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38. Hasta siempre, Lena

Las maletas estaban preparadas. En cinco horas salía el avión hacia París. Los de la Universidad me habían pedido que llegara antes de septiembre, para hacer un curso de verano, financiado por ellos, para estudiar la lengua.

Me esperaban cuatro años duros para estudiar psicología.

Un sueño hecho realidad en París. Y otro sueño que se quedaba en Barcelona.

Seguía sentada en la cama, con los ojos vidriosos y mirándome el anillo dorado que me había regalado Noel. Desde esa noche no lo había vuelto a ver. Se había trasladado de casa y ya no era mi vecino.

Me hubiera gustado irnos juntos. Pero éramos jóvenes, inexpertos y, lo peor, no teníamos dinero.

Saqué el anillo de mi dedo y seguí las líneas curvas con el dedo. Aún no había tenido el valor de escuchar lo que decían esas ondas. Era su voz, grabada para siempre.

Me armé de valor. Cogí la tarjeta y seguí los pasos. Tecleé el código. El corazón me latía rápido, contenía la respiración. Y comenzó a sonar. Me tapé la boca, aguantando un sollozo que salió directamente del pecho.

Lo puse en bucle.

— Lena, todo lo que te puedo decir es que gracias por ser mi guía en esta vida. No me olvides. Te quiero.

«Yo también te quiero».

Cogí a mi agenda, Nube, que ya estaba guardada en la mochila y la abrí. Busqué la página donde estaba escrita la "Guía para dejar de ser idiota". Escribí rápido, la arranqué y la guardé en el bolsillo del tejano.

Por si acaso.

Por si las casualidades de la vida querían que lo viera por última vez.

— Cielo, es la hora — dijo mi madre —. ¿Estás preparada?

— Creo que sí.

Ella se acercó y me cogió ambas manos.

— Irá bien, Lena. Lo sé. Tú puedes con todo.

— Gracias mamá. Por todo, desde que nací hasta ahora. Te quiero.

Cogí las maletas y me despedí de mi casa. Estaba segura que volvería, pero no sabía cuándo.

Marcos y Jolene me esperaban en el coche, junto a Astrid como copiloto. Oliver, Ronnie y Alek estaban ya en el aeropuerto. Había llorado tanto los últimos días que ya no me salían lágrimas.

Tenía los ojos tan secos como un estropajo.

Me senté entre Marcos y Jolene.

— ¿Estás bien? — preguntó Marcos, cogiéndome la mano.

— Sí, solo es un poco triste. Pero es para cumplir un sueño — sonreí.

Jolene me cogió la otra mano y me la apretó.

— Nunca dejes de soñar, todo se consigue.

Me sentí muy afortunada. Tenía un hermano que quería con toda mi alma, y una nueva hermana que iba por el mismo camino. 

Me apenaba haber juzgado a Jolene. Ella era tan diferente a como la había imaginado... Cuando se sacaba la máscara de frialdad era única. Con el tiempo había aprendido a quererla.

Llegamos temprano en el aeropuerto. Estaba abarrotado de gente que se iba de vacaciones de verano.

— Lena, piensa que no estaremos tan lejos — mi madre me cogió de los mofletes y me los llenó de besos —. Te vendremos a visitar siempre que podamos. ¡Y si necesitas algo...!

— Te llamo — dije divertida. Mi madre me había repetido ese discurso varias veces.

Nos adentramos en la zona que indicaba la salida de los aviones. Los nervios me carcomían. Iba a irme por primera vez sola. A otro país. A estudiar una carrera que hasta hacia pocos meses no sabía.

Todo esfuerzo tiene su recompensa.

— ¡Allí! ¡Allí! — oímos gritos.

— ¡Lena! ¡No te vayas aún!

Oliver y Ronnie vinieron corriendo. Se lanzaron encima de mí, desestabilizándome. Caímos los tres al suelo. Alek iba detrás de ellos, con una sonrisa divertida y las manos metidas en los bolsillos.

— ¡Mi culo! — me quejé.

— ¡Cállate! — lloriquearon los dos —. ¡No te puedes ir!

Se levantaron y me tendieron una mano. Nos abrazamos los tres, una y mil veces. Echaría de menos estar con ellos, sus idas de olla y no poder ser la aguafiestas del grupo.

— ¿Te has llevado el conjunto de lencería que te regalamos?

Abrí mucho los ojos. ¡Allí no! Oliver pensó que mi expresión es porque no lo entendía.

— ¡Sí, tía! Con el liguero de color rojo. ¡Muy sexy!

Ronnie, que era algo más lista que él, le puso una mano en la boca para hacerlo callar.

— Te pido disculpas en nombre de Oliver — este le clavó los dientes. Casi terminan a arañazos.

Mientras se discutían fui a despedirme de Alek.

— ¿Estás lista?

— Todo el mundo me pregunta lo mismo — murmuré.

— Vale... Entonces, ¿qué es lo primero que vas a hacer cuando llegues a París?

— ¡Comerme una crepe con fresas! Y visitar la Torre Eiffel — sonreí.

Él también lo hizo.

— Qué todo te vaya muy bien — dijo antes de darme un beso en la mejilla.

— Igualmente, Alek — pero antes que se fuera lo paré —. Y espero que encuentres a alguien que te merezca.

Me devolvió la sonrisa y se fue.

Todo fueron abrazos, lágrimas y hasta luegos. A veces las despedidas son así, con el corazón en un puño y los ojos rojos. Decidí quedarme en los momentos bonitos y todo lo que aprendí de él.

Comencé a encaminarme a la zona de control para ir al Duty Free. Estaba feliz, pero me dolía no haberlo visto por una última vez. Me sentí culpable. Pero tampoco supe que pasaría aquello.

— ¡Lena! ¡Lena! — gritó alguien desesperados.

Me giré de inmediato, con el corazón saltando de alegría.

Jamás podría olvidar esa voz. Me aparté de la zona de control, ganándome las miradas de varios guardias.

— ¡Espera! ¡Un momento! ¡No te vayas!

Tiré las maletas. Comencé a correr dirección a Noel. Quería estar entre sus brazos, escuchar su risa, ver sus ojos color caramelo y acariciar la peca que tenía encima de la ceja.

Me levantó y me besó. Enredó las manos entre mi pelo y yo pasé mis brazos por su cuello.

— Lo he conseguido, pecosa. ¡Lo he conseguido! — contestó encima de mis labios.

Me volvió a besar. Esa vez más suave y lento. Cada uno de ellos provocaban que naciera una nueva estrella.

— Voy a ser profesor... Y no podía dejar que te fueras sin decírtelo.

Esa vez lo besé yo. Estaba tan orgullosa de él.

— ¡Vas a ser un profesor fantástico!

Él me dejó en el suelo. Me acordé que tenía una nota en el bolsillo, se la di.

— Para que te acuerdes de mí.

— Siempre lo haré.

Me puse de puntillas y lo volví a besar, con los ojos cerrados.

Lo quise. Lo quise mucho. Y bonito.

— No me olvides... — susurré encima de sus labios.

Comencé a alejarme poco a poco, saboreándolo. Quedándome con las últimas imágenes de él, sonriendo. Siendo feliz.

— Hasta siempre, Lena.

Siempre lo querría. Jamás lo olvidaría. Porque las personas como él son eternas. 

____

FIN

Nos vemos mañana con un par de sorpresas. Solo deciros que gracias. Jamás hubiera sido posible sin vosotras siempre apoyándome. Espero que os haya gustado la historia de Lena y Noel. Y recordad: si os sentís perdidos, siempre seguid a las estrellas. Ellas os guiarán.

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