Capítulo 54: Tiempo al tiempo
Gabriela
Los muros de concreto no eran lo suficientemente fuertes para esconder toda la energía malvada que estaba dentro. La reja era tan alta como un puente, rodeado de filosas púas para que los que intentaran subir, no salieran ilesos.
No quería entrar.
—¿Lista? —preguntó Ian parado a mi lado.
—Eso creo.
Sujetada de su brazo crucé la puerta de entrada y no me gustaba el aire que emanaba aquí adentro. No podías distinguir quién era un preso y quién era oficial porque ambos tenían cara de pocos amigos y muchos tatuajes.
—¿Nombres? —dijo el policía que nos dio la bienvenida.
—Ian Valdez, abogado —el hombre que ignoró a Ian posó sus ojos sobre mí—. Ella es Gabriela Rangel, hija de David Rangel, viene a visitarlo.
—Revísenlos.
Los oficiales de menor rango obedecieron la orden y se acercaron a nosotros. Ian sin mostrar resistencia dejó que le pasaran el detector de metales y que revisaran el maletín que traía. Cuando llegó el momento de que me revisaran a mí estaba tan nerviosa que sentía el sudor correrme por la espalda. Uno de esos policías me obligó a separar las piernas y me tocó de arriba abajo buscando algún bulto sospechoso.
—¿No crees que te estás pasando? —bramó Ian al ver al oficial tocándome demasiado.
—¿Quieren entrar o no? —Ian con rabia le dio un vistazo y se quedó callado—. Tranquilo abogado, no me mires con odio solo estoy haciendo mi trabajo.
Continuó tranquilamente su manoseo de rutina y suspiró tan cerca de mi cuello que me provocó un escalofrío. Tomó el detector de metales y lo deslizó cerca de mi cuerpo sin obtener ninguna señal extraña hasta que llegó a mi cadera.
Al escuchar el pitido de la máquina, Ian levantó una ceja e intentó esconder una carcajada dado que sonó precisamente cerca de mi ingle.
—Son las llaves de mi casa, pervertido —le dije explotando en vergüenza y sacar las llaves para continuar con la revisión que me tenía harta.
Ian sin poder más comenzó a reírse sin parar mientras que los oficiales terminaban con la revisión y nos entregaron credenciales para poder entrar al área de visitas.
—¡Deja de reírte!
—Perdón —contestó entre risas—. Por un momento pensé que traías un calzón de castidad.
Arrugué los ojos y abrí la boca indignada ante su comentario. Tanto tiempo viéndonos las caras había logrado que naciera una amistad entre ambos.
—Ya estoy muy crecida para eso, te recuerdo que estoy casada.
—Pronto dejarás de estarlo.
—¿Crees que se rendirá en algún momento?
—Puede ser, tienes que darle un incentivo para firmar.
—¿Cómo cuál? —pregunté curiosa.
—Amenázalo, dile que si no firma el divorcio por mutuo acuerdo, irás a tribunales y le quitarás hasta los calcetines.
—No voy a hacer eso.
—Deberías, siempre funciona.
Ian a pesar de ser un hombre que no pasaba los cuarenta años, tenía mucha experiencia como abogado. Era muy bueno para debatir, pelear por los derechos de sus clientes y jugar sucio si la ocasión lo amerita. Por eso siempre exige que sus clientes sean totalmente transparentes, aunque eso signifique que tengan que contar su pecado más grande. Ian con su cara de yo no fui era capaz de darle la vuelta a la situación más difícil si quería ganar el caso.
Ahora entendía por qué Ian y Hansel se llevaban tan bien, ambos eran unos excelentes mentirosos, pero había una diferencia entre ambos. Ian lo hacía porque era su trabajo y vivía de eso, mientras que Hansel mentía por amor al arte y para bajar algunas tangas.
Dejé de hablar cuando oí pasos hacia nosotros, estaba de espalda, pero sabía por la cara de Ian que él estaba aquí. De reojo lo vi pasar por mi lado y sentarse en frente sin decir nada.
—Los dejo solos —dijo Ian apartándose un poco para darnos privacidad.
El nudo que me oprimía la garganta no me dejaba sacar la voz, estaba muy diferente a la última vez que lo vi. Flaco, delgado y desnutrido eran las palabras perfectas con la que podía describir su estado físico. Su cabello estaba completamente blanco y ya no tenía ni un solo cabello negro, su piel estaba pálida y tenía arrugas que no recordaba.
—Hola —dijo tratando de tocarme la mano, pero las alejé.
—Ya estoy aquí David, dime lo que tengas que decirme.
Era la primera vez que no le llamaba papá y le dolió tanto que la escaza esperanza que brillaba en sus ojos se apagó.
