Capítulo 47: La Máscara
"La luz al final del túnel está dentro de uno mismo".
Después de escuchar el escalofriante mensaje grabado en el contestador de Laura Jenkins, el detective observó con vehemencia la palabra escrita en la pared del dormitorio. La persona tras todo aquel embrollo e incertidumbre daba a entender que detestaba a los adolescentes y que, por sus culpas, el director Newell se quitó la vida. Morrison conocía que aquel hombre fue una caja fuerte llena de secretos perturbadores, pues los esqueletos que halló en la habitación secreta apuntaban al director de Fennoith con sus duros y disciplinados castigos.
Caym explicó el mensaje número tres del contestador de Jenkins a sus compañeros. La razón por la que el demonio tenía constancia de aquello fue porque, cuando visitó a Jenkins en la celda, también inspeccionó su casa antes de que los demás llegasen. El varón siempre sabía dónde caminar, qué estudiar y cómo hacerlo. Si Morrison hubiera llegado antes que él, el detective podría haber encontrado las notas anónimas que declaraban el delito de Daniel Bellamy. Había secretos que debían estar bajo tierra. Suprimir el asesinato del profesor era requerido. Por mucho que estuvieran al lado de un agente, no tenía porqué saberlo todo.
—No voy a creerme la muerte de Newell hasta que no vea su cadáver —profirió Victoria.
—¿Y si realmente se suicidó? ¿Quién está haciendo todo esto? —preguntó Lucas.
Elliot estaba muy callado y Gabriel notó su silencio.
—¿Hay una explicación para tu silencio, Elliot? —inquirió el detective.
Los jóvenes pusieron la mirada sobre el varón. Luego Elliot comenzó a hablar.
—Newell tenía muchos motivos para quitarse la vida si sus secretos hubieran salido a la luz —dijo—. ¡Odiaba todo lo que implicase la policía! De algún modo llegué a pensar que él sabía la verdadera identidad de quien asesinó a Kimmie, pero guardaba su secreto. ¿Saben lo difícil que era descifrar a ese bastardo? ¿Saben la de veces que "intentó" protegerme causando actos injustos?
—¿A qué te refieres con «actos injustos»? —formuló Gabriel.
Elliot se señaló la cicatriz de su mejilla, que hasta el momento no se conocía su historia.
—En Fennoith se contaba que un ex alumno me causó esta herida, pero no fue así. Fue Newell —confesó—. Nunca aprobó mi relación con Kimmie. Decía constantemente que era una mala influencia, que alguien tan rebelde como ella solo me traería problemas. Yo le dije: «por eso ella está en Fennoith, ¿no? Porque si una chica como ella no tuviera problemas, estaría en un internado de prestigio, viviendo feliz sin sobrellevar esta mierda de conducta injusta. Pero no. Fennoith es toda la porquería que hay en este mundo». Despreciar su internado fue el motivo para que agarrase el cuter de su escritorio –con el que estuvo abriendo cajas recién llegadas– y me cortase la mejilla como consecuencia. ¿Trágico, verdad? Cómo cambia la historia con la versión del otro.
—Nunca lo habías contado... —comentó Lucas, apenado.
—¿Y para qué? No cambia nada mi confesión. ¿Quién me iba a decir a mí que mi tío, mi propia sangre, pudiera llegar hasta este punto de la historia? ¿Quién me iba a decir a mí que estaba tan ido de la cabeza como para matar a tantos alumnos que quizá no seguían sus normas?
—Irónico que el hombre que proclamaba tener la más absoluta cordura, era el que más carecía de ella —añadió Caym.
—Por eso les digo que Newell tenía muchos motivos para irse de este mundo. A pesar de haber arrebatado la vida de otros, era un cobarde para enfrentarse a la suya propia. Fennoith era su burbuja, su zona de confort. Fuera de esta, su vida cae en picado.
—Arruinaste la vida del calvo, Victoria —comentó Caym en voz baja—. ¿Quién habrá sido el maldito que te obligó a destripar las verdades de Fennoith?
—Muy graciosa tu ironía.
Él se mordió el labio inferior.
Morrison se llevó las manos a la cadera soltando un suspiro, exhausto. Estaba muy claro que alguien les tenía animadversión a los adolescentes. Pero con la supuesta muerte de Newell, las teorías se iban desvaneciendo. Si él no estaba detrás de todo aquello, ¿quién podría sentir tanto odio por unos jóvenes?
—¿Qué hicisteis en Fennoith? —preguntó el hombre.
—¿Principalmente? Sobrevivir —respondió Victoria.
—¿Fue motivo suficiente el destapar los secretos de Fennoith para que os odien tanto? ¿No hubo algo más que ocasionó ese rencor?
Los jóvenes se miraron cómplices. La historia era realmente larga y tampoco podían describirla al completo porque había ciertas partes que eran necesarias ser omitidas por el bien de ellos. Todo comenzó con la muerte de Alexandra Bennet, empujada desde lo alto de la terraza, a raíz de aquello, lo demás fue un desmadre.
—Es difícil saberlo, detective —respondió la chica—. Lo único que le diré es que todo se salió de control cuando el falso cocinero intentó abusar de mí de la misma forma que lo hizo con Kimmie. Solo que conmigo no pudo.
Ahí el hombre entendió que ella fue quien le metió el balazo a Andrés Espino.
—Lo mataste tú —afirmó Gabriel.
—Sostuvo como rehén a Elliot, amenazando con rajar su cuello. Me tuve que enfrentar del mismo modo en el que lo haría un policía, con la única diferencia de que yo no poseo una placa que me permita exterminar a un bastardo. Si dejaba marchar a ese parásito, dejándolo libre en la sociedad después de todo lo que causó, no habría sido una buena decisión. Piénselo de este modo: si hubiera maleza entre las flores de su jardín las arrancaría, ¿verdad?
Morrison permaneció en silencio y Elliot corroboró su argumento.
—Es cierto. Ese sanguinario pretendió rajar mi cuello.
Lucas tenía algo que decir.
—Hace un momento encontré este botón suelto —manifestó el castaño—. Lo agarré con un papel y lo guardé en mi bolsillo. Estaba en el jardín.
El detective lo inspeccionó. Era un botón negro de una camisa. Posiblemente al individuo se le aflojó cuando irrumpió en casa de Laura Jenkins. Eso quería decir que el susodicho portaba camisas abotonadas. Un simple descuido como ese podría ser un avance más en la investigación.
☠
A las doce y cuarto de la mañana, Gabriel llegó a comisaría para dejar en libertad a Laura. Ante la carencia de pruebas de su detención, no había más remedio que otorgarle la libertad. Él sabía que ella no tenía nada que ver en la desaparición de Maddie, lo veía en sus ojos. La mujer, fatigada en aquella celda, vio el cielo abierto cuando Morrison introdujo la llave pidiéndole salir. Lucía cansada y con ojeras sobre su rostro.
—Señorita Jenkins. No creo que esté segura en su casa —Le comentó el detective.
—¿Y a dónde iría sino? No tengo otro lugar.
—Le han dejado un grabado perverso en la pared de su habitación y también le han amenazado mediante un mensaje en su teléfono de casa. Si han podido entrar antes, pueden hacerlo mientras usted se encuentre dentro.
—Dios mío. ¿Qué voy a hacer?
—Podría irse a casa de sus padres —sugirió.
A Jenkins le cambió la cara por una expresión más sería.
—Mejor no —farfulló.
—Estaría más segura allí, en compañía.
Laura comenzó a caminar por la comisaría, aproximándose a la salida fuera de la oficina. El detective la siguió detrás sin entender su reacción tan malhumorada. Tocar el tema familiar fue su fibra sensible.
—Prefiero irme a mi casa. ¡Taxi! —dijo ella levantando su mano al aire para llamar al vehículo.
—Señorita Jenkins, su casa no es segura. Ya se lo he dicho. Puede ocurrirle algo...
—No se preocupe tanto.
Ella siguió insistiendo en llamar al taxi y él agarró su mano bajándola de la atención del taxista. Ambos se miraron mutuamente y la primera esperó impaciente lo que quería decir el hombre con sus ojos aguamarina.
—No voy a dejar que se vaya sola. Si no quiere ir a casa de su familia, se vendrá a la mía. Alguien tiene que vigilarla y yo estoy dispuesto a poner mis ojos sobre usted. No permitiré que le hagan daño.
A ella se le iluminaron los ojos. Nunca se habían preocupado tanto por su persona y no supo cómo reaccionar ante esa petición. Lo había pasado tan mal en la vida que el hecho de que alguien tan maravilloso y gentil como Gabriel se angustiara tanto ocasionó que Laura se bloqueara.
—Está bien, pero tengo que agarrar algunas cosas de mi hogar —respondió.
Él asintió y la acompañó a casa para llevarse algunas pertenencias.
☠
Maddie se despertó en una habitación oscura de paredes muy desgastadas y sucias. El suelo yacía lleno de mugre y polvo logrando que a la joven se le hiciera difícil respirar. Había una ventana con rejas, pero no alcanzaba a ella. No sabía dónde se encontraba. Por mucho que gritase e implorase ayuda, nadie podía oírla. Parecía un lugar lejano, quizás a las afueras de la ciudad. Estudió la puerta con una pequeña abertura en medio. Se puso de cuclillas y miró a través de esta. Lo que halló fue otra puerta enfrente la cual estaba cerrada. Aquel extraño y siniestro sitio se le hizo similar a una penitenciaría abandonada. Sentía mucho miedo y deseaba con todas sus fuerzas salir de allí.
—¿Hola? ¡Hey! ¿Hay alguien? —dijo la joven intentando llamar la atención.
Su propia voz lejana fue la única respuesta que obtuvo.
La pobre Maddie tenía su ropa sucia y su cabello desaliñado junto a su piel desaseada. No sabía las horas que llevaba encerrada, pero la paciencia y el agotamiento se estaban apoderando de ella. A pesar de el estrés y la ansiedad que ocasionaba aquella situación, debía mantener la cabeza fría y no desfallecer. Era primordial el instinto de supervivencia y no permitir que el miedo la bloquease.
Intentó escalar hasta la ventana, pero todos los intentos fueron inútiles. Escuchó ruido, unos pasos aproximarse. Ella corrió a la pequeña abertura de la puerta pidiendo ayuda. Sin embargo su voz se ahogo cuando lo que observó hizo que se echara hacia atrás.
Una persona con una máscara de la peste negra sobre su rostro impedía ver su verdadera cara.
—¡Cállate! Aquí nadie puede oírte —Le dijo la persona. Ella no conocía su voz.
—¡Déjame salir! ¡Por favor!
—Nunca debiste juntarte con los pequeños psicópatas. ¡Mira dónde has acabado! ¿Te ha merecido la pena involucrarte en sus actos atroces?
Maddie interpretó que el misterioso individuo intentaba ponerla en contra de sus amigos.
—¿Está Melissa aquí? —preguntó ella ignorando su comentario.
La persona con máscara se rio con malicia y no contestó a su pregunta. Luego se fue alejando en la distancia hasta que sus pasos dejaron de sonar.
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