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Capítulo 10. Diabluras

Cuando el agua gotea, es un sonido curioso y rítmico, dependiendo de la distancia desde donde provenga. Puede incluso ser relajante, se siente ligero y suave.

Cuando la sangre gotea, es diferente. El repicar de la gota es un sonido en específico, suena más denso y pesado al caer contra el charco o la superficie, porque esa gota tiene una espesura en concreto. Y desprende olor, un aroma a hierro oxidado que no se olvida, la mayoría de veces acompañado de otros perfumes como la podredumbre de un cuerpo en descomposición.

Eso, era lo que pensaba Kingsley mientras, de pie en mitad de aquel almacén tras el Roswell Mall, contemplaba semejante escena del crimen.

Le costó admitirlo, pero nunca había visto nada igual.

Al escuchar a Anderson diciéndole a través del teléfono que habían encontrado asesinados a varios hombres de Abraham en un almacén de Roswell, a tres horas de Albuquerque, no se lo creyó demasiado. Prefería esperar a poder ser testigo de ello antes de dar nada por sentado. Tras verlo con sus propios ojos, seguía sin poder creerlo.

Porque aquello no parecía un escenario del crimen cualquiera, aquello desprendía brutalidad lo mirara por donde lo mirara.

Un total de cuatro hombres, blancos y todos entre treinta y cuarenta años. Tres de ellos hombres de Abraham, entre los cuales se encontraba Archie Harris, la ex pareja de Kailan Miller. Identificado por la policía forense de Roswell, que se comprometió a pasar todos los datos, información y fotografías a la propia J.J., que llevaba su parte del caso desde Las Vegas a petición de su tío.

Kingsley se paseó por el lugar con cuidado de no molestar a sus compañeros, que trabajaban haciendo fotografías y tomando huellas, ni de pisar alguna evidencia. Tensó ligeramente la mandíbula cuando el olor nauseabundo se hizo más presente al acercarse a los cuerpos. El cadáver frente a ella, sentado sobre la silla, maniatado a la misma y con la cabeza caída hacia adelante, presentaba múltiples contusiones y hematomas, así como un disparo en la sien.

Una tortura y ejecución en toda regla.

Se trataba de Brendan Baker, el entrenador de Miller. Por lo que Kingsley había averiguado en sus investigaciones sobre el entorno de Kailan, el tipo no tenía familia, ni novia, ni hijos, ni siquiera un perro. Había dedicado su vida enteramente al boxeo y en los últimos dos años entrenó al chico, con quien pareció establecer una estrecha relación familiar.

Primero Elijah, después Brendan.

Empezaba a quedar más que claro a por quién iban Abraham y sus hombres y quién era la víctima de todo aquello.

Caminó unos pasos a la derecha para observar la tétrica escena en diagonal. La pálida luz parpadeante de un alógeno en el techo, iluminando la imagen desde arriba y rebotando en las grises y sucias paredes, lo teñía todo de mayor crudeza y brutalidad. Era como si el propio almacén también se estuviera descomponiendo al compás de los cuerpos.

Uno de los cadáveres tenía roto el cuello, parte de una vértebra asomaba por la garganta y había desgarrado la carótida, por lo que el suelo mugriento y pegajoso era un baño de sangre ya coagulada. El segundo... bueno, a Kingsley le costó unos instantes mirar. Su cabeza estaba aplastada, había estallado como una sandía atropellada por un camión, convirtiendo parte de ella en una amalgama de trozos de cráneo, sesos y globos oculares. Pero el que se llevó la peor parte, era Archie Harris. Sus heridas eran demenciales, más propias del ataque de un oso enfurecido que de un arma común y corriente. Parecía que lo habían destripado atravesándolo con dos machetes enormes que desgarraron sus entrañas al salir de su cuerpo con brutalidad, esparciendo parte de ellas por el pavimento. Kingsley se figuraba que él era el único que había tardado agónicos segundos en morir.

No se reprendió mentalmente por no sentir pena por ninguno de ellos. No dirá que se lo merecían, pero tampoco le atormentarán sus muertes. Un total de tres hombres de Abraham menos en la Tierra hacían de ella un lugar mejor.

Su ceño se frunció ante algo que destacaba incrustado en la cavidad torácica destrozada de Archie. Miró hacia los lados, dándose cuenta de que todavía no habían reparado en ello. Tomó unos guantes de látex y se aproximó con disimulo como si tan solo observara la escena, se agachó al lado del cadáver y, vigilando que nadie viera lo que hacía, hurgó con sumo cuidado entre las entrañas de ese bastardo. No tuvo que hacerlo demasiado, porque el extremo de aquella cosa sobre salía, y cuando Kingsley la sacó, contuvo la respiración.

¿Una pluma?

Blanca y ensangrentada, pero una pluma al fin y al cabo.

Si todas las suposiciones acerca del loco que hubiera hecho aquello, así como de las armas que podría haber usado, no llevaban a ninguna parte... aquello todavía menos.

¿Cómo había podido ir a parar una pluma de al menos veinte centímetros en el interior del tórax de Archie? ¿Era una especie de mensaje del asesino?

Asegurándose de que nadie la veía, ocultó la pluma en sus manos todo lo que pudo y se acercó hasta las bolsas de evidencias para tomar una nueva y meter dicha pluma en el interior. Se la guardó automáticamente en el bolsillo de su chaqueta de cuero.

Kingsley no sabía por qué acababa de hacer aquello, sin embargo sí sabía todo lo que se estaba jugando al hacerlo. Podrían imputarla por algo así, echarla del cuerpo incluso, pero ni siquiera dudó. Tan solo lo hizo. No sabía el por qué, igual que tampoco entendía el daño en la cinta del restaurante de Albuquerque.

Unas imágenes erróneas que muestran cosas escalofriantes en lapsos de tiempo muy corto en Albuquerque. Una pluma en la escena de un crimen en Roswell.

Allá donde Kailan Miller y el desconocido pasaban, sucedía algo extraño.

«Adán y Eva».

«¿Ese tío ha caído del cielo así sin más?».

«La niebla gris. Los ojos negros. Los clientes que no recuerdan nada».

«Una pluma».

Kingsley se masajeó una sien, estaba empezando a ver cosas dónde no debía, a pensar cosas que no debía. Le ocurrió lo mismo cuando se centró demasiado en el caso de Joshua, veía conspiraciones en cualquier dato, enemigos donde solo había amigos. O eso le hicieron creer para apartarla del caso. Pero en ese instante tampoco podían ser imaginaciones suyas, la prueba estaba literalmente en su bolsillo.

—No hacía yo a Miller tan... sanguinario.

La voz de Williams la hizo despertar. Se giró rápidamente hacia él.

—Si con Elijah no fue él... te aseguro que con su entrenador tampoco —comentó la mujer, cruzándose de brazos mientras analizaba la escena que les rodeaba con la mirada.

—Sea como sea, ese chico está siempre en medio de los escenarios más complicados.

—Eso no le convierte en culpable.

—Y tampoco en inocente —señaló, encogiéndose de hombros. Kingsley puso los ojos en blanco a la vez que Williams sacaba su usual libreta—. A ver, tan solo hay un arma homicida. Una Sig Sauer de 9 milímetros, balística dice que coincide con la herida de... Baker.

Señaló el cadáver de Brendan con el boli en su mano derecha y Kingsley se giró a mirar al pobre inocente. Otra víctima más de esa huida que parecía haber vuelto a desatar una guerra como la que se llevó a su hijo.

—Había restos de la misma pólvora tanto en él como en el cañón del arma. Una herida incompatible con la vida, por razones evidentes —añadió Usher volviendo la vista a su libreta—. Pero no hay ni rastro de los cuchillos que hayan podido hacer esa cosa. Ni de mazas o martillos, nada pesado que pueda... aplastarte una cabeza así.

Kingsley torció el gesto en una mueca. Eso era lo raro, tan solo tenían un arma cuando claramente debería haber dos más. La rotura de cuello podía hacerse con las manos, aunque parecía haberse aplicado demasiada fuerza. Un poco más y la cabeza se habría separado del cuerpo. Tendrían que esperar a ver qué decían las huellas tomadas del cadáver, no todo el mundo tenía la inmediatez de Jules.

—Probablemente se las hayan llevado, quién sabe, seguiremos buscando... Ash, ¿estás bien?

Un ruidito afirmativo escapó de entre sus labios apretados cuando despegó la vista de la escena y la posó de nuevo en su amigo. Asintió con seguridad, apretando en un puño la prueba en su bolsillo.

—Sí, sin problema.

—Ya, uno nunca se acostumbra a... estas barbaridades —dijo el chico tras un suspiro—. Sigo pensando que, si necesitas un descanso del caso, no dudaré en cubrirte.

Ashley asintió agradecida por su habitual amabilidad, posando una mano sobre el hombro de Williams.

—Tranquilo, estoy bien, pero te lo agradezco.

—Y si quieres cubrirme a mí también te lo agradeceré —farfulló este ocultando un bostezo con el dorso de su mano y parte de la libreta.

Un sonido similar a una risa fue la respuesta de Kingsley mientras negaba con la cabeza. Llevaban una hora allí y ya pasaban de las seis de la mañana. Desde luego, a Williams no se le daba bien aquello de madrugar.

—Merodearemos un poco más y volveremos al hotel —le consoló la mujer—. Hasta que no tengamos toda la información tampoco podremos hacer mucho más. Por cierto, ¿has sabido algo de Nueva York? Respecto a la posible banda irlandesa involucrada en el tiroteo.

Se había pasado media noche leyendo el informe de lo ocurrido en Brooklyn e investigando por su cuenta respecto a ello, aunque fuera en contra de lo que Anderson le había ordenado, pero sin acceso a archivos policiales había conseguido más bien poco.

Para añadir más a su decepción, Williams negó.

—No mucho. Estoy esperando que revisen los permisos que mandé para que puedan enviarme lo que tengan: fichas policiales, informes... pero ya sabes cómo van estas cosas.

Kingsley chasqueó la lengua con desagrado, aquello ralentizaba todavía más la situación, tal y como ya había ocurrido con anterioridad. ¿A qué tanto impedimento por parte de Nueva York? ¿Tendría Abraham algo que ver? Tratándose de él, no estaba de más sospechar.

