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Capítulo 20: Pequeños Psicópatas

«Para mentir todos tienen razones y la más común es el miedo».

Dwayne se presentó en casa de Laura Jenkins queriendo disculparse por su inapropiado comportamiento. Su rostro denotaba arrepentimiento y ella pudo darse cuenta de su gesto. Le rogó perdón por intentar sobrepasarse con sus actos seductores, pues reconocía que fue una situación desagradable para la mujer. Intentar besarla después de todo lo sucedido en Fennoith, sobretodo, lo pasado con Bellamy. Su actitud no fue la mejor con una psicóloga a la que no veía hacía más de un mes.

El hombre se adentró en la vivienda tomando asiento en la sala de estar. Apreció las galletas caseras servidas para los chicos escondidos en el piso de arriba. Algunas migajas estaban esparcidas por el sofá y aquello lo había extrañado. Imaginó que alguien estuvo en casa de la mujer antes de que él llegara. Jenkins vio como este frunció un poco el ceño cuando percibió las migajas. Sin embargo, no preguntó por ello. No era inteligente juzgarla otra vez, cuando había venido expresamente a disculparse por su comportamiento.

—Lamento mi actitud de antes —comenzó a hablar—. Quizás te pude juzgar de algo que tú no tienes ni idea. Si te hice sentir incomoda, discúlpame.

—No llegué a comprender porqué la insistencia en conocer el paradero de antiguos alumnos.

—Si pude conocer un poco el expediente de esos jóvenes, fue gracias a ti, Laura. Incluso sabrás que llegué a intentar proteger a Victoria de sus despiadados compañeros. Esa chica, a pesar de sus problemas psicológicos, no le causaba un mal a nadie; eran los otros los que pretendían incordiarla por ser sangre nueva.

—¿Te estás justificando de algo?

—No, por supuesto que no. Lo que quiero decir es que, puede que te haya dado una impresión errónea anteriormente. No pretendo ir a la policía, ni mucho menos. Es un asunto que no me concierne.

—Para ser un asunto que no te concierne, le estás dando muchas vueltas.

Dwayne suspiró.

—Sé las vueltas que le estoy dando.

—¿Por casualidad tienes miedo de que Victoria Massey, una vez sea localizada, cuente a la policía lo que intentó hacer tu hermano Bellamy con ella y tú salgas perjudicado por llevar su apellido? -indagó la mujer.

—¿Por quién me tomas, Laura? El historial que haya podido dejar mi hermano no significa que toda la familia seamos iguales.

—Aunque un miembro de tu familia sea un depravado, la familia siempre intentará protegerlo.

—No en nuestro caso.

—Entonces, ¿a qué se debe el interés en Victoria y sus amigos?

—Se debe a que me gustaría ayudarlos a no ir a la cárcel —comentó—. Son simples adolescentes con toda una vida por delante. Lucas Ashworth solo es un enfermo, Melissa Sellers tiene depresión, Elliot Lestrange un afectado emocial por la muerte de Kimmie, Victoria Massey por asesinar a un hombre y su amante con motivos, y Caym Sybarloch... —dejó su nombre en el aire al no poseer información de ese joven.

—Caym Sybarloch siempre fue la mano derecha de Victoria —informó ella—. Si no quieres que ellos vayan a la cárcel, entonces las únicas opciones serían: ayudarlos a salir del país, o que, por ser adolescentes, acudan a un centro de menores.

El hombre se llevó las manos a la frente, frotándola con frustración.

Y fue en esa pausa de silencio cuando un extraño ruido se pronunció en el piso de arriba. Dwayne miró a Jenkins esperando oír una respuesta del estruendo, y ella respondió de inmediato:

—Es mi sobrina pequeña. Está jugando.

—No sabía que tuvieras hermanos.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí.

