Capítulo 12. Pecados capitales
Roswell, Nuevo México. Julio de 2022
—Con todos mis respetos, señor Anderson, pero qué coño es lo que acabo de escuchar.
Kingsley llevaba alrededor de veinte minutos deambulando por la habitación, rememorando cada línea de las grabaciones en su mente, antes de iniciar la videollamada con Anderson. Grabaciones en las que Usher Williams y John Brown se incriminaban a sí mismos, reconociendo haber sido comprados por Abraham Miller y trabajar para él desde hace dos años, al menos Williams. Cómo este estaba jodiendo la investigación desde dentro para incriminar a Kailan Miller como el culpable de las muertes y así redirigir la atención al chico en lugar de Abraham y sus hombres. Cómo intentaba detener el flujo de información entre Nueva York y el FBI para dar tiempo a los secuaces de Abraham a capturar a Kailan.
Todo ese tiempo, en esos dos años, Kingsley confió en él. Fueron buenos compañeros de equipo, resolvieron crímenes. Desayunaron, comieron y cenaron juntos trabajando en más casos. Y todo ese tiempo, el cabrón de Williams le había estado mintiendo en la cara.
—Lo que has escuchado, agente Kingsley, forma parte de la Operación Alfa, una investigación abierta por algunos oficiales del departamento, entre los cuales me incluyo, y otros agentes, entre quienes J.J. se incluye, para desmantelar la red de corrupción policial dentro del cuerpo de las fuerzas del estado compradas por el señor Abraham Miller.
El paseo de Kingsley se detuvo frente a la cámara de su ordenador portátil, apoyado en la mesa, y se giró hacia ella.
—¿Jules está dentro de esto?
—Desde el principio.
Kingsley se sentó en la silla, remangando su camisa y cruzándose de brazos.
—Sabe todo lo que he investigado en contra de ese cabronazo, sabe por todo lo que me ha hecho pasar. Por qué demonios no contaron conmigo.
—Porque la Operación Alfa se abrió con la muerte de su hijo.
Nunca estuvo preparada para escuchar una respuesta así, no lo esperó, ni siquiera lo pensó. Cuando Joshua murió, todas sus esperanzas de resolver el caso y que Abraham y los suyos se pudrieran en la cárcel, murieron con él. Así que por nada del mundo podía imaginar que, un año después, el asesinato de su hijo incentivaría una operación policial de tal tamaño.
—Estabas afectada, Ashley, y era completamente normal. Haberte metido en esto entonces habría sido un error, necesitabas hacerte a un lado y dejar que nosotros nos ocupáramos de ello.
Kingsley apretó los dientes.
—Hubiera acabado con parte del dolor saber que alguien estaba haciendo algo.
—O habría bastado para que quisieras formar parte a toda costa.
Su boca se cerró cuando estuvo a punto de replicar y el silencio se hizo a ambos lados de la pantalla. Los dos estaban en desacuerdo y tenían razón a la vez. No había una forma correcta para obrar, pero ninguno pensaba ceder.
—Cómo se hiciera ya no importa, agente Kingsley, lo que importa es que ocurrió. Y gracias a ello, hoy estamos en el punto en el que estamos.
Ashley chasqueó la lengua, un quejido similar a una risa sardónica fue lo que se escuchó por su parte en primer lugar.
—¿Y en qué punto están?
—En el que hace dos meses descubrimos que el director de la delegación de Las Vegas, John Brown, estaba pringado hasta el cuello y recibiendo dinero de Miller. Tras detenerle, y gracias una buena dosis de chantaje y retorcer las tuercas adecuadas, cedió a colaborar amablemente con nosotros a cambio de una reducción de condena.
Las cejas de Kingsley se arquearon. Si no se esperaba la respuesta de hacía un rato, aquella mucho menos.
—¿Cómo cree que hemos conseguidos esos audios del agente Williams?
Se frotó los ojos, suspirando con fuerza. El inicio de lo que aseguraba una futura migraña pinchó tras ellos, pero no tenía tiempo para dolores de cabeza, bastantes le traía la vida ya.
—¿Fue Brown quien los consiguió?
—Con algunas llamadas intervenidas, sí. Algunas durante la investigación en Las Vegas y en Albuquerque. ¿Por qué crees que la información nunca llegaba a ti? ¿Quién te crees que entró en tu cuenta de correo del equipo para borrar mi email con el informe? ¿Quién te piensas que obstruía cualquier vía posible?
Como una ráfaga de disparos, los recuerdos aturullaron su mente uno tras otro, demostrándole que lo que decía Anderson estaba muy lejos de ser mentira.
—Le pedí que se pusiera en contacto con Nueva York —musitó para sí misma, sintiéndose imbécil. Para su desgracia, Anderson la oyó.
—Nunca llamó.
—Fue Jules la que se lo pidió a usted.
Por primera vez desde que habían iniciado la llamada, una pequeña sonrisa tiró de los labios de Alden Anderson.
—Tenemos que ver hasta dónde nos lleva, no permitir que se salga con la suya. Y Jules quiere dar carpetazo a este asunto tanto como tú. Has sido una pieza fundamental y lo sigues siendo.
En la mente de Kingsley otras piezas empezaban a encajar a la perfección, como un mapa al que se le iban dibujando los huecos que faltan, facilitándole mucho más ver el camino que ha recorrido y el que debía seguir. Al menos ya sabía en quién no podía confiar.
—Así que todo este tiempo he sido un peón.
—¿Acaso no lo es también Kailan Miller para usted?
Kingsley apretó los dientes. El mencionado suspiró, pasando una mano por su rostro e inclinándose hacia adelante en su silla del despacho.
—Todos somos peones en el juego de alguien, agente Kingsley. Lo que le pido, es que ahora forme parte del juego a voluntad, quizá con las jugadas ganadoras de antemano.
Kingsley mordió el interior de su mejilla y miró hacia la puerta, como si a través de ella viera la habitación al otro lado del pasillo, donde Williams dormía felizmente alejado de todo.
—No tenemos las jugadas ganadoras, ni siquiera sabemos a qué maldito juego estamos jugando. Tiene las pruebas suficientes contra él, deténgalo.
Anderson negó con la cabeza, mirándola fijamente a través de la pantalla.
—Tienes razón, quizá no tengamos las jugadas, y precisamente por ello no podemos detenerle todavía. Si lo detenemos, Abraham podría intentar comprar a otros policías y tendríamos que volver a empezar. Hay que mantener la calma y que todo siga igual para ver hacia dónde nos lleva Williams. Deja que la rata se lleve el queso envenado a la madriguera, a ver qué pasa.
Por mucho que le pesara, Anderson tenía razón, actuar ya era demasiado precipitado y teniendo todavía invitados en la fiesta, no podían darla por terminada.
—Como Williams ha cumplido su obediente trabajo como buen corrupto, he pedido personalmente a Nueva York toda la información que necesitas. Un tal Brian O'Sullivan fue identificado en el tiroteo segundos antes de que iniciara, acompañando a otro chico y a la hermana de Miller, gracias a las cámaras de una licorería frente al apartamento de los Clark-Herrera. Te he mandado todos los datos e informes a una nueva dirección de correo más segura y que solo conocerás tú.
—He comprado un billete a Nueva York para buscar la información yo misma, pero se lo agradezco.
Anderson arqueó las cejas, silbando.
—Vaya, eso sí que es pasarse mis órdenes por el forro.
—Verá, no me gusta únicamente eso de ser un peón. En el tablero prefiero a la reina, así me muevo en cualquier dirección. —El hombre no pudo evitar una risa con cierto orgullo en su tono—. Me facilitará el trabajo tener la información y sabré por dónde empezar. ¿Brown no ha dicho nada más?
—No mucho, está acojonado, pero seguimos presionando. Tiene mujer e hijas así que, o bien se desmorona por verlas o no habla para protegerlas. Lo que me hace pensar que, si tiene tanto miedo, es porque hay algo más grande detrás de todo esto.
Kingsley torció el gesto. Sí, ella pensaba lo mismo desde que Kailan Miller puso pies en polvorosa una madrugada en Las Vegas, con un extraño desconocido y un cadáver en su maletero.
—Yo también lo creo —reconoció, sorprendiendo al hombre—. La huida de Kailan y la persecución que está teniendo... solo imagino que sirva para recuperar algo muy, muy valioso.
—Sabemos que Abraham ha perdido mucho dinero tras el último combate y que se está dejando hasta el último dólar en encontrar a su hijo.
—Así que Abraham debe traerse algo grande entre manos.
—O él tan solo es la punta del iceberg.
La mujer alzó una ceja, perspicaz. Esa idea nunca la había considerado. ¿Hacerle perder mucho dinero a un padre sería motivo suficiente para que este quisiera matar a su hijo? Probablemente, pero no tenía tanto sentido que, si había perdido muchísimo dinero, se gastara aún más en encontrarlo cuando Abraham Miller podía hacer nueva fortuna en cuestión de poco tiempo.
El dinero compra aliados.
El dinero silencia voces.
Kingsley levantó la mirada de golpe hacia Anderson.
—Creo que, quien está huyendo de regreso hasta su hogar, tiene la respuesta que dará jaque mate al Rey.
En aquel instante, encontrar a Kailan Miller con vida se había vuelto una prioridad.
Y quien le daría la información adecuada, estaba en Nueva York.
