Capítulo 60: Final
Daren
Los tres meses previos a la boda tuve que comenzar a tomar decisiones importantes. Gabriela quería volver a Chile, ya había terminado su carrera y no quería que la boda fuera en Alemania lejos de todo a lo que deseaba volver. Además, no podía negarme después de que cada año repetía lo mucho que extraña ir a las fondas para el dieciocho de septiembre.
En cierta parte también quería volver, extrañaba a la abuela Pilar, que últimamente estaba delicada de salud y no quería desperdiciar quizá sus últimos días estando lejos.
No iba a dejar la empresa que tanto me había costado recuperar en manos de cualquiera, no confiaba en ninguno lo suficiente para dejarlo llevar las riendas de la empresa. Conocía a una persona responsable y justa, que no discriminaría o miraría como menos a ningún empleado y solo hizo falta una llamada para que viniera a cubrir mi lugar. Guillermo, uno de los socios de la empresa, aceptó la oferta sin pensarlo y llegó a la semana siguiente con su esposa que acababa de quedar embarazada.
Gabriela sin perder el tiempo, habló con mi madre para que agendara una cita con Bridget, le envío las medidas que procuré que fueran las correctas y en completo secreto escogió su vestido de novia. Por supuesto no me dejó verlo, temía al típico dicho de que es de mala suerte ver el vestido antes de la boda, pero luego de seis años juntos todos esos dichos eran solo palabrerías.
Mi madre y Gabriela estaban más nerviosas que nunca, tenían menos de dos semanas para preparar todo y solo pensaban en el sabor del pastel, la fiesta y los invitados. Podrían haber hecho todos los preparativos con calma en un par de meses, pero eran un par de tercas, ninguna de las dos quería esperar y apresuraron todo. Aún me daba gracia recordar la excusa de Gabriela.
"No tengo tiempo que perder, podrías arrepentirte y no puedo dejar que escapes, no ahora"
¿Escapar?
Me moría de ganas por verla caminar hacia el altar, con una sonrisa radiante y poder jurar ante dios que la amaré toda la vida. Estaba tan emocionado como Gabriela, sobre todo porque ahora era por amor y me casaba locamente enamorado. Mi amor por mi mujer era tan grande que le daría una sorpresa ese día, una que me llevó a tomar una decisión a la que me costó ceder, pero gracias al gran corazón de mi madre pude aceptar.
Volvimos al país con una mentalidad renovada, dejando el pasado doloroso atrás y perdonando todo aquello que en su momento nos lastimó, sobre todo a ella.
Gabriela entró en el departamento y luego de tanto tiempo sonrió igual a la primera vez que vio todo lo que la rodeaba.
—Cuanta nostalgia —dijo con un suspiro y abrió los brazos sintiéndose en su hogar—. Me alegra volver.
Era glorioso regresar a nuestro departamento, al lugar que vio como lo que ambos tratábamos de negar se transformó en un inmenso amor.
Todo estaba igual, era obvio el empeño de María y Cristina por mantener todo en su lugar y no mover nada, dejando todo tal cual lo recordaba, se merecían un jugoso aumento por su arduo trabajo.
—Meine liebe, prepárate, vamos a salir.
—¿Adónde?
—Mamá está esperándonos en alguna parte para darnos la bienvenida.
—¿De qué calibre es la fiesta?
—Con escándalo.
—Entonces me pondré cómoda —dijo dándose media vuelta y desempacar.
Era agotador llegar de un viaje largo y salir enseguida, pero era una especie de bienvenida y despedida de solteros, no podía despreciar el gesto de amigos y familiares al recibirnos de forma tan atenta.
—¡Lista! —gritó vistiendo jeans negros, una blusa holgada atada en la cintura verde y tacones negros.
—Qué rápida.
—Por supuesto, quiero apresurar la causa, tengo tanta hambre que me comería hasta un elefante —tomó su bolso, las llaves del auto, mi mano y salimos del departamento.
Gracias a las hambrientas tripas de Gabriela conduje rápido y el tráfico nos acompañó, entre risas y jugueteos llegamos hasta un barrio más rural con casas tan lujosas y bonitas como las de Alemania. El GPS continuó guiándonos hasta que salimos del barrio y el camino se volvió oscuro por los árboles a su alrededor.
—Gire a la derecha —dijo la mujer del GPS encontrándonos con un camino largo, oscuro y solitario.
—¿Estás seguro de que es por aquí?
Gabriela observó con desconfianza el sendero, me detuve un momento verificando si iba en la dirección correcta y al ver el punto de meta más adelante me tranquilicé.
