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Capítulo 11. Mi Jardín del Edén

Lilith y Lucifer siempre habían comprendido que aquel lugar fuera llamado «Paraíso» por el Padre de este último, pues ciertamente lo era.

El Jardín del Edén era un rincón inmenso y majestuoso. Una maravilla que jamás se había contemplado hasta entonces, casi a la altura del Reino de los Cielos. Desde luego, Dios había puesto estima y cuidado en aquel proyecto. Era amplio, plagado de vivos colores gracias a las zonas ajardinadas, llenas de plantas y frutas exóticas que dejaban en el ambiente su dulce aroma. Las aguas limpias de un caudaloso río recorrían el lugar en un serpenteo agradable como una grieta de frescura entre el verdor del césped, que daba a parar hasta un enorme y cristalino lago. Con animales hermosos, fuertes y vigorosos paseando y retozando por todo el amplio Jardín.

Todo lo que rodeaba a Adán y Eva era pura perfección a su alcance, era su lugar seguro.

Era precisamente aquello lo que Lilith, que observaba en la distancia junto a Lucifer, no comprendía del todo.

Si todo era libertad, armonía y felicidad... ¿Por qué puso Dios una única prohibición? Por más vueltas que le daba, la primera mujer no lograba entenderlo del todo. No tenía sentido que la sumisa y estúpida Eva, que parecía contemplar a Adán con absoluta devoción, fuera a transgredir una sencilla norma que pudiera herirle. Y el palurdo de Adán mucho menos, con que tuviera sus genitales ocupados, aquel simple hombrecillo se daba por satisfecho.

Lilith se golpeó la barbilla con el largo índice de su mano derecha, rumiando, perdiéndose en esa misma idea. Lucifer, apoyado en la piedra tras ella, la observó arqueando una ceja con elegancia.

—¿Y bien? Ya estamos aquí —murmuró cruzándose de brazos.

El suave viento movió grácilmente su túnica negra, haciendo también que la larga melena de Lilith se sacudiera tras su espalda. Esta agachó ligeramente la cabeza, sintiendo el césped bajo sus pies. Hacía demasiado tiempo que no pisaba el Jardín y sentía que su piel recordaba aquel tacto genuino y agradable.

—Sigo pensando —respondió, posando la vista en la nueva mujer. En su estúpido reemplazo—. Y sigo sin entenderlo.

—Intentar comprender lo que hace mi Padre carece de sentido, Lilith. Hace lo que hace y ya, aprendí que es mejor no preguntar —gruñó el Diablo caminando hasta quedar a su altura.

Ambas figuras negras observaban, escondidos en la distancia y con amargura, la idílica escena que se recreaba ante sus ojos bajo el Árbol Sagrado junto al río.

—Es absurdo que pueda creer que una estúpida manzana puede provocar la más mínima tentación en alguien.

Lilith alzó el mentón, altiva, abriendo los ojos ligeramente al entenderlo al fin.

—La tentación no es el fruto —susurró—. Es la prohibición.

Lucifer la miró de golpe, aquello sí que parecía tener sentido. Aunque a él le seguía pareciendo una estupidez.

—Mi Padre y sus ridículas pruebas de lealtad.

Esa frase, dicha entre dientes y acompañada de una risa seca, hizo que Lilith curvara sus labios en una amplia y satisfactoria sonrisa que a Lucifer le erizó la piel.

Lo entendía, y si algo entendía más, era cuan sencillo y fácil le había puesto el Todopoderoso provocarle otra decepción respecto a su nueva y maravillosa humana, en venganza por su propio castigo. Su nuevo juguetito con el que Adán podía distraerse, sacada de su propia costilla para que la pobre estúpida comprendiera en qué posición se encontraba.

La encantadora y servicial Eva, de la que Lilith se encargaría de demostrarle al altísimo lo imperfecta que realmente podía llegar a ser. 



