Capítulo 1: La mesera
Gabriela
El olor a comida me tiene cansada, las quemaduras de aceite y el mal olor que tomaba mi ropa después de un largo día de trabajo me desagradaba, pero lo que más odiaba era a la campana que chillaba cada dos segundos con nuevas órdenes que preparar.
¡Bien cocida!
¡A punto!
¡Tres cuartos!
Gritaba Adriana tocando la campana sin parar. Sabía a la perfección que había oído la primera vez, pero tenía la costumbre de hacer eso solo para fastidiarme, y no me quedaba más remedio que aguantar mi coraje volteando las hamburguesas sobre la plancha caliente.
Mientras oía la carne asarse, mi cabeza solo pensaba en cómo me gustaría tener una vida más relajada.
Pero la vida no es color de rosa y no se vive de amor y de felicidad, las responsabilidades llegan sin falta cada mes en un sobre con un signo de peso que debo pagar antes del plazo estipulado.
Mi padre David era un hombre cariñoso, atento, luchador, buen marido y sobre todo buen padre para mí, con ganas de sacar adelante a su familia.
O eso solía ser...
Perdió todas las ganas de vivir cuando mamá murió producto de un cáncer avanzado que fue detectado muy tarde.
Actualmente, el hombre que "era" solo era parte de un recuerdo, ahora no era más que un cuerpo sin alma que pasaba todo el día sentado frente a la televisión tomando una cerveza fría cada diez o quince minutos.
La verdad no lo juzgo, se fue la mitad de su vida con su muerte.
Con la enfermedad de mamá tuvimos que sacar todos nuestros ahorros, además pedir un crédito para cubrir gastos de exámenes y tratamientos que no fueron suficientes para que ella se quedara con nosotros.
El sueldo que recibo apenas me alcanza para mantener la casa, y como si no fuera suficiente todo lo que pasamos ya, cada dos o cuatro días llama un agente de cobranzas que me recuerda que debo pagar las cuotas atrasadas.
Vendí algunas joyas de plata que podrían tener algo de valor y cambié mi IPhone por un teléfono de teclas que con suerte me permitía recibir y hacer llamadas. Hacía todo por obtener algo de dinero para poder pagar las cuotas atrasadas, pero era la historia de nunca acabar, pagaba una cuota y salía una nueva.
A este paso mi vida se iría en pagar la numerosa deuda con el banco.
—Papá me voy a trabajar, te dejé algo de comida en la nevera. —solo me hizo una señal de que había oído y siguió viendo la repetición del partido de futbol que habían pasado ayer en la noche.
Sin obtener nada más de su parte tomé mis cosas y salí lo más rápido posible, iba un poco justa en la hora y lo último que necesitaba era llegar tarde.
El restaurante en el que trabajaba estaba a media hora en autobús, pero para ahorrarme el pasaje me iba en bicicleta, después de todo no era tan malo, un poco de ejercicio me venía de perlas.
La paga era regular y la convivencia con mis compañeras era casi genial. Llevaba un año trabajando ahí y una de mis compañeras no se acostumbraba a mi presencia, era como si le irritara cada cosa que hiciera o dijera, así que opté por limitarme a hablar lo justo y necesario con ella.
—Hasta que llegas Gabriela, la jefa quiere hablar contigo —dijo Adriana con una falsa sonrisa.
Sin nada más que decirme, reanudó su tarea de secar los vasos.
—Hola, Adriana —respondí con ironía, ya que no había tenido la decencia de decir un "hola" luego de que cruzara la maldita puerta—. Gracias por avisarme.
Seguí mi camino hacia los camerinos ignorándola al igual que ella lo había hecho conmigo.
Mi uniforme no era el más bonito de todos, pero me sentía cómoda, pantalones negros de mala calidad, y una playera blanca como la nieve que se manchaba con todo lo que posiblemente tocara. Me recogí el cabello en una coleta un poco más abajo de la coronilla, dejé mis cosas y me dispuse a ir a hablar con la jefa Denis que estaba en su oficina.
