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Capítulo 26: Asterisco.

No fue suficiente todas las maldiciones que Caym soltó por su boca ante el despistado joven Lucas, que por culpa de no estar pendiente de la persona que se le aproximaba, ahora lo tenía frente sus ojos, estudiándolo con la mirada. Comenzó a ponerse muy nervioso, sudaba y acechaba diferentes direcciones, queriendo evadirse de la presencia del detective.
Lucas nunca fue bueno mintiendo, los interrogatorios le ponían histérico. Sin embargo, era muy metódico cuando se trataba de confesar verdades como templos. Así que, si tenía que decir la razón por la que se marchó de casa, su madre quedaría mucho peor de lo que ya estaba.

El detective pensó que el muchacho estaba perdido y desconcertado, pues su actitud azogada le daba a entender aquello. Claro estaba el hecho que, por lo que había comentado la señora Ashworth, Morrison imaginaba que Lucas vivía en la calle, resguardándose en cualquier callejuela de la ciudad, sobreviviendo a la intemperie.

Maddie miraba expectante la situación, dedicando miradas cómplices con Lucas. Deseó con todas sus fuerzas que su padre no le hablase, pero ya era demasiado tarde.

—¿Eres Lucas Ashworth? —formuló.

—Depende quién lo pregunte —respondió el joven, jugando con los dedos de sus manos, nervioso.

Morrison le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

—Me llamo Gabriel Morrison, soy detective. Sé que estuviste en Fennoith. Hace poco estuve en tu casa, quería hacerte algunas preguntas, pero tu madre no supo dónde estabas.

—Esa ya no es mi casa —espetó.

—Entiendo. ¿Necesitas ayuda en algo, Lucas? Puedo proporcionarte protección si lo deseas.

—¿Protección en qué sentido? ¿Enviándome a asuntos sociales y que de mí se hagan cargo? No necesito ese tipo de protección, además, lo que yo haga con mi vida no es incumbencia de nadie. Si planea enviarme con mi madre, ya le digo que me niego.

—No haré nada en contra de tu voluntad. Puede que tengas tus motivos en no querer vivir con tu madre, pero la calles no son seguras. Ese no es mundo para ti.

—¡Mi mundo era mi madre! —exclamó con pesar—. Yo quise protegerla del borracho de mi padre, de las palizas que le propinaba a diario. Nunca me lo agradeció; me tachó de monstruo; de psicópata y de enfermo mental. ¿Sabe cómo se siente ser rechazado por una persona que la tenía en un pedestal? No conocía la dependencia emocional hasta que vi la reacción de mi madre cuando murió mi padre. A pesar de lo mal que lo pasó con ese engendro, me culpa por hacer lo que hice.

Morrison permaneció en silencio y Lucas continuó hablando.

—Ahora estoy bien estando solo. No necesito cuidados de nadie, sé valerme por mí mismo.

—Por lo poco que he averiguado de ti, tengo entendido que tienes ezquizofrenia paranoide. ¿Estás seguro que puedes estar solo?

Lucas se cruzó de brazos.

—Llaman esquizofrenia paranoide a algo que no muchos quieren asimilar. Yo no tengo ninguna enfermedad mental, eso es lo que ha ido contando mi madre.

Morrison no podía creerle, pues Jenkins también había afirmado que el joven padecía aquella enfermedad. Sin embargo, el detective solía ser muy comprensivo y sentía mucha lástima por aquel varón. Sobre todo sabiendo el rechazo que le dedicaba su madre.

Hubo algo que le llamó sobremanera la atención: Si supuestamente Lucas vivía en la calle, su aspecto no lucía desaliñado ni descuidado. La ropa que portaba estaba limpia y pulcra. No era lógico que un joven que llevaba tiempo viviendo en mugre, no tuviera su rostro sucio ni sus ropas raídas.

—¿Vives en la calle o con algún familiar? —inquirió.

—No es asunto de nadie —respondió enfadado.

Sí, estaba mosqueado. Desde que Morrison había sacado el tema de su madre, obtuvo que el chico se pusiera malhumorado. Hablar de ella no le resultaba agradable.

—Lucas, no es necesario mostrarse a la defensiva. No quiero hacerte ningún daño.

—La policía ya no es de fiar —murmuró.

—¿Y de quién podrías fiarte, sino?

En ese preciso instante, el demonio había logrado que sucediese un pequeño accidente automovilístico en la carretera, usando un poco de su poder sobrenatural logró que uno de los dos autos fallase y perdiera el control chocando con otro. Los dos conductores salieron ilesos, pero uno de ellos quiso ensañarse con el otro por el inesperado descuido. El bullicio de sus voces discutiendo hizo que Morrison girara sobre su eje, prestando atención al escenario.

—¡¿Acaso conduces ciego?! ¡Mira lo que le has hecho a mi auto! ¡Maldito seas! —chilló el individuo.

El gentío de personas alrededor y la atención de Morrison, fue una vía de escape para que Caym saliera de la farmacia, agarrase la muñeca de su compañero y echasen a correr, huyendo excelentemente de la presencia del detective.

