momento parece inofensivo.
No podía responder mucho más.
—Está bien. Recuerda también que Williams no puede enterarse o iría corriendo a los pies de su amo.
Kingsley arqueó las cejas y torció el gesto con desgana ante la mención de su compañero, contemplando el café en su mano.
—Yo no iba a informarle, desde luego.
—De todas formas se ha tomado unos días de asuntos propios para volverse a Las Vegas. Nuestro buen amigo y mejor informante Brown lo entretendrá con la excusa de que le ponga al día de los avances. Llevará un micro, por lo que todo lo que cante ese gilipollas será un añadido a las grabaciones que ya tenemos.
A Kingsley le tembló el café. Se dio cuenta entonces de que no era el vaso lo que temblaba, si no su mano quien provocaba que así fuera. Tragó saliva y sostuvo el móvil con fuerza.
—Me reuní con él antes de encaminarme a Jackson, señor Anderson. Con Williams.
Un estremecedor silencio se hizo al otro lado del teléfono, pero Kingsley lo sintió como si tuviera a su jefe delante de ella, atravesándole con una mirada demoledora.
—¿De qué narices habla, agente Kingsley?
Supo que estaba molesto cuando se dirigió hacia ella como usted en lugar de su trato informal de siempre. Era aquella quizá la primera vez que notaba el enfado en su voz.
—Hablé con Williams, le hice saber que sospecho de él.
—¿Cómo...? No me fastidies, Kingsley, ¿eres consciente de que puedes haber mandado a la mierda el trabajo de un año?
—Por supuesto —sentenció abruptamente—. Pero Williams no sospecha nada de que vamos tras él ni de que hay toda una investigación abierta. Créame, parece bastante seguro de las cartas con las que está jugando y la presión de saltar entre dos mundos no le deja ver más allá.
Escuchó los pasos de Anderson de un lado a otro y casi pudo trazar en su cabeza el recorrido del hombre. Tras unos segundos en el más absoluto silencio, resopló exasperado.
—¿Qué te dijo?
—Básicamente me amenazó con matar a mi hermana —respondió como si nada, antes de dar un trago a su café—. Y reconoció que asesinaron a mi hijo porque en su día me acerqué demasiado a Miller y puse sus asuntos en peligro.
La voz de Anderson murió en sus labios, por los que terminó saliendo un ruido de sorpresa.
—¿Me estás jodiendo?
—Ojalá.
—Oh, mierda —gruñó con rabia—. Dime que tienes algo que lo respalde y hundiremos a esos cabrones con todas las de la ley.
Una mueca levantó su comisura izquierda.
—¿De verdad cree que me reuniría con ese idiota sin un móvil grabando de por medio?
Escuchó la risa de Anderson a través del auricular.
—Eres la mejor.
No sabía si tanto, pero luchaba con uñas y dientes para hacer bien su trabajo. Aquello no iba a ser menos.
Kingsley siempre llamó a la muerte de Joshua «asesinato». Nunca lo tachó de caso aislado, como otros, ni de fuego cruzado entre bandas. Para ella había sido un asesinato desde el principio, un homicidio. Lo que nunca contempló es que fuera un escarmiento por sus actos, que fuera premeditado con la intencionalidad de que pareciera accidental.
Todo para alejarla a ella de Miller.
Lo que le confirmó que, el hilo del que tiraba en su día, era el correcto. Tras la confesión de Kailan, sus teorías se habían convertido en certezas.
Como dijo Williams, haría que el asesinato de su hijo sirviera para algo.
Pero no para lo que ellos querían.
Birmingham, Alabama. Julio de 2022
Lucifer
Mientras pagaba la gasolina que Kailan ya había echado a la camioneta, así como algunos encargos de comida, las preocupaciones absorbieron mi mente. Pensamientos constantes que rondaban por mi cabeza tras la visita de la astuta agente del FBI. Había husmeado su esencia en busca de dobles intenciones, de corrupción, pero era quizá la humana más fiel a sus principios que había conocido nunca. Aunque aquello no quitará la pizca de frialdad que brillaba en ella al poner a Kailan entre la espada y la pared con semejante habilidad. No le había temblado la voz al mencionarle que podía buscarse una tumba para él y toda su familia. He conocido ángeles y demonios con más cobardía que esa mujer.
Me tenía preso de mal humor la dirección que había tomado nuestro rumbo, recorrer el camino hacia Atlanta se sentía como dar pasos en dirección al abismo que iba a matarnos.
Sobre todo a Kailan.
De nuevo, se había pasado media noche sin dormir. Tras nuestra noche juntos, al contemplarle descansando al fin sin que malos sueños le acosaran, tuve la estúpida idea de que quizá esa tranquilidad podría quedarse en él para siempre. Pero tuvo que aparecer esa puñetera agente del FBI a trastocar esos planes, dejándole con nuevas preocupaciones que ahora ensombrecían una vez más la piel bajo sus ojos. La paz apenas nos había durado veinticuatro horas.
Apreté los dientes con rabia. Tanto huir parecía no servir de nada, porque ahora íbamos hacia la boca del lobo con plena conciencia de ello. Era una maldita estupidez, un acto de locura. Esa agente entrometida debía haber perdido el juicio, pero a juzgar por cómo me miraba, parecía más cuerda que en toda su frágil vida humana. Era lo que más me escamaba y había alertado mis sentidos: su forma de observarme, de hablarme con total descaro como si al mirarme a los ojos viera la rojez que podían albergar mis iris.
