Capítulo 50: El juicio
Gabriela
Blusa blanca, tacones de aguja, falda abajo de la rodilla y una chaqueta de vestir a juego, era lo que Abi trajo para mí para el día del juicio. Era un atuendo que perfectamente podría llevar para un funeral, pero dadas las circunstancias, era perfecto para la ocasión. Papá llevaba un traje negro y caminaba de un lado a otro mordiéndose las uñas, estaba más nervioso de lo que esperaba luego de pasar casi una semana aquí.
Con la ayuda de cuatro policías nos sacaron hacia la camioneta que nos esperaba, y sentí alivio al no ver a ningún fisgón tomando fotos y exigiendo respuestas a sus preguntas. Eso significaba que todo se estaba llevando a cabo en absoluta discreción, y sin levantar sospechas hacia la prensa.
De camino hacia el juzgado me mantuve tranquila, Ian explicó paso a paso como se llevaría a cabo el juicio. Tenía tres testigos a nuestro favor y eso sería una ayuda para obtener de regreso mi tranquilidad y libertad. Mejor dicho, la de ambos.
Treinta minutos después, la camioneta ingresó a un edificio antiguo que estaba pintado de blanco, con dos leones en la entrada. Con la ayuda de mi tormento de la cárcel bajé de la camioneta a tirones y sin ninguna delicadeza.
—Perdona mi rudeza, pajarito —dijo sujetándome más fuerte el antebrazo—. No puedo permitir que escapes.
—No voy a huir, no tengo nada que temer —dije segura.
Confiaba en Ian y en su capacidad de persuasión para que no nos permitiera pasar un día más detrás de una celda, era injusto seguir siendo apuntados con el dedo.
—¡Ja! Dile lo mismo a tu padre.
Oír como se burlaba de papá me llenó de una rabia abrazadora, él no tenía derecho a culparlo sin saber cómo habían sucedido las cosas. No era nadie para opinar.
—Papá —dije tratando de acercarme—. Todo saldrá bien.
No respondió.
Se quedó callado con la cabeza en el suelo, desde mi posición lo veía temblar y el sudor le hacía brillar la cien, sus ojos estaban abiertos de par en par y su respiración estaba tan alterada que podía oírla.
Estaba demasiado nervioso, y verlo a punto de derrumbarse frente a la puerta del juzgado, provocó que mi estómago se retorciera de los nervios. Era comprensible, era la primera vez que estábamos en una situación tan seria como esta, y esperaba que fuera la última vez.
—Gabi —dijo papá.
—¿Qué pasa?
Con lentitud giró la vista hacia mí y con la respiración todavía agitada, me dio una mirada llena de angustia.
—Perdóname —susurró.
No entendía por qué se estaba disculpando, pero tampoco tuve la oportunidad de responder, porque el abrupto sonido de la puerta abriéndose interrumpió.
—Señores, ya pueden entrar a la sala.
Empujada por el policía, entramos en donde nuestra inocencia sería juzgada. Un largo pasillo nos dio la bienvenida y con torpeza emprendí mi camino por el pasillo, aún me dolían los pies y las costras apenas se estaban formando. Cada paso hacia el frente fue una tortura gracias a los ojos fulminantes que seguían nuestros pasos, me aplastaba ante tantas presencias maliciosas que esperaban verme caer.
Papá venía un par de pasos delante de mí con la vista fija en el suelo escondiendo la cabeza, cualquiera que lo viera pensaría que realmente había hecho algo malo. Lo vi cruzar la puertecilla hacia los asientos de los acusados y tomó su lugar manteniendo una postura sumisa.
Ian me dio un vistazo y esperó a que acatara su orden silenciosa de entrar sin prestar atención a mi alrededor, pero no podía hacerlo, menos ahora que él estaba a unos pasos de mí.
—Espera —susurré con las manos atadas a la espalda.
—Gabriela, ahora no—dijo Ian acercándose.
Me sostuvo del brazo y me llevó hasta mi lugar, pero no dejé de mirar hacia donde estaba Daren sentado sujetando con fuerza la mesa. Le costaba respirar y solo él sabía qué infierno estaba viviendo por dentro, pero en este momento debía tener en cuenta que había cruzado una línea, una de la cual no había vuelta atrás.
Contra todo pronóstico, Daren se volteó a verme y por un momento vi todas las preguntas y dudas que se encontraban en su cabeza, pero más que nada, vi algo que no esperaba presenciar precisamente ahora.