Cuando Gabriel quiso buscar a Lucas con la mirada, el adolescente se había esfumado como humo llevado por el viento. Sin duda, le dejó con muchas preguntas en su mente y pocas respuestas.

    ☠

Después de haber despistado al detective, Lucas se soltó del agarre del demonio para recobrar el aliento perdido tras echar a correr. No podía seguir el ritmo tan apresurado de alguien como lo era Caym y necesitaba aspirar oxígeno antes de que le diera un colapso. Para colmo, la falta de energía que sentía lo dejaba derrotado. Al menos al varón le había dado tiempo a comprar el dichoso suplemento vitamínico, que si no fuera por ello, Morrison no hubiera descubierto la presencia del castaño.

El pelinegro le lanzó el medicamento al aire esperando que este lo agarrarla al vuelo, que así hizo.

—La próxima vez que te esté llamando, hazme caso —le regañó Caym.

—No te escuché. Lo siento.

El varón frunció el ceño.

—El mundo es muy pequeño cuando tratas de huir de aquellos que quieren atraparte.

—Ya me he dado cuenta —murmuró.

—Al menos has sido inteligente y no has dicho nada sospechoso. A veces los nervios te pierden.

Lucas sonrió.

—Morrison sabe cómo intimidar para lograr que digas la verdad —continuó hablando—. Le gusta indagar a fondo hasta encontrar alguna fibra sensible. Es posible que no sea la última vez que te encuentres con él, así que estudia tu actuación o estamos jodidos.

—Pareces conocerlo mejor que nadie. ¿Has hablado varias veces con él?

—Por desgracia, sí. De todas formas, me divierte jugar con él. Es gracioso despistarlo —dijo con un ápice de burla.

—Igual él también puede estar jugando contigo.

Eso hizo que Caym lo mirara a sus ojos pardo. No respondió a su comentario y dijo:

—Vámonos al apartamento antes de que suceda algo peor.

Su compañero asintió y ambos anduvieron.

    ☠

Mientras los dos varones llegaban, Victoria y Elliot se hallaban sentados en el sofá, uno al lado del otro. La joven lo observó de soslayo, acechando su perfil. Estaba entretenido ojeando su teléfono móvil. Tampoco quería espiar que estaba haciendo, pero estaba segura que se estaba enviando mensajes con Maddie.
La muchacha se tumbó en el sofá y apoyó sus piernas en el regazo de Elliot, quien dejó de estar pendiente para mirarla.

—Le dije a Maddie cuál era su límite —confesó ella—. Hace unos días vino buscándote y, como no me fio mucho de su persona, le insinué que todo ser humano tiene un límite. Comenté que, si tú algún día la llegases a lastimar, ella no dudaría en contar todo lo que sabe a su padre.

—¿Y qué te respondió?

—Me esquivó el comentario, suplantándolo por otro. Dijo que necesitamos la ayuda de su padre para encontrar a Melissa.

Elliot siguió escuchándola.

—¿Crees que Maddie puede llegar a traicionarnos? —formuló ella.

—Hasta el momento no ha demostrado que vaya a hacerlo, pero toda persona es capaz de traicionar a otra. Hoy en día es más fácil causar dolor, que mostrar afecto y comprensión.

—Cierto.

—¿Quieres saber algo? Morrison es muy buena persona. Si no fuera por la profesión que tiene y sus objetivos, no sería nuestro enemigo.

Victoria lo miró atenta.

—Sí algún día tengo la ocasión de encontrarme cara a cara con él, no dudaré en defenderme, por muy buena persona que sea. Si mi labia no funciona para justificar mis asesinatos, lo hará la fuerza. Yo no maté a gente inocente, Elliot. Asesiné a parásitos podridos por dentro, que no merecían estar en este mundo.

—Lo sé.

—Soy como... El sicario del diablo. Lo hice por órdenes y disfruté de ello.

Elliot soltó una risa sarcástica.

De pronto, una llamada entrante hizo vibrar el móvil del varón. No podía imaginar quién podía ser, y tampoco solía responder a números desconocidos. Sin embargo, recordó que había dado su número al pegar los carteles de Melissa por si alguien la veía o la conocía, que llamaran a aquel número. Hubo tensión, tanta que ambos se incorporaron del sofá observándose los rostros.

Entonces, Victoria ordenó que contestara y así lo hizo.

—¿Diga?

Una respiración suave se escuchan tras la llamada, pero no hablaba nadie. Le recordó a la misma respiración cuando llamaron a la casa de Newell y nadie se pronunció en el teléfono. ¿Quién era aquel sospechoso y por qué prefería escuchar sus voces antes que hablar? ¿Por qué no se manifestaba de ninguna manera?

Era inquietante y siniestro, pero a la vez triste y desesperanzador. Muchas veces necesitaban la pequeña dosis de oír la voz de la rubia, aquella voz tan dulce y difícil de  olvidar, que les asegurase que ella estaba bien.

—¿Melissa? —pronunció Elliot, dubitativo.

La respiración seguía ahí, latente, pausada y tranquila. Fue ahí cuando Victoria agarró el teléfono y habló ella.

—¡Si eres Melissa, pulsa asterisco!

Entonces, el extraño sujeto pulsó asterisco y colgó la llamada.

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