—Así que solo tenemos el informe de lo ocurrido —murmuró con algo de desgana, viendo cómo Williams asentía mientras se encaminaba hacia el coche y la dejaba con sus pensamientos.

Según el mismo, ambos chicos podrían estar relacionados con Connor O'Sullivan, el mayor de cuatro hermanos y perteneciente a una gran familia de origen irlandés, establecida en Hell's Kitchen. Recién salido de prisión hará tan solo unos meses tras haber sido condenado por tráfico de armamento ilegal y munición. Era una sospecha que se sostenía de un débil hilo: las balas, encontradas en el cadáver de uno de los hombres de Abraham asesinado en el tiroteo, y en el escenario del propio tiroteo, eran de calibre 40. Unas Smith&Wesson de manual, muy común en los Estados Unidos, entre policías y civiles, incluso en el FBI.

Una bala de ese calibre podía proceder de cualquier civil, de cualquier arma reglamentaria. Precisamente por ser tan común, la volvía invisible a ojos de la policía. Y por ello, la volvía codiciada para traficantes de armas como Connor O'Sullivan.

Lo que no la hacía pasar tan inadvertida, eran quienes la había disparado. No era policía y mucho menos un agente del FBI. ¿Podían pasar por civiles cualquiera? Probablemente, pero unos civiles cualesquiera no reaccionarían de forma participativa en un tiroteo contra una mafia de Nevada. Y mucho menos, teniendo en cuenta que lo hacían para defender a la hermana de Miller, por lo que estaban ligados a él de alguna forma. Por no dejar de lado la descripción física que aportaron los agentes de Nueva York, que encajaba bastante bien con el parecido de la imagen en la ficha policial de O'Sullivan si este hubiera rejuvenecido unos diez años.

Era un hilo muy débil, pero Kingsley no dudaría en tirar de él si era necesario.

Y si la información no iba de Nueva York hacia ella... Sería ella quien iría en busca de la información a Nueva York. O, al menos, eso decidió mientras sacaba su móvil y empezaba a buscar vuelos directos hacia la Gran Manzana para ese mismo día.



Para suerte de Williams, o eso le había dicho a Kingsley tras llegar, el hotel que compartían quedaba cerca del Roswell Mall, el Quality Inn. Un hotelito a pie de carretera que era el lugar perfecto para hospedarse hasta que recibieran una nueva orden.

O un nuevo rastro de cadáveres que seguir.

Aquello era lo que Kingsley pretendía impedir. Por eso, ya en su habitación y con un café sobre su mesilla de noche mientras Williams dormitaba en la suya al otro lado del pasillo, revisaba todos los datos recabados hasta entonces en su ordenador portátil sobre sus piernas. Se acomodó mejor en la cama, sentándose de tal forma que apoyaba su espalda en el cabezal. Repasó el informe de Nueva York tras comprobar su reloj de pulsera, teniendo en cuenta que su vuelo saldría a las once de la mañana y ya eran cerca de las nueve. Todavía tenía algo de tiempo, así que podía seguir un poco más. Por ello, abrió el archivo de la información recogida sobre lo encontrado en el almacén que la policía de Roswell había tenido la amabilidad de enviarle. Si con Nueva York no podía adelantar demasiado, aprovecharía con lo que tenía entre sus manos.

Casi sin quererlo, su cabeza tiró por derroteros descartados, provenientes de una locura que nacía de los fugaces vistazos a la pluma a su derecha, todavía dentro de la bolsa de evidencias y sobre la cama. La sujetó con una mano para examinarla más de cerca. La sangre manchaba su blanco impecable, casi fuera de lo normal. ¿Había visto Kingsley ese color en algún otro lugar? No, desde luego, parecía que brillaba con luz propia a pesar de sus manchas. Dejó la pluma a un lado y, por instinto, acudió al vídeo del restaurante de nuevo. Lo reprodujo un total de tres veces: una a velocidad normal, otra rápida y la última lenta.

Sus ojos no podían despegarse de las imágenes tal y cómo le sucedió en Albuquerque.

Quizá si enviaba la pluma a Jules podía analizarla, junto con las imágenes. J.J. sabía más de informática que ella, así que quizá... No, debía tener cuidado con a quién involucraba en esto o podían volver a tacharla de loca.

Volvió la vista a las imágenes, detenidas justo cuando el desconocido iba tras Kailan en mitad del restaurante. No había registros de él, solo cosas extrañas que le rodeaban. Un nombre bíblico, una niebla gris a su paso... y ahora una pluma, junto a unos asesinatos que implicaban una fuerza antinatural.

Cualquier persona en la situación de Kailan, en ese almacén en el que había estado (porque así lo marcaban las huellas de sus zapatillas, las mismas que encontraron en su casa en Las Vegas), no habría salido viva. A juzgar porque no había restos de su sangre ni de su cadáver, el chico debía seguir estándolo. Kingsley lo repasó todo mentalmente. Supuso que había acudido preso de un chantaje, motivado por la retención de su entrenador, un punto más a favor de que Abraham quería encontrar a Kailan costara lo que costara, así que debía de haber un gran motivo de peso detrás. Kailan se presentó y... sucedió esa masacre. Y él se libró, una vez más.

«¿Cómo te libras de algo así? ¿Quién o qué te libra de algo así?» pensó. Kingsley rio entre dientes y cerró los ojos, quizá Williams tenía razón y debía alejarse de aquello, quizá la cercanía que involucraba a los hombres de Abraham removían demasiadas cosas todavía recientes. Porque estaba empezando a plantearse disparates, locuras como que ese hombre, ese desconocido que acompañaba a Kailan Miller... no era del todo normal.

La notificación de un nuevo correo electrónico a su cuenta personal, puesto que todavía no había podido poner orden en la del trabajo, devolvió su mente al planeta Tierra sacándola de ese extraño lugar al que empezaba a ir. Se sorprendió al comprobar que se trataba de Jules y cerró el vídeo obsesivo a toda prisa, con la esperanza de que la chica trajera nuevas respuestas a sus miles de preguntas. Le invadió un mal presentimiento al ver lo que le decía en el mismo, junto a unos cuantos archivos de audio.

«Es importante que los escuches a solas, no se lo enseñes a nadie. Llama a Anderson en cuanto termines. Ya es hora de ponerte al corriente».

Empezó a no gustarle un pelo la situación y el críptico mensaje no ayudaba, por lo que no dudó un segundo en incorporarse hacia adelante, dejando el ordenador sobre el colchón, y hacer caso a las órdenes escritas de Jules.

Reprodujo el primer archivo de audio con el pulso acelerado.

—Oye, ya sabes lo que hay. Abraham no quiere a esa zorra husmeando en sus asuntos, ya sabes lo mucho que molestó en su día. Si vuelve a acercarse tanto como aquella vez... podemos darnos por jodidos.

A Kingsley se le secó la garganta al escuchar la voz de John Brown, su ex jefe del FBI en la división de Las Vegas. Frunció el ceño. ¿Qué coño era aquello?

—Ya bueno. ¿Y qué mierda quiere Abraham qué haga?

Una segunda voz le paralizó la respiración.

—Te está pagando, y muy bien, por una razón —seguía insistiendo Brown en la grabación.

—Hago lo que puedo, ¿vale? Tampoco es tarea fácil para mí, esa hija de puta es demasiado buena en su trabajo. Llevo dos años alejándola de todo lo que tenga que ver con vosotros, me costó horrores en su día con su puñetero hijo muerto y ahora ese cabrón de Miller decide destrozarlo todo... —Se escuchaba un resoplido exasperado por parte del segundo interlocutor—. Dile a Abraham que, en lugar de mandarme a mí, ate en corto la correa de sus perros.

—¿Estás seguro de que quieres que le diga eso?

—No estaríamos como estamos por sus malditas gilipolleces. Ya he puesto todas las jodidas trabas que he podido y siempre consigue algo. ¿Qué hago? ¿La mato?

—Estaría bien.

Una risa irónica.

—Vete a tomar por culo, Brown.

Y la primera grabación se detenía.

Kingsley pensó que también lo hizo el tiempo, porque la voz de Brown tardó segundos en reconocerla, pero la segunda voz con la que discutía la reconoció al instante.

Porque era la de Williams. 



En el extremo más apartado del Reino de los Cielos, Azrael, arrodillado en el suelo, frotaba el final de sus alas con un trapo empapado en agua fresca y la mirada perdida en una carretera a miles de kilómetros de él. El agua, enrojecida por la sangre seca de aquel patético humano, se escurría de entre sus manos y goteaba contra el suelo. El contraste del carmesí y el blanquecino de sus alas y el mármol a sus pies parecía sentirse impuro y escalofriante, pero Azrael no lo percibía así. Estaba demasiado obcecado con eliminar hasta el último resto de sangre que manchaba sus plumas.

No se daba cuenta de que, a más frotaba, más se extendía. Por sus alas, por sus manos y antebrazos, por su túnica, por el suelo. A más hacía, menos conseguía. Enfocó su vista en aquello que vigilaba en la distancia, una serpenteante carretera por la que se desplazaba un vehículo concreto. Frotó con más fuerza, apretando los dientes cuando se cercioró de quienes se trataban y agudizó la vista.

Lucifer conducía el coche y, a su lado, el humano reía a mandíbula batiente, divertido bajo el sol de la recién empezada mañana. Pero no por lo que su diabólico hermano parecía decir, si no por las ocurrencias de alguien más. Desde los asientos traseros, una melena rizada y pelirroja ondeaba al viento que daba contra el coche descapotable.

Lilith.

El estúpido humano no solo se había quedado felizmente junto a su hermano a pesar de saber la verdad, sino que este había tenido la osadía de presentarle a esa maldita bruja.

Azrael lanzó el cubo de agua hacia el otro extremo, gritando encolerizado. Sus alaridos reverberaron entre las nubes y el líquido teñido de rojo bañó parte del suelo del Reino. Desde el castigo de Samael, la sangre no había vuelto a ensuciarlo.

