Capítulo 40: Venganza prometida
Gabriela
No cabía duda de que mi marido era un bruto, tal y como me había dicho la noche anterior, desperté adolorida y magullada por el salvaje encuentro pasional que habíamos tenido. Ya no quedaba nada de aquel novato en el sexo que conocí hace unas semanas, ahora vivía dentro de él una bestia hambrienta sedienta de mi calor.
Y eso, me encantaba.
El lado de la cama de Daren estaba frío, debió despertarse hace un par de horas y me dejó descansar, con pesadez me levanté de la cama en dirección al rincón del departamento que era su santuario personal. Pasaba una hora y media como mínimo cada mañana en su gimnasio, con la música de los audífonos a todo volumen descargando el estrés y la presión del trabajo.
A lo lejos escuchaba ligeros suspiros y jadeos de aquel cuarto, era inevitable para mí no acercarme a mirar. Con los ojos fijos en su abdomen me mantuve parada en la puerta que estaba entreabierta, y tragué duro al ver sus brazos flexionándose para levantar las mancuernas de casi ochenta kilos, que con la presión sus venas se inflaban y contorneaban sus brazos. Era una maravilla apreciar esta vista cada mañana, y me costaba trabajo contenerme ahora que habíamos dado el siguiente paso, me mordí el labio inferior mirando las gotas de sudor deslizándose por el leve bronceado de su piel hasta perderse en el elástico del chándal.
Mis ojos siguieron el mismo camino de regreso hasta su rostro, pero me sentí terriblemente atrapada cuando sus ojos voltearon hacia la puerta.
—Bambi —dijo quitándose los audífonos y colgárselos del cuello—. ¿Vas a seguir ahí o vas a pasar a hacerme todo lo que está pasando por tu mente?
Las mejillas me ardieron y sonriendo avergonzada entré vestida con una de sus camisas que me cubría hasta los muslos. Daren se mantuvo agitado recuperando el aliento y con la vista recorrió la piel expuesta tratando de ver a través de los ligeros hilos de la camisa blanca. La temperatura corporal de su cuerpo era más elevada que la habitación, y juraría ver el vapor ardiente de su cuerpo brotar hacia la nada.
En su mirada pude ver como el hombre correcto que veía a diario desaparecía y se transformaba poco a poco a la bestia hambrienta que deseaba probar un poco de mí. La fuerza de sus manos se relajó y soltó las pesas para cambiarlas por algo más blando y carnoso, mi trasero.
—Buenos días, cariño —dije cuando me alzó del suelo y rodeé mis piernas por su cintura sudorosa.
—¿Vienes a ofrecerme el desayuno? —preguntó con una sonrisa traviesa.
Sabía perfectamente que no se refería a comida, sino a mí sobre la mesa con las piernas amarradas a los brazos con una manzana en la boca y los ojos vendados.
—Puede ser —con suavidad pasé las uñas por su nuca provocándole escalofríos que volvieron su piel granito—, pero anoche dejamos una conversación pendiente.
Mencionar el mal rato de la noche anterior eliminó por completo el deseo en sus ojos y rompió el encantamiento de calentura que amenazaba a Daren. Con seriedad volvió a dejarme en el suelo, pero en medio segundo volvió a ser el caramelo dulce que me decía meine liebe con cariño.
—¿No te hizo nada?
—No —dije cruzándome de brazos—, pero me pegué el susto de mi vida cuando vi a Hansel en frente de mí.
Daren no soportaba la idea de que haya pasado un solo segundo a solas con Hansel, estaba a punto de echar humo por la cabeza.
—Solo quiere fastidiarme.
—No estoy tan segura de eso —dije captando su atención—. Hansel me dijo cosas sobre tu familia y otras cosas.
—Lo que sea que haya dicho, no le creas. El 99 % de las cosas que dice son mentiras.
Con rabia tomó las pesas del suelo y siguió con su entrenamiento, intentando descargar su energía en algo mientras hablábamos del culpable de nuestra cita arruinada. Y puede que tenga razón y que debería ignorar a Hansel, pero no podía hacerlo, sus palabras aún rondaban por mi mente y me provocaban inseguridad.
Necesitaba saber la verdad desde su boca.
—¿Qué tan cierto es que tu padre no murió por un accidente?