Pena.
—¡Cómo te atreves a mirarlo, asesina! —gritó con furia la mujer sentada al lado de Daren.
Teresa se levantó de su asiento con intenciones claras de golpearme, la violencia en sus palabras me lo confirmaba.
—¡Eres una maldita! —volvió a gritar más fuerte acercándose con rapidez hasta mi lado e intentó alcanzarme—. ¡Y vas a pagar por todo lo que hiciste!
Para su mala suerte no tuvo oportunidad de seguir acercándose hasta mí, porque Ian y otros policías le impidieron el paso.
—Déjala —murmuró Daren llevándose a Teresa a tirones de vuelta.
—¡Cómo puedes defenderla después de lo que le hicieron a tu padre! —gritó tratando de soltarse de su agarre—. ¡Ella y su padre mataron al tuyo!
Teresa estaba totalmente fuera de sus cabales, no tenía la capacidad de razonar o pensar un poco más allá. Solo era una mujer egoísta llena de rabia y odio, después de todo siempre me odió y nunca entendió por qué Daren me escogió por sobre ella.
—¡No pierdas los estribos!
—¡Pero...
—¡Señora, es suficiente! —gritó Ian y miró a Daren—. Controle a su acompañante o haré que la saquen de aquí.
—¡Con qué autoridad vas a sacarme!
A pesar de la reprimenda de Ian y Daren, Teresa continuó vociferando.
Odié cuando Daren la sujetó de la mano y se la llevó a su lugar y ambos se sentaron uno al lado del otro. Dejó que ella lo consolara a pesar de que lo traicionó con su mejor amigo y lo denigrara al punto de gritarle "poco hombre", ella era la única mentirosa y traicionera dentro del juzgado.
Las lágrimas me calcinaban los ojos, pero no lloraría, no le daría el gusto de verme llorar, tenía que demostrarle a esa que por más que grite y me acuse, yo soy inocente.
—Pónganse de pie para recibir a su señoría, la jueza Vanesa Clark.
Una mujer mayor con una túnica negra hasta los tobillos entró en la sala, tenía el cabello corto hasta los hombros de un perfecto gris y mantuvo una seriedad sepulcral haciendo enmudecer la sala en segundos. Sin decir una palabra se sentó en su lugar de juez, se acomodó las mangas y con la mirada recorrió la sala.
—Buenos días —su voz era ronca, muy ronca para ser la de una mujer y esa misma rudeza, le daba fuerza a su palabra—. Se abre la sesión en el juicio de Levi de Villiers.
El fuerte sonido del martillo hizo saltar a papá a mi lado y por acto reflejo sujeté su mano dándole fortaleza.
—Estamos aquí reunidos para deliberar en contra de David Rangel como principal acusado de la muerte de Levi De Villiers y a Gabriela Rangel como su cómplice —dijo mirando los antecedentes recopilados en el caso—. Tras una exhaustiva búsqueda de un investigador denominado como IB que contrató el hijo de la víctima, se determinó con pruebas irrefutables que el señor David Rangel es culpable de la muerte de Levi De Villiers.
—Objeción su señoría—dijo Ian poniéndose de pie.
—Denegada —expresó golpeando el martillo con fuerza—. Déjeme terminar.
Lo último que quería ser en este momento sería ese martillo que tenía en la mano, lo había azotado tan fuerte que mi abogado no le quedó más remedio que acatar las órdenes emitidas por la jueza y volver a tomar su lugar.
—Sin embargo, con respecto a la señora Gabriela Rangel, no hay pruebas o evidencias que la inculpen o relacionen con la víctima.
—¡Objeción! —gritó el abogado de la contraparte.
—A lugar —mencionó la jueza dándole la palabra al abogado—. ¿Qué tiene que decir?
—La señora Gabriela es hija del victimario, por lo tanto, las probabilidades de que haya colaborado con el crimen son altas. Es tan culpable como su padre.
—Solo son especulaciones abogado, ya que en la carpeta investigativa no hay antecedentes de lo que usted acaba de señalar —replicó la jueza acabando con el argumento débil del abogado.
Ian a mi lado sonrió victorioso, porque sin decir una sola palabra la contraparte tuvo que retractarse de sus aseveraciones.
—Habiendo terminado de exponer sus argumentos el abogado tanto defensor como demandante, se da inicio al relato de los testigos. Que pasen los testigos del demandante.