Lucas había volcado sin querer uno de los botes de champú de la bañera ocasionando que aquel estruendo lo oyera Dwayne. Quería buscar un escondite mejor, pero no quería estropear la situación, saliendo del baño llamaría la atención. Estaba tan nervioso allí dentro que hacía avivar su torpeza. Cada cosa que tocaba, la arrojaba logrando que la discreción no fuese su fuerte.

Elliot acudió en su búsqueda malhumorado de todo el ruido que estaba ocasionando.

—¡Lucas! —bisbiseó—. Ven aquí ahora mismo.

—Lo siento, aquí dentro las cosas se caen.

—No se caen si te estás inmóvil. Pareces un pez fuera del agua.

Agarró su muñeca obligándole a salir de la bañera y ambos se escondieron bajo la cama de Jenkins.

Victoria observaba la situación a través de las pequeñas aberturas del vestidor. Desde el piso de abajo se oían con claridad las voces de ambos adultos. Si no fuera por la actitud arrepentida de Dwayne, hubiera salido y creado una masacre si fuera necesario. Sin embargo, el hombre había mencionado que quería ayudarlos, cosa que la dejó un tanto sorprendida. No imaginó en ningún momento que el profesor deseara brindarles ayuda. Resultaba cuando menos extraño.

—¿Alguna vez viste en Dwayne algo extraño? —preguntó la joven en voz baja hacia el demonio.

—¿Algo extraño como qué?

—Su alma negra, como la de su hermano.

—Si la hubiera visto, hubiera caído como su hermano. Aunque...

—¿Aunque, qué?

—A veces, depende de qué signos religiosos lleven como accesorio, el alma podrida se camufla mejor. Parecido a mentirte a ti mismo de que, si llevas una cruz, no irás al infierno. Véase algunos curas que abusan de los infantes.

—O sea que, los signos religiosos camuflan las almas negras. ¿Por qué no me informaste eso desde un principio?

—Porque parte de mi trabajo consistía en que tú lo averiguaras, yo era un simple instructor de mi propio juego. Te tocaba a ti jugarlo.

Entonces debían averiguar la forma de saber si el profesor tenía una cruz como colgante o cualquier signo religioso que creyera protegerlo.

Maddie llegó a casa. Iba dispuesta a subir las escaleras hacia su habitación cuando su padre la detuvo, llamándola para que se acercara a la cocina. La muchacha acudió a su llamado y observó al detective preparando la cena. En la isla de la cocina habían depositados algunos papeles que ella sintió interés en leer, pero no quería ser demasiado obvia así que lo estudió de soslayo.

«Anne tenía fuerte marcas en su cuello antes de morir de una sobredosis, lo que me llega a pensar que alguien quiso ensañarse con ella. Las marcas parecían de unas manos monstruosas, pero varoniles».

—¿Quieres puré de patatas o ya has cenado en Baninie? —preguntó Morrison.

—Ya he cenado, pero guárdame un poco. ¿Cómo vas en tu investigación?

—Lento, pero avanzando un poco más cada día. ¿Cómo te ha ido a ti en el trabajo?

—Bien, como siempre.

—¿Se han pasado tus amigos por allá?

—¿Amigos?

—Ya sabes, Elliot y Caym.

Maddie se entristeció un poco.

—No, creo que estaban ocupados hoy.

—¿Confías en ellos?

—¿Otra vez con eso, papá? Ya sé que Elliot estuvo en Fennoith, pero no por ello lo convierte en un asesino. Además ya sabes el dicho: «Hay que tener amigos hasta en el infierno».

Morrison soltó una risa.

—Tengo todo el derecho en preocuparme por mi niña. Es normal que esos jóvenes me causen cierta intriga.

—¿Estás investigando sobre mis amigos?

El hombre guardó silencio, centrado en servir la cena.

—¿Papá? —insistió ella.

—¿Hace falta que te responda? Todo aquel que haya pisado los suelos de Fennoith es sospechoso, Maddie.

—Ya veo que tu interés por saber si mis amigos han llegado hoy a Babinie no era por interesarte en el día de tu hija, sino en el de ellos. ¿Puedes por unos minutos dejar de ser «El detective Morrison» y hacer de padre?