Ante la pregunta, Daren se mantuvo inmóvil con la vista fija de la ciudad, y se quedó en silencio y despacio dejó las pesas en el suelo.
—¿Es cierto? —pregunté sin poder callar.
—Sí —respondió en un tono que revelaba tristeza—. Papá era muy prudente al manejar, en su vida nunca se pasó un semáforo en rojo y siempre respetaba el límite de velocidad en las calles. Por eso cuando vi el informe que determinó el forense no me quedé tranquilo. Unos meses después de su muerte contraté investigadores privados, pero todos coincidían en lo mismo, muerte accidental, pero un día apareció un hombre en mi oficina que traía información valiosa para mí.
La mirada amable del hombre que dormía a diario a mi lado se transformó en una tormenta gris llena de odio.
—En un principio dudé del hombre que decía ser asistente de un investigador, pensé que solo era alguna persona sin escrúpulos que buscaba dinero aprovechándose de mi reciente pérdida, pero aquel sujeto escondido detrás un asistente y cartas escritas a mano terminó por convencerme —dijo caminando hacia el pequeño despacho en el departamento y sin decir una palabra lo seguí—. El sujeto misterioso de las notas me envío al depósito de chatarra en donde había desechado el auto de papá, y con ayuda de un mecánico descubrí que los frenos del auto estaban cortados a propósito.
Me cubrí la boca impresionada, no solo porque Daren me contaba una historia de su padre, sino porque cada palabra de Hansel estaba en lo cierto.
—También encontramos esto —dijo levantando un pequeño cartucho de bala.
—Entonces a tu padre...
—Sí Gabi, alguien se empeñó en quitarle la vida, y lo consiguió.
Mantuve la vista fija en la bala en las manos de Daren, se aferraba aquel pedazo dorado con firmeza y sentí la necesidad de quitársela, había algo que brotaba de sus ojos que maldecía a la vida, al destino y sobre todo aquel culpable que no tenía idea del infierno que le esperaba si Daren lo encontraba.
—Aquel sujeto de las cartas sigue escribiéndome constantemente, cada mes me envía archivos nuevos a cambio de una generosa cantidad de dinero en un cheque entregada a su asistente, pero no me importa seguir dándole dinero toda la vida con tal de que me envíe al desgraciado que le quitó todo a mi familia directo a mis pies.
Ahora entendía mucho más su dolor, su pena, su rabia con la vida y el motivo por el que estuvo tanto tiempo solo.
Mi madre había muerto por una enfermedad, la vi esforzarse por mejorar, vi como su vida se fue apagando poco a poco y pude escucharla decirme un último consejo y con una sonrisa se despidió de mi padre y de mí. Pero la familia De Villiers no tuvo eso, se lo quitaron todo de un momento a otro sin oportunidad de nada y los condenó a todos.
—Cuando encuentres al culpable, ¿Qué vas a hacer?
Sabía la respuesta, pero esperaba que él hiciera lo correcto.
—Me juré a mí mismo que cuando eso pase —los ojos de Daren miraban la bala con una ligera sonrisa—. Me encargaré personalmente de que pague con cada segundo de su vida el dolor que le causó a mi madre y a mi familia.
La culpa me golpeaba el pecho, llevaba más de medio año a su lado y hasta ahora nunca había notado cuanto se estaba guardando. El hombre del que me había enamorado estaba lleno de odio, y entendía que todo eso lo estuviera carcomiendo por dentro, pero esperaba que los malos sentimientos no lo dominaran. No quería que cometiera una locura.
Sin tener una palabra de consuelo lo abracé esperando que eso gobernara su ira, Daren aceptó mi abrazo y se mantuvo en silencio con la cabeza escondida entre mi pecho y se aferró a mi cuerpo.
—Tú, eres mi único cable a tierra en este momento —dijo en un susurro contra mi pecho.
—Siempre voy a estar a tu lado.
—¿Lo juras?
—Te lo juro.
Cerré los ojos calmando a Daren, trataba de transmitirle a través de nuestro abrazo que todo estaría bien, no dejaría que todos sus deseos de venganza lo consumieran.
Por otra parte, algo dentro de mí me recordaba que era una humana, porque tenía miedo.
Miedo a perderlo
Miedo a que algo malo sucediera.
Y sobre todo miedo a que las palabras de Hansel se cumplieran más de lo que ya habían hecho.
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