—Eso es lo que dice el GPS —dije mirando la pantalla del auto—. Tranquila, no te preocupes es un poco más adelante.
Pisé el acelerador asegurándome de que los seguros del auto estuvieran puestos, en cualquier momento podría salir alguien de los árboles y tratar de abrir las puertas.
—¡Mira ahí hay un portón! —entonó enérgica al ver algo más que árboles, camino de tierra y una eterna oscuridad.
Me detuve delante de la puerta y antes de echar marcha atrás, se abrió dejando ver una lujosa mansión con luces de colores y un enorme cartel que decía; "Bienvenidos".
—Supongo que es aquí —apreté las manos en el volante y avancé.
A pesar de que todo parecía indicar que era aquí, la soledad que había afuera me mantenía inquieto y también a Gabriela, que con desconfianza abrió la puerta y observó a su alrededor buscando a los invitados. Sujeté la mano de Gabi y caminamos hacia la entrada apretándonos el uno al otro, la puerta de la mansión se abrió y no se veía nada más que una continua oscuridad de la que cualquiera hubiera huido, pero ahí íbamos nosotros, metiéndonos a la boca del lobo.
La música sonaba despacio, mientras que ambos nos mantuvimos quietos en el umbral hasta que una risa malvada se oyó al fondo y Gabriela no aguantó más la tensión. Corrió hacia el interior en busca del dueño de la voz, pero solo encontró serpentina y un cariñoso grito de parte de todos los que estaban escondidos a dentro.
—¡Bienvenidos!
Al salir del asombro, abrí los ojos encontrándome con Gabriela abrazada con Abigail al igual que dos koalas, a pesar de que se visitaban una vez al mes y hablaban a diario por videollamada. Mamá se me acercó con Alex y ambos me abrazaron, pero toda mi atención se fue directo a la mujer de la silla de ruedas que me sonreía con los ojos empapados en lágrimas.
—No llores, no voy a volver a irme, y te prometo que desde hoy podremos vernos todos los días —abrasé a la abuela Pilar que respondió el gesto acariciándome el cabello como si fuera un niño pequeño.
—Siempre tuve razón —dijo riendo.
—¿Sobre qué? —pregunté curioso, pero la abuela se soltó de mis brazos y señaló con el dedo a Gabriela.
—Te dije que ella era la indicada.
En ese segundo recordé la primera vez que se encontraron en la mansión, la abuela sostuvo su mano y con toda seguridad dijo; es ella, haciendo referencia a la vez que me leyó la suerte, dejando más que claro que conocería al amor de mi vida en una situación muy poco usual.
—Sí, cuánta razón tenías. Me alegra que sea ella, adoro a esa mujer y no quiero perderla ni compartirla con nadie.
—No digas eso, la vida da muchas vueltas.
—¿A qué te refieres?
—Ya lo sabrás a su tiempo —dijo apretando el control de su silla e irse.
Me quedé mirando a la abuela acercarse a la pista de baile con su silla de ruedas que sin dudar bailó con mi esposa, mientras que yo seguía pensando en sus palabras.
—¿Te gustó la sorpresa Darencito?
La voz burlona de cierta persona me alegró, me había parecido extraño no verlo. Con una sonrisa giré y me encontré con Hansel, que abrió los brazos listo para darme la bienvenida luego de no habernos visto los últimos meses.
—Pensé que no vendrías —dije abrazándolo.
—Hansel Becker no se pierde una fiesta, mucho menos si es en mi casa.
—¿Planeas quedarte aquí definitivamente?
—Sí, es tranquilo, solitario y alejado de la ciudad, sin contar que aquí los maridos furiosos de ciertas damas no pueden encontrarme.
—Por dios —dije tocándome la cien—. No perdonas ni a las casadas.
—Son ellas las que deben guardar fidelidad, no yo.
No pude evitar reírme al ver que Hansel a pesar de los años seguía siendo igual, pero, por otra parte, esperaba de todo corazón que algún día, dejara esa máscara de hombre pícaro y encontrara a alguien que le enseñara que el amor sí existe y que es merecedor de ser amado.
✤
Que la fiesta de los novios se llevara a cabo en la mansión era caótico, Mamá corría de un lado a otro procurando que cada ramo de flores, centro de mesa y garzón estuviera donde tenían que estar. Esta tarde debía salir perfecto para ella.