Una elegante y hermosa boa de escamas negras y ojos carmesís serpenteó tranquila por una de las ramas del Árbol Sagrado cuando Lucifer volvió a su Reino, con la promesa de regresar a buscarla en un par de horas, observando desde la altura como la ingenua Eva tomaba una siesta a la sombra y cobijo del alto y frondoso manzano. Su melena larga, negra y lisa estaba desparramada sobre el mullido césped, que, envuelta en esa túnica blanca, la hacía parecer pálida y frágil a su vista. Para Lilith habría sido tan sencillo saltar sobre ella y enredarse en su cuello hasta asfixiarla, que un escalofrío placentero le recorrió las escamas. De su cuerpo manó la neblina negra hasta que formó su deslumbrante figura, tumbada sobre la rama, con una mano sosteniendo su cabeza.

—¡Hola!

Eva despertó sobresaltada, apoyándose una mano en el pecho y mirando a todas partes, hasta que se dio cuenta de que la voz había caído sobre su cabeza como una brisa que se precipitaba hacia ella. Levantó la vista y vio la figura negra sobre la rama, a contraluz del sol a su espalda que se filtraba sobre la copa del árbol y envolvía a la desconocida siniestra con su halo de luz. Agudizó la vista cuando creyó que su cabeza estaba en llamas y se tranquilizó al comprender que se trataba de una melena pelirroja y alborotada coronando a una espectacular mujer enfundada en un precioso vestido negro.

—Perdona el susto, ¿interrumpo algo?

Los labios de Lilith se curvaron en una soberbia sonrisa y arqueó una ceja. Eva sonrió algo más calmada, y aquello sorprendió a la primera mujer. No parecía que... le tuviera miedo.

«Debería» pensó ella.

—No... no, tranquila. Tan solo descansaba mientras Adán iba a por algo de comida.

A Lilith su voz le sonó aguda, dulce, tanto que podría empalagar sus oídos. Sus gráciles dedos juguetearon con una de las rojas manzanas que colgaban de las ramas sobre su cabeza.

—Oh, no claro, lo entiendo. ¡Cómo no descansar en esta maravilla de lugar!

Eva sonrió cálidamente.

—Sí... es fantástico.

—Desde luego —añadió Lilith con sarcasmo y ya sin mirarla, arrancando la manzana, contemplando el rojo sangre que la vestía. De cerca, le pareció un fruto más atrayente de lo esperado—. Pero, no lo entiendo, ¿para qué ir a por comida si tenéis este fantástico árbol aquí mismo?

La boca de Eva se abrió en una pequeña «o» rodeada por sus gruesos labios y se puso de rodillas sobre el césped para estar algo más cerca y poder verla mejor.

—Oh, pero... no podemos comer su fruto.

Las cejas de Lilith se alzaron.

—¿Ah no?

Eva contuvo el aliento cuando la mujer mordió la manzana. Lilith masticó el pedazo de fruta con los ojos cerrados, disfrutándolo de manera genuina. En absoluto esperaba que aquello estuviera francamente bueno, tanto que un gemido escapó de sus labios y se derrumbó sobre la rama, sintiendo la corteza del árbol bajo las plantas de sus pies descalzos.

—¡Qué maravilla! ¿Qué clase de Dios benevolente prohibiría a los suyos disfrutar de tan exquisito manjar? Me parece muy egoísta. —Lilith ojeó las nubes con exagerado dramatismo—. ¿Qué? ¿Nada de truenos, rayos y centellas? Vaya, parece que nada ocurre.

Eva comprobó por sí misma que era cierto alzando también su vista al Cielo, poniéndose en pie. La mujer tenía razón, nada estaba sucediendo. Esta se colgó bocabajo en la rama quedando frente al rostro de Eva, sosteniéndose por sus rodillas, dejando que su rizado cabello colgara también.

—¿Quieres un poco?

Eva se llevó de nuevo la mano al pecho, apretando entre sus dedos parte de la túnica y dio un pequeño paso atrás. Negó con la cabeza suavemente, de tal forma que un largo mechón de pelo negro como la noche cayó por parte de su rostro ovalado y mejillas sonrosadas. Lilith se encogió de hombros.

—No tienes ni idea de lo que te estás perdiendo —aseguró, mordiendo el fruto de nuevo.

Ya contaba con que la mojigata rechazara su oferta, era parte de su plan y no creía que fuera a aceptar a la primera.

—Tú... eres Lilith, ¿cierto? La primera mujer de Adán, ha hablado mucho de ti. Demasiado incluso.