—¡Por todos los Santos! —rugió iracundo—. ¡Qué clase de humano decide quedarse junto al Diablo!

Jadeó furioso mientras se ponía en pie, su pecho subía y bajaba con rabia, observando a Lucifer con la cabeza ligeramente agachada y a través de sus mechones de pelo dorado que le caían sobre el rostro. Su mano se convirtió en un puño, desintegrando en ella el trapo ensangrentado que sostenía. Por unos segundos fantaseó con que ese fuera el cuello de su desterrado hermano. Ese monstruo soberbio y malvado que no dejaba de salirse con la suya. ¡Oh, por Padre, cuantísimo lo odiaba! Debía hacer algo que erradicara el mal de la faz del Plano Terrenal de una vez por todas. Se había contenido hasta ahora, había intentado con todas sus fuerzas no matar al humano, pero estaba claro que ese gusano infecto no aprendía la lección. Quizá era igual de monstruo que Lucifer, quizá tenía que hacerle ese favor al mundo, eliminado la basura para toda la eternidad.

Tenía que matarlo, tenía que aniquilarlo para que Lucifer sufriera, para que se retorciera de dolor, para que suplicara su propia muerte que él con todo gusto le daría. Pero con su hermano y esa ramera como guardianes de la mascota, no sería tarea sencilla. Iba a necesitar toda ayuda posible y la rebuscaría hasta en el último rincón del Infierno si era necesario.

Levantó la vista de golpe, oteando el mundo a sus pies, y una sonrisa tensa y triunfante estiró sus labios. Sus alas se extendieron y sacudieron gotas de agua ensangrentada.

Sí, eso era... hasta en el último rincón del Infierno.



Lucifer

—Espera, entonces... ¿Jesucristo es tu hermano?

La estruendosa carcajada de Lilith hizo eco por coche al que, tras parar horas atrás a echar gasolina, le habíamos subido la capota. Según Kailan, robar un Chevrolet Camaro del 1968 no nos haría pasar inadvertidos, pero estaba harto de huir con miedo. Ya no tenía que esconderme y le había dejado en claro que, de aparecer cualquier ridículo ser en busca de batalla, yo se la daría con una sola mano. La mirada altiva y pícara del chico me hizo más ilusión de la que esperaba. Seguía estando algo enfadado, pero no me odiaba vilmente como yo creía.

Tras mirar a la primera mujer en su ataque de risa, por el cual se le caían miguitas de galleta sobre el vestido, me estampé la mano izquierda en media cara.

Habíamos salido de Roswell poco después del amanecer cuando conseguimos que Lilith despertara. Para mi sorpresa, la teoría de Kailan estaba funcionando. Tenía mejor aspecto que la noche anterior y se notaba el descanso en sus facciones, aunque hubiera dormido unas cuatro horas, así que decidí que él tomara las riendas en cuanto a su humana recuperación. Desayunaron en un bar de carretera mientras el chico buscaba en su mapa un nuevo lugar al que ir, por suerte yo pude evitarme el mal trago de tener que fingir alimentarme y Kailan encajó muchas más piezas en su puzle mental, mientras volvía a regañarme por mentirle y pretendía obligarme a comer como castigo, secundado por Lilith. Para mi no tan buena suerte, se habían hecho demasiado amigos en pocas horas, lo que había propiciado a que unieran fuerzas en mi contra, sin razón aparente por parte de Lilith, solo por divertimento. No me quedaba otra que soportarlo, tampoco me disgustaba, empezaba a disfrutar de verles reír. Entre los dos se acabaron una docena de tortitas, me asombró la capacidad de la mujer y cómo empezaba a notar el sabor en los alimentos humanos. Supuse que tantos milenios alimentándose de comida del Infierno, le habían acostumbrado el paladar.

O se lo habían atrofiado, porque no comprendía como podía saborear aquel pedazo de masa untada en un líquido viscoso y rojizo.

Tras una parada técnica en busca de más alimentos para nuestro camino hacia Fort Worth, lo que estaban siendo otras seis horas de carretera, Kailan y Lilith se hicieron con todo un alijo de diferentes dulces y salados, y retomamos nuestro rumbo hasta la ciudad texana. Entonces, y después de que ambos hubieran dormido algo más durante parte del viaje, sucedió aquello que yo no había contemplado.

El chico tenía decenas, si no cientos, de preguntas.

¿Cuántos años tienes de verdad? Seguirías sin comprenderlo ¿Cuántos tiene Lilith? Ocurría lo mismo ¿Cómo es el Cielo? Blanco, azul, verde... No estoy seguro, hace tiempo que no subo, moriré si lo intento ¿Cómo es el Infierno? Oscuro y lleno de demonios ¿Quiénes eran tu familia? Unos idiotas cobardes, ¿qué más da? ¿Por qué te desterraron? Porque me rebelé ¿Y por qué te rebelaste?

Y así las últimas dos horas, todo mientras Lilith reía y comía. Parecía haber encontrado los mejores placeres de su vida humana recién descubierta y yo la tortura infernal de la mía, pero como me sentía culpable no podía negarme y Kailan sabía aprovecharse muy bien de eso.

Resoplé ante su quincuagésima pregunta.

—¿Cómo que si...? ¿Por qué dices eso? —farfullé mirándole de soslayo.

—Era el hijo de Dios, ¿no? —respondió sin más, encogiéndose de hombros—. Como tú.

Me removí en un escalofrío de repelús y Lilith hizo lo mismo, consiguiendo que Kailan nos mirara como a dos dementes.

—No empezaréis a arder o algo así si hablo de Dios, ¿verdad? —añadió antes de sorber por la cañita el batido de chocolate en un envase de cartón que sostenía con su mano derecha.

—No tientes a la suerte —respondió Lilith con a boca llena, mientras masticaba otra galleta—. ¿Cómo has dicho que se llamaban estas cosas?

Oreo —dijo el chico mientras ella le tendía una—. Están recubiertas de chocolate blanco.

Lilith se aproximó hasta a mí y me pinchó la mejilla con su dedo índice.

—¿Me puedes explicar por qué no hay de esta maravilla en el Infierno?

Resoplé con amargura.

—Porque hay manjares mejores, solo que pareces haberlo olvidado.

—En serio, necesitamos como unas cien cajas de esto.

Fruncí el ceño.

—No vamos a comprar cien cajas de galletas, Lilith.

Ella se dejó caer dramáticamente en los asientos traseros, llevándose otra de sus maravillosas galletas dulces y humanas a la boca. Nos miró concienzudamente mientras masticaba, sobre todo a Kailan.

—¿Eres consciente de que, si decidís estar juntos, Dios será tu suegro?

Abrí los ojos de par en par y Kailan se atragantó, empezando a palmearse el pecho mientras tosía.

—¡Lilith! —gruñí entre dientes, asesinándola con la mirada a través del retrovisor central.

Al no estar en mi cabeza, no podía reprimir sus inoportunos y sinceros comentarios.

A la verga, es cierto —murmuró el chico con la voz ronca entre toses.

Levanté la vista hacia el Cielo con enfado.

«Sé honesto, tú castigo real no era mi destierro al Infierno, si no estar encerrado con estos dos en un coche, ¿verdad?». No hubo respuesta, como siempre, pero juraría que sentí a alguien reírse ahí arriba. Cerré los ojos unos instantes y suspiré con fuerza.

—En cuanto a lo del... Mesías —murmuré retomando la conversación. Prefería hablar mil veces de aquel de Nazaret antes que incidir en lo que había comentado Lilith—. No... funciona exactamente así. Los ángeles fuimos creaciones de Padre, él fue... engendrado. Es diferente.

Kailan me miró, ladeando ligeramente la cabeza como si por ese gesto fuera a comprenderme mejor.

—Pero le has llamado «Padre».

Lilith arqueó las cejas en mi dirección, parecía que disfrutaba de esto más de lo necesario. Negué con la cabeza.

—Es... es complicado. Al fin y al cabo él nos creó a todos de una forma u otra, así que en parte sí somos algo así como sus hijos...

—Entonces, ¿lo de la paloma embarazando a una virgen fue real? Pobre José.

Volví a suspirar con más pesadez que antes, intentando concentrarme en la carretera. ¿Podía el Diablo sufrir dolores de cabeza? En aquel instante sentí que sí era posible.

—Oye, ya sé que es todo un poco extraño —dije, tamborileando mis dedos de la mano derecha sobre el volante—. Pero yo no lo inventé. Y no es por justificar a mi padre, pero Zeus se convirtió también en no sé cuántos animales y nadie parece juzgarle tanto. Quizá siguió su ejemplo.

Kailan se giró lentamente hacia mí con ambos ojos a punto de salírsele de las cuencas.

—¿Tam...? ¿También existen otros dioses?

Y el que esa vez giró la cabeza hacia él, pero con rapidez, fui yo.

«Maldita sea».

Tartamudeé algo que no llegué a pronunciar, sabía que nada que dijera podía repararlo y tampoco quería tener que borrarle la mente como a aquellas personas en Albuquerque. Relajé mis hombros, exhalando con pesar y agaché ligeramente la cabeza.

—Debería haber cerrado mi bocaza —gruñí entre dientes.

Aquello supondría al menos cien preguntas más, si es que Kailan terminaba por recuperarse en algún momento de semejante conversación. Quizá era esa la primera vez que lo noqueaban en su vida. ¿Me castigarían por revelar algún que otro secreto? ¿Podían castigarme más después de todo?

El chico volvió a sorber de su batido con la mirada perdida, entonces frunció el ceño y me miró de arriba abajo.

—¿No se supone que Dios odia a los homosexuales?

Esa pregunta me atrapó desprevenido. Miré la cruz en su cuello y después a él, con una ladeada sonrisa. Volví a negar con la cabeza.

—¿Quién dice eso?

—La Biblia.

Una cínica carcajada escapó de mi garganta.

—¿Te refieres a ese libro reescrito, mal traducido y versionado cientos de veces a conveniencia de los hombres, blancos en su mayoría, y del poder?

Kailan arqueó las cejas sorprendido, sentándose de lado y con la espalda apoyada en la puerta para poder tener una mejor perspectiva de ambos. Lilith le tendió otra de sus galletas y él la aceptó encantado.

—O sea que no todo lo que pone es real.

—No todo —aseguré.

Frunció los labios en una mueca pensativa mientras masticaba.

—¿Y por qué Dios no es una mujer?

Me sorprendió no haberme preguntado nunca esa cuestión, y que ningún otro humano que hubiera conocido se la hubiera preguntado tampoco.

—Nunca lo he... pensado.

—Ya lo dijo Ariana Grande en una canción —añadió mientras masticaba, encogiéndose de hombros.

Lilith y yo volvimos nuestras cabezas hacia él.

—¿Quién?

Puso los ojos en blanco, como si se recordara algo mentalmente a sí mismo.

—Tenéis suerte de que vuestra fuerza es superior a la mía, si no os aplastaría —masculló alzando un puño en alto, dejando el cartón vacío en una bolsa que utilizaba a modo de basura con todos los envoltorios de comida. Tras unos segundos se golpeó la barbilla con el dedo índice, pensando quizá más preguntas con las que torturarme toda mi existencia a modo de castigo. Su mirada brilló cuando pareció ocurrírsele algo y me miró con picardía. Me tensé ligeramente—. Entonces... ¿fuiste tú el del pecado original? ¿El que ofreció la manzana prohibida? ¿La tentación de Eva?

A cada pregunta había ido acercando su cara a mí hasta que su aroma me inundó de nuevo peligrosamente. Me aclaré la garganta y le observé, sonriendo ladino. A estas alturas de nada servía ocultar lo que en mi provocaba después de haberle confesado lo que sentía. Me estiré en el asiento, apoyando el codo en el respaldo y conduciendo con la izquierda, contemplé el reflejo de Lilith en el espejo.

—No exactamente.

Kailan se quedó a cuadros ante la carcajada de Lilith, alternando su vista entre uno y otro. Su boca se abrió de tal forma que la mandíbula podría haber tocado el suelo del vehículo.

—¡Fuiste tú! —exclamó aferrándose al respaldo de su asiento, señalando a Lilith con la mitad de la galleta que quedaba en su mano.

—¿Por qué casi ningún humano lo ha pensado? —repuso ella con fastidio—. ¡Se lo dije a Miguel Ángel cuando pintó la Capilla!

—¿Qué dijiste qué a quién? —preguntó Kailan casi sin voz tras atragantarse con un trozo de galleta.

El que reía y disfrutaba entonces de su asombro y confusión, era yo.

—Me decía que no podía hacerlo porque no era lo que le habían encargado y bastantes disputas había tenido ya. No se llevaba demasiado bien con esos... eclesiásticos ¡Si hasta le pintó un ombligo a Adán! —comentó la mujer con una sonrisa de superioridad tras reír de nuevo ante el descaro del artista italiano—. Así que a mí me pintó de forma andrógina para contentarnos a los dos.

Le siguió una risita malvada que me hizo sonreír.

—¿Has visto alguna vez el fresco de la Capilla? —continúo. Kailan negó embobado—. Algún día te llevaré... Si te fijas, no se puede apreciar bien si la serpiente es un hombre o una mujer. Te lo confirmo yo: es una mujer.

Dio un manotazo a su larga melena rizada para echársela a la espalda con más orgullo y soberbia del que nunca había mostrado.

—Lo conocimos cerca del 1510 —añadí yo entonces, ganándome su atención—. Y Lilith quiso hacer de las suyas mientras estuviéramos en Roma.

Ella volvió a reír y me dio con su puño en el hombro, sacándome una sonrisa.

—¡No fui yo la que se acostó con él!

A Kailan casi se le rompe el cuello al volver la cabeza hacia mí con el rostro desencajado.

—Ah... tenía que pagarle de alguna forma que nos hiciera el favor —contesté mirándole algo temeroso de su reacción ante el inoportuno y revelador comentario de Lilith.

El chico arqueó una ceja.

—Ya, tú tus favores —siseó con no tan fingido enfado.

¿Aquello que también acompañaba su voz eran celos reales? Sonreí inocentemente y me encogí de hombros.

—Así que... quien tentó a Eva fuiste tú —murmuró el chico con la mirada puesta de nuevo en la mujer tras nosotros.

Lilith suspiró.

—Sí, lo fui —musitó acompañado de una sonrisa que se fue convirtiendo en una mueca afligida.

Pude ser testigo de cómo se apagaba la mirada de la mujer ante el repentino recuerdo de Eva, sabía cuan doloroso podía ser para ella recordar aquello. Adán, Eva, el Jardín... Miré a Lilith de nuevo gracias al espejo. Ella puso los ojos en blanco, apartando la vista. Sabía que siempre que ese hecho salía a relucir, en mi mirada se grababa un gran «te lo advertí» que la primera mujer quiso ignorar milenios atrás.

Lilith tardó pocos segundos en recomponerse con una gran sonrisa, o al menos en fingir que estaba perfectamente. Si Kailan lo notó, no hizo por insistir más con el tema. Aunque, por cómo le había mirado antes de incorporarse correctamente de nuevo en el asiento, sabía que Kailan no era precisamente idiota. El chico exhaló con pesadez, provocando que mi mirada se centrara en él. Jugaba distraído con el cordón de su sudadera y mantenía el ceño fruncido como si algo le preocupara.

—¿Qué ocurre?

Carraspeó algo inquieto y me miró. Hasta entonces no le había visto dudar de aquella forma antes de hablar.

—El loco del almacén, tu... hermano.

Mi cuerpo se tensó ante esa mención.

—¿Azrael?

Kailan asintió, mirándome.

—¿Por qué hizo lo que hizo?

No tenía una respuesta correcta para aquella pregunta. ¿Había respuesta alguna acaso?

—Quién sabe —contestó Lilith por mí—. Azrael puede ser... envidioso y malvado porque sí.

—Sí, pero... ya visteis cómo mató a Archie y a los suyos. ¿No se supone que es un ángel?

Ni Lilith ni yo tuvimos respuesta para aquello. De nuevo, cuando se trataba de Azrael y su descenso a la locura, no había contestación que pudiera darse.

—¿Cómo...? ¿Cómo sabré cuando Azrael esté cerca?

Observé a Kailan sorprendido, pues parecía preocupado. Saber que la existencia de ese bastardo podía asustarle hizo que la rabia hirviera dentro de mí, necesité de unos segundos para relajarme.

—Mira, Kailan, Azrael no te hará nada mientras yo esté a tu lado, ¿de acuerdo? No tienes de qué preocuparte.

—Ya, pero... aun así, si hay alguna forma quiero saberlo.

Le miré de pies a cabeza por unos momentos. Imaginé que, en el almacén, con toda la adrenalina recorriendo su cuerpo y acaparando sus sentidos, no pudo ni notar lo que la presencia de Azrael provocaba en mortales e inmortales.

—Sentirás un frío inusual —le advertí—. Un frío que no has vivido jamás, es el que se siente antes de morir... lo sabrás cuando lo sientas.

Supe que esa contestación no le había calmado en absoluto al ver en su rostro y en su aroma cómo se entremezclaba un ligero temor. Le miré fijamente.

—No te hará nada, Kailan —repetí con firmeza—. Antes tendría que pasar por encima de mí y de todos los que habitan el Infierno.

—Amén —aseguró Lilith.

Kailan tragó saliva, negando con la cabeza.

—No me preocupa mi integridad —confesó, agachando la mirada algo avergonzado. Alzó la vista tan solo unos momentos después hasta encontrarse con mis ojos—. Si no la tuya.

Me quedé de piedra ante sus palabras, sin creerme que fueran reales o que yo fuera merecedor de ellas después de todo por lo que le había hecho pasar. Incluso molesto conmigo, incluso en la distancia que me había pedido... Kailan seguía preocupándose por mí.

—Vi cómo te... miraba, cómo hablaba de ti. Parecía que te odiaba.

Tensé la mandíbula.

—No tienes nada que temer —murmuré con la mayor seguridad de toda mi existencia, mirándole a los ojos—. Yo me encargo.

Jamás permitiría que Kailan volviera a tenerle miedo a esa rata alada. Como un acto instintivo o inconsciente, puse mi mano derecha sobre su muslo izquierdo con intención de calmarle. Me arrepentí enseguida al sentirme invasivo después de que me hubiera pedido algo de tiempo y, cuando pretendía retirarla, Kailan colocó la suya sobre la mía y me miró.

No sé cuánto nos quedamos así, pero sí sé hasta cuándo.

Hasta que el perfil del rostro de Lilith apareció lentamente entre ambos con una sonrisilla.

—Si no miras a la carretera nos vamos a matar.

Apartamos con brusquedad nuestras manos y Kailan y yo nos enderezamos en nuestros asientos a la vez, visiblemente incómodos con la situación. Corregí el rumbo del coche en un movimiento seco porque ya estaba invadiendo el carril contrario, suerte que no era una carretera demasiado transitada a aquellas horas de la mañana. Las orejas y mejillas de Kailan enrojecieron de tal forma que temía que la presión sanguínea en su cabeza le hiciera estallar. Me aclaré la garganta con un carraspeo y miré a Lilith a través del espejo con mis ojos enrojecidos.

Sonreí con malicia, dispuesto a romper con el tenso ambiente.

—Oye, Lilith... ya que te gusta tanto hablar, ¿por qué no le has hablado todavía de Paymon?

Kailan volvió a girarse hacia ella con sorpresa. Una ladeada sonrisa, mi favorita, curvó sus labios y alzó repetidas veces las cejas.

La mujer contuvo el aliento y me dio un manotazo en la nuca.

—¡Pero serás...! En el Infierno hay un lugar reservado para los soplones —refunfuñó volviendo a pincharme con el índice en la mejilla.

Reí.

—Lo sé, lo creé yo mismo.

Kailan puso ambas manos sobre el respaldo y descansó el mentón sobre ellas, observando a la mujer con ojitos inocentes.

—¿Quién es Paymon?

Ella entrecerró los ojos, mirándome de mala gana.

—Voy a matarte, Samael —gruñó cruzándose de brazos, siseando mi nombre en lilim.

Lo que provocó el asombro de Kailan y una nueva oleada de preguntas. Mi sonrisa se ensanchó. La suerte volvía a estar de mi lado, pues lo poco que ya quedaba de camino hasta la ciudad, quien se lo pasaría respondiendo preguntas... sería ella.



Fort Worth, Texas. Julio de 2022

Kailan

Me preocupaba la cantidad de gente que había en el centro comercial La Gran Plaza cuando llegamos a Fort Worth al mediodía, pero por suerte todo el mundo parecía ir a su rollo, por lo que pude relajarme ligeramente. El sitio era bastante grande, constaba de unas cuantas plantas con tiendas de ropa, restaurantes, incluso en el centro había una especie de parque de diversiones para niños, por lo que nadie estaba muy centrado en nosotros. Después de ser perseguido por un ángel psicópata y también por los hombres de mi padre... de los cuáles ya no sabía cuántos debían quedar (aunque conociéndolo estaría dejándose hasta el último dólar que le quedaba en encontrarme) sabía lo que necesitábamos: pasar inadvertidos.

Y Samael y Lilith no eran expertos en ello. Detuve mi camino y me giré en su dirección.

—De acuerdo, si estamos aquí es por una razón —dije, mirando a todas partes, asegurándome de que nadie nos prestara atención. Al menos no demasiada.

—¿Comer más?

Miré a Lilith con el ceño fruncido. Madre mía, ni siquiera yo tenía tanto estómago.

—No, eso más tarde. Compraremos algo para llevar, no podemos arriesgarnos tanto a estar a plena vista —añadí—. Vamos a compraros ropa normal.

Las cejas de ambos se arquearon a la vez. Lilith se miró a sí misma, tomando la falda de su increíble vestido entre sus manos. Sam tan solo siguió en su postura imponente con las manos en los bolsillos.

—¿Qué le pasa a nuestra ropa?

Contemplé su atuendo como si me estuviera tomando el pelo.

—Que todo el mundo os está mirando, vais demasiado elegantes.

—¿Y eso es malo? —volvió a insistir ella con una sonrisita encantada.

—Sí cuando nos están persiguiendo porque quieren matarme.

—Yo nos veo bien —señaló Sam, encogiéndose de hombros mientras alternaba su vista entre él y Lilith.

Entrecerré los ojos, mirándole con ganas de arrancarle la cabeza.

—Parecéis un chulo y su puta —comenté con brusquedad para ver si así lo entendían de una vez por todas.

—¡Oh, cielo, muchas gracias! —respondió Lilith con ojitos brillantes de ilusión mientras me acariciaba la mejilla, con un puchero adorable.

En serio, ¿me estaban tomando el pelo?

—¡Eso es malo, Lilith!

—No para ella —matizó Sam a quien, para mi enfado, parecía divertirle demasiado la situación. Carraspeó al verme la cara y se metió la mano en el bolsillo interior del chaleco, sacando una pinza plateada con la que sostenía varios billetes—. Está bien, id a alguna una tienda, os espero aquí.

Se me secó la garganta y tosí al ver la cantidad que me había dado, tuve que darme ridículos golpecitos en el pecho para no morir asfixiado.

—Samael, me acabas de dar mil quinientos dólares.

Frunció el ceño.

—¿Es poco?

—¡No! —exclamé alucinado. Le tendí el dinero, no pensaba aceptarlo—. Además, tengo mi propio dinero.

—Ya, pero no vas a gastarlo si puedo impedirlo. Y, créeme, yo tengo más —aclaró con una socarrona sonrisa que, de no romperme una mano, me encantaría borrar de un puñetazo.

Resoplé con enfado y me guardé el dinero en el bolsillo. Era curioso como esa sonrisita me hacía apretar los dientes de rabia y a la vez que me temblaran las piernas.

«Céntrate, estás enfadado con él». Suspiré, derrotado por mi propia conciencia.

—Y tú también tienes que venir, necesitas ropa nueva, no puedes ir siempre igual. En algún momento deberías empezar a oler a basura, aunque seguramente siendo tu huelas siempre al mismo cielo.

Estaba poniendo buena cara ante mi frase, pero cuando la terminé puso los ojos en blanco y soltó un gruñido. Abrí los ojos demasiado y Lilith se aguantó la risa.

«Uy, mierda».

—Ibas tan bien, pequeño demonio...

Estiré mis labios en una tensa sonrisa de disculpa con ojitos inocentes mientras rascaba mi nuca. Aunque me anotaba mentalmente lo de hacerle enfadar con comentarios bíblicos. De algo iba a servirme haber ido a un colegio religioso, después de todo.

—Vamos, seguro que algo normal encontraremos, a pesar de que el Diablo vista de Prada.

Le guiñé un ojo y sonreí ante mi propia broma, pero ninguno pareció pillarla. Samael tiró de su chaleco.

—Realmente esto es de Armani.

Resoplé poniendo los ojos en blanco, aquello no podía estar pasándome a mí.

—Se acabó, esta tarde tendremos maratón de cine y series con urgencia —gruñí, tomando su mano y tirando de él en dirección a la zona de tiendas.

Tardé unos segundos en darme cuenta de lo que acababa de hacer, pero no la retiré porque creía que sería todavía peor. Noté la tensión de su cuerpo y tardó pocos segundos en relajarse. Con una risita malvada, terminó por tirar también de Lilith con su mano libre, haciéndome sonreír.



Esperé desparramado en el sofá que había frente a los probadores de la tienda, pegado a un ventanal, a que Samael saliera con el cuarto conjunto que se estaba probando, pues en su egolatría cabía también el ser un presumido, y por supuesto que se había terminado haciendo con varias prendas de ropa igual que Lilith. Llevaban tanto rato ya que me había dado tiempo a pasarme por algunas tiendas más en busca de un par de cosas que nos vendrían bien. Me sentía como en una película adolescente esperando por ver el cambio de look de los dos protagonistas, solo que en este caso no eran compañeros de mi instituto si no el Diablo y la primera mujer.

La mano de Samael abriendo la cortina del probador me trajo de vuelta a la Tierra.

Y lo que vi en ella me dejó sin aliento.

Salió con una camisa gris oscuro y un nuevo y entallado chaleco negro de traje que, sumado a los pantalones a juego, sacaban a relucir por completo su definida y alta figura.

Tosí y me aclaré la garganta cuando me quedé sin aire por unos segundos, viendo como doblaba las mangas de la camisa hasta sus codos. Me sentí estúpido porque un ojo me parpadeó más lento que el otro y tuve que sacudir la cabeza con temor a que me hubieran quedado con daños cerebrales ante su estúpida y sobrenatural belleza.

—¿Qué tal? —pregunté en un tono demasiado agudo para mi dignidad.

Metió las manos en los bolsillos, en una pose ya más que conocida para mí, y me miró fijamente como si le hubiera escupido en su desayuno.

—Pica.

Me largué a reír en su cara inevitablemente con una mano sobre el estómago como si se me fuera a caer. Tan solo conseguí que me mirara peor.

Lilith abrió la otra cortina con exagerada y fingida elegancia, mientras desfilaba para ambos con una chaqueta de cuero negro, una camiseta blanca de tirantes, unos vaqueros oscuros ceñidos a su silueta y sus habituales y desgastadas botas.

—Abrid paso, perdedores, el éxito me espera —dijo, mirándose al espejo al final del pasillo, recogiéndose todo su pelo en una alta coleta.

Volví a reír junto a ella.

—¿Ves? Lilith ha pillado el concepto de pasar inadvertidos —dije, resaltando el hecho de que ella hubiera cogido ropa normal, que seguía quedándole mejor que a cualquier humano. Me puse en pie y saqué una de las cosas que había comprado diez minutos atrás—. Y... como no vamos a tocar tu maquillaje...

Lilith se tensó, dando un pequeño paso atrás con temor a que pretendiera quitárselo. Cuando me contó su historia, comprendí la carga significativa que ese maquillaje emborronado llevaba con ella respecto a la muerte de sus hijos. Por mucho que dijera lo superado que lo tenía, nadie más que ella podía hacerse cargo de quitárselo cuando lo decidiera, pero el maquillaje resaltaba todavía más el color rojo vivo de sus ojos, así que tenía que hacer algo al respecto.

—Los ojos rojos no suelen ser muy comunes, así que he pensado que esto podría gustarte —dije, teniéndole unas gafas de sol negras.

Lilith abrió la boca encantada y feliz por el detalle. Me sorprendió cuando me abrazó con repentina fuerza. Sonreí con ternura y le devolví el abrazo sin poder evitarlo. A veces sentía que la humanidad le debía demasiado a esta increíble mujer después de todo lo que había pasado. Juro que pude sentir los ojos de Samael clavándose en mi nuca en aquel instante.

—¡Me encantan, Kailan! Son geniales —añadió probándoselas frente al espejo.

Lo cierto es que el modelo Wayfarer de Ray Ban le quedaba increíblemente bien a sus rasgos. Pagaba Samael, así que por supuesto que iba a chingarme toda su pasta, me lo debía. Él mismo supo de mi travesura como si me hubiera leído la mente. ¿Podría el Diablo hacer eso? No estaba seguro, pero no podía importarme menos, por lo que no dudé en alzar el mentón con superioridad haciéndole sonreír. Lo curioso de aquello es que, al ver a Lilith feliz, Samael parecía más alegre de lo habitual. Se me hizo... interesante. El terrible monstruo que su hermano me había pintado no disfrutaría de la felicidad de otros.

—¿Y bien? ¿Tú no te vas comprar nada con lo que pasar inadvertido? —sugirió ella con ambas manos en sus caderas, alzando una ceja por encima de las gafas.

Sonreí en su dirección y saqué de la bolsa la otra cosa que había comprado.

—Y tanto que lo he hecho —afirmé, mostrando la caja del tinte negro para el pelo. Samael gruñó a disgusto mientras yo volvía a dejarla en la bolsa—. Con este pelo soy como un cartel de neón, volviendo a mi pelo negro de siempre pasaré más desapercibido.

Pareció sopesar mi idea, consiguiendo que le gustara más.