Alex me observaba con un rostro aburrido, mientras que trataba de acomodar el moño tan derecho como fuera posible y que el traje se viera bien. Al ver mi reflejo en el espejo recordé la primera vez que me casé con Gabriela, aquel día traté de convencerme de que no sentía nada por ella, pero solo era una forma de ocultar los sentimientos que ya tenía en ese entonces. Hoy era diferente, cada parte de mí me decía que esta era la vida que siempre deseé y que era la decisión más certera que tomaría.
Los buenos y malos recuerdos con Gabriela eran parte de nuestra vida y no cambiaría nada, ya que aquellas vivencias llenas de dolor me enseñaron lecciones importantes que me ayudaron a ver la vida de forma diferente.
—Deja ese moño de una vez, ¿quieres llegar después de la novia? —fastidiado, Alex se levantó y me dio una palmada en el hombro.
—Vámonos, me muero por ver a mi Gabriela en su vestido.
Sentía curiosidad por ver el vestido que tanto había ocultado.
—¿La sorpresa para la novia ya está ahí? —Alex sin expresión alguna se movió hasta la puerta.
La emoción que sentía hace unos segundos fue reemplazada por nerviosismo.
—Abigail se está encargando de eso.
—Te admiro —declaró mientras salíamos por los pasillos hasta el auto—. Mamá y tú son increíbles, los admiro a ambos por el gran corazón que tienen. Sabes mi manera de pensar y que yo no puedo hacerlo.
—Lo sé, por eso no voy a obligarte a que te quedes.
Alex asintió con la cabeza y solo sonreí avanzando más apresurado.
No se quedaría a la ceremonia y no me vería casarme con la mujer que amo, pero no se lo reprochaba, al contrario, apreciaba que a pesar de que no estuviera de acuerdo con algunas decisiones que tomé, haya abrazado a Gabriela el día de la fiesta y que me acompañara a la entrada de la iglesia.
✤
Los invitados ya se encontraban en sus lugares esperando a los novios, saludé a todos aquellos que se acercaron en mi camino al altar y agradecí que Jared y Hansel estuvieran a mi lado para contenerme.
Me tambaleé sobre los talones suspirando nervioso, mientras que el rubio a mi lado se reía ante mis nervios.
—¿Qué te causa tanta gracia? —indignado, levanté la cabeza del suelo.
—Es gracioso que estés así siendo que ya te casaste con Gabi y has vivido con ella por años.
—Ríete si quieres, pero te recuerdo que en esta vida todo se devuelve y te llegará la hora y juro que cuando llegue ese momento, estaré en primera fila para reírme de como fuiste dominado.
—Entonces estarás toda la vida esperando porque Hansel Becker es un lobo lomo plateado, salvaje e indomable —aclaró.
Jared se mantuvo entre los dos serio y sin ánimo, podía oír como le sonaban las tripas.
—Nunca digas nunca.
De pronto nuestra pequeña disputa fue silenciada por la música que daba la entrada de la novia. Me paré recto, tomé aire y vi a Gabriela sola parada en la entrada, pero no pasó mucho tiempo cuando la sorpresa de mi esposa se posicionó a su lado ocasionando una confusión en ella. A la distancia me dio una mirada que contenía muchas emociones y al mismo tiempo no sabía qué hacer, y para tranquilizar su angustia esbocé una sonrisa intentando trasmitirle que todo estaba bien. Gabriela al ver esa reacción de mi parte abrazó a su padre y la vi llorar de felicidad.
Un día mamá nos visitó en Alemania y le comenté que Gabriela cada vez que su padre cumplía un año más de cárcel, el día del padre o en su cumpleaños, se sentaba con la mirada perdida en el columpio de naranjas. Fue entonces cuando mamá hizo mención de que David por no tener problemas antes con la justicia, dentro de unos años podría salir por buena conducta. No iba a mentir, en un comienzo me molestó la idea, pero luego de que mamá dijera; "yo, ya lo he perdonado y entiendo por qué lo hizo, si yo hubiera estado en su lugar habría hecho lo mismo para salvar a tu padre".
Aquellas nobles palabras por parte de mi madre removieron algo que pensé que era imposible para mí conceder hacia el padre de mi mujer, "El perdón". No tomaba esa decisión solo por David, que había sido capaz hasta de transgredir sus propios principios con tal de salvar a la mujer que amaba, sino por Gabriela, la mujer que yo amaba. No quería verla el resto de su vida con esa pena que no podía ocultar, tratando de aparentar que estaba bien, no era justo para ella.
Un mes antes de la boda, llegó el día en que David podría salir dependiendo de las decisiones del juzgado y lo logró. Nosotros volvimos a Chile y él no intentó acercarse a su hija, tenía miedo a su rechazo, pero más que a nada de lo que yo podría hacer. Lo busqué con intención de aclarar sus suposiciones equivocadas, no quería que se alejara de Gabriela, eso significaba que fuera infeliz, así que dejando atrás el rencor y el odio, lo invité a la boda para que viera a su hija casarse y la entregara en el altar.
Una vez que Gabriela y su padre superaron la emoción del reencuentro, la vi avanzar hasta el altar irradiando felicidad sujetada del hombre que había añorado en silencio tantos años.
—Gracias... —dijo con la voz aún inundada en muchas emociones.
—No hay nada que agradecer —tomé la mano de Gabriela y la besé—. Eres la mujer que amo y quiero verte feliz.
La ceremonia comenzó y todos los presentes en silencio observaron atentos a cada palabra, mientras que Gabriela mantenía su sonrisa intacta, demostrándome una vez más que había tomado la decisión correcta.
Llegado el momento de intercambiar alianzas, Hansel se acercó con los anillos para comenzar con el juramento.
—Señor Daren De Villiers, recibe usted a esta mujer para ser su esposa, para vivir juntos en sagrado matrimonio, para amarla, honrarla, consolarla y cuidarla, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad, ¿durante el tiempo que duren sus vidas?
—Sí, acepto —dije fuerte y claro—. Juro tomar a esta mujer para toda la vida, en la salud y en la enfermedad, juro amarla y soportar su canto celestial por el resto de mi vida.
Ante mis votos hacia ella Gabriela se rio, sabía mejor que nadie que su voz era como un gato en agonía, pero ante mí era el canto de los ángeles.
—Señorita Gabriela Rangel, recibe usted a este hombre para ser su esposo, para vivir juntos en sagrado matrimonio, para amarlo, honrarlo, consolarlo y cuidarlo, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad, ¿durante el tiempo que duren sus vidas?
—Sí, lo juro —dijo sonriendo, mirándome directo a los ojos—. Quiero estar con este hombre en lo próspero y en lo adverso, amarlo y protegerlo por el resto de mi vida, pero... también quiero aclarar que a partir de hoy tendrás que ser paciente, comprensivo y sobre todo generoso porque no seré solo para ti, y no dormirás bien durante mucho tiempo porque estoy embarazada.
Embarazada.
Embarazada.
¡Embarazada!
La palabra me dio varias vueltas hasta que finalmente mi cerebro comprendió que ella llevaba algo mío en su vientre, una pequeña parte de mí y de ella que nos uniría por siempre.
La voz de los presentes se oía muy lejos, solo podía mirarla sorprendido y una vez superé el shock sin poder contenerme más la abracé y la besé. No podía creer lo afortunado que era en la vida y agradecía a dios que nos diera esta bendición.
—Bueno —dijo el padre feliz—. Ante ningún impedimento para que este hombre y esta mujer estén juntos y se amen, los declaro marido y mujer, puedes besar a la novia, otra vez.
Obedientemente, lo hice, besé a mi esposa una vez más y salimos de la iglesia.
✤
Una vez en la fiesta, no me despegué de su lado en ningún momento y en la mesa de los novios acaricié su estómago una y otra vez.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque tampoco lo sabía —dijo dándole otro bocado al pastel—. Me enteré unas semanas antes de que volviéramos, ya tenía dos meses de embarazo, por eso apresuré todo, quería darte la noticia cuando me dieras el sí.
—Recuerdo que últimamente comías mucho, estabas muy perezosa y siempre tenías ganas de comer sandía. Además, una mañana te encontré vomitando, pero no le di muchas vueltas al asunto porque pensé que era por la extraña mezcla de huevos fritos con azúcar que habías comido la noche anterior.
Gabriela al escuchar mis palabras, arrugó el ceño y soltó una carcajada.
—Creo que debimos darnos cuenta el día en que hice esa mezcla tan extraña.
—Sí, tienes razón —arrugué las cejas mirando hacia el bar y me encontré con otra sorpresa para Gabriela—. Mira quien llegó.
Gabriela se dio la vuelta, abrió los ojos y en medio segundo salió corriendo.
—¡Isa! ¡Pensé que no vendrías!
Sentado en la mesa admirando a mi esposa y su estómago aún plano, algo más llamó mi atención. La mirada penetrante que le daba cierto caballero a Isabella, era tanto su interés que por un momento olvidó el trago que tenía en la mano y se fue lejos en sus pensamientos admirándola.
Reconocía esa mirada, no había nada impuro en ella, sino algo más, era la misma con la que miraba a Gabriela a pesar de tantos años juntos.
