Capítulo 33: Culpa
"Quien se acostumbra al dolor ya no tiene nada que temer."
Aquella mañana de verano, el detective Morrison tenía varios asuntos por los que investigar y dedicarle parte de su tiempo. Se había sumado a la lista el misterioso diario del profesor Bellamy, donde en este relató sus más deseos perversos. Gracias a la confesion de Laura Jenkins, supo la existencia del cuaderno, pero aún tenía dudas de la versión de la psicóloga. Había algo en ella que no le encajaba, quizá fueron los desvíos de su mirada a la hora de hablar del profesor, pues pudo observar que la mujer ahogaba la mirada en la negrura del café. No podía descartar a Jenkins como posible sospechosa, pero tampoco se quería hacer a la idea de que le estuviera mintiendo en su cara. Tenía la certeza que ocultaba mucha información y que solo soltaba la que creía conveniente.
Después de haberse ido de la vivienda de la psicóloga, el detective Gabriel hizo una llamada telefónica al número del vehículo robado, el cual fue quemado horas atrás. Pasaron los segundos y el propietario del coche no descolgó la llamada. El hombre insistió, pero nadie se pronunció. Saltó el buzón de voz de un señor que dijo:
«¡Hola! Has llamado a la casa de los Atkinson, si no hemos podido contestar, deja tu mensaje. Te llamaremos en cuanto lo oigamos.»
Por el mensaje grabado, dedujo que se trataba de una familia. Morrison habló al buzón de voz.
—Buenos días. Soy Gabriel Morrison del departamento de policía. Le llamo porque vi un anuncio donde usted informa sobre la desaparición de un vehículo que le pertenece. Me gustaría hablar con usted en persona. Llámeme en cuanto oiga este mensaje. Gracias.
Hecho aquello, se subió a su vehículo poniendo en marcha la siguiente dirección.
☠
Maddie llegó a su turno de trabajo en Babinie, como todas las mañanas, pero el recibimiento que obtuvo por parte de su jefe no fue muy bienvenido. El señor no le permitió que se pusiera el uniforme de trabajo, como tampoco la dejó pasar a la zona de taquillas para cambiarse. La muchacha no entendió nada, su rostro denotaba una gran confusión ante la inesperada actitud del hombre.
—¿Sucede algo? —preguntó ella.
—No lo sé, Maddie. ¿Por qué no me dices tú qué sucede? —inquirió él—. Ayer, en la tarde, tenías que estar acá a las cinco y no apareciste. Acordamos que los fin de semana entrabas por las tardes, no por las mañanas. Para colmo, llevas unos días en los que te noto perdida, fuera de sí. No estás concentrada en lo que haces.
La chica agachó la mirada avergonzada. Era cierto, había estado más pendiente de lo que sucedía con Victoria y sus amigos que de su puesto de trabajo. Las situaciones diarias que en aquel entonces vivía era estresante y muy caótico. Sobre todo desde que la intentaron atropellar. Nunca imaginó que, el mundo que rodeaba al chico que le gustaba, pudiera perjudicarle de tal manera. En el fondo, sabía que ese mundo no estaba hecho para ella, pero ya no podía escapar de el. Era un bucle.
—Lo lamento. Ayer no pude venir por razones personales...
—No quiero excusas, Maddie —le interrumpió—. Pudiste hacer una llamada avisando que no vendrías y no habría tenido problemas. Estuve esperándote más de la cuenta y perdí mucho dinero por falta de personal. Lo siento, estás despedida.
—¿Qué? Pero, tengo que pagarme la universidad...
—Dile eso a tu padre.
El jefe le pagó los últimos días en los que estuvo trabajando allí y se despidió de la joven, echándola del establecimiento. Maddie apretó su mandíbula, frustrada de la embarazosa situación. Reconocía que era su culpa y su responsabilidad, pero no sabía como decirle a su padre que había sido despedida. Claro que fue decisión suya meterse a trabajar para no depender del dinero de su padre, pero tener que darle las razones por las cual fue echada, era algo que desconocía como decirle.
—Maravilloso. Todo esto es maravilloso —murmuró con ironía.
Ella eligió meterse en la boca del lobo, a pesar de las advertencias. Tenía que acarrear las consecuencias.
Vivir en el sadismo de Victoria no era fácil.
☠
Más tarde, Caym estaba en el apartamento 605 de la señora anciana fallecida, deshaciéndose de algunas cosas para venderlas. Algunos de los objetos que allí se encontraban tenían algo de valor y pensó en la idea de venderlos a los vecinos del distrito o alguna tienda que pagara por ello. Al menos con eso desalojado, podía verse un apartamento más bonito sin tanto trasto de por medio. El dinero no duraba para siempre y sabía que, tarde o temprano, sus compañeros soltarían las quejas por haber dado parte del dinero al vagabundo hablador. Si por él fuera, robaba todo un banco, pero la discreción era esencial sabiendo que la policía buscaba a su querida Victoria.
No supo la hora qué era, pero oyó unos pasos aproximándose a los apartamentos haciendo que dejase todo lo que tenía en sus manos para prestar atención a la persona que se acercaba.
—Hola. ¿Está Elliot en el apartamento? —preguntó Maddie. Caym se percató en el tono apagado de la joven, pero no le dio importancia.
—Claro. Igual le pillas con Lucas en la cama. Puede que te los encuentres abrazados, pero no te preocupes, Lucas es así de especial. Aunque... si te va ese rollo, pues mejor para ti. Te llevas un pack —bromeó.
Maddie forzó una sonrisa.
—¿Puedo preguntar qué estás haciendo? Pareces ocupado —quiso saber la chica.
—No.
Hubo un silencio incómodo entre los dos. El varón la miraba esperando que se fuera con su amado. Ella se sorprendió de la respuesta cortante del chico.
—Solo trataba de mostrar interés en lo que hacías. Perdón si te he molestado.
Sin previo aviso, un vehículo se había estacionado en los pequeños aparcamientos, justo al lado de los apartamentos. El varón acechó con ojo avizor quién era el susodicho que se bajaba del auto. Al discernir que se trataba de Frank, el compañero de trabajo del detective Morrison, hizo que agarrara a Maddie del antebrazo con impulsividad y la arrastara dentro de la vivienda. La joven no entendió nada y se acobardó de su actitud.
—¿Qué demonios ocurre? —formuló la chica.
—¡Shhh! —ordenó silencio.
Si Frank veía a Maddie en aquellos alrededores sería muy sospechoso y no dudaría en contarlo a su padre, por esa razón, escondió a la chica dentro. Pero tenía que llamar la atención de sus compañeros para que no lo recibieran si llamaba a la puerta.
Caym tocó con suaves golpes la pared, esperando llamar la atención de los chicos que se encontraban en el salón.
—¡Lucas! ¡Niño! —lo llamó—. ¿Me escuchas? Pégate a la pared.
—¿Caym? ¿A qué estás jugando? —inquirió el castaño al otro lado.
—¡No estoy jugando, idiota! Escúchame. Frank, el compañero de Morrison ha venido. Si llama a la puerta no lo recibáis, apagad todo y no hagáis ruido. ¿Lo has entendido?
—Sí.
Caym se acercó despacio a la puerta y observó la situación tras la mirilla, que le permitía ver dónde se dirigía Frank. La razón por la cual se encontraba allí era para preguntar a los vecinos si habían visto algo inusual la noche del incendio del vehículo, ya que vivían muy cerca de lo sucedido.
Preguntó a varios de los vecinos, los cuales respondieron firmemente que no sabían nada y que no vieron a ninguna persona extraña. Cuando llamó al apartamento 606, donde se alojaban los chicos, no respondió nadie. Insistió varias veces pero, al no oír nada, pensó que no había nadie en casa. También llamó donde estaba Caym. Al no obtener respuesta, quiso marcharse. Sin embargo, Maddie tiró sin querer una tetera que estaba en el borde de una mesita cuando ella se movió sin saber que estaba tras suya. Eso ocasionó que Frank diera media vuelta y volviera a llamar a la puerta.
Si supiera las veces que Caym mató a la muchacha de pensamiento...
El varón salió con disimulo del apartamento, cerrando la puerta tras suya.
Frank observó al joven vestido todo de negro y dijo:
—Hola. Disculpa si le he molestado. Soy Frank, del departamento de policía. Hace poco un vehículo fue quemado en un descampado muy cerca de estos apartamentos. ¿Viste alguna persona inusual?
—No, no vi nada. Se quemó de madrugada y la mayoría de los vecinos nos encontrábamos durmiendo. El fuego fue lo que nos despertó.
—Entiendo. ¿Vive alguien en el apartamento 605?
—No. Lleva mucho tiempo estando vacío.
El hombre estudiaba al muchacho con una mirada curiosa. Frank se preguntaba qué edad tenía aquel varón y por qué vivía en aquellos lares tan poco cuidados. Él era un joven agraciado y eso era lo que más llamaba su atención. No podía ser un estudiante porque estaban todos en época de vacaciones.
—¿Vives solo?
Caym sospechó de los pensamientos del señor y dijo:
—Sí. Muchas de las personas que aquí viven son ancianas—informó el chico—. Me dedico a cuidar de ellos cuando me necesitan. Me gusta brindarles mi ayuda a personas que están solas.
—Vaya, eso es muy honrado por tu parte —alabó el hombre.
—Gracias.
Frank creyó su mentira. Tampoco tenía por qué dudarlo, ya que era cierto que vivían personas mayores.
—Tengo que irme. Gracias por su tiempo. Hasta luego —dijo el hombre.
—Adiós.
Puede que Frank fuese más inocente. Pero Morrison no lo era, y en cuanto supiera la existencia de Caym en aquellos apartamentos, no dudaría en ir allá y verlo por sí mismo.
La cosa se complicaba cada vez más.
Después de haberse ido, los jóvenes salieron de la casa asombrados de la situación. Victoria se posicionó al lado de Caym y preguntó:
—¿Por qué has dado la cara?
—Por su culpa —señaló a Maddie.
Los cuatro miraron a la morena, que empezó a ponerse nerviosa ante las miradas que la juzgaban. Fue un descuido, un estúpido despiste. Su día había empezado de mal en peor. Tenía unas increíbles ganas de llorar y de irse de allí. No quería que aquello hubiera pasado, no fue su intención ni mucho menos, pero ya no había solución. Quería esconderse en sí misma de los jóvenes que la observaban como si los hubiera traicionado. Se sentía culpable.
Y la mirada acusadora de Elliot no le ayudaba.
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