—Ah no, ni hablar, si tengo la oportunidad de que dejes de llevar esas cosas... —Lilith señaló mi pantalón de chándal y mi sudadera—. Pienso hacerlo.

Resoplé alzando la vista al techo y aflojando mis hombros, a lo que Samael rio encantado.

—¡Pero si voy cómodo así! Llevo toda mi vida vistiendo de esta forma, es muy práctico cuando te pasas gran parte del día entrenando.

—Ya no estás entrenando, estás huyendo. —Dio un pasó amenazador hacia mí y me señaló con el dedo de tal forma que me quedé bizco para mirarlo a unos pocos centímetros de mi cara—. Que nadie te impida huir con estilo.

Puse los ojos en blanco y alcé las manos en señal de rendición, arrastrando los pies hacia el probador y con Lilith empujándome dentro de este.

—¡Enseguida vuelvo! —gritó con voz cantarina y alargando la «o», que se apagaba a medida que se alejaba de nosotros.

¿En qué momento mi planeada huida desde Las Vegas había terminado así?



Me subí los quintos vaqueros que Lilith me había traído en busca de que no volviera a ponerme un pantalón deportivo jamás, cosa que difícilmente conseguiría. Me negué en rotundo cuando apareció con camisas demasiado elegantes, a lo que se dio por vencida y me trajo camisetas y suéteres normales y corrientes, aunque siguieran sin ser del todo mi estilo. Abrí la cortina en busca de Lilith, pero debía haberse perdido por la tienda a juzgar por la cara de aburrimiento de Samael, que cambió en cuanto me vio.

Se me había olvidado el pequeño, chiquito y diminuto detalle de que no llevaba camiseta. Con las mejillas empezando a arder, me giré de forma repentina hacia el probador en busca de una camiseta cualquiera del montón. Gruñí avergonzado cuando gracias al espejo vi aparecer las malditas manchas rojizas de vergüenza en mi cuello. Odiaba lo mucho que mi cuerpo traicionaba a mi mente.

—¿Qué es eso...? —masculló casi sin voz.

Fruncí el ceño, mirándole de reojo con la camiseta todavía entre manos.

—¿El qué?

Su mirada no se despegaba de mi espalda.

—Oh, ¿te refieres al tatuaje?

Asintió, poniéndose en pie con la mandíbula tensa.

—Pensé que ya lo habías visto durante el combate, no es precisamente pequeño —bromeé, señalando dicho tatuaje que ocupaba toda mi espalda y se unía con los tatuajes aztecas de mi brazo. Parecía incapaz de dejar de mirarlo—. Es Tezcatlipoca, es un dios...

—Lo sé —dijo, mirándome entonces a través del espejo, acercándose a mí. El tono de su voz me hico cosquillas en el vientre y apreté la camiseta en mis puños de manera inconsciente—. El hermano de Quetzalcóatl.

Mi boca se abrió ligeramente con sorpresa, parpadeé varias veces intentando que mi cerebro procesara con rapidez esa información.

—¿Cómo lo...?

Su ceja izquierda se arqueó con soberbia y yo enmudecí ante su sonrisa ladeada. Tan solo conseguí tragar saliva ante esa oscurecida mirada que recorría mi espalda como si disfrutara de lo que veía.

—Me... me lo tatué cuando vivía en Juárez con mi tío, era una forma de desligarme todavía más de mi padre y sentirme unido a mis raíces —conseguí decir sin saber muy bien cómo. Carraspeé y agaché la mirada—. Creí que... sería intimidante en el ring llevar la imagen del que no es... precisamente un héroe.

—Lo es, es intimidante —murmuró tras de mí. Su cálido aliento prácticamente en mi oído erizó mi piel—. Pero para mí es... halagador.

—¿Ha...? ¿Halagador?

—Saber que tienes grabado en tu piel aquello que en parte yo simbolizo... pero en tu cultura.

Hice mis mayores esfuerzos por tragar saliva y que así dejara de secárseme la garganta de aquella forma. Abrí la boca, ofendido.

—No es... No sois... No hay un bien o un mal como en la religión cristiana, Tezcatlipoca y tú no tenéis nada que ver.

De Samael escapó una risita entre dientes, que rozó la piel que unía mi cuello con mi hombro. No estaba muy seguro de cuánto más me sostendrían mis piernas antes de desmayarme. Su dedo índice se deslizó por la corona de plumas azules del Dios en mi espalda.

—Oh, cierto, es verdad —susurró, acariciando el rostro negro con franjas amarillas sobre mi columna vertebral—. Tan solo es el Dios de la noche y de la tentación, entre muchas otras cosas. —Delineó el espejo de obsidiana en su pecho, grabado sobre mi espalda—. Y puede revelar los pensamientos y deseos de cualquier hombre, dejando salir el lado oscuro y frío de las personas, además de castigar la maldad.

Mis ojos se habían cerrado en contra de mi voluntad ante sus caricias en mi espalda, que trazaban el dibujo sobre mi piel. Bendita la hora en la que decidí tatuármelo con tan solo veinte años, joder.

Samael, viendo que no existía negativa alguna por mi parte, pegó su boca en mi oído.

—Desde luego, no tenemos nada que ver.

Mierda, aquello no era tiempo, debería estar frenándolo.

«Sí, ya, y luego te despiertas».

Tensé la mandíbula. A quien pretendía engañar. Lo peor era que él tenía parte de razón en sus palabras y saberlo estaba haciendo que toda la sangre de mi cuerpo se concentrara en el lugar incorrecto.

—¡Ya he vuelto! No he encontrado mucho más que merezca la pena, pero... ¿Interrumpo algo?

Me aparté de una zancada hacia la ventana, poniéndome la camiseta y deseando que el suelo bajo mis pies se abriera y me tragara para escupirme en el lugar más lejano de China.

—Sí, Lilith, lo interrumpes todo —gruñó él, con el iris de sus ojos estallando en rojo.

—¡Samael! —exclame girándome en su dirección, él tan solo resopló. Recogí del probador toda la ropa que nos llevaríamos y también la poca vergüenza que me quedaba. Miré a Lilith—. Será mejor que nos marchemos ya, iremos a por algo de comida y buscaremos algún hotel en el que instalarnos.

No estoy muy seguro de cómo conseguí decir todo aquello sin atragantarme con mi propia lengua. Caminé un par de pasos tras ellos, pero me detuve en seco en cuanto di un último vistazo al ventanal.

—Pero, ¿qué mierda...?

Estaba nevando.

Fuera, a casi las doce del mediodía del mes de julio en Texas, estaba nevando.

Los copos de nieve caían con fuerza sobre la ciudad desde el cielo blanco y encapotado. Me volví hacia los dos con una mueca de incomprensión en mi cara.

—Creo que... creo que vamos a tener que comprar también ropa de invierno. 



Perdí toda mi dignidad mientras me peleaba con los palillos chinos para poder coger algo de comida del envase de cartón sobre mis piernas cruzadas. Estaba sentado sobre la cama desecha del Astro Inn, el motel de Fort Worth que habíamos elegido y donde nos refugiábamos de la extraña e invernal tormenta que parecía sacudir la ciudad. Un motel sencillo y discreto, que es justo lo que necesitábamos para no llamar la atención, con la típica habitación (algo grande para mi sorpresa) de un par de camas, televisión y un baño donde cualquier fugitivo de película se refugiaría de quienes le persiguen.

Que era exactamente lo que yo estaba haciendo.

Di un vistazo a la ventana. Eran cerca de las cuatro de la tarde y no tenía aspecto de querer amainar en algún momento. Tampoco teníamos prisa por salir, estábamos cumpliendo con mi plan de un maratón de series y pelis acompañado de comida basura. En aquel instante yo era la persona más feliz sobre la Tierra sin asomo de duda.

—¡Ni siquiera tengo ese acento británico! —farfulló Sam cabreado, estirado en la cama contigua mientras señalaba al televisor y pausaba la serie.

Lilith, sentada sobre la mesa pegada al pasillo, dejó de sorber la sopa de su ramen y arqueó una ceja.

—Vale, el acento es lo único que no —le concedí, señalándole con los palillos.

Sami se puso en pie y se colocó al lado del televisor.

—En aspecto tampoco, soy mucho más atractivo —puntualizó molesto, apuntando con su índice a Tom Ellis en la pantalla y después a sí mismo—. Yo no me parezco en nada a este tío.

Me mordí los labios y Lilith se aguantó la risa porque, justo en el momento en el que había pausado la imagen, el Lucifer de la serie de Netflix llevaba una camisa blanca y un pantalón de traje... exactamente lo mismo que el Lucifer ante nuestros ojos.

Lilith y yo nos miramos unos segundos, y se nos escapó la risa que tanto intentábamos disimular.

—¡Si casi estáis en la misma postura! —dijo Lilith con la boca llena—. Da hasta miedo... ¿nos espiarán los guionistas?

Samael miró a su tocayo en el televisor y refunfuñó algo que no llegué a escuchar mientras nos miraba mal.

—Muy graciosos —gruñó, quitando la serie y poniendo un canal cualquiera de noticias en la tele a bajo volumen, para después sentarse de nuevo en su cama.

Era bastante divertido ser testigo de cómo ambos habían cumplido con su parte del trato y, en cuanto Sam vio que en una serie él era el protagonista, no dudó en ponerla para culminar su egocentrismo. No le estaba gustando demasiado lo que veía, corrigiendo constantemente lo que él consideraba «falso, incorrecto y una vulgar patraña» según sus propias palabras cuando la serie hacía referencia a ese mismo narcisismo que le había llevado a verla. Sí reconoció a regañadientes que el tipo era elegante y divertido, pero poco más. Era obvio que la serie estaba acertando en todo y eso le sacaba de sus casillas. Todo acompañado, por supuesto, de las risas de Lilith ante sus constantes intentos de defenderse de lo inevitable. Esta dejó su cuenco de plástico ya vacío a un lado y saco el tinte de pelo, mostrándomelo.

—¿No deberías teñirte? —murmuró mientras leía las instrucciones de la caja.

—Esperaba que pudieras ayudarme —admití con una sonrisilla inocente.