Con aquello sí que no contaba en absoluto. Vaya, la estúpida Eva no era tan estúpida después de todo, Lilith anotó mentalmente no subestimarla en un futuro.

Alzó una ceja sintiendo una ligera repulsión hacia Adán porque este hubiera cometido la desfachatez de hablarle de ella a su segunda esposa, pero aquello podía servirle a su favor. Tenía que ser perspicaz, ágil y afilada a la vez, lo siguiente que fuera a decir podría sentenciar sus planes hacia la catástrofe, por lo que debía elegir sus palabras con sumo cuidado.

Pero Eva no le dio la oportunidad de responder.

—Oye... sé por todo lo que has pasado y no quiero que me veas como alguien horrible... creo que deberíamos ser amigas, aunque quizá esperen de nosotras lo contrario.

Lilith se descolgó de la rama con soltura en sus movimientos como si danzara con ella, bajo la curiosa mirada de Eva, quien no había visto a alguien derrochar tanta elegancia con cada uno de sus gestos jamás en su creación. Lo cierto es que la mujer bajó de ella para ver si había escuchado bien o se había vuelto loca tras tanto tiempo sin salir del Infierno.

¿Le estaba proponiendo amistad? Después de todo, Lilith pensó que Eva sí que era idiota. Lástima, un pequeño destello de ilusión le había hecho creer que quizá no lo era del todo. Aquello se esfumó y Lilith reprimió un apenado puchero ante el cervatillo ingenuo de ojos brillantes que quería meterse por voluntad propia en boca del lobo.

O de la serpiente, mejor dicho.

Era incluso mejor idea ese acercamiento para su propósito. Si se volvían amigas... quizá tenía una pequeña ventana para manipularla todo cuanto en el Infierno había aprendido, y conseguir así que probara la estúpida manzana.

Lanzó la suya a un lado con auténtico desprecio y le mostró la mejor y más amable de sus sonrisas, tendiendo la mano derecha en su dirección. Eva la estrechó gustosa y encantada, feliz de tener a otra mujer con quien hablar.

Alguien más en quien confiar.



Desde sus inicios, cuando Dios la creó, Lilith nunca creyó que un sonido podía gustarle tanto como en aquel entonces. La risa de Eva sonaba dulce y divertida, como una melodía suave que se sorprendió reconociendo querer escuchar más seguido tras esas últimas semanas en las que iba a visitarla cada día, con ayuda de Lucifer para subir. La mujer de Adán iba colgada de su brazo mientras paseaban juntas a orillas del lago, sintiendo la hierba entre los dedos de sus pies a cada paso.

—Y, entonces, ¿dices que Belial se cayó?

—De cara y contra el suelo rocoso, todavía sigue recuperándose —confesó Lilith con una sonrisa.

Una sonrisa... genuina. Frunció el ceño durante unos segundos y se aclaró la garganta.

—El Infierno no parece tan malo por lo que dices.

Eva se soltó de su brazo, acercándose a las aguas del lago, donde un grupo de juncos se meció al compás de las ondas que sus manos provocaban en estas.

—Bueno, eso depende de quién seas allí abajo, claro —dijo, observando como la mujer se adentraba en el agua, jugando divertida con los peces y cisnes que la rodeaban.

—Tú tienes privilegios por ser amiga del jefe, ¿no? —bromeó la mujer de Adán guiñándole un ojo.

—¡Oye! Eres realmente pérfida.

De nuevo, la risa de Eva inundó su pecho de una luz blanca y rebosante.

Si algo había descubierto en ese tiempo, era que estaba equivocada respecto a ella. Eva era inteligente, muy inteligente. Tenía un hambre voraz de aprendizajes y enseñanzas, como una esponja que absorbía todo tipo de conocimientos que Lilith le transmitía, aprendidos en el Infierno. La danza, la música, las artes, todo cuanto sabía y le mostraba, Eva atendía fascinada y lo imitaba para aprenderlo por sí misma. No era un ser únicamente servicial y sin cerebro, era perspicaz, astuta e incluso sarcástica. Aunque puede que eso se lo hubiera pegado ella.

La sonrisa de Lilith se ensanchó al contemplarla bailar divertida con el agua cubriéndole hasta la cintura.