Sacudí la cabeza mientras salía de la tienda, deshaciéndome de esos pensamientos. No, era una simple humana. Muy inteligente, sí, pero eso no significaba que tuviera que saber nada de mi verdadero ser. Sospeché incluso que Azrael se hubiera ido de la lengua, pero carecía de sentido, pues sería revelarse a sí mismo. Sabía que era imbécil, pero me gustaba pensar que no tanto como para eso.
Mientras caminaba hacia la camioneta, entonces aparcada a un lado de la carretera tras ver como Kailan le había echado gasolina, el recuerdo de Azrael vino unido directamente al de Lilith, porque a él le había perdido la pista.
Pero, extrañamente, a ella también.
Sabía que debía estar agotada, pero ya llevaba tiempo sin tener noticias suyas, sin notar su presencia rondando por mi mente, sin percibir el ardor de la piel herida bajo el anillo ni a la serpiente en mi antebrazo con vida propia. Era, cuanto menos, preocupante.
Levanté la cabeza cuando escuché a Kailan, apoyado en la puerta del piloto a unos metros de mí, hablando por teléfono.
Y en español.
—Está bien, no se preocupe. ¡Ya dije que yo me encargo! Puedo solo, lo sabe. Nos veremos cuando todo termine. —Alzó la mirada al verme y tragó saliva—. Tengo que colgar.
Arqueé una ceja, abriendo la puerta de los asientos traseros para dejar la bolsa y cerré, quizá con demasiada brusquedad.
—¿Con quién discutías?
—¿A qué esa cara de preocupación?
Me crucé de brazos, observándole suspicaz.
—Me preocupa la tardanza de Lilith —confesé—. Quizá está entretenida o necesita descansar más, no estoy seguro, pero me preocupa.
Su boca se abrió en una «o» de sorpresa y parpadeó.
—¿Por qué no lo compruebas? —preguntó, guardándose el teléfono móvil en el bolsillo de sus vaqueros.
—Porque eso significaría que tengo que dejarte solo.
Se encogió de hombros.
—Bueno, no pasaría nada. La policía está de mi lado por el momento así que... puedes... puedes marcharte a comprobarlo si quieres.
Relamí mis labios y, por la preocupación de su rostro, supe que había visto la expresión enfadada tensando el mío.
—¿Por qué ese repentino interés en que me vaya?
Rio con sarcasmo y se pasó una mano por el pelo con nerviosismo.
—Yo no quiero que te marches, Samael.
—Entonces, ¿por qué lo sugieres? ¿Y por qué no me dices con quién hablabas por teléfono?
Tartamudeó con incredulidad y cierta ofensa en su gesto.
—Estaba hablando con Sully, ¿vale? Necesitaba que me aclarara todo lo que ha pasado. ¡No seas paranoico!
—¿Y desde cuándo sabe hablar perfecto español? —señalé, rascándome la barbilla con fingida confusión—. Debería ir al médico, por cierto, porque le ha cambiado bastante la voz de un día para otro.
Riendo con ironía, Kailan se alejó con las manos en sus caderas negando con la cabeza.
—No se escuchan las conversaciones ajenas, es de mala educación, ¿lo sabías? —Me taladró con esos dos orbes esmeralda que me miraban con acusación—. Son mis asuntos, Samael. Deja que yo me encargue de ellos.
Fruncí el ceño y, con lentitud y sin orden previa, descrucé los brazos. La dirección que empezaba a tomar el asunto no me estaba gustando en absoluto.
—¿Qué quieres decir?
Intenté que la pregunta no sonara como un gruñido, pero no lo conseguí del todo. Mordió sus labios y cerró los ojos, exhalando con fuerza. Sus hombros se aflojaron como consecuencia, pero no por ello la rigidez y tensión los abandonó.
—Voy a hacerlo solo, Samael. —Se giró para mirarme a la cara, mostrándome su expresión abatida—. Me reuniré con mi padre yo solo, sin policías, sin tu ayuda.
Di un paso atrás ante el impacto de tales palabras. ¿Acaso se había vuelto completamente loco sin que yo me diera cuenta?
—¿De qué demonios estás hablando, Kailan? ¿Es que has perdido la maldita cabeza?
—No lo entiendes, Sam —gruñó entre dientes, acercándose a mí. Podía escuchar su descontrolado corazón—. ¿De verdad crees que estar detenido le impedirá ordenar que maten a los míos?
No me podía creer lo que estaba diciendo. Entendía que estuviera aterrado, pero no era capaz de asimilar que estuviera dispuesto a sacrificarse de nuevo como en Roswell, para salvar a los demás.
—Kailan no puedes...
—¡Sí que puedo! —bramó, extendiendo los brazos—. He podido solo toda mi vida, Samael. He podido y siempre podré. No puedo meterte en esto y tampoco puedo hacer que los demás paguen por mi culpa. Puedo hacerlo solo, es lo que he hecho desde siempre.
Le sostuve por los hombros para mirarle fijamente a los ojos, queriendo infundirle algo de calma, pero fue su mirada plagada de lágrimas sin derramar lo que me destrozó por dentro.
—A eso me refiero, Kailan —susurré—. Llevas toda tu vida pudiendo solo, así que por una vez deja que los demás estemos ahí para ti. Podemos ayudarte. Las cosas pueden ser diferentes solo si nos dejas estar junto a ti.
Su pecho subía y bajaba agitado. Mordía sus labios con nerviosismo, quizá también para retener el derrumbe que podía notar ensuciando su esencia. Uní mi frente a la suya, queriendo transmitirle todo cuanto pudiera tranquilizarle. Sabía que el chico ante mí, ese que me había robado un corazón que no tenía, era fuerte como un roble. Pero por una vez podía dejar de serlo y respaldarse en los demás.