Elijah siempre decía que era mi mejor arma para conseguir lo que quería, debía intentarlo también con la primera mujer. De conseguirlo, tendría superpoderes.

Pero ella levantó las cejas con confusión.

—¿Por qué yo? Esto es natural, cariño —afirmó, echándose la melena a un lado con superioridad y orgullo—. No sé qué tinte usaría su padre, ¿barro y arcilla número nueve?

Eché la cabeza hacia atrás cuando me carcajeé con fuerza. Me puse en pie y dejé sobre la mesa el envase también vacío sacudiendo mis manos, palmeándolas entre sí.

—Vale, está bien, no creo que sea muy difícil —murmuré, tomando la caja que sostenía—. Iré a ello.

—Te ayudaré en lo que pueda, pero no prometo nada —dijo, bajándose de la mesa de un salto. Frunció el ceño, mirando tras mi espalda—. ¿Luci?

Me giré hacia él para llevarme la sorpresa de que estaba embobado viendo las noticias en la tele, por unos segundos me acojonó la idea de que yo pudiera salir en ellas de nuevo y viera alguna mierda bizarra más sobre mí, porque estaba poniendo esa cara que pondría alguien si vomitara sobre la tumba de sus ancestros, así que dejé el tinte en la mesa y me acerqué hasta él para verlas mejor.

Por suerte, no hablaban de mí, pero sí de algo que me escamaba demasiado.

—El tiempo no solo está cambiando aquí —murmuré perplejo.

Me senté junto a Sam a la vez que Lilith se acercaba con lentitud a nosotros, mirando también la pantalla. Un seguido de imágenes de los temporales en distintas partes del mundo aparecieron en el televisor, iluminando la habitación. Grandes nevadas en Estados Unidos, temporales de huracanes en algunas partes de España, Inglaterra e Italia, subidas y bajadas extrañas de las mareas en varios puntos de Japón y Tailandia, tormentas de arena en Colombia, Argentina y Brasil...

—¿Está pasando a nivel mundial? Mierda, sabía que estábamos jodidos con esa cosa del cambio climático, pero no pensaba que tanto.

—No es eso.

Giré mi cabeza hacia Sam, mirándole sin comprender.

—Esto... no tiene nada que ver —aseguró, despegando los ojos de la pantalla por primera vez, para mirarnos a nosotros. No me gustó un carajo la preocupación en sus ojos—. Creo que puedo imaginarme la razón.

Parpadeé repetidas veces y me puse en pie.

—¿Te refieres a que está pasando porque estáis en la Tierra?

Sam exhaló con lentitud y pesadez.

—No del todo, ya hemos estado aquí antes por largo tiempo y nunca había pasado algo así. El problema no es quién está en el Plano Terrenal... si no haciendo qué.

—Azrael —dijo Lilith, consiguiendo que la mirara a ella también, alternando mi vista de uno a otro.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Azrael es el Ángel de la Muerte, Kailan —explicó Sam, mirándome a los ojos—. Su tarea consiste en quitarle la vida a aquellos a los que ya les ha llegado su hora y llevarlos al Reino al que deban estar, según sus actos realizados dentro del libre albedrío. No tengo forma de comprobarlo, pero... me apuesto lo que sea a que ni a Archie ni a los suyos les había llegado su hora todavía, en aquel almacén.

Mis ojos se abrieron como si fueran a salirse del sitio, incluso Lilith se sorprendió. ¿Qué significaba todo aquello? No negaré que sentí algo de repulsión al pensar en que Archie debería seguir vivo, y tampoco me sentí mala persona al reconocer que prefería que siguiera mejor así.

—Si un ángel no hace bien su trabajo... puede afectar a toda la Creación.

No recuerdo en qué momento había empezado a deambular de un lado para otro, asimilando toda la información que estaba recibiendo. No se me daba especialmente bien en los últimos días aquello de procesar tantas cosas de golpe.

—¿Me estás diciendo que, que el tarado de tu hermano no haga bien su trabajo, puede literalmente provocar el puto apocalipsis?

—Es probable.

Lilith chasqueó la lengua.

—Ese rubito idiota siempre molestando...

—No solo él, cualquier ángel que descuide por mucho tiempo sus tareas o cometa actos indebidos podría provocarlo. Tú mismo lo dijiste —añadió, señalándome—. Se supone que los ángeles no matan.

—¿Y Dios no hace nada al respecto? ¿A ti te destierra por rebelarte, pero cuando otro de sus hijos se carga unos cuantos humanos se queda de brazos cruzados?

Ni bajo punta de pistola admitiré que me gustó ver el amago de sonrisa orgullosa que tiró de sus labios cuando le defendí respecto a su pasado. Muy a su pesar, negó con la cabeza.

—No puede actuar, hacerlo sería interceder en el mismo libro albedrío que él nos otorgó a todos.

—¿Y el resto de dioses? Ya me has confirmado que existen otros.

Suspiró apoyando unos segundos la cabeza en sus dos puños, en señal de que todavía se arrepentía de que así fuera por culpa de su bocaza, después me miró.

—No pueden interferir, no está en su mano. Ningún dios se entrometerá en los actos y territorios de otros, por mucho que pueda afectarles, así lo pactaron los principales Creadores al principio de la Creación. Se hizo para evitar alianzas que pudieran provocar la destrucción de otros... yo sí que concedía favores, pero...

Abrí los ojos con asombro y se rascó la nuca con nerviosismo, algo que nunca había visto en él.

—Con las ovejas negras siempre contaron, al parecer —añadió tranquilo, como si se hubiera librado—. Sois los humanos quienes, con vuestra creencia y vuestra fe, nos dais poder y conquistáis territorios. De nuevo... el libre albedrío para decidir si estáis cerca o no de... Dios.

Lilith resopló poniendo los ojos en blanco y se dejó caer de espaldas a la cama.

—Excusas, excusas, excusas...

—Lo de siempre —añadió Sam, negando con la cabeza—. Habrá que ver si los patéticos de mis otros hermanos tienen... agallas, para detener a ese lunático antes de que algo pase.

—Bien, sí, me dejas muchísimo más tranquilo —respondí, levantando los dos pulgares y mostrando una falsa sonrisa, mientras me dirigía al baño, tomando el tinte de nuevo.

Genial, un posible apocalipsis se sumaba a la larga lista de mierda rara y turbia que llevaba a mis espaldas, lo que me faltaba. 



Lucifer

La tormenta de nieve había decidido darnos una tregua, pues debido al calor repentino no había conseguido cuajar en el suelo para decepción de Kailan, por lo que Lilith y él insistieron en cenar fuera. El primero alegó que no podíamos estar recorriendo el país sin al menos disfrutar un poco de cada ciudad en la que parábamos, le recordé por qué estábamos haciendo ese viaje y tan solo hizo un gesto despreocupado con la mano a pesar de ser él quien había decidido pedir comida para llevar y así no estar a la vista todo el tiempo. Cuando le interesaba divertirse era una incoherencia en sí mismo, no negué que eso me divirtiera a mi también.

Mientras ellos cenaban (no estaba muy seguro de cuánta comida cabía en un cuerpo humano, pero Kailan y Lilith habían roto todos mis esquemas) no pude evitar adentrarme en mi propia mente, rememorando todo lo sucedido en los últimos días. Una parte de mí seguía buscándole un sentido a la constante insistencia de Azrael porque volviera al Infierno, hasta el punto en el que había empezado a incumplir las normas establecidas. Desde luego, yo no era el más indicado para hablar, pero precisamente por ello me sorprendía.

Tras mi caída, ningún ángel más volvió a transgredir las normas. Hasta entonces. Por lo que debía haber alguna razón de peso importante detrás que yo me estaba perdiendo.

¿Qué habría sucedido en el Cielo para que Azrael se comportara de esa forma? Para que quisiera que vuelva a mi confinamiento infernal de manera indefinida, para que mintiera al respecto alegando que Padre le había enviado para ello cuando por todos era sabido que él nunca intercedía. ¿Padre también le había mandado asesinar humanos en contra de las leyes celestiales y de su propio trabajo? Ya, seguro.

Azrael era alguien horrible, pero era aún peor mentiroso.

Sacudí la cabeza, sea lo que fuere terminaría enterándome de una forma u otra. Mientras tanto me encargaría de impedir sus planes, ver su rictus de frustración podía resultar especialmente divertido en ocasiones, aunque por el momento creyera que había ganado.

No pude evitar mirar a Kailan mientras caminábamos por las calles de Fort Worth en busca de algún lugar en el que tomar algo tras la cena, en una excusa por alargar un poco más la noche. Reía con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta vaquera que Lilith, quien iba colgada de su brazo mientras ambos parloteaban caminando delante de mí, le había obligado a comprar alegando que le quedaría muy bien con el pelo negro. Yo estaba de acuerdo, en un principio pensé que echaría de menos ver ese cabello rojizo, pero no tenía ni idea de lo mucho que iba a adorar su color natural. Parecía volverle más él, más el futuro Kailan que viviría en Nueva York con su familia de nuevo, con una vida tranquila. Le daba un aspecto apacible, normal, y resaltaba el verdor de sus ojos de una forma que me tenía conquistado. Definitivamente, aquello parecía para él un antes y un después, una forma de dejar atrás al Kailan boxeador de mala vida... para poder ser él de una vez por todas.

No podía evitar sentir un pequeño pellizco cuando recordaba la situación en la que nos encontrábamos. Me avergonzaba, aunque no demasiado, de haber actuado de aquella forma lasciva en los probadores de la tienda, pero ser testigo de ese tatuaje me movió mediante impulsos y apenas pude pensar en lo que estaba haciendo, cuando ya lo estaba haciendo. Cerré los ojos y sacudí la cabeza, como si de aquella forma fuera a alejar el bochorno de mí. No era lo adecuado, tenía que darle algo de distancia, que asimilara las cosas. Debía comportarme con precaución después de saber la verdad respecto a su vida.

