Capítulo 10: «Acta est fabula»
El detective Gabriel Morrison llegó a Fennoith después de que su amigo y compañero, Frank Downer, le informase del hallazgo de la nota misteriosa escrita por la joven rubia desaparecida. Fue ahí cuando supo que Melissa Sellers fue alumna de aquel macabro internado. Era otra joven ausente, otra chica esfumada de la faz de la tierra. Empezó a extrañarle muchísimo el desvanecimiento de todas aquellas personas desaparecidas. Trataba de atar cabos en su cabeza. Sabía la existencia de los carteles de la muchacha, pero nadie había reportado su desaparición a la policía, por lo tanto, sin reporte no hacían búsqueda.
«¿Quiénes serán los familiares de esta joven?», se preguntó así mismo.
Como Laura Jenkins fue la psicóloga de todos aquellos alumnos, Gabriel estaba seguro que conocía la historia de la joven rubia. Cualquier información era valiosa, por muy mera que fuese. No dudaría en volver a acudir a Jenkins para indagar en lo que había encontrado.
—Hola, Frank. ¿Dónde encontraste la nota?
—En el piso de arriba, en una de las habitaciones donde descansaban los alumnos. Supongo que era su dormitorio.
Morrison se colocó unos guantes de goma para inspeccionar la extraña hoja de papel. Subió las escaleras de madera y acudió a la habitación de la susodicha. En cada paso, la madera crujía envejecida por el pasar de los años, y en aquel silencio tan ensordecedor era inquietante. Un internado tan enorme y tan vacío le provocaba una sensación amarga. Era triste verlo tan abandonado.
Al cruzar el pasillo, entró al dormitorio, abrió el primer cajón de la mesita de noche y leyó la hoja.
«¿Me vas a dejar sola? Por favor, vuelve pronto. Las cosas se han torcido. No quiero estar aquí si no estás tú. No merece la pena. Tengo miedo. La oscuridad me asusta. La locura permanece en cada rincón de este internado y no puedo sobrellevar esto sin todos vosotros. Algo extraño está sucediendo en la mente de los que me rodean...
Acta est fabula
Melissa».
—«Acta est fabula»...—repitió en un bajo murmuro.
Por alguna razón, algo en aquella habitación le hacía sentir muy incómodo e inquieto. Puede que fuera la soledad, el silencio o el polvo acumulándose en los rincones, pero se sentía pesado y vigilante. La sensación era parecida a la de una persona observando su espalda, pero allí no había nadie. Al leer las palabras escritas de la chica se notaba el desasosiego que quizás pudo sentir.
Su compañero lo interrumpió de improvisto cuando apareció sin ocasionar ruido tras él, asustándolo de inmediato.
—Lo siento, no quería asustarte. ¿Qué opinas de la nota? Puede que suene ignorante, pero, ¿qué significa «acta est fabula»?
Morrison agachó la vista a la nota de Melissa y respondió:
—«Acta est fabula», significa: «La función ha terminado». Es un proverbio del latín, se usaba en el teatro antiguo para indicar la finalización de una obra —respondió—. Lo curioso es que, Cesar Augusto, primer emperador romano, pronunció esas palabras justo antes de morir...
Ambos varones se miraron los rostros. Frank dijo:
—¿Crees que es una nota suicida?
—No lo sé, Frank. No puedo responder a eso. Melissa habla en singular y después en plural. Esta chica tuvo amigos, los cuales se marcharon por alguna razón. La cuestión es: ¿de quiénes está hablando?
☠
Maddie se presentó en el internado con su auto. Miró asombrada la estructura del exterior conforme se bajaba del coche. Puede que no debiera presentarse en las escenas a las que acudía Morrison, pero tenía una buena razón para hacerlo; necesitaba fotografiar la nota de Melissa para enviársela a Elliot por teléfono, pues se lo había pedido con insistencia.
Ella anduvo por el césped hasta la gran puerta de entrada, que se encontraba abierta. Tragó saliva con incomodidad al pensar que allí dentro trascurrió una serie de malas situaciones que Elliot experimentó. Claro que Maddie deseaba conocer su mundo, pero tener tan cerca el internado Fennoith -con los sangrientos crímenes conocidos- no pudo evitar estremecerse.
