Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 37: Claridad

"Mi mente es un museo de recuerdos, buenos y malos, inmóviles, no hacen daño ni brindan alegrías, solo están allí esperando un no sé qué o cumpliendo alguna macabra función que desconozco."

Cuando los dos jóvenes llegaron al apartamento, se encontraron con las presencias de Elliot y Caym, sentados en el sofá. Estos últimos pudieron notar sus rostros enfurruñados. Victoria le había regañado a Lucas por su falta de discreción, pero el varón se defendió, estuvo muy seguro de que se había ocultado muy bien como para que Dwayne se percatase de ello. No comprendió cómo pudo haberlo visto. Empezó a figurar que, como la chica nunca iba a ningún lugar sola, el profesor supo que Victoria no entró en casa sin que nadie la resguardase. Podía ser cierto, ya que ella siempre se había presentado acompañada. Nunca iba sola y Dwayne lo sabía.

—Hemos estado en casa de Dwayne, más bien, allanando su vivienda —informó Victoria-. Me ha dado la impresión de que tiene su propia casa demasiado estudiada y ha olido mi maldita presencia. Quizá el haber dejado la ventana abierta por la que entré le hizo sospechar, pero supo de inmediato el lugar en el que me ocultaba... o tiene una cámara oculta.

—¿Otra vez fallando con las cámaras, reina? Nunca aprendes —dijo Caym.

—Os la jugáis demasiado —comentó Elliot—. ¿Qué sucedió?

—No se molestó por verme allí, al contrario, me intentó brindar confianza. Quiso que le explicara el porqué entré y qué es lo que fui a buscar. Le pregunté que dónde escondía el diario de su hermano y respondió que lo dejó en Fennoith. Si el diario no está en Fennoith, entonces él está mintiendo. Por mucho que se muestre con esa bondad, hasta la persona más bondadosa oculta secretos.

—Victoria ha visto dos puertas bajo llave: la primera es el sótano y la segunda una habitación de pintura —añadió Lucas.

—Y me comentó que a él también le han dejado notas extrañas.

—¿Las mismas que nos dejan a nosotros? —preguntó Elliot.

—Sí.

—¿Os imagináis que se las escriba así mismo? —bromeó Caym entre risas.

Caym siempre se reía de su propio humor.

Los tres jóvenes, menos el demonio, se hallaban cansados y fatigados. Había sido un día intenso y necesitaban descansar.

Victoria caminó hasta la habitación y Caym la siguió detrás. Justo después, ella se lanzó sobre el colchón boca arriba con los brazos estirados, soltando un largo suspiro. Escuchó como él se acercaba, pero no abrió los ojos hasta que sintió su respiración a pocos centímetros de ella. Sus ojos esmeraldas miraban los suyos grises. Sucumbidos en un perverso silencio cuyo este se oía únicamente el compás de ambas respiraciones. Ella entrelazó sus brazos por el cuello del muchacho para sumirse en un apasionado beso, demostrándole que, incluso en las pocas horas que no permanecieron juntos, lo había echado de menos. Él acarició uno de sus muslos conforme le correspondía, haciendo que la joven sintiera un placentero escalofrío.

Después de aquella muestra de afecto, el demonio se separó de ella para decirle:

—No puedes vivir sin mí.

—Dos almas oscuras no pueden estar el uno sin el otro sin sentirse incompletos. Eres la oscuridad más bonita que pudo surgir de mi desgraciada soledad.

Caym sonrió con cierta travesura.

—Qué poética, ¿te poseyó Allan Poe?

—Quizás —sonrió ella—. El odio y el amor son buenos por una simple razón, nos empujan a hacer cosas que, en otras condiciones, no haríamos.

Victoria podía ser un mar de sentimientos, un nexo: podía ser el odio y el amor al mismo tiempo; la travesura y la inocencia; el sueño y la realidad; la locura y la cordura.

Y eso Caym lo sabía.

—Aún me sorprende el perverso parecido que tienes en mí —murmuró él—. A veces te miro y veo reflejado mi propio espejismo.

—Lo sé —musitó.

—Respecto a lo del cuaderno de Bellamy: no puedes ir a Fennoith, porque Morrison va en busca del diario también. Si él no lo encuentra, sabrás que no está allí y que alguien lo oculta.

Ella asintió.

—Jenkins ha mencionado que alguien sabe qué hicimos con Bellamy —dijo ella—. Si lo recuerdas, las únicas personas que sabemos qué hicimos esa noche, somos tú, yo, Lucas, Melissa y Jenkins. Ni Elliot sabe dónde lo enterramos.

—¿Y qué quieres decir con eso?

—Que alguien estuvo despierto espiando lo que no debía, o Melissa lo ha contado. Quiero creer que ella no ha dicho nada, pero sí lo ha confesado, es bajo presión. Otra explicación no encuentro.

—La verdad se sabrá, Victoria. Pronto se sabrá. Deberías dormir, tu cuerpo te lo pide.

Nadie sabía cuánto iba a tardar la verdad en salir a la luz, pero deseaban que fuera lo más pronto posible para que toda aquella tortura acabase. La última vez que pudieron saber del paradero de la rubia, fue cuando Maddie la reconoció entrando en el auto que posteriormente se incendió en llamas. Anhelaban su presencia y esperaban que Melissa estuviera bien, dentro de lo que cabía aquel peliagudo asunto.

A la mañana siguiente, el detective Morrison estaba tomándose un café de una máquina expendedora mientras pensaba en varios asuntos. Después de que la noche anterior los chicos se marchasen de su hogar, habló con su hija Maddie queriendo ayudarla en su tristeza. La hija comentó que la razón del despido fue su culpa por llegar tarde, pero que tampoco se iba a morir por no trabajar en Babinie. Supuso que la visita de Elliot le animó bastante. No obstante, cuando él habló con su niña, pudo observar que en su mesita de noche había cortado la foto de su madre. Aquel gesto lo percibió rencoroso, sabía que le tenía cierta antipatía por lo que le hizo a su propio padre en la casa que vivieron desde jóvenes. Era melancólico, pero una realidad desafortunada. Morrison nunca la puso en contra de Aaliyah, fue Maddie la que decidió vivir con el. Y eso él lo agradecía en su corazón.

Luego llegó a su memoria la psicóloga, su ensimismamiento fue interrumpido cuando Laura Jenkins le envió un mensaje. Fue bastante oportuno que, justo en el momento en el que pensaba en aquella mujer, se manifestara con un texto.

«Tengo que hablar con usted», decía escrito.

Ni un «hola» o «buenos días», solo aquella frase que mataría al mismo gato por la curiosidad. Ella siempre lo llamaba para hablar de la investigación, así que dedujo que podía ser un avance más.

«Buenos días. Estaré allí en diez minutos», respondió.

Se tomó el café en dos sorbos y se apresuró en llegar a casa de Jenkins.

Cuando condujo hasta su vivienda, había estacionado el vehículo cerca de su porche, salió de este y llamó al timbre. Esperó a que ella lo recibiera. Tardó un poco, ya que ella se hacía esperar. Jenkins siempre fue una mujer a la que le gustó tener a los hombres comiendo de su mano. Poco después, lo recibió en su casa con una sonrisa forzada. Aunque ella luciese atractiva, Morrison noto un ápice de cansancio en sus ojos que no pudo tapar si quiera con lo poco de maquillaje que llevaba. Parecía no dormir bien, y era lógico, saber que alguien conocía lo que hicieron con Bellamy le quitaba el sueño.

—¿Se encuentra bien? Parece algo cansada —comentó Gabriel.

—No he dormido muy bien. Me desvelé en mitad de la madrugada.

—¿De qué quería hablar? —inquirió.

Jenkins se abrazó a sí misma como si tuviera frío, pero fue una postura avergonzada, como si no adquiriera nada que contarle o de lo que hablar. Morrison ladeó su cabeza esperando una respuesta y ella se encogió de hombros, lo observó y dijo:

—Era una excusa para verle.

—Señorita Jenkins...

—¿Qué? No creo que haya nada de malo en eso. Hace tiempo que lo invité a comer y aún no recibí respuesta por su parte.

A veces, Morrison creía que Laura Jenkins tenía algo con el profesor Dwayne, por las ocasiones en las que lo encontró con ella.

—Pero, estoy en mi turno de trabajo —dijo.

—¿Acaso usted trabaja las veinticuatro horas a la semana?

Hubo una pausa de silencio. Lo cierto es que Jenkins se sentía un poco más segura con el detective que con cualquier otro hombre. Llevaba noches en las que estaba muy sola y días en los que se despertaba sin motivación. Tenía miedo, angustia y él la calmaba, aunque solo fuera con su presencia.

—Puedo dedicarle algo de tiempo, si lo desea —comentó Morrison con consideración.

Ella sonrió y él le devolvió la sonrisa.

Ambos adultos se sentaron en un cómodo sofá de la sala de estar, donde conversaron sobre sus vidas y anécdotas pasadas. Laura quería conocerlo, sentía interés, y Gabriel tampoco podía negar lo evidente. Jenkins era misteriosa y estaba muy seguro que la historia de su vida no era tan aburrida como la suya.

No supo cuánto tiempo pasó desde que estuvo con ella, pero cuando miró el reloj de su muñeca se le echó el tiempo encima.

«¿Cómo ha podido pasar la mañana tan rápida?»

Lo pasó tan bien con ella que no le importó cómo avanzaban las agujas de reloj hasta que se dio cuenta. Debía centrarse en lo suyo y no distraerse con Jenkins, aunque aquello le hubiera sacado de su mundo.