Hell's Kitchen, Manhattan, Nueva York. Julio de 2022
El vuelo, y las recientes noticias, habían dejado a Kingsley agotada en cuerpo y mente. No era demasiado fanática de los viajes en avión, no por miedo a volar, si no por el tiempo y la paciencia que requerían. Después de descubrir que su compañero, de los pocos en quien confiaba, era un corrupto soplón, su paciencia era más bien poca. Lo bueno era que se había pasado el vuelo empapándose de toda la información respecto a la Operación Alfa, que Anderson le había enviado a su nueva cuenta de correo. Por suerte, un agente de la policía de Nueva York la estaba esperando en el aeropuerto para recogerla tras advertir de su visita, cosa que agradeció enormemente. En la comisaría pasó la tarde charlando con los agentes involucrados en el tiroteo de Brownsville y se puso al tanto de todo lo que habían recabado respecto a ello. Tal y cómo Anderson había dicho, y como ella sospechaba, los Sullivan estaban metidos hasta el cuello, probablemente debido a una larga amistad con la familia de los Clark-Herrera. Un par de los agentes reconocieron haber visto en la casa de doña Regina una fotografía de Kailan y uno de los chicos del tiroteo, siendo tan solo unos críos. Así que las piezas del puzle comenzaban a encajar.
Era esa la razón por la que, en aquel instante y mientras se anudaba el cinturón de su largo abrigo negro, Kingsley caminaba por Hell's Kitchen con las manos en los bolsillos, refugiándose del insólito temporal de nieve que azotaba el país en la recién empezada noche.
Una llamada extraoficial y una gran advertencia habían bastado para que los Sullivan aceptaran una reunión privada con ella en su pub.
Golpeó con sus nudillos enfundados en guantes de cuero sobre el cristal de la puerta del Sullivans y una chica joven, pelirroja y con la cara plagada de pecas y mal humor, le abrió para dejarla entrar. Para Kingsley no pasó inadvertido cómo después cerraba la puerta y giraba el cartel que colgaba del cristal, indicando el cierre del pub. Observó el largo local. A la izquierda, una barra de madera ocupaba una parte de un extremo a otro del mismo en forma de L, iluminando las botellas tras esta con tenues lucecitas verdes de estilo navideño. De hecho, todo el local constaba de tonos verdes y marrones entre cojines, muebles, columnas y banderines, dándole ese aire clásico y característico irlandés de los años 60, pero con un toque más personal.
«Más familiar» añadió Kingsley mentalmente, analizando a cada miembro de los Sullivan allí presentes.
Sentado en la barra, el ex presidiario Connor, el mayor de los hermanos, tomaba una pinta de Guinness con suma tranquilidad. Una mujer entrada en los cincuenta, pelirroja y muy guapa, la analizaba de pies a cabeza mientras limpiaba un vaso con un trapo tras la barra. La joven que le había abierto se mantuvo en la puerta, dando vistazos al exterior. Casi en el centro del local, y desparramado con una calma absoluta sobre una silla, un joven de la edad de Brian O'Conner, pero con el pelo bastante más rizado, la contemplaba con una sonrisa altiva. En uno de los bancos verdes que formaban una media circunferencia alrededor de las mesas a su espalda (casualmente tras él y seguramente nada estratégico para protegerlo) un hombre de la edad de la mujer leía el periódico con marcado desinterés y otro chico, más joven que Connor pero no tanto como la muchacha de la puerta, fumaba un cigarrillo como si el asunto no fuera con él.
—Bonita reunión familiar.
—No si está usted aquí, desde luego —respondió el chico de la mesa, indicándole que tomara asiento delante de él.
Kingsley se quitó los guantes y los guardó en los bolsillos del abrigo mientras caminaba en su dirección. El repicar de sus botas de tacón contra el suelo de baldosas negras y blancas fue lo único que se escuchó hasta que tomó asiento. Se quitó su reglamentaria del cinturón y la dejó con lentitud y cuidado sobre la mesa, en una ofrenda de paz que los Sullivan parecieron entender. Con un ligero asentimiento de cabeza por parte del mayor de ellos, el patriarca, se escucharon los seguros de un par de armas volver a ser puestos, armas que Kingsley se percató de ni siquiera haber visto. El hombre volvió la vista a su periódico tranquilamente.
—Mi nombre es Sean, pero todos me llaman Sully —se presentó el joven frente a ella, le sorprendía que fuera él el que llevara el diálogo—. ¿Una cerveza?
Kingsley imaginó que, al tratarse de su amigo, quería encargarse personalmente.
—Ashley Kingsley, no bebo cuando estoy de servicio—respondió, estrechando la mano que le ofrecía, ambos en un firme y tenso apretón de manos—. ¿Qué tal está Brian?
Silencio. Sullivan sonrió.
—¿Quién?
Kingsley asintió, una mueca similar a una sonrisa también cruzó sus labios.
—Chico listo.
Sean se encogió de hombros, quitándole importancia, y la mujer le miró fijamente, con su seriedad habitual grabada en el rostro.
—Iré al grano, no quiero hacernos perder tiempo a ninguno de los dos. —Carraspeó y le miró fijamente—. Sospechamos que tú y tu familia tenéis contacto con Kailan Miller. Que le habéis estado ayudando desde aquí, protegiendo a su familia ahora que Abraham está al acecho, y también a él.
El ceño del pelirrojo se frunció con fingida confusión.
—No sé de qué me está hablando, agente Kingsley.
—No me tomes por idiota.
—Por lo que dice tan solo son sospechas y ninguna certeza —respondió, con las manos entrelazadas sobre la mesa de madera.
La mujer cruzó una pierna sobre la otra como si se pusiera cómoda y ladeó la cabeza. Ella también sabía jugar a ese juego, llevaba años en él.
—Si la tenemos de que Brian O'Sullivan, gracias a una cámara de seguridad de una licorería situada frente al apartamento de la familia de Miller, estaba en el lugar del tiroteo minutos antes de que este sucediera. —A Sean le fue cambiando la cara a medida que Kingsley hablaba—. Así como también tengo un par de agentes de la policía de Nueva York que te sitúan a ti en el lugar del tiroteo junto a Brian, cargándote a uno de los hombres de Abraham. ¿Sabes cuántos años te podrían caer por eso? ¿Y a tu primo?
El silencio volvió a reinar en el pub de tal forma que la tensión podía olerse en el ambiente, entremezclada con el aroma de la cerveza negra y el humo del tabaco.
Kingsley miró por encima de su hombro en dirección a Connor.
—¿Qué tal la cárcel? Seguro que puedes darle un par de consejos a tu hermano.
La mujer tras la barra posó con cuidado y mal disimulo la mano sobre el brazo del que suponía que era su hijo, que ya estaba rechinando los dientes. Cuando volvió la vista, Sully tenía la mandíbula tensa y los hombros rígidos.
—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, Sullivan. Y creo que es mejor para todos la primera opción, sobre todo para Kailan.
El chico dio un leve vistazo a su padre y después a la mujer.
—¿Qué saco yo con todo esto?
—¿No ir a la cárcel? ¿Salvar de ella también a tu primo?
—Pero Kailan irá en nuestro lugar, ¿me equivoco?
La mujer suspiró, cruzándose de brazos.
—Intentaré por todos los medios que eso no acabe así, solo dependerá de si él decide colaborar también. Pero para ello, antes tengo que encontrarle, y por ello necesito tu ayuda. La vuestra.
Unos eternos segundos de silencio más se hicieron presentes. A ojos de Kingsley, Sully parecía rumiar en su cabeza las diferentes posibilidades como un ajedrecista que planea e intenta prever las futuras jugadas de su contrincante, barajando todas las opciones. Dio un barrido visual a todos y cada uno de los miembros de su familia, como si tuviera una comunicación mental de la que Kingsley no formaba parte, para en último momento mirarla a ella también.
—En el hipotético caso de que aceptara, ¿qué tendría que hacer?
—En el hipotético caso de que no lo hicieras, tan solo tendrías que despedirte de los tuyos y darle la mano a tu primo para ir juntos a la cárcel —le recordó, consiguiendo de nuevo que el chico apretara los dientes, dejándole claro que realmente no tenía opción—. Y en el hipotético caso de que sí, tendrías que informarnos de dónde se encuentra Kailan Miller, hacia dónde se dirige y cuáles son sus planes.
—¿Vender a mi amigo? ¿Es eso?
—A mi me gusta más llamarlo: «que tu amigo no acabe muerto en un contenedor».
Sully tomó aire y lo expulsó con pesar, cruzando los brazos sobre su pecho de la misma forma que Kingsley. Toda la expresión no verbal de su cuerpo era claramente negativa ante esa idea, como lo fue también la de doña Regina y el señor Clark en su momento.
—Sé que lo haces con buena intención —añadió Kingsley, intentando relajar el ambiente—. Pero no podrás proteger a Kailan eternamente, ni a él, ni a su familia, ni a la tuya.
Para sorpresa de la mujer ante él, una ladina sonrisa curvó los labios de Sean O'Sullivan.
—¿Y si le dijera que sí? Que puedo protegerles, que, si a cualquiera de nosotros nos pasara algo, cierta información que poseo vería la luz.
Como un golpe inesperado, Kingsley se inclinó hacia atrás en el asiento hasta apoyar su espalda, frunciendo el ceño.
—De qué estás hablando.
La sonrisa de Sully se ensanchó.
—De cierto ordenador portátil que, en un descuido por parte de esos inútiles que tiene Abraham por hombres, olvidó en el apartamento donde espiaban a la familia de Kailan. —Fue entonces la cara de Kingsley la que cambió palabra tras palabra—. Ordenador que contiene cuentas bancarias en paraísos fiscales, transacciones desde estas, operaciones estadounidenses en bancos de países extranjeros, nombres de empresas fantasmas en estos mismos países... Incluso una lista de nombres de personas que, de ver la luz, se armaría un gran escándalo. Y un largo etcétera. Información que, por supuesto, podría donar al FBI en un gesto de buena voluntad.