Al entrar, la joven inspeccionó con sumo detalle el interior y la decoración. Por las paredes pardo enmohecidas y deterioradas, los muebles pasados de época y la escalera de madera colonial, supo que el internado tenía muchos más años de lo que creía. Era muy grande y estando en un lugar tan enorme se sentía pequeña.
Al final del pasillo, discernió una figura que parecía mirarla. Estaba lejos y no alcanzaba muy bien a verla. Pensó que era su padre y le saludó con su mano. Sin embargo, Morrison y Downer bajaron las escaleras principales alertando a Maddie. Ella exhaló nerviosa al ver que la sombra que la había estado observando ya no estaba.
—¿Maddie? ¿Qué estás haciendo aquí? —indagó Morrison frunciendo el ceño.
La muchacha se percató que en sus manos traía una pequeña bolsa de plástico donde dentro se encontraba la nota hallada de Melissa.
—Tenía curiosidad por conocer Fennoith. Sería interesante escribir una historia de este internado, ¿no crees papá? Con la reputación que tiene, es digno de cualquier historieta de terror.
—Dejémosle eso a Stephen King —bromeó Morrison—. Hija, no puedes estar aquí. Estamos trabajando en una investigación.
—Solo vengo a mirar, haz cómo si no estuviera. Te prometo que no tocaré nada.
—No se trata de que toques algo, se trata de que no puedes seguirme en mis investigaciones. Podrías entorpecer la escena si me preocupo por lo que haces o dejas de hacer, cielo.
—Ya déjala aquí, Gabriel —comentó su compañero sonriendo—. Tu hija solo tenía curiosidad. Sigamos mirando los alrededores, puede que haya algo más.
Morrison dejó la bolsa de plástico encima de una pequeña mesa. Maddie se acercó con disimulo conforme su padre estaba entretenido conversando. Sacó su teléfono del bolsillo de su pantalón y abrió la cámara. La nota estaba de manera leíble, por lo tanto, no era necesario sacarla. Puso su móvil en silencio para que las fotografías no sonaran al hacerlas. Justo después, sacó la foto planeada.
«Enviar a Elliot».
Morrison miró a su hija y ella fingió tomarse fotografías en aquel lugar. El hombre le sonrió y ella le devolvió la sonrisa.
El detective empezó a conversar con su compañero sobre un tema que hizo que Maddie pusiera sus orejas bien abierta con disimulo.
—Estuve inspeccionando la casa del director de este internado; encontré cabello sintético rubio. A juzgar por la longitud, creo que es una peluca larga, de mujer.
La joven recordó a la amiga de Elliot, con su antigua peluca rubia. No sabía si pudo ser ella, pero dado el crimen que cometió delante de sus ojos, comenzó a creer que, la chica que se le había presentado como "Jane Doe", era la mismísima Victoria Massey.
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Elliot aparcó su auto a la entrada del bosque de Fennoith. Era una carretera desolada y muy pocos coches pasaban por allí. A lo lejos se podía percibir la estructura arcaica del internado. Los jóvenes se bajaron del vehículo y lo rodearon para abrir el maletero. Habían metido a Tomás en una lona que Caym se había encargado de buscar para el cadáver. Lucas sostuvo la pala mientras los otros dos varones se encargaban de llevar al muerto al bosque.
El teléfono de Elliot vibró al recibir un mensaje, pero no podía sacarlo del bolsillo al estar ocupado.
—Victoria, sácame el móvil del bolsillo trasero del pantalón y mira el mensaje. Debe ser Maddie —le dijo el joven.
Ella asintió y sacó el móvil de su bolsillo. Al ver la fotografía que había enviado la chica, su rostro denotó desánimo cuando leyó la nota que dejó Melissa. Lucas se posicionó al lado de ella para leer lo que recibió, y, de inmediato, el joven mostró desconsuelo. Se detuvo y arrojó la pala a la tierra. Su respiración se agitó y parecía que en cualquier momento fuera a llorar. La muchacha trató de consolarlo, pero él no se dejó.
—Tuve que protegerla cuando pude... —murmuró—. Nunca debí dejarla sola.
—Lucas, nada de esto es culpa tuya -comentó Victoria.
Los varones que llevaban el cadáver no comprendieron a qué se refería hasta que les enseñó el mensaje. Caym se mostró interesado en la frase escrita en latín haciendo que todos lo mirasen.
