
Capítulo 48: Letras cursivas
Gabriela
Luego de la apresurada salida de Daren, él no regresó.
No contestó ni una sola de las llamadas que habíamos hecho con Liliana a su teléfono. Tenía muchos pendientes en la oficina que requerían su minuciosa atención y a él no parecía importarle.
Nadie en la oficina a excepción de Alex y yo, sabían el motivo real de su desaparición repentina, y ninguno de los dos tocó el tema a pesar de que nos encontramos un par de veces por los pasillos.
—Mierda —dijo Liliana azotando el teléfono—. ¿A dónde diablos pudo ir tu marido para que no le entre ni una sola llamada?
Liliana sabía que no debía molestarlo, pero Alan, el padre de Hansel, insistía en hablar con él y no aceptó ninguna negativa. Ese hombre es tan horrible como su hijo, e inclusive peor, no tiene ni una pisca de educación y los trata a todos como si fueran menos que él.
—No lo sé.
Mentí y me concentré únicamente en el portátil para no darle tantas vueltas, aunque no había nada que me mantuviera lo suficientemente ocupada para no pensar. Daren estaba cruzando uno de los momentos más difíciles y no me permitió acompañarlo, pero entiendo que es algo que quiera enfrentar solo.
Después de todo, se trata del culpable de la muerte de su padre.
Al salir de la empresa le envié un par de mensajes, pero siguieron marcando solo la palomita de enviado.
—Vamos cariño, enciende el teléfono de una vez —murmuré antes de subir al auto de la empresa.
Raúl abrió la puerta y me senté en el asiento trasero abrazando el bolso, tratando de hallar algo de tranquilidad en la incomodidad que me oprimía el pecho.
—¿Directo al departamento, señora? —preguntó Raúl mirándome por el retrovisor.
—Sí, quiero llegar lo antes posible.
Por el camino continué marcando a su teléfono sin éxito.
Ahora sí estaba preocupada.
Llevaba horas en total desconexión, nadie sabía de él, y no saber nada me estaba matando en ansiedad.
Miré por la ventana del auto viendo las luces de postes y de letreros de anuncios de comida, intentando concentrarme en algo que no fuera Daren. Llevaba días extraño y se portaba distante con todo el mundo, extrañaba al Daren cariñoso que me abrazaba durante mi sueño, el que me arropaba cuando me destapaba de una patada y el que me besaba todas las mañanas.
Extrañaba todo eso y más, pero no podía solo pensar en mí cuando él estaba pasando por el dolor más grande de su vida. Odiaba con toda mi alma que me dejara al margen de todo, porque ante todo me mortificaba que estuviera pasando por todo esto solo.
Bajé del auto y me despedí de Raúl meneando la mano, entré al edificio y saludé al personal que me sonreía. Llevaba meses viviendo aquí, y seguía siendo igual de incómodo entrar como la gran señora De Villiers y que las recepcionistas del edificio se dirigieran a mí con tanta adulación. Correspondía a todos esos gestos con educación y elegancia, al igual que una esposa refinada, pero en el fondo seguía siendo el poroto en leche de este lugar.
Apoyé la cabeza en la pared del ascensor y cerré los ojos dando un largo suspiro, con ese simple gesto el estrés de estos días disminuyó un poco.
El din dong del ascensor me hizo volver a abrir los ojos para bajar al piso en donde estaba mi hogar. Removí todos los cacharros del bolso buscando la llave para entrar y maldecí llevar tantas cosas en el bolso. Apartándome el cabello de la cara coloqué la tarjeta en la ranura de la puerta ansiosa por entrar y ver a Daren dentro, pero al empujar la puerta la decepción se apoderó de mí.
Todo estaba oscuro y silencioso y las persianas en las ventanas apenas dejaban entrar la luz de la luna. Dejé las llaves en la mesita de la entrada y el bolso en el sillón, para abrirme paso hacia la cocina con el teléfono en mano por si Daren llamaba. No había comido bien a la hora del almuerzo, pero aun así no tenía hambre, solo mucha sed y ganas de tirarme en la cama a esperar.
Me acerqué hasta el frutero en la mesa de la cocina y tomé un par de naranjas para exprimir, las partí a la mitad y con una cuchara saqué toda la carne y el zumo de la cáscara.
El teléfono sonó y rápidamente lo tomé para contestar, pero la decepción volvió a golpearme.
—Hola Atenea —dije con el móvil en la oreja para continuar exprimiendo las naranjas.
—Hola cariño, siento llamarte a esta hora —la voz de mi suegra sonaba afligida y creía saber por qué—. Estoy preocupada, llevo todo el día marcando al teléfono de Daren y me manda directo al buzón, ¿él está contigo?
—No, pero no te preocupes —mentí—. Salió a una reunión temprano e iba con poca batería. Te aseguro que no tarda en llegar por la puerta reclamando que tiene hambre.
Odiaba mentirle a Atenea, pero era su madre y sabía que si le decía que llevaba todo el día desaparecido sin llamar o avisar en donde estaba, era capaz de llamar a la policía y reportarlo como persona desaparecida para que lo buscaran con más rapidez.
