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Capítulo 15: Solo por ti

Lucas atendió la llamada del profesor Dwayne, nervioso. Su pulso se aceleró con impaciencia de saber si el señor sabía algo de Melissa. Deseaba que así fuera y que conociera el paradero de la joven desaparecida para así ir en su búsqueda. No quería perder la esperanza tan pronto, pues algo le decía que ella no estaba muy lejos.

—¡Hola, profesor Dwayne! —comentó Lucas, inquieto.

—¿Quién eres? —indagó él, adusto.

—Soy Lucas Ashworth, fui su alumno en Fennoith.

Dwayne no respondió a eso y Lucas siguió hablando.

—Le llamo para preguntarle si sabe algo de Melissa Sellers. Ella ha desaparecido y estamos tratando de encontrarla.

—Lamento decirte que no sé nada de ella —respondió haciendo que a él le diera una punzada en su corazón—. Creo recordar que la vi merodeando por la entrada del internado días después de que Victoria huyera. Parecía esperar impaciente a alguien.

—¿No sabe con quién se pudo marchar o adónde?

—No. Cuando llegaron los padres de los alumnos para trasladarlos a un nuevo internado, pensé que ella se marchó con sus respectivos familiares. ¿Habéis hablado con la policía?

El joven guardó silencio sin saber qué responder y el profesor se percató de su circunspección. Recordó que Lucas había hablado en plural al mencionar que estaban tratando de localizar el paradero de la rubia y dado que era amigo de Victoria, este comenzó a sospechar que el grupo estaba reunido.

—Lucas, no seas cómplice de algo que no te conviene. No salves a nadie, sálvate tú.

—¿Qué? —masculló, confuso—. ¿De qué me está hablando?

—Te hablo de Victoria Massey. Si estás con ella, aléjate cuanto antes. No es buena persona, te causará problemas. ¿Has visto las noticias? Sabrás de lo que hablo.

Lucas apretó su mandíbula, furioso. Era irónico que le advirtiera de cómo era Victoria cuando en Fennoith se empeñó en ser afable con su alumna. Quizá el hecho de enterarse que pudo haber cometido un grave crimen le atemorizó.

—Los medios de comunicación manipulan las noticias como les da la gana. ¿Qué es para usted una buena persona? ¿Su hermano Bellamy lo era? La mayor parte de los problemas del mundo se deben a la gente que quiere ser importante; Victoria no es un problema, es una solución.

—Lucas...

—Si no sabe nada de Melissa, tengo que colgar —interrumpió el varón—. Por favor, llame a este número si sabe algo de ella. Hasta luego.

Dicho aquello, colgó la llamada malhumorado. No era el más indicado para insinuar que la joven Victoria era una persona tóxica y mala. Aunque el profesor Dwayne nunca demostró que tuviera las mismas intenciones que su hermano en Fennoith, nunca descubrieron la suficiente información sobre él para tacharlo como tal. Todas las personas esconden un capítulo en su historia que nunca leerán en voz alta.

—Lo has hecho bien, Lucas —habló Victoria.

—Nadie va a decirme con quién debo juntarme y con quiénes no. Iré al infierno de todos modos, no tengo nada que perder.

Caym lo observó sin decir nada.

—La tía de Melissa acudió a comisaría anoche —informó Elliot—. Maddie me lo ha contado cuando escuchó a su padre comentarlo con su compañero de trabajo. Llegó allí queriendo saber quiénes están colgando los carteles de «se busca» por la ciudad. Es muy probable que Morrison sienta curiosidad por saber quién es la persona que está colgando los carteles, pero también es probable que indage en esa señora.

—Debímos indagar nosotros primero. Quizá esconda algo que nunca nos llegó a decir —opinó Lucas.

—Maddie es nuestro correo, si su padre sabe algo de esa señora malagradecida, nos lo dirá —dijo Victoria.

