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Capítulo 32: Susurros

Gabriela

Había llegado hace dos horas y estaba preocupada por él. Esta mañana parecía algo extraño y su corta respuesta no me convenció en lo absoluto, cuando llegué a la empresa Daren no estaba en su oficina, se había marchado antes de que Liliana y yo llegáramos, o quizá nunca había llegado.

El teléfono de su oficina sonó toda la mañana al igual que el de nosotras, y me limité a contestar las mismas respuestas que daba Liliana.

El señor De Villiers está en una junta, no puede atenderlo.

Era lo que habíamos respondido toda la mañana mientras tratábamos de organizar los archivos desde los más importantes a los más irrelevantes. También había aprendido las diferencias entre los tipos de tela, como debían ser para que sirvieran para un buen diseño, y que todas las modelos eran unas vanidosas.

El fuerte sonido del teléfono fijo me trajo de vuelta de la nube de mis pensamientos.

—Sí señor —dijo Liliana. Era Daren—. Cancelo todas sus citas por hoy, y qué hago con los archivos que le llevaría esta tarde a la señorita Teresa.

Así que tenía pensado ir a ver a esa.

—No se preocupe, yo me encargo —dijo colgando el teléfono.

—¿No vendrá?

—No, está en una reunión con el señor Jared y están tardando más de lo esperado.

Desilusionada, apoyé la espalda en la silla, mi conversación con él tendría que esperar.

—Gabi, ¿te puedo pedir un favor?

—Por supuesto.

—Hay que ir a ver a la señorita Teresa, ella es la jefa de recursos humanos y debe gestionar los nuevos contratos de los empleados que ingresaron hace poco.

—Quieres que le lleve los papeles —la interrumpí para que me dejara ir de una vez. Se estaba dando demasiadas vueltas para pedirme que vaya a ver a esa zorrona.

—Sí, la verdad es que esa mujer me da mucho miedo.

—Será un placer ver personalmente a miss zanahoria.

Liliana dejó salir una risa tímida y me entregó los papeles para ir a ver a esa víbora. Debo ir preparada mentalmente para todo, ella me tiene ganas, pero yo más, ya me tiene harta de que mire a Daren como si fuera un pollo asado con papas fritas.

Y ese pollito es mío, y no pretendo compartirlo.




La familia De Villiers, Becker y Bravo llevaban años trabajando juntos, y fueron muy unidos hasta la muerte del padre de Daren. Era el dueño de la mayor parte de las acciones de Moda & Estilo, y todos querían un poco de ellas para su propio beneficio, pero nadie contaba que Levi De Villiers a su corta edad de 58 años, haya dejado un testamento en donde todo lo que era suyo no se podía vender, sino que pasaba a manos de Atenea y sus hijos.

Mi suegro había visto el futuro, y supo que todos se pelearían lo que le pertenecía por derecho a su familia como unos buitres.

—Señora, ya llegamos —dijo Raúl.

No estaba muy lejos de la empresa la oficina de Teresa. Esa desgraciada podría llegar fácilmente caminando hasta él.

—Gracias, no me tardaré demasiado, así que espérame cerca.

—Sí, señora.

Desde afuera parecía un edificio común y corriente, sin nada llamativo, pero por dentro estaba lleno de lujosos candelabros colgantes, escaleras con estilo antiguo, vitrales con figuras de moda y todo el personal parecía sacado de una revista.

—Hola, busco a la señorita Teresa Bravo —dije con una sonrisa cínica acercándome a la recepción, y sentí la amargura recorrer mi lengua al pronunciar su nombre.

—Está ocupada —respondió levantando la mirada de su laptop.

—Necesito entregarle una documentación importante —insistí rodando los ojos en diferentes direcciones, había sonidos extraños en este edificio.

—Le repito, la señorita Teresa está ocupada.

Esta vez los sonidos extraños tomaron forma, y entendí a lo que se refería con "ocupada".

—¿Ocupada? —dije levantando las cejas.

—Ocupada —contestó con una sonrisa cómplice, haciendo oídos sordos a los gemidos descarados de su jefa—. Si gusta puede esperarla, no le falta mucho.

Qué asco, la pobre recepcionista estaba tan acostumbrada a las "ocupaciones" de su jefa, que ya conocía a la perfección cuando estaba cerca del clímax.

Con una sonrisa me acerqué hasta la pequeña salita de espera que estaba pintada de color rojo, y pacientemente esperé a que la zorra de Teresa terminara de coger con ese alguien que la hacía gemir como una loca, mientras que la recepcionista se aguantaba la risa escondida detrás del mostrador.