—Nunca pensé que estaríamos así —bajó la cabeza y se rindió—. Solo quiero que sepas que aunque no quieras hablarme, siempre serás mi hija, mi pequeña adorada hija.
—Me adoras tanto, que por eso permitiste que pasara cinco días encerrada por algo que Teresa y tú planearon. ¿Por qué no hablaste antes?
—Tenía miedo, pensé que si decía la verdad esa mujer te haría daño.
—¿Eso es todo?
—No, quiero contarte cómo pasaron las cosas.
—Entonces habla, no tenemos mucho tiempo.
Me dolía tratar a mi padre con esa indiferencia, es mi padre y a pesar de lo que hizo lo quiero.
—El día que Ana murió hice el trabajo que se me encomendó, esa mujer me dio la dirección en donde podía encontrarlo y con su ayuda entré como si fuera uno de los jardineros de la casa. Nadie notó mi presencia y una vez que tuve la oportunidad me acerqué al auto, y en un principio tuve miedo, pero solo era cortar los frenos y el dinero sería mío.
—Dinero que no sirvió para nada.
—Eso lo supe después, antes de eso era la única esperanza para salvar a tu madre.
—Querías salvarla con dinero sucio.
—Estaba desesperado, no quería perderla —dijo afligido al verme tan fría.
Medidas desesperadas te llevan a tomar malas decisiones, pero por otra parte lo entendía. Antes de la enfermedad de mamá, mis padres se amaban como un par de adolescentes y solo yo sé cuánto sufrió mi padre al perder a su otra mitad.
—Cuando estaba por salir de la casa, me encontré con el dueño del auto y me asusté tanto que me quedé congelado. El padre de Daren al verme pálido y sudoroso me llevó hasta su casa, me dio un vaso de agua y se quedó conmigo hasta que sonó su teléfono. La culpa no me dejaba en paz, así que en cuanto tuve la oportunidad me fui y no volví nunca más a su casa.
—Aunque hubieras vuelto, no lo habrías visto porque gracias a ti, él no pudo detener el auto. ¿Te das cuenta de lo que hiciste?
—Sí, y mi castigo fue grande, porque de todos los hombres en el mundo, te fijaste precisamente en su hijo —papá se sobó las manos nervioso—. Por eso no quería que te casaras con él, porque Daren se parece tanto a su padre que la primera vez que lo vi, pensé que ese hombre habría regresado de la muerte a cobrar la deuda que tenía conmigo. No quería verlo y mucho menos contigo.
—Ya no estamos juntos.
—¿Por el contrato que hicieron o por mí?
No quería que tocara el tema, pero era demasiado tarde.
—Por el contrato, debía estar un año con él y el plazo se terminó.
—¿No lo amas?
—No.
—Te conozco Gabi, sé que me estás mintiendo
Su palabra me llegó justo en el pecho, al igual que una flecha. Si alguien me conocía, era papá, me vio crecer y tomar costumbres que solo él conocía, no tenía caso ocultar la verdad.
No quería seguir mintiéndole a la gente y tampoco a mí misma, porque mi corazón y mi cabeza se peleaban todos los días por la misma razón.
—Sí, estoy mintiendo —dije con un hilo de voz—. Me duele que estés aquí, me duele que todo haya terminado tan mal.
—¿Entonces si lo amas?
—Sí papá, lo amo.
Papá sin poder aguantar más, se levantó a paso veloz y me abrazó y correspondí al gesto, sentir su calor me ayudaba a curar las heridas y poder procesar la etapa de aceptación. Acepté que papá cometió un error terrible que costó la muerte de un hombre, que estaría lejos de mí un largo tiempo, pero lo que más me dolía aceptar era que a pesar de todo seguía amando a Daren.
—¿Te odia? —dijo acariciándome la espalda.
—No papá, a pesar de que soy hija de uno de los culpables de la muerte de su padre, intentó regresar conmigo. Pero el día que lo descubrió me acusó y me gritó cosas horribles, ¿cómo podría volver a estar con él?
—¿Lo odias?
Una parte de mí odiaba en lo que se transformó ese día, que no me haya dado la oportunidad de explicar y que me culpara sin darme la posibilidad de defenderme. La otra parte, no podía soportar la idea de que él no estuviera cada día diciéndome "meine liebe" con cariño y gritaba que fuera a buscarlo.
—No lo odio, pero no puedo regresar con él.
—No voy a decirte lo que tienes que hacer hija, pero quiero decirte algo que decía tu madre cada vez que peleábamos —se rio recordándola—. No dejes que tu orgullo pueda más que tu amor.
—¿Estás de su lado o del mío?
—De tu lado, pero no quiero que por ser orgullosa y no perdonar, seas infeliz. No quiero que termines en un sillón sin ganas de vivir bebiendo alcohol para aliviar tu dolor.
