Capítulo 32: El diario
"Presta atención al miedo, aunque no lo creas, es tu amigo."
Laura Jenkins se había quedado muda ante la aparición del bate de béisbol. Fueron tantos recuerdos los que invadieron su mente que no fue capaz de articular palabra. Buscaba una buena forma de comentar un embuste porque sino Dwayne sacaría sus propias conclusiones y nadie quería eso.
Las cosas que sucedieron en Fennoith, tenían que quedarse enterradas en Fennoith. Traer de vuelta un arma de un crimen fue algo que ella no pudo evitar que el nerviosismo se apoderada de su cuerpo. No era agradable de ver que el profesor poseyera entre sus manos el objeto contundente con el que asesinó a su querido hermano. El peor error que pudo cometer, fue no deshacerse del arma cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.
—Ese bate de béisbol es mío, claro que sí —afirmó ella—. Me lo regaló mi padre cuando tan solo era una cría. Es una reliquia que conservaba en el internado, pues me lo llevé cuando fui contratada como psicóloga de los alumnos. Debí olvidarlo cuando todo aquel caos se produjo.
—¿Y cómo explicarías que me lo hayan enviado a mí? —indagó el hombre.
—¿Qué quieres que te responda, Dwayne? No tengo ni la menor idea. Quizá no sepan mi dirección y te lo han enviado a ti para que tú me lo devolvieras.
Laura caminó hasta la cocina, el hombre le siguió detrás y dijo:
—¿Segura que no sabes nada de esto?
—¿Saber qué? —espetó ella sin mirarlo.
Jenkins agarró entre sus manos el teléfono móvil, con disimulo. Le dio la espalda a Dwayne fingiendo servirse un poco de café y texteó con el detective Morrison.
«Necesito su ayuda. Acuda a mi vivienda, por favor. Es importante», le escribió.
—Laura, mírame —dijo el profesor, circunspecto.
Entonces, cuando Laura le obedeció y giró sobre su eje, pudo ver que el hombre tenía entre sus manos una nota escrita con un rotulador rojo, permanente.
—¿Qué quieres? —preguntó ella, molesta.
—«El que acepta pasivamente el mal está tan involucrado en él como el que ayuda a perpetrarlo» —leyó—. Esta nota estaba dentro de la caja, Laura.
—Es una frase de Martin Luther King —respondió ella—. ¿Qué quieres que responda a eso? Sinceramente, no sé qué estás insinuando. Parece que me juzgas de algo, Dwayne.
—Igual la que se siente juzgada eres tú. Intento buscar una explicación a esto, ya que me ha dejado tan descolocado como a ti. ¿Y qué obtengo de tu parte? Contestaciones frías. Vuelves a tener esa actitud cortante como la que tuviste en Fennotih.
Jenkins guardó silencio, observando su rostro. El hombre se acercó a ella, la tomó de las manos con cariño y le dijo:
—Nada de lo que te he dicho lo he hecho para ofenderte, y, si algo te ha molestado, lo lamento.
—Has sido tú el que ha venido con una actitud agresiva y me has puesto el bate de béisbol en mi cara como si ahora jugaras a ser detective. ¿Crees que tengo yo la respuesta de todo?
—No, sé que no tienes la respuesta para todo. Sin embargo, a veces sospecho que tienes respuestas que te guardas para ti misma.
Él soltó sus manos y se separó de ella.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.
La pregunta quedó en el aire cuando el detective Morrison se presentó en la vivienda, llamando con modestia a Jenkins. No entró en casa, a pesar de que esta estaba abierta. Prefirió que ella misma le accediera el paso.
Dwayne miró de soslayo a la mujer y preguntó:
—¿Qué hace el detective acá?
—Hacer su trabajo —respondió ella de inmediato—. Deberías irte. Ya hablamos luego.
Y, sin nada más que decir, el profesor se marchó de la casa dejando el bate de béisbol en las manos de Laura. No le gustaba cuando ella actuaba tan gélida, pues hacía recordarle el pasado; aquellos días en los que le costó ganarse su confianza y afecto. No quería irse de su casa, pero tampoco podía quedarse si ella le había echado educadamente.
Cuando el hombre salió de allí, no cruzó ni una sola mirada con el detective, siguió su camino sin detenerse. Gabriel lo observó marchar con aquella actitud tan amarga y se preguntó qué había sucedido dentro.
—Gracias por venir —le sorprendió Jenkins.
Él la miró curioso y ella lo invitó a entrar.
Laura tenía dudas de contar algunas cosas sucedidas en Fennotih, pero sabía que, si se las guardaba, era peor que no decirlas. Sobre todo las actitudes retorcidas de Bellamy. Así que aquel fue su propósito: contar lo que no se había dicho aún.
☠
Victoria había salido al exterior a tirar a la basura los restos de comida del día anterior mientras sus compañeros descansaban dentro del pequeño apartamento. Cuando lo arrojó, la joven giró sobre su eje y estudió con la mirada el edificio destartalado donde ahora se alojaban, preguntándose:
«El vehículo se quemó cerca de aquí. ¿Y si Morrison investiga el suburbio sobre lo sucedido?»
Era una posibilidad. Morrison era tan curioso e insistente como ellos; no paraba nunca hasta reunir todas las piezas del puzzle.
Por mucho que tratara de odiar todas las acciones que estaba haciendo el detective, sabía perfectamente que era imposible aborrecer a alguien noble. No se merecía si quiera llevar el caso de la joven. Desconocía con quién se la estaba jugando. Sin embargo, Victoria era capaz de cualquier cosa por tal de sobrevivir en el caótico mundo que ella misma se había adjudicado. A veces perdía la razón, la poca cordura que le quedaba, se iba apagando poco a poco, convirtiéndose cada día en el monstruo que siempre quiso ser; la misma aberración que Caym.
Si aquel no era su destino, no quería otro.
«¿Estaría mi madre orgullosa de lo que me he convertido»? Por supuesto que no. Ninguna madre sentiría orgullo de una hija que se ha vuelto una psicópata. Puede que el detonante para sus actos retorcidos fuera Benjamín, pero Victoria nunca fue normal. Ya desde muy pequeña le fascinaba lo macabro, lo oscuro, las cosas que ninguna niña debería conocer ni leer.
¿El abandono de su padre le afectó? Sí
¿La enfermedad terminal de su madre? También.
Desde muy pequeña supo hacerse fuerte, aceptar la vida como la muerte. Conocer a personas nefastas y recibir abusos de los mismos era el núcleo para que su humanidad se fuera apagando conforme los años.
—Cada vez que tuve que saborear tu sangre, presencié en primera persona tus memorias como si fueran mías —dijo el demonio, que había aparecido a su lado—. Y todas esas veces me resultó desagradable a la vez que fascinante.
Ella guardó silencio, y él continuó hablando.
—¿Tienes miedo de algo? —preguntó.
—Que llegaras a traicionarme —respondió.
Caym la observó con atención.
—Soy un monstruo. ¿Qué te hace pensar que algún día mis acciones no te causen una decepción?
Ella dio un paso al frente mirándolo a los ojos.
—Mi alma te pertenece y para eso debes matarme. Si no me conviertes en lo mismo que tú, buscaré la forma de hacerlo. No merezco otra cosa que esa. Porque tú eres yo, y yo soy tú.
Victoria llevó su mano a la mejilla del varón y le acarició con su pulgar. Ambos sabían que en aquella caricia había de todo menos dulzura. Ella lo miraba malévola. Siempre supo como desquiciar a su demonio con solo palabras.
—Somos un dúo, ¿no es así? —dijo él en tono burlón—. Si mantienes eso que llamas esperanza, igual se cumple tu deseo... o acabe siendo la mayor decepción de tu vida.
—Ponme aprueba.
El joven sonrió con suficiencia. Esta vez fue el quien se inclinó, la agarró de las mejillas y le dedicó un beso.
Jugar con algo que sabía que podía traicionarlo en cualquier momento era tan agridulce como el saber que Victoria y Caym se retroalimentaban y que el uno sin el otro estaban vacíos.
☠
Laura Jenkins invitó al detective Morrison a tomar una taza de café mientras pensaba en cómo contarle algunos acontecimientos desagradables del internado. Estaba un poco inquieta, pero no lo demostraba físicamente. No sabía si era lo correcto, y en parte, eso le frenaba. No quería perjudicar a terceros, pero tampoco creía que pudiera dañar a alguien con lo que estaba a punto de contar.
—Dijo que necesitaba mi ayuda —habló Gabriel—. ¿De qué se trataba?
—Hay algunos acontecimientos de Fennoith que no le conté. Tampoco sé si usted lo ha averiguado ya, pero creo que no pierdo nada por confesarlo.
El detective la escuchó muy atento.
—Antes de que llegara Dwayne, hubo otro profesor que era su hermano, Daniel Bellamy —contó.
—Sí, lo sé —respondió.
—Aquel profesor escondía un pasado muy perturbador y espantoso. Yo no lo sabía... hasta que fue tarde. En muchas ocasiones lo intercepté mirando a las adolescentes con una mirada muy poco apropiada. Y, a la que observaba con mucha más frecuencia, era a Victoria Massey —confesó—. Aquel profesor tenía un diario en el cual narraba la obsesión por ella y las fantasías que albergaban por aquella mente de depravado. Yo... Si hubiera sabido la clase de persona que era, me hubiera pensado dos veces congeniar con él. Parecía un hombre centrado, normal, nada fuera de lo común.
—¿Congeniar, en qué sentido?
—Mantuvimos una relación amorosa, que no duró mucho cuando me enteré de sus propósitos e intenciones. A Bellamy le molestaba que Victoria fuera muy curiosa, me amenazaba con que, si yo no le regañaba por entrometerse donde no la llamaban, él lo haría a su modo. Jugaba conmigo con el maltrato psicológico y la mayoría de nuestras conversaciones se centraban en Victoria Massey. Eso hizo que una alarma se activara en mí y lo vigilase de cerca. Una noche, Daniel Bellamy agarró a Victoria en contra de su voluntad, la drogó e intentó abusar de ella.
El detective se asombró de aquello, pues cuando preguntó a Dwayne si supo algunas de las intenciones macabras de su hermano en la estancia en Fennotih, este lo negó rotundamente. Aunque también pensó que su hermano desconocía los actos que pudo hacer y por eso respondió con la negación.
—¿Dónde está Daniel Ballamy ahora?
Jenkins guardó silencio, observando su propio reflejo en la negrura de su café.
—¿Señorita Jenkins? ¿Dónde está Daniel Bellamy? —insistió.
Decirle que ella lo mató cabía una gran posibilidad que Laura fuera detenida, por mucha atracción que el detective sintiera por ella. La mujer no quería esa situación. A pesar de que había confesado una gran verdad, una mentira final no le haría daño.
—Huyó —respondió—. Lo amenacé con llamar a la policía por lo que hizo.
Ambos adultos se miraron a los ojos con fijación.
Fue ahí cuando se percató que el detective le estaba juzgando con la mirada.
Morrison no estuvo muy seguro de aquel final, pero con la existencia del diario de Bellamy, corroboraría la versión de Jenkins.
La última persona que tuvo el diario fue Dwayne.
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