Capítulo 51: Sorpresa
«Sufro sin enseñar mi descontento y amo, aunque deba aparentar odio».
El detective Gabriel Morrison le comentó a Victoria la estrategia que tenía pensada hacer: el inspector corrupto que aceptó guardar silencio a cambio de una suma de dinero, intuía que estaba en la comisaría donde trabaja. Si descubría al susodicho, era muy probable que terminase accediendo a contar dónde tenían retenidas a Maddie y Melissa, como también quién o quiénes fueron los culpables de su secuestro. Morrison sospechaba que ese inspector había vuelto a aceptar una gran suma de dinero a cambio de entregar a su hija, asimismo ayudaba a los culpables a escabullirse de cada escena. Todo aquello no podía estar haciéndolo una sola persona, tenía que haber más cerebros trazando sus diabólicos planes.
Para eso, debía ser inteligente y que su rostro no mostrase lo que ya sabía. Actuar con normalidad mientras estaba en la comisaría era primordial. Podía ser cualquier policía. Sin embargo, no podía discernir quiénes de todos ellos era el corrupto.
Su amigo Frank ya declaró que no fue él. Pero, ¿de verdad fue sincero? Gabriel aún tenía dudas.
—Lo dejo en sus manos, detective —comentó Victoria por el teléfono—. Cuando descubra quién es el parásito, avíseme. Como bien sabe, yo no puedo colaborar en su búsqueda. No soy bienvenida en las comisarías.
—Te mantendré informada —dijo.
—Lo doy por hecho.
Dicho aquello, la muchacha finalizó la llamada.
El hombre salió de la habitación y bajó las escaleras de su casa. En la planta inferior estaba Laura Jenkins leyendo algún libro de la estantería de Morrison. Él la observó de soslayo. Tenía el cabello recogido en un moño desenfadado. Era una mujer a la que le gustaba vestir con faldas de tubo luciendo sus largas y bonitas piernas. Se cuidaba mucho la apariencia.
Jenkins levantó la vista del libro para atender al hombre que la observaba, inmóvil.
—Disculpa. No quería molestarla —expresó.
—Tiene muy buen gusto para la literatura —dijo—. Acá hay grandes clásicos como el retrato de Dorian Gray y Orgullo y prejuicio. No sabía que era tan romántico.
—El romanticismo se está perdiendo conforme avanzan los años y las épocas —comentó—. No sé si seré un romántico por leer ese tipo de literatura, pero soy un desastre en el amor.
Ella sonrió.
—Quizá sea porque no ha encontrado a la mujer adecuada que sepa valorarle.
—Podría ser.
—Yo también he sido un desastre en el amor. Ningún hombre ha estado nunca a mi altura. ¿Será que pido demasiado, o cometo errores al elegirlos? Quién sabe. Todo ser humano comete un desliz en su día a día. No se puede ser perfecto.
—La entiendo.
—Al menos agradezco no haber encontrado Cincuenta sombras de Grey en su librería. No sé qué hubiera pensado de usted —manifestó.
Morrison esbozó una sonrisa.
—No me va eso de ejercer poder y dominación sobre una mujer.
—¿Prefiere que ella lo domine? —bromeó.
—Prefiero la libertad para ambos —respondió.
—Es plausible. Me gusta que piense así.
—Gracias —dijo, avergonzado—. Tengo que irme a comisaría. Llámeme si ocurre algo, ¿de acuerdo?
—Bien. Hasta luego, detective Morrison.
Laura se despidió de él con una sonrisa y Gabriel hizo lo mismo.
☠
Los adolescentes se habían alistado para prepararse en salir. Caym estaba acomodando los mechones de su frente cuando, tras el espejo, vio la figura de Victoria, mirándole. La segunda parecía interesada en saber algo sobre él.
—¿Qué pasa? —interrogó el demonio.
—¿Hay otros como tú? —quiso saber.