Luego de unos largos 15 minutos, Teresa salió sonrojada arreglándose el cabello y detrás de ella salió el idiota de Hansel que en medio segundo notó que estaba ahí. Descaradamente, se metió las manos en los pantalones y se acomodó el paquete sin quitarme los ojos de encima.

—Vaya, a que debo el placer para que la señora De Villiers me visite —dijo Teresa con alegría acercándose hasta a mí—. No sabes el gusto que me da verte.

Con extrañeza arrugué las cejas y me levanté hasta pararme a su altura.

—Debo cumplir mis responsabilidades, socia —dije mostrándole el archivo de mis manos.

—Vamos a mi oficina, ahí podremos hablar con más privacidad.

Teresa como la perfecta anfitriona me llevó hasta la misma oficina en donde se estaba revolcando con Hansel, mientras que él seguía nuestros pasos custodiando mi trasero, podía sentir la mirada de ese cerdo clavada en los pantalones.

—Te traje los papeles de los nuevos trabajadores —arrastré la carpeta por encima del escritorio y Teresa con un dedo la detuvo, y hojeó hoja por hoja buscando errores—. Están clasificados por el orden de ingreso.

Teresa al no ver ningún error se mordió el labio y levantó la mirada.

—¿Ahora trabajas en la empresa?

—Sí, soy secretaria de Daren.

—Trabajan muy cerca, estupendo —dijo con una falsa sonrisa—. Hansel, tengo asuntos con la señora, déjanos solas.

—¿Qué van a hablar que no pueda escuchar? —masajeó los hombros de Teresa sin quitarme los ojos de encima, me miraba como si fuera un pastelito al que quería morder.

—Cosas de mujeres, cariño.

Hansel le dio un beso en el cuello y a regañadientes salió guiñándome un ojo antes de irse. Era un cerdo, se lanzaba a todo lo que caminara.

Una vez solas, Teresa comenzó a provocarme con una sonrisa llena de burla, tenía algo entre manos.

—¿Qué es lo que quieres? Tú y yo no somos amigas —dije cruzándome de piernas bien cómoda en la silla.

—Solo quería ver —dijo poniéndose de pie y caminar detrás de mí—. Cómo te crecían los cuernos sobre la cabeza.

Bruscamente, giré la silla para que dé una vez por todas me dijera qué diablos quería.

—¿Él no te lo ha dicho?

—Al grano, Teresa.

—Pobrecita —dijo hincándose en frente de mí—. ¿No sabes que Daren te engaña?

Me reí.

—Creo que estás delirando.

Me levanté de la silla dispuesta a marcharme, Teresa era la última persona a la que le creería algo como eso.

—¿Por qué crees que Daren llegó borracho a tu cama hace unas semanas? —me detuve y me mordí la mejilla por dentro tratando de controlarme. Algo sabía ella que yo no—. Esa noche, Daren estuvo conmigo.

Se acercó a pasos lentos, acarició mi cuello, sujetó mis hombros y se acercó para que la escuchara mejor.

—Esa noche, conseguí todo lo que siempre deseé de él —susurró en mi oído, acariciando mi cabello—. Lo tuve arrodillado a mis pies pidiendo más.

Sonreí ante las mentiras de Teresa y con la calma de un torbellino me giré hasta ella.

—Teresa, si de algo estoy segura —susurré tal y como lo había hecho ella—. Es que Daren no me engañaría, y mucho menos contigo. Escúchame bien, nunca sabrás lo que es estar debajo de él, arriba de él, o como los roces de su lengua recorren tu cuerpo, ese es un derecho que solo me pertenece a mí. Daren es mi marido, es mío, y por esa simple razón nunca lo tendrás.

Teresa no sabía lo que era el autocontrol, estaba roja de rabia y sonreí con satisfacción verla tan fuera de sí, me demostraba que solo habían sido una sarta de mentiras las que habían salido de su boca.

Me di media vuelta y victoriosa me acerqué hasta la salida, pero el fuerte jalón de cabello me hizo tambalear hacia atrás.

No iba a dejar que me golpeara, así que con ímpetu le di un pisotón con el tacón y logré que me soltara.

—No vuelvas a tocarme en tu vida, perra —dije empuñando la mano para que saludara a su cara. Teresa se fue de espaldas y cayó al suelo con el pie y la nariz sangrando.

Me acomodé la blusa y volteé para irme, pero Teresa me sujetó el tobillo y me hizo caer junto con ella.

Tenía pensado dejarla escapar, creí que un puñetazo había sido escarmiento suficiente por inventar una mentira de tal grado, pero ella quería más, y por supuesto que le concedería el deseo.

Me arrojé sobre ella y le di tantas cachetadas como pude, Teresa era de trucos sucios así que comenzó a tirarme el cabello como si eso fuera a detenerme. Mamá desde niña me jalaba el cabello a diario para peinarme, que Teresa me diera un par de cariñitos no era nada.

