Capítulo 27: Cambio de 360°
Gabriela
Con atención veía su pecho subir y bajar, respiraciones lentas y constantes acompañaban un leve ronquido, y el cabello que siempre estaba meticulosamente arreglado ahora eran ondas enredadas entre sí. La noche anterior había llegado prácticamente con los pies por delante, usando a su hermano menor como bastón, y oliendo a una buena ducha de alcohol.
Mi sonrisa se ensanchaba más observando como con lentitud inclinaba más la jarra de agua sobre el torso fuerte y esculpido como la greda. Las primeras gotas no le causaron nada, pero en cuanto volteé completamente la jarra, no tardó en resucitar.
—¡Que pasa! —gritó desorbitado mirando en todas direcciones. Trataba de echar andar el generador de su cerebro, pero al ver mi mano con el arma del crimen no tardó en arrugar las cejas.
—¡Abre los ojos Daren De Villiers! —dije apuntándole con la jarra de modo acusador—. ¡Y ve tu desastre!
La habitación estaba patas arriba, ropa por todos lados, zapatos en diferentes lugares, y aun así se atrevía a mantener esas cejas fruncidas.
Enojado.
Estaba muy enojado y mojado.
—Baja la voz, me duele la cabeza —dijo con voz lastimera sujetándose la sien con ambas manos.
—No tengo por qué ser considerada cuando tú no lo fuiste conmigo.
La noche anterior luego de que se durmiera, despertó treinta minutos después tan ebrio como había llegado y gritó, bailó y cantó hasta las 03:00 de la mañana.
Prácticamente no me dejó dormir.
Si algo valoraba en esta vida, eran las generosas ocho horas de paz que cada ser humano tenía para descansar de tanta mierda del mundo, pero aquella masa de músculos despeinada que no sabía en donde estaba con suerte me dejó dormir cinco horas o menos.
Y eso para mí, era la violación de derechos más grande que pude haber experimentado. Me dolía terriblemente la cabeza por la falta de sueño y las bolsas bajo de mis ojos era inútil esconderlas.
—¿Yo hice esto? —con los ojos abiertos miraba su alrededor con ropa por todos lados y zapatos en lugares extraños.
¿De verdad tenía cara para preguntar?
—Así es querido. Ahora levanta ese culo y ordena todo esto —molesta le lancé una botella con agua y unos analgésicos para el bombardeo que debe tener luego de casi beberse un bar él solo.
De brazos cruzados observé como se arrastró al borde de la cama y sacó los pies, pero al levantar la sábana dejó completamente al descubierto un enorme...
—Pene.
—¿Disculpa? —dijo poniéndose de pie mirándome con una ceja levantada, como si no se diera cuenta de que estaba con toda la caballería al aire.
Mi vista iba de sus ojos a su pene, y de su pene a sus ojos.
No podía ignorarlo cuando el soldado estaba listo para la guerra y era tan lampiño como un bebé recién nacido.
Daren al notar mi vista fija hacia abajo, se dio cuenta a lo que me refería y alarmado con ambas manos se cubrió.
—Yo... ah ... —tartamudeaba sujetándose su cosita, estaba rojo hasta las orejas—. ¡Sal de aquí!
—¡Oh, sí!
Corrí hasta mi habitación y cerré con llave agitada sin poder quitarme del disco duro la vista tan magnífica.
Daren era hermoso, al igual que sus bonitos veinte centímetros, estaba segura de que no podía medir menos de eso.
Apoyada en la puerta me reía como una desquiciada, fue muy agradable ver eso. Pero también tenía que reprocharle que era un mentiroso, dijo que no podía tener erecciones y hoy, demostró todo lo contrario.
✤
Movía el pie sobre la fina cerámica del restaurante, los murmullos de la gente me hacían impacientar más, mi cita tenía más de media hora de retraso y mi molestia aumentaba con cada segundo.
—¿Señora, quiere que le sirva algo más? —miré el vaso vacío en frente de mí y suspiré resignada.
