Capítulo 5: Intruso
«Cuando no se puede hacer lo correcto, uno solo elige el pecado con el que mejor se pueda vivir».
El detective Gabriel Morrison ayudó a Jenkins a levantarse de la acera que había tropezado. Laura acechó con la mirada cómo los cuatro jóvenes huían del lugar despavoridos. Lucas y Elliot se desviaron por otro camino distinto al de Victoria y Caym. La situación los cegó tanto que el pánico les impidió irse juntos. ¡Estuvieron muy cerca del detective! Sin duda, fue una situación en la que la adrenalina bailó por sus venas.
Gabriel no se percató de la presencia de los adolescentes revolucionarios, pero Maddie, su hija, quedó un tanto confusa al discernir a Elliot con aquella actitud tan apresurada. La joven salió de la cafetería para ver si la mujer se encontraba bien, que aún seguía agarrada a los brazos de su padre. La psicóloga Jenkins se aseguró muy bien que la zona se despejó antes de actuar con normalidad y dejar su lado atontado e inocente con un caballero tan amable como lo era el detective.
—¿Está bien, señorita Jenkins? —indagó Gabriel preocupado.
—Sí, estoy bien. Ha sido una torpe caída. No debí salir con estos tacones tan difíciles —comentó con una risa nerviosa.
—¿Seguro que está bien? —formuló Maddie observándola.
—Sí, de verdad, estoy bien. Gracias por la preocupación.
Laura agradeció la ayuda de Gabriel, que insistía en llevarla a algún hospital cercano y la examinaran el tobillo, pero ella se negó. Se despidió de ambas personas, le pagó a la muchacha el café que se había tomado y siguió su camino. El detective la observó marchar con sus andares elegantes y nada sutiles. La mujer siempre había sido muy presumida y la figura de su cuerpo solía atraer a muchos hombres. Era muy normal que Morrison se fijase en ella.
Jenkins cambió su expresión facial risueña a una más sombría cuando se alejó de padre e hija. Se ocultó en un callejón y maldijo la situación para sí misma. Intentó marcar el número con el que Victoria le llamó el día anterior. Sin embargo, la voz de la operadora le informó que el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. Laura no sabía que Caym destruyó el móvil para que no localizaran a su compañera.
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Victoria y Caym deambulaban por las calles de la ciudad sin saber muy bien a dónde ir. La muchacha estaba al acecho en cada transeúnte que caminaba por su lado. Su peluca rubia parecía surtir el efecto esperado, pues nadie dedicaba miradas a la adolescente. La chica caminaba de brazos cruzados, con una expresión tan poco amigable que cualquiera repudiaría entablar una conversación con ella. No supo adónde se dirigieron sus dos amigos más, pero el punto de encuentro era la casa de Newell, así que no había problema en llegar.
La chica acechó un par de postes con los que poder pegar las fotos de Melissa y así más gente pudiera reconocerla -si es que sabían del paradero de la rubia-. Un mendigo divisó la figura de ambos jóvenes y se interesó en lo que estaban colgando en el muro.
—¿Qué haces, chica? —indagó el hombre con una sonrisa.
Victoria giró sobre su eje para atenderlo y respondió:
—Estoy buscando a una persona.
—Entonces no busques más, ma petite —comentó con cierto tono seductor.
—Soñar es gratis, viejo —espetó ella ignorando su rostro demacrado.
El hediondo olor que desprendía el señor con aquellos ropajes sucios y manchados de orines hizo que Caym se alejara unos cuantos pasos de él.
—¿Qué me darías si te dijera que he visto a la chica que estás buscando? —preguntó el hombre acercándose a ella.
Victoria lo miró interesada y pensó detenidamente la respuesta que le daría. Podía ser una falacia, sobre todo con la mirada pervertida que le dedicaba sin descaro alguno. Llevaba unas pocas monedas encima que podían atraerlo. A juzgar por el rincón en el que se encontraba el vagabundo, no tenía nada para llevarse a la boca y falta le hacía. ¡Estaba en los huesos!
Ella se rebuscó en los bolsillos y sacó las monedas enseñándolas en su palma. El mendigo las miró y se las arrebató de las manos con deseo.
—Aparte de las monedas, quiero que me hagas un favor —dijo él observándola de arriba a abajo.
—Dime primero que sabes de la chica de la foto, luego podemos negociar.
La expresión del vagabundo denotó enojo.