Sin poder evitarlo sigilosamente me levanté de la mesa, y caminé hacia Hansel que no había pestañeado ni una sola vez en el último minuto, estaba hipnotizado.
—Veo qué cupido finalmente te dio —dije parado a su lado.
Hansel al darse cuenta de que estaba a su lado, regresó a la tierra y se centró en el trago en su mano tratando de ocultar lo que ya había visto.
—No sé de qué hablas —le dio un sorbo al vaso y regresó su vista hacia Isabella—. Pero... ¿Cómo se llama?
Sonreí victorioso ante su contradictoria.
—¿Para qué quieres saber?
—Solo dime su nombre.
—Isabella Villarroel, amiga de la universidad de Gabriela, es paisajista y una muy buena por cierto. Deberías contratarla, dejaría ese jardín tuyo hecho una maravilla.
—Voy a considerar tu sugerencia.
Gabriela se separó de Isabella un momento para saludar a otros invitados y aquel segundo de descuido, fue suficiente para que Hansel se moviera como todo un galán a la barra en donde estaba su flechazo. Fue muy travieso de mi parte no advertirle sobre el carácter frío de Isabella, no era como el resto de mujeres con las que salía a menudo lo que en parte era bueno para él, quizá así deje su máscara de zorrón atrás y decidiera sentar cabeza.
Gabi estaba lista para irnos, pero no sin antes lanzar el ramo que ya tenía dueña. Debía ser muy precisa, si no acertaba el tiro arruinaría la sorpresa para Abigail.
—¿Listas? —Gritó desde una silla y las solteras ansiosas por casarse ya estaban preparadas, eran como ranas tratando de atrapar una mosca—. A la cuenta de tres, uno, dos, tres.
El ramo de rosas rojas voló en lo alto, mientras que todas trataban de pelear el ramo, menos Abi, que parecía estar tomándose su tiempo hablando con Isabella. De la nada entre las solteras saltó Jared robándole la oportunidad al grupo de mujeres que se abalanzaron sobre él tratando de quitárselo, pero Jared lejos de dárselos, salió corriendo con las flores y se las lanzó a su novia en las manos.
—¡Con un demonio Abi, debías atraparlo tú! —gritó molesto, pero de todas maneras se puso de rodillas y sacó el anillo que tanto había esperado para darle—. ¿Vas a casarte conmigo sí o no?
—¡Si quiero, si quiero, si quiero! —saltó una y otra vez en su lugar y le arrebató el anillo para ponérselo ella misma. Miró su mano y sonrió al verlo—. ¡Oh, Dios mío, me voy a casar!
Jared al oír la respuesta, la levantó del suelo como una muñeca y dio vueltas con su futura esposa.
✤
Gabriela
Seis meses después
Cancún, el lugar en donde disfruté treinta días de locuras con mi esposo.
Hicimos de todo lo que era posible, desde nadar con delfines, intentar surfear, volar en parapente y hacer el amor a la orilla de la playa con el peligro latente de que nos pillaran. Lo último fue una de las experiencias más excitantes, aunque eso significó quedar revolcada, mojada y con el culo lleno de arena.
Probé platillos exquisitos para mi paladar sensible con las hormonas y Daren se deleitaba al verme comer, decía que era necesario para una mujer que está creando vida.
Al regresar nos concentramos en comprar cosas para bebé neutras, quería que el sexo fuera una sorpresa, al igual que toda nuestra vida.
Daren por mi embarazo tomó la decisión de deshacernos del departamento, era peligroso para un bebé así que nos mudamos a un sector parecido al que vivía Hansel, ya que las zonas rurales tenían tranquilidad, aire limpio y un jardín amplio para que mi bebé corriera.
Isabella luego de la boda decidió echar raíces en el país, y con paciencia diseñó y construyó el jardín que tanto había soñado para mi familia.
Los siguientes meses pasaron tan rápido que en algún momento ya me quedaba una semana para el día del parto. Incontables fueron las veces que tuve contracciones y Daren salía corriendo conmigo a la clínica de maternidad, pero siempre eran falsas alarmas. De todas maneras, trabajábamos desde la casa y siempre mantenía la maleta preparada en el auto para salir rápido en caso de que llegara el día.
—Gabriela, tengo que asistir a una reunión, ¿vienes conmigo?
—No, prefiero quedarme y cuando regreses me cuentas como va todo.
Estaba a punto de reventar, salir en mi estado ya no era agradable, se me hinchaban mucho los pies y apenas podía caminar sin cansarme o sentir malestar.
—Prefiero que vayas conmigo —dijo preocupado, Daren estaba alerta y su instinto lo llevaba a ser demasiado sobre protector.