El padre de Sean le miró con un destello de orgullo brillando en sus pupilas. Kingsley arqueó las cejas con asombro. El chico era bueno, desde luego. Cuando entró por la puerta del pub nunca imaginó que esa conversación pudiera darse. Estaba siendo todo un día de sorpresas.
—Qué quieres a cambio.
—Vamos, agente Kingsley, no me tome por idiota.
La mujer se atusó su abrigo y le miró desafiante, cruzándose de brazos.
—Habla, Sullivan.
—Quiero garantías —replicó entre dientes, con una escalofriante sonrisa—. De que no va a jugármela, de que ni mi primo ni yo pisamos la cárcel. ¿Existe un video de unas cámaras? Se borrará mágicamente ¿Unos agentes dicen haberme visto? De repente ni siquiera sabrán quien soy.
Kingsley alzó el mentón, nunca había sido vapuleada verbalmente por un crío de veinte años y se permitió disfrutarlo. Podía otorgarle aquello que Sullivan le pedía y a cambio obtener información privilegiada que a la Operación Alfa le vendría de perlas. Aquello podía significar el fin de Abraham.
—¿Qué hay de Kailan?
—Esa es mi última garantía —aseguró, entrelazando sus manos de nuevo, poniéndolas sobre la mesa e inclinándose hacia ella—. En cuanto lo encuentre, si es que decido ayudar, nada malo va a pasarle. Lo protegerá con la vida de quien sea si es necesario. Si Kailan Miller muere, la información sale a la luz, y le aseguro que lo que hay ahí dentro, no va a gustarle ni al FBI ni a la ciudadanía.
La mujer mordió sus labios con ligera tensión. ¿Qué coño había en ese ordenador? ¿Acaso rastros de la corrupción del cuerpo? Por lo que acababa de decir, eso parecía. Sullivan tenía razón, si aquello veía la luz, no iba a gustar.
Porque toda la Operación Alfa se iría a la mierda. Y con ella, probablemente también muchas vidas.
—De acuerdo —sentenció con firmeza. El chico asintió con soberbia, apoyando su espalda de nuevo en el respaldo—. ¿Entonces hay trato?
El silencio se hizo de nuevo en el local por última vez, Kingsley arqueó una ceja.
Y Sean O'Sullivan le mantuvo firmemente la mirada.
Fort Worth, Texas. Julio de 2022
Kailan
No dudé un segundo en correr al cuarto de baño a por toallas en cuanto Samael dejó a Lilith sobre la cama. Volví a toda prisa tras mis pasos y la escena no fue menos impactante cuando me vi a mi mismo presionando su sangrante herida con los pedazos de tela.
Mierda, mierda, ¿cómo coño podía estar pasando aquello? No me di cuenta de haberlo dicho en voz alta hasta que Samael me respondió.
—Yo tampoco lo sé, pero imagino que estar aquí la está debilitando demasiado —aclaró con nerviosismo.
Sus ojos iban a todas partes sin saber qué hacer, estaba frenético. Y si él no tenía ni idea, siendo el ser sobrenatural, un simple humano como yo menos todavía.
—¿Qué hacemos, Sam? ¡Se supone que tú eres el que debería saberlo!
—¡Yo no puedo salvar vidas, Kailan! —respondió. Se me encogió el corazón al escuchar su voz rota, poniendo sus manos sobre las mías para intentar detener la hemorragia que el robaba la vida a Lilith—. Solo los ángeles pueden hacerlo y yo hace tiempo ya que dejé de ser uno. Y si cualquiera de nosotros muere... no hay Cielo ni Infierno, simplemente desaparecemos.
Le levantó ligeramente la camiseta y limpió la sangre a su alrededor con la toalla empapada. La herida era horrible y parecía saludarnos con burla, sabiendo que no podíamos hacer nada. No podíamos llevarla a un hospital porque no era del todo humana y no podía volver al Infierno y reponerse porque no tenía fuerza suficiente. Pese a todo, Lilith posó su mano sobre la de Sam y nos miró sonriente.
—Eh, no importa —susurró—. He vivido durante milenios sin tan siquiera contemplarlo, toda mi existencia junto a ti ya ha sido un regalo, Lucifer.
Los ojos de este se abrieron de par en par y su labio inferior tembló.
—Cállate —gruñó. Era la primera vez desde que le conocía que sus ojos se aguaban.
Yo estaba perplejo, no creía que mi mente, mi cuerpo y mi alma fueran a soportar más muertes de seres queridos. No aguantaría más, estaba seguro, pero ver a Samael así me estaba rompiendo más de lo que esperaba.
—Me voy tranquila sabiendo que te dejo en buenas manos, sabiendo que he tenido familia... y amigos —afirmó, fue entonces cuando Lilith me miró a mí, tomando mi mano con la suya. La palidez se apoderaba de sus labios y mejillas.
Cerré los ojos, temblando, mientras dos lágrimas recorrían mis mejillas.
—Esto no puede estar pasando —susurré, obligándome a abrirlos de nuevo.
Quería grabarla en esa parte de mis recuerdos donde guardaba a todas las personas maravillosas que he conocido, y que últimamente estaba teniendo que visitar demasiado. La rabia nadaba libremente por mis venas, tensando mis músculos y robándome el oxígeno. No era justo, Lilith merecía mucho más.
—¡Lilith, basta! —siseó Samael furioso, de una forma que nunca había visto en él. La pena y la ira buceaban en la negrura de sus ojos, ensombreciéndole la mirada—. Deja de despedirte, ¿me has oído? No te lo digo como amigo, te lo ordeno como Rey.
Lilith levantó su mano libre y acarició la mejilla derecha de Sam con dulzura. Su siempre rebelde sonrisa, se ensanchó entonces con debilidad.
—Ha sido un auténtico honor entonces, Majestad.
Mi garganta se secó al ver como las lágrimas recorrían con total libertad las mejillas de Samael, enmudeciéndome. No era capaz de decir nada que pudiera consolarle, no existían palabras que pudieran aliviar la muerte, nunca existirían. Fui testigo de cómo el Diablo lloró en silencio por su mejor amiga, de cómo se inclinó ligeramente sobre ella, sobre el lado limpio de su abdomen que no había sido herido por una botella rota en un bar. La primera mujer acarició su pelo con suavidad en una estampa que no olvidaré jamás.
Samael acarició también mi mano sobre la toalla a la vez que hacía lo mismo con la de Lilith en su mejilla. De repente, se quedó congelado en esa misma postura, un segundo después, se enderezó con rectitud como si le hubiera dado un calambre. No dejó de mirar mi mano en todo momento.
—No soy un ángel... pero una vez lo fui —murmuró, con una lágrima más recorriendo su mejilla.
Fruncí el ceño ante sus palabras sin entenderlas. Se puso en pie y dio unos cuantos pasos atrás, como si contemplara la escena con cierta perspectiva. Sentí a Lilith tensarse bajo mi mano.
—No... no, ni hablar, Lucifer. Te dolerá demasiado —masculló, alargando su mano ensangrentada hacia él.
Mis ojos no podían dejar de saltar de uno a otro.
—¿De qué estás...? ¿De qué estás hablando?
Su respuesta no fueron palabras, si no su rostro contrayéndose en una mueca de dolor repentino. Me puse en pie de un salto y Lilith tomó mi mano para detenerme. Perdí el aliento cuando, con una lentitud agonizante, dos maltrechas alas nacieron tras su espalda, desplegándose. Mi boca estuvo a punto de tocar el suelo, ni siquiera parpadeaba.
No fue como cuando Azrael mostró las suyas. No me provocó miedo, ni terror.
Lo único que sentí, fue dolor.
Estaban rotas, destrozadas. No eran como las de su hermano, no había la belleza que se esperaba de ellas, solo parecían los restos de un doloroso recuerdo. La izquierda estaba partida por la mitad, como si sus huesos, si es que los tenía, hubieran soldado mal y quedara deforme como consecuencia. Lo mismo pasaba con la derecha, solo que rota tanto al inicio como al final. Un manto de plumas grises y ennegrecidas las cubrían en mayor parte, pues en otras, huecos de membrana herida se asomaban entre ellas con derrota. Samael jadeó por el esfuerzo y una pierna le venció, haciendo que hincara una rodilla en el suelo. No sé en qué momento mi cerebro dio la orden, pero antes de que sucediera, yo ya había corrido hasta él, sosteniéndolo para que no se derrumbara, acompañándole en su caída.
Me miró consternado, como si no pudiera creer lo que veía y yo puse una mano en su mejilla, limpiando las lágrimas que habían brotado por el dolor. Apartó la vista avergonzado tras contemplar sus alas.
¿Se... avergonzaba de ellas?
Con mi ayuda, se arrastró tambaleante y como pudo hasta la cama, tragándose quejidos como si a cada paso que diera, le retorcieran las tripas con un cuchillo ardiendo. Podía ver como sus alas estaban ligeramente plegadas sobre sí mismas, tensas, queriendo esconderse con dolor y vergüenza de mi vista. Lilith limpió las escasas gotas de sudor helado de la frente de Samael con la parte limpia de su toalla, cuando llegó hasta ella.
Contemplé ese instante como si del cuadro más bonito se tratara. Mis ojos no se podían creer lo que estaban viendo.
Agotado, Samael miró sus propias alas y una pequeña sonrisa rígida tiró de sus labios cuando hurgó con los dedos entre sus plumas.
Hasta que sacó una pluma blanca de entre ellas.
Lilith abrió la boca, sorprendida e incrédula.