Victoria se percató del silencio del demonio. No comentaba nada, prefería reservarse sus pensamientos y eso la extrañó un poco. Parecía pensar algo que hacía que su expresion facial se volviera sombría. Sus cejas fruncidas, sus ojos entrecerrados y su mandíbula ligeramente apretada la llevaba a cuestionar qué clase de cosas surcaban por su despiadada y precavida mente. No obstante, no preguntó por ello. Prefirió que él mismo se lo confesara en otros momento —si es que lo llegaba a hacer—. Resultaba interesante verlo tan distraído.

Al cabo de unas horas, Lucas propuso ir al supermercado y hacer la compra, pues la comida comenzaba a escasear. Sin embargo, desconocía cuál era la tienda más cercana así que Elliot decidió acompañarlo. Conociendo al chico, era capaz de perderse en la ciudad y que le ocurriera algo malo. El varón se llevó el dinero suficiente para hacer los recados y ambos partieron al lugar.

Victoria miró de soslayo a Caym, que se había metido en el dormitorio. El joven se echó sobre el colchón fingiendo descansar la vista, con los brazos tras su nuca. Seguía sin hablar, no confesaba su malhumor o sus pensamientos ocultos.

—¿Estás planeando hacer algo? —indagó ella.

Pudo ver como sus labios se curvaban mostrando una sonrisa burlona.

—Siempre estoy planeando hacer algo.

Ella se bajó el tirante de su camiseta roja dejando mostrar su sostén negro. Caym la observó atento a la escena que le estaba regalando.

—¿Quieres jugar conmigo? —propuso ella con doble sentido.

Él se incorporó del colchón apoyando sus manos mientras la acechaba como una obra de arte. Ladeó la cabeza y dejó mostrar su sonrisa burlona que tanto le gustaba.

—Veo que quieres jugar con fuego —dijo el varón.

—Jugar con fuego es agradable si ardemos juntos.

La muchacha gateó por los pies de la cama hasta llegar hasta la figura del chico y quedar sentada en su regazo. Él acarició su cintura conforme la miraba a los ojos. Ni siquiera ella estaba nerviosa, no mostraba nada más que su lado seductor. Quería ser la envidia del infierno, saber que alguien tan inhumano como Caym quería fundirse al lado de alguien tan humana como ella. Era muy atrevida, fuerte y con las mismas ideas sádicas de alguien salido de las llamas abrumadoras de abajo.

—Juntos veremos el mundo arder, Caym. Hagamos de esto nuestro propio infierno.

Él no respondió, sostuvo el rostro de ella en sus manos y se dedicó a besarla con pasión. Acariciaba su cuerpo con una sutileza como si se tratase de un escultor moldeando su figura; conocía cada linea, cada lunar, cada imperfección, cada cicatriz que no le importaba recorrer el mismo camino con sus dedos una y otra vez. Ayudó a desvestirla y ella hizo lo mismo. Caym se echó sobre su cuerpo, besándola con desenfreno.

Nunca imaginó que ella podría convertirse en su más preciada obsesión. Lo poseía de una forma magnifica, capaz de controlar a su bestia interior y hacer que salga cuando le apeteciera. Juntos eran un dúo perfecto. Ambos poseían una energía tan enigmática que, cuando se juntaban, se volvían uno solo.

Hubo placer, agresividad, satisfacción. Él sabía cómo tener contenta a su humana, y ella sabía cómo satisfacer a su adorable demonio.


La joven se había quedado dormida entre las sábanas haciendo que Caym aprovechase para incorporarse de la cama, circunspecto. Se colocó su ropa que había quedado esparcida por el piso y se acicaló el cabello con sus propios dedos. Echó un último vistazo a su compañera y salió del apartamento hacia alguna parte.

El detective Morrison se presentó en el domicilio de la tía de Melissa. Después de lo sucedido en comisaría le había dado motivos para sospechar de la señora y profundizar en ella hasta conseguir prenda. Estudió con la mirada la vivienda y la comparó con las demás casas alrededor, fue ahí cuando supo que se encontraba en un barrio bajo de la ciudad. Dejaban mucho que desear, sin duda, aquellas casas debieron tener unos mejores años en antaño. Se acercó al porche y tocó a la puerta de la mujer esperando que se encontrara en casa. Tardó varios segundos en abrir hasta que se encontró con su rostro enfurecido.