—Entiendo —dijo un poco más tranquila—. Cuando llegue dile que me llame y que no se salvará de la regañada por desaparecer y preocuparme, adiós linda, que descansen.
—Sé lo diré, adiós.
Colgué el teléfono para poder darle un sorbo al vaso, estos días estaban calurosos y algo para saciar la sed no caía mal.
A pasos lentos avancé hacia la sala y me deshice de los tacones que me estaban matando los pies. Volví a marcar el teléfono y suspiré resignada al no obtener buenos resultados.
—Vamos cariño —dije volviendo a marcar—. No quiero volver a mentirle a tú madre.
—No va a ser necesario.
De pronto, la sala que estaba en penumbra se iluminó, la impresión me recorrió el cuerpo y en un impulso solté el vaso de zumo en el que tanto había trabajado. Miré el suelo desparramado de vidrios pequeños y zumo de naranja y temí incrustarme uno de los pedazos en los pies.
—Jesús, casi me matas del...
Mis palabras se quedaron a medias al levantar la vista, mis ojos se abrieron de par a par y mi sangre se detuvo al ver al hombre sentado en la silla junto a la lámpara.
—¿Qué pasó?
Al ver al hombre que parecía ser mi esposo, mis entrañas se removieron de nerviosismo armando un nudo tan duro como una roca. No había rastro de felicidad o del verde cálido en sus ojos, solo estaba un aura oscura y solitaria que no estaba segura de que fuera la suya.
Demacrado y deshecho eran palabras muy débiles para describir su estado. Lo que más se acercaba a su sentir era destrozado.
—Pasaron muchas cosas, Gabriela —dijo sin quitarme los ojos de encima.
—¿Estás bien?
—¿Qué si estoy bien? —se rio derramando algunas lágrimas—. Cómo debería sentirme luego de saber quién es el asesino de mi padre.
No.
No era Daren el que estaba frente a mí.
Lo que tanto temía se había cumplido, porque la presencia oscura que siempre estuvo rondándolo de cerca finalmente logró consumirlo y solo quedaba una cosa.
El odio.
—¿Lo sabías, no es así? —preguntó con una mirada tan fría que me hizo retroceder.
No entendía que estaba tratando de preguntarme.
No sabía a qué se refería, pero él esperaba una respuesta.
—No entiendo.
Apretó los puños y los ojos con fuerza, como si estuviera tratando de contenerse.
—Sí, si lo sabes.
—Daren, te juro que no entiendo.
—Basta de mentiras —dijo poniéndose de pie—. Ya se divirtieron demasiado viéndome la cara de estúpido todo este tiempo.
Caminó lento haciendo crujir los pedazos de vidrios bajo sus zapatos, y con cada chillido mi cuerpo temblaba. Siempre deseaba que él estuviera cerca y dirigiera toda su atención hacia mí, pero en este momento, solo quería que mantuviera la distancia porque algo no andaba bien.
—Gabi —dijo a una cercanía dolorosa y una mirada firme—. Por favor, dime la verdad.
Negué con la cabeza y me abracé el cuerpo, hace un par de minutos tenía calor, pero ahora estaba tan congelada como en un día de invierno.
—No sé qué es lo que quieres que te diga.
Mi voz temblorosa y suplicante no parecían convencerlo, solo lograban enfurecerlo más.
Me partía en mil pedazos verlo destruido y no entendía qué había pasado luego de que saliera de la oficina. Él prometió que volvería y no lo hizo, y ahora estaba justo en frente de mí exigiéndome una respuesta cuando no sabía qué diablos estaba pasando.
La lágrima que cruzó su mejilla terminó por romperme y al igual que él, comencé a llorar sosteniéndole la mirada, no podía reconocer al usurpador que se hacía pasar por él. El hombre que estaba enfrente de mí no era más que el cascarón del hombre con el que me casé.
—Léelo —dijo con la voz rota y lanzó unas hojas en mis pies con frialdad.
—Por favor dime que est...
—¡Que leas las malditas hojas, Gabriela!
Era la primera vez que él se comportaba así conmigo, nunca me había gritado, pero aquella actitud tan fría me tenía aterrada con las piernas temblando, tanto, que me costaba mantenerme en pie.
Tal y como pidió, cumplí con su petición y recogí las hojas tiradas a mis pies bajo la supervisión atenta de Daren.
Leí cada línea aun sin comprender, pero todo comenzó a volverse claro cuando la imagen reflejada en el papel marcada como evidencia número 1 se me hizo familiar.
Leí y releí sin creer lo que estaba escrito, pero el nombre enmarcado en letras cursivas y en negrita me hacía temblar más que la actitud de Daren.
Tras un exhaustivo trabajo en el departamento de investigación y desarrollo, los resultados de ADN hallaron coincidencias exactas con la evidencia encontrada en el vehículo.
El hombre que está tras el asesinato de su padre siempre estuvo cerca, tan cerca que convivió con él y se ha burlado de usted todo este tiempo.
Las iniciales D.R y el ADN corresponden a nada más y nada menos que David Rangel, el padre de su esposa.
Mi presión sanguínea disminuyó tanto que por un momento sentí que el corazón me había dejado de latir.