—No gracias, tráigame la cuenta.
La mujer que había sido tan agradable luego de ver la tarjeta de crédito trajo la cuenta y abrí los ojos como platos al ver el total, no podía creer lo que costaba un jugo aquí, encima debía dejar la generosa propina sugerida.
Deslicé la tarjeta y la mujer sonrió ampliamente.
—Gracias por todo, y vuelva pronto.
Por su puesto que no volvería, este lugar le robaba a la gente descaradamente.
Al llegar a la puerta principal pude ver a la persona que me había dejado plantada, me miraba con terror y temblaba como una jalea. Traía unas ojeras tan grandes como las mías y el cabello perfectamente liso.
Crucé la puerta y Elena retrocedió unos pasos al verme tan cerca.
—Muy bien, comienza a explicarme por qué me haces venir hasta aquí y luego no llegas.
Mi voz había sonado más cruda de lo que quería y no podía evitarlo, ella besó a Daren y no eran besos como los que él me daba a mí, esos eran parte de nuestro acuerdo y no eran verdaderos.
Sin decir una palabra se echó a correr con sus perfectos tacones de aguja y envidié su increíble don para mantener el equilibrio.
—¡Elena espera! —grité imitando su prisa, no iba a dejar que escapara, tenía mucho que explicar y había agotado toda mi paciencia.
—¡No, vas a matarme!
Con rabia me quité el bolso del hombro y se lo lancé por la cabeza. Elena era tan frágil que con ese ligero golpe se fue de bruces al suelo.
—¡Con un demonio Elena! —dije alcanzándola —. ¿De qué corres?
Temblando se giró y me miró con los ojos llenos de lágrimas.
Cualquiera que nos viera pensaría que ella es una inocente oveja herida y yo el lobo que está a punto de devorarla.
—Ponte de pie —le tendí la mano, pero con duda veía mi mano.
—¿No vas a golpearme?
—No —gruñí agresivamente—. Aunque te mereces un par de golpes.
Elena aceptando su destino se puso de pie y cerró los ojos con fuerza esperando el golpe que nunca llegó.
—Anda, vamos por algo de hielo, tu pierna se ve mal.
Con el maquillaje corrido y la pierna lastimada avanzó hasta el carrito heladero que estaba cerca, y se sentó en las mesas. Con la caída se había raspado la rodilla y lo último que necesitaba es que se le inflamara.
—Estoy muy avergonzada —dijo sosteniendo la paleta helada por encima de la pantimedia rota—. Me ayudas a pesar de lo que te hice.
Elena era mayor por unos años, pero parecía mucho más joven, su aura y apariencia era la de una niña tímida de apenas quince años.
—Daren me habló mucho de ti luego de que te fuiste, me contó cómo se conocieron.
De seguro le contó la misma historia boba que a mi suegra. Él, yo, y una cafetería, en donde dos mesas nos separaban del otro, y la química surgió instintivamente e intercambiamos número y desde entonces fuimos inseparables.
—¿Y qué más te dijo? —pregunté con curiosidad.
—Que eres la mujer más divertida, dulce y boca floja que ha conocido —vaya amor con el que habla de su mujer—. Daren está muy enamorado de ti, Gabi.
Elena me miraba con una genuina sonrisa, y a pesar de lo que había hecho, no podía odiarla, trasmitía mucha ternura y era como una niña a la que tienes que cuidar.
—Ver la ilusión con la que me hablaba de ti, me mostró lo mucho que te ama. Y ahora que estoy aquí contigo, me di cuenta de que todo lo que dijo de ti es verdad, eres muy especial —las lágrimas de Elena me conmovieron y sonreí un poco—. Estoy feliz por él, y porque haya encontrado una persona que realmente lo quiera, no como... Teresa.
—¿Por qué lo dices? —Elena incómoda con la pregunta se removió en la silla.
