Capítulo 2: Ella no está
«Nada merece más amor, que nuestro propio infierno».
La tía de Melissa había arrojado un par de fotografías de la rubia por la ventana en dirección hacia los cuatro jóvenes que en su porche se encontraban. Victoria alzó la mirada desafiante a la señora, pero la mujer no se detuvo en tirar algunas de las pertenencias de la chica. Acto seguido, gritó que se marcharan de su casa o llamaba a la policía.
Lucas fue quien agarró todas los retratos de su amiga para protegerlas como si de oro se tratara. Los ojos del castaño se humedecieron al observar la sonrisa resplandeciente de ella, congelada en aquellas imágenes.
—¡Es usted una hija de puta! —Exclamó Victoria señalándola con el dedo índice.
La señora alzó su dedo medio dedicándole una peineta. No le importaba cómo la llamara. A lo largo de sus años le habían dicho cosas peores y que una simple chica en su adolescencia le diera su opinión, no era algo que le fuera a quitar el sueño.
—Vámonos antes de que esta loca llame a alguien —alegó Elliot dirigiéndose al auto.
—¿Y adónde crees que vamos a ir? —inquirió la muchacha deteniendo sus pasos—. No podemos salir de la ciudad sin Melissa. Para colmo, soy buscada por la policía.
Lucas y Elliot contemplaron a su compañera ante la carencia de aquella información. No sabían por qué estaba siendo buscada por la policía ni qué había hecho fuera de Fennoith para que trataran de localizar el paradero de la chica.
Cuando Victoria asesinó a la cocinera —Andrés—, nadie la nombró del asesinato, pues se aseguró de encerrar a la mayoría de las personas que mencionara su nombre en un futuro. Los únicos que estuvieron presentes fueron Elliot y la enfermera Margarett. No obstante, por la información que contó Elliot, el profesor Dwayne fue quien llamó a los susodichos ante el disparo que resonó en el internado y el evidente crimen.
—¿Por qué te buscan? —indagó Lucas con timidez.
—Por asesinar a mi padrastro y el ama de llaves, su amante.
—Era de esperarse —dijo Elliot, encogiéndose de hombros.
—Espero que tengáis las suficientes agallas para vivir este infierno, porque no me iré de aquí sin encontrar a Melissa, ¿queda claro? —espetó cruzando los brazos sobre su pecho.
—Siempre hemos estado juntos en la mayoría de los problemas, así que por unos cuantos agentes que te estén buscando no van a alejarnos de ti —comentó Lucas.
—¿Elliot? —Le llamó ella esperando oír su opinión al respecto.
—No me iré a ninguna parte, sea lo que fuere que has hecho, Massey.
—Bien.
Elliot observó a Caym de soslayo, quien se percató de su indiscreta mirada. El chico presenció la última vez que lo vio, como succionaba el aberrante alma de Andrés Espino para devolverla al lugar donde pertenecía. Hizo aquello pensando que jamás volvería a ver a los amigos de su adorable Victoria, pero se arrepintió cuando Elliot recordó lo que hizo delante de sus narices. Se miraron mutuamente durante algunos segundos, hasta que el demonio carraspeó y se metió en el auto.
—No disponemos de ningún hogar en el que dormir —dijo Lucas
Victoria guardó silencio durante algunos segundos. Estaba pensando la disponibilidad de alguna vivienda. A pesar del dinero que poseía, se negaba a comprar cualquier disparate con la tarjeta, pues era lo suficientemente lista como para saber que se podía localizar a una persona mediante las compras que hacía a través de la tarjeta de crédito. No iba a correr el riesgo con los agentes. Llevaba solo el dinero que necesitaba para sobrevivir el día a día.
Por lo que se conocía, el director Newell había huido a Dios sabe dónde, eso quería decir que, quizás, su casa estaba vacía. Se desconocía cuándo volvería, pero dado que Elliot era su sobrino, no había problema en estar de okupa en una vivienda que no era de ellos... O eso imaginaba. ¿Quién querría ir a casa de Newell?
—Tu tío se ha fugado, ¿no es así? —indagó ella—. Su casa será nuestro refugio hasta nuevo aviso. ¿Newell tiene mujer o hijos?
—Divorciado. Mis primos no viven en esta ciudad, ni tampoco mi tía.
—Punto para nosotros. Vámonos.
Dicho aquello, se subieron al auto y partieron al destino.