—Para bien o para mal, la policía estará ahí para ayudarte. Y yo también, Kailan. Sé lo que es sentir que estás fallando a los tuyos, créeme, probablemente fui el primero en toda la Creación en conocer ese sentimiento —murmuré, poniendo mi mano derecha en su mejilla—. Pero es ahí donde comprendes que puedes revolcarte en esa miseria, o apoyarte en ellos para volver a levantarte. Y tú no eres un fracaso en absoluto, por mucho que te diga el resto... Solo importa quién eres tú. Y yo lo veo, Kailan, te veo a ti.
Verle una pequeña sonrisa al usar sus palabras fue un alivio cálido en el centro de mi pecho. Sentía todo su ser revuelto, como un amasijo de inseguridades que iban y venían. Era como si creyera que, haciendo las cosas solo y por sí mismo, esa sensación de fracaso que los demás implantaron en él, se extinguiría. Como si por luchar a solas y lograrlo, conseguiría quitarse ese amargo sabor de boca y sentirse válido por fin, pero no importaba cuanto intentará demostrar, la gente creería siempre lo que quería creer.
—No compres todos los discursos que oigas de ti. Sé de lo que hablo, Kailan. Porque me lo enseñaste tú. —Sonreí, acariciándole el pómulo con el pulgar—. Así que déjame ayudarte. A mí tampoco me gusta por dónde va esto, odio que tengas que verle la cara a esa basura humana una última vez, pero me aterra mucho más la idea de perderte. No pienso dejarte solo en esto, estoy aquí.
Con un suspiro agotado y sin una palabra más de por medio, Kailan escondió su rostro en mi pecho y lo arropé entre mis brazos, dejando un beso en su pelo.
—Prométeme que no te escaparás por la ventana del baño otra vez.
Su risa retumbó en mi pecho y levantó la cabeza para mirarme a los ojos.
—No puedo asegurártelo del todo —respondió con orgullo, haciéndome reír.
—¿Y si te prometo que esta noche te lo compensaré con creces?
Alzó las cejas a la vez que se le ensanchaba la sonrisa.
—Entonces me encadenaré a ti como si fueras una secuoya.
Me carcajeé con fuerza.
—Buen chico —respondí, dándole un azote en el trasero antes de dirigirme a la puerta del copiloto.
—¡Eh! —exclamó avergonzado, haciendo un mohín que le tiñó las mejillas de la forma que más adoraba.
Le guiñé un ojo en respuesta y cabeceé en dirección hacia el volante.
—Vamos, conducirás lo que queda hasta Atlanta.
Refunfuñó no sé qué cosa sobre su dignidad mientras me sentaba junto a él con una amplia y triunfante sonrisa. Había conseguido traer de vuelta al chico divertido del que me había enamorado. Por lo que me guardé para mí mismo la necesidad de saber con quién demonios había hablado por teléfono.
Lilith
Azrael se paseó ante mí con su asquerosa sonrisa de soberbio mezquino. Se puso al lado de Eligos sacándole medio cuerpo en tamaño, porque si algo no tenía el demonio, era altura.
Además de dos piernas sanas.
Me miró altivo, como quien tiene el poder de la victoria regocijándose en su pecho. Mi cabeza no lograba comprender cómo podía campar a sus anchas por nuestro Reino sin que nada sucediera, pero al contemplar los lejanos campos de entrenamiento, supe que Eligos había tenido bien entretenidos a nuestros hermanos para que no sospecharan de lo que tramaba a sus espaldas. Iban a ponerse furiosos en cuanto lo supieran, pero por el momento decidí divertirme con aquel estrambótico dúo.
Observé al Ángel de la Muerte con una amplia sonrisa.
—Oh, por supuesto que tú estabas detrás de esto. No sé por qué me sorprende si eso es lo tuyo: tener siempre a alguien por delante de ti.
Se le tensó el cuello cuando recalqué su papel de eterno segundón. Me asesinó con esa mirada gris que destilaba pura rabia y caminó un par de pasos hasta mí.
—Primero Archie, ahora Eligos... ¿es que no sabes hacer nada por ti mismo?
Iracundo, estampó su mano en el respaldo de la silla, a centímetros de mi cabeza.
Ni siquiera me tembló la sonrisa.
—Escúchame bien, ramera inmunda. —Mis labios se curvaron todavía más, haciéndole apretar los dientes—. Nadie, y mucho menos tú, va a impedir mis planes. Esa estúpida profecía no va a cumplirse, porque la mascota de Lucifer tiene las horas contadas. Cuando encuentre su frío cadáver, mi amado hermanito me declarará la guerra. Y únicamente tendré que defenderme, porque yo no habré hecho nada, tan solo habré ayudado a un pobre padre a encontrar a su hijo desaparecido. ¿Cómo podía saber que las verdaderas intenciones de este eran matarlo?
Su escalofriante sonrisa borró la mía. Sentí la sangre congelarse en mi cuerpo, enfriando cada parte de mí como si me hubieran sumergido en agua helada. Tenía razón, a ojos de los demás, sería Luci el que declararía la guerra a Azrael si Kailan moría por su culpa. Porque, por supuesto, él siempre trataría de quedar como el bueno de la historia. Por algo era él un ángel y Lucifer el Diablo.
Tensé la mandíbula cuando sentí la negrura invadir por completo mis ojos al comprender su plan. Apreté con fuerza los reposabrazos en mis manos, sintiendo la madera crujir bajo mis dedos.
—¿Eres tan cobarde que ni siquiera vas a hacerlo tú mismo?