—Buenos días, soy el detective Gabriel Morrison, ¿tiene unos minutos para que le haga algunas preguntas?

—¿Otra vez? ¡No tengo nada que decir! ¡No sé nada de Melissa!

—Solo serán algunas preguntas, señora. No comprendo por qué se altera tanto.

—¿Acaso no ve a su alrededor? No es un barrio en el cual la policía sea bienvenida.

—Si no es bienvenida, quizá es porque tenga algo que esconder, ¿no le parece?

La señora apretó su mandíbula y se cruzo de brazos.

—¿La relación entre usted y Melissa Sellers era buena?

—¡Por supuesto!

Morrison anotó todo en su pequeña libreta conforme ella le respondía.

—¿Melissa mencionó alguna vez a sus amigos?

Ella no respondió a eso y se encogió de brazos.

—¿Podría enseñarme la habitación de Melissa, por favor?

—¡Ja! Vuelve con una orden de registro. ¡Qué descarado!

—Oiga...

La mujer cerró la puerta en sus narices. Él no podía insistir más si la señora no daba su brazo a torcer. Tenía la pequeña corazonada de que, en la habitación de la joven, podía encontrarse una posible pista. Necesitaba una orden de registro, pero también debía acumular pruebas para ordenarla.

Como no tenía nada más que hacer, se marchó de allí en su auto.

Caym se manifestó del árbol en el que se había escondido. Apreció toda la escena con el detective y la señora. Aquel era su plan, lo que le tenía tan pensativo. Anduvo hasta la casa de la tía de la rubia y llamó a la puerta. No respondió, así que rodeó la casa buscando alguna posible puerta trasera y la halló. Giró el pomo deseando que se encontrara abierta, pero no fue así. No le quedó más remedio que entrar por la ventana mientras la mujer estaba entretenida. Una vez dentro, se sacudió su vestimenta de la posible suciedad que pudiera acumularse.

Ella se giró alarmada encontrándose con aquel joven. Creyó verlo con anterioridad, sin embargo no recordaba dónde ni cuándo.

—¡¿Quién diablos eres?!

Caym no respondió, se acercó a ella a paso ligero y la sujetó del cuello, levantándola por los aires con una fuerza sobrehumana. Penetró sus grisáceos ojos en la mujer haciendo que ella se intimidara. Se estaba quedando sin aliento.

—¿Dónde está Melissa? —preguntó con una voz muy aterradora.

—¡No lo sé...!

—¡Sí lo sabes! ¿Dónde está? ¡Dónde!

Las lágrimas por la asfixia comenzaban a hacer su trabajo. No podía matarla, sabía que escondía algo. ¡La necesitaba con vida!

La soltó al piso y de inmediato ella comenzó a toser y buscar el oxígeno con desesperación. Quiso huir, pero él la sujetó de la blusa obligándola a mirarlo al rostro. Su rostro era demoniaco, monstruoso, algo que un humano no podía soportar apreciar. Pero Anne prefería morir antes que soltar prenda y Caym lo sabía. Sus ojos grises desapareciendo, dejando mostrar sus verdaderos. Aquella negrura hizo que ella reprimiera soltar un chillido. No podía creerse lo que veía.

Caym colocó la palma de su mano en la frente de ella y la hizo adentrarse en un profundo sueño. Necesitaba registrar la casa y con ella consciente no podía. En cualquier caso, cuando Anne despertara, creería que todo fue una pesadilla.

Él frunció sus ojos y visualizó las escaleras al piso superior donde se encontraba la habitación de la rubia. Se dirigió a ellas con cautela.

«Todo esto lo hago por ti, mi querida Victoria. Solo por ti», pensó.

Una vez más, el demonio se le adelantaba a la policía. Una vez más, él salía ganando.

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