—«Acta est fabula» —repitió con perfección—. «La función ha terminado». Me da la sensación de que es un mensaje oculto.
—¿Por qué? —indagó ella con curiosidad.
—Porque esa expresión se usaba en los teatros antiguos al concluir una obra. Puede que Melissa haya escrito eso con algún propósito oculto... O puede que esté sacando las cosas de quicio —añadió con desdén.
—Podría tener sentido tu teoría.
—En la nota, Melissa dice que algo extraño está sucediendo en la mente de las personas que la rodea —habló Lucas.
—Nadie sabe quiénes fueron las últimas personas que la rodearon —dijo Caym—. Eso no quiere decir que esté muerta, pero, empiezo a sospechar que se llevaron a Melissa con algún propósito. ¿La razón? No la sé.
—Quizás Melissa haya ido dejando más notas por algún lugar —opinó Elliot—. Siempre fue inteligente; buscará la forma de llevarnos hasta ella.
—Tenemos que darnos prisa antes de que sea más tarde. Os recuerdo que hay que sepultar al fiambre —espetó el demonio.
Lucas sostuvo la pala soltando un suspiro y todos siguieron el camino planteado.
Una vez situados en un buen lugar para enterrar a Tomás, Caym cavó la tierra apartándola a un lado para luego volver a echarla. Tardó varios minutos en hacer un agujero lo suficiente profundo; después empujó la lona con su pierna y la inercia hizo el trabajo.
—Ay, viejos tiempos... —dijo Caym, nostálgico—. Recuerdo cuando sepulté al profesor Bellamy en estas mismas tierras. Qué hermoso día fue aquel.
Victoria esbozó una sonrisa malévola y Caym le dedicó una mirada cómplice.
—Ya podemos irnos —comentó Elliot.
—Espera un momento... —había recordado la chica, deteniendo los pasos de todos sus compañeros—. Allí al fondo se encuentra la cabaña del director Newell. Quizas haya algo.
Se miraron los rostros y asintieron. Llevaban mucho tiempo sin haber pisado la cabaña y la última vez que ella estuvo alli, fue para agarrar la escopeta de caza. La cabaña estaba un poco más cerca del internado, pero en el interior del bosque. Les llevó algunos minutos en llegar y situarse en dónde se encontraba, con tanto árbol parecía un laberinto.
☠
Al llegar, vieron que los cristales estaban empañados de suciedad. No quisieron pasar la mano y ver el interior, pues eso sería una evidencia de que alguien estuvo ojeando por allí. Para sus fortunas, la puerta estaba abierta. Victoria giró el pomo con la ayuda de su camiseta para no dejar huellas.
Elliot se percató que la cobertura de su teléfono no iba bien en la boca del bosque y le preocupó el hecho de que Maddie podría intentar comunicarse con él por alguna emergencia. Si era así, no recibiría notificaciones. Intentó moverse alrededor para lograr que la cobertura llegara.
Anteriormente, la cabaña estaba llena de fotos familiares de la familia de Newell, ahora ya no quedaba ninguna. Los marcos que habían posados en la pequeña mesa auxiliar desaparecieron. Victoria pensó, que quizás, el hombre se los había llevado cuando se fugó de la ciudad, pero sus sospechas aumentaron al percibir que las armas que guardaba el señor en un pequeño armario ya no estaban.
Lucas no había entrado en la pequeña casita, se había quedado fuera vigilando si alguien venía. Estaba entretenido jugando a darle patadas a una piedra cuando discernió a lo lejos una figura femenina que lo miraba con nerviosismo. El corazón se le aceleró y murmuró:
—¿Melissa...? ¡Melissa! ¡Melissa!
Lucas echó a correr en su dirección dando fuertes voces, Elliot lo intentó detener pero el tono del teléfono sonó y contestó de inmediato al recibir cobertura.
—¿Dónde estáis? —inquirió Maddie—. Te he llamado un montón de veces.
—En el bosque, en la cabaña de Newell.
—¡¿Qué?! ¡Salid de ahí! Mi padre se dirige a inspeccionar esa zona —exclamó ella alarmada.
Cuando Elliot quiso avisar a los demás, el detective se aproximó en la distancia.
Y Lucas se había perdido.
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