—¡No! ¡Sucia puta, tú no tienes poder sobre mí! ¡Voy a matarte! —balbuceó de repente. Añadió varias palabras más de las cuales sonaron ininteligibles.
Fue ahí cuando se supo que el vagabundo estaba enfermo de la mente.
Caym se alertó de inmediato, pero antes de darse cuenta, Victoria había agredido al mendigo dándole una fuerte patada en sus partes íntimas. El viejo se estremeció y maldijo a la chica sin control. No arremetió contra él por insultarla, sino por engañarla con saber información de su amiga.
—¡Tienes al diablo metido dentro! —La señaló malhumorado.
El varón la sujetó del antebrazo, apartándola de allí antes de que formase un escándalo. Una chica en busca y captura no le convenía meterse en problemas. Ya llamó la atención de algunas personas al oír los gritos e insultos del hombre arrodillado en el suelo.
—¡Más quisiera el diablo tenerme dentro! —vociferó ella.
Dicho aquello, se marcharon de allí.
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Al llegar a una zona más despejada, Caym la obligó a introducirse en una callejuela desolada, la acorraló contra la pared mirando sus ojos esmeraldas. El varón la aprisionaba tanto, que sentía su fornido y esbelto cuerpo sobre el de ella. Ambos se miraron mutuamente. Sin embargo, Caym la estudiaba circunspecto. Victoria no apartó la mirada de él, la mantuvo fija, disfrutando del rostro que la observaba tan cerca.
—Escúchame, Victoria —comentó él con su deliciosa voz varonil—: No puedes permitirte agredir a todo el que te mienta. ¡Ese anciano estaba demente! Actúa con razonamiento y no dejes que tus impulsos te nublen.
—¿Por estar enfermo se merece más respeto? —inquirió ella—. Con Melissa no se juega. Me da igual quién sea, pero nadie me va a colar información falsa. ¿Acaso no sabías qué quería ese pordiosero de mí?
—Considerando que no está bien de la cabeza, ese pordiosero querría cualquier cosa de una chica atractiva. ¡Vive rodeado de porquería! Ha visto una oportunidad de engatusar a la única fémina que ha caminado por su territorio.
Victoria enfatizó la palabra atractiva de toda la frase que él había comentado. Caym no era muy fanático de soltar piropos, así que, cuando este lo hacía, la joven se ponía juguetona.
—Has dicho que soy atractiva.
—Por supuesto que lo eres, reina. ¿No es eso evidente?
Ella colocó una sonrisa felina. Acarició el abdomen del varón mientras él estaba entretenido apoyando sus palmas en la pared de piedra.
—¿Qué es lo que más te gusta de mí? —indagó la chica.
—Tu fuerza. Me impulsas a hacer cosas que, en otras condiciones, no haría por nadie.
La chica inclinó su mentón y le dedicó un beso francés. Caym se dejó juguetear con su lengua. Había dejado de apoyar la palma en la fría pared para dejar posar la mano en la mejilla de la muchacha. Fue el silencio tan ensordecedor en aquella callejuela, que lo único que se oía era sus besos desenfrenados.
Después de aquel seductor beso, ambos se alejaron de allí para reunirse con los demás compañeros.
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Elliot y Lucas estaban detenidos a unos cuantos metros de la cafetería Babinie. Habían vuelto después de que su acompañante le comentase que Maddie se había percatado cómo se escabullía de la cafetería sin previo aviso. Elliot había pensado que, quizás, si volvía a verla y quedaba con ella, no sospecharía tanto del porqué se evaporó cuando acechó la presencia de Morrison. Mejor explicarle la razón de su fuga con alguna mentira acertada. Al fin y al cabo, era una amiga de la infancia.
—¿Por qué no la manipulas? —sugirió Lucas—. Nunca tuviste problema en jugar con la mente de las chicas, podrías hacerlo con ella para así conseguir información de su padre y qué lugares está inspeccionando.
¿Era mala idea? Puede que no. Elliot era muy bueno en ello. Ya manipuló a Benister con sus encantos y a otras tantas chicas más para conseguir información, así que, ¿qué podía perder con Maddie? La chica parecía ser muy inocente respecto a soltar novedades por su boca, pues cuando se encontró con ella de camino a casa, Maddie enunció dónde trabajaba y el caso que llevaba su padre en menos de un minuto.
—Podría intentarlo —murmuró él.
—¿Quieres que te espere afuera o entramos juntos?
—Juntos. Ya nos ha visto —dijo con desdén.
Al entrar, Maddie los saludó con una sonrisa. La chica dejó la bandeja que llevaba en una mesa vacía y se presentó a Lucas dándole dos besos en ambas mejillas. Les invitó a sentarse en uno de los asientos burdeos para tomarles nota.
—¿Qué queréis tomar? —preguntó ella con la pequeña libreta en mano.
Lucas y Elliot se miraron cómplices. El primero no llevaba dinero encima y el segundo frunció el ceño al ver la seña que hizo su compañero de no tener nada.
—Dos Coca-Colas, nada más.
—Bien. Ahora mismo las traigo.
—¿Cómo puedes ir por la vida sin dinero? —susurró inclinándose al chico.
—No todos somos unos consentidos. ¿Te recuerdo que soy un enfermo mental el cual mi familia me rechaza? Lo último que me darían sería dinero.
—Genial. Encima habrá que mimarte por ser el único que no lleva una sola moneda.
—¿De dónde sacas tú el dinero que llevas? —indagó juzgándolo.
—Mis padres son gente de negocios. Viajan mucho y deben darme dinero si quieren que sobreviva sin causarle un problema. Lo último que quieren es hacerse responsables de un adolescente que ya puede freírse un huevo sin depender de papá y mamá -comentó imitando sus palabras.
—Bien por ti —espetó.
Maddie trajo las bebidas y las colocó en la mesa. Elliot la invitó a sentarse algunos minutos antes de que vinieran más clientes y la distrajeran. Ella soltó un risa nerviosa conforme observaba si la poca gente que había en Babinie estaban bien atendidos.
—Bueno, por unos minutos no pasa nada —dijo ella sentándose a su lado—. Por cierto, ¿qué te pasó antes? Saliste corriendo.
Lucas dio un sorbo a su bebida escondiendo su rostro en ella. Elliot se apresuró en contestar.
—Mi amigo Lucas olvidó cerrar la llave del gas y tuvimos que volver a su casa.
—¡Dios mío! Eso es muy peligroso. ¿Está todo bien?
Lucas asintió con su cabeza.
—Ya está todo bien. Solo fue una falsa alarma —añadió Elliot sonriendo.
Maddie observó su sonrisa provocando que ella le devolviera lo mismo.
—Me hubiera gustado que mi padre te viese. Le he hablado de ti —comentó ella.
—Cuando quieras podemos quedar juntos —Elliot pellizcó la mejilla de su amiga en modo cariñoso. Maddie se sonrojó de inmediato.
Lucas siguió bebiendo incómodo.
Maddie tenía sujetado el bolígrafo de las comandas en su camiseta, así que Elliot lo agarró rozando sus pechos y le escribió en la mano su número de teléfono. Maddie casi aguantó la respiración en sus pulmones del pequeño rozamiento.
—Sé que tú me apuntaste tu número de teléfono, pero fui tan tonto que lo olvidé y me lave las manos antes de llamarte. Llámame cuando quieras quedar, ¿vale?
—De acuerdo.
Unos clientes entraron y Maddie volvió a su puesto de trabajo. Elliot bebió de su vaso mientras observaba la incomodidad de su compañero.
—Ya podemos irnos —espetó dejando el dinero en la mesa.
—¿Ya la has seducido? —preguntó con inocencia.
—No es difícil, Lucas. Maddie siempre estuvo buscando mi afecto, solo que nunca la correspondí.
—¿Por qué?
Elliot guardó silencio alejándose de la cafetería. Lucas lo siguió detrás despidiéndose de la chica.
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De camino a casa, los cuatro adolescentes se encontraron. Victoria y Caym venían por la izquierda y Lucas y Elliot por la derecha. Cuando los jóvenes se acercaron soltaron un suspiro exasperado. El hecho de que se hubieran ido por caminos diferentes les intrigó sobremanera por saber cómo fue su día y qué habían estado haciendo.
—¿Qué habéis hecho? —preguntó la joven.
—Seducir a Maddie para recibir información de su padre, ¿y tú? —informó Elliot.
—Agredir a un vagabundo por intentar darme información falsa de Melissa —respondió ella—. ¡Me muero de hambre! No hemos comido en todo el día.
Justo después de haber dicho eso, Elliot se percató que alguien se encontraba dentro de la casa de Newell. Las luces se habían prendido y los ruidos extraños de dentro le avisaron de la presencia inesperada de un individuo.
Los cuatro se miraron cómplices.
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