—Ve, no te preocupes.
—Bueno, pero llámame si te sientes mal.
—Sí.
—O si tienes hambre.
—Sí.
—Llámame por cualquier motivo.
—¡Que sí! Vete de una vez o vas a llegar tarde.
Daren sonrió, me dio un beso y salió.
Una vez sola, salí al jardín a tomar aire fresco, caminar descalza por el pasto húmedo me ayudaba a calmar la hinchazón de los pies. En el Jardín tenía un lugar especial, no era nada ostentoso, solo era mi pelota de yoga para prepararme con ejercicios y respiraciones de relajación para el momento del parto. Eso era lo que repetía constantemente, la instructora en las sesiones de yoga maternal a las que asistí por un mes con Daren.
Me balanceé por la esfera, respirando lento, llenando mis pulmones de oxígeno tratando de encontrar un punto de calma, así sabría qué hacer cuando llegue el momento que tanto me aterraba.
Con los ojos cerrados me moví por bastante tiempo, hasta que una ligera punzada se me clavó en la espalda. Ya estaba acostumbrada a esos calambres que me daban seguidos, era señal de que el gran evento canónico de ser madre estaba cerca.
Inspiré profundo moviendo continuamente la cadera en la pelota de yoga hasta que otra punzada más fuerte se me clavó en el abdomen bajo.
—Ok, respira, tranquila, todo estará bien —repetí una y otra vez mi mantra tratando de estar en calma.
El malestar se calmó una vez más, pero no tardó en reaparecer con más intensidad sintiendo un fuerte dolor que me hizo caer al suelo, incrusté los dedos en el pasto mojado intentando resistir la presión en el abdomen bajo y la espalda. La necesidad de pujar me invadió al igual que la sensación de querer hacer pipí, pero sabía que no era pipí el líquido viscoso que me recorría las piernas.
—¡Señora Gabriela! —gritó María corriendo a socorrerme.
—Creo... creo que entré en trabajo de parto —respondí asustada con la vista fija en lo que salía de entre mis piernas.
María sin pensarlo tomó el teléfono para llamar a Daren, que de seguro estaba en medio de la junta en este preciso momento.
—¡Gabi!
Al oír la voz de Daren en el jardín levanté la cabeza y me sentí aliviada al verlo correr hacia mí. Me sujetó del brazo para subirme en sus brazos, mientras que María corrió hacia la entrada abriendo el camino para que me subiera al auto.
—¿No estabas en la reunión? —pregunté al verlo de vuelta sin siquiera haber pasado treinta minutos.
—Regresé, no podía irme sabiendo que podía pasar esto, no debí dejarte sola.
Daren encendió el auto y con cada segundo aceleraba más para poder llegar lo antes posible a la clínica y lo agradecía, en este momento solo quería llorar, me dolía tanto, que sentía que me estaban sacando las entrañas.
—Gabi, respira.
—¡Eso intento, pero es muy difícil!
—Tranquila, todo va a salir bien —dijo logrando que por un momento lo odiara, él no podía entenderme en lo absoluto.
—¿Bien? —me reí—. ¡No eres tú el que está por parir un San Bernardo!
La contracción que sentí me hizo doblarme a la mitad afirmándome con fuerza de la puerta, trataba de recordar las sabias palabras de la instructora, pero la serenidad y la concentración de las respiraciones podían irse al mismo infierno.
No supe en qué momento llegamos, solo sabía que prácticamente Daren me bajó arrastrando del auto, y las enfermeras me llevaron lo más rápido posible a la habitación para tener a mi bebé.
—Señora respiré profundo, le vamos a poner la epidural.
Sin ninguna delicadeza entre cuatro enfermeras me voltearon subiendo el vestido y me dieron el pinchazo más doloroso que había recibido en mi vida, pero que poco a poco comenzó a calmar el dolor.
—¿Ya pueden sacarlo? —pregunté a mi médico de cabecera, mientras que las enfermeras me ponían la bata.
—No, aún le faltan unos centímetros para llegar a la dilatación ideal.
¿Ideal? Por qué no aprovechar ahora que estaba drogada hasta las cejas para no sentir nada.
—Vendré cada diez minutos para ver cómo sigue, ya vendrá su esposo para estar con usted.
No sentía ningún dolor, pero al ver que las personas que podían ayudarme salían de la habitación el pánico regresó a mí.
Al cabo de unas cuatro o cinco horas, las contracciones ya no eran cada veinte o diez minutos, sino cada cinco y ya no había más anestesia para la pobre Gabriela que ya parecía estar lista para el manicomio por el intenso dolor.