—¡Nada conmigo! ¡Vamos! Este lago es increíble.

«Sí, lo recuerdo» pensó por unos instantes, pero su mente se detuvo cuando escuchó de nuevo su risa. La túnica empapada de Eva se ceñía a su cuerpo, enfatizando su preciosa silueta. Lilith creyó en la perfección de Dios al hacer las cosas de aquel Jardín, pues el agua parecía ser hecha a únicamente por y para Eva. Se obligó a apartar la mirada y Eva la salpicó para llamar su atención.

—¡Eh! —exclamó divertida y fingiendo enfado.

—¡Vamos, no te quedes ahí! Creía que eras rebelde y divertida —aseguró Eva con una sonrisa ladina y altiva.

Bueno, tenía que confraternizar con ella, ganársela, y negándose a sus peticiones tampoco conseguiría nada.

Se zambulló en el agua dejándose embargar por todas las sensaciones que ello le provocaba, hacía demasiado que no sentía el agua del Paraíso recorriendo su piel y empapando su ropa. Le trajo recuerdos de antaño, solo que en ese instante le otorgaban emociones diferentes, emociones mejores. No había amargura, no se sentía infeliz. Algo que le había sorprendido de Eva en las últimas semanas, en sus diarias y pequeñas visitas, era que esta le contagiaba su ingenuidad y alegría. Eran día y noche, polos opuestos, estaba claro. Pero cuando se juntaban, cuando sus energías se unían, un eclipse de tranquilidad embriagaba sus sentidos. Le costó digerir el sentimiento concreto, porque la felicidad nunca había sido algo que la Creación creyera que Lilith merecía, por ello tenía miedo.

Eva tomó una de las margaritas junto a los juncos y volvió nadando hasta Lilith, colocándola tras su oreja junto con parte de sus rizos mojados cuando se detuvo a su altura, frente a frente. Rio alegre, observando su rostro y sus ojos sin temerlos en absoluto.

Lilith se sentía... apreciada.

Su felicidad era tan frágil y vulnerable como Eva lo parecía, pero en aquel instante, viéndola reír, acercándose a orillas del lago de nuevo para darle a beber el agua entre sus manos a una pequeña cría de ciervo, su dañado interior reconoció no anhelar estar en ningún otro lugar que no fuera aquel junto a ella.

Pero se recordó a sí misma que estaba haciendo aquello por una razón.



Bajo la sombra del Árbol Sagrado, Lilith se recostaba sobre el césped mientras admiraba como Eva, bocabajo y sosteniendo su cabeza con ambas manos, leía el último libro que le había traído del Infierno. Lilith jugueteaba con un largo mechón de pelo negro, rizándolo en sus largos y finos dedos, trenzándolo y deshaciendo a su antojo mientras Eva pasaba las páginas con una fascinada sonrisa. Había perdido ya la cuenta de cuántos libros había leído la mujer desde que empezó a visitarla.

Apoyando su codo sobre la mullida hierba, contempló su concentrado rostro con una pequeña sonrisa, que se esfumó al mirar una de las manzanas sobre sus cabezas. Cada vez se le hacía más difícil llevar a cabo su plan, aquello implicaría que Eva podía sufrir. Poco le importaba si era Adán quien lo hacía, había demostrado ser lo suficientemente idiota como para no darse cuenta de que, cada mediodía en el que él desaparecía por un par de horas, ella estaba en su hogar.

Junto a su mujer.

Aquel plan había sido idea suya y nadie le obligaba a realizarlo, simplemente podía olvidarlo y ya está, pero entonces la culpa pinchó en el centro de su pecho. Su amistad con Eva había nacido del engaño. Ella había sido gentil y bondadosa, ofreciéndole su corazón desde el primer instante, y Lilith se había aprovechado de aquello para sus propios intereses.

—Puedo notar como me miras fijamente, y escuchar a tu cabeza pensar.

Lilith no pudo evitar sonreír ante aquel comentario, soltando el mechón de su pelo.

—Creo que eso último es literalmente imposible.