La jueza esperó de forma estoica a que se hicieran presentes los testigos de Daren.
No me sorprendió que la primera en pasar a deliberar en mi contra, fuese cierta mujer que ya había provocado un escándalo antes de empezar el juicio.
—Señora Teresa Bravo, ¿jura decir la verdad y nada más que la verdad? —pregunta un hombre parado a su lado.
—Lo juro —responde con seguridad mirando al hombre directo a los ojos.
—¿Qué puede decir usted de los Rangel? —dijo el abogado demandante mirándonos.
—Que son cazafortunas.
—¿Por qué?
—Porque ella se casó por interés. Nunca hubo amor en ese matrimonio, no es más que una aparecida que se aprovechó de la generosidad de Daren.
—¡Objeción! —gritó Ian enfurecido por la forma tan despectiva con la que se refería a mí.
—A lugar, se desecha el argumento de la testigo.
Teresa con rabia se volteó hacia la jueza que había catalogado sus palabras como vacías y carentes de fuerza. Por un momento me sentí tranquila porque no había nada que me acusara, pero estaba preocupada por papá, ya que en su contra había supuestas pruebas que eran innegables.
—Su señoría —dijo Ian poniéndose de pie—. Me gustaría hacerle una pregunta a la testigo.
—Proceda.
Ian con la aprobación de la jueza se acercó hasta Teresa, mientras que toda su ira fue disminuyendo para sonreír disimuladamente. Imagino que con esa misma personalidad embauca a la gente, porque no pasó desapercibida su indecorosa acción de presionar los brazos para abultar su escote.
—Señora Teresa, ¿qué es usted del demandante?
—Socia y amiga de la familia —respondió inflando el pecho.
—¿Es cierto o no que sostuvo una relación con el demandante?
—Sí.
—Y por qué omitió ese detalle.
—No lo consideré relevante.
—¿Sostuvo una relación por años con el demandante para luego traicionarlo con su mejor amigo?
—Eso es parte de mi vida personal —rugió perdiendo la paciencia al verse acorralada.
—No evada la pregunta y responda. ¿Es cierto o no?
Se mantuvo callada ensanchó la nariz y apretó las manos hasta volverlas un puño.
—Es cierto.
—Entonces por qué se debería considerar las palabras de una mujer que traicionó a su pareja con alguien cercano a él. Hay muchos hombres en el mundo ¿no?
Ian con una sonrisa burlona observaba a Teresa, mientras que ella estaba tan roja como un tomate al remover su vergonzoso pasado enfrente de la jueza y el público presente.
—Al grano abogado, ¿cuál es su motivo para usar el pasado de la testigo en el caso?
—La señora Teresa Bravo siguió buscando al demandante a pesar de que ella abusó de su confianza y se casó con mi clienta. Ella perfectamente podría estar levantando calumnias en contra de mi clienta únicamente por celos.
La jueza al oír las palabras de Ian levantó las cejas y volteó los ojos hacia Teresa, que no sabía en dónde meter la cabeza. Tomó apuntes del caso y esperó a que Ian regresara a su lugar o continuara con el interrogatorio.
—No tengo más preguntas su señoría.
Ian brillando volvió a mi lado y se sentó provocando una guerra de miradas con el abogado de Daren.
Teresa con la ayuda del hombre a su lado bajó del estrado y regresó indignada a su asiento.
—Que pase el siguiente testigo.
Daren se levantó de su asiento y avanzó hasta el frente, hizo juramento de la verdad y esperó a que su abogado hablara.
—Señor De Villiers, ¿dónde conoció a su esposa?
—En un restaurante, trabajaba de mesera.
—¿Es cierto que pagó una numerosa deuda que tenían en el banco?
—Sí.
—¿Por qué lo hizo?
—Era la mujer que se iba a convertir en mi compañera, quería su tranquilidad.
Por lo visto, Daren le había omitido a su abogado el motivo real con el que empezó nuestra relación, pero para su mala suerte, yo no. Le conté toda la verdad a Ian, no omití nada y le hablé acerca del contrato, las reglas, de lo que él obtendría al casarse y de lo que me daría a cambio de que firmara un contrato por matrimonio.
—Objeción su señoría —gritó Ian volviendo a interrumpir a la contraparte.
—Hable, abogado.