—No hay nadie como yo, querida. ¡Más quisieran!
—Me refiero a lo mismo que tú eres. Un demonio, ángel caído, o como quieras llamarlo.
—Bueno, pensar que no existen otros como yo es como pensar que el ser humano es el único en el universo. No puedo ser el único demonio del infierno, ¿verdad? Sería ridículo.
—Quiero conocer tu infierno.
—¿Y quién dice que no vayas a hacerlo? Estás condenada, reina.
Ella se acercó a él. Caym observó como se aproximaba por el espejo. Sus ojos esmeraldas le acechaban con intensidad. Conocía esa mirada.
—Siempre intentas que sienta pavor o un terror absoluto por el hecho de haberte vendido mi alma y ser condenada por ello. ¿Crees que me importa el sufrimiento? No hay peor infierno que permanecer a diario con las atrocidades que causa el ser humano, con las injusticias y la poca sensatez. Con un gobierno corrupto y poco moralista y empático. Con un país y un mundo en el que cada día sale gratis matar, porque la justicia es nefasta. Seres humanos que son peores que el diablo. Quedarme en este mundo, sería mucho peor que arder en el averno. Condéname al infierno y estaré curada de espanto.
Caym se giró para atenderla. Ambos se miraron con complicidad. El joven estudiaba su expresión circunspecta, como si con eso pudiera intimidarle. Luego, el chico, dijo:
—Tú eres la «V» de las peores venganzas que he pactado. Eres la «V» de veneno, de virus, de vanidad, de volcán en erupcion.
—Dime más. Me estás provocando.
Ella se llevó las manos a la cadera. Él se acercó a escasos centímetros de su rostro.
—Eres tan soberbia y calculadora, tan impredecible y difícil de descifrar.
—Tú eres mi decodificador. Puedes descifrarme cuanto quieras.
El sonrió con burla.
—Y por eso te admiro —expresó—. Me quito el sombrero, querida. Siempre tienes respuestas para todo.
El muchacho acarició su cabello conforme la miraba. A los pocos segundos, le dedicó un beso apasionado. Ella le correspondió, satisfecha. Caym la sostuvo de los muslos para levantarla hasta tenerla en su regazo. Luego la posó sobre el colchón para continuar disfrutando de ella, sin importar el tiempo.
☠
Gabriel Morrison llegó a comisaría para averiguar quién era el policía corrupto. No podía perder más tiempo, cada minuto y cada segundo en el que no se encontraba nada era humillante. Los días pasaban sin rastro de las dos jóvenes desaparecidas. Perdió mucho tiempo cuando no buscó principalmente al inspector. Si se hubiera centrado en eso, quizá su hija no hubiera sido entregada por una suma de dinero. Estaba muy seguro que aquel bastardo se ocultaba en la comisaría. Sus intuiciones nunca daban fallidas. Si una virtud tenía, es que nunca ser rendía ante ninguna adversidad.
No quería imaginar que Frank Downer fue todo ese tiempo el que aceptaba dinero sucio, pues su amigo ya confesó que no sería capaz. Sin embargo, sabía que el ser humano era muy manipulable cuando metían una suma de dinero de por medio. Harían cualquier cosa con tal de verse rodeados de un fajo de billetes. Más si se vivía en un país donde la mayoría pasaban penurias y solo los ricos podían disfrutar, ajenos a las miserias de los demás. Incluso serían capaces de matar a cambio de dinero. Todo era una locura.
Cuando llegó a comisaría, aparcó su auto y se aproximó a la oficina. Todos los policías estaban haciendo su trabajo y ninguno parecía fuera de lo normal. Eran ajenos a los pensamientos de Morrison. Él observaba con ojo avizor a los presentes, imaginando quién de todos ellos ocultaba ese secreto. La faena iba a terminársele.
Gabriel subió las escaleras para ver a Douglas Bullard, el comisario. Debía decirle lo que había averiguado y las intuiciones que tenía, pues era el jefe.
Cuando llegó al despacho, espero verlo allí, pero el hombre estaba ausente. Morrison sujetaba el pomo de la puerta para cerrarlo, pero algo se activó en él y no lo hizo. En vez de darse la vuelta, entró en la habitación. No debería de estar ahí, ni siquiera mirando un solo segundo su despacho. Si se enteraban que estaba dentro mientras Bullard no, podía caerle una buena reprimenda.
—Nadie se dará cuenta. Seré rápido —murmuró para sí mismo.
Todo estaba perfectamente ordenado. Bullard no tenía ni mujer ni hijos por lo tanto la carencia de marcos familiares en su escritorio era notable. Solo tenía la fotografía de su perro, Duki. Un dálmata.
El teléfono fijo de su mesa no marcaban mensajes. Pero hubo algo que llamó su atención: su computadora. Sintió la necesidad de mirar sus correos. Aquello le llevó un tiempo, buscó concretamente la fecha en la que Kimmie Bonheur estuvo desaparecida.
Nunca imaginó hallar un mensaje.
«Para: Comisario Douglas Bullard.
De: Institución. Internado Fennoith. (Newell)
Importancia: Alta.
Asunto: Dinero.
Hola, comisario Bullard. La razón por la que me comunico con usted es por un grave asunto que ha surgido en mi institución. Tuve la ocasión de conocerlo en el pasado y tengo entendido que es usted un hombre que sabe guardar un secreto a cambio de algo que le interese. Últimamente una chica ha estado dando problemas a mi cocinera. Se empeñaba en decir que era un acosador sexual y que, sobre todo, era un hombre. Lamentablemente tenía razón, pero la chica ha terminado muerta. No por mí, sino por la persona anteriormente mencionada. No puedo permitir que mi internado tenga mala fama si aparece una alumna muerta. Ningún padre querría pagar por una institución así. Tengo una propuesta que hacerle que estoy seguro que no podrá rechazar. Necesito su ayuda para tapar su muerte como suicidio.
Atte: Newell.
No me responda este mensaje. Si se presenta en Fennoith, entenderé que ha aceptado. Si no lo hace, buscaré otra solución».
Cuando terminó de leer el mensaje, Gabriel se llevó las manos a su cabeza, anonadado de lo que había visto. ¡Todo ese tiempo fue el propio comisario! ¡El propio jefe de la comisaría! No tenía palabras.
—Ya era hora.
La voz de Caym hizo sobresaltarle. No entendió cómo diablos había entrado sin pasar desapercibido entre tanto guardia, pero tampoco sintió interés en interrogar.
—El comisario. Dios mío... ¡Tengo que informar de esto inmediatamente!
—Ay, el ser humano. Siempre tan ambicioso con el dinero, ¿verdad? Da igual quién sea. Incluso su propio jefe está podrido por dentro.
—No puedo creerlo. ¡Es surrealista!
—Míralo por el lado bueno. Ese despacho podría ser suyo si Bullard queda detenido, ¿no? Pasaría a ser el próximo comisario. Tentador.
El detective se levantó de la silla ignorando su comentario. Tenía que apresurarse en informar a los agentes. Corrió tan veloz que por poco caía con torpeza con sus propios pasos.
Caym sonrió con superioridad.
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Me hubiera gustado ver sus caras al leer el mensaje de Newell. No sé si os habrá sorprendido que el propio jefe de la comisaría sea culpable. ¡Espero que sí! Era algo que tenía que pasar. Muchos creíais que era Frank, el amigo de Morrison.
Esto todavía no termina. Aún quedan cosas por descubrir, queridos. ❤️
Espero que os haya gustado. Últimamente estoy algo triste.
Pero vuestros comentarios y opiniones siempre me animan. ☺️
Nos vemos en el próximo capítulo, mis pequeños infernales.
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