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Capítulo 13: Inquietud

"La primera y quizás la única ley de la venganza, es que nadie note tu odio."

A medida que avanzaba la extraña persona que había irrumpido en el internado, los jóvenes se escondieron detrás de la cortina burdeos del teatro, manteniendo el silencio lo mejor posible. Victoria miró de soslayo entre las cortinas quién era el susodicho que pretendía entrar al teatro. La puerta la dejaron abierta, y, de pronto, Maddie se presentó allí con una actitud enojada. Parecía molesta por alguna situación que hasta entonces desconocían. Lucas le advirtió a Elliot que ella se molestaría de la ignorancia repentina, así que este no dudó en reprochárselo y soltar un: «te lo dije, estúpido».

—Es Maddie —informó Victoria en un bajo murmuro.

Elliot fue quién salió de su escondite para atender a la chica. Bajó del escenario de un saltó y se plantó frente a ella. La respiración de la joven se aceleró al verlo con su actitud sosegada, como si nada hubiera pasado entre ellos.

—¡¿Cuál es tu problema?! —exclamó de repente. Ella trató de empujarlo, pero el varón no se movió ni un poco—. ¿Me estás utilizando, Elliot?, ¿soy un maldito juguete para ti?

—¿De qué estás hablando? —inquirió.

—¿De qué estoy hablando, dices? Me llamas únicamente para preguntarme por mi padre. Llevo intentado verte toda la semana y tú me ignoras. ¿Qué diablos te he hecho para que me rechaces?

Maddie controlaba sus lágrimas para que no resbalaran por sus mejillas. Sus ojos cristalizados le miraban exhaustos, culpándolo de su desasosiego. Ella siguió hablando, molesta.

—Me besas, me dedicas las mejores palabras que nadie nunca me había dicho y, de pronto, no soy nada...

Elliot mantuvo su mirada fría en ella.

—Dije que luego te llamaría.

—¿Para qué, para preguntarme qué hace mi padre? No quería una llamada, quería verte. Solo soy una fuente de información para lo que quiera que estéis haciendo. Me siento todo el tiempo constantemente sola, como si fuera un estorbo para todos. No recibo nada a cambio, ni siquiera por demostrar mi lealtad ni fidelidad; me tratan como basura.

Los demás jóvenes salieron de la cortina con incomodidad de la inesperada discusión. Maddie acechó a Victoria con su peluca pelirroja y la estudió con la mirada. Se percató que se había cambiado el cabello, ya que la conoció con la peluca rubia. Eso le hizo levantar aún más la sospecha de que ella era la joven de las noticias, sobretodo por los recientes cabellos rubios que encontró Morrison en casa de Newell. Sin embargo, no dijo nada

—Debiste fingir mejor que te gustaba —musitó ella hacia Elliot con tristeza—. Me hubieras hecho feliz, aunque fuera vivir en una estúpida ilusión.

Ella volteó sobre su eje dispuesta a marcharse de allí, pero él la detuvo agarrando su muñeca con rapidez.

—Espera.

—No, Elliot —espetó fazándose de su agarre—. Déjame irme. Bastante estúpida me siento. Si lo que tienes miedo es de que cuente algo a mi padre, te puedo asegurar que no diré nada —ella lo desafió con la mirada a lo que diría a continuación—, porque si cuento algo, me matarás, ¿no es así?

Los ojos de la chica empañados en lágrimas de desilusión hizo que el varón se quedase mudo. Ella interpretó su silencio como una respuesta y se marchó de allí apartándose las gotas de sus mejillas. No detuvo sus pasos, prefirió dejarla ir y hablar en otro momento cuando la situación se hubiera enfriado un poco.

Intentar engatusar a la que un día fue una gran amiga de la infancia no era tarea fácil. Pensó que sería pan comido, pero se equivocaba. Le costaba mucho dedicarle muestras de afecto sin arrepentirse después. También los pensamientos de Kimmie impedía que lograse que alguien nuevo entrara en su vida. Quizás el hecho de vivir comparando a todas las jóvenes con ella le hacía no encontrar su paz.

—Como jodas la situación con esa chica por culpa de tu cabezonería, me haré un puré con tus vísceras —rompió el silencio Caym.

—¿Hay algo que no comas aparte de vísceras? No dejas de amenazarme con lo mismo.