Aquellas últimas palabras resonaron en mi cabeza al igual que una canción favorita, se repetían una y otra vez, y aun asi, no podía creerlo. Las lágrimas se desbordaban sin parar de mis ojos y la de los suyos, pero él no me miraba con pena o lástima solo había rabia.
—Esto es un malentendido —dije con una risa nerviosa.
—Deja de mentir.
—Es un error.
—No lo es.
—Te aseguro que hay una explicación.
Mis palabras se las llevaba el viento porque él no parecía estar escuchándome.
—Ya no finjas, siempre supiste todo. Tú y tu padre planearon todo desde el principio —dijo devastado—. ¿Por qué lo hicieron?
—¡No, esto es una mentira, mi padre jamás haría algo así!
—Entonces explícame ¿cómo apareció el reloj de tu padre en el auto?
—Por favor escúchame —rogué tratando de que no cometiera una locura—. Nosotros no teníamos ni idea de quién diablos eran cuando me buscaste para proponerme casarme contigo.
Mis intentos de hablar sin llorar fracasaron olímpicamente, no tenía nada para defendernos, no tenía pruebas, solo palabras que esperaba que creyera. Daren estaba convencido de que el papá cariñoso y atento con el que me había criado mató al suyo.
No.
Él sería incapaz de matar a alguien.
—¡No mientas! —escupió envenenado por las palabras de los papeles—. Ustedes estaban desesperados por dinero para salvar a tu madre.
—No saques conclusiones, estás completamente equivocado.
—¿Cuánto les pagaron por matarlo?
—No...
—¡Cuánto! —gritó tan fuerte que me encogí en mi lugar.
—Por favor créeme, jamás lastimaríamos a nadie.
—Cállate.
Estaba a nada de ponerme de rodillas y suplicarle que me creyera, pero él estaba segado por la rabia.
—De tu boca lo único que salen son mentiras —su mirada estaba perdida y no me atrevía a tocarlo, sería motivo para provocarlo más—. Te dedicaste a enamorarme para que no me diera cuenta de lo que habían hecho y fui tan idiota que nunca dudé de ti, ni una sola vez.
No sabía que más podía decirle, para él ya estábamos condenados. Papá como el criminal que había matado a su padre a sangre fría y yo como su cómplice.
—De todas las personas en el mundo nunca pensé que fuera tu padre el asesino y tú, esposa mía, lo ayudaras en todo.
—Daren, te aseguro que esto es una mentira, tienes que creerme —dije en un último intento de que entrara en razón—. Te amo.
Bruscamente, se acercó y estrelló una de sus manos en mi boca.
—Cállate, no digas una palabra más. Cómo podría considerar una palabra de amor de la mujer que firmó un contrato matrimonial solo por dinero, nunca debí poner mis ojos en ti.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, no podía creer que luego de todo lo que habíamos vivido no confiara en mí.
¿Acaso no aprendió a conocerme lo suficiente para saber que no haría algo así?
—Me repugna tenerte en frente de mí, me da asco saber que puse las manos sobre una de las responsables de la muerte de mi padre. Te juro que el maldito de tu padre y tú se van a pudrir en la cárcel hasta el último día de sus vidas por lo que hicieron.
Me soltó tan bruscamente que me hizo retroceder unos pasos y terminé clavándome los vidrios en los pies, el dolor me caló hasta los huesos, pero no era el dolor de los pies el que me estaba ahogando.
Me habló como nunca pensé que lo haría.
Estaba lleno de odio, rabia y rencor.
—Sáquenla de aquí, no quiero verla.
Daren retrocedió aferrándose con fuerza a su cabeza y no volvió a mirarme ni una sola vez más. Dejó que el montón de policías escondidos en el departamento se lanzaran sobre mí.
—Gabriela Rangel, tiene derecho a guardar silencio —dijo el policía que me tomó de las muñecas y con fuerza las ató a mi espalda—. Todo lo que diga podrá usarse en su contra en un tribunal de justicia. Tiene derecho a contar con un abogado, si no puede pagar un abogado, el tribunal le asignará uno.
El acero de las esposas lastimaba mis muñecas y no estaba en posición de pedir que aligeraran su agarre.
Todo estaba pasando en cámara lenta, las personas a mi alrededor se veían borrosas y las palabras sonaban demasiado lejanas para entenderlas. Lo único que sonaba fuerte y claro en mi mente eran las horribles palabras de odio que Daren me había dedicado.
Antes de cruzar la puerta a punto de empujones y tirones le di un vistazo a él una última vez, tenía un destello de esperanza para que él detuviera esta locura. Pero, permaneció sentado en el mismo sillón abatido, mirando el suelo sin dejar de darse tirones de cabello y no hizo nada más.
Con cada paso que daba hacia la salida los vidrios se encajaban más en la carne en mis pies, logrando que los cortes se hicieran más profundos, dolía, pero más me dolían las heridas internas.
Todo lo que se había dicho de mi padre no era más que una sarta de mentiras, estaba segura, pero Daren había creído todo lo que se decía de nosotros.
No había confiado en mí, ni en mi palabra, y dejó que me llevaran como si fuera una criminal.
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