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Capítulo 45: Pruebas

“Decir la verdad nunca fue tan difícil como en estos tiempos”.

El detective llegó a casa al anochecer después de interrogar a Laura Jenkins. Aunque intuía que ella no tenía nada que ver en la desaparición de su hija, las reglas eran las reglas: debían retener allí a la mujer hasta pasadas doce horas y, si no había suficientes pruebas para su detención, la dejaban en libertad. En mitad de la penumbra se sentó en el sofá del salón y soltó un largo suspiro. Estaba exhausto, agotado mentalmente. Ni siquiera podía dormir ni comer correctamente desde que Maddie ya no estaba en casa. Vivía con la necesidad constante de poner todos los medios para localizarla y eso le consumía. Todo era silencio ensordecedor, una casa vacía y desolada con la única compañía de sí mismo.

—¿Un día duro, detective?

La presencia de una voz femenina en la negrura de la sala hizo que el hombre se incorporase de inmediato y desenfundara el arma que tenía escondida, apuntando en dirección de donde provenía la voz aterciopelada. Victoria Massey se dejó mostrar en la oscuridad paseándose alrededor de él sin miedo del arma que le apuntaba. Gabriel se percató de la peluca pelirroja que portaba junto a su maquillaje poco discreto. No se parecía en nada a la joven de las noticias y ahí entendió que la chica estuvo camuflándose en la sociedad cual camaleón. Lógico que no la reconociera.

—¿Cómo diablos has entrado en mi casa? ¿Cómo sabes dónde vivo?

—Soy una chica de recursos —empleó un tono de voz seductor, imitando a «catwoman»—. Bonita casa, pero muy vacía, ¿cierto? Sé lo que se siente.

Morrison, muy desconfiado, no era capaz de bajar el arma, aunque ni siquiera tuviera intenciones de matarla. Ella deslizó su dedo por el marco de una foto con Maddie que tenía posada en una pequeña mesilla del comedor. Él se percató de ese gesto, pero guardó silencio.

—Maddie ha sido escogida como rehén para que usted se aleje de los asuntos de Fennoith. Estoy segura de eso —expresó.

—¿Qué sabes de mi hija? —formuló malhumorado.

—Lo mismo que usted: que ha sido secuestrada.  No obstante, juntos podemos localizarla. ¿Piensa bajar el arma o también tengo que jugar a su mismo juego? Pensé que confiaba en mí.

Victoria clavó su fria mirada en el rostro de él, luego la muchacha le dio la espaldas y se adentró en la cocina sumiéndose en la oscuridad del interior. El detective tardó algunos segundos en seguirla, pero al final se decidió. No guardó el arma en su funda por si acaso las cosas se ponían feas. ¿Cómo iba a confiar en una chica como ella?

Cuando el hombre se adentró, las luces se prendieron y pudo visualizar a Victoria junto a los adolescentes que menos esperaba ver con ella: Elliot, Lucas y Caym. Morrison apretó su mandíbula, furioso. La respiración se le aceleró de tal manera que podía oírsele en el silencio. Comenzó a recordar como todos y cada uno de ellos habían declarado no conocerla, no saber nada absolutamente y no ser amigos en grupo. Juzgó mucho con la mirada a Elliot, sintiéndose desilusionado por su engaño.

—¡Malditos mentirosos! —exclamó el hombre.

—¡Uy! ¿A quién me recuerda eso? —bromeó Caym en referencia a Benister.

—Hay explicación para esto, señor Morrison —habló Elliot.

—¡No quiero escucharla! ¿Tenéis idea de todo lo que habéis hecho? ¡Habéis mentido! Sois cómplices de...

—¿De qué, Morrison? —interrumpió Victoria—. ¿Cómplices de buscar juntos a nuestra amiga desaparecida?

La chica dio dos pasos al frente y el detective hizo lo mismo.

—Sabes perfectamente lo que has hecho —espetó él.

Ella esbozó una sonrisa.

—No, no lo sé. Ilumíname, detective.

—Mataste a tu padrastro y el ama de llaves.

—Ponme las pruebas sobre la mesa de que yo lo hice y me callará la boca —arremetió ella.

Efectivamente, no había suficientes pruebas para juzgar que ella cometió el homicidio. Solo era sospechosa. Caym miró intrigante la situación, disfrutando el momento cual espectador de su propio show.

—Señor Morrison, no podíamos contarle la verdad si estábamos detrás de la búsqueda de Melissa Sellers. Todo esto lo hacemos por ella —habló Lucas—. Si involucrábamos a la policía de por medio, temíamos que el secuestrador de ella pudiera enfadarse y terminar... matándola. No sabemos de lo que es capaz de hacer ni porqué está haciendo esto.

Gabriel miró cada uno de los rostros de los jóvenes.

—A veces el enemigo no es aquel que desea un mal para usted. A veces el enemigo puede ser la persona que te desea lo mejor, que te brinda siempre una sonrisa sin saber que te está apuñalando por detrás. Puedo contar desde aquí la de puñaladas que se ha llevado en la vida... hablando metafóricamente, por supuesto —comentó Caym.

—¿Qué sabrás tú de mí? —profirió.

—Más de lo que me gustaría —murmuró.

—Ahórrese el disgusto que siente ahora mismo —continuó Victoria—. No merece la pena cabrearse con nosotros. En ciertas circunstancias de la vida es necesario mentir por una buena causa. El hecho de que pertenezca al departamento de policía no le hace más importante. Mentimos por proteger a nuestra amiga, por salvarla de dondequiera que esté. ¿Qué no entiende de eso? El gobierno miente constantemente y nadie se escandaliza por ello.

—El problema es que lo entiendo todo, Massey.

