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Capítulo 46: Asesinos

“Me pillas en ese momento de mi vida en el que si me pones a prueba, no apruebas.”

Gabriel Morrison llegó temprano a comisaría antes de partir a buscar pruebas en casa de Jenkins. En una máquina de café expendedora ordenó dos cafés solos, uno para él y otro para Laura. La mujer llevaba más de diez horas encarcelada sin ingerir nada y debía de comer algo, aunque ella no quisiera. Mientras esperaba a que el café se preparase, su compañero Frank se presentó a su lado con una sonrisa. El segundo vio los dos pequeños vasos de plástico y pensó que unos de los cafés era para él.

—Mi amigo siempre pensando en mí —dijo.

—Esta vez no es para ti, Frank. Es para Laura Jenkins. Lleva horas sin comer ni beber.

Frank se cruzó de brazos. Morrison pudo ver un ápice de fastidio en su rostro, cosa que no entendió.

—No te pongas celoso, hombre —bromeó.

—Estás muy animado, ¿no? Te recuerdo que Jenkins es una posible sospechosa de la desaparición de tu hija. No deberías preocuparte tanto por esa mujer.

—También te recuerdo que un posible sospechoso no puede estar más de veinticuatro horas entre rejas si no hay pruebas suficientes para que lo mantengan encerrado. No logro entender tu actitud.

—¿Cuál actitud, Morrison? El teléfono de Maddie estaba en casa de esa mujer. Céntrate. ¿Te preocupas por esa mujer solo por una noche de sexo? ¿Qué dirá el comisario si se entera?

Gabriel sostuvo los dos vasos de cafés y espetó:

—No me hace falta acostarme con una mujer para preocuparme por ella. Puedes pensar lo que te dé la gana. No tengo que justificarme ante nadie. Lo mío con Jenkins solo queda en eso, entre nosotros dos. Por mucho que sea una presunta sospechosa, no hay pruebas suficientes. ¿Qué diablos te pasa esta mañana? Pareces llevarlo a lo personal.

—No lo llevo a lo personal, solo no quiero un mal para ti. Has perdido a tu hija recientemente y...

—No la he perdido —interrumpió—. La secuestraron.

—Lo siento, Morrison. No quiero hacerte sentir mal, pero tampoco deberías descartarla. Es la única pista que tenemos de tu hija.

—Solo deja de culpar a Laura Jenkins. Soy el padre de Maddie, y como padre sé que Jenkins no tuvo la culpa de su desaparición.

Dicho aquello, se aproximó a la sala de celdas dejando a su compañero callado. Le fastidiaba bastante que se empeñase en culpabilizarla.

Una vez allí, observó a la señorita Jenkins abrazada a sí misma, con la vista perdida en algún punto del cubículo. El moño sobre su cabello lucía desenfadado y el carmín de sus labios había perdido intensidad. Morrison la llamó captando su atención.

—Hola. ¿Cómo está? —preguntó el hombre.

El detective extendió su brazo por las rejas, tendiéndole el café para ella. Laura se acercó y aceptó lo que le daba. Cuando Morrison quiso retirar la mano, ella la agarró, queriendo tocarle.

—¿Cuánto tiempo más me va a tener aquí? —quiso saber.

—Aguante dos horas más y podrá ser libre.

—¿Me cree?

—Nunca dejé de hacerlo.

—Intentan incriminarme, Morrison —comentó con la voz quebrada.

—Lo sé, pero debe decirme quién querría hacerla culpable. Alguien que usted conozca, tal vez.

—La única persona que se me ocurre es... Newell, el director.

—¿Está segura? Dijo que podría ser Dwayne.

Laura guardó silencio durante algunos segundos, luego dijo:

—No creo que todo esto lo esté haciendo una sola persona. No sé quién será el cabecilla de esto, pero hay varios cómplices. De eso estoy segura. El director Newell tenía mucho por lo que callar. Dwayne parecía llevarse muy bien con él.

El hombre acarició con la yema de sus dedos el rostro de ella y Laura cerró los ojos ante su muestra de afecto. Su rostro denotaba el cansancio y la aflicción de ser encerrada injustamente. Aquellos sentimientos no los tendría una persona culpable de la desaparición de Maddie, pues Gabriel lo intuía.

—Tengo que irme, señorita Jenkins. Volveré dentro de dos horas.

—De acuerdo.

—Bébase el café.

Ella le dedicó una sonrisa a pesar de no tener ganas. Él se la devolvió.

El detective condujo hasta la vivienda de Jenkins para hallar alguna pista. En el espejo retrovisor del auto discernió un coche azul oscuro que lo seguía en la distancia. No pudo imaginar quiénes eran hasta que le llegó un mensaje que pudo leer en la pantalla de inicio de su teléfono.

«Buenos días, detective», decía escrito. Al final de la frase había puesto un emoji sonriente. Era Victoria Massey.

Morrison frunció su ceño. No lograba entender cómo sabían aquellos adolescentes cada paso que daba. Eran peores que su sombra, siguiéndole todos los días. De alguna forma resultaba inquietante que unos renacuajos tuvieran la capacidad de saber hacia dónde se dirigía un detective y cual era su rutina diaria. Incluso sabían su número de teléfono. Ahí entendió que tenía infravalorada la inteligencia de aquellos jóvenes y de lo que eran capaces.

A los diez minutos de trayecto, llegaron a la casa de la mujer. Al mismo tiempo el detective y los chicos se bajaron del vehículo mirándose los rostros. Morrison no estaba de ánimos para desearle los buenos días ni mucho menos a alguien como ellos, así que se apresuró en llegar a la entrada de la casa.

—¿Ni siquiera un «hola», detective? ¡Qué modales! —habló Caym.

Gabriel se colocó los guantes para no dejar sus huellas e inspeccionar el hogar. No hubo dificultad en abrir la casa, ya que Jenkins no echó la llave al ser detenida aquella mañana.

—No era necesario que estuvierais aquí —comentó Gabriel—. Puedo hacer esto sin vuestra ayuda.

—Te protegemos, detective. Son mejor cinco personas que una —murmuró Victoria.

Una vez dentro, los adolescentes se dispersaron por la casa mientras que Gabriel inspeccionaba la sala principal. Caym giró sobre su eje estudiando al detective y el hombre se percató de su mirada. El muchacho lo inspeccionaba como si supiera algo que él desconocía y no entendió qué quiso decir con sus bellos ojos.

—¿Qué ocurre?

—Los mensajes. No crea todo lo que oiga —comentó. Luego se marchó a la sala de arriba, siguiendo a Victoria.

No comprendió que quiso decir con aquello, así que le restó importancia y continuó buscando pruebas. La taza de café que Laura preparo aquella mañana antes de ser detenida, aún estaba servida en la cocina. Su carmín rojo se señalaba en la taza al darle un sorbo con los labios. Aquel pequeño y simple detalle a Morrison le parecía adorable.

Anduvo hasta el salón principal y pudo discernir el contestador, con algunos mensajes registrados. El botón rojo parpadeante indicaba que alguien intentó contactar con ella. Morrison pulsó el botón para escucharlos mientras registraba los cajones de los muebles.

—Tiene tres mensajes nuevos. Mensaje número uno: "Cariño, soy tu madre. Llevamos sin verte todo el verano. Acuérdate de pasarte por casa. A este paso vamos a hacernos más viejos sin saber de ti. Te echamos de menos, Laura. ¡Espero que nos presentes a tu futuro marido! Dame una alegría y dime que tienes pareja. Llámame cuando quieras".

Morrison siguió inspeccionando.

—Mensaje número dos: "Laura, soy Dwayne. He intentado contactar contigo, pero no contestas las llamadas. ¿Estás bien? Después de lo sucedido con Morrison aquella noche, te vi afectada. Yo no tengo nada que ver en la desaparición de su hija. No entiendo por qué insinuó que sí. Espero que eso no te haya asustado. No quiero perderte. Llámame, por favor".

El detective hizo una mueca en desagrado al oír su voz. Él estaba mirando detrás de la estantería de libros cuando empezó a sonar el mensaje número tres con una voz distorsionada e imposible de reconocer.

—Mensaje número tres: "¿Qué se siente tener miedo? Te mereces todo lo malo que hay en este mundo. Has estado defendiendo los actos de unos pequeños psicópatas. Es muy gracioso ver cómo vais tras la pista de Newell, cuando él está muerto. ¿Y sabes quiénes lo mataron? Las personas a las que tú defiendes. No habrá paz para los psicópatas. No pararé hasta que tengan su merecido. Uno a uno caereis en el foso que os merecéis".

No había más mensajes.

El detective quedó asombrado al escuchar aquello. Si Newell estaba muerto, ¿quién estaba haciendo todo aquello? Una nueva incógnita se cernía. No obstante, la persona del mensaje había mencionado que a Newell lo mataron los jóvenes adolescentes, cosa que hasta ahora Morrison desconocía.

—A Newell no lo matamos nosotros —aclaró Caym tras suya—. Probablemente Newell se suicidó por miedo a ser juzgado al descubrir la verdad de Fennoith.

Gabriel giró sobre su eje. Se sorprendió que el chico apareciera detrás cuando lo vio marcharse al piso de arriba. El varón se movió alrededor del detective y continuó hablando.

—Recientemente usted descubrió un hallazgo en Fennoith, ¿cierto? Una cantidad de cuerpos esqueléticos encerrados en una habitación secreta.

—¿Cómo demonios sabes eso?

El demonio esquivó su pregunta y dijo:

—Newell escondía muchos secretos y uno de ellos era ese: Un hombre obsesionado con la disciplina y la buena conducta, creando así marionetas a su gusto y no seres humanos. Cualquiera que fuera diferente al resto de alumnos que enseñaba o se atreviera a rebatirle, le otorgaba un castigo hasta que se comportara como los demás. Véase Victoria, una chica que nunca acató las reglas que allí se indicaban. Ella sacó a la luz muchas verdades encondidas y eso llevó a Newell a huir.

—¿Por qué sabes todo eso? ¿Quién eres?

El chico se encogió de hombros alzando sus manos al aire, como un niño cuando no sabía algo.

—¿No es evidente lo de Newell? Cualquier podría haberlo deducido.

—No... No cualquiera. ¿Jenkins os ha estado ayudando todo este tiempo?

—Jenkins nos ayuda con la única finalidad de encontrar a Melissa, ya que para ella es como la hija que nunca tuvo.

«Por eso quieren culpar a Laura, por estar con ellos», pensó el hombre.

Caym esbozó una media sonrisa, con sorna.

Victoria les llamó desde el piso de arriba queriendo que acontecieran lo que ella estaba apreciando. Todos subieron a su llamado y la vieron en el dormitorio de Laura, observando con vehemencia la pared donde se encontraba el cabecero de la cama.

Alguien había pintado con un fluido rojo la palabra «asesinos».

—¿Es sangre? —preguntó Lucas, alarmado.

—No. Es pintura —respondió Elliot.

Los cinco permanecieron en silencio observando la enorme palabra en roja.

Si supuestamente Newell estaba muerto, ¿quién estaba causando todo eso?

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Nueva incógnita, queridos lectores. ¿Quién es el culpable?
Por cierto, para los que no lo sepáis, hay una nueva historia en mi perfil llamada "Un peligro para sí mismo" que gira en el mismo universo de Victoria Massey. Tendrá interacción con el internado Fennoith. La comenzaré cuando acabe esta novela. Añadidla a vuestras bibliotecas, porque va estar muy suculenta. ¡Habrá sangre, seducción y mucho más!


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