—Lo siento, hija. No quería que te sintieras así. Sabes que me interesa como te va en tu día a día, pero debes entender que parte de mi trabajo consiste en investigar.

—Y yo solo te digo que olvides tu trabajo cuando llegues a casa. Me voy a dormir —espetó.

Tenía razón. Últimamente Morrison estaba tan abducido en sus investigaciones que apenas conseguía tiempo para su hija. Había pasado cantidad de situaciones que impedía que se concentrara una vez llegara a casa, sobretodo, con la reciente muerte de Anne.

Sostuvo los papeles de la encimera y los examinó con detenimiento. Fue pasando cada folio hasta que se detuvo en la fotografía de la joven Victoria. Miró la imagen con ahínco y, acto seguido, soltó un largo suspiro.

—¿Fue motivo suficiente tu caótica vida para convertirte en una posible criminal? —dijo Morrison, hablándole a la fotografía.

Claro estaba el hecho de que no se sabía aún si la joven Victoria cometió los crímenes en su hogar, pero era la principal sospechosa hasta que se demostrase lo contrario.

El profesor había subido a la segunda planta aprovechando que Laura se dirigió a la cocina a por algo de beber. Necesitaba acudir al baño, pero también sentía curiosidad por estudiar aquella sotisficada y refinada vivienda. Ella mencionó que su sobrina pequeña estaba deambulando por ahí, sin embargo no percibió la presencia de ningún infante. Algunas habitaciones permanecían cerradas por lo que dedujo que se encontraba en cualquiera.

Fue ahí cuando él discernió el dormitorio de la mujer. La puerta estaba entornada y la oscuridad que desprendía esta le hizo descubrir cómo estaba decorada. Deslizó la entrada visualizando todo a su alrededor. A simple vista pudo fijarse en un hermoso cabecero estilo árabe, y un gran vestidor color blanco. Era acogedora, con colores cálidos y elegantes.

Los jóvenes que allí dentro permanecían ocultos sus latidos se aceleraron. Tenían al dichoso profesor a tan solo pocos pasos y no le apetecían para nada ser descubiertos. Ni siquiera tenían muy claro qué tipo de intenciones ocultas guardaba Dwayne. ¿Había un plan o realmente deseaba ayudarlos? Si algo enseñó Fennoith, fue a no confiar ni en sus propias sombras.

Victoria y Caym lo observaba con vehemencia a través de las rendijas del vestidor. Llevaba un traje elegante veraniego, sin ningún tipo de accesorio religioso decorando su cuello o muñecas. No pareciera portar ninguna cruz.

Los ojos celestes del profesor observaron las rendijas del vestidor. Su mirada fue tan lenta, tan pausada que casi pareciera burlarse con un simple «os veo».

—¿Dwayne? —lo llamó Laura desde abajo.

Él salió de allí en silencio y acudió a su llamado.

Dwayne se percató a través de las ventanas del hogar de un auto azul oscuro estacionado justo al lado de la casa de Laura Jenkins. Era el vehículo de Elliot.

—¿De quién es ese auto? —inquirió a la vez que lo señalaba por la ventana.

—Es de... Mi hermana.

—Pues creo que alguien se ha molestado con ella. Parece que le han rayado el coche y le han dejado una nota en el parabrisas.

Justo al decir aquello, Laura salió de la casa dejando a Dwayne dentro y Elliot salió de su escondite para observar con discreción por la ventana de la habitación quién había sido el intruso que se había molestado con su vehículo.

Jenkins observó las profundas rayaduras, quizás ocasionadas con algún objeto punzante, como una llaves o un vidrio roto. Agarró la nota del parabrisas y la abrió. Quedó boquiabierta al ver una letra escrita en mayúsculas color rojo muy llamativo. No obstante, lo sorprendente no era el color, sino el perturbante mensaje.

«Los pequeños psicópatas merecen ir al infierno. Los pequeños psicópatas merecen la muerte».


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