Les seguí hasta el primer bar en el que decidieron entrar, algo alejado de la zona transitada, y el bullicio desapareció a nuestra espalda. Supe que nos habíamos equivocado de lugar en cuanto los tres cruzamos la puerta y se hizo el silencio. Los palos de billar dejaron de golpear las bolas, las conversaciones se detuvieron y el tipo tras la barra dejo de servir cerveza. Todas las miradas recayeron sobre Kailan como si llevara algún cartel luminoso sobre su cabeza. En absoluto fue porque le reconocieron, dudo que alguno de aquellos diez paletos, repartidos entre la barra, las mesas y el billar, supieran quien era. Lo que si sabían, es que Kailan era el único del lugar que no era blanco.

La bandera confederada colgada en la pared frente al billar fue bastante reveladora.

Me tensé inmediatamente, sin embargo, Kailan parecía de lo más tranquilo. Pensar que podía estar acostumbrado a aquello hizo que la sangre ardiera dentro de mí.

—¿Podemos sentarnos? La dama a mi lado desea tomar una cerveza —dijo con una gran sonrisa.

No estaba entendiendo qué ocurría, pero empecé a disfrutar de la seguridad que irradiaba su esencia. Del cuerpo de Lilith escapó la misma tensión que abandonaba el mío, irguiéndose en su postura, y sus labios se curvaron hacia el cielo.

—Estoy sedienta, desde luego —añadió ella felizmente, con una mano sobre su pecho.

Juré que escuchaba el rechinar de algunos dientes apretados cercanos al billar. El hombre de la barra torció el gesto y agarró una jarra mientras Lilith y Kailan tomaban asiento frente a él. Yo seguí sus pasos.

Y su juego.

Me encantaba ver que nada de esto iba a amedrentar a Kailan, para quien todos esos bastardos a su alrededor que le miraban como si fuera un apestado, parecían no existir. Cuando le sirvieron una jarra de cerveza a Lilith, Kailan aprovechó para pedir un refresco.

—Aquí no servimos a frijoleros —gruñó el barman frente a él, con ambas manos apoyadas en la barra.

Apreté la mía sobre la misma, partiendo parte de la madera en el borde cuando la ira me calentó el pecho. El tipo me miró sobresaltado y yo no siquiera me molesté en pestañear. Pude ver el sube y baja asustado de su garganta.

—Sí... ¿tú no eres el espalda mojada que me sirvió unos tacos rancios en el tugurio de la otra noche? —preguntó un tipo orondo y desdeñoso, sentado en una de las mesas.

La rabia recorrió mi cuerpo nuevamente al escuchar las carcajadas que lo secundaron, estaba más que dispuesto a saltar sobre el cuello de ese paleto que apostaba por la pureza racial de su país y que, a juzgar por su piel pálida, barba y pelo rubio grasiento, de americano nativo no tenía una mierda. Como todos los del bar.

Pero Kailan estiró su sonrisa y chasqueó la lengua, giró su taburete hacia él y frunció el ceño con asomo de duda.

—Creo que no —musitó tranquilo e indiferente—. De haber sido así, me habría encargado personalmente de añadir un extra al guacamole —aseguró mientras hacía un gesto obsceno, fingiendo masturbarse.

La carcajada brotó de mi garganta inevitablemente ante tan maravillosa irreverencia. La risa de Lilith hizo que soplara algo de la espuma de la cerveza cuando estaba a punto de beber.

—Adoro a este humano —comentó en voz alta, despreocupada de quien pudiera oírla.

Me miró con un destello brillante de diversión y supe lo que significaba. No importaba ocultarnos, porque nos lo íbamos a pasar en grande. Por supuesto, el desgraciado se puso en pie farfullando exabruptos e insultos hacia Kailan y toda su ascendencia mexicana.

—¡Como te atreves! —masculló otro desde el billar, aferrando el palo con una mano que empezaba a ponerse blanca debido a la fuera—. Tendrían que haber construido el puto muro...

—¿Te digo por dónde me chingo tu querido muro? —provocó Kailan, con un codo apoyado en la barra y una sonrisa que me tenía ganado.

—¡Yo luche por mi país!

Reí secamente, ganándome la atención de esos ineptos.

—¿Qué país? No tenéis ni trescientos años de historia —siseé entre dientes—. Esta tierra se fundó a base de masacres y colonizaciones, de inmigrantes que vinieron de Europa en busca de algo mejor y que encima se trajeron gente como esclava cuando amasaron sus fortunas en la explotación de materiales de la tierra que os estaba acogiendo —gruñí con hartazgo—. Me apuesto un millón de dólares a que todos los aquí presentes tenéis ascendencia escocesa, irlandesa o inglesa. No busquéis una pureza racial en vosotros que no existe, ¿o acaso vuestros padres son Cherokees? ¿Siouxs? ¿Apaches quizá?

Un silencio sepulcral cayó como una tromba de agua helada sobre el bar.

—Pues entonces cerrad el pico y abrid un libro de historia de vez en cuando —farfullé mientras me giraba en la barra de nuevo—. Tiene que subir el Diablo a daros las clases que os faltaron en la escuela.

Kailan rio con fuerza, me observó con una mirada brillante a rebosar de orgullo y una ladeada sonrisa que no dudé en devolverle.

—¡Se acabó! —gritó otro, palmeando el billar con fuerza. Estaba seguro de que se había hecho daño y se lo estaba aguantando.

Mis instintos me movieron cuando otro se acercó con rapidez, blandiendo el palo de billar que detuve con una sola mano tras dar una zancada, interponiéndome entre él y Kailan.

—Sí, se acabó.

Partí el palo en dos con dicha mano, pulverizando la madera en la misma.

No estoy muy seguro de en qué momento el tipo de la barra la saltó para intentar agredir a Kailan y este le estampó un puñetazo en el abdomen que lo dobló sobre sí mismo. Lilith rio encantada y divertida, saltando de su asiento y estampando su jarra de cerveza en la cabeza de otro.

Desde luego, la función acababa de empezar.

Di un paso atrás cuando Lilith lanzó un puñetazo en mi dirección que impactó de lleno en la cara de otro.

—Las damas primero —dije con una sonrisa, acompañándolo de un gesto con la mano para cederle el paso.

Lilith se recolocó la coleta, atusó su chaqueta de cuero y tomo los dos trozos de palo de billar en el suelo.

—Muy amable, caballero —respondió haciendo una reverencia con una sonrisita, saltando al tipo noqueado por ella misma.

Me giré de repente cuando un tipo me hizo un girón en la manga de la camisa al agarrarme.

—¿Tienes idea de cuánto vale esta ropa, imbécil?

Tomé uno de los taburetes de la barra con una mano y lo asesté sobre su espalda, derribándolo sobre una mesa. Me agaché para esquivar otro que volaba en mi dirección y cuando quise conseguir que Kailan se apartara de la trayectoria de otro hombre que iba hacia él, giró sobre sí mismo y le aterrizó una patada en la boca, haciendo que se desplomara contra el suelo.

—¿Desde cuándo sabes pelear con las piernas? —exclamé con sorpresa por encima del bullicio cuando nos tuvimos frente a frente.

—¡No toda mi vida he peleado solo con los puños! —aseguró tras guiñarme un ojo, haciéndome reír.

Alguien le dio un puñetazo que yo no dudé en devolver, lanzando a dicho estúpido contra la barra, estampándose con las estanterías y botellas de cristal.

—¿Estás bien? —bramé preocupado en su dirección.

Kailan escupió la sangre a un lado y me dedicó una ensangrentada sonrisa proveniente de su labio roto.

—¡Mejor que nunca! —prometió entre risas, mirando el desastre a su alrededor.

No voy a mentir, el calor abrasador que inundó mi abdomen al verle de esa guisa y tras ese gesto fue ciertamente agradable. De no estar en nuestra situación y en mitad de una pelea en un bar, me lo echaría al hombro y correría de vuelta al hotel.

—¡Samael!

Me incliné hacia atrás cuando un tipo intentó apuñalarme con una botella rota. Se quedó congelado cuando la botella se hizo trizas en su mano, hiriéndole a él al impactar contra mi abdomen sin hacerme ni el más mínimo rasguño, tan solo manchándome la camisa de sangre ajena impregnada en la botella. Tembló como un niño y me miró a los ojos.

Sonreí y dejé que el rojo brotara de los míos, acercándome a su rostro con lentitud.

—Bu.

Cayó de espaldas a peso muerto, catatónico, con una mueca muy divertida para mi gusto.

—¿Para qué empiezan una pelea si no van a saber afrontarla? —pregunté, haciendo que Kailan rompiera a reír a carcajadas ahora que el bar estaba en silencio.

No pude evitar unirme a él.

—Hay que largarse antes de que venga la poli —advirtió, caminando a toda prisa hacia la puerta, esquivando cuerpos inconscientes.

Miré a Lilith, que sonreía inocentemente en mitad de un puñado de tipos noqueados por ella misma a su alrededor.

—Ya estoy lista —aseguró, tirando los palos a un lado, sacudiendo sus manos.

Sonreí.

Por el Infierno, aquello había sido mucho mejor que si tan solo hubiéramos tomado alguna copa. Había que repetirlo más a menudo.

Echamos a correr unos metros calle abajo para alejarnos del bar y Kailan jadeó agotado por el esfuerzo y las risas, apoyándose ambas manos en las rodillas y después en sus caderas.

—¡Tío, eso ha sido alucinante! No sabía que peleabais tan bien.

—En el Infierno se aprenden muchas cosas —afirmé, encogiéndome de hombros con fingida molestia—. Incluso lo había echado de menos. No es lo mismo porque aquí tenía que medir mi fuerza para no matar a nadie, pero...

Kailan me miró raro y yo reí. Se asomó por mi lado para mirar tras mi espalda hacia la mujer.

—¿Qué tal, Lil? ¿Cómo llevas lo de cansarte como un humano?

Volví a reír por su comentario y mi aliento se detuvo cuando le vi el rostro impactado. Me giré hacia la mujer con preocupación. Lilith nos observaba consternada. Abrió un lateral de su chaqueta, dejando a la vista una enorme y sangrienta herida redonda perforando un lado de su abdomen, a través de su blanca y rota camiseta.

—Chicos... ¿que yo sangre tanto es normal?

No, no lo era en absoluto. 

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