Eva le sonrió de vuelta. Lo que más le gustaba a Lilith de su sonrisa, era que sus ojos se entrecerraban y parecía que también le sonreían. Había pasado mucho tiempo a su lado como para saber cuándo Eva rumiaba algo, ponía ese gesto tan suyo en el que se torcía con una mueca algo graciosa al fruncir los labios.

—¿Qué ocurre? —quiso saber enseguida. Eva podía ser un libro abierto en ocasiones, pero Lilith necesitaba conocer lo que ponía en cada página a cada instante.

Se preocupó cuando la tristeza ensombreció su rostro.

—Las lágrimas secas de tus mejillas —murmuró Eva con pesar, provocando que Lilith se tensara—. Yo... lamento si mi... si mi creación te causó dolor indirectamente. Te pido perdón.

Lilith sintió su cuerpo temblar, mordiendo sus labios para ahogar un sollozo. ¿Cómo podía ser ella quien le pidiera perdón después de todo? Ella, que no era culpable ni origen de ninguno de sus males y a quien injustamente le había echado la culpa de todos ellos. ¿Cómo había llegado a odiarla cuando ahora era incapaz de hacer otra cosa que no fuera aprender a amarla? A cuidar de su corazón, a memorizar cada uno de sus detalles, desde el lunar entre la espesura de sus negras pestañas que enmarcaban esa radiante mirada llena de pureza, hasta el fruncir de sus cejas cuando su mente y su alma se concentraban en lo que ella misma le explicaba.

Cerró los ojos con fuerza y tragó saliva, negando con la cabeza. Suspiró agotada de esconderse, de reprimirse a sí misma una felicidad que quería otorgarse más que nunca. Eva tomó su mano con delicadeza, preocupada de haber dicho algo que no debía.

—No... no, tú no tienes la culpa de nada. Es... es mi culpa. Yo soy la culpable —murmuró—. Tu solo has sido buena conmigo y yo te he mentido, he intentado manipularte para que probaras el fruto. Quería utilizarte para fastidiar a Dios por lo que les hace a mis hijos. Soy un demonio horrible y malvado.

No pudo evitar cubrirse el rostro con ambas manos, ahogando nuevos sollozos que asfixiaban y estrangulaban su garganta. Pero algo la sorprendió. Eva había tomado sus manos de nuevo, apartándolas para poder mirarla a los ojos con una entereza que solo Lucifer y los demonios soportaban debido a su rojez.

—Yo no lo veo así —susurró con firmeza—. Me lo has dicho, has confesado, eso no te convierte en alguien horrible sino todo lo contrario. A mí me gusta todo lo que veo de ti.

Lilith la contempló con asombro y una pizca de incredulidad. No porque no creyera a Eva, sino porque no creía que aquello le estuviera sucediendo a ella.

Eva le dedicó una de sus hermosas sonrisas.

—Me gusta tu pelo —aseguró, tomando un rizo con delicadeza y dulzura, haciendo reír a Lilith—. Me gustan tus ojos, aunque no lo creas, adoro ese rojo vivo y despierto que reluce a la luz del sol como una rosa a principios del verano.

La garganta de Lilith se secó tras sentir que sus rostros se habían acercado, y no supo quién había dado el primer paso. Tampoco le importó, simplemente disfrutó de la sensación de que hubiera ocurrido.

—Me gusta tu inteligencia y mordacidad, eres increíblemente divertida y envidio de forma sana la libertad de tu alma —confesó Eva en un susurro, sin dejar de mirarla. Dio un vistazo al frondoso manzano sobre sus cabezas, del que colgaban cientos de sus frutos y rápidamente volvió a los ojos de Lilith—. Amo el rubor de tus mejillas, que nunca es por vergüenza y siempre por osadía, que es del mismo tono de tus labios sonrosados y rojizos... como una manzana.

Movida por los frenéticos latidos en su pecho, Lilith unió su frente a la de Eva.

—Pruébala entonces.

Eva sonrió, y no dudó.

Lilith conoció la perfección y el amor de los labios de Eva. Supo lo que era ser respetada, lo que era ser tratada con dulzura.

Lo que era ser amada y correspondida.

—Eres donde el sufrimiento no existe —susurró la primera mujer sobre los labios de la segunda—. Entre tus brazos está mi lugar seguro. Eres mi Jardín del Edén.

