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Capítulo 2: La Chica de la coleta

Gabriela

Durante el resto de la tarde estuve tan ocupada atendiendo mesas que en algún momento mi flechazo de hoy se fue. Mi decepción se podía ver desde la terraza del restaurante, solo me quedaba esperar que en algún momento volviera.

—Gabi, te encargo recoger las mesas que quedan y puedes salir a descansar —dijo Denis mirándose en un pequeño espejo sentada detrás del mesón de la caja.

—Que bien —sin ánimo caminé hasta las mesas con platos sucios—. Muero de hambre.

Al acercarme a la mesa dos vi un pequeño papel doblado debajo del plato, miré a ambos lados para verificar que nadie me veía y abrí aquel cuadrado bien doblado con mucha curiosidad.

¡Chica de la coleta, gracias por el papel y lápiz, que tengas un buen día! 

Sonreí al ver que el hombre tuvo un gesto amable.

¿Dios, será este mi ser amado?

Me pregunté con emoción sosteniendo el papel.

—Gabi, tu almuerzo está servido —gritó Felipe desde la ventanilla.

—¡Voy!

Dejé el resto de los platos en la cocina, y casi corriendo fui por el delicioso puré de papas con carne que había preparado el nuevo.

Por lo general siempre me sentaba en la terraza del restaurante y mientras almorzaba, veía una de mis series favoritas. Diarios de vampiros, adoraba con mi alma a Damon a pesar de lo bestia que era en algunas ocasiones, y detestaba a Elena por no aceptar que se había enamorado de su cuñado.

—¡En que piensas tanto! —solté el tenedor del susto, logrando que un ruido sordo se oyera por la terraza, y que algunos curiosos se voltearan a mirar.

La rubia sonriente se sienta justo a mi lado, mientras que yo intento tragar lo que tenía en la boca.

—Diablos Abigail no me des esos sustos —digo tapándome la boca—. Casi muero ahogada, ¿Cuándo llegaste?

—Hace como unos diez minutos, dime qué pasó para que Adriana esté de tan mal humor —sonríe—. Hoy está más agria de lo normal.

Abigail había entrado a trabajar aquí unos meses antes que yo, y sabía a la perfección cuando Adriana estaba de malas.

—Hoy vino un cliente guapísimo, y Adriana corrió atenderlo apenas cruzó la puerta. Era un hombre bastante serio y solamente pidió y la ignoró. —Abi contuvo la risa, y se notaba a leguas que le había hecho gracia la noticia.

—Ahora entiendo muchas cosas, pero dime que te acercaste al menos para saber cómo se llama.

Había momentos en que a mi mejor amiga se le iba la pinza, yo jamás sería así de lanzada.

—¿Estás loca? No podría, además sería muy poco profesional hacer algo así con un cliente —vi la hora en el televisor de la terraza, me faltaban 20 minutos para entrar al turno de nuevo—. Pero si me llamó en un momento para pedirme papel y lápiz y adivina.

Abi me tomó del brazo expectante a lo que estaba por decirle.

—Cuenta de una vez que ya tengo que entrar.

Rápidamente, busqué en el mandil el trozo de papel doblado que había guardado con emoción. Se lo entregué, y con desespero abrió el papelito, mientras leía poco a poco la emoción se fue reflejando en el rostro de Abi y estuvo a punto de soltar un grito.

—Casi se me caen los calzones de la emoción cuando lo leí, fue una pena que no lo viera una última vez antes de que se fuera —dije con voz lastimera.

—Estoy segura de que volverá, no tengo pruebas, pero tampoco dudas —Abi se levantó de la mesa—. Le gustó el servicio y algo más que el servicio, así que comienza a venir más guapa de lo normal —dijo levantándome las cejas de forma coqueta para luego irse brincando como una niña pequeña.

A las 06:29 pm en punto estaba lista y preparada para irme a casa descansar. Había sido un largo día de cosas nuevas que aprender y lo único que quería en este momento era darme una ducha tibia para deshinchar mis pies y algo de comer.

Me despedí de todos antes de salir y bajé las escaleras hacia el estacionamiento en donde mi querida bicicleta me esperaba para ir a casa. Aseguré la correa del casco bajo mi mentón y comencé a pedalear. Por el camino fui cantando lo que me supiera, y cambiada de canción cada vez que ya no me sabía la letra, y me valía diez mil hectáreas de pepinos que las demás personas escucharan mis gritos, estaba de muy buen humor y no quería que nada opacara este gran día.

A pocos metros de casa divisé las luces que iluminaban el comedor, y me entristecí al ver a papá en la misma posición de cuando había salido esta mañana. Sabía que él en algún momento reaccionaría y volvería a ser el mismo de antes, necesitaba al padre cariñoso que me dijera que todo estaría bien.

Mientras tanto, seguiría siendo la fuerte entre los dos.

Llegando al jardín que ya había perdido todo rastro de verde en el suelo, desmonté a mi noble corcel y avancé hasta el patio trasero para encadenar la bicicleta. El barrio no era muy bueno y se robaban todo lo que no estaba pegado al suelo.

Al terminar de poner el candado, escuché los gritos de papá aumentaban, al principio pensé que solo estaba molesto viendo el partido de futbol, pero al oír algo romperse comencé a correr hacia adentro.

—¡Papá qué te pasa, por qué gritas así!

Lo primero que noto es como los vidrios están regados por todo el suelo, y con cada paso que doy hacia papá crujen debajo de mis pisadas.

Papá estaba arrodillado con la cabeza pegada al suelo, mientras que con las manos se jalaba el cabello con fuerza.

—Gabi... mi niña, perdóname —dice sin levantarse del suelo. Las lágrimas se deslizan por sus mejillas y no paraba de susurrar que lo perdonara.

—Papá no te entiendo, ¿Qué está pasando?

Me arrodillé a su lado y le acaricié la espalda tratando de darle consuelo.

—Hija, nos llegó un aviso del banco —gimoteó sin moverse de su lugar—. Nos van a quitar la casa y todo lo que esté adentro como pago por el préstamo, tenemos un mes para desalojar.

Al escuchar la noticia siento que todo mi mundo se derrumba.

No tenía de donde sacar tanto dinero antes de un mes.

Papá no trabajaba, no está en condiciones para hacerlo, y para colmo mi salario no alcanza ni para cubrir la cuarta parte del préstamo.

—Papá, ¿qué vamos a hacer? —me levanté de su lado, pero las piernas me fallan y caigo al sillón. Todo me da vueltas y siento como si estuviera a punto de vomitar.

Lloro de impotencia, rabia, y mucha tristeza al no poder hacer nada.

Todo el tiempo que he trabajado como una burra no ha servido de nada. Estamos a punto de perder todo lo que nos pertenece y todo lo que tenemos.

Y lo que más me dolía, era que en esta casa estaban todos los recuerdos con mi madre, y hasta eso perdería por no tener dinero.


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