—Teresa es mi mejor amiga, la conozco desde la universidad, y sé que no es la persona más agradable, pero ella no lo amaba, nunca lo hizo.
Eso lo sabía desde el principio, el juego que tiene con Hansel y Daren, no es de una persona que realmente ama a alguien, no ama a nadie que no esa ella misma, y eso la convierte en una perra egoísta.
—Créeme, conozco de antemano lo agria que puede ser, pero no voy a hablar contigo de lo mal que me cae tu amiga, respeto la amistad que tienen —dije haciendo reír a Elena.
—Creo que estamos a mano —miró su rodilla que al fin había dejado de sangrar.
—Eso creo, pero si vuelvo a verte haciendo algo parecido...
—¡No, por supuesto que no lo haré!
—Daren es mío, y siempre va a ser, mío.
✤
En metro emprendí mi camino a la empresa, extrañaba esa sensación agradable de mirar por la ventana y ver la ciudad con los audífonos puestos.
Al llegar subí directo a la oficina de Daren, me debía un puesto de trabajo y por supuesto que iba a cobrárselo, no permitiría que durante estos meses él me mantuviera, al menos quería ganarme el dinero de alguna manera.
—Hola, Liliana —dije tirándome encima del mostrador—. ¿Daren está en su oficina?
—Señora Gabriela, es un gusto verla por aquí. El señor está con una persona —la secretaria de Daren se levantó del asiento y de inmediato corrió por un café para hacer más agradable la espera.
—¿Me puedo sentar a tu lado? —dije apuntando la silla libre a un lado de la suya.
—Claro —dejó una pequeña bandeja con un café y azúcar en forma de perfectos cuadrados.
Liliana tecleaba sin parar en diferentes archivos, y tenía cientos de carpetas a su alrededor, ser la secretaria del presidente era una tarea difícil
—¿Alguien te ayuda con esa montaña de trabajo?
—No —dijo entre risas—. Todas las secretarias que ha tenido el señor De Villiers no duran.
—¿Por qué es muy duro el trabajo?
—Y porque se enredaban con el señor Alex —Liliana al darse cuenta de lo que había dicho palideció—. Discúlpeme, no debí decir eso.
—Tranquila, no voy a contárselo a nadie —con eso ella se relajó y siguió tecleando—. Mejor dime qué tiene Alex con el asistente de mi suegra.
Liliana con una sonrisa traviesa me observó sujetando la taza.
—Señora, no quiero hablar de más.
Se sabía muy bien los códigos de no hablar lo que pasa dentro de las oficinas, pero yo quería saber el chisme de buena fuente.
—Por el amor de dios, todos saben que se lo hace pedazos en la oficina.
Liliana no pudo más y comenzó a reírse a carcajadas.
—Está bien, no voy a negárselo. Ellos se dan sus buenas encerradas, y lo único que se escucha detrás de la puerta es el sonido del escritorio a punto de destruirse y los sutiles gemidos de Julián que intenta disimular.
Abrí la boca en una perfecta O, estaba muy impactada, pensé que los revolcones más salvajes se los daría en un lugar más privado, no en la oficina a unos pasos de su madre y su hermano.
—¿Puedo pedirte algo? —le dije a Liliana que me miraba expectante, y asintió—. Deja de tratarme de usted, estoy segura de que tenemos la misma edad.
—No podría, usted es la esposa de Señor De Villiers, merece respeto.
—A la mierda, solo dime Gabi y trátame de tú o realmente me enojaré contigo.
—Está bien, Gabi.
—Ves, no fue tan difícil.
La puerta de la oficina se abrió y dejó salir a dos hombres, Daren parecía tan fresco como una lechuga, y no se notaba para nada que tuviera una pesada resaca. Liliana se tensó y volvió a recuperar su postura seria y concentrada, mientras que los ojos del otro hombre que salió con mi marido me observaban con alegría.
—Pero qué pequeño es el mundo —dijo el hombre con su melena suelta acercándose al mostrador—. ¿Qué haces aquí?