El Todopoderoso se equivocaba, no estaban hechas para Adán, estaban hechas la una para la otra.



Eva bailoteaba alegre con su nuevo vestido blanco, largo y del mismo material que el de Lilith, con una obertura lateral que dejaba al descubierto su pierna igual que el de ella. La única diferencia es que sus tirantes caían por sus hombros, dejándolos al descubierto. Se sentía radiante y feliz, dando vueltas con él alrededor del Árbol Sagrado mientras tomaba su falda, haciendo reír a Lilith.

—¿Entonces te gusta? —preguntó esta algo insegura—. No estaba muy convencida de cuales serían tus medidas así que tomé las mías. Veo que Dios no cambió un centímetro del diseño.

Eva rio ante el comentario y se arrodilló con sumo cuidado, tomado las mejillas de Lilith entre sus manos y plantando besos por todo su rostro y labios acompañados de risueñas sonrisas.

—¡Me encanta! Es precioso... y me gusta mucho más que lo hayas hecho tú —reconoció, haciendo que la sonrisa de Lilith se ensanchara.

Tomó las manos de Eva entre las suyas con suavidad y acarició el dorso de las mismas con sus pulgares.

—He estado pensando —murmuró, consiguiendo que Eva mirara fijamente sus ojos—. Y yo... quiero estar junto a ti, Eva. Y sé que tu sientes lo mismo.

Las mejillas de la mencionada enrojecieron y agachó la cabeza con ligera vergüenza. Lilith soltó sus manos y las puso sobre su rostro, sintiendo el calor de la sangre bajo sus palmas.

—Vámonos juntas, lejos de aquí.

Eva parpadeó, su ceño se frunció por unos momentos sin comprender muy bien lo que acababa de escuchar.

—¿A...? ¿A dónde?

—Ahí fuera hay todo un mundo por explorar —respondió Lilith con una sonrisa, señalando a sus espaldas.

—Pero... pero está lleno de dolor y sufrimiento. ¿Por qué iba a abandonar toda esta maravilla y comodidad?

—Porque podríamos estar juntas y ser felices, y no tendrías que soportar más a Adán. ¿Cuánto tiempo más crees que podremos ocultarnos?

La mujer tenía la mirada perdida, abrumada por tanta información repentina. Lilith pudo ver como esa sonrisa que siempre había adorado se esfumaba, dejando lugar a un rostro ensombrecido.

—Yo... creo que debería irme, Adán podría sospechar si tardo tanto —dijo, poniéndose en pie.

Lilith sintió su pecho latir errático y desbocado, se asustó por unos instantes e imitó a la mujer, tomando sus manos de nuevo.

—Oye, no tienes por qué decidirlo ahora, ¿vale? Tú solo... piénsalo.

Eva miró sus ojos, tomó una respiración y mostró la más tierna de sus sonrisas. Puso una mano en la mejilla de Lilith y besó sus labios una última vez antes de marcharse.

—Lo pensaré —le concedió, haciendo feliz de nuevo a la mujer.

—Hasta mañana, mi Jardín —susurró Lilith sobre sus labios, logrando una vergonzosa sonrisa en Eva.

Esta se despidió con la mano y se alejó por la pradera hasta que su silueta se volvió difusa. Lilith no dejó de mirarla ni un solo momento mientras desaparecía en la lejanía ante sus ojos.

—Ten cuidado, Lil.

Se llevó una mano al pecho y contuvo un grito asustado cuando escuchó la voz de Lucifer a su espalda, girándose hacia él. Apoyado en el tronco del Árbol Sagrado, el Diablo jugueteaba con una manzana en su mano a la que terminó por dar un mordisco, puso cara de asco y la lanzó a un lado.

—Qué malo está esto —farfulló, después miró a su mejor amiga, que puso los ojos en blanco.

—Lo tengo, Luci, no he pasado tanto tiempo fuera y ya has venido a buscarme.

Él negó con la cabeza.

—¿Entonces por qué le propones algo así a Eva? —Lilith resopló, cruzándose de brazos—. No puedes estar demasiado tiempo fuera, ¿y pretendes irte con ella? No me parece una buena idea.

—Nos las apañaremos, sé cuidarme sola.