—¿Cómo...? —musitó con la voz débil y ahogada.
La agotada sonrisa de Samael se hizo más presente.
—Siempre me ha gustado tener una pluma bajo la manga —bromeó con voz cansada, haciéndola reír—. Solo me quedan unas pocas, lo descubrí en mi primer viaje al Plano Terrenal. Ni siquiera sé si mis plumas continúan sirviendo para curar, pero... no puedo dejarte morir sin intentarlo.
Arrodillándome frente a la cama, tome la mano de Lilith y Samael tomó la mía. Fue absurdo, pero instintivo, como una necesidad de que de aquel gesto surgieran fuerzas y energías que hicieran posible el plan de Sam, fuera cual fuera. Colocó la pluma con sumo cuidado sobre la herida de Lilith.
El silencio se hizo entre los tres en ese instante, aterrados de que cualquier mínimo sonido lo echara todo a perder.
Mis ojos se abrieron de par en par y Sam sonrió aliviado, porque la sangre dejó de salir. Se detuvo, sin más. Y no solo eso, de forma muy lenta, casi imperceptible, la herida empezó a cerrarse segundo a segundo.
—¿Pero qué...?
—Las plumas pueden curar —explicó, mirándome con ojos rebosantes de alegría—. Se me ha ocurrido cuando he visto tu mano, al recordar cómo se curó mientras dormías en Kingman gracias a una pluma de Azrael.
Parpadeé y me eché ligeramente hacia atrás, confundido.
—¿De qué estás...? —Abrió la boca y cerré los ojos, alzando el dedo índice en su dirección para que se callara—. Sabes qué, déjalo, no creo que mi cerebro pueda soportar más puzles angelicales.
La risita de Lilith me hinchó el corazón de alegría. Sonaba feliz, sonaba presente, sonaba viva. El rubor volvió muy despacio a sus mejillas y a sus labios, siempre a juego con su pelo. Se incorporó lentamente, con la herida a punto de sanar del todo. Miró fijamente a Samael y este sonrió. Le abrazó con fuerza ante mis ojos llenos de lágrimas, y el Diablo no dudó en devolverle el abrazo a su mejor amiga.
Fue cuestión de largos segundos que la silueta de Lilith se desfigurara en una neblina negra que se adentraba en la piel de Sam, hasta desaparecer por completo.
Samael y yo nos miramos con sorpresa y alivio.
Lilith podría al fin sanarse como es debido en el Infierno. Y aquello no habría sido posible... de no ser por lo que el Diablo, supuestamente malvado y egoísta, acababa de hacer por ella.
Lucifer
Todavía no podía asimilar que lo había logrado mientras limpiaba de mis manos la sangre de Lilith, porque le había salvado la vida con lo que yo creía que ya debían ser unas inútiles plumas. Toda tensión escapó de mi cuerpo cuando la sentí en mi mente, henchida de alegría y recuperando segundo a segundo su vitalidad. Lilith sabía que la pluma por sí sola no podría salvarle la vida, por eso se apresuró a adentrarse en cuanto obtuvo al fin un poco de fuerza sobrenatural. La piel bajo mi anillo quemó cuando cruzó el portal hacia el Infierno tras absorber algo más de mi energía. Sentí como se recuperaba en segundos, como terminaba por desaparecer de mi cabeza al regresar a nuestro hogar. No pude evitar reír como un idiota. Reír de alivio, reír con calma. Todavía lo creía imposible.
Kailan se sentó con las piernas cruzadas a orillas de la cama en la que yo estaba, frente a mí. La estupefacción y felicidad seguía adornando su rostro. Me miró, risueño y con el ceño fruncido, limpiándose los restos de sus propias lágrimas.
—¿Qué ocurre?
Me encogí de hombros débilmente, con una inseguridad que no solía caracterizarme.
—No creí que... no creí que fuera a funcionar. Ya no debería quedar en mi nada del ángel que fui.
Sus ojos cambiaron la alegría por el asombro.
—¿Por qué dices eso?
—Es la verdad, Kailan. Con mi caída, todo rastro de ángel desapareció para hacer de mí el monstruo que soy.
Negó con la cabeza, de repente parecía enfadado conmigo.
—Deja de decir eso, deja de hablarte así. —Iba a abrir la boca para replicar, pero no me lo permitió—. En Roswell, cuando Azrael habló así de ti... te estaba provocando, y tú no dudaste un segundo en darle al monstruo que quería ver.
Ese razonamiento me dejó sin palabras por unos instantes. Miré mis alas con vergüenza, temía guardarlas todavía por el dolor que eso iba a ocasionarme, pero no tenía punto de comparación a lo expuesto y vulnerable que estaba en aquel instante ante él, ofreciéndole a la vista la parte más delicada de mi mismo.
—Es lo que soy —murmuré con la cabeza agachada tras un último vistazo a mi espalda, incapaz de decir algo que rebatiera sus palabras.
—No, qué va. Más bien es lo que quieren que seas. Porque yo no he visto todavía a ese monstruo del que Azrael y tú habláis. Me has cuidado y protegido desde que me conoces y acabas de salvarle la vida a Lilith, Samael.
Creí que una fuerza invisible estaba estrangulando mi garganta. Kailan colocó su dedo índice bajo mi barbilla para obligarme a mirarle a los ojos. Me rendí, perdiéndome en ellos una vez más, en busca del confort que solo estos sabían darme.
—Es mi mejor amiga, era mi deber.
—A eso me refiero —señaló con orgullo en su voz y mirada—. El Diablo que mis profesores de religión me enseñaron, jamás habría dicho y hecho algo así. Parece que toda la humanidad y tu familia te han dicho siempre cómo eres y tú le has mostrado lo que querían ver, pero no han visto lo que yo veo de verdad.
Un tembloroso suspiro brotó de mí, acompañado de otra lágrima más ante la bondad del majestuoso ser humano que tenía frente a mis pupilas. No sabía que el Diablo pudiera derramar tantas lágrimas, pero tras conocer a Kailan, mostrar aquella parte vulnerable de mí se había convertido en mi nueva normalidad. A pesar de lo mucho que me aterraba.
—¿Y qué ves? —pregunté en un murmullo, temeroso de romper nuestra propia burbuja si hablaba demasiado alto.
La mirada aguada de Kailan se entrecerró cuando sus labios se curvaron en una sonrisa. Con cautela y lentitud, su mano derecha se estiró hacia mis alas, como si le cautivara su presencia. Acarició con el mayor de los cuidados las plumas maltrechas, revisando que no me estuviera haciendo daño. Cerré los ojos ante su contacto, uniendo su frente a la mía. La calidez de las yemas de sus dedos hizo que me estremeciera, nunca antes le había permitido a alguien tantísima cercanía con ellas. Mi vergüenza se esfumó ante el calor de su cariño.
—Te veo a ti —susurró, con su mano libre en mi mejilla—. Veo quién eres, no lo que dicen que eres. Tú mismo me lo dijiste.
Mis manos temblaron ante sus palabras, ante el recuerdo de cómo Lilith me reprochaba aquello mismo. Tenía tan anclado en el centro de mi pecho la sensación contraria a lo que él quería ver en mí, que negué con la cabeza de forma inconsciente.
—No, Kailan. Soy el responsable de todos los horrores y pecados que la humanidad cometa. Fui el primero en errar, yo inventé el mal, yo te mentí, yo soy el culpable de cada sufrimiento que has vivido.
Su cuerpo se tensó y me sorprendió ver de nuevo el enfado brillando en su mirada, parecía más que harto de esa idea.
—Y una mierda, Samael. Ya te lo dejé bien claro —aseguró con firmeza, rompiendo nuestra unión para poder mirarme a la cara con el valor del que yo carecía en aquel instante—. Las personas toman sus decisiones a voluntad, ¿acaso no trata de eso el libre albedrío del que hablabas? ¿Ese que tu padre nos dio? Nosotros somos quienes decidimos qué hacer, culpar al resto no es más que una excusa para no ahogarnos en nuestro auto desprecio y no asumir la responsabilidad de nuestros actos, en nuestras vidas y en las de los demás. Es a ti a quien tu padre y tus hermanos culpan para no asumir que nos hicieron imperfectos, pero tú no tienes por qué pagar por sus frustraciones. No es tu responsabilidad, solo su excusa.
Posó ambas manos en mis mejillas, consiguiendo que me congelara bajo sus palmas, como si con ese gesto pretendiera enfatizar sus palabras y así conseguir que me entraran en la sesera de una vez por todas.
—Y ya sé que yo no soy el más indicado para dar lecciones, pero les has comprado el discurso que te han hecho creer a lo largo de toda tu vida y actúas en consecuencia, demostrándoles de manera inconsciente que tienen razón, aun cuando ni siquiera piensas así. Y cuando haces eso, Sam... cuando dejas que tu valor propio lo decidan otros... estás vendido, tío. Así que, ¿sabes qué? Y una pinche mierda para todos esos hijos de la chingada. —Alcé las cejas. Se estaba enfadando de verdad—. ¡A ti nunca te ha parecido bien que alguien cometa un asesinato, que mienta, que robe o que haga daño! Llevas días culpándote porque me mentiste, has llorado porque casi pierdes a tu mejor amiga, ¿qué clase de Diablo es ese?
Su pregunta me hizo reír brevemente, sé que su intención no era hacerme sentir patético, pero fue lo que nació en mi interior. Ni el trabajo que esperaban de mí sabía hacer bien.