—Gracias por el consejo —dije con la cabeza pegada en su pecho.
—¡Se acabó el tiempo! —gritó el oficial acercándose a papá.
—Gabriela, quiero pedirte algo antes de que te vayas —dijo con rapidez antes de que se lo llevaran.
—¿Qué cosa?
—No vuelvas a venir.
Desconcertada lo miré y negué con la cabeza, mientras lo esposaban para llevarlo de vuelta a la ratonera que lo mantenía muriéndose de hambre y palideciendo cada día por estar encerrado.
—Te conozco y sé que si sigues viniendo, no vas a ser feliz y quiero que sigas tus sueños. Estoy orgulloso de la mujer que eres y estoy muy agradecido de que seas mi hija.
—No me pidas eso, no puedo hacerlo —lloré abrazándolo.
—Tienes que hacerlo, no quiero que vengas y que vuelvas a pensar en mí. Estuviste muchos años aferrada a un borracho bueno para nada, ahora quiero que seas libre. Promete que no vas a venir.
Lloré desconsoladamente mientras que los oficiales trataban de apartarme de su pecho para llevárselo.
—Papá, no quiero prometer eso.
—Promételo —rogó esperando a que cumpliera su última petición.
Lo observé una vez más y al ver su sonrisa, supe que no volvería a verlo, pero era la única forma de que se fuera sin que le hicieran daño.
—Está bien, lo prometo.
Papá a tirones se acercó a mí y me dio un beso en la frente.
—No olvides lo que decía tu madre. El hubiera es algo poderoso y haz todo lo que tengas que hacer para ser feliz.
—Te quiero papá.
—Adiós hija, te quiero.
Con esas últimas palabras papá se fue y me dejó tan sola como lo estaba antes, me sentía igual a cuando fue el funeral de mamá, porque sabía que las probabilidades de que saliera de la cárcel eran muy bajas.
Solo espero que la vida se encargue de darle salud y lo proteja adentro de ese nido de víboras para que en algún momento, logre volver a verlo.
✤
Los siguientes días pasaron sin pena ni gloria y todo me parecía nuevo. No tenía al banco detrás de mí exigiéndome pagar la deuda, tampoco debía llegar a casa corriendo para hacer la cena del día siguiente, o preocuparme si papá seguía respirando en el sillón luego de beber todo el día.
Por primera vez en mucho tiempo, soy libre, un lienzo en blanco en donde puedo comenzar a escribir un nuevo capítulo en mi vida, pensando exclusivamente en mí, solo en mí.
Para no sobre pensar demasiado me dediqué la gran parte del tiempo a trabajar, aún no decidía que haría con mi vida de ahora en adelante y pasar parte del tiempo ganando dinero extra, me parecía una buena forma de volver a empezar. Adriana no estaba feliz con mi presencia, menos ahora que con mi regreso algunos clientes me reconocían y se alegraban al verme devuelta dejándome una generosa propina solo para mí.
Cada noche de regreso del trabajo, Abigail me esperaba con Jared afuera del restaurante para ir a cenar juntos a casa. Incluso fueron a recogerme cuando debieron salir a celebrar los dos solos, era un día especial.
—¿Por qué no salieron a cenar?
—Porque no —dijo Abi dándole un vistazo a la olla de arroz.
—Es un día especial para ustedes, debieron salir a celebrar.
—Mi economía está crítica y no quiero abusar de Jared, sin contar que necesitaba un violinista para la cita —bromeó probando el arroz que estaba casi listo.
—No quiero tocar el violín —protesté.
—Tranquila, no lo harás. Jared entiende que antes que él, estás tú que eres mi amiga y mi hermana. Además, él sugirió que cenar los tres juntos era la mejor idea.
Jared podrá ser un cabeza hueca de vez en cuando, pero entendía a Abi y desde que la conoció no ha hecho nada que la lleve a elegir entre una cosa u otra. No pretendía que ella se transformara en la mujer que él quería, porque la quería tal y como es, le daba la libertad de ser ella misma y eso lo convierte en el mejor novio.
—De todos modos, me hubiera gustado que salieran a celebrar sus seis meses juntos.
—No te preocupes tanto, luego de la cena nos iremos por ahí a donde podamos hacer hasta el salto del ropero —dijo levantando las cejas.
—¡Qué asco! —grité tirándole una lechuga—. No quería saber tantos detalles.
Entre risas y bromas en doble sentido cenamos los tres en armonía, pero verlos tan feliz y enamorados me recordaba esa sensación tan agradable que sentía hace dos meses, cuando estaba convencida de que Daren sería mi vivieron felices por siempre.