—¿Tiene que irse ya? —formuló Laura.

—Sí —respondió él—. Me ha gustado pasar el tiempo...

Su frase fue interrumpida cuando ella se lanzó a sus labios dedicándole un beso, y el detective se asombró por el repentino acto.

Los dos se miraron por algunos segundos a los ojos sin saber qué decir. Jenkins parecía arrepentida al ver su actitud asombrada y empezó a avergonzarse como una niña, pero lo que ella no sabía es que el asombro de Morrison venía de su nula creencia en que Laura pudiera sentir interés en un hombre como él –que también era un caballero apuesto y de buen ver–, pero siempre creyó que su trabajo era un repelente de mujeres, pues parte de este se llevaba la mayoría de su tiempo.

Antes de que Jenkins se sintiera mucho peor consigo misma, esta vez fue él quien la besó a ella.

Entonces recordó que la psicóloga era sospechosa de su investigación y eso lo frenó con disimulo. Le comentó que tenía que irse ya y que la vería en otro momento.

—¿Podemos quedar esta noche para cenar? —preguntó ella.

Morrison se lo pensó y dijo:

—Claro. Le mandaré una ubicación de un restaurante muy bueno que conozco. Espero no defraudarla.

—Seguro que no —sonrió.

Se despidió y se marchó de la casa.

Cuando se subió al coche, hundió su cabeza en el volante recordando la situación. En cierta parte se arrepentía de haberla besado, pues le chocaba que ella estuviera involucrada en todo lo que surgió en Fennoith.

Su teléfono vibró recibiendo una llamada. Eran los Atkinson, la familia a la que le robaron el coche que fue quemado. Morrison atendió la llamada de inmediato.

—¿Hola?

—¡Buenas tardes! —se pronunció la voz masculina de un señor—. Escuché su mensaje respecto a mi vehículo robado. Puedo mandarle la ubicación en la que vivo para que se pueda pasar por acá y así explicarle cómo sucedió.

—Perfecto. Es usted muy amable. Me pasaré por allá, entonces.

—¡Claro!

Dicho aquello, el señor le dijo dónde se encontraba su localidad y el detective puso el GPS rumbo al destino.

Cuando llegó a su destino, se bajó del auto y estudió el barrio en el que vivía la familia. Era muy normal, con sus casas agrupadas y su vecindario corriente. Gabriel llamó a la puerta y esperó a ser recibido.

Pudo percibir que tenían un garaje abierto, donde en este se apreciaban varios utensilios de mecánica y reparación. Algunos vecindarios, en el día, solían dejar sus garajes al descubierto, confiados de que nadie o ningún vecino pudiera robarle. Lástima que le tocase el hurto a aquella familia.

Un señor con cabello canoso recibió a Morrison con una sonrisa. A sus espaldas estaba una señora de su misma edad, que dedujo que sería su mujer.

—¡Hola! —saludó con amabilidad—. ¿Es usted el detective Morrison?

—Así es.

Este enseñó su placa dándole confianza.

—Pase.

Una vez dentro del hogar, la señora invitó a Gabriel a tomar una taza de té, y como él nunca rechazaba esa caridad, se lo agradeció. El detective tenía unos documentos en el bolsillo oculto dentro de su americana, así que los sacó para mostrárselo al señor. Aquello contenía la foto del vehículo quemado, que se seguro reconocía, y varias fotos de sus sospechosos.

—Vaya... ¡Ha quedado hecho una ruina! —expresó el señor al ver la foto.

—¿Pudo ver el momento en el que se lo robaron?

—Creo que sí. Escuché jaleo de madrugada. Los perros de mis vecinos ladraron mucho y no se callaban. Se me ocurrió mirar por la ventana y vi una figura acechando los vehículos estacionados. ¿Sabe? Estoy algo ciego y aquella noche no me puse las gafas de ver. Le pregunté a mi mujer dónde las había dejado, ya que ella tiene mejor memoria que yo, y me respondió que las dejé en la mesita del salón.

—¿Y qué sucedió después?

—Fui al salón, me puse las gafas y espié por la ventana. Vi alguien subido en mi coche, no sé si eran dos personas o más, entonces salí corriendo de casa con la esperanza de que huyera sin mi vehículo, pero arrancó el motor y desapareció. Lo que sí vi era un cabello rubio en el asiento trasero del coche. Creo que era una mujer.

Morrison enseñó una fotografía de Melissa.

—¿Cree que pudo ser esta persona?

—¡Es posible! Pero... iba acompañada de alguien.

El detective enseñó las fotografías una por una, esperando a que el anciano señalara alguna de aquellos sospechosos.

Y entonces, el señor Atkinson, tuvo clara su respuesta.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro