Capítulo 30: Fuego
Maddie fue quién llamó a Victoria con un teléfono antiguo de repuesto para que su padre no sospechara más de lo que ya lo hacía. La última charla que tuvieron padre e hija aquella noche, hizo que la muchacha se preocupara por no estar haciendo las cosas bien y que, por esa razón, Morrison comenzara a indagar en ella y en todos los que la rodeaban. Puede que la chica se estuviera comiendo la cabeza más de la cuenta y que quizá el detective no la señalaba en su lista, pero prefería llamar a los jóvenes por aquel teléfono antes de que su padre ojeara los mensajes que se mandaban.
La situación era más preocupante de lo que imaginaba. El motivo de la llamada fue el siguiente:
La noche empezó con mal pie. Después de la cena, Maddie salió de casa para pasear y sentir el aire fresco de la noche, cuando vio un vehículo oscuro, sin visibilidad en su interior. Estaba estacionado a unas cuantas calles. No quiso prestarle importancia, pero tuvo que dársela al discernir a una joven muchacha rubia acercarse al coche. Fue ahí cuando Maddie apresuró sus pasos hasta alcanzarla y tomarla del brazo. La chica llevaba gafas de sol, impidiendo reconocer su rostro, pero su mentón, y sus labios rosados se le hizo familiar a la adolescente que sus compañeros andaban buscando.
—¿Eres... Melissa? ¿Melissa Sellers? —cuestionó dubitativa.
Alguien encendió las luces del vehículo junto al motor cuando Maddie agarró del antebrazo a la susodicha. La rubia cogió una bocanada de aire asustada y se zafó de su agarre con rapidez. Las luces del coche pareció hacerle señas y la joven misteriosa no dejaba de observar el auto.
La morena intentó por todos los medios retenerla, pero la chica corrió despavorida hacia el auto sin previo aviso.
—¡Hey! ¡Espera! —exclamó Maddie tras ella.
¡Estaba segura que era Melissa! ¿Quién se podría acobardar de esa manera si no era la adolescente secuestrada? Su actitud fue muy sospechosa. Se mostró atemorizada, nerviosa y acongojada. Trató de alcanzar sus pasos acelerados, pero fue inútil. El vehículo condujo hasta Maddie y la amenazó con atropellarla haciendo que ella detuviera sus pasos y cayera sentada torpemente al asfalto. Las luces la cegaban y no podía ver al conductor que manejaba el auto con tanta violencia. Su corazón bombeó impetuoso; creyó que colapsaría allí mismo.
«Matrícula. Apunta la matrícula, Maddie», se dijo a sí misma.
Antes de que el auto desapareciera de la escena, Maddie se quedó con la matrícula y la apuntó en las notas de su teléfono.
☠
Gabriel Morrison estuvo apunto de irse a la cama, cuando la melodía de su teléfono móvil inundó su habitación. Era su compañero Frank. Si llamaba a altas horas de la noche, era porque debía ser importante. No encontraba forma en la que poder descansar -aunque solo fueran un par de minutos- de toda aquella tragedia.
—Hola. ¿Qué ocurre? —habló Morrison.
—¿Recuerdas la señora que murió de una sobredosis en su vivienda? La tía de Melissa Sellers —comentó.
—Sí.
—Había dejado una nota de suicidio. Estaba en el interior de uno de los bolsillos de su pantalón.
El detective alzó ambas cejas, asombrado.
—¿Qué dice la nota?
—«Me obligó a hacerlo» —dijo—. Es realmente extraño, Morrison. Sea quien fuere fue muy meticuloso e inteligente.
Gabriel se sentó en el colchón pensando en aquellas palabras. Cuando inspeccionó la escena, pudo ver las marcas de unas fuertes manos en el cuello de la señora, aparte de las jeringuillas inyectadas en su brazo. Hubo signos evidentes de estrangulamiento, pero Morrison desconocía quién pudo ser.
«Alguien entró en casa de la señora, quiso información y no la obtuvo, por lo tanto optó por amenazarla con estrangularla –pensó una hipótesis–. ¿Cómo es posible? La cerradura no fue forzada, no hubo indicios de pelea física ni de defensa. Ella no se resistió. ¿Entró el individuo por la puerta, o por una ventana?».
La ventana del patio aquel día se encontraba abierta –por la cual había entrado Caym–, y, como era verano, era habitual encontrar los ventanales así. Todo pareció estar correcto. No obstante, ahora supo que se equivocaba. La sobredosis la mató, pero alguien la incitó a hacerlo.
Tantas incógnitas lograron que la somnolencia se esfumase.
Bajó a la primera planta, cuando percibió un sobre arrojado a pocos centímetros de la puerta principal. Alguien lo introdujo. No tenía nombre, no había dirección. Era totalmente blanco y anónimo.
Al abrirlo, pudo apreciar una llamativas letras rojas que desprendía el olor de un rotulador permanente.
«Incluso la persona más dulce del mundo, puede ser envenenada de las malas influencias que la rodean.»