☠
El detective Morrison estaba pidiendo dos cafés para llevar antes de ponerse a investigar el paradero de la adolescente. Su compañero, Frank Downer, lo esperaba a la salida de la pequeña cafetería. La joven chica, que servía los cafés en dos tazas de plástico, sonreía con dulzura al hombre que esperaba con el dinero en mano. La susodicha tenía atado a la cintura el delantal con el nombre del bar y en su camiseta estaba escrito su nombre «Maddie» en el lado izquierdo por encima del pecho. Su media melena castaña por encima de sus hombros conjuntaba muy bien con su rostro fino y sus ojos avellanas. Su piel era tostada, un bronceado bonito y sutil.
—Aquí tienes los cafés para llevar, papá —dijo la muchacha con amabilidad.
—Gracias. Quédate el cambio, Maddie.
Maddie trabajaba a tiempo parcial en aquella cafetería los fines de semana. Siempre quiso ganarse su propio dinero para ahorrar en un futuro y poder permitirse ir a una buena universidad. No quería ser «la niña de papá», ni mucho menos. Quería ser una mujer que supiera valerse por sí misma y no depender de nadie.
—Ve con cuidado —dijo la chica a su padre.
Morrison le dedicó una sonrisa sin decir nada más.
Al salir de allí, su compañero Frank sostuvo el café que le tendía Morrison. Ambos le dieron un sorbo mirando a los transeúntes que caminaban con mucha prisa como todas las mañanas. Hacía un día resplandeciente.
—Bueno, novedades —dijo Gabriel Morrison—: Nadie robó la fortuna de los Massey, no ha desaparecido una suma grande de dinero. Las dos personas asesinadas fueron el padrastro y el ama de llaves. El historial del hombre asesinado, tenía una reputación de ser «un busca fama», algunas de las mujeres que estuvieron con él comentan que, en más de una ocasión, afanó gran parte de sus billetes cuando ellas no accedían casarse con él. Menudo chupa sangre.
—Hay de todo en este mundo —opinó Frank encogiéndose de hombros.
—La chica aún sigue por ahí —soltó un suspiro conforme miraba su taza de plástico—. Tenemos la foto de ella. Los vecinos de su barrio residencial comentaron que era una chica problemática, que, en más de una ocasión, la oyeron gritar barbaridades hacia su padrastro. Fue trasladada al internado Fennoith.
—¿El internado para alumnos problemáticos? ¿No fue allí dónde se cometió aquel crimen?
—Sí. El bastardo de Andrés Espino se las ingenió muy bien para pasar desapercibido en la sociedad.
—Habrá que ir de nuevo a Fennoith.
—Exacto. Súbete al auto, nos espera un largo camino.
Ambos terminaron de beber el café y lo arrojaron a la papelera más cercana. Hecho aquello, se subieron al auto en busca del internado.
☠
La casa del director Newell estaba muy desordenada por dentro. Varias de las prendas de ropa de su armario se hallaban esparcidas por su habitación; los cajones estaban revueltos como si el hombre antes de huir, llevara toda la prisa del mundo para fugarse de la ciudad lo antes posible. Las cartas sin leer dejadas en su buzón, indicaban que se había marchado justo el mismo día que Victoria se alejó del internado. Era toda una incógnita el por qué se escabulló de todo aquel drama y qué era lo que le daba tanto miedo como para desaparecer. Newell siempre fue un hombre misterioso.
No tuvieron dificultad en entrar a la vivienda, pues Elliot sabía donde guardaba una llave de repuesto. Victoria estudió la casa con la mirada. Había un piso de arriba donde supuso que tenía más habitaciones. No estaba nada mal para permanecer allí durante algún tiempo, era mejor que dormir bajo un puente. Además, Newell seguro guardaba muchas angustias en su vida como para preocuparse qué sería de su hogar.
—Tengo hambre —comentó Victoria dirigiéndose al frigorífico.
Hizo una mueca de repugnancia cuando presenció comida pasada en un plato. Se llevó la mano a la nariz y se alejó de la cocina.
—No tenemos comida. No sé como diablos vamos a alimentarnos. ¡Está todo podrido! —se quejó ella.
Caym la siguió detrás, se acercó a ella y le dijo:
—Ahora es cuando dices que desearías no ser humana para no tener que alimentarte nunca más.
—Cállate —espetó.