—Primer aviso, Elliot.

Lucas se acercó a Elliot queriendo hacerle una pregunta.

—¿Tienes miedo de sentir algo por ella? —indagó.

Él no respondió, guardó silencio y se marchó del teatro queriendo tomar el aire. Puede que el miedo a sentir algo real por Maddie permanecía ahí, latente. Como también el temor a que, por juntarse con un grupo que no tenían salvación, ella terminase muy mal. Elliot no se consideraba un chico afortunado en el tema del amor; las chicas a las que se les había acercado anteriormente terminaron muertas. Véase Kimmie y Benister.

Antes de irse de Fennoith, los tres jóvenes decidieron peinar el internado, buscando alguna posible pista más de la rubia. Entraron al aula del profesor Dwayne. No se sabía nada de aquel hombre ni a dónde se había marchado. Si al menos supieran de él, quizás podría decir alguna noticia de Melissa antes de que ella desapareciera. Lucas buscó por los cajones del escritorio del profesor y Victoria inspeccionó el pupitre de su amiga.

El varón encontró el número telefónico de Dwayne justo en el momento en el que vio como unas piernas femeninas se detenían frente a él. Pensó que era Victoria y, sin alzar la vista hacia arriba, dijo:

—He encontrado esto. Toma, Victoria —comentó tendiéndolo al aire para que lo agarrara.

—¿Con quién hablas, Lucas? Estoy a varios metros de ti.

Fue ahí cuando Lucas se percató que su amiga Victoria no llevaba las piernas al descubierto luciendo la típica falda de Fennoith, ella llevaba unos simples vaqueros oscuros.

Caym alzó sus cejas, prestando mucha atención a la reacción de su compañero. El castaño alzó la vista con lentitud, temeroso de encontrarse con el rostro de la susodicha. Cada poco que subía la mirada, él podía ver la piel grisácea de sus piernas, su uniforme raído y deteriorado, sus hematomas y, sobretodo, su demacrado rostro consumido por los gusanos e insectos.

Era el espíritu de Benister clavando su muerta mirada en él.

El muchacho soltó un alarido abriendo sus ojos con asombro, cayó de trasero y se arrastro hacia atrás alejando esa imagen de su ojos.

«Ella no está aquí», dijo la joven fallecida. Justo después, desapareció del aula.

Los latidos de su corazón sonaban con tanto ímpetu que creyó que explotaría en cualquier instante. No era agradable ver la imagen siniestra y macabra de una compañera muerta. Jamás podía acostumbrarse a lidiar con espíritus bajo esa forma tan espeluznante. Sin embargo, la alumna fallecida dejó un mensaje importante.

Victora acudió a él y trató de tranquilizarlo.

—Era... Era... —titubeó el chico, pasmado.

—Benister —terminó Caym.

Caym veía lo mismo que Lucas ya que su trabajo era llevarse las almas. Sea un alma negra o blanca, él podía distinguirlas de los demás.

El hecho de que el demonio corroborara la aparición de Benister le hizo sentir aliviado. Permaneció mucho tiempo sin querer asimilar su peculiar don.

—«Ella no está aquí», es lo que ha comentado —dijo Lucas mirando a los ojos de los presentes.

Elliot irrumpió en los pasillos al vocear.

—¡Vámonos ya! Se hace tarde —exclamó afuera del aula. Su voz en eco había inundado el vacío lugar.

Los tres salieron del aula acudiendo al llamado del chico. Lucas, conforme anduvo, volteó su cabeza hacia atrás discerniendo en la lejanía del pasillo la figura de Benister observándolo marchar. Permanecía inmóvil, sin saberse muy bien qué tipo de pensamientos surgían en aquella alma anclada.

Al salir del internado, se subieron en el auto de Elliot y partieron al apartamento.

   ☠

Morrison estaba en comisaría cuando de pronto una mujer exasperada entró irrumpiendo el lugar. En su mano llevaba los carteles de Melissa, sujetándolos con cierta agresividad. Parecía que los había estado arrancando de las paredes y los postes, pues algunos estaban rotos y arrugados. Los agentes levantaron la vista de sus escritorios al escuchar a la señora gritando histérica.

—¡¿Quién está pegando estos inútiles carteles por la ciudad?! —preguntó malhumorada.