—¡Muy bien, llegó la hora! —dijo el médico feliz al ver mi cara de terror.
Daren a mi lado, sujetó mi mano y se instaló a un lado del médico para ver el hermoso proceso de mi vagina abrirse del tamaño de una sandía.
—Gabriela relájate, estás muy tensa —dijo el médico asomando la mirada, eché la cabeza en la camilla y mi único deseo fue que dejaran de verme la vagina—. ¡Puja!
Apretando la mano de mi esposo, pujé con todas mis fuerzas, sintiendo como poco a poco me partía en dos.
—¡Otra vez, puedo ver su cabeza!
Cerré los ojos y me sujeté de lo que fuera posible y lo apreté con todas mis fuerzas en un intento de darme fortaleza. Vamos, en la antigüedad las mujeres tenían hijos como conejos y sin ningún tipo de medicamento, podía hacer esto.
—¡Aaahhhh! —grité con la extraña sensación de que algo salía de mi cuerpo, pero al cabo de unos segundos me detuve llorando ante el dolor—. Dios mío, no puedo más.
—Meine liebe, eso debería decir yo —dijo Daren, lo observé débilmente y pude ver como su cabello estaba enredado con fuerza entre mis dedos—. ¿Cariño, quieres soltar mi cabello?
—¡No! Tú me hiciste esto animal, no volveré a dejar que me toques nunca más.
—Una última vez, vamos Gabriela, luego puedes descansar todo lo que quieras.
El médico que había llevado mi control maternal durante todo mi embarazo me daba ánimos, pero no parecía funcionar.
¿Cómo podía sacar un bebé del tamaño de una sandía, por un agujero del tamaño de un limón?
—Tranquila, respira cariño, como lo practicamos.
—¡A la mierda las respiraciones! —grité una vez más pujando con todas las fuerzas que me quedaban, tenía que sacar a ese bebé cuanto antes. Mi esposo se mantuvo en todo momento a mi lado y me sujetaba la mano, mientras que sus ojos cada vez se abrían más por la impresión.
Cuando creí que había perdido el horizonte y sentía que no podía pujar una vez más, el llanto más hermoso que había oído en mi vida inundó las paredes, y todo el dolor y sufrimiento que había sentido hace unos minutos se transformaron en un inmenso amor.
—¿Qué es? —pregunté ansiosa con la voz débil y cansada.
—Es una niña.
La enfermera la dejó sobre mis brazos, mientras que mi pequeña Levana lloraba desconsolada buscando mi consuelo.
—Hola —dije llorando al ver a mi hija por primera vez—. Mi pequeña Levana.
A pesar de ser tan pequeña, podía ver el gran parecido que había entre ella y Daren, tenía el cabello tan oscuro como su padre y hasta podría decir que su nariz.
Miré el suelo y preocupada me giré hacia la enfermera que se encontraba al lado de Daren. Fue muy fuerte para él ver a su hija salir de mi cuerpo, se desplomó como un saco de papas al suelo.
—¿Él estará bien?
—Sí, dentro de unos segundos recobrará la conciencia para conocer a su bebé.
Con lentitud movió la cabeza, arrugó las cejas y al sentir el olor del alcohol en su nariz, abrió los ojos y al encontrarse con mi mirada se levantó rápido recobrando la postura del gran Señor De Villiers.
—Ven —le dije viéndolo con una sonrisa y curioso se acercó hasta nosotras—. Mi amor, ella es Levana, nuestra hija.
—Es una princesa —mencionó con la voz quebrada por la emoción.
La pequeña Levana estaba igual de agotada que su madre luego de estar tratando de salir a la vida tanto tiempo, y poco a poco encontró tranquilidad cerrando los ojos aferrada a mi pecho, cayendo en un sueño profundo siendo adorada por sus padres.
Daren con los ojos llenos de lágrimas, nos abrazó a ambas y acarició la cabeza de su pequeña una y otra vez.
Era increíble lo que hacía el tiempo, en seis años lo vi pasar de ser un hombre frío y distante que solo pensaba en trabajo a ser un pan de azúcar que me consentía en todo, hasta ahora, que acababa de convertirse en padre.
✤
Luego de estar casi cinco días completos en una clínica recuperándome, regresé a mi casa con la pequeña Levana llorando todo el camino, logrando que su padre se pasara un semáforo en rojo de los nervios y que las autoridades le pasaran una multa por infringir las leyes de tránsito.