—Están describiendo un hombre bueno y generoso —Ian se acercó al estrado—. No está contando como realmente se conoció con mi clienta.
—Continúe —dijo la jueza interesándose.
—El señor De Villiers fue el que buscó a mi clienta, investigó su pasado, se enteró de las deudas de los Rangel y se acercó a ella ofreciéndole trabajo —aclaró con seriedad—. Pero, él quería aprovecharse de la situación tan delicada de mi clienta.
—¿A qué se refiere? —preguntó la jueza.
—A los Rangel el banco les iba a embargar todos sus bienes por una numerosa deuda, y el señor De Villiers, se aprovechó de la necesidad de mi clienta para ofrecerle pagar todas sus deudas a cambio de casarse con él.
Voces sorprendidas y rostros impactados dirigieron toda la atención hacia Daren, que por primera vez fue el acusado.
El abogado de Daren sin decir nada lo destruyó, le había mentido con un detalle muy importante. Sin contar que con eso, las cosas se daban vuelta más a mi favor.
—¿Eso es cierto? —preguntó la jueza mirando con rudeza a Daren.
—Sí —respondió bajando la cabeza.
—¿Por qué le ofreció ese trato a la demandada? —interrogó nuevamente—. Y diga la verdad sin omitir nada, le recuerdo que está bajo juramento.
—Cuando llegó el momento de que mi madre se retirara, ella exigió que para heredar la empresa a mi hermano o a mí, debíamos estar casados. Mi hermano no estaba interesado y yo no quería casarme, así que entre ambos ideamos un plan para contratar a una esposa. Llevaba meses asistiendo al restaurante en donde trabajaba Gabriela y desde que la vi me generó cierta curiosidad, y averigüé todo lo que debía saber para ofrecerle lo que necesitara. Fue entonces cuando encontré la deuda que tenía en el banco y decidí ofrecerle pagar todas sus deudas a cambio de que se casara conmigo, y se mantuviera a mi lado por un año para sostener la mentira. Solo sería un negocio justo que nos beneficiaría a ambos, luego nos divorciaríamos y cada uno seguiría con su vida.
Al escuchar la aclaración me mantuve rígida en mi lugar, no era capaz de mirar a papá que exigía que le dijera que no era cierto. Debí saber que cuando firmé el contrato era cuestión de tiempo para que todo saliera a la luz, era una bomba de tiempo.
—Gabriela —dijo papá, pero era incapaz de mirarlo—. ¿Por qué lo hiciste?
Contuve la respiración y cerré los ojos para no llorar. Debe estar pensando lo peor de mí, que soy una interesada y que Teresa tiene razón.
—¡Respóndeme! —gritó papá.
El fuerte golpe del martillo azotándose nos hizo saltar a los dos y volvimos a recuperar la calma.
—Señor Rangel, guarde silencio —exclamó la jueza y se giró hacia Ian, Daren y a su abogado que seguían en el estrado—. Señor De Villiers ¿tienen más testigos?
—No.
—Bien, que pasen los testigos de los acusados.
La primera persona en pasar al estrado subió tan nerviosa que se pellizcaba los dedos, se sentó en el estrado viendo al hombre y tomó un largo aliento antes de que el hombre a su lado hablara.
—Abigaíl Gutiérrez, ¿jura decir la verdad y nada más que la verdad? —le temblaba la mano sobre el libro, y lamentaba mucho meterla en este lío.
—Lo juro.
—¿De dónde conoce a los acusados? —preguntó la jueza.
—Desde niña vivimos en el mismo sector, fuimos a la misma escuela y desde que recuerdo hemos sido mejores amigas.
—Comprendo —dijo la jueza—. ¿Preguntas?
La jueza con su martillo apuntó al abogado de Daren, que enseguida se puso de pie y se acercó hasta el estrado.
—Señorita Abigail, ¿cómo puede creer en ellos?
—Porque los conozco de toda la vida, son buenas personas, transparentes e incapaz de lastimar a nadie.
—¿Buenas personas? —se rio—. ¿Tan buenas como para matar a alguien?
El sonido del martillo se escuchó por toda la sala.
—Abogado, limítese únicamente a hacer preguntas que contribuyan a la causa.
—No tengo más preguntas.
El hombre se dirigió a su asiento sin decir nada más, pero sonriendo al provocar que Abi se pusiera nerviosa.
—Abogado de los acusados, ¿tiene preguntas?