—¿Qué demonios...? —masculló sin compreder la misteriosa nota.
Maddie entró por la puerta encontrándose con la figura de su padre, taciturno al leer la nota extraña. Ambos intercambiaron miradas, y la primera no entendió la situación ni el porqué su padre estaba tan serio. Al percatarse de aquellas letras rojas asomándose por el sobre, se le paralizó el cuerpo. Sin embargo, mantuvo bien la compostura y no dejó que su padre viera una pizca de vulnerabilidad.
—Papá —lo llamó—. ¿Podrías ayudarme a localizar esta matrícula de vehículo?
Morrison observó lo que su hija había anotado.
—¿Puedo preguntar por qué querrías localizar un vehículo?
—Ha intentado atropellarme.
Entonces Morrison frunció su ceño, dejó la nota en el pequeño mostrador de la entrada y abrazó a su hija, preocupado y queriendo saber qué ocurrió.
☠
Los cuatro jóvenes se encontraban en el pequeño salón principal, alucinados de la llamada de Maddie. Si supuestamente vio a Melissa, cabía la posibilidad de que, cuando Lucas creyó verla en los bosques del internado, fuera ella de verdad. Un rayo de esperanza les motivaba a pensar que la rubia sí que estaba viva, pero sufriendo por las manos de un despiadado. Necesitaban saber quién demonios jugaba con la adolescente a su antojo y por qué lo hacía. Parecía divertirse de una manera muy grotesca al mandar aquellas cartas anónimas, burlándose de ellos.
Si realmente aquella chica rubia era Melissa, ¿por qué no huía de allí? ¿Por qué se mantenía callada y obedeciendo?
—Maddie ha podido localizar la matrícula del vehículo —comentó Victoria.
—Quizá su padre lo encuentre y todo esto se acabe —dijo Lucas.
—Asesiné a la tía de Melissa —confesó el demonio.
Los tres adolescentes giraron sus rostros hacia el varón, que no mostró un ápice de arrepentimiento. Estaba de brazos cruzados, mirando cada uno de los rostros de sus compañeros, como si lo que hubiera dicho fuera lo más común del mundo. No esperaban para nada aquella declaración tan repentina y sin venir a cuento.
—¿Por qué? —preguntó Elliot.
—La dejé inconsciente. Le susurré al oído que se matara con la droga que consumía a diario para que así la muerte viniera y su alma me sirviera. Puedo lograr que un humano sea sucumbido en la desesperación, el suicidio o la locura. Ella eligió la segunda. ¿Qué creían, que estando con vosotros no iba a causar tragedias? Incito al suicidio a quien me interesa. Soy el caos en persona. Dejad de mirarme como si no hubierais matado a una mosca. Todos estamos hechos de la misma pasta. Sobre todo tú, Victoria.
La chica lo observó, adusta.
—¿Por qué no lo dijiste desde un principio? —formuló ella, interesada.
—No tengo la obligación de decir las cosas desde un principio, sino cuando a mí me apetece. Además, estamos aquí para recuperar a Melissa, ¿no? Los obstáculos se eliminan —El varón sonrió de medio lado, burlón—. Todo lo hago por ti, Victoria. Ya lo sabes.
—¿Y si Morrison descubre que fuiste tú? —preguntó Lucas.
—Morrison y yo vamos a ser muy buenos amigos —respondió.
No contestó correctamente a la pregunta, pero su respuesta fue curiosa.
La conversación terminó cuando Victoria discernió por la ventana un gran humo que se cernía en la lejanía; un humo negro y espeso. Pareciera que algo se estaba quemando o había explotado. Lo señaló con su dedo índice y llamó a sus compañeros para que lo vieran. Los cuatro se interesaron en aquello, pues era muy inusual y llamativo que, cerca de donde vivían, se estuviera quemando algo. Era como si alguien quisiera llamar la atención. Y lo había logrado. Algo ardía en llamas en un descampado abandonado.
—¿Qué es eso? —preguntó la joven.
—Parece un accidente. Quizás un vehículo —respondió Caym.
Victoria fue la que sugirió ir a la zona e inspeccionar aquello, no sin antes camuflarse con la peluca pelirroja. Los chicos la siguieron, como siempre, y partieron al lugar.
Anduvieron a paso ligero, queriendo llegar de inmediato al descampado abandonado. Tardaron un par de minutos en ir, pero, cuando llegaron allí, el fuego era muy intenso. Caym detuvo sus pasos observando fijamente lo que ardía en aquellas llamaradas. Los tres adolescentes observaron al varón detenido y con una expresión que denotaba enojo.
Era un vehículo negro azabache. No había nadie en su interior, fue un incendio provocado.
—Ese coche que veis arder como el infierno, es el mismo vehículo en el que se subió Melissa —comentó el demonio.
Mientras las llamas descendían, los jóvenes guardaron silencio sin poder hacer nada, viendo cómo las llamas consumían toda prueba de la rubia.
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