Morrison guardó el arma en su funda y se llevó las manos a la cadera dándole la espalda a los cuatro. Aunque se sintiera traicionado por el joven que le brindó confianza, en el fondo, entendía porqué razón aquellos adolescentes le estuvieron mintiendo.

—Solo quiero encontrar a mi hija —musitó el hombre llegando a los oídos de los demás.

—Y nosotros, señor Morrison —dijo Elliot.

—Si a Jenkins la quisieron inculpar dejando el teléfono de Maddie, quizá haya alguna pista en su casa —sugirió Lucas.

—¿Ese es vuestro plan? —inquirió el detective.

—No, Morrison. Nosotros hacemos los planes sobre la marcha y como se nos presente la situación. Pero, principalmente, deberíamos buscar pruebas en su casa, ¿no cree? —añadió Victoria.

—Correcto.

—Le dejaremos descansar —dijo—. Mañana volveremos a encontrarnos.

—¿Y cuál será nuestro punto de encuentro? —formuló.

—Siempre sabemos dónde está. No se preocupe —comentó Caym.

Aquella frase le dio escalofríos.

Dicho aquello, los adolescentes se marcharon por la puerta trasera dejando a Morrison en la cocina. El hombre los observó marchar por la ventana sin saber muy bien dónde se había metido. Unirse a alguien como ellos no le garantizaba que fuera fácil, pero sí creía que con su ayuda podía llegar hasta su hija. Y por Maddie hacía lo que fuera falta.

Era de madrugada cuando Laura Jenkins se despertó en la penumbra de la celda observando el desolado techo. Su moño lucía despeinado y su maquillaje estropeado por haber estado llorando. Quería salir de allí. Las horas se le hacían eternas y el frío lugar no le ayudaba a poder conciliar correctamente el sueño. Se despertaba cada cinco minutos con pequeñas taquicardias por la situación ocurrida. Los nervios la consumían.

Dio un gran sobresalto reprimiendo soltar un alarido al discernir una figura en la esquina de la celda, observándola. La noche le dificultaba saber quién era y ante la carencia de luz le aterraba aquella visita inesperada.

—¿Qué tal está, Jenkins? —Le preguntó Caym.

El varón estaba con los brazos cruzados sobre su pecho, apoyado en las rejas. Laura no entendió cómo se las ingenió para entrar y que los guardias no le pillaran. Intentó localizar con su mirada las llaves con las que el chico, supuestamente, abrió la celda, pero no halló nada.

—¿Qué...? ¿Cómo has entrado? Hay cámaras por todo el lugar.

—No pueden verme.

Jenkins no lo entendió y Caym tampoco venía a explicárselo. El varón no se anduvo con rodeos y dijo:

—Usted siempre ha sido una mujer lista, así que, como mujer inteligente que es, ¿aseguró su casa cuando salió con Dwayne?

Laura notó la burla en su tono de voz.

—Percibo el sarcasmo en ti.

—Percibes bien. Entonces, ¿aseguró su casa?

—Toda, menos la puerta del jardín. Se me olvidó cerrarla cuando estuve arreglando el césped. No hace falta que me humilles, ya sé lo estúpida que fui.

El demonio se puso de cuclillas a la altura de la mujer, que se hallaba sentada en una pequeña y estrecha camilla. Ella alzó la mirada, estudiando su expresión facial.

—Es ridículo verse en una situación así, ¿verdad? Parece que la vida se la tiene jurada. Cada día odia más la vida, pero no puede dejar de querer vivir; es como un vicio que odias porque te sabes prisionero de él, pero como toda adicción, mientras más daño te hace más le amas.

Ella lo escuchó atenta y se sintió identificada con cada una de las palabras que mencionó. Fue como si leyera su alma.

—¿Por qué estás aquí? —quiso saber la mujer.

—Solo estoy visitándole en sueños, psicóloga. Ni siquiera está despierta. Está tan débil y vulnerable que hace que sea fácil entrar en su cabeza. Solía ser una caja fuerte. No debería estar tan decaída cuando usted no es la culpable.

—Dime eso cuando estés sentado entre rejas.

—He estado sentado en sitios peores.

—Tengo miedo... —murmuró con la voz quebrada.

—Analiza su alrededor, cuestiona a las personas y no deje que la intimiden.

—¿A quién debería de analizar y cuestionar? Estoy rodeada de oficiales.

Caym esbozó una sonrisa torcida y no respondió.

Cuando Jenkins pestañeó fatigada, Caym ya no estaba frente suya. Dudó de su realidad, pero tampoco le restó importancia. Fuera un sueño o no, para ella significó todo. A través de las rejas pudo discernir la figura del detective Frank haciendo que Laura se levantase y se aproximase a los barrotes para llamar su atención.

—¡Disculpe! ¿A qué hora llegará el detective Morrison en la mañana? —Le preguntó con cortesía.

Frank la miró adusto. Luego se acercó con lentitud hasta quedar estudiándola frente a frente. Su mirada fría lograba que Jenkins se sintiera incómoda.

—¿Acaso cree que el hecho de que ustedes tengan un lío amoroso Morrison va a dejarla en libertad? Eres culpable de la desaparición de Maddie.

Laura se abrazó a sí misma. Estuvo apunto de sentirse vulnerable hasta que recordó las palabras de Caym. La mujer frunció su ceño y se encaró con el oficial.

—¿Qué papel está haciendo, el de «poli malo»? Usted dijo "presunta" sospechosa. No puede afirmar que soy culpable de la desaparición de la chica sin pruebas suficientes.

—Habrá pruebas.

«No puede recolectar pruebas. ¡No hice nada!», pensó.

—¡Quiero hablar con Morrison! ¡Ahora! —ordenó ella.

Frank le dio la espalda alejándose de la celda. Laura lo llamó repetidas veces, pero el hombre la ignoró.

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