Toqué la puerta un par de veces y nadie abrió, volví a tocar y al no oír respuesta me di media vuelta para ir a la cocina.
A los segundos se escucharon pasos acelerados, y fue entonces cuando se abrió la puerta dejando al descubierto a una nerviosa Denis, detrás de ella salió un hombre alto y barbudo, si no mal recuerdo era el nuevo proveedor de refrescos para el restaurante.
Nadie habría notado nada extraño en que un proveedor y una administradora estuvieran en la oficina con la puerta cerrada, pero ambos se delataban solos. Denis tenía la blusa lila a medio abrochar y estaba un poco despeinada, el hombre que esta mañana parecía serio y profesional, se subió el cierre de los pantalones en mi cara y pasó por mi lado sin siquiera sentir un poquito de vergüenza.
—Puedo volver más tarde señorita Denis —dije al ver que la pobre parecía un tomate.
—Tonterías, adelante, solo estábamos negociando un posible descuento —Denis trataba de acomodar su cabello en un intento de disimular, podía ver a la perfección como se le caía la cara de vergüenza.
Pero si de algo podía estar segura, era que el descuento estaría sin falta en el próximo pedido.
—Gabi te cité para comentarte dos cosas —dijo sentándose en la silla de cuero del escritorio, mientras que yo me acomodaba frente a ella —. La primera es que el día que solicitaste libre está aprobado, y la segunda es de un cambio de puesto de trabajo, a partir de hoy dejarás de ser ayudante de cocina.
Me hizo mucha ilusión escuchar que me dejaran el próximo sábado libre, es el cumpleaños de papá y quería hacerle algo no muy grande pero especial.
—Comenzarás a atender las mesas del restaurante, por lo tanto, tu horario de trabajo será desde las 08:00 de la mañana hasta las 06:30 de la tarde con una hora de descanso. También tendrás un reajuste de sueldo y a eso tienes que sumarle las propinas que se ganen durante el día, ¿qué opinas al respecto?
—¿Nada de lavar platos, solo atender y ya está? —pregunté un poco escéptica.
—Así es querida, nada de ollas y comida que preparar. Llega un nuevo chico a la cocina, se llama Felipe, él se quedará con tu puesto y tú tendrás que hacerte cargo de las mesas junto con Adriana, que ya en su momento la llamaré para que te enseñe todo lo que sabe. Te daré tu nuevo uniforme.
Por fin algo me salía bien.
Podría salir de la cocina, estaba harta de estar ahí y repetir mentalmente los ingredientes para no olvidarlos y preparar las órdenes correctamente.
Seguiría oliendo a comida y a fritura, pero ya no más cortes en los dedos y salpicaduras de aceite.
No Puede ¡Ser!
¿Como es que Adriana podía andar con esto sin que se le viera nada?
La falda blanca con suerte me tapaba el trasero, y la blusa ajustada color rosa me hacía parecer más voluminosa de los pechos.
Denis siempre intentaba atraer nuevos clientes con cosas extravagantes, pero este uniforme era demasiado.
Salí de los camerinos verificando cada dos segundos que la falda estuviera cubriéndome bien el culo y entré al salón donde estaba la barra, me quedé ahí como un cachorrito asustado a punto de mearse encima, estaba muy nerviosa.
A lo lejos vi a un grupo de hombres con sus pulcros trajes de oficina que se acercaban entre risas al restaurante. Cruzaron la puerta haciendo sonar la campanilla y se sentaron en la mesa más grande del salón.
Lo que me faltaba, un montón de mirones que solo vienen a probar suerte.
—¿Gabriela qué estás esperando? —dijo Adriana haciendo una mueca de disgusto con los labios—. Eres mesera desde hoy, es tu trabajo atender a los clientes —la acidez me recorre la lengua en un instinto de responderle, pero aprieto los puños a los lados de mi cuerpo tratando de contener mi rabia.
Sabía perfectamente que ella debía instruirme en mi nueva labor, Denis se lo había pedido, pero se notaba a leguas que no tenía ni una pisca de ganas de querer enseñarme, aun así, intento que me dé un consejo.
—Adriana jamás he hecho esto, te agradecería que me acompañaras al menos esta vez.
Estaba aterrada con la idea de ir y meter la pata con la primera orden, encima siento que con este uniforme se me verá hasta la tierra prometida.
—Tienes que hacerlo sola, estoy ocupada.
Definitivamente es una maldita.
Caminé despacio hasta la mesa en donde los cuatro hombres estaban mirando el menú con mucho detenimiento, respiré lento tratando de no entrar en pánico y hablé.
—Buenas tardes, bienvenidos ¿Qué se van a servir?
Las manos me temblaban sosteniendo la libreta en donde anotaría la orden, no sé cómo podía estar tan nerviosa.
¡Puedo hacer esto!
Uno de los chicos se aclaró la voz y habló por todos.
—Bueno queremos cuatro hamburguesas con doble queso y cuatro jugos de piña sin azúcar —dijo el hombre sin despegar los ojos en los apretados botones de mi pecho.
Anoté lo que me pidió tratando de parecer tranquila, cuando me temblaba la mano sobre el papel. Estaba por preguntar si querían algo más, pero el sonido de la campanilla a un lado de la puerta llamó mi atención.
El hombre más guapo que había visto en mi vida entró en el restaurante, y se sentó como si las mujeres presentes no lo miraran. Tenía los ojos tan verdes como una hoja de verano y el cabello oscuro.
No sabía si estaba respirando cuando el rubio que estaba a mi lado me tomó del brazo.
—¿Cariño, estás escuchando? —el hombre me miraba como si fuera idiota.
—Disculpe, ¿Desean ordenar algo más? —dije volviendo a conectar los cables a mi cerebro.
—No, eso es todo.
Fui lo más rápido que pude a la cocina a dejar la orden y salir a preparar cubiertos y todo tipo de aderezos, sin quitarle la vista de encima al bombón que miraba la carta detenidamente.
Adriana en cuanto notó la presencia del sujeto se acercó prácticamente corriendo a su mesa, meneaba la melena de un lado a otro poniendo todas sus artimañas de seducción en juego. Pero a pesar de todos los intentos de la pechugona, el hombre mantuvo la atención en la carta y se mantuvo frío, pidió su orden y a ella no le quedó más remedio que irse furiosa por el golpe de indiferencia que había recibido por parte del galán.
Sonreí con satisfacción al ver la escena desde la distancia.
Con el primer toque de la campanilla me apresuré a recoger los platos de los chicos que había atendido hace un rato, y manteniendo el equilibrio de la bandeja llevé los platos hasta la mesa para que no se cayeran.
Cuando me aseguré de que todo estuviera en orden en la mesa que acababa de atender, me alejé, y me preparé para atender a la siguiente mesa.
Al salir de la cocina me di cuenta de que el guapo que estaba en la mesa dos, me hacía una seña con la mano para que me acercara.
—¿En qué puedo ayudarle? —dije tratando de sonar normal.
—Serías tan amable de darme un papel y un lápiz por favor.
Él con su mirada fría se dirigió a mí al igual que Adriana, se veía bastante serio el hombre.
—Deme un minuto.
Fui hasta el mesón por lo que me había pedido cuando Adriana me empujó con el hombro. Cerré los ojos y me mordí el labio inferior conteniendo la rabia, lo dejaría pasar solo por esta vez.
Tomé el lápiz y un cuadernillo de la caja y fui hasta la mesa en donde él me esperaba.
—Aquí tiene.
Al entregar lo que había pedido rozó su mano con la mía, sentí como el estómago se me encogió de nerviosismo, y como el calor se acumuló en mis mejillas y salí corriendo.
No le di la oportunidad de decir nada, solo me fui de ahí salvándome a mí misma.
Me quedé detrás del mesón con el corazón latiendo como loco, era tan estúpido sentir algo así por un extraño con el cual había cruzado dos palabras, pero no podía negar que no había sentido algo con el galán de la mesa dos.
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