—Oye, he pensado imprimir esta foto de Melissa para hacer carteles de «se busca» —habló Lucas mostrando la fotografía sonriente de la rubia.
Victoria se quitó la peluca rubia que cubría su cabello azabache y la dejó en la mesita de entrada. Se arregló su cabello y observó a su compañero.
—Es una buena idea. Miraré si Newell tiene impresora.
—Te acompaño.
Cuando Caym iba a seguirlos detrás, Elliot lo detuvo sosteniendo su brazo. Ambos varones se miraron mutuamente, el primero sabía lo que iba a decirle y el segundo quería corroborar si lo que concurrió fue real. Bastantes dudas tuvo del demonio en el internado como para no querer indagar en su persona.
—Se mira, pero no se toca —comentó Caym apartando la mano de su brazo.
—¿Qué es lo que eres? Te vi hacer esa horrible cosa. ¡Aspiraste una masa negra del asesino de Kimmie! —Exclamó en un susurro alto.
Él puso los ojos en blanco con hastío para luego contestar.
—Demonio, monstruo, espíritu maligno, ángel caído... Llámalo como te dé la gana.
—¿Qué?
—Mi trabajo consiste en aspirar todas las almas corrompidas en malicia. Victoria me invocó para deshacerse de su «familia». Esto que ves aquí —se señaló así mismo con picardía—, no es más que un cuerpo. Mi verdadero aspecto te causaría ser un interno en un psiquiátrico. ¿Qué más? Ah, sí: Me llamo Caym Sybarloch y soy un demonio especializado en la venganza de los humanos. Te lo he dicho de manera poética, de manera en la que vosotros lo pintáis en la televisión, pero disfruto mucho con la sangre, las vísceras y demás manjares. Ya está.
Lo había soltado. No sabía si aliviarse o arrepentirse de haberlo hecho.
Justo detrás de él, escuchó como alguien se desplomaba en el piso. Sonó como una sandía cayéndose, y en parte le resultó gracioso, pero cuando vio de la persona que se trataba, soltó un gruñido.
Lucas se desmayó al oír aquella confesión.
—Fantástico.
Victoria bajó las escaleras con los carteles en su mano y regañó a Caym por no percatarse de la presencia silenciosa de su compañero.
—¡Por qué lo hacéis todo tan normal! —bramó Elliot atónito de la confesión—. ¡Es un maldito demonio!
—¿Y qué? Está aquí por mí, no por vosotros. Si él quisiera haceros daño, ya lo hubiera hecho —habló Victoria con desdén.
Caym asintió.
—¿Qué esperabas, Elliot? Ya tenías tus sospechas, ¿no es así? Ahora échale huevos y no seas cobarde —añadió Caym.
El varón aupó a Lucas para tumbarlo en el sofá hasta que despertara. Elliot farfullaba palabras para sí mismo, haciéndose a la idea de que aquel chico con apariencia humana no era nada más que una falsa. Claro que tuvo sus sospechas de qué era realmente Caym, pero cuando dos personas afirmaban que era un monstruo, fue como si la realidad se mofara de él.
Victoria hojeó la agenda que se llevó del internado y observó el número de teléfono de la psicóloga Jenkins. Melissa y Jenkins siempre se tuvieron un cariño especial, por eso no dudó que, quizás, ella estaba con la psicóloga. Agarró un cargador que Newell tenía y encendió su teléfono. Tardó unos segundos, pero cuando por fin se desbloqueó, marcó el número de Laura.
La mujer tardó cuatro tonos en contestar.
—¿Dígame? —La voz de la psicóloga se oyó de repente.
—¿Psicóloga Jenkins? ¿Está Melissa contigo? —formuló Victoria con prisa.
—¿Quién me llama? —preguntó ella con recelo.
—Soy Victoria.
—¡Dios mío! ¿Victoria Massey? ¡Tú cara está en las noticias!
—¿Dónde está Melissa?
—Melissa no está conmigo. ¿Acaso ocurre algo malo?
Victoria se despegó el móvil de la oreja y apretó su mandíbula. Tuvo la pequeña esperanza de que su amiga estuviera a salvo en manos de la psicóloga, sin embargo, aquellas palabras golpearon con dureza su corazón. La psicóloga siguió pronunciando su nombre con preocupación a través de la llamada y Victoria había dejado su mirada perdida en algún punto del salón.
Caym le quitó el teléfono de las manos para proseguir indagando en la psicóloga.
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