Una tensa y lunática sonrisa tiró de mis comisuras. Sus ojos quedaron negros cuando me adentré en su cabeza. Cientos de sensaciones me abrumaron. El ego y la soberbia eran desmesurados, creía con fervor que estaba haciendo el bien con cada acto cometido en el Plano Terrenal. Que eran por un bien superior y el fin justificaba los medios. El narcisismo era prácticamente agobiante, pero el odio y la envidia que tenía hacia Lucifer eran, incluso, abrumadores. Me costó entender cómo podía vivir con ese odio ardiendo en su interior. No pensaba en otra cosa, vivía por y para quedar por encima de los demás, pero sobre todo, de su hermano. Se regodeaba en el sufrimiento que le causó el destrozo de sus alas y recordaba con gusto la patada que le asestó para desterrarlo del Reino de los Cielos.
Pero era en un rincón, uno muy pequeño y angosto, donde residía la angustia y el miedo al rechazo, el complejo de inferioridad que le devoraba desde dentro, el saber que nunca conseguiría ser el hijo favorito de Dios. Para opacar todo ello, se recordaba a sí mismo que no había nada de malo en lo que había hecho. Creía que todas sus decisiones eran perfectas. Sonreí al apreciar una pequeña grieta en ese pensamiento: el temor a que sus hermanos y su padre descubrieran lo que había hecho, porque en el fondo sabía que estaba trasgrediendo demasiadas normas. Aunque incluso ese fragmento de cordura estaba empezando a tambalearse.
Entonces lo entendí. Por eso utilizaba a otros para que hicieran las cosas por él. El muy imbécil creía que, si no era quien ejecutaba el hecho, nada malo podía sucederle.
Salí de su mente y Azrael boqueó en busca de un aire que no le hacía falta, como si se estuviera asfixiando, dando un paso atrás con asombro.
—Por mucho que lo intentes, tus alas ya están manchadas de sangre, Azrael. No puedes huir de ello.
Me sacudió una bofetada que me hizo girar la cara en dirección a la puerta, mientras me gritaba una sarta de insultos furiosos con Eligos tratando de calmarle para que no llamara la atención de nuestros hermanos. No pude saber cuáles eran, porque a través de la entrada vi a Paymon escondido tras una de las columnas de piedra negra. Por cómo le temblaba el cuerpo y le ardían los ojos en un escarlata puro, supe que podía cometer alguna estupidez.
«TRANQUILO» grité en su mente, aprovechando la distracción de esos imbéciles y la negrura de mis ojos. «Aguarda por el momento».
Mordió sus labios con resignación y apretó los puños, escondiéndose de nuevo.
Sonreí al vislumbrar una bandeja de plata, rebosante de comida, en el suelo junto a él.
Oh, gracias a mi yo reblandecida y de guardia baja, porque de no haber aceptado la petición de Paymon, no podría disponer de un demonio bajo la manga.
Volví la vista al frente y escupí la sangre de mi boca a sus pies, sin perder la sonrisa. Supuse que la ira y el fervor del momento les impedía oler la esencia de Paymon.
—No reirás tanto cuando el humano este muerto y tu amo sufriendo —gruñó, dedicándome esas palabras con odio y veneno. Miró a Eligos y cabeceó hacia la gruta—. Vámonos, la función debe empezar.
Apreté de nuevo la madera con rabia y Eligos me sonrió.
—No me eches de menos, no voy a tardar demasiado.
Fingí una arcada y tensó la mandíbula, extendiendo sus alas de membrana negra. Azrael emprendió el vuelo directo a la gruta... con ese traidor tras sus pasos.
Kailan
Tenía el estómago revuelto desde que había llamado a mi padre.
El hecho de tener a Kingsley delante y a un par de policías más monitoreando y grabando la llamada no me había tranquilizado. Ni si quiera tener a Sam tomándome de la mano. Nada podía haber reprimido que, en cuanto salí de la sala tras concertar la hora y el lugar con ese hijo de perra, me fuera directo al baño a vomitar.
Escuchar su voz de nuevo insultándome y amenazando, una voz de la que pensé haberme librado para siempre en cuanto bajé del ring en Las Vegas, me había puesto la piel de gallina. Mi cabeza había vuelto a revivir estos dos últimos años de mierda a su lado, cada desprecio, cada mala palabra... No estaba muy seguro de ser capaz de soportar el terror de verle esa cara de viejo imbécil una última vez.
Se había tragado el cuento de que ya no podía seguir con esto porque no quería que nadie más pagara las consecuencias, que me entregaba porque sabía que nunca lograría librarme de él. Sabía perfectamente como subirle el ego para cegarle y que no viera más allá de sus propias narices, así que se la metí doblada y hasta el fondo y ni siquiera protestó. Es más, se regocijó plenamente en la victoria de tenerme de vuelta, arrastrándome hacia él.
Desde que la tía del FBI apareció, una idea muy clara se había implantado en mi cabeza. Mi padre debía morir. No ser detenido, no escapar. Únicamente morir, no había otra opción. Si lo detenían, empezaría a soltar nombres para salvarse el culo y joderme todavía más, matando dos pájaros de un tiro. Y nada le impediría ir a por el resto de mi familia de nuevo. Así que era la única opción.
Muerto el perro, se acabó la rabia.
No iba a pedirle a Sam que hiciera algo así, me había costado lo mío convencerle de que no era un monstruo para ahora comportarme como cualquier otro de su familia. Y por mucho que fuera a permitir que me ayudaran, no sería en algo así. No, aquello era cosa mía. No sabía cómo iba a hacerlo, pero en cuanto tuviera la más mínima oportunidad, acabaría con él de inmediato.