—Señora, cálmese —habló unos de los agentes.

Gabriel Morrison la sujeto del hombro tratando de tranquilizarla, pero ella se zafó de su agarre con desprecio.

—¡No me toque, desgraciado!

—Si no se calma, harán que la arresten.

—La chica de esta foto no ha desaparecido, se marchó por voluntad propia —dijo arrojando las fotocopias al piso—. Quien quiera que la busque está difamando información falsa por dinero.

—¿Quién es usted? —indagó el detective.

—Anne, la tía de Melissa.

—¿Por qué se marchó Melissa Sellers?

La señora empezó a titubear.

—¡Y qué se yo! No dio explicaciones, simplemente se fue.

—Se supone que usted está a su cuidado al fallecer los padres de la joven. ¿Por qué no la detuvo si se quiso marchar? Es solo una adolescente, no puede ingeniárselas sola por el mundo.

Anne frunció el ceño, estudió al hombre con vehemencia y dijo:

—¿Cómo sabe que sus padres están muertos?

Dicho eso, Morrison sacó la tarjeta informativa de su bolsillo para mostrarle que era un detective de la policía. La señora tragó saliva y se cruzó de brazos, queriendo aparentar ser ruda.

—Ya que está aquí, debo hacerle unas cuentas preguntas sobre Melissa.

—No tengo tiempo, tengo que irme —espetó.

—Por más que se escabulle, tarde o temprano será interrogada. Varios alumnos de Fennoith han desaparecido, y como comprenderá, Melissa estuvo viviendo con usted. Por esa razón debo robarle unos minutos de su tiempo.

—¡Ya le he dicho que Melissa se ha ido por voluntad propia! Limítese a encontrar a la persona que está colgando los carteles, que para eso he venido.

—¿Se fue con alguien en particular?

—¡Seguro! Siempre ha sido una mujerzuela.

El detective se asombró de lo que había soltado por su boca. Había llamado prostituta a su sobrina. ¿Cómo podía vivir esa mujer con la conciencia tranquila?

Anne se marchó de la comisaría sin decir nada más. Las caras de los agentes parecían un cuadro, se quedaron tan atónitos como él.

—Esa mujer está mintiendo —alegó Frank, su compañero—. La chica no se ha podido marchar por voluntad propia.

—Sin duda. La vigilaré muy de cerca.

   ☠

De madrugada, Victoria se desveló en mitad de la oscuridad. Giró su cuerpo en el colchón encontrándose con el rostro de Caym, que la miraba fijamente con sus magníficos ojos grisáceos. Ambos se miraron mutuamente sin decir nada durante algunos segundos. El silencio ensordecedor de la noche siempre solía ser muy desolador en aquel cubículo de paredes enmohecidas.

—¿Qué te pasa, no puedes dormir? —formuló él.

—Creo que Maddie sospecha quién soy.

—¿En qué te basas?

—En su forma de mirarme.

—Ella no dirá nada.

—No puedes estar tan seguro —dijo la muchacha, adusta.

—Bueno, si tiene intención de hablar, siempre será agradable arrancarle la lengua y los dedos para que no pueda comunicarse —comentó colocando una sonrisa burlesca.

Victoria se había percatado que Elliot no yacía durmiendo al lado de Lucas y eso hizo que se levantase del colchón buscándolo. Caym la siguió divertido observando su figura en la oscuridad. Ella salió al exterior, pensando que quizás estaba tomando el aire, pero se equivocaba. Su ropa de dormir estaba a un lado de Lucas y se había llevado su teléfono móvil.

—Caym —mencionó ella girando sobre su eje.

—Dime, mi querida Victoria.

—Tú siempre permaneces despierto, ¿sabes a dónde ha ido Elliot?

—Por supuesto.

—¿Dónde?

—A casa de Maddie.

Era evidente que Elliot quedó un poco afectado ante la regañina de Maddie y quizás eso le hizo inquietar de que ella ya no quisiera saber nada más de él. No podía dejar pasar aquello, su misión era conquistarla y manipularla para que así no soltara información a su padre. Por mucho que le costara, debía hacerlo.

Pero lo preocupante no era aquello, sino que eran las tres y media de la madrugada.

Y Morrison se encontraba en casa.

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