—Y no lo dudo, pero no es únicamente eso lo que me preocupa —reconoció, mirando a Lilith con ese destello lastimero que ella siempre odiaba ver en los demás. Se aproximó un par de pasos hasta ella—. No te enamores de Eva, Lilith.

Ella abrió la boca, ofendida ante esa advertencia, y fingió con todas sus fuerzas que su mejor amigo había perdido totalmente el juicio.

—¿De qué estás hablando? Yo no...

—Lilith —dijo secamente, haciéndola callar—. Eva está hecha a medida para Adán, y lo último que quiero es que esos dos te hagan daño. Podrías salir muy herida de esto.

La mujer negó con la cabeza, todavía cruzada de brazos, y empezó a caminar alejándose de allí.

—Todo irá bien, sé lo que me hago. ¿Nos vamos ya?

Lucifer suspiró con pesar, una parte de él quería creerla, porque Lilith se merecía todo el amor que ella misma profesaba a los demás, pero sobre todo a Eva. La otra, la racional que pocas veces brillaba en su mente, le advirtió de lo mal que podía acabar aquello. Por desgracia, él sabía que justo esa parte, tenía las de ganar en la balanza.

Echó a caminar dando un último vistazo al Cielo resplandeciente y al árbol cuyos frutos eran demasiado sagrados para su insípido sabor. Volvió a negar con la cabeza.

Para él jamás existiría tentación alguna. 



Al pisar de nuevo el Edén, tanto Lucifer como Lilith sintieron que aquello había cambiado desde el día anterior. Cuando Lucifer vio el cielo gris encapotado, presagiando la peor de las tormentas, un escalofrío lacerante recorrió su espalda como un siniestro recuerdo grabado en su piel. Conocía esas nubes, porque sabía lo que se avecinaba. Detuvo a Lilith poniendo una mano en su hombro cuando intentó acercarse hacia el Árbol Sagrado, rompiendo la distancia de escasos metros que los separaban. No era seguro, no con Remiel y Gabriel custodiando la luz blanquecina y poderosa que se filtraba entre las oscuras nubes. Adán y Eva se encontraban ante ellos y, por primera vez desde su creación, parecían experimentar lo que era el miedo.

—¿Qué...? ¿Qué está ocurriendo? —preguntó Lilith, el labio inferior le temblaba al ver la mueca que había contraído el rostro de Eva. Quería correr hasta ella y abrazarla, protegerla, llevarla lejos de allí y asegurarle que todo saldría bien.

—No estoy seguro —respondió Lucifer sin mirarla. Lilith se dio cuenta de que los ojos de su Rey no se apartaban de Gabriel, quien se había percatado de la presencia de ambos y le observaba enfurecido, apretando los puños en torno al mango de su espada en el cinto de su túnica.

—Habéis desobedecido el sexto mandato de Dios y ensuciado el sagrado vínculo de vuestro matrimonio —comunicó Gabriel con los dientes apretados y su cuerpo tenso, volviendo la vista a hombre y mujer.

—¿Qué...? ¡Yo no he hecho nada! —exclamó Adán enfurecido.

Los ojos ambarinos de Remiel se posaron en Eva.

—Pero ella sí.

Boquiabierta y temblando, Lilith dio varios pasos hacia ellos, siendo el centro de atención por unos instantes. Ignoró como Adán se estremecía ante su presencia y la de Lucifer, pues solo tenía ojos para Eva, que balbuceaba desconcertada. Los ojos de Adán se abrieron de par en par y miro a su mujer.

Y después a su ex mujer.

—¿Pero qué...? ¿Es en serio, Eva? ¿Con ella?

Un sepulcral silencio se hizo en todo el sombrío Jardín del Edén a la espera de una respuesta. La culpa azotó a Lilith por haber perturbado la vida de la mujer a la que amaba, sintió las náuseas subir por su garganta ante aquella especie de juicio que se desarrollaba frente a su persona sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo. Eva la miró y el ceño de Lilith se frunció cuando vio en sus ojos el odio más puro.

—¡Ella me manipuló! —gritó Eva, sollozando, aferrándose al brazo de Adán como si se refugiara tras él.