Ian hizo una seña negativa con la mano y la jueza continuó.
—Que pase el siguiente testigo.
Jared al igual que siempre entró con un traje totalmente en desacuerdo para la ocasión, y al ver el ceño fruncido de la jueza escondió el pan en el bolsillo.
—Lo siento —dijo tomando asiento en el estrado—. Esto me genera ansiedad.
—Jared Reid, ¿jura decir la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad?
—Lo juro.
Daren estaba muy sorprendido, pero más que nada observaba a Jared muy decepcionado. No había querido declarar en mi contra, por lo tanto, ante sus ojos era un traidor.
—¿Usted es? —preguntó la jueza.
—Socio de la empresa del señor De Villiers y amigo.
—¿Y qué lo trae aquí?
—A decirle a él en frente de todos que es un idiota, no aprendió en nada a conocer a su esposa. Gabriela a pesar de todo se mantuvo a su lado, lo apoyó cuando más lo necesitó y a pesar de que se enamoró de ella, cometió la estupidez de acusarla de una injusticia cuando no hay ni una sola prueba en su contra.
—¡Objeción su señoría!
—A lugar.
—¿Cómo sabemos que el señor no es amante de la esposa?
—¿Tiene pruebas?
—No.
—Entonces no diga acusaciones sin fundamento.
—Señor Jared, ¿qué relación tiene con los acusados?
—A Gabriela la conozco por ser la esposa de Daren, por ser la mejor amiga de mi novia y porque he convivido con ella, sé cómo es. Al señor Rangel lo he visto en pocas ocasiones, pero las veces que he hablado con él me parece ser una persona buena y correcta.
—¿Preguntas?
Los abogados se mantuvieron callados y ninguno de los dos se levantó.
—Que pase el siguiente testigo.
Me sorprendió que siendo testigos a nuestro favor, Ian se mantuviera callado, pero sabía que algo se estaba guardando porque lo vi hablando por teléfono antes de entrar al juzgado.
—Debes estar atenta y escucha con atención —susurró Ian con una sonrisa—. Ahora viene lo divertido.
De punta en blanco entró Atenea, con su cabellera lisa perfectamente peinada y sin dirigirle la mirada a su hijo que al verla, se levantó de golpe del asiento.
—Atenea De Villiers, ¿jura decir la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad?
—Lo juro.
Teresa tenía la mandíbula hasta el suelo, no podía creer que Atenea estuviera declarando a mi favor.
—Me sorprende que no esté a favor de su hijo, ¿dígame señora, por qué supone que son inocentes?
—Porque no creo que ella sea culpable — Atenea mantuvo firme la mirada en su hijo—. Tengo pruebas que lo demuestran.
La jueza completamente cautivada por las palabras de Atenea se acomodó en el asiento.
—¡Qué diablos estás haciendo! —gritó Daren. Se levantó de su asiento tratando de llegar hasta su madre. No comprendía que ella siendo la más afectada, estuviera de mi lado.
—¡Señor De Villiers! —gritó la jueza azotando el martillo—. Vuelva a su lugar, la próxima vez que se levante sin autorización lo voy a sancionar.
La jueza devolvió su atención a Atenea y asintió con la cabeza para que continuara.
—Su señoría, traje a un testigo que trae información valiosa para el caso y estoy segura de que aclarará muchas cosas.
Atenea ignorando completamente a su hijo, solo se dirigía a la jueza.
—¡Objeción su señoría! —exclamó el abogado defensor—. ¿Un testigo para un testigo? Es ridículo.
—Objeción denegada. Que pase el testigo de la señora.
Un hombre entró en la sala caminando con un traje tan claro como su cabello, con una sonrisa burlona en su semblante y tan seguro de sí mismo que no se percató que todos los presentes estaban muy desconcertados por su presencia. Se acercó hasta la jueza y se detuvo justo en frente de ella, y con ese mismo aire de grandeza se giró hasta a mí, ensanchó la sonrisa y sin importar que estábamos en un juzgado en medio de un juicio serio, me guiñó un ojo y se metió las manos en los bolsillos.
—Dígame señor —dijo la jueza mirando al hombre de pies a cabeza—. ¿Quién es usted?
—Me presento su señoría —dijo fuerte y claro—. Soy amigo, socio y el investigador responsable que estuvo a cargo de la búsqueda del asesino de Levi De Villiers, soy IB, más conocido como Hansel Becker.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro