Capítulo 35: Sé lo que hicisteis
"No quieras mucho averiguar, que a veces, quien escarba, encuentra lo que no querría hallar."
Al anochecer, Elliot intentó contactar con Maddie después de lo ocurrido, pero la joven no descolgada sus llamadas. No supo cuántas llamadas perdidas le dejó, pero perdió la cuenta cuando llevaba más de diez minutos intentando hablar con ella.
Estaba sentado en el sofá junto a Lucas. El último prefería no meterse en asuntos ajenos, pero las ganas de darle una reprimenda a su compañero no se las quitaba nadie. No actuó bien al no defenderla. Sin embargo, no hizo falta que Lucas se lo dijera, él mismo ya lo reconocía.
Elliot le escribió un mensaje.
«Maddie, lo siento por lo de antes. Perdóname por no haberte defendido. Tuve dudas, lo admito, pero he estado muchos años dudando de todo lo que veía a mi alrededor. No estoy acostumbrado a asumir lo que percibo. Ni tampoco sé gestionar lo que siento».
La chica leyó su mensaje. Lo dejó en leído y no respondió. Entonces Elliot se percató de la ignorancia y soltó su teléfono de las manos, apartándolo a un lado.
—Que Caym y yo hayamos dudado de ella, no es nada comparable con que tú lo hicieras —habló Victoria, que estaba en la cocina preparando un sándwich—. Además, Lucas tuvo razón: no hizo nada malo. Solo fue un accidente. No hicimos bien en tacharla.
Caym estaba apoyado en la pared del salón, con sus brazos cruzados. Escuchaba atento la conversación. Tuvo la necesidad de opinar, así que, esta vez, no guardó silencio.
—La chica es un tanto patosa e inquieta. Reconozco que la puse nerviosa. Yo fui quien se molestó, vosotros fuisteis los que imitasteis mis pasos como cabras a su pastor. La situación con aquel dichoso detective nos enfadó a todos, pero se pagó con la persona incorrecta.
Elliot miró a sus amigos con fastidio y dijo:
—Ya sé que he hecho las cosas mal. Sí, dudé por un maldito segundo de Maddie, ¿pero alguien me entiende a mí? Me cuesta fiarme del todo de una persona, porque siento que, en cualquier momento, me llevaré una traición. He estado encerrado tres malditos años en un internado que nos volvía más locos de lo que entramos; que nos hacía dudar de nuestro alrededor. Perdí allí a la única chica por la que lo dí todo —hizo una pausa de silencio, luego continuó hablando—. Admito que tuve que haber defendido a Maddie... pero me bloqueé. No supe cómo hacerlo.
Victoria se acercó a él y comentó:
—Lo que yo creo es que no quieres sentir nada más por nadie, desde lo de Kimmie. Te niegas a enamorarte porque sientes que eres tú el que la está traicionando. No sabes gestionar lo que sientes por Maddie y la comparas constantemente con quien tú ya sabes. Tienes que comprender que la vida sigue, Elliot. No puedes vivir en el pasado porque te estás haciendo daño a ti y a los demás.
Elliot guardó silencio. Victoria le tendió el sándwich que preparó esperando a que el varón lo agarrase.
—No tengo hambre —expresó.
—Ni a mí me gusta preparar comida para los demás, así que, cómetelo. No has ingerido nada en todo el día. Tranquilo, no lleva matarratas
Caym le sonrió con sorna y Victoria le guiñó un ojo.
Él sostuvo el sándwich y le dio las gracias.
—Deberías hablar con ella en persona —opinó Victoria.
—No creo que a su padre le haga gracia que esté allí.
—Actúa con normalidad y no sospechará nada. No es la primera vez que vas allí. Sabes hacerlo, Elliot. No te bloquees a ti mismo. No te pongas limitaciones por el pasado. Tú mismo elegiste engatusarla para que se uniera a nosotros. Ahora no te eches atrás.
—Démosle un voto de confianza a Maddie —comentó Lucas—. No merece ser rechazada. Ella puede ser la cordura que nos falta. Todos juntos podemos encontrar a Melissa.
Cuando Elliot terminó de comer, decidió ir a casa de Maddie para conversar con la joven. Pensaba que iría solo, pero Caym decidió acompañarle. No supo las razones para que quisiera ir con él, pero tampoco preguntó por ello.
—Volveremos en un rato. Cuida de Lucas, no vaya a ser que decida escaparse otra vez —le dijo Caym a Victoria.