—Tú eres precisamente quién castiga esos actos —añadió. Nunca le había visto tan seguro de sus palabras, sentía que me conocía más de lo que yo me conocía a mí mismo—. Y alguien que los castiga, es porque no está de acuerdo con ellos. Estos días me has hechos más feliz de lo que he sido en los últimos dos años, has estado ahí para mí, me has ayudado a sanar cosas que nunca creí necesario que lo hicieran, me has escuchado, me has hecho reír a carcajadas y hasta me has pedido perdón por haberme mentido. No me importa lo que un loco hermano tuyo venga a decirme ni lo que te haga creer, yo sé quién eres de verdad.
Reí con desgana.
—¿Un monstruo?
Su sonrisa llena de alegría me atrapó desprevenido.
—Mi portador de luz.
Y su respuesta me convirtió en piedra. Le miré con el mayor amor que jamás pensé conocer y me sorprendió encontrar que en sus ojos había exactamente el mismo sentimiento hacia mí. Deseaba escuchar esas cuatro palabras de nuevo, en su idioma natal, el resto de mi existencia.
—No te merezco, eres demasiado bueno —susurré, acunando su rostro entre mis manos. Necesitaba sentir la sangre de sus mejillas calentando mis palmas para creerme que era alguien real y no producto de un delirio—. He torturado almas, Kailan, he segado vidas.
Su silencio me sobrecogió, pero lo hizo mucho más el cambio de expresión en su gesto. Temí haberle perdido del todo tras mi confesión, pero si no le había perdido ya después de lo que había llegado a ser testigo, no sé qué más lo haría. Agachó la mirada, con pena y sin brillo en ella.
—Y qué crees que he hecho yo en un ring.
Ese murmullo pesaroso me hizo temblar ante el dolor que había contraído su rostro repentinamente, haciéndome incapaz de sentir el mío, que laceraba mis alas a cada mínimo movimiento.
—¿De qué estás hablando? —susurré. Tragó saliva y guardó silencio, profundamente avergonzado—. No tienes nada por lo que temer, Kailan. Estoy aquí.
Como si esas palabras hubieran servido de detonante, el chico ahogó un sollozo y carraspeó cuando las lágrimas amenazaron con aparecer, acumuladas en sus ojos. El miedo me poseyó al verle derrumbado de repente.
—Yo... recuerdas que mi padre me encontró en Phoenix, ¿verdad? —susurró. Asentí sin tan siquiera pestañear—. Tenía un combate allí, mi nombre ya empezaba a destacar, y mi tío Miguel me acompañó como siempre. Él me ayudaba a conseguirlos, en parte era algo así como mi representante... No teníamos ni idea de que mi padre se presentaría. Y me amenazó, con matarlo a él, con matar a toda mi familia en Nueva York. Me enseñó fotos de mi hermana yendo a la escuela... de... de mi abuela y Henry haciendo tranquilamente la compra... sabía dónde estaban en cada momento. Así que... o volvía con él o todos ellos morían.
Fruncí el ceño sin comprender qué era exactamente lo que quería explicarme que no supiera ya, pero su mirada estaba tan apagada que me heló la sangre y tardé unos segundos de más en poder hablar.
—¿Qué quieres decirme?
Cerró los ojos con fuerza. Deseaba con todo mi ser saber qué estaba viendo en su cabeza, qué era lo que le provocaba tanto daño, para arrancarlo lejos de él. Si tuviera los dones de mi Padre, si hubiera conseguido el propósito de mi rebelión alzándome por encima de su imperfección y tiempo después hubiera conocido a Kailan, hubiera creado con mis propias manos un mundo entero para él en el que no existiera el sufrimiento.
—Yo... estaba tan... cabreado. No puedes hacerte una idea de lo enfadado que estaba, Samael —musitó. Levantó la mirada un par de veces, pero me rehuía avergonzado—. Estaba furioso, y nunca es buena idea subir a un ring cuando eres preso de la rabia.
Se le rompió la voz, y de haber tenido yo un alma, esta también se hubiera roto.
—Qué pasó.
—Era un chico de diecisiete años, Sam —sollozó en un llanto silencioso. Las lágrimas le caían por las mejillas sin intención de detenerse—. Mi contrincante era un chico de diecisiete años, yo tenía veinte. Y nadie me detuvo, el árbitro ni siquiera podía conmigo. La rabia me había cegado tanto que mi mente era incapaz de parar. Y no paré, Sam, no paré hasta matarlo.
De lo más hondo de mi ser brotó el abrazarle y Kailan se desmoronó por completo, escondiendo su cara en mi pecho, en un llanto que parecía llevar años conteniendo. No me di cuenta de con la fuerza desoladora con la que me abrazaba, que por puro instinto y sin que fuera a voluntad, mis alas le envolvieron también en un intento por protegerle. No me dolió, ni siquiera me había dado cuenta, estaba tan absorto en su desespero que no podía percibir nada más.
—Maté a golpes a un chico de diecisiete años, porque mi padre me había jodido a mí. —El llanto apenas le permitía hablar—. Él no tenía la culpa... Ni siquiera sabía su nombre... no tenía padres ni familia, solo era un pobre chaval que quería ganarse algo de dinero... y yo le maté. No hay noche en la que no recuerde su cara antes de irme a dormir... si es que no me provoca pesadillas, porque soy su asesino.
Le estreché con fuerza, ocultando mi rostro en su cuello. Por primera vez, su aroma no logró calmar del todo la agonía que estaba arrasando en mi fuero interno. Todo ese dolor que Kailan sentía... ¿Cómo un cuerpo humano podía albergarlo? ¿Cómo podía soportarlo? A mi me estaba matando desde dentro tan solo verle así: vulnerable, herido, sufriendo por ello. Comprendí la razón de sus malos sueños, de las lágrimas cada vez que intentaba descansar. Sabía de sobra que no existían palabras que pudieran reconfortarle, él ni siquiera quería eso de mí.
—Por eso no tengo nada que perdonarte —musitó de forma repentina—. Porque yo también sé lo que es ser un monstruo, sentirse como tal. No soy un ángel, Samael.
Levanté su rostro, sosteniéndolo entre mis manos para que me mirara a los ojos.
—Es cierto, y yo tampoco, pero no puede importarme menos —aseguré, ganándome su atención—. Porque yo te quiero a ti, Kailan, y te querré hasta que el Infierno se congele.
Sus ojos se abrieron con sorpresa y sus mejillas empapadas comenzaron a enrojecer, haciéndome sonreír.
—Eso... eso no pasará, ¿cierto?
Me calentó el pecho su interés por saber que aquello nunca ocurriría, y mi sonrisa se ensanchó.
—Emplearé mi eternidad en impedirlo.
Mi comentario le hizo sonreír y, al ver que su mirada brillaba de nuevo sin ser gracias a la pena que todavía surcaba su rostro, me alegró infinitamente. Sus ojos se abrieron de nuevo impactados hacia mi espalda.
—Sam... tus alas...
Miré por encima de mi hombro, percatándome de que habían desaparecido, sintiéndolas refugiadas de nuevo en mi espalda. Fruncí el ceño, asombrado. ¿Cómo habían podido esconderse sin provocarme un dolor horrible?
—Temía que volvieran a dolerte —reconoció cabizbajo.
Le observé, cautivado. ¿Acaso había estado tan absorto en su dolor que había sido incapaz de sentir el mío? Nos habíamos adentrado tanto en nuestra propia burbuja, que todo había pasado a un segundo plano. Negué con la cabeza, tomando sus manos entre las mías.
—Estoy bien, no tienes de qué preocuparte —murmuré, queriendo calmarle, pues sorprendentemente era cierto—. Y no me importa lo que hayas hecho, solo me importas tú. Yo también he visto quien eres, Kailan Miller, y no eres una mala persona por mucho que puedas creer lo contrario. Por mucho que los medios digan de ti.
—Le maté, Sam. De la misma forma que maté a Spencer. —Aparté la mirada unos segundos cuando comprendí entonces porqué había estado tan ido en nuestro camino a enterrarle en el desierto, aquello tuvo que despertarle cientos de demonios internos—. Nadie puede decir lo contrario.
—Y no lo hago —le aseguré—. Mataste al chico, es un hecho con el que tendrás que vivir y que no puedo justificar, o al menos no del todo.
Rio ante mi claro intento de sí justificarlo. Limpié con mi pulgar la lagrima que recorría su mejilla.
—Pero entiendo la razón de tu pena, y también entiendo que, si fueras un asesino, no la tendrías. No sentirías remordimiento, ni te acosarían las pesadillas. —Kailan tragó saliva y me miró. Levanté una ceja a la vez que el mentón—. Y sé de lo que hablo porque he conocido a muchos: Escobar, Bundy, Dahmer... Hitler.
Se le arquearon las cejas y parpadeó boquiabierto.
—Te aseguro que no te pareces en nada a ellos —afirmé asintiendo—. Tú sí que irás al Cielo.
Se rio junto a mí escuetamente, negando con la cabeza.
—Ya, pero allí no estás tú.
Reímos de nuevo por su comentario, que me provocó un escalofrío cuando me di cuenta de algo en concreto.
Kailan era mortal. Yo no.
Cada minuto que pasaba, el crecía, envejecía. Su muerte se acercaba, aunque quedaran muchos años para ello. Yo me mantendría igual por la eternidad, y si iba al Cielo, no volvería a verle jamás.
Su entrecejo se frunció en cuanto vio el cambio en mi rostro. Sacudí la cabeza, indicándole que no era nada.
—Te vendí mi alma, Sam. Creo que nos veremos a menudo —aseguró. Maldita sea, me conocía demasiado, me aterraba la posibilidad de que hubiera desarrollado algún extraño don con el que leerme la mente.
Negué con la cabeza y mordí mis labios.