Al comienzo despertarse cada media hora porque Livi tenía hambre era arrastrarme fuera de las sábanas o que Daren se levantara y la trajera él mismo hasta mi pecho. Cuando empezó a comer solo podía pensar en cuanta popó hacía, en su olor, color y textura, fue entonces que comenzaron las peleas cómicas entre mi querido marido y yo para ver quien mudaba a nuestra hija, ya que en muchas ocasiones no sabíamos si mudarla o bañarla de una vez porque tenía la popó hasta el cuello.
Cuando cumplió su primer año dio sus primeros pasos y Daren prácticamente mandó a forrar la casa con plástico de burbujas y esponjas por miedo a que Levana se cayera y se hiciera daño. Cada día que pasaba se parecía más a su padre y me sentía terriblemente traicionada por mi hija, pasé nueve meses creando cada parte de ella para que se convirtiera en la copia femenina de su padre. Daren le enseñó a hablar y lo primero que aprendió por parte de su padre fue a decir la palabra "Mamá", lloré de emoción al oírla.
En los terribles dos años tuvimos que poner seguros para niños en cada mueble que estuviera a su alcance, en las escaleras y en los enchufes. Atenea adoraba a su nieta, era la luz de sus ojos y al menos dos veces a la semana le llevaba algún vestido nuevo diseñado y hecho por ella misma. Levana todos los días insistía en hablar con el abuelo David por videollamada y lo visitaba todos los fines de semana, para ver las carreras de caballos por la tele comiendo golosinas.
A los tres años mi sexi marido pasó a ser un ojeroso hombre musculoso que si tenía la oportunidad de dormir solo cinco minutos, los aprovechaba. No lo culpaba porque yo hacía lo mismo, o me escondía en el baño a comerme un dulce para no darle a nadie, Daren se reía de eso.
En un abrir y cerrar de ojos llegó el día en que mi pequeñita Livi cumplía cinco años y hablaba a la perfección español y alemán sin confundirse.
Su padre y su abuela por ser un día especial organizaron una fiesta de cumpleaños en donde le compraron cientos de regalos. Ambos la tenían demasiado consentida, pero a pesar de haber nacido en una cuna de oro, seguía siendo una niña buena y bondadosa.
Los tres acostados en la cama viendo una de las tantas películas de Levana, le surgió una duda, podía verlo en su rostro.
—Papá hoy es mi cumpleaños y quiero pedirte algo muy especial.
—Lo que quieras princesa —dijo dándole un beso en la frente.
Ambos esperamos a que Livi hablara, pero se tomó su tiempo para hablar.
—No lastimes a mamá.
Ante su petición me mantuve extrañada, no sabía a qué se refería con eso.
—¿Por qué dices que me lastima?
Ella juntó sus deditos y miró a Daren preocupada haciendo un puchero.
—Porque hay algunas noches en donde escucho a mamá, se queja mucho y siempre dice el nombre de papá.
¡Santo Dios!
La inocencia de mi hija me hizo hervir en vergüenza, mientras que mi esposo le pareció gracioso. Mi pequeña escuchaba cuando jugueteaba en las noches con Daren, que por lo general era todos los días, la pasión y la tensión sexual seguía siendo igual o peor que cuando comenzó nuestra relación.
—Hija, mamá no está sufriendo —aclaró Daren mirándome el escote—. Solo está contenta.
—¿Por qué está contenta tan tarde?
—Porque papá me hace cosquillas.
—¿Puedo jugar yo también? —preguntó con inocencia.
—No —dijo en seco Daren, logrando que Livi se pusiera triste—. No lo malentiendas mi princesa, es un juego que solo puedo hacer con mamá, con nadie más ¿entiendes?
Levana asintió con la cabeza y sonrió.
—¿Quieres abrir algunos regalos? —preguntó Daren.
—¡Sí!
Levana se levantó de la cama olvidando el tema de conversación y saltó sobre la cama feliz con la idea de abrir regalos.
Ver la gran vida que llevábamos me llenaba de felicidad, pero más que nada, agradecía las decisiones que me llevaron hasta aquí. Cada paso, cada sacrificio, cada momento de duda se entrelazaba con el brillo de los ojos de Daren y la risa contagiosa de Levana, recordándome que no hay mayor recompensa que el amor que hemos construido juntos. En ese instante, comprendí que no se trataba solo de los logros, sino de las almas que había encontrado en el camino, esas que transformaron mis sueños en realidad y llenaron mis días de significado. A su lado, supe que el verdadero hogar no era un lugar, sino la calidez de sus corazones, donde cada recuerdo se convertía en un hilo que tejía nuestra historia.
Fin
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