Daren estaba en medio de nosotros sin entender nada.
—¿Ustedes dos se conocen?
—No.
—Sí.
Ambos respondimos al unísono haciendo que la confusión de Daren fuera más grande.
—¡Cómo qué no! —el peluca no se lo creía, lo había negado y en su cara—. ¿Se te olvidó nuestra caminata del otro día?
No podía considerar que conocía al hombre que me había acercado hasta la cafetería, solo habían sido unos minutos y nada más.
Daren soltó una risa amarga y me observó esperando una respuesta.
—No digas esas cosas, se podría malinterpretar y no quiero que mi marido piense cosas erróneas.
El peluca observó a Daren que apretaba duro la mandíbula y lo apuntó con el dedo.
—¡Tú eres, Gabriela!
—Sí, así que te pido de favor qué no sigas diciendo tonterías.
Este tonto no tenía ni un poco de sentido común, como se le ocurría decir cosas tan enredadas como esa. La cara de Daren me mostraba lo mucho que reclamaría una vez que el peluca se fuera.
—Me llamo Jared Reid, soy accionista y amigo de la familia, un placer señora De Villiers —tomó mi mano y la sacudió de arriba abajo zamarreándome entera. Es un bruto.
—Esto es una sorpresa muy... agradable —dijo Daren. Me acerqué a su lado y dejé que me abrazara por la cintura.
—Felicidades a los dos, pero sobre todo a ti idiota, te casaste con una mujer muy linda.
Jared debía ser amigo de la familia de hace años para tratarlo así, pero debería aprender a cerrar la boca, sin darse cuenta me echaba tierra encima.
Daren a mi lado no decía nada, pero cada vez que Jared abría la boca, me apretaba con más fuerza a su cuerpo.
—Bueno, me voy, quiero saludar a Alex antes de irme. Espero verte pronto señora De Villiers.
Con una sonrisa nos despedimos del bocón pelucón, y de reojo vi como Liliana sudaba por mí. Hasta ella notó lo tenso que estaba Daren a mi lado, y una vez que el ascensor se cerró me tomó por los hombros para empujarme dentro de su oficina.
—¿Qué hace la señora De Villiers paseando con otro hombre? —preguntó acorralándome contra la puerta.
La mirada oscura y penetrante me mantenía inmóvil en la madera, su respiración estaba a unos escasos centímetros de la mía y sus manos me sujetaban de la cintura con fuerza, pero no lo suficiente para lastimarme.
—No tengo nada que explicar, Daren —alejé sus manos de mi cuerpo y caminé hasta el escritorio que era distancia suficiente para mantener una conversación—. No hice nada y no rompí ninguna regla, es todo lo que debes saber.
No mentía, no había hecho nada de lo que tuviera que arrepentirme, a diferencia de él que había roto una de las reglas más importantes.
La fidelidad.
—Gabriela Rangel, ¿es necesario que te recuerde el contrato? —a grandes zancadas se acercó hasta a mí y me acorraló contra el frío mármol de su escritorio—. No soy yo la que rompió nuestro acuerdo.
Él estaba enojado, pero yo lo estaba más.
—No voy a dejar que hagas lo que quieras, es arriesgado que te veas en cosas extrañas.
—Que pasa contigo, te portas como si estuvieras...
Silencio.
Me quedé en silencio y mantuve la guerra de miradas con Daren, no dejaría que me aplasté.
—Vamos, dilo.
—Como si estuvieras celoso.
—Y no tienes idea de cuánto.
No supe que responder a su declaración, me quedé frente a él escuchando la respiración agitada de ambos.
La atmosfera cambió en trescientos sesenta grados, ya no había simplemente rabia y molestia entre los dos, había algo más, algo mucho más fuerte e incontrolable.
Su presencia me llamaba en silencio y esperaba pacientemente una respuesta de mi parte, pero el estruendoso sonido de la puerta azotándose contra el muro nos distrajo.
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