Esas palabras hicieron eco por las verdes llanuras del Paraíso, perdiéndose entre bosques y montañas, haciendo vibrar el agua de lagos y ríos. El aire escapó de Lilith y su boca se abrió ligeramente, dando un pequeño paso atrás. Incluso Lucifer lo dio ante semejante sorpresa.

Eva miró hacia el mensajero de Dios.

—¡Yo solo soy una víctima de sus mentiras, lo juro! Tú sabes cómo es ella, mi amor —dijo, con las lágrimas recorriendo sus mejillas, sosteniendo el rostro de su marido entre sus manos—. Me manipuló, usó sus dones sobre mí. ¡Yo nunca te haría algo así a voluntad, me conoces bien!

Puede que Adán sí lo hiciera, pero Lilith supo en aquel entonces que ella nunca lo hizo. Una brisa fría sacudió su pelo y su vestido, haciéndola temblar de pies a cabeza. Las palabras se esfumaron de su garganta como arena en mitad de una ventisca. Un mareo atizó de lleno la parte trasera de su cabeza y sintió su estómago del revés.

Pero nada fue comparable al dolor que se enquistó con brutalidad en su pecho, robándole la respiración.

Sus ojos estallaron en una oscuridad aterradora sin dejar atisbo de esclerótica blanca, lo que provocó un paso atrás en Adán y que Eva apartara la mirada. Lucifer pasó su brazo derecho sobre sus hombros y le depositó un beso en la sien, atrayéndola sobre su pecho. Los ojos del Diablo se volvieron rojos como la sangre, sin dejar de mirar a la pareja bajo el Árbol, que tembló estremecida. No logró calmar a Lilith, pero si le reconfortó saber que no sanaría su dolor a solas.

—Me decepcionas, Eva —la voz grave retumbó entre las negras nubes, haciendo que todos alzaran la vista con sorpresa. Lucifer se tragó un gruñido e ignoró un escalofrío—. Tenías la oportunidad de ser honesta, y en lugar de ello, has decidido mentirnos y traicionar aquellos que te han amado.

Cejijuntos durante unos instantes, Lucifer y Lilith se miraron entre sí.

—Quedáis desterrados del Edén.

Los gritos y las suplicas de Adán y Eva no sirvieron de nada una vez se hizo el silencio entre las nubes tras aquella sentencia a su destino, llevándose consigo el fulgor que brillaba entre estas.

—Os acompañaré a la salida —gruñó Gabriel con ironía, mirándoles de pies a cabeza.

Aquella vez, Lilith no se molestó en mirar a Eva como siempre cada vez que se marchaba. Sí pudo sentir como esta lo hacía, pero ya poco le importaba.

Una lágrima caliente rodó su mejilla, alargando el reguero negro que su predecesora dejó tiempo atrás, dejando el maquillaje desigual en su rostro. Esa sería la única que Lilith derramaría por aquello, porque se sintió estúpida. Por haber intentado ser feliz, por haber creído tener posibilidades, por todos los planes que su mente trazó para ambas.

Por haberse enamorado de alguien que no estaba dispuesta a cambiar su comodidad en una vida sirviente y programada, por toda la felicidad que ella pudiera darle.

Aquella era la última lágrima, porque Lilith se juró a sí misma blindar su corazón para siempre.

Remiel y Lucifer intercambiaron miradas unos segundos y, aunque el Diablo pudo ver en los ojos de su hermana algo de añoranza y melancolía, Lucifer apartó la mirada sin poder evitar recordar como bromeaban siempre deambulando por el Reino de los Cielos cuando eran más jóvenes e ingenuos. Aquello le trajo un recuerdo fortuito que atravesó su mente en cuestión de segundos. Abrazó a Lilith mientras daban media vuelta, con intención de regresar a su hogar no sin pensar en aquel destello de su memoria en el que aparecía un Samael joven en la gran Librería Celestial, sosteniendo el Cuaderno de Profecías en sus manos mientras lo ojeaba curioso, antes de dejarlo cuando Miguel le regañó por escabullirse de sus tareas.

Cerró los ojos al recordar lo último que ellos leyeron en sus páginas.

«El dolor recaerá en el Paraíso, cuando la manzana sea probada».


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