—¡Suéltame, vulgar verdulera! —gritó mientras la seguía cacheteando sin detenerme.

Escuché la puerta y de reojo reconocí los pantalones a unos pasos de nosotras. Hansel en lugar de detener la pelea, con una carcajada escandalosa se quedó plantado mirando como ambas rodábamos por el suelo. Pero los pasos acelerados de alguien más se metieron en la pelea alejándome de Teresa.

—¡Auch! ¡Te equivocaste de cabello! —se quejó el peluca—. ¡Suéltame pedazo de loca!

—¡Suéltame tú, aún tengo que darle su merecido a esta zorra pelirroja!

Pobre Jared, se había llevado sus buenos jalones de cabello, pero eso le pasa por entrometido.

—¡Qué haces ahí parado, idiota! —le gritó a Hansel una vez que logró que soltara la cabeza de Teresa—. ¡Sácala de aquí, antes de que se dejen calvas!

Hansel sin dejar de reírse de los pelos locos de Teresa, se la llevó a donde no pudiera alcanzarla. Jared me sacó a tirones de la oficina y mientras tiraba espuma por la boca tratando de volver me subió a su auto a la fuerza.

—¿Se puede saber que tratabas de hacer? —dijo recuperando el aliento.

—Darle su merecido —refunfuñé llena de veneno y odio por Teresa—. Ella dijo que se había acostado con Daren.

—¿Y por eso le pegaste? —me giré a verlo con ironía.

—No, porque ella me pegó primero.

Jared se rio y me dio un pañuelo.

—Te mintió, entre ellos no pasó nada.

—Eso ya lo sé. Es una mentirosa, no le creería ni lo que reza —dije poniendo el pañuelo en el lóbulo de mi oreja, Teresa no juega limpio y se agarró de lo que fuera para lastimarme, y terminó rasgándome el lóbulo al tirarme el arete.

—Déjame llevarte a un hospital, eso necesita sutura —la vista de Jared solo se concentraba en el lóbulo sangrante de mi oreja, tenía un desastre ahí.

—No, puedo ir sola.

Con el descenso de la adrenalina el dolor me palpitaba en la oreja, necesitaba esa sutura ahora mismo.

Jared se puso el cinturón de seguridad y arrancó el BMW.

—Daren me contó que lo de ustedes no es real.

Cerré los ojos con fuerza y levanté las cejas. Por lo menos ya no tenía cara para decirme que era una bocona, él también rompió la cláusula de confidencialidad.

—Entonces guarda el secreto peluca, nadie puede saber esto.

—No se lo diré a nadie —un largo silencio incómodo reinó un momento—. Tengo que contarte algo que pasó con Daren hoy.

Despeinada, molesta y con dolor me giré a verlo.

—Sé que ese tonto te quiere, aunque se niegue a aceptarlo. Y no te dirá nada a menos de que se vea entre la espada y la pared.

Guardé silencio esperando a que continuara.

—Así que... le dije que tú me gustabas.

—¡Que! —grité eufórica. Este tonto quiere que lo diseccione por partes, cómo se le ocurre decirle algo así.

—Se lo dije solo para que se apresure y te diga la verdad, si no estarás esperando eternamente a que se decida a decirte lo que siente por ti. Además, he visto como se miran, no están juntos por un contrato.

Me sentí terriblemente atrapada, y tampoco iba a negarlo, desde hace tiempo me di cuenta de que sentía cosas por él.

—Pero mi ayuda tiene un precio.

—No te daré dinero —arrugó los ojos ofendido con mi comentario.

—¡No quiero dinero! —gritó con una sonrisa—. Quiero el número de tu amiga.

Sorprendida por sus palabras lo miré con la boca abierta, solo la vio una vez y a una distancia mínima, pero valoro su buen gusto, Abi es una belleza, divertida, y tiene un enorme corazón.

Jared podía ser gritón y sacarme de quicio, pero en este corto tiempo he aprendido que es una buena persona, un poco idiota, pero bueno.

Supongo que harían buena pareja.

—Se llama Abigail Gutiérrez, tiene 26 años, le gusta karol G y tiene un fetiche por el helado de pistacho.

Jared sonrió con mi respuesta

—Ya quiero conocerla.

Mirando a Jared con paciencia, noté que él era del prototipo de Abi. Alto, guapo, y con el aura peligrosa para hacerte cruzar la calle en cuanto lo ves, a simple vista parece un delincuente.

—¿Entonces tenemos un trato? —dijo dándome la mano sin quitar la vista del camino.

—Tú me ayudas a que Daren se ponga celoso, y yo te ayudo a conquistar a mi mejor amiga.

—Trato hecho, señora De Villiers.


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