La mano de Samael apretó la mía en su regazo y levanté la cabeza, bajando de las nubes para ver como dejaba un beso en el dorso, haciéndome sonreír.
—Oye, estoy aquí, ¿vale? —musitó, mirándome a los ojos y acariciando mi mano—. No permitiré que te ocurra nada, todo saldrá bien.
Sonreí con amargura.
—En las películas, siempre que alguien dice esa frase, significa que todo va a salir como el culo, Sami.
Su risita me llenó el corazón. Me dejé abrazar con gusto, sintiéndome como en casa una vez envuelto entre sus brazos, a pesar de que estábamos en unas sillas de espera frente al baño, al lado de la entrada de la comisaría de Atlanta. Me parecía increíble cómo podía ser real que, por tan solo estar junto a él, cualquier miedo que me estuviera estrangulando la garganta se fuera a la mierda y desapareciera. Parecía que su cercanía fuera curativa. Su voz, su calidez, su mirada, todo en él me era reconfortante. La sonrisa que me dedicó me hizo sentir único, tenía esa cualidad que me fascinaba.
—Solo que esto no es una película ya escrita —susurró antes de dejarme un beso en la sien. Con su mano derecha acarició mi mejilla—. El destino de nuestras vidas lo decidimos nosotros, y tú eres el mío, Kailan. No existirá Dios en este Plano ni en ninguno que me diga lo contrario.
No pude tan siquiera moverme ante esas palabras. Siempre que Sam me adoraba de esa forma, me sentía pequeñito, como si no mereciera nada de lo que me decía. Mi cuerpo tembló y, por primera vez en horas, no era de miedo. Me sentí seguro. Con él era habitual que me sintiera así, siempre era novedoso porque nunca antes había conocido ese sentimiento. Nunca, hasta que él apareció en mi camino. Sonreí al recordar algo que nos enseñaron en la escuela cuando era crío.
—«Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío» —cité sin dejar de mirarle, viendo como sus ojos se abrían ligeramente al mencionar el salmo. Sonreí feliz—. Creo que para mí esas palabras ahora tienen un mejor significado.
Fue esa la primera vez que le vi agachar la mirada unos segundos, algo avergonzado y abrumado por lo que le acababa de dedicar. Tomó mi cara entre sus manos, con una sonrisa que me hizo olvidarme de todos mis miedos, para después unir sus labios con los míos por unos segundos. Sentirlos de nuevo era exactamente lo que necesitaba en aquel instante.
—Estoy seguro de que hay muchas iglesias satánicas que te aceptarán como su líder.
Me arrancó una carcajada que le hizo reír de vuelta. El carraspeo incómodo de una agente de la comisaría hizo que nos giráramos hacia la recepción. La mujer nos sonreía algo tímida y yo mordí mis labios con incomodidad mientras me ponía en pie junto a Sam con las mejillas al rojo vivo.
—Tenemos que ir preparándote —dijo, sosteniendo una carpeta contra su pecho—. Perdón por interrumpir.
Reí, negando con la cabeza.
—No importa, vamos allá.
Sam, que cuando se trataba de otros no conocía la vergüenza ni esperaba conocerla, dejó un beso en mi frente que me hizo enrojecer todavía más. Aunque, por supuesto, lo amé por completo.
—Estaré cuidando de ti en todo momento, no lo dudes —me aseguró. En su cara pude ver la preocupación mientras me alejaba de él junto a la policía. Una pequeña y fugaz sonrisa tiró de esa comisura izquierda que tanto adoraba—. Hasta que el Infierno se congele.
Parpadeé para evitar que las lágrimas salieran y le sonreí de vuelta.
—Hasta que el Infierno se congele.
Seguí a la mujer por los interiores de la comisaría mientras me explicaba que, una vez en el camión, me prepararían para el plan. Supuestamente tenían que dejarme unas manzanas alejado del hotel en cuestión donde mi padre se hospedaba, para que así no me vieran salir de un «camión de una carnicería» hasta arriba de polis armados.
Porque todo el plan se iría a la mierda.
De cara a ellos, solo tendría que entrar, entretener a ese cabronazo, y en cuestión de unos minutos entrarían al hotel. Por mi propia seguridad, y eso era lo que más me acojonaba, no podían ponerme micrófonos o demás sistemas de escucha típicos de poli infiltrado de película, porque era jugársela a que al cachearme alguna de sus ratas secuaces lo encontrara y me despedazaran en el acto. Así que estaba incomunicado.
Suspiré con amargura y detuvimos nuestro camino cuando otro policía nos interceptó.
—Dice mi compañera que vayas con ella para empezar a preparar al otro equipo también, yo me encargaré de guiarle hasta el parking —comentó el chico, señalando el pasillo a su espalda.
Era joven, o eso creía, porque al menos aparentaba mi edad. Intenté no reírme porque la chaqueta del FBI del uniforme no parecía de su talla y le quedaba algo holgada, por eso, y porque esos ojos azul profundo me dieron mal rollo. Por no hablar del pelo largo y blanco, recogido en una coleta baja. Era confuso, podía tener entre veinte y setenta años.
La mujer a mi lado boqueó unos segundos y sopesó sus palabras.
—Oh, está bien. —Me miró y puso una mano en mi hombro, intentando darme ánimos—. En nada estaremos contigo, no te preocupes.
Asentí agradecido por sus palabras antes de que se marchara y el agente me sonrió con amabilidad, indicándome el camino. Echamos a andar en silencio por los pasillos de camino al parking de la comisaría y fruncí el ceño al darme cuenta de que el chico cojeaba.
No era por discriminar, pero... ¿desde cuándo admitían cojos en el FBI? Sacudí la cabeza ante ese hecho, porque quizá le estaba prejuzgando y el pobre se había jodido la pierna en el trabajo.
—¿Estás bien?
No pude evitar preguntarlo.
Se le quedó el cuello un poco rígido y pensé que había metido la pata hasta el fondo. Le restó importancia y volvió a sonreír con simpatía.
—Cosas del servicio. Ahora estoy... relegado a la oficina.
Chasqueé la lengua.
—Vaya, lo siento, parece una putada. Por lo de que eres joven y eso —añadí antes de que llegáramos a las puertas de salida—. Lesionarte de por vida nada más entrar en el cuerpo ha de ser duro.
—Lo llevo con dignidad —respondió secamente, abriendo una de las puertas para dejarme pasar.
«Vale, este tío es un puto rarito».
—Pues qué bien —comenté con desgana ante Míster Simpático.
Bajé las escaleras mirándole de reojo. Algo empezó a escamarme al darme cuenta de que no había visto a ese tío en la comisaría desde que había llegado al mediodía y mucho menos en el equipo de Kingsley, aunque lo que verdaderamente me escamaban, eran esos ojos de un azul antinatural. Al doblar la esquina del edificio hacia los coches, un duro escalofrío sacudió mi cuerpo. Podía sentir mi piel helada, como si acabara de salir del agua congelada de un lago tras caerme bajo el hielo.
«Sentirás un frío inusual. Un frío que no has vivido jamás, es el que se siente antes de morir... lo sabrás cuando lo sientas».
Las palabras de Samael sonaron como un eco oportuno en mi mente. Levanté la cabeza de golpe y sin dudarlo.
Apoyado en el maletero de un patrulla, Azrael me sonrió saludándome con la mano.
—Hola, cuñado.
Y el «policía» a mi lado, me tumbó contra el pavimento de un solo puñetazo.
Lilith
Paymon salió raudo de su escondite a por mí en cuanto esos dos bastardos se escabulleron por la gruta, ni siquiera lo dudó. Liberó mis cadenas a la vez que profería una sarta de insultos en lilim que deberían haberle enredado la lengua ante semejante velocidad.
—Cómo se atreve a manipularnos para ponernos en contra de nuestro Rey —replicó entre dientes, comprobando mis muñecas—. Cómo se atreve si quiera a tocarte.
—Tranquilo, Paymon. —Su vista encolerizada se levantó hasta la mía—. Se lo haré pagar de una y mil formas.
Hacerle sonreír sirvió para calmarlo, y en aquel momento fue una de mis prioridades. Necesitaba mantener la mente fría para pensar. Esos dos iban a por Kailan y tenía que impedirlo de alguna forma, tenía que advertir a Lucifer, pero a su vez no quería marcharme del Infierno y dejar a mis hermanos a merced de ese traidor, quería encargarme personalmente de él. Ordené a Paymon que mandara a dos de los nuestros a que pusieran en aviso a Lucifer de lo que había sucedido antes de que fuera tarde, yo me uniría a él en cuanto tuviera a esa sanguijuela bajo control. Cuando volvió le puse al corriente del plan que estaba tramando, provocándole una sonrisa orgullosa más. Dejé que todo fuera paso a paso por el cauce que necesitaba y, cuando el escenario y sus actores estuvimos listos, me senté de nuevo en la silla con mis muñecas envueltas en cadenas, con la diferencia de que entonces, el agarre era ridículo. De una sola sacudida podría liberarme sin problemas para abofetear a ese imbécil. Gracias a mis poderes, envolví a Paymon con mi propia esencia y borré su figura, volviéndolo invisible, y puse mis ojos frente a las grandes estanterías dónde él se encontraba. Oculté la negrura de los mismos con un seguido de murmullos en latín que los volvía a mi apariencia natural como si de una máscara se tratara.
Para mi suerte, Eligos no tardó mucho más en aparecer por la gruta de nuevo. Lo que me erizó la piel al contemplar la idea de que el plan de Azrael ya pudiera estar en marcha. Su sonrisa me lo confirmó y requerí parte de mis fuerzas en no temblar de rabia. Bien podía ser mentira, de ese demonio bastardo ya no podía creerme nada.
—Pobre chico, deberías haber visto la cara que ha puesto ante Azrael —dijo, haciendo un fingido puchero—. Ni siquiera lo ha visto venir. Es cuestión de tiempo que Lucifer encuentre su cadáver y vuelva aquí. Para entonces ya estaremos preparados.
Se detuvo en mitad de la estancia y sonrió.
—¿Y ahora qué hago contigo? Si te mato, esa panda de imbéciles que tenemos por hermanos podría sospechar. Sobre todo tu principito —añadió, acariciándose el mentón.
—Suéltame, Eligos. Todavía no es tarde, las cosas pueden cambiar.
Arqueó una ceja, acercándose a mí paulatinamente, hasta apoyar sus asquerosas manos sobre mis muñecas, mirándome fijamente a los ojos como si pudiera ver a través de mi hechizo.
—¿De verdad crees que voy a creerme algo de lo que me digas? —masculló sonriente. Se irguió de nuevo, paseándose por la alcoba con tranquilidad. Mi corazón se aceleró cuando se detuvo frente a las librerías a unos metros de mí—. ¿De verdad crees que me voy a tragar tus artimañas?
Antes de que tan siquiera me diera cuenta, desenfundó su cuchillo y lo ensartó en la nada.
La figura de Paymon se hizo corpórea y se llevó las manos a su sangrante abdomen, con la boca abierta.
—¡NO!
Ese grito que desgañitó mi garganta hizo eco por todo el Reino del Infierno. Paymon cayó de rodillas antes la amplia sonrisa de Eligos.
—¿Acaso se te olvidaba que puedo ver el futuro?
Agaché la cabeza, sollozando al ver a Paymon agonizando en el suelo en un charco creciente de su propia sangre, y con la misma rapidez con la que Eligos había desenfundado su arma, mi llanto comenzó a transformarse en una risa que se tornó más y más malévola a cada segundo. El demonio me miró como si hubiera perdido el juicio.
—¿Cómo voy a olvidarme de algo de lo que no paras de alardear, Eligos? —siseé con una ladeada sonrisa, descubriendo mis ojos negros—. Puedes verlo, pero el futuro es incierto y cambia a voluntad de su dueño, ¿no?
—Es curioso cómo, que predigas el futuro, te vuelve predecible a ti también —señaló el verdadero Paymon cuando desvelé su ser a mi lado, con el brazo apoyado en el respaldo de mi silla.
La ilusión del Paymon agonizante en el suelo rio con fuerza ante la cara perpleja de Eligos, antes de desaparecer frente a sus ojos en una bruma negra. Este dio un paso atrás, estupefacto.
Me puse en pie de un salto, arrancando las cadenas y atizándole con una de ellas en su estúpida cara de niño, derrumbándolo contra el suelo. Intentó darme una patada y me aparté en un solo movimiento, tomándole por la pierna y lanzándolo por los aires hasta estamparlo contra las librerías.
Oh, las ganas que tenía de hacer algo así, fue incluso liberador. Ya le pediría perdón a Lucifer por destrozarle su biblioteca personal más tarde.
Gritó de rabia y dolor y le asesté una patada que le giró la cabeza. Pasé la cadena por su cuello y lo estrangulé levantándolo contra mí, desvelando en el proceso a Belcebú, sentado en la mesa sobre sus piernas cruzadas, observando el espectáculo como un orgulloso hermano mayor, a Baal, apoyado a un lado de los grandes armarios, que me había ayudado con sus dones a volverles invisibles, y a Belial, que negaba con la cabeza presenciándolo todo desde la puerta.
—Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Bueno, he preferido que tus propios hermanos vieran por sí mismos cómo les has manipulado y mentido para tu propio beneficio —gruñí entre dientes. Di un vistazo a su cuchillo mientras él forcejaba—. ¡Nadie, nunca, jamás, se atreverá a hacerles daño mientras yo viva! ¡Y mucho menos a Paymon! ¿Ha quedado claro?
Le lancé contra la alfombra y tosió intentando incorporarse.
—Ni se te ocurra moverte, rata miserable —gruñó Belcebú, tomándole por su armadura para ponerlo en pie de un seco tirón.
—Menuda vergüenza, ¿cómo has podido hacernos algo así?
La voz irritada de Belial llegó hasta mi mientras me encaminaba hacia el borde del desfiladero con paso firme y el mentón alzado, jadeando por la rabia y el esfuerzo que buceaban libremente por la sangre hirviente en mis venas.
—¡Hermanos! —rugí con todas mis fuerzas. El eco de mi grito se escuchó de forma residual por todo el Infierno, haciendo que los demonios dejaran sus quehaceres para observarme perplejos—. ¡Eligos os ha estado mintiendo y manipulando!
Fueron escasos segundos los que tardaron en alzar sus voces enfadadas y sorprendidas mientras se congregaban a nuestros pies. Belcebú despeñó de una patada a Eligos por el abismo y, junto a nuestros otros dos hermanos, saltaron hacia abajo para impedir que este escapara. Aunque lo tenía complicado ante la muchedumbre enfurecida que le aguardaba en busca de explicaciones.
—¡Pretendía rebelarse contra nuestro Rey y desencadenar una guerra contra el Cielo! ¡Hizo un pacto con Azrael y le permitió la entrada a nuestro Reino! ¡A nuestro hogar!
El griterío demoníaco retumbó de tal forma que estuve segura de que Lucifer pudo escucharlo como si lo estuviera viviendo frente a sus ojos.
—¡Retenedlo hasta que traiga de vuelta a nuestro Rey! Él se encargará de impartir la justicia que os merecéis.
Un seguido de risas, aplausos y gritos satisfechos hizo eco hasta en el último rincón de este nuestro hogar. Paymon se colocó a mi lado, contemplándome orgulloso, y no pude evitar mirarle y sonreír. Temblando de pies a cabeza, tomé su mano con mi izquierda, sorprendiéndole con ese acto. Lo cierto era que, incluso siendo una ilusión creada por mí misma, verle morir había retorcido mis entrañas hasta límites que nunca creí posibles.
—Estoy muy orgulloso de ti.
Me aclaré la garganta, apartando la mirada y jugueteando distraídamente con uno de mis rizos.
—Voy a... tengo que volver. Tengo que ayudar a Lucifer y a Kailan —musité, mirándole a los ojos, sin saber muy bien de dónde saqué las fuerzas para hacerlo.
Su sonrisa calentó mi herido corazón, y la cercanía de mi rostro con el suyo se encargó de acelerarlo.
—Ve tranquila, nosotros nos encargamos de todo. —Se aproximó mi mano a sus labios y depositó un beso en el dorso, con una leve reverencia.
El siempre respetuoso y adorable Paymon.
Mordí mis labios y asentí, viéndole marchar. Me puse a dar saltitos alegres e idiotas hasta que sacudí la cabeza, intentando recomponerme como el supuesto ser adulto y racional que era.
A quién pretendía engañar.
Fui corriendo hacia los armarios para deshacerme de la ropa rota y manchada y, una vez que me sentí yo misma de nuevo, me escabullí transformándome en la neblina negra para ascender hasta la gruta, en busca de la energía y esencia de Lucifer que llegaba desde el anillo.
Debía darme toda la prisa posible, y por primera vez en mi vida, consideré la idea de rezar porque a Kailan no le hubiera sucedido nada.
Lucifer
Exhalaba el humo del cigarrillo con total desgana porque era lo único que parecía mantenerme distraído. No tenía ningún efecto calmante en mí, a diferencia de lo que provocaba el tabaco en los seres humanos. En mi caso era un mero entretenimiento, pero ni siquiera eso aclaraba mis pensamientos. Estaba contando los minutos que me faltaban para seguir a la agente del FBI y poder así proteger a Kailan. Que me perdieran de vista ahora podía enturbiar las cosas, así que prefería mantenerme cerca de la comisaría, más concretamente sentado en los escalones de su entrada. Pincé el puente de mi nariz tras otro suspiro que se llevó de mí el humo, pero no las preocupaciones. Eran demasiadas.
Aquello era una completa, absurda y soberana estupidez. Debía estar junto a Kailan y podría solucionarlo todo en cuestión de dos minutos, pero el chico se había aferrado a hacerlo todo por «la vía humana». Si me lo permitieran, ese bastardo de su padre ya estaría criando malvas y mis hermanos (y también un servidor) divirtiéndose a costa de su alma. Todos ganábamos, pero parecía que eso solo lo veía yo. Aunque no sé qué apariencia pretendía mantener, juraba que la agente del FBI sabía más de mí de lo que aparentaba. Al menos por cómo me contemplaba siempre, como si tuviera un par de cuernos en la frente y dos patas de cabra por piernas.
Resoplé. Los humanos y sus estúpidas versiones de nosotros.
Sabía que mi mal genio se debía a la ausencia de Kailan y Lilith, por quien cada vez estaba más preocupado ante su desaparición, pero si antes lo tenía complicado para ausentarme al Infierno, en ese instante era mucho peor. Lancé el cigarrillo a un lado de la acera con rabia y un policía apoyado en su vehículo patrulla, con un café en mano, me miró arqueando una ceja. ¿Y a ese qué le ocurría? No estaba para absurdeces. Me tensé en cuanto Kingsley apareció por la entrada.
Y lo hice mucho más, cuando su compañía era la policía que había guiado a Kailan a la zona de aparcamiento. Estaba completamente alterada.
—¿Dónde está? —gruñó la agente Kingsley de forma amenazadora, acercándose a mí—. ¡Qué le has hecho al chico, maldita sea!
Abrí los ojos de par en par sin entender nada.
—¿De qué está hablando?
Me dio un empujón furioso y me atravesó con su mirada heladora.
—Dice que lo guio hasta que un tipo, haciéndose pasar por agente del FBI, los interceptó mintiéndole y se lo llevó al aparcamiento en su lugar. —Me quedé de piedra ante sus palabras—. ¡Me da por mirar las grabaciones de las cámaras y veo al testigo de Las Vegas junto a Kailan desplomado en el suelo, en compañía de otro tipo extraño más!
A mí mente le fue prácticamente imposible asimilar y procesar todo lo que Kingsley me estaba gritando. Retuve sus manos para que dejara de golpearme y empujarme antes de que se hiciera daño, pero me fue imposible hablar.
Porque se habían llevado a Kailan.
—Segundos después, la imagen se altera extrañamente, igual que pasó en el restaurante de Albuquerque —añadió entre dientes, sin dejar de mirarme.
Mis ojos se abrieron, todavía más impactados.
—Te he buscado de todas las formas posibles y no hay ni rastro humano de ti, no tienes pasado ni presente, tus nombres no aparecen en ninguna parte y tus huellas dactilares tampoco. Y en cuanto te juntas con el chico, todo lo que sucede a su alrededor es extraño o no tiene explicación. Unas grabaciones alteradas en Albuquerque, clientes y trabajadores que no recuerdan nada. Una pluma en Roswell junto a tres cadáveres destrozados de formas inhumanas. Y ahora, aquí vuelve a pasar algo más. Por no hablar de los malditos cambios temporales —gruñó, como si en su cabeza hubiera atado todos los cabos y estuviera harta de fingir lo contrario—. Dime qué has hecho... Y quién eres.
Mi cuerpo temblaba de pies a cabeza en una mezcla de rabia y temor. Sacudí la cabeza cuando un ensordecedor griterío demoniaco opacó todos mis sentidos obligándome a dar un par de pasos atrás, soltando a la mujer. Apreté los dientes y cerré los ojos con fuerza unos segundos cuando el anillo quemó dolorosamente mi piel. Miré a todas partes, confuso por ese repentino fervor que provenía desde mi Reino. Mis fieles gritaban por algo y alguien se había llevado a Kailan, no sabía qué era, pero algo me decía que estaba relacionado y me temí lo peor.
Clavé las pupilas en Kingsley ante mí, que me observaba perpleja.
—Cómo era y cómo se llamaba ese testigo de Las Vegas —susurré sin tan siquiera parpadear, con mi mente funcionado demasiado deprisa.
Kingsley frunció el ceño unos instantes.
—Pelo largo y rubio, alto, ojos grises. Dijo que se llamaba Mordad Jackson.
Un escalofrío lacerante descendió por mi espalda.
—Azrael.
Y si con saber que el hijo de perra de mi hermano se había llevado a Kailan no tenía suficiente, cuando abrí los ojos vi en la otra acera a Dantalion y Aim, observándome con rostros desencajados tras semejantes voces en mis oídos.
Fue ahí cuando supe que todo se había ido al Infierno.
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