Por más que intentaba que los recuerdos de él se borraran, no lo lograba, aún recordaba la idea de estar con Daren y avanzar juntos por el mismo camino. Ahora nuestros caminos estaban separados y cada uno debía seguir con su vida en un punto de partida diferente.
Mientras Jared lavaba los platos, Abi y yo nos sentamos juntas en el sofá y sentía la duda crecer en su cabeza, estuvo gran parte de la cena resistiéndose a la pregunta que tenía en la punta de la lengua.
—¿Cómo estás?
Y finalmente lo dijo.
—Bien —respondí ganándome una mirada incrédula de su parte—. ¿Qué quieres que diga?, me siento como la mierda y mi cabeza y mi corazón se pelean todos los días.
Sonreí irónicamente y Abi me observó sin ninguna expresión.
—Jared me contó que ese tonto está en casa de su madre, ella no quiso dejarlo solo.
—Abi, no empieces.
—Está bien, no te cuento nada más.
Molesta tomó la cerveza de la mesa de centro y le dio un largo trago.
—Desde la cocina puedo ver la nube negra que atormenta la sala, ¿qué les pasa? —preguntó Jared.
Abi solo le dirigió una mirada cómplice y él se dio cuenta enseguida que hablábamos de Daren.
—Gabi, tengo que decirte algo —Jared se acercó y se sentó cómodamente en el brazo del sillón.
—No es momento Jared —dijo Abi regañándolo.
—Tonterías, ella tiene que saberlo.
Jared era la primera vez que desafiaba Abi sin agachar el moño.
—¿Qué es lo que tengo que saber?
—Daren —dijo finalmente.
—¿Daren qué? —exigí molesta al ver que ambos escondían algo.
—Se fue a la casa de su madre.
—Ya lo sé —aclaré.
—Eso no es todo.
Jared y Abigail se dieron una mirada en donde ambos se debatían por decirme lo que sea que debía saber.
—Atenea se lo llevó a donde pueda vigilarlo —dijo finalmente—. Antes de ayer bebió mucho, en exceso diría yo, y si no hubiera sido por Alex para esta hora estaría muerto.
—Gabi, ese tonto se intoxicó —confesó Abi sentada a mi lado.
Permanecí aplastada en el sillón incapaz de moverme, se me heló la sangre con la noticia y no era capaz de sacar palabras para expresar mi pesar.
—Es mi amigo y en un par de ocasiones fui a verlo y todo lo que quería saber si estabas bien y en donde estabas viviendo. Todo lo que le importa eres tú... No quiero excusarlo o defenderlo, pero él también lo está pasando mal con todo esto.
—Lo estás defendiendo Jared —Abigail molesta se levantó al oírlo.
De un momento a otro me desconecté de la pelea de los enamorados y me concentré en lo que hizo Daren. Intentó acabar con su miseria hundiéndose en una botella de alcohol igual a como lo hacía mi padre, con la única diferencia de que superó todos los límites y casi acaba con su vida.
No sabía cuánto tiempo había estado en silencio, solo sentí los brazos de Abi a mi espalda y las lágrimas comenzaban a quemarme en los ojos.
El fantasma de él fuera de la casa se volvió más claro, mostrándome como soportó horas en el frío para verme y luego ser rechazado y destrozado de la misma manera en que lo hizo conmigo. Estuvo dos meses persiguiéndome para que lo escuchara y le di la misma oportunidad que él me dio a mí, ninguna.
—¿Vas a ir a verlo? —preguntó Jared.
—No —con la voz rota respondí ignorando la mirada profunda de Jared.
—Gabi, no quiero ser entrometido —molesto se acercó a nosotras—. Pero debes soltar esa sed de venganza, Daren está comenzando a pagar por todo y está sufriendo en carne propia todos sus errores.
Jared estaba enfrente de nosotras viendo cómo me rompía una y otra vez en el sillón y Abi intentada darme todo el apoyo del mundo.
—Espero que el día de mañana no te arrepientas de tu decisión —dijo saliendo de la casa hecho una furia.
—¡No le digas eso animal!
Abi igual de molesta salió para corretearlo.
Sola sentada en el sillón, me quedé imaginándolo en la habitación con una botella de whisky, incapaz de moverse.
Olvídalo, me dije a mí misma.
No quería sentirme mal por algo a lo que no lo había obligado, esas eran las consecuencias de sus acciones.
Con tristeza me aferré a la idea de que con el tiempo me acostumbraría a no verlo todos los días y poco a poco olvidaría las facciones de su rostro. Tenía que olvidar como sonaba su voz ronca al despertar, como se le formaba el hoyuelo en la mejilla izquierda al sonreír y de cómo las palabras te amo salían de su boca.
Tiempo al tiempo.
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