—De acuerdo.
☠
En el trayecto a la casa de los Morrison, una vez llegaron allí, los varones interceptaron las luces de la casa encendidas, por lo que imaginaron que el detective y su hija se encontraban dentro. Ambos quedaron durante algunos segundos observando la estructura del hogar desde fuera. No era muy tarde, la hora del reloj de sus móviles marcaban las nueve de la noche. La ventana de la habitación de Maddie estaba situada en el patio trasero. No quería llamar su atención lanzando diminutas piedras después de lo anterior sucedido.
—¿Vas a llamar a la puerta o lo hago yo? —inquirió el demonio.
Elliot frunció el ceño. Finalmente, llamó a la puerta con tres suaves golpes. Unos pasos paulatinos se aproximaban a la puerta. Acto seguido, el detective los recibió con cierta sorpresa en su rostro. No esperaba encontrar a los jóvenes en el porche de su casa, ni imaginó que algún día lo hicieran. Sin embargo, Elliot ya estuvo en aquella vivienda hacía ocho años, cuando era tan solo un niño inocente.
—Hola, señor Morrison. ¿Está Maddie en casa? —preguntó Elliot.
—Sí. Está en su habitación —dijo—. Pasad.
El hombre les invitó a entrar con amabilidad. Caym miraba a Morrison de soslayo.
—Iré a avisarle de que estáis aquí —comentó el detective.
—No, no se preocupe. Ya subo yo —dijo Elliot.
El demonio se acomodó en el sofá del salón, observando con vehemencia la vivienda. Varias fotografías familiares decoraban las paredes color crema, como también apreció a una Maddie infante en ellas. Se percató de unos documentos policiales en la mesita baja del salón, que estaban al lado del televisor.
—¿Te gustaría comer algo, chico? Acabo de preparar la cena —formuló el hombre.
—Ya he cenado, pero si es tan amable de darme una manzana, se lo agradecería mucho —dijo él.
Morrison asintió con una sonrisa y se dirigió a la cocina. Caym se aseguró que no estuviera presente en lo que estaba apunto de hacer. Abrió con sigilo la carpeta que contenía los archivos y los grabó en su mente. Aparte de las sospechas que tenía de los adolescentes, había añadido a dos personas nuevas: Laura Jenkins y el profesor Dwayne. Este último redactaba la existencia del diario de su hermano que, segundo él, lo dejó en Fennoith. También observó el archivo de Victoria, junto a su fotografía. Hubo una frase que llamó su atención.
«Victoria y Melissa eran grandes amigas. Sospecho que, ante la desaparición de esta última, la joven Victoria intenta localizar su rastro. Las cartas de Melissa aseguran que volvería por ella».
Pasó las páginas hasta dar con su nombre.
Gabriel Morrison sospechaba que Caym asesinó a Anne, la tía de Melissa, como también afirmaba que estuvo en la cabaña de Fennoith. Sus razones eran el extraño aroma que desprendía, logrando que, allá donde estaba, impregnase todas las escenas en las que estuvo. Sin embargo, carecía de pruebas que pudiera afirmarlo. Necesitaba recolectar más de ellas para señalarlo.
Caym sonrió para sí mismo al leer aquello. Dejó de espiar los archivos cuando supo que el detective se acercaba.
El hombre le tendió la manzana para que la agarrase.
—Gracias —sonrió.
—De nada.
El demonio mordisqueó la manzana mientras miraba al detective con un ápice de maldad y travesura. Morrison lo observaba con ahínco, queriendo encontrar en aquel joven el misterio que se traía consigo.
☠
Cuando Elliot subió a la habitación de Maddie e irrumpió en su habitación, la joven empezó a lanzarle los cojines que tenía a su alcance con toda la furia que podía tenerle en aquel momento. El muchacho intentó esquivarlos, pero algunos impactaron contra su rostro. No solía perder la paciencia tan fácilmente, aunque empezaba a irritarse. Tuvo que callar los insultos de la morena echándose sobre ella en el colchón, tapando su boca con la palma de su mano. Lo que menos quería era que Maddie llamara la atención y su padre empezase a cuestionar su comportamiento. La chica intentó zafarse del varón, moviendo su cuerpo como pez salido del agua, sin embargo fue inútil.
—¡Maddie, por favor! ¡Para! —exclamó en un susurro alto.
La respiración de la muchacha estaba tan acelerada que apenas podía respirar por la nariz, necesita jadear por su boca. Entonces mordió la mano de Elliot para poder hacerlo. Este se quejó por ello.
—¡Quítate de encima mío! —ordenó ella.
—No.
—¿Quieres que grite?
—¿Quieres ver morir gente?
La chica apretó su mandíbula ante esa pregunta.
—¿Sabes por dónde me meto tus amenazas, Elliot? —inquirió ella esbozando una sonrisa sarcástica.
Maddie sacó debajo de su almohada el cúter con el que había rajado un cojín anteriormente y amenazó a Elliot para que se quitara de encima suyo. El joven se levantó y alzo sus manos al aire. Ella continuó apuntando la punta afilada en su dirección.
Elliot se sorprendió de su comportamiento tan inapropiado en ella.
—Maddie...
—Maddie, ¡qué! —Repitió ella, malhumorada—. Me tienes muy cansada con tu actitud. ¿Crees que eres el primer hombre al que me enfrento con esa personalidad? Otros peores que tú ya han pasado por mi vida.
No supo qué tipo de movimiento de defensa usó el muchacho, pero fue tan rápido que le quitó el cúter de las manos y lo lanzó a una esquina de la habitación. Ambos jóvenes se miraron con fijación a los ojos y hubo una pausa de silencio. Elliot se acercó a escasos centímetros de su rostro y le dijo:
—He venido a disculparme, no a provocar un drama innecesario. Leíste el último mensaje que te envié donde expresé mi arrepentimiento y no me respondiste.
—¿Va a ser así siempre?
—¿Así, cómo?
—La cagas, te disculpas y vuelta al bucle.
Elliot se quedó callado, Maddie siguió hablando.
—¿Sabes lo que es innecesario? Lo que hay entre tú y yo. No necesito estar al lado de una persona que no sabe gestionar sus sentimientos, no necesito falsas esperanzas, ni promesas que nunca serás capaz de cumplir. Creí que tú serías mi debilidad, pero no eres eso; eres el veneno que me mata lentamente.
Ella apartó al muchacho de encima suyo y el varón se dejó sentar en el colchón.
Cuando la joven quiso seguir hablando, los ojos humedecidos del chico impidió que siguiera opinando.
—¿Elliot? —lo llamó ella, arrepentida.
Aunque las lágrimas de sus ojos quisieran resbalar por sus mejillas, él no dejó que eso sucediera. Se frotó los párpados y frunció su ceño.
—¿Qué quieres que te diga, Maddie? No soy el chico perfecto que tú esperabas. ¿Qué es lo que te ha dolido? ¿El haber dudado de ti? Pues lo siento. Ya no puedo ser ese niño de hace ocho años que tú conociste, porque si hubieras estado encerrada en aquel sitio, comprenderías el porqué cambié tanto.
—Sé que ya no eres el mismo —respondió ella—, lo tengo muy claro.
—No te voy a echar la culpa por haberte metido en mi mundo, porque, cualquiera en su sano juicio no lo haría sabiendo las barbaridades que le esperan.
A pesar del cabreo monumental que tenía la chica, sintió muchas ganas de abrazarlo, pero no lo hizo. Había prometido congelar sus sentimientos para no sufrir más.
—He sido despedida de mi trabajo —confesó ella—. Fui al apartamento para ver al único chico que podía alegrarme, pero obtuve lo contrario. Tuve un mal día Elliot, y nadie supo mostrarme apoyo.
Él se incorporó del colchón para dedicarle un abrazo. No hizo falta las palabras, pues ella se sintió reconfortada en sus brazos, aunque no quiso demostrarlo.
☠
Laura Jenkins volvía a casa de hacer algunos recados cuando se percató de un sobre bajo la puerta. Su pulso se aceleró con rapidez notando los latidos golpear su pecho con ímpetu. Ya no le agradaba los sobres blancos, sin pista del remitente ni de quién lo envió. Sabía que era una nota de la persona misteriosa que le gustaba jugar con sus sentimientos.
Dejó la bolsa encima del mostrador de la entrada y agarró el sobre para disponerse a abrirlo. Sus manos temblorosas lo abrieron con rapidez, y casi perdió la estabilidad al leer lo que ponía. Un sudor frío empezó a caer por su frente, dejó su cuerpo apoyarse en la pared para luego deslizarse hasta el piso.
«Sé lo que hicisteis con Daniel Bellamy», decía la nota.
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Pregunta: ¿Quién creéis que envía las notas? 🖋️
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