—No lo... no lo hiciste. —Sus cejas se alzaron con sorpresa y se reclinó ligeramente hacia atrás—. El cobro no se realiza hasta que yo cumplo mi parte del trato, todavía no hemos llegado a Nueva York. Y... ¿recuerdas que en Roswell te prometí que te llevaría?
Asintió confuso, pero muy interesado en saber la respuesta. Podía incluso escuchar el rápido latir de su corazón expectante.
—Una promesa es superior a un favor, Kailan. El Diablo ha hecho muchos favores, pero nunca una promesa.
Vi el sube y baja nervioso de su garganta. El brillo de sus ojos tembló.
—¿Y me la hiciste a mí?
Le miré a los ojos y asentí.
—Me di cuenta cuando te escabulliste hacia el almacén para salvar a Brendan. Ahí lo sentí. Por lo general, cuando alguien acepta el pacto, se crea un efluvio diferente que me permite llegar hasta la persona por mucho que esta se esconda de mí. Y... tu esencia siempre lo opacó. —Levanté la mano con cautela, acariciando su mejilla con el dorso de mis dedos. Decirle que su aroma único me volvía loco no me parecía la mejor explicación—. Pero en ese instante, cuando quise encontrarte gracias a esa conexión, me di cuenta de que había desaparecido. Pude hacerlo gracias a que...
—¿Huelo bien? —comentó socarrón.
Me acerqué a él hasta unir nuestras frentes de nuevo, sonriente.
—Hueles excepcional —susurré casi sobre sus labios.
Se carcajeó.
—Tranquilo, Edward. ¿Eres también un vampiro?
No pude evitar reír, negando con la cabeza.
—No es tu sangre, Kailan. Es tu esencia, tu energía —confesé en un murmullo, sintiéndole temblar ligeramente ante mí—. Puedo olerlo en las personas: el miedo, la maldad, la mentira, la avaricia, la lujuria, la envidia... Tu esencia no huele a nada de eso normalmente. Es bondad, amor, alegría, irreverencia... y mi favorita: una pizca de soberbia. —El chico volvió a reír, enrojecido—. Es única, como tú.
—¿Y no hay nada de lujuria? ¿Ni un poquito?
Me carcajeé de nuevo.
—Puede haberla si lo deseas.
Kailan tenía esa particularidad que me enloquecía, era muy directo cuando quería algo, pero si amenazabas con dárselo, enseguida enrojecía con una timidez que debería ser impropia de él. Pude escuchar como su corazón perdía el juicio y vi la sangre calentando su cuello. Con la mano bajo su mentón, aproveché para acariciar su labio inferior con mi pulgar, delineando la comisura de este. Mierda, podría pasarme horas simplemente acariciándolos.
—¿Puedo... besarte? —rogué, de nuevo casi sus labios.
Escuché como tragaba saliva. El increíble y gran boxeador Kailan se había vuelto una masita temblorosa bajo mi contacto. La sonrisa que aquello me provocaba era indescriptible. Asintió muy lentamente, seguido de un «Mmm» que pretendía sonar como algo afirmativo. Ni me había dado cuenta de que Kailan tenía los ojos cerrados, vi como su ceño se fruncía unos instantes cuando notó que rozaba mi nariz por el perfil de su mandíbula y mi mano derecha sostenía su mejilla izquierda.
Mi sonrisa se ensanchó.
Si algo se le daba bien al Diablo, era la tortura.
Besé con lentitud su cuello, esa unión de piel concreta entre su hombro y este, y la mano de Kailan se aferró a mi pelo bruscamente, sobrecogido y conteniendo el aliento. Ascendí mis besos hasta su carótida, sintiendo su pulso acelerado y el sube y baja de su garganta contra mis labios y mi lengua. Inspiré su aroma, había fantaseado con aquello desde que se adentró en la parte trasera del coche y este se inundó con ese olor que me estaba volviendo completamente desquiciado. Esa esencia exótica y afrutada mezclada con la lujuria que empezaba a teñirlo iban a matarme.
—Al final... al final creeré de verdad lo de que eres un vampiro y... —Jadeó cuando lamí el largo de su cuello hasta el lóbulo de su oreja—. ¿Qué estaba diciendo?
Reí entre dientes.
—Algo de un vampiro —musité altivo antes de mordisquear y besar la piel de su mandíbula.
Deslicé mis temblorosas manos por sus piernas, consciente de que nunca antes en esta situación me habían temblado, y para cuando quise levantarlo, Kailan ya estaba haciendo justo aquello que yo iba a hacer. Colocó una pierna a cada lado de mi cadera y se sentó a horcajadas sobre mi regazo, pegándose completamente a mi entrepierna. Apreté mi mano derecha sobre su trasero.
—Buen chico.
—Hijo de... —gruñó con los dientes apretados y dedicándome una mala mirada ante mi ladeada sonrisa, pero por el rubor de sus mejillas, le conocía lo suficiente como para saber que estaba encantado.
Era un increíble punto a favor saber que no solo el enfado le provocaba hablar español.
Besé el otro lado de su cuello, asegurándome con labios y dientes que no quedaba un centímetro de piel sin saborear. Se quitó la chaqueta vaquera y mis manos se colaron bajo su camiseta, levantándola por encima de su cabeza, arrancándole un gemido cuando acaricie su torso mientras descendía mis besos por sus clavículas. Gran parte de mí lo hacía consciente de que le podían quedar marcas visibles, y como si me leyera la mente, se alejó para mirarme a los ojos.
Oh, por todos mis demonios, me arrodillaría ante esos ojos vidriosos por el placer que le estaba causando tan solo con unos besos.
—Como me dejes una sola marca te mandaré de un puñetazo a tu Infierno.
Sonreí ladino, rozando su nariz con la mía. De acuerdo, por el momento podía concederle al menos eso.
—Está bien, pero van a saber a quién le perteneces, Kailan Miller —murmuré, acariciando de nuevo sus labios—. Porque te aseguro que van a escucharte gritar mi nombre en la Tierra, el Cielo y el Infierno.
Tembló sobre mí, tragando saliva de manera audible y se abalanzó contra mis labios como si fueran el antídoto que llevaba días necesitando, provocando que gimiéramos en la boca del otro prácticamente a la vez. No me había dado cuenta de que con sus manos me había soltado el pelo para poder aferrarse a él, haciéndome perder los estribos. Me puse en pie con Kailan entre mis brazos y aprovechó para rodear con sus piernas kilométricas mi cadera. El calor empezó a arremolinarse en mi bajo vientre cuando lo tumbé de espaldas en la cama contraria. Sentí que me desharía al probar al fin el sabor de sus labios, llevaba tanto tiempo anhelándolos que por unos instantes creí que enloquecería. De haber sabido que su boca y su lengua sabían a gloria, no habría tardado tanto en besarle. No había manjar celestial o brotado del Infierno que se le asemejara, era él en su estado más puro y primitivo, capaz de hacerme perder la razón tan solo con sus labios sobre los míos.
Me alegré de que Lilith se hubiera ido o le habría tenido que obligar a marcharse, porque muy probablemente me propondría participar y no quería tener que despedazar a mi mejor amiga. No me alegré tanto cuando quise deshacerme del estúpido cierre de sus vaqueros. Maldito fuera el momento en el que decidió cambiarle el vestuario.
—No vuelvas a ponerte esta mierda —gruñí, prácticamente arrancándole los pantalones.
Se carcajeó ante mi impaciencia, apoyado en sus codos y con la cabeza echada hacia atrás.
—¿Por qué te crees que en parte solía ir con ropa deportiva? —musitó, enarcando una ceja, altivo, mientras me desabrochaba el chaleco y lo lanzaba lejos antes de volver a devorarme los labios con hambre.
De lo más hondo de mi garganta escapó un gruñido de celos que sorprendió a Kailan, provocando que se detuviera y me mirara.
—¿Qué ocurre?
Verle así, con los ojos brillantes, los labios hinchados, las mejillas ardiendo, solo con ropa interior y entre mis piernas, me hizo creer que mi cuerpo podía estallar en llamas de lo mucho que quemaba, aunque él pareciera no notarlo. Acaricié cada centímetro de la piel desnuda de sus piernas con las yemas de mis temblorosos dedos, viendo cómo se erizaba por mi contacto. Sonreí engreído y admiré el delicioso contraste de su tez morena con la palidez de mi piel.
—Por unos momentos me ha enfurecido pensar que otros han visto el sonrojo en tus mejillas antes que yo —confesé, arrodillado entre sus piernas, mientras me desabrochaba mi propia camisa—. Que otros te han besado antes que yo.
Kailan rio entre dientes, dejándome escuchar una nota de nerviosismo en su tono de voz mientras sus ojos me recorrían y se relamía los labios con avidez.
—Siempre puedes ser el último —siseó, ayudándome a deshacerme de la camisa.
Le contemplé orgulloso. No sentí una pizca de temor, ya había trasgredido demasiadas normas ¿cómo iba a temerle al compromiso después de todo? Nunca si era con él.
—¿Ah sí? —pregunté, cerniéndome sobre él para besar nuevamente su cuello.
—Por supuesto —afirmó inmediatamente, tragándose un gemido, con sus manos abriéndome el cinturón—. Con una única condición, claro.
Me enderecé sonriente para admirarle mejor, apoyándome con la mano izquierda al lado de su cabeza, mi pelo caía justo hacia el mismo lado como una cortina que nos alejaba del mundo. Me enamoraba como Kailan admiraba mi rostro como si no lo hubiera visto bien hasta entonces.
—¿Cuál?
Sonrió cuando su mano derecha se coló bajo mi pantalón, apretando mi dureza. Oculté un gruñido contra su cuello cuando ni si quiera fui capaz de contenerme a mí mismo ante el placer que me sacudió en ese instante. Kailan pegó su boca a mi oído.
—Igual que yo soy tuyo, tú eres mío.
Reí, negando con la cabeza, encarándole la mirada de nuevo al erguirme para contemplarle, mientras me ayudaba a deshacerme de mis propios pantalones. El bulto tras mi ropa interior se endureció todavía más cuando le vi tragar saliva con los ojos puestos en mi entrepierna. La mayor de mis soberbias sonrisas tiró ladinamente de mis labios.
—Todo tuyo.
Alzó la vista al saberse atrapado y se tapó la cara con ambas manos por unos momentos, riendo completamente avergonzado por el doble sentido de mi respuesta. Me agaché entre sus piernas, besando la cara interna de sus muslos, comprobando para mi satisfacción que su aroma no solo se desprendía de su cuello. De reojo vi como sus manos se aferraban a las sábanas y se mordía los labios. Por todos los demonios, las vistas desde esa posición eran estupendas.
—¿No te has dado cuenta de que he sido tuyo desde el primer día? —susurré contra sus caderas, antes de besarlas y deshacerme de su ropa interior.
Enrojeció más si era posible ante mi gruñido satisfecho y mi mirada hambrienta, y jadeó mientras besaba, lamía y acariciaba toda su dureza. Me había puesto como meta personal inhalar su aroma de cada centímetro de su piel, sobre todo sabiendo toda la retahíla de gemidos, gruñidos e improperios en español que aquello le provocaba, con su mano aferrándose cuidadosamente a mi pelo. Supe que mi rutina diaria constaría de besar toda parte de su cuerpo, cada cicatriz de los combates en sus nudillos, cada tatuaje de su brazo, cada músculo de su torso hasta su cuello de nuevo, tal y como hice en ese instante.
—Podría adorarte con absoluta devoción eternamente, Kailan. Joder, que les den a las iglesias, yo te construiría un altar a ti —juré en su oído.
Me encantaba escucharle reír con nerviosismo, hecho un manojo de vergüenza que solo yo le provocaba, y que realmente nunca tuvo el muy descarado. ¿Acababa de agarrarme la entrepierna con la mirada más lasciva que había visto en mi existencia y después se ponía rojo? Y un cuerno.
Observé su cadena arqueando una ceja. En el centro de su pecho, la cruz de plata saludaba temerosa a mi sonrisa ladina siendo lo único que quedaba en él.
—Sería tentador, desde luego —admití irguiéndome sobre mis rodillas, recorriendo cada parte de su cuerpo desnudo con mis pupilas.
Kailan rio llamándome «pecador», arrancándome una carcajada a la vez que se la quitaba y la dejaba en la mesilla. Desde luego, razón no le faltaba. Pero mejor dejar a mi Padre fuera de lo que estaba por pasar, quería ser yo el único que le admirara con la absoluta devoción que se merecía. Con su respiración agitada y su corazón acelerado retumbando en mis oídos, con la luz blanquecina de la luna que entraba por la ventana bañando su piel, en contraste con la calidez de las lámparas en la habitación. Esa imagen no se iba a borrar de mi mente jamás.
Se incorporó ligeramente y nuestras bocas se encontraron a medio camino, mordiendo mis labios para después besarlos con hambre. Estaba empezando a hacerme perder el control, quería ser amable, ir despacio, pero me estaba consumiendo cualquier atisbo de cordura con su lengua y sus manos viajando por cada parte de mi cuerpo. Aferrándose a mi pelo cuando le besaba, arañándome la espalda cuando le tocaba, queriendo prácticamente arrancarme la ropa interior.
—Tranquilo, pequeño demonio. —Gimió contra mi boca al escucharme, justo cuando la ropa dejó de separar nuestra piel—. La lujuria es un pecado.
Sonrío de esa forma en la que me hacía caer rendido ante él y miró nuevamente hacia abajo, relamiéndose los labios una vez más.
—Y la gula también.
«Joder, ¿es que pretende matarme?».
Lilith se reiría mucho de mí en aquel instante, incluso hasta conseguiría que Kailan le cayera todavía mejor al tenerme tan descontrolado.
En eones de existencia, jamás me había visto a mí mismo así: jadeando, temblando y gimiendo entre las piernas de la persona más maravillosa que había existido en este plano, que besaba mi boca, mi cuello, mis hombros y mi pecho como si quisiera grabar mi sabor en su memoria. Su interior me acogió encajando a la perfección, confirmándome que estábamos hechos el uno para el otro, provocando que el fuego dentro de mí descendiera por mi nuca hasta mi baja espalda, donde los dedos de Kailan se aferraron cuando de sus labios escapó un largo jadeo. Casi parecía de alivio al quedar sus ojos en blanco.
—Mierda, Samael —siseó, aferrándose a un puñado de pelo en mi nuca, pegando su frente a la mía.
Todo mi cuerpo se tensó y le miré fijamente a los ojos. Aquello había sido un millón de veces mejor de lo que esperaba. Que le jodan al Jardín del Edén, mi paraíso particular era Kailan Miller gimiendo mi antiguo nombre.
Probablemente lo único que le agradecería a mi Padre sin dudar.
—Repítelo —gruñí sobre su boca.
Sonrió alzando la barbilla, rodeando mi cuello con sus brazos.
—¿El qué? —ronroneó divertido antes de pasar su lengua verticalmente por mis labios.
«¿En serio? Oh, cuantísimo iba a arrepentirse de sus decisiones».
Le embestí con fuerza, intentando controlarme para no hacerle daño alguno, arrancándole un jadeo que le atrapó desprevenido. Mi mano viajó entre ambos, encargándose de darle el mayor placer que hubiera conocido. No iba a echar de menos esa panda de amantes ineptos que seguramente había tenido y que no le habían hecho disfrutar ni una milésima parte de lo que yo iba a mostrarle.
—Mierda, Samael, sigue.
Ese gruñido me erizó la piel, viéndole arquear la espalda y sintiendo sus manos clavándose en la mía.
Sonreí.
—Buen chico —repetí en su oído, ganándome un manotazo en el hombro que me hizo reír.
Perdí todo atisbo de coherencia escuchándole gritar mi nombre, la cordura fue abrasada por mi fuego interno y, honestamente, poco me importó. En aquel instante solo podía verle y sentirle a él en todas partes. Su aroma me cegó, intensificado al perlarse su piel con el sudor que me encargué de lamer y besar, arrancándole gemidos que me ensordecieron. Sonreí al ver cumplida mi advertencia. Su cuerpo hizo preso al resto de mis sentidos cuando, aferrado a mi pelo y mi espalda, rogó y suplicó contra mi boca que no me detuviera.
Que me ejecuten el día que lo contemplase como una buena idea.
Arqueó su espalda cuando el orgasmo le sobrecogió, pegando su cuerpo tenso al mío mientras de su garganta escapaba un largo gemido. Tan solo unos segundos después, con su cuerpo laxo sobre la cama y la respiración jadeante, me besó como si fuera a morir si dejaba de hacerlo.
—Samael...
Su gemido exhausto a la vez que me miraba con esos ojos vidriosos y enrojecidos por lágrimas que se acumulaban en ellos, por primera vez sin ser de pena, fueron más que suficiente para mí autocontrol. Tuve que sostenerme con ambas manos para no desplomarme del todo contra su pecho, escondiendo mi cara en su cuello y jadeando contra su piel. Parecía que parte de mis fuerzas decidieron abandonar mi cuerpo cuando su mano comenzó a acariciar mi espalda con dulzura. Ascendió por esta, provocando que una pequeña corriente eléctrica me erizara la piel, hasta colocar su mano nuevamente en mi mejilla. Me hinchó el pecho de orgullo verle con una agotada sonrisa curvando sus labios.
—Ni se te ocurra dejarme ahora —me advirtió. Fruncí el ceño, preocupado porque tuviera esa idea, y su sonrisa se ensanchó—. Porque después de esto, cualquier otro me va a parecer un inútil.
La carcajada que me arrancó debió de escucharse por todo el hotel, pero me complacía saber que no solo se habría oído únicamente eso. Kailan se unió a mis risas.
—Encantado de que alimentes mi ego.
—Como si te hiciera falta —añadió risueño, entre besos por mi cuello y mi barbilla. Amé descubrir que, después de hacerlo, dejara de ser una masa temblorosa para convertirse en una masa de amor que no dejaba de repartir besos y caricias por todas partes—. Además, realmente tampoco ha sido para tanto...
Arqueé una ceja ante esa sonrisilla malvada. ¿Por qué le gustaba tanto cabrearme?
—Acabas de reconocerlo, literalmente.
—Son cosas que se dicen.
—¿Y por qué te tiemblan las piernas entonces?
Me erguí nuevamente sobre mis rodillas para admirar semejante obra maestra con una ladeada sonrisa, acariciándole su pierna izquierda distraídamente. Tragó saliva y enmudeció por completo cuando comencé a besar la cara interna de su muslo de nuevo.
—¿Siempre tan charlatán y ahora no tienes nada que decir?
Casi se le salen los ojos de las cuencas cuando lamí los restos de su orgasmo sobre su abdomen, que se tensó inmediatamente. Se tragó un gemido ante mi mirada y mi sonrisa.
—Joder, Sam —resopló, dejando caer la cabeza contra la almohada de nuevo.
Sonreí.
—Nada de abreviaturas.
Vi sus labios curvarse tan solo unos segundos.
—¿Sami?
Reí entre dientes una última vez.
—Deberías saber que, a diferencia de ti, yo no necesito un descanso, Kailan —amenacé, acercándome a su boca de nuevo.
Estaba peleando por contener esa provocativa sonrisa que me indicaba que abriría la bocaza una vez más.
—¿Seguro? Yo creo que estás un pelín flojo.
Tensé la mandíbula y arqueé nuevamente una ceja. Al ver como intentaba disimular el ligero terror en su rostro, le dediqué la más victoriosa de mis sonrisas.
—Y yo que en el Infierno todavía no han escuchado bien mi nombre —siseé sobre sus labios, sintiéndole temblar.
Mientras los saboreaba y mordía de nuevo, supe que su irreverencia iba a hacer de esta noche muy larga.
Lilith
Me desperecé a la vez que caminaba por el Infierno, mi mano seguía apoyada sobre la herida ya totalmente cerrada, quedando sustituida por suaves tonos morados que iban perdiendo más y más su color a cada segundo que pasaba. Ecos de griterío demoníaco y ruegos sollozantes desde El Bosque de las Almas llegaron hasta a mí mientras me descalzaba para poder sentir bajo mis pies la frescura del césped negro. Sonreí ante tan gratificante sonido.
Hogar dulce hogar.
Alcé las cejas cuando cruzaba el gran puente de madera oscura y robusta, que conectaba una vera del ancho río con la otra, al ver los campos de entrenamiento llenos de hermanos practicando. Me pareció extraño que muchos estuvieran allí sin razón aparente, hacía años que esos campos no tenían tantos visitantes, más allá de unos cuantos hermanos al día que entrenaban su cuerpo para posibles batallas, pero el cansancio me hizo pasarlo por alto. Al llegar a las grandes y siempre encendidas fogatas frente a la Biblioteca, algunos descansaban y se alimentaban alrededor. Todos me saludaron con alegría, Baal incluso me revolvió el pelo y se llevó un manotazo por mi parte que me hizo reír con fuerza al ver su cara de dolor.
—¡Eres como un crío! —le grité mientras se escabullía entre risitas para que no le cayeran más golpes.
Belcebú y Dantalion me saludaron felizmente, sorprendidos por mi presencia de nuevo y preguntando por Lucifer.
—Está... ocupado.
Lástima, me había marchado de la habitación de aquel motel en Texas en el mejor momento. Tampoco creí que me hubiera dejado quedarme. Imaginé que me lo vieron en la cara, pues alzaron las cejas y Belcebú rio con picardía antes de que Dantalion le diera un codazo, negando con la cabeza. Fruncí el ceño cuando tardé en darme cuenta de que llevaban la armadura a medio poner y cargaban con algunas de sus armas. Todo pensamiento racional se esfumó de mi mente cuando le vi a lo lejos.
—¡Lilith!
El grito feliz de Paymon, poniéndose en pie y alejándose de su asiento frente a la hoguera, hizo eco por las llanuras del Infierno. Echó a correr hacia mí y yo dejé caer mis botas contra el césped. Mis traidoras mejillas me dolían de tanto sonreír al ver esos ojos avellana que parecían un océano de chocolate, brillando con alegría. Me alzó en volandas en cuanto me tuvo entre sus brazos y yo levanté las piernas, estrechándole con fuerza.
—¡Pay!
No podía negarlo, le había echado tanto de menos que dolía. Kailan le caería tan bien que estaba deseando presentárselo. A Paymon le habría encantado todo lo que habíamos vivido, se lo habría pasado en grande.
Me dejó en el suelo con sumo cuidado cuando se dio cuenta de las manchas de sangre y la rotura de mi camiseta, sus ojos me analizaron aterrado.
—Tranquilo, ya estoy bien, no tienes de qué preocuparte —le aseguré—. Ha sido tan solo un susto.
No le alivió demasiado, pero pareció que su rostro dejaba de ensombrecerse. Una pequeña sonrisa tiró de sus labios y me colocó un mechón tras la oreja.
Oh, cómo odiaba los estúpidos murciélagos de mi vientre.
—No se ha inventado quien pueda contigo.
Sonreí alzando el mentón.
—Ni lo hará.
Volvió a abrazarme de nuevo y, para mi sorpresa, no me negué. Entre sus brazos me sentí cómoda, segura. Había estado cientos de veces entre ellos, pero nunca sin una connotación sexual por mi parte. Todos en el Infierno conocíamos de los sentimientos del Príncipe hacia mí, pero hasta entonces yo no había sido capaz de darle mucho más que satisfacción mutua. Me asombró poder permitirle aquello y, por su rigidez al principio, parecía que a él también. Le conocía lo suficiente como para saber que se había movido por impulsos sin pensar en lo que hacía.
—¿Seguro que ya te encuentras bien?
Asentí convencida.
—Tan solo necesito descansar, dormir un poco —añadí, dando un vistazo las escaleras de piedra que llevaban a los aposentos de Lucifer, con quien siempre había compartido cama.
Paymon pareció dudar antes de hablar.
—¿Quieres que... te lleve algo de comida más tarde? —preguntó temeroso, mirando a todas partes, rehuyendo mis pupilas con vergüenza—. Podría prepararte algo... quizá también fruta y... solo si quieres, claro. Te ayudará a reponerte.
Una sonrisa escapó de mí, acompañada de un suspiro embobado. No sé si estar tanto tiempo siendo testigo del amor de Lucifer y Kailan me había ablandado, si verles suspirar el uno por el otro me había hecho bajar la guardia, pero sentir de nuevo el acelerado latido repicando contra mi pecho ya no me trajo desagradables sensaciones ni malos recuerdos.
Me di cuenta entonces que en mi mente y en mi corazón ya no había rastro de amor hacia Eva, de ese que había arrastrado por milenios. No había ni un solo sentimiento más allá de la indiferencia. Tan solo había algo nuevo, una pequeña llama vulnerable que quería proteger a toda costa. Una nueva llama que me miraba expectante con esos ojazos enormes. Tiré de uno de sus rizos castaños, provocándole una avergonzada sonrisa. Paymon era la ternura demonizada.
Como si lo viera en mi mente, la mirada de Lucifer reprochándome que debía permitirme una nueva oportunidad de ser feliz opacó mis sentidos.
—Sí, me parece genial —terminé por concederle, consiguiendo que su rostro brillara de alegría—. Te lo agradezco mucho.
Tomó grácilmente mi mano y dejó un casto beso sobre el dorso con majestuosidad y adoración absoluta.
—No hay de qué, mi querida Lilith.
Le vi marchar felizmente con una sonrisa bobalicona tirando de mis labios, que mordí para intentar disimular cuando Belial enarcó una ceja desde la Biblioteca con un libro entre sus manos.
—¿Y tú qué miras?
Ni siquiera se molestó en ocultar su sonrisa.
—Nada en absoluto.
Tomando mis botas nuevamente y después de deslizar mi pulgar por mi cuello de manera amenazante mientras miraba fijamente a Belial (que metió las narices en su libro de nuevo), hui de allí a toda prisa gracias a la vergüenza, subiendo los escalones de dos en dos a pesar de las molestias en mi abdomen. Lo que fuera con tal de que ese demonio cotilla no dijera una palabra de más.
Entré a la enorme habitación dejando las botas a un lado y mi boca se secó por el asombro de ver a Eligos sentado en el trono de Lucifer, admirando el Reino como si fuera suyo.
—¿Qué haces ahí?
La pregunta escapó de mis dientes como si hubiera escupido veneno, consiguiendo sobresaltar al demonio, que se levantó al instante mirándome sorprendido.
—Lo mismo digo —gruñó con esa voz suave que me sacaba de quicio.
Era difícil que alguno de mis compañeros de vida en el Infierno me cayeran mal, pero Eligos parecía habérselo tomado como un reto personal. Siempre mirando por encima del hombro a todos los demás, hablando desde una superioridad moral que no sabía de dónde había salido, pero verle sentado en el trono de nuestro Rey había sido la gota que colmaba el vaso.
—Este es mi cuarto, Eligos, te aseguro que nada se te ha perdido aquí. Y mucho menos en el trono de nuestro Rey.
Sus dientes se apretaron con cierta pizca de rabia en ese rostro escalofriantemente aniñado. Clavo esos ojos ambarinos en mi persona con el odio que hasta entonces siempre se había esforzado en ocultar frente al resto.
—Tú siempre tan oportuna, Lilith. Se supone que no deberías estar aquí.
Arqueé una ceja.
—Ya, el futuro no siempre ha de ser como tú lo veas, Eligos —siseé, acercándome unos cuantos pasos hasta él. No me importaba partirle esa cara de niño en dos si era necesario.
Su ceja izquierda también se levantó de vuelta. A pesar de que mantenía ambas manos tras la espalda, podía jurar que las estaba apretando por la tensión en sus hombros bajo su habitual armadura.
Ese hecho hizo que mi entrecejo se frunciera una vez más. Miré su armadura, recordando que Dantalion y Belcebú también llevaban las suyas. Guíe mis pupilas hasta los campos de entrenamiento lejanos a nosotros, donde demonios parecían ir y venir de allá para acá como si se estuvieran preparando para algo.
Y entonces lo entendí.
Mis ojos se volvieron negros al completo cuando los clavé en él.
—Estás preparando una insurrección contra Lucifer, solo que los demás ni siquiera lo saben.
Chasqueó la lengua con hartazgo.
—Siempre me ha cabreado que seas ridículamente inteligente cuando tu labor únicamente es calentarle la cama a Lucifer.
Sonreí y convertí mi mano derecha en un puño. Me lo iba pasar en grande dejándolo cojo de la otra pierna.
O al menos eso fue lo que pensé, antes de que algo impactara con fuerza contra mi nuca.
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